Abril del 2013
Publicado en Poemitas. el 21 de Abril, 2013, 9:00
por MScalona

.
LA NECESIDAD COMO OBJETO
.
.
Escribir poesía así
no estaría ni bien ni mal
pero escribir poesía bien, está mal.
No me sale, no me gusta
no me gusta porque no me sale
me aburre más que la segunda partida de chinchón si pierdo.
Todo poquitito sin repetir y sin soplar que es un canto
abajo
a propósito
abajo
que no se note que no se diga y de nuevo
abajo.
Mejor escribirlo así
bien mal
con un sinfín de que
si total Carver dice que dijo y dijo, dice
entonces yo, que.
Pensar en eso
al mismo tiempo que apilo una corrección encima de la otra
como si fueran pliegues:
un cuadrado de papel que por más grande que sea no se puede doblar más de siete veces.
¿No? Prueben.
Estos pensamientos
se gestan me nacen
como la necesidad inmediata de concluir algo
dar
por finalizado lo que me antecede.
Pero es como el cuento de la buena pipa que nunca acaba
como los orgasmos femeninos que no llegan.
Ideas malditas
que me despiertan de madrugada
de golpe de la nada
se me salen de la nuca como piojos y me quedan en la frente
como mosquitos reventados
la mano con sangre
con asco
con los dedos con olor a sangre
con el zumbido de otro más que ya casi me pica
pero no no, no es eso.
Es el sueño repetido de que leo
frente a una multitud (bueno… un público)
y entonces
yo estoy leyendo un texto propio conocido mío
pero
en el segundo o tercer renglón aparecen palabras en un idioma que no sé pronunciar.
Me levanto y escribo
porque al escribirlos los pensamientos
se plasman
en un acto creativo retórico digno. Más que nada
digno.
Así pesa menos el acarreo diario de ser. De parecerse a uno mismo.
Andar con la ambivalencia
de un objeto
que pase desapercibido como necesidad y no se asocie
por la forma parecida
a una teta o de un cigarrillo.
Yo
que tiendo a imaginar todo siempre creo que eso es todo
pero ahora
pienso en esto solo.
Pienso en esto, sólo así.
¿Y qué?
.
M A R I S O L
|
Comentarios (1) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 20 de Abril, 2013, 21:57
por MScalona
.
-
EL DIABLO EN EL CUERPO
El miedo al diablo. Esa noche fue el paroxismo del miedo. Me tapaba la oreja con la cobija, fundamental que no quedara afuera, era el resguardo. Entre las sombras algo se apareció y yo a grito pelado. Mi madre abrió la puerta ofuscada por el pedido, a mí me tenés que tener miedo, decía. El diablo me había entrado una vez que me quemé con el agua de la ducha y corrí desnuda afuera de la bañera después de dar un gemido de desesperación, y los brazos del Horacio me atraparon. ¿Qué estaba haciendo ahí el Horacio? Parecía que sabía lo que iba a pasar, aprovechó para besarme y abrazarme, no me soltaba. Y después entró mi prima y lo vió, sus ojos no veían el exceso, ay, pobrecita, se quemó, decía. En mi cuerpo quedó marcado el defecto de ella y el exceso de él.
Mi miedo era inconveniente. O más bien molesto. Me llevaron a hablar con un cura. Fuimos a la Iglesia del Carmen. Sus ladrillos vistos y la construcción baja la hacían más amigable, más accesible. Le conté al cura con mis cortas palabras del horror que me paralizaba y lo único que tuvo para decirme fue si estás cerca de Dios no te va a pasar nada. Me había regalado con esa frase un ticket hacia el terror. Yo no sabía qué era estar cerca de Dios, y las dudas sobre ese estado advenían a cataratas hacía tiempo. Dios se iba a dar cuenta que no estaba segura. Dios se iba a dar cuenta y me iba a castigar porque el Horacio me tocaba siempre que podía con sus manos peludas y grasosas cuando visitábamos las siete iglesias. Una iglesia, una mano, una iglesia, una mano. Y yo tan lejos de Dios.
Por el cuerpo mostraba al lector inexistente que algo de todo esto me era repulsivo. Vomitaba frecuentemente en los vanos intentos para que tomara la comunión. El olor a incienso, los íconos del dolor y la sangre, la maldad de las monjas y de las “laicas”; esos cánticos hipnóticos que todos seguían con disciplina automática, me descomponían. Recuerdo que mi padre caminaba por los pasillos de la catedral custodiando mi cara, y en el instante antes del desfallecimiento me sacó agarrándome por debajo de los hombros, convirtiéndome en un angelito volador. El broderie blanco del vestido de comunión flotaba por entre el vómito que despedí con sabor a Seven-Up.
Luisina Bourband
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Poemitas. el 19 de Abril, 2013, 20:45
por MScalona

-
DESALOJO
La tía Nora dice
que alguien muere
porque alguien es cremado
y las cenizas se arrojan
sobre el césped del jardín
del abuelo muerto
por el abuelo cremado.
Y los chicos corren descalzos
sobre las cenizas del muerto
en el jardín cremado
hasta decir que la tía Nora
los llama a morir
o a calzarse
por si la resurrección
del césped
los mata con crema.
El paño sobre el paño
detalla el estallido
del puño debajo del puño,
lo indivisible y un jardín
de partículas solubles.
Vuelve lo nuevo a destellar
lo viejo
así vamos festejando lo que pasa
del otro lado del silicio,
En esta abundancia faltan:
un remanso de córneas que sude,
una intuición que segregue
y las mismas comodidades de siempre.
