Agosto del 2013
Publicado en Aguafuerte el 30 de Agosto, 2013, 14:09
por MScalona

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CONTRATAPA
Atrapar el aire
Por Rosario Spina
"Son ángeles que vuelan mal, lastrados por un pesado secreto: el de la miseria". Elena Poniatowska
La ciudad aletea como un animal herido. El colectivo avanza desganado por calle Oroño y dobla en Tucumán. Hubo que desviar por la explosión. En Dorrego suben unos cuantos nenes que no deben pasar los 10 años. Uno salta ágil el último escalón. Los miro mirarse. Ríen como ríen los chicos cuando se delatan en una travesura. El último de ellos paga el boleto. Solo uno.
Un boleto.
El chofer no arranca. O pagan o se bajan, les dice.
La guardia urbana está justo ahí frente al colectivo. Con todo este caos, en cada cuadra hay policías. Los veo difusos a través de la ventanilla salpicada de gotitas de barro. Miran el bondi con mirada incógnita.
"Aguantame el boleto, chofer", dice uno de los nenes. Yo lo escucho mientras hablo por teléfono con mi hermana. Me doy vueltas para ver. A pesar de que el colectivo está casi vacío, los chicos se ubican dispersos, aislados unos de otros. Compruebo que en verdad deben rondar la edad de mi sobrino más grande.
El chofer insiste.
--Paguen o se bajan. Vamos.
La gente comienza a ponerse ansiosa; sin embargo nadie los mira. Por unos segundos cada quien simula seguir en lo suyo. Algunos se entretienen observando por la ventana un paisaje aburridísimo de estático, como si el colectivo estuviera andando. Mi hermana nota que tardo en responderle; me pregunta qué pasa. Le cuento con palabras sueltas. A través de un teléfono es difícil comprender la situación cabalmente. Lo primero que me dice es ojo, tené cuidado.
Un hombre reacciona.
--Vamos che, que voy a laburar y se hace tarde.
--Dale chofer, no pasa nada --dice uno de los chicos que se sienta más alejado.
Mi hermana retoma el hilo, me cuenta de su trabajo. De las cosas que quiere preparar para la comunión de Fausto. Que tendrá que comprarle camisa y zapatos nuevos. Yo intento concentrarme pero no puedo dejar de pensar en esos chicos.
La ciudad está alterada en el sentido literal de la palabra. Todos estamos un poco en el otro. En la piel de.
Entretanto, alguien que los nenes verán desde la otra punta del colectivo se anima a romper el delicado equilibrio. A desafiar el modo automático del no te metás.
Se levanta.
--¿Cuántos boletos les faltan?
Es alguien que quizá vio en esos niños a su hijo o a su sobrino. Ahora, la tarjeta sin contacto establece un nexo, una unión. Un gesto que tal vez engendre otros futuros gestos de bondad. Alguien decide --una vez más, en una ciudad desgarrada-- pararse desde el amor.
La chica pasa la tarjeta varias veces. El señor, el que va a trabajar, niega con la cabeza, le dice: "No, flaca". Quiere dar a entender que así, de esa manera, no van a aprender nunca.
Quien sabe...
Pero apenas la chica vuelve a su lugar, escucho que ahora el hombre les habla a los nenes. Les dice que la próxima tienen que preguntar, que no pueden subir de esa manera. Les habla de un modo extraño, entre el amor y el reto. No sé si ese señor tendrá hijos. Pero les habla en ese tono, como si ellos lo fueran.
Les enseña. Les está enseñando.
Pararse desde el amor. Entender que cada día somos testigos de imperceptibles desamparos. Entender a cuántas criaturas se les cae encima la vida mucho antes de que puedan comprenderla. Saber que también por esto hay que hacer algo.
Llego a mi parada. Toco el timbre y me bajo. Apenas pongo los pies en la vereda el colectivo arranca. Uno de los nenes saca la mano y cruzamos miradas un segundo. Pienso que va a saludarme. Pero no. Está jugando con el movimiento. Quiere atrapar el aire
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Publicado en Ensayo el 29 de Agosto, 2013, 23:03
por MScalona

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Rosario, en una fría
noche de 2013
Enigmático y
querido Bartleby:
Anhelé por casi
medio siglo este momento, el instante de
realizar esta carta, por eso me encuentro sacudida por el imperioso deseo
de que ella llegue a destino, llegue a
tiempo: a tu tiempo, tus manos, tu
mirada… a vos. ¿Será eso posible?. Al menos por esta vez ¿”Preferirás”
tomar mi carta, hacerte lugar en
ella?
Leí, ya no recuerdo cuando ni dónde, que estabas
muerto. Algunos dicen que te mató tu
porfía demencial, yo en cambio creo que al igual que a mi, te mato tu tiempo y
aquellos primeros demenciales
des-semejantes. Tal vez te sorprendas al saber que el fin de tu vida fue el
principio de mi muerte.
Dicen que no soportaste más tu trabajo, que
“preferiste no hacerlo” y que un día
cualquiera y ante el asombro de todos te negaste a seguir quemando cartas, aquellas
cartas muertas.
Si tu siglo fue el siglo
de las cartas muertas, el mío fue el de los poetas muertos. OH, humanidad
desdichada!, ¿Cómo puede habitarse lo humano sin lugar a la poesía, sin espacio
para el decir, sin la palabra y la escucha?.
Quiero abreviar tu nombre, serás para mi simplemente
Bart. El resistente Bart.
¿Que te parece si elevamos
juntos la raíz de tu hermoso nombre hasta convertirlo en un significante?.
