"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




Octubre del 2013


MARCELO SCALONA

Publicado en Aguafuerte el 21 de Octubre, 2013, 0:43 por MScalona

Luz de los Pasillos



--------------------------------------                                                         a mamá

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Agua de la canilla, luz de los pasillos, flores silvestres, sol de la plaza, de los bancos, tobogán, calesita, estatua, popa, beso, bocatormenta. “Remedios de Escalada”, después “Eva”, siempre una mujer, ¿qué otra cosa podía ser una plaza como el patio de infancia?

Un día de tormenta, de arena en los ojos, me mordió un perro. Después fue el Comando Radioeléctrico, la hepatitis, la escarlatina, los médicos, los guardapolvos y las tareas. Tuve miedo. Aprendí que iba a morirme, o más bien, que el tiempo no iba a alcanzarme. 

Patios, terrazas, baldíos, calles de tierra, zanjas, charcos y luces desvaídas de las siete de la tarde. Yo corría, corría... siempre fui un desesperado: juntaba aire, criaba piernas, cambiaba el ritmo. De algún lado había escuchado la mentira: que con una bicicleta, me escaparía del todo y ya no me alcanzaría la sombra de la cuchara con la penicilina: “ ...mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te vas a morir, mira que no sabes cuando”. 

Castigos por nada, por estar vivo, por sonreír, por las dudas, porque otros habían muerto antes. Por ser feliz... no era mi culpa que Jesús llorara todo el tiempo. Si hubiera hecho como yo, solamente con la luz de los pasillos hubiera tenido una esperanza. La ilusión de las sombras chinas puede llevarte hasta la madrugada.

-- No la apagués -suplicaba-, no la apagués mamá cuando voy a dormirme... 

Y siempre los pantalones rotos en las rodillas, unas moneditas de níquel para el cole y las mañanas heladas cruzando la plaza de Remedios (después Eva); la escarcha inaugural para llegar a Necochea y saltar al 6, al 200 o al 218. Ultimo asiento, coche vacío. Cuando abría las ventanillas, entraba el frío y salía el asma. Luz de las calles en invierno. Había un farolito en mitad de la plaza, intermitente por el viento. Si estaba encendido, yo me animaba al cruce a traversa. A las siete de la mañana era la continuación de la luz de los pasillos. La luz me protegía, era idéntica a la del escenario, a la del altar, a la de la arena del circo. 

Por las dudas, al llegar a Pellegrini me persignaba. Me habían dicho que las Carmelitas Descalzas, frente al Politécnico, eran unas monjas sin zapatos. A menudo cruzando por ahí miraba mis pies, mis “gomicuers” relucientes para darle de empeine a la pelota del Padre Cuasante. El cielo, el infierno, el teorema de Tales y un sandwichito de salame que mamá envolvía en nylon y guardaba sin aplastar en mi bolsillo derecho. En el izquierdo, siempre un pañuelo de repuesto. Nueve y cuarto era el recreo, la luz ya estaba alta, los patios empezaban a entibiarse.

Yo debía comer todo y ser paciente... toda la cara, toda, despacio, una mejilla, otra, debajo de la nariz, la frente, la barbilla... y cuidado los ojos... Con un corcho quemado alcanzaba para cambiar aquellos días. Era un maquillaje, una comparsa, una murga cuando empecé a escribir. Nos poníamos unas bolsas de arpilleras de harapos, alguna enagua de mi abuela María y los sombreros de todos los que habían muerto. Tapas de olla, palos, unas guitarras sin cuerda y un micrófono falso de un Winco roto. Hacíamos películas, carnavales, revoluciones. Teníamos siete años, pero todo era correr, correr... un entrenamiento para que el tiempo alcanzara o para que no nos alcance ella. 

Sueños nunca faltaban; sueño despierto, sueño dormido. La hipóstasis o alquimia era la luz del pasillo o esa desvaída de las siete de la tarde. O aquella otra inaugural, de las siete de la mañana en invierno, que vencía el asma o la aplazaba. Y yo corría, corría, siempre adelante, criaba piernas, juntaba aire esperando la bicicleta. 

Los domingos de monaguillo pensaba en los judíos que habían abierto el mar Rojo, ¿por qué no iba a escucharme Yahvé enviándome una bicicleta dorada? Fue un día de Reyes, marca "Bengoa", rodado 16, oro, incienso y mirra. ¿Si la bicicleta es eterna no será un regalo del cielo?

Pero hay que correr tanto... tanto pedalear se me esgarraban las piernas con sangre, como a los esclavos negros remando para escaparse, como a los judíos por el desierto. ¿Acaso el mundo no es un galeote? Hay que rajarle, engañarla, tratar de ser otro y disfrazarse como si todos los días hubiera corso en Bulevar Seguí. 

No hay que dejar los brazos inútiles y que el beso resbale con las lágrimas por las mejillas de los hospitales. ¿Quién merece morir...? Hay que ir más lejos me decían. Reemplacé bicicleta por auto, correr es lo mismo. Carnavales por baile, soldaditos por muñecas. Cruzando el pasillo, se había encarnado y me enseñó otros juegos. De manos. El asma en ninguna parte... ¡Hostia por plata y que el tiempo me alcance... y no pago más por lo que no hice! Ya no pido perdón por ser feliz. Reíte Jesús, reíte y mirá las sombras chinas...

Todavía cuando voy de noche por la ruta, miro a los costados buscando las mascaritas, los versos, el ritmo, el pomo, las propinas, las rodajas de salame. Pero lo que más me gusta son las luces, adelante, la luz imaginaria de las calles, de los pueblos, de las casas y de todos los pasillos del mundo donde se están urdiendo (ahora mismo) las rebeliones contra la muerte. Me detengo en un parador cualquiera, pongo mi cara contra el viento y me fumo un cigarrillo por pura venganza. 