Cuando los paños estén a la altura
de los puños,
habremos encontrado la armonía del impacto
y la tersura de Dios
en la turbulencia.
.
.
Fabricio Simeoni
.
poema del libro SIN CORSET
Ed Ciudad Gótica, 2012
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 19 de Abril, 2013, 14:29
por MScalona

-
Hace tiempo que no las miro, a mis cicatrices; cuando me baño, deslizo mis manos jabonosas sobre mis piernas, las siento, son líneas profundas que atraviesan mi cadera y la dividen; como estoy yo, dividida. Son parte mía y de las manos que las tocan, de aquel que respira tan cerca mío cada mañana.
Es una marca dibujando el recorrido de mi vida, una marca cerrada abierta.
Se selló, se impregnó en mis carnes, sigo tocándolas y son como paralelas infinitas porque ahora las pierdo de vista. Camino casi olvidándome de su existencia, solo en el baño, en el agua que cae, dejo que se limpien las de afuera y las de adentro también.
No era una orina cualquiera, era la primera después de la operación.
Ese pís es oscuro, espeso, doliente, porque le cuesta salir y mi vejiga estaba lenta, dormida, perezosa y no era para menos.
El pichi no salía, la panza se me reventaba: estoy inflada, a punto de estallar, me retuerzo: salí ya! hijo de puta!, no aguanto más la chata fría en el culo. Se me pegó, me acomodé y grité ¡abran las canillas!
El chorrito empezó a salir casi milagrosamente, agüita amarilla, cloro, pis, el mayor de los placeres. ¡Aaaaaaa! Sííí!
Me vacío por un instante para volver a llenarme.
Confusión
¿Qué va a llevar nene?
¡Nena, soy nena!
Esas palabras se repitieron en mi infancia, la letra A parecía que no la conocían.
¡Nena!, ¿no me ve?, uso pantalones que son de mi hermano y pelo corto, pero mire mis orejas, tengo argollas, ¿no las ve?, aros, abridores, póngase los lentes Mario o traiga la lupa así ve mejor. Eso pensaba cada vez que el carnicero me decía nene, nenito, varoncito, rabia me daba.
Acaso no veía la rayita que llevaba entre mis piernas, concha, la palabra prohibida de cuando éramos niños, no escuchaba mi voz suave, cuando le decía costeletas con lomo, por favor.
Era tarado, boludo, pajero, porque la mujer tenía pelo corto y no la confundía, ella sí que tenia voz de botellero, sin embargo para sus ojos era mujer, esposa, la vieja, la chuchi, la chocha, la chota.
¡Qué extraño!, toda la primaria con pelo corto porque mi mamá le tenía miedo a los piojos una vez me saco como cincuenta y para colmo tu pelo es tan grueso que el calor te va a dar erupción, y todo eso que piensan y dicen sin importarles si te dicen nene o nena.
Una vez, una vecina me llevó a la peluquería, había que hacer algo con ese pelo rebelde y me lo hicieron la permanente, y como era duro el pelo me la hicieron dos veces en una semana.
Ese año estaba en finales de tercer grado y para la fiesta de fin de año actué de bailarina de los Parchis, presentadora de Moria Casan, bailé la tarantela y el brasilero que se repetía todos los años no se inventaban coreografías nuevas, pero yo estaba feliz con mis rulos: me sentía la primera actriz de tercer grado de la escuela John Fitzgerald Kennedy.
VERÓNICA GARCÍA
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Poemitas. el 17 de Abril, 2013, 3:03
por MScalona

-
Después de trabajar
-
salgo a que pase en la esquina Las Rosas
dos días hace dejé de fumar
pasa el tiempo me vuelvo más lento
más despacio
no el viaje
que demora igual
el colectivo pide paciencia
se hace esperar
más que aquellas veces
cuando aún fumaba
el cigarrillo que no mata
el tiempo, lo apura
Y me siento
ventanilla
por donde todo pasa
también la ciudad,
extravío la mirada
en el punto de la vereda que se vuelve pared
ahí donde van las cosas, se mezclan, se apiñan, se confunden.
del centro al barrio
cordón a la cuneta
ZANJA
del pavimento que te lleva a la tierra
devuelta
en la que estoy
Pared blanca puerta azul
Usandizaga intendente
Reutemann gobernador
Hay Jaimitos
metegol
Néstor vive
Ex Córdoba Eva Perón
Boleto guarda capicúa
Cuándo llega
*enviá TUP (espacio)
N° de parada (espacio)
N°. de linea al
22522
Y el colectivo se detiene en la casa del mármol roto
calle Oroño, también para
–el colectivo, quién pudiera el tiempo
que no alcanza a corroer
mármol ni pavimento
de esa esquina que sigue igual
a cuando pasaba y pasaba
para llegar a la facultad
con vos
ahora
que tu recuerdo me sorprende y se me pega
acá
como la canción ésta de moda
y el olor a frito del puto restorán
Entonces fumaba
y me gustaría de aquel
que pasaba
inmortal
saber si se imaginaba acá
sentado en este colectivo
ya sin fumar
Calle Cafferata calle Santa Fe
también para
tendría que decidirme de una buena vez
empezar con el psicólogo
¿A decirle qué? No lo sé y entonces ¿para qué?
que tengo
inseguridades,
que tengo
disconformidades,
que tengo
debe ser,
unas terribles ganas de empezar
con el psicólogo,
y no lo sé,
a veces
unas malditas ganas de gritar
y gritar y hasta me molesta mi manera de vestir
¿de vestir? –preguntará.