Preferiría situarte en
el linaje de otros dos míticos Bartolomeos; Bart Vanzetti, a quien seguramente
en tu vida habrás conocido, incluso personalmente y Bart Simpson paradigmático
personaje televisivo de mi tiempo, de quien ya te contaré.
Recordarás claramente como la
ejecución de Nicola y Bart hizo
estremecer a Washington, incluso deduzco ahora, pudo haber
sido alguna esquirla de dichas muertes las que hayan provocado el cierre de la
administración encargada de las cartas muertas y junto a ello tu fatal despido.
Cada vez que muere una
letra reina otra pantalla, entonces - como
no podía ser de otra manera- tiempo después nacía nuevamente Bartolomeo, solo
que ahora bajo la forma de un Simpson, un retoño Yanki Bart que posee la inmor(t)alidad de la
pura imagen.
Escuche decir que recibiste
una carta de un tal Lázaro Covadlo, yo
también lo conocí allá por los setenta y
pico del siglo pasado cuando estaba como
tantos otros, en el Exilio.
Que odioso me resultó
ese tipo. A vos te vio como un incapaz autista y a tu jefe lo rotuló como
“…buen representante de un mundo ordenado, apacible y cristiano”. Me reí mucho al imaginarlo enfurecido y no
pudiendo soportar la idea de que el Canal de Panamá pudiese no haber sido construido!.
En cambio a mí si algo
me ensañaron las cucarachas de la razón
instrumental, si hay algo que aprendí
con mi muerte, fue precisamente: dudar del progreso.
Mientras transite ese
insólito lugar llamado tierra y ese fugaz tiempo llamado vida, me dedique a la
palabra, mejor dicho a la escucha de la palabra. Había por aquellos tiempos un
bello oficio, un oficio inclasificable, un oficio que pretendía “curar por la
palabra” y que tenía el raro nombre de psicoanálisis.
Dicho oficio nació de
los restos de los poetas muertos. Nunca dejamos de aprehender de los poetas.
Ellos fueron nuestros únicos maestros. Se trataba de hacer lugar a la palabra a
través de la escucha. Para que entiendas tan subversiva idea te voy a contar
una bella historia narrada por Henning
Mankell
Contaba Henning que
estando en Maputo, Capital de Mozambique, en el Teatro Avenida, único en dicho país
y en el que trabaja como
dramaturgo, director, muchas veces
el africano calor lo hacía salir fuera y compartir un pobre asiento
situado bajo una única sombra. Estando
alguna vez allí sentado junto a dos ancianos negros, comenzó a escuchar el
relato que uno de ello comenzó a hacerle respecto de una historia sorprendente
acerca de algo que le había ocurrido cuando era un niño. Sucedió también que dicha
historia resultó ser muy larga para el blanco Henning, quien en mitad de la misma partió, no sin la
culpa necesaria que le impulsara a volver al otro día para conocer su final.
Solo que, no siempre hay “otro día”, a su regreso a aquel sombreado asiento el hablante niño-anciano ya había muerto.
Nunca olvidará Mankell cuando
a su regreso le fueron dichas estas palabras: “No es esa una buena manera de
morir, nadie debiera morir antes de haber terminado de contar su historia”.
A partir de ese momento,
dice el Sueco escritor haber comprendido -nada más ni nada menos- que es un ser
humano. Para él no deberíamos ser llamados Homo Sapiens, sino Homo Narrans.
Somos el hombre narrado
y el hombre que narra.
Somos los narradores de
historias, somos los únicos seres de la tierra que existimos en y por la
narración, narramos nuestros sueños, nuestras fantasías, narramos para sortear
nuestras angustias, narramos para existir.
Advierte Mankell el
atolladero en el que están los tecno-hombres del siglo XXI, a partir del
momento en que trocaron el tiempo por la inmediatez han perdido la capacidad de permanecer en silencio
y por ende de escuchar.
Si no hay escucha, no
hay relato posible. Sin relato, no hay historia y sin historia no hay experiencia que pueda considerarse humana.
Es por eso Bart que en
esta carta va contenida, condensada mi mayor anhelo, la de que en tu escucha
pueda albergarse mi palabra para así y solo así, renacer.
Escucha y palabra,
engendrando narraciones, puentes simbólicos que en vez de mercancías inútiles a
través del mal oliente y estrecho Canal de Panamá, transporten aquellas fantasías capaz de repoblar nuestra psique.
Si como dice el mito Dios
venció a la muerte es porque, Dios es
Inconsciente.
Amigo, pude no haberte
escrito esta carta pero, preferí
hacerlo.
Un abrazo grande y colmado de ilusiones por lo que advendrá.
Alejandra Mazzitelli
Agosto
2013.
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Publicado en Cuentos el 23 de Agosto, 2013, 11:59
por MScalona
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La noche en que los mellizos Pequenino tiraron el Fiat 600 a la pileta
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Uno se da cuenta de las cosas generalmente cuando ya es un poco tarde. Y si te cae la ficha es porque algo ocurrió que de repente te revela la trama secreta del universo. Eso fue lo que me pasó cuando encontré en el desván de mi vieja el destartalado tocadiscos Winco que yo escuchaba allá por los 60.
Calculo que me lo habrán regalado para algún cumpleaños y recuerdo que acompañó mi adolescencia entera. Era la estrella de esos bailes de entrecasa que, durante la secundaria, organizábamos con mis amigos –asaltos se les decía- fiestas donde se ligaban y deshacían nuestras primeras relaciones con el sexo opuesto.