Entonces veo una lucecita en el medio de la llanura y siento un niño que tose en un rancho y tiene pendiente a todo el universo. Para juntar aire, esgarra un poquitín de sangre. No es una tos cualquiera, es rebelde, metálica, parece un ladrido de perros para que la sombra siniestra deje de revolotear por el rancho. ¡ Corre niño... corre ! Rezo para que le compren una bicicleta. Entre el murmullo de mi letanía, escucho que el pequeñín dice: - Mami... mami, no apagués la luz del pasillo. 

- Bueno... -dice ella, Remedios o Eva.

Y más tarde, cuando yo ya estaba dormido o en el entresueño, ella la apagaba. Pero yo me daba cuenta, porque en ese instante, mamá, me daba el último beso de la noche.

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MARCELO SCALONA

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Del libro, COMPOSTURA DE MUÑECAS, Ed. Homo Sapiens, 2003.-

IRIS PAULINI

Publicado en Parodias el 8 de Octubre, 2013, 12:31 por MScalona

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Y A PESAR DE TODO...

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Y a pesar de todo, de lo mal que la estoy pasando ahora, aquel verano me parece en cierta manera feliz. El papa súper man de mi ex, nos invitó a la playa; para el que compra 100 gramos de paleta en vez de jamón cocido, esta invitación, es como abrir un paquete de galletitas o de puchos sin que se te quiebre antes de llegar al final de la tirita roja engominada ( léase golazo de media cancha).

De haber leído menos a Herman Hesse y más “Oh la la”, hoy tendría marido o la clara convicción de que jamás de los jamases se debe vacacionar con la familia de “ellos”.

No sé cuántas horas de auto fueron de un tirón para llegar a la tierra de la alegría, donde todo el año es carnaval;  yo, con mis tres palabritas aprendidas en el viaje, que me iban a abrir más puertas que las típica tire y empuje: presunto, queiyo y obrigado(esta última agregada como técnica infalible  para que el sándwich fuera realmente grande).

El lugar, pipi cucú, no sé si tanto como me lo dibujaron, pero al menos, era verdad que desde la galería de la casa que estaba en una planta alta, veíamos el mar. Un mar mucho más trasparente que el de “la Feliz”. ¿Qué más puedo pedir, se preguntaran ustedes, o me preguntaba yo? Con el transcurso de los minutos y tal vez siendo una malnacida, entendí que podía pedir muchísimo más.

Por ejemplo, y solo con fin enunciativo, si te clavo un taxativo, te escribo una novela y no un relato, que me pongan cara de feliz cumpleaños cada vez que me levantaba y arrastraba al “nene” a uno de mis mayores vicios: desayunar en el bar del centro de la isla, sin que  vean a este simple acto, como una conspiración a la unión familiar o un desprecio al yogurt de coco repugnante, que celosamente guardaban en la heladera; o que entiendan que, al margen de que no me gustaba la comida que hacían y que tuve que tragar por 13 noches consecutivas,  necesitaba cenar a solas con mi prometido en algún restobar del lugar, aunque sea una puta noche de las catorce; o que mi chico entienda que tenía treinta años y que el acontecimiento singular de que sus papis estén en la habitación contigua no impide que nosotros, en la habitación del lado y con baño privado, repasemos intensamente los huecos blancos que deja el sol por las tardes para  prender fuego por las noches. Y por sobre todas las cosas, que su padre se ahorrara ciertos comentarios tales como: ¡tapá un poco a tu novia, Marcos! ¡Mirá la bikini que se puso!. Juro por Dior, que no era un hilo dental. Y por empezar, fue un regalo de Marcos, claro está, guiado por mí:

-Marcos; ¿qué me vas a regalar para Navidad?

-Nada gorda, no tenemos un peso, estamos ahorrando para el casamiento.

-¡Ah, largá el queso!, ratón, que vos cobrás aguinaldo, quiero una bikini para Brasil.

-Bueno, vemos.

-Mirá, ésta quiero, y le señalé la gráfica de esta pendeja que está de moda y raja la tierra, él miró con cara de acá no está pasando nada (más bien pensando cuánto lomo suelto y yo comiendo puchero…), que por el mangazo, y largó ese glorioso:

-Bueno.

Yo agarré el teléfono y  la llamé a Tali para que me ayudara a elegir el modelo y olvidándome de Marcos, la computadora y la media hora que se quedó frente al catálogo de una mina completamente bronceada y marcada, mirando las “bikinis” pero sin que pueda llegar a decirme, hora más tarde, cuál de los 10 modelos le gustaba más (tampoco eran 40):

-         No sé gorda, están todos buenos.

Y así fue como me compró cualquiera, ¡una triangulito!, hellouuu!, entérate que tu novia tiene 83 cm de busto y sin “algo” que las contenga, le quedan Néstor: una mirando para cada lado. Como reza la regla, todo mandado  encomendado a un hombre tiene que terminar pasando por nuestras propias manos.

Evidentemente elegí un modelo que me favorecía (entre los inventos del siglo  XXI nadie resalta el salto cuántico que logró el push up) porque el viejo de Marcos, tal vez ya por problemas de visión, no paraba de hacer comentarios sumamente favorables a mi delantera.