Y sí, ¿no es que toda ropa es una manera de aparentar?
y no está nada mal
aparentar
que sé olvidar
sólo que no me gusta pero es que tampoco hay
Otra manera
de vivir, y así
estoy bien
y entonces ¿para qué estás acá?
Y otra vez saldré igual a como entré
Respirando hondo
Más al fondo
Olvidando
poco
despacio
nada
Pero ya sin fumar
O quizás sí
a tomarme el colectivo que me devuelva a casa
¿Cómo sería si por una vez me devolviera a otro lugar?
y entra en Funes y me voy a preguntar si estoy bien así y
sí
creo
que sí.
Matías M.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 16 de Abril, 2013, 12:53
por MScalona
.
-
Bloqueo
-
Un día como cualquier otro Emma se encontró discutiendo con los relatos que leía. Al principio eran cosas pequeñas, algún adjetivo que quitar, agregar o cambiar; una coma de más, o de menos; tiempos verbales mal empleados. Pero, poco tiempo después, con una rapacidad rara en ella empezó a querer cambiarlo todo. Penélope se cansaba de tejer y de esperar; Anna Karenina se adelantaba a su época y se fugaba, sola, Don Quijote... A Don Quijote nunca le había modificado nada pero el resultado final le pertenecía de todos modos. Cervantes se había apropiado de todas y cada una de sus palabras y de sus silencios. Entonces ocurrió. Con la fuerza de un designio divino, Emma se vio atravesada por una necesidad imperiosa de escribir y decidir sobre la vida, muerte, locura y cordura de sus personajes. Si hasta su nombre tenía ecos flaubertianos. Sus años de lectora constituían además un material de archivo insoslayable, y sus ganas de crear eso que todavía no era pero que pronto sería, y cómo; constituirían la primera piedra de un formidable edificio literario. Así pues, estaba convencida de que sería la próxima revelación de la literatura contemporánea, ya se imaginaba ganando el premio Alfaguara de Novela y conversando con sus lectores los sábados por la mañana desde el suplemento cultural del gran diario argentino. Incluso había elegido la foto que adornaría la solapa del reseñado libro. Esa que la encontraba más joven, con unos cuantos kilos menos y una mirada fresca, llena de luna.
Decidió luego rastrillar a fondo su casa en busca del rincón perfecto. Lo encontró, cliché de por medio, en el escritorio. Rodeada de libros de autores publicados, de relatos que habían atravesado con éxito el umbral de lo íntimo para volverse de todos y de nadie en particular, de personajes a los que muchas veces había salvado de un destino gris y banal. A la composición todavía le faltaba algo, sí. Y Emma salió corriendo a comprarse un gato al que llamó, cómo no, Borges. También un cuaderno de tapas duras y hojas amarillas (para que esos ojos tan lindos que la mirarían radiante desde la solapa del libro que en breve estaría publicando no se eclipsen antes de tiempo). Una planta, para oxigenar el ambiente puesto que es sabido que las células del cerebro trabajan mejor en presencia de oxígeno, café negro, una taza con la imagen de Cortázar, hojas y un simpático reloj cu-cu que sería el encargado de organizar el tiempo invertido en horas, minutos y segundos
Ahora sí, todo listo. A escribir. Lo dijo en voz alta, para que Jorge Luis la escuchara y le regalara una idea. Todo lo que obtuvo como respuesta fue un ronroneo en busca de la cena. Parsimoniosamente (un ritual, después de todo, constituían los primeros pasos de la hazaña literaria del siglo) encendió la computadora. Entró al Word. Archivo nuevo. Página en blanco. Mente en blanco. Y el maldito cursor, que desde la esquina izquierda parecía burlase con su intermitencia de su incapacidad. Tic tic tic tac. Nada. Tic tic tic tac. Sólo unas pocas líneas apuradas, desprovistas de color, cargadas de lugares comunes. Cu cu cu cu. Tic tic tic tac. Horrible. Cu cu cu cu. Tic tic tic tac.
Incapaz de escuchar una vez más sin perder la cordura, la torpe rumba que nacía de la combinación de los dos sonidos de su fracaso, Emma se decidió cambiar de estrategia. Empezaría con un cuento. Un relato corto, autobiográfico, que de cuenta de algún episodio determinante de su pasado. Unas pocas líneas, modestas pero contundentes. Tic tic tic tac Cu cu cu cu. Desesperación. Emma no existía más allá de esa habitación. Estaba suspendida en un presente continuo sin anclaje alguno en el pasado. Todas las imágenes que atravesaban su cabeza eran literarias. Alicia cayendo infinitamente. Una historia sobre llanto; otra sobre pelos. Tic tic tic tac Cuentos de amor, locura y muerte, escritos por otros, vividos por otros. Cu cu cu cu. Se sintió vacía primero, mareada después, aterrada, por fin. Lo único que permanecía era la mirada inquisitiva de Borges.
Y empezó a desdibujarse. No de golpe. Primero la cola, después el cuerpo, al fin la cabeza. Por último, la mirada.
Sofía B.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Poemitas. el 14 de Abril, 2013, 12:57
por MScalona

ODA AL BADOO
-
-
Oda a la Sra. Robinson
Confieso que me gustan
Las mujeres maduras
Lo mismo que me gusta el vino añejo,
O el sabor dulce de la fruta
Cuando está a punto de pudrirse.