La recuperación del Winco, su laboriosa reparación y efímero disfrute me llevaron a recordar, entre tantas otras cosas, la famosa noche en que los mellizos Pequenino tiraron el Fiat 600 a la pileta y en la que yo perdí para siempre el amor de Sandra. Y de paso también, simultáneamente, alcancé a aprender la inasible esencia del devenir.
Reparar el artefacto no fue fácil, luego de recorrer con él diversas tiendas de reparación de electrodomésticos donde era rechazado “in limine” fui a dar con un desordenado antro donde, entre esqueletos de viejos televisores, videocaseteras putrefactas y amputadas bandejas giradiscos, un señor de edad indefinida defendía el antiguo oficio de arreglador de equipos de audio y video. Luego de observarse mutuamente –el Winco y el señor- este dijo con desgano “déjemelo, algo vamos a hacer”.
Conseguir los repuestos fue un parto, creo que el pudor me evitó preguntar por ellos en alguna casa de electrónica. Me amparé en el anonimato de internet y después de mucha búsqueda y consultas con el arreglador para ver si se podían adaptar las cosas que me ofrecían, logré hacerme de lo esencial. El buen hombre seguramente apiadado por mis esfuerzos dijo al fin “tráigame lo que tenga, ya veré como lo hago funcionar”.
Y la cosa resultó, un día llamó para avisarme que el aparato estaba reparado y que fuera a buscarlo. Creo que colgué el teléfono y salí corriendo para allá. Con amorosa preocupación lo llevé a casa y lo instalé en la mesita que hacía tiempo le había destinado. La pila de viejos discos de vinilo estaba ya desempolvada.
Esperé la ocasión propicia. Una tarde de sábado, en que mi mujer había salido a visitar a su mamá y mis hijos se habían evaporado como de costumbre, entreví que una in despreciable oportunidad se abría para mí. Me instalé en el living, maniobrando las persianas atenué la claridad que venía de afuera, me agencié de una copa de licor de huevo –sé que desentona pero es mi debilidad- y me apresté al disfrute.
Tomé un disco al azar -¿habrá sido al azar?- era un viejo long play de Mina. Lo limpié de nuevo con una franela, lo deposité en la bandeja y con extrema delicadeza le apoyé la púa. Al instante me envolvió la maravillosa y sensual voz de la cantante italiana. Sumergido en el sillón, con la copa en la mano, los ojos cerrados, me entregué a la música y los recuerdos Sentí que comenzaba a fluir a mi memoria –seguramente eso era lo que anhelaba desde que recuperé el Winco- aquella inolvidable noche en el club, la noche en que los mellizos Pequenino tiraron el Fiat 600 a la pileta.
Teníamos entonces 16-17 años, con Sebastián estábamos perdidamente enamorados de las terriblemente lindas hermanas Rivera. Sandra, la menor, era la mía en mis deseos. Angélica era para el Seba. No recuerdo haber visto jamás muchachas tan hermosas, tan bien proporcionadas, simpáticas, y con esa pizca de descaro que las volvían perfectas. Sabedoras de su poder, seducían a todo el mundo con la inocencia que solo la pura belleza les podía otorgar.
Era al comienzo de la primavera, cuando las hormonas se desordenan, los pajaritos cantan y los animales se aparean. Los fines de semana se organizaban en el club aquellos bailes para juntar plata para el viaje de fin de año. Fue en uno de ellos que decidimos con Seba tirarnos a la pileta, dejar se sufrir y encarar en firme a las Rivera, a cara o cruz. Sigo creyendo que teníamos buenas posibilidades, si bien ellas eran gentiles con todo el mundo, sentíamos que hacia nosotros había un trato especial, que no prescindía de la atracción.
Los bailes en el club los organizaba la escuela, junto con la comisión de padres. Por eso en los mismos había que sufrir a veces la presencia de los indeseables, puestos allí para vigilar las conductas de los adolescentes. Aquella noche, recuerdo, el vigilador principal era el abominable viejo Turlét, jefe de celadores, universalmente odiado por su impertérrita conducta hostil a todo lo que oliera a desorden, alegría, juventud. Su presencia en la barra fue un bajón.
Con Sebastián habíamos previsto todo. Determinamos que después de revolotear como al descuido por todas partes invitaríamos a bailar a las hermanas Rivera. Sabíamos que aceptaría sin problemas, ya he dicho que con nosotros tenían una onda especial. En determinado momento yo le haría una seña al DJ para que pasara el disco de Mina –de quien Sandra era fanática- que había llevado ex profeso. Y de ahí cada cual se entregaría a su suerte.
Pero un hecho preanunció el desastre de aquella noche. El maldito viejo y milico Turlét que se paseaba vigilante por la barra, por el parque que rodeaba la pileta y la cancha de básquet –que era la pista de baile- descubrió a un grupo de muchachos ingiriendo cerveza. En estos bailes solo se vendían jugos o gaseosas, por lo que los chicos, ayudados por algunas niñas, no tenían más remedio que ingresar de contrabando las bebidas alcohólicas. Esto era sabido y tolerado siempre que no se desmadrara.
Pero para Turlét eso era intolerable, hubo corridas, gritos, conatos de agresión, intervención de gente del club y finalmente un pequeño grupo de chicos y chicas fue invitado a abandonar las instalaciones. Nunca había pasado nada parecido, un sentimiento de bronca y frustración nos invadió a todos que confusamente entendimos que la cosa no debería terminar así, pero luego de un momento de vacilación, la fiesta continuó normalmente.