Y así, día tras día, llegaba el momento de dejar tímidamente el pareo y ¡sácate!, se venía el comentario de mi culo o de mis tetas. Paréntesis: todo está terriblemente afectado por el peso que la gravedad ejerce sobre un cuerpo que caminó casi treinta años sobre la tierra. Por ende, tampoco entendía el porqué de estas no muy felices acotaciones, como tampoco entendía la impunidad que yacía en el silencio del resto del clan familiar. Silencio que no estaba dispuesta a respetar, ¿pero qué hacer?, ¿Qué agregar?, ¿cómo enfrentarle? ¿Sería suficiente un: imagínate si te gustan ahora que son dos pasas de uvas,  que vas a decir cuando me las infle como dos llantas? Y así, entre estas existenciales preguntas, me pasaba las tardes frente al sol, que evidentemente, me derretía las pocas neuronas que me quedaban, porque no se caía una idea, torturada por saberme ser cómplice de eso, que para mí era, una especie de violencia en forma de comentario. Me sentía esclava del poder, del que le pedía a mi ex que se sublevara, siendo una perfecta cobarde.

Y la última tarde,  nublada, pero que uno baja a la playa, porque siente la obligación moral y ética de hacerlo, como si estar adentro, tirado en la cama, leyendo un libro, es menos vacaciones que estar cagándose de frío y jugando al tejo, el sol salió de entre las nubes, y en dos minutos la playa se vistió realmente de fines de enero.  Y no sé si fue la ausencia de Marcos en el círculo, o la mirada láser que me lanzó el jovie cuando me saqué la ropa, que me animó a llevar a cabo la siguiente acción. Salir corriendo y encarar con rabia el mar, con una bravura tal para permitir que la primera ola me revolcase por completo, me profanara, me liberase, me anestesiara y me devolviera a la orilla  completamente en tarlipes.

La famosa bikini había sido arrastrada mar adentro. Fiel a mi estilo, a todo o nada, caminé en dirección a la playa. La madre de Marcos, se enredó mentalmente  buscando adentro del bolso playero algo para darme, un pareo, una remera, un par de ojotas, una pulsera, cualquier cosa que tape lo evidente, el hermano más chico, llevo sus dedos índice y medio debajo de su nariz, imitando a un falso Hitler, que aludía a la forma de mi recortado vello púbico. El más grande un poco descompuesto de la risa, por ese gesto, corrió al mar, pasándome a distancia prudencial, en acto heroico de rescatar mi traje de baño o eludiendo la situación engorrosa.

Para cuando llegué al campamento de reposeras familiar, él, era el único que sonrojado me miraba a la cara y de sus ojos pude empezar a vislumbrar una lagrima, de entenderlo todo o de finalmente no entenderlo nada.

Yo estaba desnuda y no me importaba, o quería estarlo. A simple vista asomaban dos pezones completamente erectos por la temperatura del mar, dueños de dos pechos tímidos, que más bien siguen pareciéndose a los de una nena, con su cómica diferencia entre uno y otro notoriamente expuesta; la cicatriz de la falta de apéndice, que me cocieron como a un chancho, autónoma de la lycra que la resguardaba favoreciendo la impresión de un vientre perfecto y mis otros dos labios sintiendo por primera vez, la frescura de la libertad. Todo mi yo entero bajo el sol de Brasil, sin nada que ocultar.

Es común que la desnudez a ciertas personas le siente incómoda. A mí, no. El morbo necesita de algo oscuro para crecer. Necesita algo secreto, algo anormal, algo que no se ve. Y yo era solo un cuerpo, un cuerpo normal, como cualquier otro, completamente  despojado y claro, resplandeciendo por la sal marina que impregnaba al sol en mi piel. Y sin embargo, nunca en mi vida, me sentí tan yo.

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IRIS PAULINI

LUCAS ALMADA

Publicado en Poemitas. el 8 de Octubre, 2013, 12:29 por MScalona

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No se puede leer a Bukowski de mañana

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No se puede leer a Bokouski de mañana,

no hay forma de que el aire limpio y fresco de cualquier mañana,

se ligue a una habitación amarillenta, pastosa, desordenada y decadente,

aunque mi habitación esté desordenada ahora mismo

por la mañana me gusta buscar la tibieza del amanecer,

seguir los rayos de sol a medida que avanzan en la casa;

y buscar algún orden posible, aunque no lo encuentre,

me ayuda a completar el día.

Puedo soportar limpiar el cenicero,

y levantar algún que otro vaso,

pero no resisto el sofá vomitado,

¡Juro que lo tiro a la calle de inmediato!

Tampoco los cuerpos arrojados en la pieza como palitos chinos

con las cabezas colgando desarticuladas,

y el pelo pegoteado.

A la mañana deseo la brisa que entra por la ventana

como un soplo divino;

esa caricia abstracta de la cortina

estremece cualquier cuerpo.

Nunca será comparable a las manos de esas putas,

que improvisan caricias de agradecimiento

por el techo de una noche sin taxis que las regresen a

la Vía honda.

Siempre en este horario,

voy a preferir un racimo lila de la glicina,

seduciendo a los abejorros,

que el racimo enrulado de ese pubis

que embriaga a una mosca atontada

asqueada de revolotear.

¿Se puede acaso saborear los primeros mates,

mezclado con el flujo de una concha

apretada en mi boca?  De ningún modo.

¿Puedo agarrarme la verga media muerta y pajearme,

para acabar una vez más, casi de manera definitiva,

y armonizar el jadeo de la muerte

con la voz del benteveo buscando a su hembra en lo alto del tanque da agua?

De ninguna manera,

ni siquiera por inscribirme en alguna transgresión literaria

que me bautice como maldito.

No tengo por qué arruinar

mi desayuno con ese pendejo

que expulse a fuerza de arcadas de las amígdalas

y ahora se mezcla irremediablemente

con la medialuna salada,

lo trago y listo, y espero disfrutar del próximo bocado

Todo me resulta insoportable

Tal vez haya autores para la mañana,

Para la tarde o para la noche,

Para la madrugada,

para otear la muerte,

para acompañar el desbarrancadero

o para ver el lado oscuro del sol

no lo sé

pero no voy a leer a Bowkoski esta mañana.