Me gusta esa mirada de experiencia,
Ese sabor de óxido en su piel
Por donde circularon tantas manos,
Esa sabiduría de madres,
De abuelas,
De ex esposas,
Me gusta ese resentimiento de mujeres malcogidas
Que se pasaron la vida
Saltando de cama en cama
Sin encontrar un lugar
Donde sentirse plenas,
Me gusta
Esa segunda adolescencia
Que les llega a los cuarenta años,
Cuando se miran al espejo
Y se ven otra vez lindas y solas,
-Y salen desesperadas a cazar un hombre
Que las contenga,
Que las mantenga-.
Me gusta entonces
Dejarme seducir por ellas,
Y que hagan conmigo lo que quieran.
Que me conviertan un poco
En ese hombre con el que sueñan,
Que jueguen conmigo,
Que se diviertan,
Y que después me tiren al tacho
Como se tira un juguete roto.
Que se olviden de mí
Y salgan a buscarse otra aventura.
-
JUAN M.R.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Poemitas. el 14 de Abril, 2013, 12:57
por MScalona

Ni una canción desesperada
El servicio meteorológico anuncia
despejado, dieciocho grados
durante la mañana
soñé con el balcón
de Sargento Cabral
dos vasos en la mesa
la espuma sube
si te sostengo
la mirada
y si me ves
la locutora
recomienda salir
con abrigo liviano
pero siempre tengo frío
cuando sueño con vos.
El servicio meteorológico anuncia
despejado, veintitrés grados
al mediodía
no hay bocinas
por Santa Fe
los sábados
quienes hacen cola
en los Bancos
están en La Gallega
quejándose de algo
manoseando la fruta
que no van a llevar
porque está golpeada
la cajera
me pregunta
si pago con tarjeta
cuando sueño con vos.
El servicio meteorológico anuncia
nubosidad variable
hacia la tarde
canta Rodolfo
cuando era Fito
ya ves
se hace difícil
seguir anclado aquí
sin tu amor
un par de hojas después
otra vez no te escribí
ni una canción desesperada
cuando sueño con vos.
El servicio meteorológico anuncia
Desmejorando hacia la noche
Chaparrones dispersos
en la tele
a las veintidós
Rápido y Furioso VII
las chicas bailan desnudas
en todos los canales
enciendo un faso
en la misma cama
y me acuerdo
dejé la ventana abierta
está lloviendo adentro
cuando sueño con vos.
Belén
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Sugerencias. el 11 de Abril, 2013, 9:57
por MScalona

Letra Cosmos entrevistó a la narradora a propósito de la reciente publicación de Jardines del infierno, su último libro. Fotografía: Edgardo Juárez Registro y entrevista: Adolfo Corts [Audio clip: view full post to listen]
clickar allí
-
http://www.letracosmos.com.ar/entrevistas/veronica-laurino-audio/
-
El viernes 12 de abril a las 20 hs., en el Túnel 4 del CCPE, Rosario, se presentarán los dos primeros libros de Erizo Editora. “Diarios de viaje”, de Fernando Callero y “Jardines del Infierno”, de Verónica Laurino, forman parte de la colección Diásporas, que cuenta con el apoyo de Espacio Santafesino.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Ensayo el 6 de Abril, 2013, 23:21
por MScalona

-
-
S A L U Z Z I
-
-
Del clarinete suena un adagio de tres notas en una escala ascendente mientras atrás, se escucha una voz, un rezo de fondo, profundo, que se sugiere sacro... Eleison... Luego las tres notas en la melodía se reinstauran partiendo de la solitaria tristeza del rezo, el clarinete que las aprehende mientras aparece el bandoneón que se apodera del tema que desde el fondo, segunda mano, se sugiere como un órgano de viento en una iglesia, retorno al renacimiento americano. Y regresamos a la escala de notas, armonía de un cansancio sin vencer, y la repetición que inevitablemente acompaña sostenida en el clarinete. Pausa. Una melodía nueva, se escucha un canto simple, cual una vieja canción guardada en la memoria a través del tiempo, el adagio. Y asistimos a lo diferente, la segunda mano toca otros compases, notas que suenan como pasos en movimiento, primero lentos, se acercan, y cada vez más fuertes, el carácter melódico y total se torna más decidido, nostálgico y cambiante, el bandoneón se sucede más claro y distinguido. La interacción de los instrumentos recomponen el tema sobre las tres notas sucesivas, siempre las mismas pero diferentes, pesar que no cesa pero se transforma. Saluzzi consigue un tono intimista que nos envuelve desde el primer sonido, como un eco interno que evoca otros tiempos y paisajes: regresa a la infancia y viaja hacia el dolor de la ausencia, pena y melancolía en tonalidades menores nos invaden. Entonces en los últimos compases volvemos a oír aquellas tres notas, disolviéndose en una cadencia que nos deja suspendidos en la espera y la esperanza.
-
-
Gabriela O. L.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Cuentos el 5 de Abril, 2013, 19:02
por MScalona

-
Sucundún
-
-
Al final, lo de siempre: saber de antemano cómo van a ser las cosas y dejarse llevar igual. Una escapada. La voz de Ariel del otro lado del teléfono repitiendo ‘una escapada’ y ella amplificando de palabra los bocinazos de fondo, la agitación. No te escucho bien, después hablamos. Presionó la tecla que callaba los ruidos del exterior, nunca los de adentro. “Nos ganan los malos, nos ganan los malos. Son personas carentes de todo diálogo”. Pantalla partida: en un cuadro, la mujer que se queja de algo que no ha llegado a ver; en el otro, el conductor del noticiero que finge empatizar con la indignación de la mujer que se queja. Después hablamos no era lo que tenía que decir. Ariel no se llevaba bien con las respuestas pendientes. Dejarse llevar. “Unos días en la playa les van a hacer bien, así descansan”, diría su madre. “La gente que no tiene nada qué decirse no puede andar por ahí haciéndose la bucólica”, diría Andrea. No decirle nada a Andrea. “¿Cómo sabés que no te va a gustar si nunca fuimos?”.