Al poco tiempo ya tenía a Sandra en mis brazos y podía ver en el otro extremo a Seba con Angélica. Cuando empezó el disco de Mina sentí que el cuerpo de mi compañera se estrechaba aún más al mío mientras me empezaba cantar susurrante al oído Sono come tu mi vuoi -Sandra iba a la Dante y usaba impiadosamente el italiano para seducir, si su vieja lo hubiera sospechado la cambiaba inmediatamente de escuela-
Sentado en el living de mi casa, tantos años después, volví a percibir el suave aliento de Sandra en mi oreja, su perfecta imitación de la sensual voz de Mina, mientras yo … creo que nunca volví a tener una erección igual.
Nuestros labios apenas habían comenzado a rozarse, cuando veo aparecer a Sebastián con el rostro desencajado como aguantándose las lágrimas, atrás Angélica, indignada. No entendí nada hasta que una seña de Sandra me avivó. Una gran mancha insidiosa oscurecía el pantalón de mi amigo a la altura de los genitales. Lo tomé de un brazo y lo llevé aparte. Angustiado y avergonzado me explicó, las cuatro botellas de cerveza que había tomado para darse ánimo habían decidido salir sin permiso por la punta de su pene, justo en el momento culminante de su excitación.
No podía dejar solo a Sebastián en un momento así, era y es mi mejor amigo. Por supuesto que él no quería quedarse un minuto más en la fiesta, de modo que tuve que acompañarlo, cuando saludé de lejos con la mano a Sandra para despedirme un frio invernal cayó sobre mis huesos. Nos fuimos del baile cinco minutos antes que los mellizos Pequenino tiraran el Fiat 600 a la pileta.
Los mellizos Pequenino, en el Fiat 600, atravesaron lentamente en línea recta el césped que rodea la pileta y al llegar al borde aceleraron. Mientras el auto se hundía abrieron las puertas y se tiraron al agua, emergieron con una sonrisa en los labios y haciendo una V con los dedos de la mano izquierda. La sorpresa, el griterío, la emoción, la incontenible algarabía fue de todos. El Fiat 600 era de Turlét.
Eran los 60, década fértil en rebeldías. Comenzaba a gestarse una generación que llevaría sus ideales a la línea del frente. No creo que mis hijos hoy puedan entenderlo. Algunos de los muchachos y chicas que estaban bailando esa noche en la fiesta, habrían de pagar muy caro sus sueños de justicia pocos años después.
A los Pequenino los expulsaron de la escuela y del club, pero ganaron en cambio una aureola de héroes románticos que los llevó directo al corazón de las hermanas Rivera, de quienes también ellos estaban enamorados.
Sentado en living de mi casa, envuelto en estos recuerdos, escuché de pronto como la increíble voz de Mina se deformaba en un sonido horroroso y luego el silencio. El disco había dejado de girar. Me incorporé extrañado, levanté el brazo con la púa, lo volví a apoyar y nada. Repetí esta acción varias veces sin el menor resultado. El Winco ya no funcionaba, la reparación no había durado ni siquiera un disco.
Frustrado, salí al balcón, la indignación me cegaba, me sentía engañado, ese falso experto de morondanga me había cobrado una fortuna para un arreglo que no duró más que un suspiro, ya iba yo a cantarle las cuarenta el mismo lunes. Esto pensaba furioso acodado en el balcón ese atardecer de finales de otoño, cuando de repente… me cayó la ficha.
Comprendí de golpe, que todo era inútil. Reparar el Winco era tan imposible como volver a mis diez y siete. Que nada ya me llevaría de vuelta a los brazos de Sandra, de la Sandra de 15 años de los 60, ni a ninguna otra parte de mi juventud, con sus amores y rebeldías. Me di cuenta que todos estamos condenados a correr siempre hacia adelante mientras sentimos como se cierran, para siempre, las puertas que vamos dejando atrás. Cuando entendí eso, tome una bolsa de consorcio, introduje con calma a mi Winco en ella y bajé a la calle. El bulto y los discos quedaron en el contenedor. Volví a mi departamento me hundí de nuevo en el sillón del living, previo servirme otra copita de licor, y allí me dejé estar. Al lunes siguiente compré un CD de Adele. Aún no lo escuché, dicen que canta bien, pero no creo ni por un momento que me lleve a las vibraciones que supo llevarme Mina.
Pero bueno, habrá que conformarse.
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TOMÁS
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Publicado en Cuentos el 23 de Agosto, 2013, 11:56
por MScalona

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CONTIGO APRENDÍ
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Se casaron en abril. Como era costumbre en la época, a nadie sorprendía la juventud de Perla ni el corto noviazgo que habían sostenido. Apenas unas cuantas visitas desde que Enrique había llegado al pueblo bastaron para acordar el matrimonio.
Monigotes es una colonia agrícola en la provincia de Santa Fe poblada principalmente por familias judías. Los Linbel eran alemanes no judíos radicados allí desde 1907, por eso , al recibir la noticia que un sobrino suyo herido en la guerra vendría a recuperarse a su estancia, para evitar prejuicios y asperezas con los habitantes del pueblo, le aconsejaron que se nacionalizara sin demoras y renunciara a sus dos primeros nombres de pila. Gustav Adolf Heinrich Linbel fue en adelante Don Enrique.
Perla era la hija mayor de la directora de la escuela del pueblo. Para Perla pronto su esposo recibiría el apodo de Gringo.
La misma tarde en que se casaron se trasladaron a Rosario. La noche de bodas la pasarían en la casa que Enrique había comprado en el barrio refinería.