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                                                                                             LUCAS  A.

NATALIA LANGE

Publicado en relatos el 8 de Octubre, 2013, 12:21 por MScalona

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5 (cinco) relatos

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Nunca llegué a comprender a la envidia. Cuando era pequeña mis amigas envidiaban mis vestidos hechos por una tía política que vivía en Córdoba que me los enviaba por encomienda. Ellas vestían zapatilla Topper y yo flecha, sus ropas eran traídas de Brasil o Punta del Este o Europa, ellas tomaban Nesquik y yo el chocolate barato que el súper del barrio ponía en oferta. La envidia trae aparejado un sinfín de dolor ocasionado por el envidioso que en realidad, a estas alturas comprendí, es la persona más perjudicada, pero mientras tanto molesta. Aún me sigue pasando, tal vez me notan vulnerable pero en realidad gracias a todas esas personas (y puedo asegurar que son muchas) me hice fuerte, respondo a cualquier agresión que considero no merecer, cuidando las formas ya que como dice el dicho lo cortés no quita lo valiente. De esta manera logré erradicar de mi vida la mayoría de  gente envidiosa, aunque debo reconocer que el imán innato que tengo las sigue atrayendo.

Los cuerpos se hallaron íntimamente ligados no solo por el deseo que ardía bajo sus pieles, sino que a él le atrajo esa mirada serena, tranquilizadora que a su vida le faltaba y ella se sintió misteriosamente seducida tal vez por el par de copas de aquel vino tardío que bebió durante el postre. No les interesaba realmente qué los unió, han creído que el perfume de sus cuerpos, tan sutil, logró esa fascinación mutua que se tienen el uno al otro.

Ella camina descalza, en un ritual que se repite en cada encuentro, él la observa mientras ella desliza su cuerpo bajo las sábanas y experimentan, ajenos al exterior del cuarto un idilio exagerado, fugaz, precario tan usado y rutinario.

 Luego desde la cama ya fría él la mira cambiarse y alejarse, nuevamente descalza con los zapatos de taco alto en la mano quedándose con dudas porque ella no deja que vea su rostro al marcharse.

Desde la ventanilla del avión observé el Mar Caribe casi rozando mis pies, el color azul turquesa de sus aguas aquietaba mi acelerado pecho. Respire hondo y me sumergí en su calma, mi alma cristalina comenzó a navegar. Y me encontré en la inmensidad latente de litros de agua cálida rodeando mi piel, me sentí pequeña, insignificante en tanta inmensidad. Creí ahogarme en los remolinos de los recuerdos, comencé a bracear para que las fuertes olas aparecidas no sé de dónde, no llevaran esos ojos que me habían vuelto a traer.

Vanidad macabra del tiempo, las ruedas llegaron al suelo, abrí los ojos, la gente tomaba su equipaje, tomé mi bolso y caminé por la manga hacia la seguridad de la tierra mientras veía las huracanadas olas estrellarse contra ella entretanto mi mente aún recostada boca arriba en el mar, recibió las gotas que el sol derramaba por el desencuentro.

En el cementerio no hay almas, me dijo un día mi abuela. Solo cuerpos pudriéndose, abandonados por la luz que un día los irguió. Esa noche no dormí, imagine a los abuelos de mis amigas encerrados en cajones baratos o caros, qué carajo importa, recordé a mi amiga enferma no como hasta ese momento lo hacía sino verde moho y deshidratada, fue  allí cuando decidí que al morir  deseaba que me cremen.

Lo más loco de todo es que al otro día después de almorzar expresé mi deseo abiertamente, a mi mamá se le cayeron los platos, mi papá me retó severamente, mientras la causante de todo calmaba a su hija con abrazos fuertes, también regañándome. Fui a mi cuarto, me encerré herméticamente en él y cuando los tres golpearon la puerta no les contesté.

-Abrí la puerta, decinos de dónde sacaste eso, apenas tenés 12 años.- decía entristecida mi mamá.

Solo deslice un papel por debajo de la puerta en que les decía: Déjenme experimentar este encierro, tal vez cambie de opinión.

El accidente se ocasionó por la imprudencia de dos ciclista que no respetaron el semáforo, la moto cruzó con luz verde y aquellos dos salieron de la oscuridad. Según los testigos todo pasó muy rápido, los tres cuerpos volaron como marionetas por el aire cayendo en cada uno de los lugares en que los vemos.

Los semáforos se pusieron inmediatamente en intermitente aunque debemos reconocer que se han acercado a nosotros otras personas (también futuros testigos) afirmando rotundamente que de repente los semáforos dejaron de funcionar, será todo materia de investigación para los peritos actuantes.

Cosa del destino, imprudencia o tal vez ambos, la verdad es que se lamentan tres muertes más en accidentes de tránsito que se podrían haber evitado.

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                                                                                        NATALIA LANGE

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VALERIA GIANFELICI

Publicado en Parodias el 8 de Octubre, 2013, 12:19 por MScalona

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Se enamoró el mono

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(Parodia sobre el cuento KINCÓN, de Miguel Briante)

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El pobre no era malo, era feo no más, y en un pueblo donde lo que mandaba era la banalidad y la conservación de las buenas costumbres, se convirtió en el chivo expiatorio de la comunidad sólo por ser distinto y bastante feo. Amargado. Encima grandote, peludo y negro. ¡Aguantátela!

Al pueblo llegó de chico y como ni él sabe muy bien de qué manera, el verdulero dejó correr el rumor de haberlo encontrado en un cajón de bananas brasileras. A muchos les pareció una versión más o menos creíble y de allí a adoptar el apodo el mono, y del mono a Kincón no pasó mucho tiempo.