Vuelve a otra pantalla, a una traducción que, desde temprano, no avanzaba. Iba a ser un día de esos en los que cada nimiedad se condensa y se estira y ocupa un tiempo que no le corresponde. A lo mejor. No se pierde nada. Mail. Tipea:
Ariel: Está buena la idea de la escapada, pero deberíamos dejarlo para otro fin de semana. O para otro lugar. O para otra gente. O para otra vida. Besos, Remy.
Backspace, backspace. Backspace sostenido hasta escapada. Duda. Mejor hasta idea. Pero tengo mucho trabajo atrasado y pensaba ponerme al día este fin de semana. Besos, Remy.
Media hora después: Ya saqué los pasajes, tenía descuento con la tarjeta solo x hoy. Pensá que te va a hacer bien descansar. Te quiero. Ariel.
Ellos y la playa. Un simulacro de playa, más bien. Y un puñado de casas que bien podrían haber estado deshabitadas. Y el sonido de oreja pegada a vaso vacío del mar. A pocos metros de eso que Ariel se empeñaba en llamar arena, la hostería; el olor a Raid, el colchón duro, las sábanas ajenas, los crujidos del piso de madera. Ojalá hubiera llovido, pero no. La lluvia hubiera propiciado la huida pero ese frío a destiempo sólo alimentaba las esperanzas de Ariel. “Seguro que al sol ni se siente. Dale, levantate, no vinimos a dormir todo el día”.
Lo que no se sentía era el sol. Tres días con el frío desubicado metido entre los huesos. Tres días paseando libros cerrados en su mochila, el hastío de las horas llenas de Ariel y de nada más. Tres días esquivando ese perro que los seguía todo el tiempo, deambulando entre el hambre y la enfermedad. Cómo pudimos confundir sarna con hambre. Desde el asiento del colectivo que se aleja de la playa, del puñado de casas, del sonido hueco del mar, de las sábanas en las que se acostaron otros, discernir parece más fácil.
Ariel duerme prácticamente desde que acomodó en el asiento. Mejor así. La calefacción a pleno hace del colectivo una suerte de sucursal móvil de Panamá. Ariel duerme y apoya la cabeza en su hombro. Ella también quisiera dormir y olvidarse del frío que ahora le parece una pesadilla lejana; del perro, de su olor; de todo lo que se confunde y zumba cuando cierra los ojos, pero su atención no puede desprenderse del peso muerto clavado en el hueso del hombro. Vos no sos huesuda, estás demasiado flaca porque comés mal. No hay distancia ni penurias que borren del todo el repiqueteo de la voz materna. Abre los ojos porque parece un mal chiste, no puede ser, jodeme, y gira la cabeza como puede sólo para comprobar la ausencia de cualquier mirada cómplice en los alrededores. Las olas y el viento. Quiere pero no puede reprimir el shalalalala que aparece en su cabeza antes que en la radio que murmura más interferencias que otra cosa en los parlantes que tienen sobre sus cabezas. Es más sano que ya no te funcione reprimir, ¿entendés? Y el frío del mar. El shalalalala –ahora sí- se funde con las palabras de su terapeuta y pierden espesor.
Golpe de cuneta o cráter en el camino. Da igual. Los cuerpos se despegan milímetros de los asientos. La cabeza de Ariel va a picar sobre su hombro. Es una milésima de segundo: se mueve apenas y la cabeza rebota en el aire. Muy pronta a romper. Ariel cabecea, no se despierta. Su cuerpo se inclina hacia el otro lado; la cabeza de muñeco cuelga hacia el pasillo. Me hubiera corrido que este ni se enteraba. Veo la espuma. Y no hay retorno: sabe que van a ser dos horas y pico con esa canción de mierda pegada al paladar. La inercia es la propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento. Incluso, es probable que alguna mañana, en dos o tres días, se despierte tarareando, tiritando y maldiga al Donald de carne y hueso y al pato, por las dudas. Clava los ojos en el vidrio de su ventanilla, logra saltar el reflejo desdibujado de su cara y se concentra en la línea de pastos que corre como una cinta pegada a la banquina.
Peor había sido la ida. Ariel no se dormía y ella intentaba leer mientras lo que en apariencia era un nene que viajaba en el asiento detrás del suyo le pateaba rítmicamente el respaldo. Incluso me divierte imaginar por, patada en el riñón derecho, escrito cosas que solamente, patada en el riñón izquierdo, pensadas en una de esas se te atoran, doble patada, en la garganta, sin hablar, berrinche, de los lagrimales. Quedate quieto, León, que la señora se va a enojar y va a llamar a la policía. León no parecía temerle a la policía y lo demostró con una tenacidad envidiable las dos horas que duró el viaje. Alternaba, cada tanto, patadas y golpes de puñito con simulacros de llanto y muchos ‘me aburro’. Ella hubiera querido decir algo –no hubiera sabido, en realidad, por dónde empezar- pero en cada darse vuelta, se encontraba con la mirada entre suplicante y superada de Ariel que le decía “relajate, ya se va a cansar” porque no era a él a quien estaban pateándole los riñones. El entusiasmo de Ariel en ese colectivo desvencijado, camino al simulacro de playa en el medio de la nada, era tan perverso como el shalalalala, tenedor clavado entre el frío de tu alma y el me hace tiritar. Las rimas de infinitivos son parásitos traicioneros. Y el abuso de los gerundios. Nunca había entendido bien eso de la demonización de los gerundios, pero se le había hecho carne y siempre le resultaban, como mínimo, sospechosos.