Perla se acomodó en la cama oscilando la mirada entre el techo de la habitación y la cara de su esposo. Él se enderezó un poco en la cama, y mientras desabrochaba los 16 botones del camisón, deslizándolo desde los hombros hacia abajo para desvestirla, le hablaba:
_ Mirá, en el matrimonio lo más importante que tenemos que lograr, es la confianza. Eso es lo que nos va a permitir ser felices. Aunque no lo creas la vamos a lograr bajo estas sábanas. Esa confianza no va a surgir hasta que uno de nosotros dos no se tire el primer pedo.
El pedo sonó como tela desgarrada y el olor no tardó en ascender.
Perla escapó de la cama, desnuda, riéndose a carcajadas hasta que las lágrimas le brillaron en los ojos. Enrique la miraba: El vientre y las tetas se agitaban con la risa, los pezones erizados, las piernas largas y delgadas, el monte de Venus cubierto de vello oscuro, ella sólo atinaba a cubrirse el rostro con las manos para atenuar el olor. También riendo, desnudo, se levantó a abrazarla. Ella no sintió vergüenza de mirarlo: la herida debajo de la tetilla derecha, los brazos, el cuello ancho, los ojos azules, las manos, y en esa deriva de la mirada pasaba una y otra vez por la erección de la verga sin asombrase ni sonrojarse por eso.
- Disculpame tesoro/Schatz – susurró el Gringo mezclando las dos lenguas.
Se abrazaron, primero de pie. Enrique conducía las manos de ambos, llevaba adelante el orden de las caricias. Lo que vino después, en la cama, los puso a la par en iniciativa y placer.
A la mañana siguiente Perla recordó sus lecturas de las Mil y Una Noches y sintió que recién ahora comprendía el sentido de muchas de esas historias.
La primera hija fue mujer y la llamaron Alma, dos años más tarde nació Alfredito.
Enrique consiguió trabajo como perito clasificador de granos y comenzó a viajar a La California, un paraje que recibió su nombre de un vagón que quedó allí proveniente de Los Ángeles, California. El conteiner tenía escrito L.A. California y así le donó su nombre a la estación. Los viajes de Enrique se prolongaban a veces durante cuatro o cinco días y ella se quedaba sola con los dos chicos así que decidió darle hospedaje a Juana, una chica que había sido madre soltera en el conventillo de enfrente y su padre había echado de la habitación. El acuerdo con Juana era por casa y comida pero la ausencia del Gringo hizo que Juana y Perla compartieran además de la crianza de sus hijos y los quehaceres domésticos, algún radioteatro de la tarde, lecturas y conversaciones durante la noche.
Las dos superaban apenas los 20 años, Juana esperaba ansiosa a que los dos varoncitos se durmieran porque sabía que Perla entonces leía. Primero para Alma hasta que la nena también se dormía y luego para ella. Muchas veces, cuando el Gringo estaba de viaje Perla le permitía acostarse en la cama con ella y leían hasta la el amanecer. A veces, durante la madrugada, volvía Enrique y las encontraba durmiendo juntas pero nunca se había enojado por eso.
Enrique sentía en esos días que tenía que recuperar a su esposa de un tiempo de infancia que había invadido la casa. La llamaba entonces su Blancanieves. Sorprendía a los niños con regalos escondidos en los bolsillos y sobornaba a Juana enviándola con los chicos a la matiné de tres películas continuadas. Así lograba quedar solas con su mujer. Ella lo complacía, pero la vida, su deseo, sus sueños cada vez estaban más distantes de esas visitas matrimoniales.
Juana y Perla pintaron los árboles de la vereda y los troncos de las palmeras del ingreso con cal. Colgaron alcanfor en una bolsita del cuello de Alma que para entonces ya iba a la escuela. La radio indicaba las medidas preventivas para evitar el contagio de la polio que ya se había llevado decenas de niños y dejado otros tantos con secuelas irreversibles. Alfredo y Raúl contrajeron la enfermedad a pesar de las medidas.
Cuando llegó el Gringo, Juana, en la cocina, preparaba café y una enorme olla de puchero para la parentela. Perla se ocupaba de tapar los espejos para el velatorio. En la habitación de Juana , Alma esperaba con el caballito de juguete que él le había traído, sin entender lo que había sucedido. Encerrada en el cuarto de servicio esperaba que quizás su papá pudiera darle alguna explicación acerca de dónde se habían ido Raúl y su hermanito. Enrique no supo cómo hacerlo.
Juana se mudó a la habitación de Alma y Perla decidió alquilar el otro dormitorio. Colocó carteles en varios negocios y cerca de la facultad de Ciencias Médicas.
No tardó en aparecer el primer postulante:
Alejandro Lamas- se presentó- intentando una broma sobre la similitud o cacofonía entre su nombre y el autor de La Dama de la Camelias.
A Perla, la presentación le sonó inapropiada y pedante pero decidió que la situación no era para ponerse selectiva con el temperamento de los huéspedes así que le mostró la habitación y acordaron el precio.
Alejandro no trajo más que algo de ropa y dos o tres libros por lo que Perla pensó que no sería un estudiante muy aplicado y que quizás pronto estaría buscando nuevo inquilino.
Era diciembre y el calor obligaba a dejar puertas y ventanas abiertas. Las habitaciones se comunicaban unas con otras excepto la del inquilino que era un altillo en la parte superior del patio. Pero el único baño de la casa estaba en el patio, de modo que Alejandro, cuando bajaba para usar el sanitario, solía ver a Juana durmiendo con Perla en la cama matrimonial, semidesnudas, con los libros tirados por el piso, a veces abrazadas. Lo excitaba pensar que entre las dos mujeres había una relación amorosa.