Lo cierto es que detrás de ese gigante malhumorado se escondía un ser amoroso y solitario, había que encontrarle la vuelta nada más o correrlo para el lado que disparaba, como solían decir en el pueblo. Claro que siempre aparecían los que en el bar le pagaban una copa de más y lo hacían engranar para reírse, eso lo confundía y mamado entero, sacaba lo peor de sí hasta que volaban sillas y a los tiros llegaba la policía que lo hacía pasar la noche en el calabozo hasta que se le fuera la curda.

Su vida dio un giro de 180 grados cuando un día saliendo de la comisaría conoció a la hija del comisario. La Tati era un ser majestuoso y angelical. Si él había llegado en un camión destartalado, sucio, cargado de cajones de bananas brasileras, ella había bajado levemente del cielo en una nube suave, envuelta en sedas y perfumada con esencias naturales.

Kincon conoció el amor y con el amor sintió las frustraciones y el desamparo. Todo lo que hacía lo hacía para acercarse a la Tati y nada le daba resultado. Se propuso dejar la bebida y se encomendó al comisario para limpiar los pisos de la comisaría o lo que hiciera falta y así fue como llegó a hacer los trabajos de jardinería primero y después  de sereno en la casa del comisario. Pobre infeliz.

Hubiera preferido terminar sus días en soledad, borracho y apestando a tabaco antes que enfrentarse a las escapadas de la Tati. Dos por tres lo sorprendía  en mitad de la noche yéndose con algún muchacho. No sólo tenía que soportar que se le estrujara el corazón viéndola irse con otro, sino que tenía que cubrirla frente al padre y tapar sus travesuras.  El desamparo le duraba hasta que unas horas después regresaba dando saltos y lo saludaba: hola monito, ¿papá duerme?  Y ágil como una lagartija se trepaba por la enredadera hasta llegar a su cuarto. Ese momento pagaba todas las noches de angustia que sufría el pobre diablo. Una noche, mientras la veía deslizarse sensualmente entre las ramas de la Santa Rita, Kincon recordó la película que vió colado en el cine, era sobre un gorila que secuestraba a una mujer y se trepaba con ella en brazos a un edificio.  Pobre negro, las ideas que se le ocurrían.

Entre la mugre de su rancho Kincón decidió llevarse a la Tati a algún lado, alejarla de esos degenerados con los que se iba casi todas las noches y quedarse con ella para siempre. Pensó que lo mejor sería ir a Brasil y para eso le pidió el camión al verdulero con la promesa de devolvérselo sano y salvo cargado de una partida de bananas gratis. Todo bajo la condición de no decirle nada al comisario. Sí sí, le respondió el verdulero  (lo corrió para donde disparó), venite mañana temprano y llevateló no más, te lo dejo con las llaves puestas.

Esa misma noche, cuando la Tati llegó de la salidita habitual, antes de que lo salude cariñosamente le torció un brazo, le tapó la boca para que nadie escuche sus desgarradores gritos de dolor y con la cachiporra que el comisario le prestaba para hacer la guardia nocturna le dio un golpe seco que la terminó desmayando. Atada de pies y manos, amordazada por si chillaba, la alzó y cuando estaban asomando los primeros rayos del sol llegó a la verdulería. La sorpresa que se llevó no se la olvida más. El comisario y todos sus buchones lo esperaban con las cachiporras lustrosas.

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                                                                   VALERIA  G..

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LAURA BERIZZO

Publicado en Cuentos el 8 de Octubre, 2013, 12:11 por MScalona

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EL MUERTO QUE HABLA

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Nunca se imaginó el Dr. Martínez Alonso cuánto cambiaría su vida esa noche. La pesca era su distracción. Cada mes, un fin de semana, se embarcaba en su viejo yatecito de madera para alternar con la rutina de médico de pueblo. Había llegado a Diamante, unos 30 años antes, detrás de una promesa de amor incumplida y se había quedado por vocación de trabajo.

El viernes, embarcó como de costumbre con las provisiones habituales: su equipo de pesca y unas refinadas botellas de Malbec, calculadas con obsesiva precisión para llegar bien nutrido al domingo al mediodía.

El éxito del primer día sólo le alcanzó para un guisadito que preparó en un abrir y cerrar de latas haciendo que el vino lo impactara más que de costumbre. Se durmió temprano con el tiempo justo para amarrar junto a la orilla. En la madrugada del sábado, lo despertó el sacudón de un fuerte golpe en la popa que sonó a madera quebrada. Soplaba un fuerte viento. Nuevamente, se apoderó de él esa sensación de alerta que creyó olvidada en el desuso de su rutina pueblerina.

Desde el ojo de buey de su pequeño camarote alcanzaba a leer Scorpio. Al salir a cubierta, lo sorprendió un velero encallado chocándolo acompasadamente. Nadie respondió a sus llamados. Se vistió y abordó. El interior del velero estaba revuelto torpemente. Recortes de diarios, prolijamente adheridos a las paredes, contrastaban con el desorden general y la escasa iluminación. Sonaba jazz. En la mesa, una botella de whisky a medio tomar.

Martínez Alonso avanzó hacia el camarote. Sobre la cama, encontró el cuerpo destrozado de un hombre cincuentón, elegantemente vestido, con la camisa abierta y el moño negro aún sujeto al cuello. El arma de fuego, una inconfundible Anaconda, caída en el piso a la derecha y adelante del cuerpo. El orificio de entrada, en el corazón, de un diámetro de 1 cm le hizo suponer un orificio de salida paraescapular izquierdo, obviamente mayor y algo ovoide. Supo por la rigidez y las manchas gravitacionales, que el muerto llevaba allí al menos cuatro horas.