Y repite, todo de nuevo, desde el comienzo. Las olas y el viento y el frío del mar. Interferencias. No puede determinar si provienen de la radio o de algún pasajero que, como ella en el fondo, crea que el chofer se está burlando de ellos y haya decidido cortar cables y acabar con el suplicio. De tu amor desvanecer. La voz eterna de Donald se pierde, vuelve, deja paso a las interferencias pero ya es omnipresente. Un verdadero sádico el tipo. Mira de soslayo a Ariel y le envidia un poco –mucho, casi demencialmente- esa capacidad de dormir en cualquier lado, en cualquier circunstancia y posición. Abandona la mirada oblicua y se dedica a mirarlo de lleno, como cada una de las noches en las que él se queda a dormir en su casa y ella da vueltas mil veces en la cama hasta que sus ojos pueden ver en la penumbra y piensa que puede despertarlo con la intensidad de su mirada. Pero no. Sus intentos no funcionan mejor –ni peor, en realidad, no funcionan- con la luz de la tarde ni con el movimiento.
Hace rato que el chofer ha apagado la radio pero el sucundún sigue flotando en el aire que se ha llenado de los ronquidos, más o menos ligeros, de los otros. La llanura es un somnífero a medias sólo para ella. Siempre a contrapelo. “Siempre dando la nota vos”, le dice su madre cada vez que tiene la oportunidad. Siempre. Por eso, para evitarle el desgaste de saliva, hace mucho que se limita a asentir sin resistencia. Justamente por eso también, desde la atmósfera enrarecida del colectivo, sabe que regresará de “la playa” hablando maravillas de las olas, sucundún, sucundún, de la brisa gélida que equilibraba perfectamente el calor del sol, shalalalala, de la hospitalidad de los lugareños y del perro simpático que prácticamente los había adoptado porque son buena gente, shalalalala y los perros se dan cuenta enseguida de esas cosas, del viento y de la arena que no dejan ver.
Como si tuviera incorporado una suerte de despertador interno, Ariel abre los ojos. Gira la cabeza de un lado hacia el otro, de un lado hacia el otro hasta que se cansa o el dolor del cuello afloja. Estira la mano hasta la botella con agua que carga siempre en su mochila. Tiene los ojos abiertos pero sigue dormido. Seguro lo convenzo de que me deje en casa y se vaya para la suya, total mañana tiene que ir a la oficina y.
El colectivo aminora la marcha, se detiene ante lo que, supone, deben ser semáforos. Por fin las luces, la civilización. Atraviesan partes de la ciudad que ella ha visto con otros ojos hace tres días y que ahora se confunden con el cansancio y el sueño que empieza a sentir -no sabe si como patadas en la espalda o ancla clavada en los hombros- pero que está allí y diluye, de poco, las olas y el viento y la incomodidad de esos asientos que no han sido hechos para dormir ni para contemplar el verde furioso de los campos que cortaban el cielo allá, en el fondo.
-
Laura R.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 5 de Abril, 2013, 17:45
por MScalona

-
El bandoneón
-
Ese día J y yo habíamos peleado después de subir al auto. Eso siempre era un mal augurio. Si discutíamos antes, el auto, como a la mayoría de los bebés, nos sedaba. Entonces todo acababa en la abolición de la distancia entre su mano y mi ingle.
Hacía semanas que habíamos acordado en un raro momento de distensión que iríamos a al Viejo Almacén ver a Saluzzi. J insistía en la necesidad de no desaprovechar la oportunidad. Repetía, casi de memoria, que desde hacía unos años, el músico vivía afuera de Argentina y que la visitaba en contadas ocasiones acompañado siempre de su mujer y de una serie de músicos "supremos". Yo, ni siquiera lo conocía, sin embargo, su nombre sonaba como un eco en mi cabeza.
Para los que salimos poco de casa, la noche se vuelve una estudiante extranjera de lugares inhóspitos, tan exótica como incómoda. La caída del sol fuera del hogar es una lengua indescifrable. Aún así, con la supuesta soltura que me dan los 32 años, de vez en cuando salía y acompañaba a J a sus "oportunidades".
Así, llegamos al Almacén vestidos moderadamente para la ocasión. Yo no quería estar ahí, él sí. El lugar era áspero. Toda la década del ochenta asfixiaba de maderas las paredes. Nos sentamos en una mesa limpia que estaba lejos de los retornos, pero que marcaba el meridiano perfecto entre la silla del músico y la vista de J. Si como dicen, los artistas para distenderse buscan un punto fijo, Saluzzi, al intentarlo, se toparía inevitablemente con J.
Pedí una copa de vino de la casa. J, me miró con regaño. Él no tomaba alcohol. Pidió un agua tónica. Una adolescente que hacía de moza, nos trajo las bebidas cruzando por delante de nuestra vista mientras los músicos se aprontaron en el escenario. Finalmente, llegó el "Gran Saluzzi". J me perdió de vista y conmigo, todo su alrededor.
-Escuchá y no preguntés. Solo escuchá -dijo.
A menudo me adoctrinaba y cuando discutíamos era peor.