La ausencia del Gringo se había vuelto cada vez más prolongada, en las semanas que llevaba viviendo en casa de la Sra. de Linbel , Alejandro no había conocido a ningún señor Linbel y eso alimentaba las fantasías del estudiante.
Habitualmente Alejandro aprovechaba las mañanas para estudiar pero ese día el calor era agobiante y Alma intentaba treparse al piletón mientras Juana lavaba las sábanas. Perla había salido a hacer compras y había dejado la nena a su cuidado.
Juana alzó violentamente a la nena y gritó:
_ Ves? Ves ese agujero? Por ahí se fueron Alfredito y Raúl! Nunca más te subas acá! Entendiste?
Alma subió corriendo las escaleras y Alejandro, que estudiaba con la puerta abierta, la dejó entrar. Estuvo largo rato dibujando con la nena. Tocaron a la puerta y tuvo que ir él a atender al cartero que traía un sobre para Perla.
Juana terminó de enjuagar las sábanas y las colgó en la terraza. A Alejandro le pareció oír que lloraba.
Cuando Perla regresó almorzaron y Juana le propuso a Alma ir a la matiné.
Perla se sentó en el patio a leer la carta.
Entró furiosa a la cocina y estrelló contra el piso dos o tres copas.
- Hijo de puta! Hijo de remil putas!- gritaba.
Alejandro bajó corriendo las escaleras:
- Está bien Sra. de Linbel?
La siguiente copa se estrelló contra la puerta, al lado de la cabeza de Alejandro.
- No! – gritó Perla- No estoy bien . Mi marido me dice que me ama y me extraña y me pide por favor que me inyecte penicilina porque mientras tanto me extrañaba, el mes pasado se fue de putas y es probable que me haya contagiado sífilis.
Que por el gran amor que siente por mí ha puesto distancia hasta que termine su tratamiento. Y me pide que por las dudas me trate yo también.
Alejandro la acompañaba al hospital a colocarse las inyecciones, simulando una convivencia, una falsa identidad y una relación que hiciera sentir menos desdichada a Perla por el tratamiento que debía solicitar. Al principio los favores eran desinteresados pero enseguida Alejandro se sintió tentado de sacar provecho de la situación. Es sabido que la mujer despechada se transforma en presa fácil y, penicilina de por medio, Alejandro no corría peligro.
La situación fue propicia porque Juana decidió viajar a Los Quirquinchos a visitar a una tía y le pidió a Perla que le permitiera llevar a Almita ya que el verano era tan duro y la nena estaba ahora solita .
Cómo Alejandro se las arregló para llevar a Perla a la cama no escapa de las situaciones más convencionales y previsibles: El típico comentario sobre el hombre que no valora lo que tiene y que descuida aquello por lo que él hubiese dado la vida fue suficiente. Cualquier rapaz carroñero conoce el truco y cualquier mujer simula desconocerlo cuando el dolor o la venganza la vuelven presa del juego.
Cuando el Gringo llegó , Alejandro dormía con la boca abierta, el brazo cruzado y la mano abierta sobre las tetas de Perla.
Perla lo despertó de un sacudón. Alejandro se sobresaltó y corrió desnudo hacia el dormitorio de arriba.
Perla soltó una carcajada .
- ¿Qué voy a hacer con vos Blancanieves?- preguntó Enrique
- Haceme reír Gringo. ¿Todavía sabés cómo? Haceme reír…
Alejandro, en el cuarto alquilado preparaba sus cosas e intentaba una explicación para evitar la paliza o el asesinato. No sabía qué le esperaba.
Enrique subió tranquilo . Le dio la mano y le dijo:
- Mi esposa y yo no vamos a cobrarle este mes de alquiler pero tendrá que irse ahora. No se preocupe, usted no ha tenido nada que ver con esto, el problema fue entre mi mujer y yo. Entrégueme las llaves que lo acompaño hasta la puerta.
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Publicado en Nuestra Letra. el 23 de Agosto, 2013, 11:53
por MScalona

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Escribir
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En un determinado momento empieza a crecer dentro de mí. Sucede cuando estoy callada, cuando me desocupo mucho, cuando duermo poco, cuando mis ojos subtitulan los días, incluso los pasos que doy y su sombra. Es eso, un constante trabajo instintivo de letras que se agrupan, que dejan un vacío entre ellas. Suenan como las canciones que reproducen el emepe-tanto y la radio, bien cerquita del interior, pero que significan desatención. Capturado todo pensamiento por la semilla que va creciendo, desinteresada por todo, hasta por su cumpleaños, ella insiste en meterse entre el puente y el té para tres. Por suerte sabe disculparla (disculparme).
La cuestión es esa, sentirla. Sentir la necesidad de traducir algún recuerdo, algún hecho, algún sueño o sentimiento, algún imaginario. Después de semilla, lo demás es una seguidilla. Y hasta rima.
Crece dentro de ese caparazón la historia por sus causas y consecuencias, comenzando con referencias que ubiquen a los demás, que comprendan que si no cesan su lectura se va a ir llenando y llenando, hasta ponerse bien gordita. Este crecimiento paulatino poco tiene que ver con la tierra pero sí con los nutrientes. Se ubican entre líneas paralelas, la lucen y engalanan, los recursos que la ponen linda.