A los pies de la cama, ocho fragmentos de un espejo encima de un bolso negro del cual asomaban unos cuantos fajos de billetes. No pudo menos que pensar en un rebote del proyectil. Aunque lo que más comenzaba a inquietarlo era la necesidad de explicarse quién era este hombre capaz de inflingirse cuidadosamente una doble muerte, en el cuerpo y en la imagen. ¿Por qué querría matarse dos veces?

Que era un suicidio, no le cabían dudas, a este médico de pueblo que tantas veces se había encontrado con la muerte. Agradeció la música.

En un gesto que le recordó aquellas maniobras, sacó de su bolsillo trasero izquierdo sus habituales guantes, tan útiles ahora en el manejo de la carnada, y se volvió a escudriñar el desorden del estar que comenzaba a inquietarlo aún más. Latas abiertas, ropa revuelta, cubiertos sucios juzgaron al  muerto como una persona atribulada, capaz de anudar terrible secreto, que controlaba sus impulsos y se obligaba a la elegancia y al orden aún cuando en su vida privada fuera desorganizado y poco amigo de la ropa de vestir y la alta gastronomía.

Además del whisky, lo que más llamaba la atención de Martínez Alonso era la cantidad de recortes de diarios y revistas pegados por doquier. Arriba del anafe eléctrico, colgaba de una cinta roja un pequeño un papel de diario algo gastado por el tiempo y empeorado por los vapores culinarios. Se acercó, cauteloso, a leer.

SUBASTAN EN CHRISTIE’S EL REVOLVER DE HARRY EL SUCIO

New York. Junio de 2000.

La tradicional casa de subastas Christie’s vendió el viernes pasado, en su sede del Rockefeller Plaza, el revólver Modelo 29 Colt Anaconda calibre .44 Magnum de Smith & Wesson que inmortalizó Clean Eastwood en la película Harry El sucio por la suma de 12 millones de dólares. El irónico retrato de Clint Eastwood como el inspector obtuso, cínico y heterodoxo que aparentemente siempre está en conflicto con sus jefes asentó el estilo para sus siguientes papeles y para todo un género de películas de antihéroes. La película propició un ligero incremento en las ventas del arma, que sigue siendo popular a más de cuarenta años de su estreno. El lote también estaba compuesto por las cintas originales de la banda sonora de la película, excelentes piezas de jazz compuestas por Lalo Schifrin. Fue comprado por un intermediario, aunque fuentes extraoficiales afirman que el real comprador es Oscar Alberto Martínez Rivarola, la cara visible de un cartel colombiano conocido por su debilidad para la colección de armas.

A Martínez Alonso se le heló la sangre a la vez que lo abordaban claras explicaciones para la botella numerada de Jacky Caminante Blue Label, su preferido, que profería esa elegancia impostada del muerto. Se acercó a la mesa. Un sólo vaso, con agua amarillenta de hielo derretido, chorreaba soledad sobre un artículo periodístico. Con pericia, lo apartó para leer.

CONFUNDEN A DISEÑADORA CON TERRORISTA EN EL AEROPUERTO DE EZEIZA.

Ezeiza. Abril de 2013.

La diseñadora egipcia que triunfa en Argentina Maureene Dinar es detenida en el aeropuerto de Ezeiza al ser confundida con terrorista islámica. Fue en su milenario Egipto natal donde se acercó a la moda de la mano de su abuelo sastre que tenía un taller en Alejandría. La Academia de Bellas Artes de París la acercó a la escultura, la pintura y el dibujo y alternaba sus clases pasando tiempo en el atelier de sus tíos, quienes también fueron sus maestros. Por eso no dudó en meterse de lleno al mundo de la moda. Su fama tiene alcances internacionales. Ha compartido pasarela con Paco Rabanne y Carolina Herrera.

Por suerte, el infortunio no pasó a mayores ya que la diva argentina Moria Casán, fiel admiradora suya, que se encontraba en el aeropuerto proveniente de Miami, la reconoció inmediatamente y prestó un testimonio clave para su liberación.

Escrito sobre este recorte, en trazo grueso rojo, “No puedo parar el juego.” Martínez Alonso lloró por confrontarse con su destino de pérdida. Lo sustrajo de su ensimismamiento el golpetear insistente de un papel en la hendija del ojo de buey semi abierto, en el rincón, sobre un colchón que hace las veces de silla, sofá y cama. El viento lo habría arrastrado como llamándolo. Comenzaba a clarear.

SUPUESTO ACTOR HACE SALTAR LA BANCA EN PARANÁ Y HUYE

Paraná. Viernes 14 de junio de 2013.

Un masculino, a quien los testigos identificaron como el actor Oscar Martínez, hace saltar la banca en la ruleta de Hotel Howard Johnson Plaza Resort & Casino Mayorazgo ganando un millón de dólares. Las opiniones de los jugadores que se encontraban esa noche en el casino fueron dispares. Las mujeres destacaron su elegancia: el corte italiano de los pantalones y el perfume, claramente, diseñado en exclusividad. Roque Zaldívar, portero nocturno del hotel, destacó que siempre llegaba en horarios diferentes, sin rutinas, y expresó “como si no quisiera llamar la atención”. Además, agregó que esa noche “salió con un bolso negro y caminó hacia la calle donde lo ví subirse a un taxi”. El mozo Francisco Heredia declaró a este medio: “Minutos antes de saltar la banca me pidió un whisky, no era de esos clientes que te piden siempre lo mismo, ni que te da grandes propinas, así que cuando estuvo listo, le pedí a Jamal, el chico nuevo que se lo llevara porque a mí me llamaban de otras mesas, de esas que te dan propinas fuertes, viste? Y no me la quería perder. Cuando ví que ganó, me arrepentí de no ir yo”. El crupier, Gastón Fernández, agregó: “Ganó un millón, el tipo, y cuando el mozo le trajo el whisky quedó como paralizado, agarró las fichas y se fue directamente a cambiarlas”. La cajera del casino refirió que para cambiar ese monto, derivó al sujeto a la oficina del gerente. El gerente, Alejandro Rivero, declaró que se usaron los procedimientos de rutina, sin poder agregar más detalles. Fuentes paranaenses afirman que era un asiduo jugador, muy afecto a las cábalas, cuyos números preferidos eran el 4 y al 8, y algunas posibles combinaciones con entre ellos. De hecho, esa noche ganó apostando 4 fichas al 12, informaron extraoficialmente fuentes del Casino Mayorazgo.