-Escucho -asentí.
La luz se fue borrando en el telón de fondo hasta que sólo quedó una pequeña lumbre que encendía las manos del gran Saluzzi. Un bandoneón añejo se apoyaba en una tela aterciopelada verde musgo que marcaba sus límites en una seguidilla de rosas rojas bordadas en hilo de seda. Ese trapo era la franela que había bordado mi abuela Teresa para mi abuelo Orlando. ¡No podía ser verdad!
-Esa tela. Esa te-la.-dije casi como describiéndola.
-Te dije que escuchés y no hablés. ¡Qué mujer…!
-El pequeño Dino -dije con la nitidez que me permitía el repetido relato familiar.
Una música que me producía una melancolía intraducible con palabras del diccionario. Un sonido que me rodeaba demorándome en el recuerdo. La reconocí como se distingue el dolor de la desilusión amorosa del primer revolcón después del amor verdadero. La reconocí, pero no pude nombrarla. Esos minutos infinitos cambiaron mis ojos por una imagen clara de domingo de infancia en el patio de la casa de mi abuela. Allí, entre el ruido a cubiertos y los cuchicheos de las nueras, mi abuelo intentaba no olvidar una impecable partitura que atesoraba su dicha de juventud. Era la misma melodía que estábamos escuchando ahora con el sabihondo J. Y ése era el bandoneón y la franela. Los mismos que con partitura incluida, el abuelo Orlando había vendido unos meses después de su parálisis a un tal Cayetano Saluzzi, un compositor ignoto pero prometedor que quería regalárselo a su pequeño hijo, Dino, para el cumpleaños.
Rosana Guardalá
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 1 de Abril, 2013, 15:47
por MScalona
.
-
VISTA la inquietante proliferación de Talleres Literarios que se están estableciendo en toda la ciudad y CONSIDERANDO que tal circunstancia puede resultar, por su evidente promoción del Ocio no Productivo, en un inaceptable debilitamiento de las virtudes públicas ciudadanas, la Autoridad Municipal DECRETA:
Artículo 1 Crease el Registro Público de Talleres Literarios en el ámbito de la Secretaría de Cultura (SC)
Artículo 2 Cada Coordinador de Taller Literario será el responsable de presentar un informe mensual en la SC donde conste: nombre de los participantes del taller, lecturas implementadas y copia de los textos presentados por los concurrentes
Artículo 3 Designase al Dr. Prof. B.A.Costa Inspector General de Talleres Literarios con amplia autoridad para supervisar y/o controlar la aplicación de la presente norma.
Artículo 4: Publíquese en el Boletín Oficial Municipal y archívese.
-
-
Una pesada atmósfera de inquietud y temor envolvía a la 12 personas que sentadas en círculo rodeaban al coordinador. Este, con el papel que acababa de leer en la mano, miraba interrogante a sus discípulos, que silenciosos, con la cabeza baja, se revolvían incómodos en sus asientos Las palabras Registro, Informe, Inspección flotaban amenazantes en el aire sin alcanzar a disiparse.
Alguien habló: “esto es entregar nuestra dignidad a los perros” y agregó en un susurro “mi esposa cree que los lunes voy a jugar al futbol con los muchachos” De a poco todos se fueron soltando y sumaron sus quejas particulares que ascendieron hasta alcanzar un clímax para luego volver a caer en el silencio.
Los doce miraron al coordinador con ansiedad. Desde la pared, Marilyn, apagó su sonrisa constante y burlona y se sumó también ella a la expectación.
El coordinador, conmovido, cerró los ojos, suspiró profundo y desde lo más hondo de su corazón, con voz clara y firme, comenzó a decir:
“Dad al Cesar lo que es del Cesar …
TOMÁS
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Nuestra Letra. el 1 de Abril, 2013, 14:38
por MScalona

-
El Acróbata
Didascalia:
Imagine el lector la lectura de un aspirante a locutor, con la voz de Osvaldo Principi.
-
-
Es la hora de la siesta en el Fonavi de Grandoli y Gutiérrez. Comienza el partido, el sol se hace presente y saluda a las hinchadas. En el arco esta él, la estrella del campeonato, Carlitos acróbata Arque. La pelota dibuja su marcha entre los pies de los muchachos, ¡se viene!, ¡se viene!, el acróbata, agarrado más fuerte que nunca al piso, ¡tiro de esquina! grita la pibada.
La pisa la chancha Díaz, se la pasa a corrientes están en la zona peligrosa, explota el Fondo Nacional de Viviendas, todos se levantan y piden penal!
Vienen al arco sus compañeros alambre García le arregla las medias, le ata bien fuerte los cordones, es el verificador. El Negro Mendocita le plancha el pelo con un escupitajo, la cábala, no podía faltar, señora señor.
Carlitos Arque mira los ojos del ejecutor, el Colo Urquiza hijo del sindicalista coimero de la esquina, se acomoda como toro que prepara sus cuernos, hace un huequito en la tierra y ahí las clava, sus brazos postizos, las muletas. Se impulsa y salta hacia el encuentro de la bella dama: la pelota.
Están adiestradas i-ni-ma-gi-nable , qué atajada, qué contención, ¡qué tarde!, ¡que tarde de locos! La tetona del barrio abraza a Carlitos que aprieta inocentemente las dos pelotas de carne.
Se escuchan las declaraciones de la trabajadora social que realizó el campeonato: “La Capacidad en la Discapacidad: estoy muy contenta una vez mas...”- la cara se le desencaja, como técnico exorcizado le grita ¡Carlitos, les rompimos el culo! Y no me rompan las pelotas (inútiles normales). Susi Bonna camina con su bastón y una pierna paralizada a saludar al pibe de las muletas.
