ALEJANDRA MAZZITELLI
Publicado en Ensayo el 29 de Agosto, 2013, 23:03 por MScalona
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Rosario, en una fría
noche de 2013
Enigmático y
querido Bartleby:
Anhelé por casi
medio siglo este momento, el instante de
realizar esta carta, por eso me encuentro sacudida por el imperioso deseo
de que ella llegue a destino, llegue a
tiempo: a tu tiempo, tus manos, tu
mirada… a vos. ¿Será eso posible?. Al menos por esta vez ¿”Preferirás”
tomar mi carta, hacerte lugar en
ella?
Leí, ya no recuerdo cuando ni dónde, que estabas
muerto. Algunos dicen que te mató tu
porfía demencial, yo en cambio creo que al igual que a mi, te mato tu tiempo y
aquellos primeros demenciales
des-semejantes. Tal vez te sorprendas al saber que el fin de tu vida fue el
principio de mi muerte.
Dicen que no soportaste más tu trabajo, que
“preferiste no hacerlo” y que un día
cualquiera y ante el asombro de todos te negaste a seguir quemando cartas, aquellas
cartas muertas.
Si tu siglo fue el siglo
de las cartas muertas, el mío fue el de los poetas muertos. OH, humanidad
desdichada!, ¿Cómo puede habitarse lo humano sin lugar a la poesía, sin espacio
para el decir, sin la palabra y la escucha?.
Quiero abreviar tu nombre, serás para mi simplemente
Bart. El resistente Bart.
¿Que te parece si elevamos
juntos la raíz de tu hermoso nombre hasta convertirlo en un significante?.
Preferiría situarte en
el linaje de otros dos míticos Bartolomeos; Bart Vanzetti, a quien seguramente
en tu vida habrás conocido, incluso personalmente y Bart Simpson paradigmático
personaje televisivo de mi tiempo, de quien ya te contaré.
Recordarás claramente como la
ejecución de Nicola y Bart hizo
estremecer a Washington, incluso deduzco ahora, pudo haber
sido alguna esquirla de dichas muertes las que hayan provocado el cierre de la
administración encargada de las cartas muertas y junto a ello tu fatal despido.
Cada vez que muere una
letra reina otra pantalla, entonces - como
no podía ser de otra manera- tiempo después nacía nuevamente Bartolomeo, solo
que ahora bajo la forma de un Simpson, un retoño Yanki Bart que posee la inmor(t)alidad de la
pura imagen.
Escuche decir que recibiste
una carta de un tal Lázaro Covadlo, yo
también lo conocí allá por los setenta y
pico del siglo pasado cuando estaba como
tantos otros, en el Exilio.
Que odioso me resultó
ese tipo. A vos te vio como un incapaz autista y a tu jefe lo rotuló como
“…buen representante de un mundo ordenado, apacible y cristiano”. Me reí mucho al imaginarlo enfurecido y no
pudiendo soportar la idea de que el Canal de Panamá pudiese no haber sido construido!.
En cambio a mí si algo
me ensañaron las cucarachas de la razón
instrumental, si hay algo que aprendí
con mi muerte, fue precisamente: dudar del progreso.
Mientras transite ese
insólito lugar llamado tierra y ese fugaz tiempo llamado vida, me dedique a la
palabra, mejor dicho a la escucha de la palabra. Había por aquellos tiempos un
bello oficio, un oficio inclasificable, un oficio que pretendía “curar por la
palabra” y que tenía el raro nombre de psicoanálisis.
Dicho oficio nació de
los restos de los poetas muertos. Nunca dejamos de aprehender de los poetas.
Ellos fueron nuestros únicos maestros. Se trataba de hacer lugar a la palabra a
través de la escucha. Para que entiendas tan subversiva idea te voy a contar
una bella historia narrada por Henning
Mankell
Contaba Henning que
estando en Maputo, Capital de Mozambique, en el Teatro Avenida, único en dicho país
y en el que trabaja como
dramaturgo, director, muchas veces
el africano calor lo hacía salir fuera y compartir un pobre asiento
situado bajo una única sombra. Estando
alguna vez allí sentado junto a dos ancianos negros, comenzó a escuchar el
relato que uno de ello comenzó a hacerle respecto de una historia sorprendente
acerca de algo que le había ocurrido cuando era un niño. Sucedió también que dicha
historia resultó ser muy larga para el blanco Henning, quien en mitad de la misma partió, no sin la
culpa necesaria que le impulsara a volver al otro día para conocer su final.
Solo que, no siempre hay “otro día”, a su regreso a aquel sombreado asiento el hablante niño-anciano ya había muerto.
Nunca olvidará Mankell cuando
a su regreso le fueron dichas estas palabras: “No es esa una buena manera de
morir, nadie debiera morir antes de haber terminado de contar su historia”.
A partir de ese momento,
dice el Sueco escritor haber comprendido -nada más ni nada menos- que es un ser
humano. Para él no deberíamos ser llamados Homo Sapiens, sino Homo Narrans.
Somos el hombre narrado
y el hombre que narra.
Somos los narradores de
historias, somos los únicos seres de la tierra que existimos en y por la
narración, narramos nuestros sueños, nuestras fantasías, narramos para sortear
nuestras angustias, narramos para existir.
Advierte Mankell el
atolladero en el que están los tecno-hombres del siglo XXI, a partir del
momento en que trocaron el tiempo por la inmediatez han perdido la capacidad de permanecer en silencio
y por ende de escuchar.
Si no hay escucha, no
hay relato posible. Sin relato, no hay historia y sin historia no hay experiencia que pueda considerarse humana.
Es por eso Bart que en
esta carta va contenida, condensada mi mayor anhelo, la de que en tu escucha
pueda albergarse mi palabra para así y solo así, renacer.
Escucha y palabra,
engendrando narraciones, puentes simbólicos que en vez de mercancías inútiles a
través del mal oliente y estrecho Canal de Panamá, transporten aquellas fantasías capaz de repoblar nuestra psique.
Si como dice el mito Dios
venció a la muerte es porque, Dios es
Inconsciente.
Amigo, pude no haberte
escrito esta carta pero, preferí
hacerlo.
Un abrazo grande y colmado de ilusiones por lo que advendrá.
Alejandra Mazzitelli
Agosto
2013.
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