No podía soportar ese escenario funesto. ¿Quién podría haberle jugado esta broma siniestra? Quiso vomitar. Sus 65 años sumados a su turbación y al bambolear del velero por el viento, le ponían cada vez más difícil el camino al baño, trastabillando, a tientas, atormentado por un nuevo recorte de diario pegado sobre la puerta sin poder encontrar la forma de abrirla.

INVESTIGAN CAUSA LIGADA A LA VENTA DE ARMAS A TERRORISTAS

Rosario. Mayo 2001.

La PFA tras las pistas de un ciudadano norteamericano célebre por su vinculación a las obras de beneficencia de la mano de Donatella Versace. Buscado por lavar dinero de la venta armas a oriente. Traficante y asesino al que se lo recuerda por la estafa realizada a un grupo terrorista hace 30 años para lo que se valió de una mujer a la que habría enamorado y luego abandonado a su suerte. Se supone que ingresó al país con pasaporte falso bajo el nombre de Oscar Martínez. Las pistas de su paradero se pierden en la ciudad de Rosario…

No pudo más…Se desplomó.

Martínez Alonso se siente mareado. Mira su reloj, 08.40 a.m. Domingo 16 de junio de 2013, día del padre. Su estado se le hace insoportable. Tal vez fue el movimiento del barco. Tal vez fue el viento incesante. Tal vez el resto de whisky que se terminó. El estómago se le hace trizas, embravecido. La cabeza le pesa, somnolienta.

Tras su mirada borrosa, pudo adivinar unos ojos negros femeninos, enfundados en el uniforme de un mozo de hotel, que le sonrieron con satisfacción. La mujer lo besó en la frente, tomó el bolso negro con los billetes y salió. Volvió a dormirse en el camarote de su yate. Entre sueños, sintió cómo navegar lo reparaba en cuerpo y alma.

HALLAN MUERTO A MECÁNICO DENTAL EN VELERO EN LAS COSTAS DE DIAMANTE

Punta del Este. Jueves 20 de junio de 2013

Alberto Martínez, mecánico dental de la ciudad de Córdoba, quien escapara hace 20 años del psiquiátrico de Oliva en el que estaba internado luego de sufrir un colapso por la muerte de su esposa en manos de asaltantes comunes, fue hallado muerto en un velero que encalló en el río Paraná en las costas de Diamante, Argentina. Todo hace suponer que habría usurpado documentación para cambiar su identidad. Fuentes policiales informaron…

-          Deja el diario, papá, es un día hermoso para caminar por la playa!

Oscar Alberto Martínez Alonso tuvo la certeza de que cuanto más se esquiva el pasado, más se empecina en enfrentarte en la dirección contraria. Cerró el diario y la abrazó. Ya no lamentó haber perdido su Anaconda.

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                                                                      LAURA BERIZZO

GABRIEL CACIORGNA

Publicado en Aguafuerte el 8 de Octubre, 2013, 11:38 por MScalona
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UNA PUTA EN TU CUADRA

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(AFUERA, CON EL SARGENTO PEREYRA)

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Era una chica mil puntos. Y el pobre pibito, agarrárselas con el pobre pibito. ¡Qué necesidad! Hay que ser malparido. No tiene perdón de Dios. ¡Por qué cabeza! ¡por qué cabeza! ¿En qué cabeza cabe tanta maldad? Yo no sentí nada, oficial. Yo a las seis agarro la bicicleta y me voy derechito al trabajo. Soy portero. Sí, la bicicleta. Ahí, al lado del tapial la pongo. Pero no se oye nada. Sí, a las seis, porque hay que sacar la basura del edificio, sino la gente te tira la bronca. ¡Ojo!, todo bien con la gente del edificio. Sólo que son exigentes, eso nomás. Pero soy re buen laburante, nunca una queja. Y… hará un mes que vino. No, yo mucho trato no, hola y chau más que nada. Un par de veces he agarrado la cinta y le destapé la cañería del pasillo. Sí, esa rejilla que ve ahí, usted no sabe, larga un olor horrible cuando suben las napas. Más que eso no. Mi mamá se daba más con ella. Pero muy correcta la piba, nunca un problema. A su disposición, oficial.

(EN EL LIVING, CON EL PRINCIPAL ORDOÑEZ)

¡Qué guacho!… mirá adónde fuiste a parar Y pensar que nos escapábamos a cazar palomas de pibes. ¿Te acordás? Bah, también les dabas a perros y gatos… Y el grupo de tareas… ¡qué épocas!… Uh, sí, el Joaco. ¡Qué boludo ese pibe! Siempre meta panfletear. La vieja loca sigue buscando a su nietito. Sí, Prudencia se llama, le pega justo el nombre. Imaginate qué hubiera sido del pendejo al lado de reverendo pelotudo. Así que volviste para acá. ¿Y la empresa de vigilancia?… ah, sigue Villalba. Vos sí que la tenés clara… ¡qué pedazo de hijo de puta!