Continuidad de hechos que se van encadenando como en todo relato, personaje con determinadas características, una sucesión de imágenes y sonidos que se buscan constantemente y que esperan ser sentimientos, quedar en la mente del que esté del otro lado, provocar una reflexión. Estas son las ramas que se estiran y retuercen hasta vencer la membrana cuando estalla el conflicto. El desequilibrio del crecimiento que continúa pero que ahora se vuelve sumamente ruidoso. Entra en el ombligo del lector como si la semilla fuese humana y él, el cordón umbilical. Lo obliga a la rápida velocidad de los ojos o la saliva, crea una conexión vital capturando en su máximo exponente ahora también su atención además de la mía.
Mi trabajo como simple redactora de esta gestación debe ser consciente del doble papel lector-autor que tengo que desempeñar. Saber si logro traducirla y así tener pendiente a cualquier externo a mí hasta la última palabra.
Una terminación que no me gusta llamar final, porque se descubre allí que lo leído no es más que una superficie, que adentro se esconde otra historia por debajo, que estaba escondida, que fue siempre raíces. Nos motiva a la recapitulación de los párrafos, sigue el desempeño que buscábamos tener desde el inicio, por eso existe. Porque permanece.
Además de ella algunas frases que nos marcan, que quedan rondando en nuestra mente. Podríamos llamarlas hojas, flores o bichitos, porque no paran de moverse. Porque no tienen una forma definida, porque carecen de racional comprensión hasta que cada uno le adjudique una.
Nace de la vida, es parte de ella y es vida. Pero lo más reconfortante del cuento es que además se forma a partir de lo fantástico. Como dijo Gustavo: “Similitudes que soñás, lugares que no existen pero vuelves a pasar. Errores ópticos del tiempo y de la luz.”
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Florencia
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Publicado en Cuentos el 23 de Agosto, 2013, 11:52
por MScalona

LA NOCHE ANTERIOR
Explora en sus bolsillos para ver cuánto le queda. Sólo un peso.
¿Qué se hace con una moneda y una familia devastada? Se mete en un kiosco a comprar un cigarrillo suelto. La mujer que atiende le acerca el encendedor con una mueca de desprecio; parece que supiera que ese padre acaba de apostar lo que consiguió vendiendo la heladera de su casa. Sale.
Flota cierta tristeza en la atmósfera. El viento agita la copa de los árboles, las luminarias y sus propios fantasmas.
En las noches de invierno a cielo abierto el cuerpo pierde su sinergia; cada órgano actúa a su antojo y la ropa no abriga las partes al unísono. Las que se dicen pudendas, se quejan sin pudor por sentirse sofocadas, mientras las extremidades se congelan.
Siempre es así a la intemperie.
Recuerda aquel mediodía en que ella, después de la quimio, se quejó. Cuandorespiro el aire me quema viva. Caminaron en silencio y luego arremetió, ¿te hiciste la idea de seguir sin mí? Él entró a un minimarket a comprar unos chicles. Aún no había comido; solía acompañarla en sus ayunos.
Laura era todo para él. Marcos no tenía familia, ella tampoco desde que dejó su país, y así los hijos vinieron a cerrar un círculo de frustraciones y cuentas pendientes. Por eso, aunque aquéllo ocurrió frente a sus ojos, la muerte de su esposa lo desconcertó. Hasta serle infiel ya no era lo mismo sin ella. Fue la enfermera con la que se acostaba luego de las guardias nocturnas quien se lo advirtió mientras cubría el cadáver. Él dejó olvidado el erotismo en alguna cama del sanatorio, pasando a ser un cuerpo inerte, tanto como el de Laura.
También descubrió que la capitalización de intereses se parecía al cáncer. Laura murió y dejó de sufrir, es cierto, pero le pasó los estigmas. Se había enfermado con ella. Enfermo de desgracia, de esa que se trata con alcohol y encerrándose en antros donde siempre se aprovechan de los desahuciados sin ningún remordimiento.
Amanece. Volver a la casa… ¿a qué?.. ¿para qué?.
- No puedo dormir… ¡la puta madre! – murmura Benjamín.
La casa está más vulnerable que nunca. Las paredes no logran interponerse al invierno, que ostenta su crudeza a la luz de unas velas y con las hornallas prendidas. En el living, al lado de unas cajas, los chicos tiraron el colchón de dos plazas para dormir juntos. Ahora, sentados en cuclillas, se miran como esperando que algo pase, que su padre llegue, que les dé alguna respuesta. Morena es la primera que rompe la triangulación; cuando está ansiosa sus ojos se desorbitan y babea.
- ¡Tengo frío!
Julieta va a su habitación. En segundos, destroza la estantería de madera y yute que le había armado su madre para acomodar las muñecas. No va a dejársela a ninguna mocosa presumida.
- ¿Voy a tener una pieza para mí sola en la casa nueva? Papá me dijo que nos vamos a vivir a una grande, que queda en el campo y que… y que… tiene muchos animales para que yo juegue cuando ustedes no están.
Morena la había seguido.
- Sí, pendeja. Y te la voy a pintar de violeta, como siempre quisiste.
Guarda en su bolso unas cuantas prendas raídas. La ropa es como la gente, allí donde debe soportar, sostener de algún modo, comienza por destruirse.
Las viejas mesas de luz quedarían allí; su padre les dijo que tenían que llevar lo indispensable, porque los primeros meses se instalarían en el departamentito de Eduardo, un tío radicado en Australia del que nunca les había hablado.