-
-
Grito
-
La peor discapacidad, es la indiferencia.
Hoy no me miren, no quiero ser mirada
Es porque yo lo decido.
Decido hoy ser indiferente (por un rato)
Meterme en su minúsculo universo
En sus creencias retorcidas
En sus palabras huecas (rompo en llanto)
En bocas con muecas de payaso
(me tapo los ojos, me duele la garganta)
arlequines del estado
siluetas que desnudan tristeza
(mis manos están frías)
danzan vacíos sus cuerpos
(y el alma?)
la teoría les borro la sonrisa.
Prefiero que me duela el cuerpo
a ser indiferente el resto de mi vida.
Omamapapaomamapapaopapaomama.
-
-
-
Quienes alguna vez usamos un bastón, hemos sentido la rotulación en nuestro cuerpo, impuesta por la mirada del otro.
La educación tendría que ayudarnos en la construcción de la identidad, una identidad que construya al ser y en consecuencia al hacer, fundada sobre los valores de la cooperación la solidaridad y la aceptación.
Se pierde se esfuma ese ideal. Donde encontramos ese tipo de educación? Por ahora remendamos.
La discapacidad esta en el nivel de la identidad? Identificamos a alguien por el uso de unas muletas, de una silla de ruedas, de un hablar distinto. ¿Quién soy?, el niño que se desarrollo en un ambiente de creencias limitantes de “falta de esperanza, de falta de confianza, de no ser digno de... o el niño que motivado por sus ganas de jugar rompe las barreras de sus propias creencias, y construye un espacio diferente.
Como educadores hay que tener herramientas para los dos , trabajar sobre la identidad es esencial para llegar a encontrarnos ,para realizar nuestra misión, nuestro sueño, no importan las muletas en este punto, importa lo que yo creo de mi. La tarea es también ayudar a rehabilitar el entorno y la mirada limitante.
La discapacidad se diluye, cuando todos estamos comprometidos con otras posibles visiones, empecemos por cambiar nuestros propios modelos del mundo, para aprender a ponernos en el lugar del otro. Entonces la mirada será amorosa superadora, útil y no nos pondrán más rótulos por el uso de algún elemento ortopédico. El niño quiere jugar ser protagonista en su historia de vida y todos cooperan para que lo logre.
VERÓNICA GARCÍA
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en relatos el 1 de Abril, 2013, 14:28
por MScalona

-
Nieto mío, es más fácil hablar con vos por escrito. No tengo el Feisbuk y todas esas cosas modernas. Trato de usar la memoria, pero me gusta que quede en el papel, a la vieja costumbre. Te cuento algo que a lo mejor te sirve en la vida, aunque mi cortedad de palabras no me ayude. Año 1966. Para variar, gobernaban los milicos, Presidente era ese de bigote de morsa. Fueron grandes las inundaciones…uhhh….no sabés, cuánta agua por todos lados….con decirte que llegó hasta la Casa de Gobierno y la Ciudad quedó bajo agua. Había epidemias de lo que se te ocurra. Ante un Gobierno indiferente, la gente se preocupó y ocupó (si no, quién?). Nos convocaron a los Estudiantes Secundarios. Una asociación de ayuda de esas que ahora le dicen ONG se dedicó al asunto. Las Parroquias también. Teníamos sólo trece años y asumíamos responsabilidades que eran ninguneadas (así se dice, no?) por quienes debían estar a cargo de ese despelote. Una charlita de media hora y nos largaron en lanchones a meternos por los más perdidos brazos del Paraná, en busca de Isleños acorralados, subidos a los techos de paja con sus bártulos, perros y muy poco más. La correntada bravísima, color marrón contrastaba con el verde intenso de los camalotes que nos acompañaban, enmarañados en una jangada vegetal cual empobrecidos Arcas de Noé, con la innombrable, yacarés y otros animales salvajes arriba, emigrando hacia la nada. Y fuimos a vacunar nomás, contra todo los bichos que por ahí andaban. Nos dieron los materiales, vaya uno a saber de qué, chamigo. Entre mates, galletas, frio y humedad, metimos pichicata a troche y moche. A todo lo que se movía, zass, enseguidita le sacudíamos una!!. Cuando no, las gotitas de Don Sabin. Diez años después….medio olvidado de todo aquello, frecuentaba el fulbito en el club del barrio, en potrero o canchita mejorada. Un día primaveral, de aquellos donde el Jacarandá reluce, estaba en el tablón-tribuna, junto a otros compinches. Un jovencito, sentado al lado del pasto, que al principio miraba con intereses y deseo el partido, comenzó a observarme insistentemente. Sentí un frio escozor porque no entendía la razón de esa profunda mirada de ojos oscuros, inteligentes, que con brillo especial, mezcla de resignación y dignidad propia de los Quoms, me interpelaban. Al rato se levantó, ahí advertí que con dificultad, tomó sus muletas y chirriando sus casi inexistentes piernas, se acercó. Con voz pausada, mezclando queja y juramento me dijo …ani guata…*. Una angustia silenciosa me oprimió el alma causándome un impacto irreparable. Adivinaste, Pacifico, desde ahí arrastro la zanca izquierda. Pensar que los Médicos no se explican el porqué de mi culposa renguera! Abuelo
-
-
*No caminar
-
-
SERGIO G.
|
Comentar |
Referencias (0)
|
|
|