¡Que te cuente! ¿Pero no vuelve el otro tipo? Ah, a comer de garrón al tenedor libre… ¡un capo!.. ¿que te cuente qué?… bue, está bien… total entre bomberos no nos vamos a pisar la manguera.

Yo te voy a contar

Menudo regalo nos hizo la mina del pasillo con la nueva inquilina. La turra cayó un domingo bien temprano en una chata hecha verga.  Venía de comprar el diario y me la llevé por delante. Tenía una camisa ajustada, con todas las tetas al aire, como andan las atorrantas. Enseguida pidió perdón la muy guacha, con ese tonito que usan para ponerte al palo. “Cogeme” escuché yo, pero decía “disculpe” la muy puta. Así son las atorrantas, se hacen las buenitas hasta que le das el billete, ahí te ponen cara de asco. Las yeguas siempre te dejan con las ganas del elogio. No es que a uno le importe que disfruten, el tema es que nunca reconocen que te las cogiste bien. ¡No te hagas el boludo… vos lo sabés mejor que nadie, otario! Y uno vuelve con la ilusión de que alguna vez te lo festejen un poco, hasta que un día vas y se mudaron, como hizo la muy puta. Porque son medias gitanas y cada tanto se les da por cambiar de aire, pero siguen siendo yiros… les gusta la guita fácil.

Los tipos desfilan por el pasillo, y la muy puta los tiene amaestrados con los horarios para no levantar la perdiz. Vienen a la mañana temprano, después del mediodía y a la tardecita. ¡No sabés como chilla la guacha cuando se la culean!… vengo a los pedos del laburo y pego la oreja al tapial. Tiene un garche fijo a las ocho de la noche martes y jueves. Y sí, hago desastres. ¿Qué ya estoy grande para la paja?… ¿qué te hacés el boludo? ¿a vos te dan bola las minas? Porque a mí, ni ahí. ¿Que si no me da cosa por mi vieja?  No, ella juega a las cartas en el centro de jubilados, nunca está a esa hora.

¿Qué se me fue la mano? Noooo. ¿Justo vos lo decís? ¿Vos podrías vivir con una puta en la cuadra…?

¿Qué cómo fue?… sos morboso, vos. El lunes no laburé por el día del portero, pero igual me levanté temprano para destapar las cañerías. Apenas salí, la guacha se estaba metiendo al bulo al médico del dispensario. ¿A vos te parece? Con razón el tipo después llega tarde, y las negras sucias que lo están esperando se cansan, y no van a buscar las anticonceptivas y se siguen llenando de pibes. Mugrientos y piojosos, con esas chuzas, las uñas llenas de tierra, los pañales cagados. Y el guacho en lugar de empastillarlas, de achurarles las trompas, se divierte con la puta de mi vecina. Seguro que la chupapija, además de cobrarle, se

hace dejar pastillas… a éstas les encanta andar por la vida medio drogadas.

Al rato, yo estaba renegando con la cinta en la vereda, cuando se acercó y me habló. Primero creí oir “cogeme toda”, pero la muy guacha me estaba diciendo “Rogelio, usted

no sería

tan amable

de pasarle la cinta

a la cañería del pasillo, que esa

rejilla

del medio

larga un olor

impresionante”.

Acepté. Y no me costó mucho, aunque estaba seguro de que sacaría una parva de forros usados, pero no. Nomás barro y un sachet de mayonesa Hellmans. ¿Vos podés creer que la guacha tampoco tira los forros en la basura?… eso te lo firmo, porque le reviso las bolsas. Capaz se la pongan sin nada, porque seguro que a esta mina le encanta que la llenen de leche. O a lo mejor los entierre la muy zorra, como hacen los animalitos, para borrar los rastros y después andar por las calles haciéndose la señora.

Ayer cuando salí me estaba esperando en la puerta del pasillo. “Entre un segundo, Rogelio, que tengo algo para agradecerle el trabajito”, me dijo con esos labios carnosos y después se dio vuelta. Y movía las caderas como lustrando las paredes del pasillo y el vestido le marcaba ese culo prodigioso.

Y como no podía esperar la recompensa, ni bien abrió la puerta de la cocina, la arrinconé. Le apoyé la pija de lleno contra la solera, le besé el cuello mientras le tapaba la boca con una mano y con la otra buscaba esa concha caliente y angurrienta. Apenas se la rocé con los dedos, me saltaron chorros de leche.

“¿No querías ésto puta?” le dije con la garcha viscosa en la mano… le dije y la muy yegua fingió una mirada de espanto, pero seguro me estaba sobrando, como si yo no fuera lo suficientemente macho para cogerme a un minón como ella. ¡Pedazo de hija de puta! En la mesada, al lado del cuchillo que usé, había una tarta de manzanas tibia.

¿Ah, querés que te cuente del chiquito? Bue, no hice mucho ruido pero igual se despertó. Cuando sentí llorar a un bebé fui a la pieza y estaba ahí. Era un piscuito, seguro enfermo, porque al lado de la cuna había una mesita llena de remedios. Las putas hacen cualquiera en el embarazo, siguen garchando, fuman, se falopean, chupan y los nenes les nacen fallados, es una fija. Lo alcé para que se callara, pero el pibito lloraba desconsoladamente. Y yo no lo aguantaba más, aparte tenía que limpiar un poco y rajar al edificio. Y ahí fue cuando pensé… ¿qué puede salir de una atorranta como ésta? ¿qué futuro le espera al pendejito? Ninguno, ninguno. Y lo estrolé contra el piso. Era tan tiernito el guacho, tan tiernito, que quedó hecho una mancha casi.

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                                                                                                            gabriel SÉ

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-