No sabían de mudanzas porque desde niños vivieron en esa casa. Laura nunca quiso irse, nunca. Al punto que, dos días antes de morir, en una de esas mejorías que preanuncian la agonía de los enfermos terminales, cuando los dejaron entrar a los tres a la habitación, le pidió a Julieta que mantuviera todo limpio y ordenado. Con su hermano se empeñaron en que todo reluciera a su regreso.
La casa fue muriendo con ella. Las siemprevivas sucumbieron en el cantero. El sodero ya no les dejó el cajón con sifones los domingos, ni el canillita la revista de tejido a mano. El único helecho que, desde una maceta colgada, resistía la debacle, fue a parar al piso cuando pusieron el cartel. Al menos Julieta pudo derrotar a sus amigas; “hipotecaria” fue implacable para el ahorcado. Ellas, tan risueñas y felices, no la conocían.
Las visitas guiadas resultaron buen negocio para Morena. El señor de traje le regalaba chocolates si lo dejaba pasar con otras personas. Venía siempre por la mañana, cuando ella estaba sola, ya que los hombres de la casa lo habían sacado varias veces a patadas. Poco le molestaba a la nena que comentaran lo descuidado que estaba todo, que hablaran de tirar paredes y de decoración. Incluso días atrás una señora, entrada en años y kilos, le regaló un billete de cinco pesos y le acarició la cabeza, mientras preguntaba al martillero si era cierto que la propiedad se vendería ya desocupada y si era fácil desalojar a una familia con chicos.
Alguien golpea. Julieta, se levanta. Ya había amanecido.
- ¡Seguro que es papá!
Pero no.
- ¡Benjaaa!… ¿por dónde andás? Pasó Adriana y me dijo que El Tano te perdonó, que mañana vuelvas a laburar a la rotisería si querés. Y hasta nos dejó unos sandwichs bien calentitos… ¿No te llamó papá al celu?
Él la escucha desde el patio mientras termina su porro. Le causa gracia que el viejo lo pueda perdonar. Y piensa en cómo un tipo que se pasa la vida cagando a los demás, conserva una capacidad que él, a los diecisiete años, ya ha perdido. Y siente que debería comprar un arma, que estos dilemas sólo se resuelven con sangre. Aunque no sepa para quién sería el tiro. Si para el oficial de justicia, el martillero o cualquier pelotudo que venga a ocupar la casa. Para alguien del Banco que se la quedó, por plata gastada en tratamientos que no sirvieron. O tal vez, para su padre, que desde hace meses no hace más que engañar a las hijas, con una casa de campo, un tío que no existe, un trabajo que nunca consiguió…
Cuando vuelve al living, sus hermanas ya devoran la vianda. Él las imita. Piensa que, tal vez, sería más sensato reservar la comida para el hambre que les espera. Pero igual mastica.
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Publicado en De Otros. el 4 de Agosto, 2013, 12:10
por MScalona

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MÁS o MENOS
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Me acuesto feliz
y me levanto cansado:
¿qué puede ser esto?
¿La peor enfermedad,
una costumbre enigmática,
alguna sombra?
Tengo un hijo por aquí
y otro por otra parte y no puede ser.
Y esta dispersión que duele.
¿Qué podrá ser esto de tener coraje y estar inseguro;
de dónde vino esta adolescencia
que araña y que gruñe y sigue envejeciendo?
Tengo mujer
y he tenido otras mujeres que la llenan de celos, cortantes y rígidos;
¿qué puede ser esta rabia que no comprendo?
¿Será el capitalismo, señor rabino,
será el habitat, señor marinero?
Lo cierto es que nadie puede explicar seriamente
esta felicidad
este cansancio.
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PACO URONDO
Del otro lado,
Edit. Vigil, 1965
p. 60-61.-
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Publicado en Nuestra Letra. el 3 de Agosto, 2013, 18:24
por MScalona

LIBRETA CAGONA (work in progress)
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VA CAYENDO la mierda por peso propio, en clave feísta, fierrista, optimista y tuya, que esta vez me viene bárbaro.
Así como a veces se cree estar tocando el cielo con las manos y en verdad, resulta ser el cielo raso, otras nos suele poseer la triste alegría de pensarse tocando fondo, para que luego, el suelo firme desaparezca cuando intentábamos rebotar contra él.
Caída en línea no recta, sinsentidos varios, nuevos sentidos, y despelote, sobretodo despelote. Pero libertad si de golpe entendés dos o tres cositas.
Menos mal que ese no era el fondo y ahora más prudentemente, entonces nos apoyamos en algo que sabemos que puede retirarse cuando guste o cuando la caguemos...
Saliendo del círculo y acusando recibo me propongo ahora batiR FRutA. Pero más o menos organizadamente, que de estructuras varias es de lo que jamás creo poder despojarme, (menos) mal.
Esta serie podría llamarse, los hasta ahora "INARRANCABLES".
Son disparadores más que otra cosa. Seguro es más que nada.
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Publicado en De Otros. el 1 de Agosto, 2013, 11:52
por MScalona

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"Adoré el Rostro. La sonrisa. La cara que hace mi día y mi noche. La sonrisa me tenía a raya, en éxtasis. En terror. El mundo edificado, iluminado, aniquilado por un estremecerse de esa cara. Ese rostro no es una metáfora. Cara, espacio, estructura. Lugar de todos los rostros que me dan nacimientos, que detentan mis vidas. Lo vi, lo leí, lo contemplé, hasta perderme en él. ¿Cuántas caras para el rostro? Más de una. Tres, cuatro, pero siempre la única, y la única siempre más de una",
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HÉLENE CIXOUS, La llegada a la escritura, p. 10, Ed. Amorrortu.-
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