"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




MARIO JRAPKO

Publicado en Parodias el 11 de Septiembre, 2012, 0:36 por MScalona

LA DECISIÒN POSTERGADA

-

¡No va a ir y punto! dijo mi padre de manera categórica.

Mi mamá comenzó a llorar y a decirle que era un desalmado que a Don Víctor ella lo quiere mucho, que está muy agradecida porque, al fin y al cabo el departamento era de él, pero que ella no puede ocuparse de nosotros y de una persona mayor.

Nosotros mirábamos desde la puerta. La Luli de vez en cuando espiaba al abuelo que desde el living nos hacía gestos; juntaba cuatro dedos y los golpeaba de forma intermitente contra el dedo gordo de la misma mano, a la vez que realizaba la misma acción con el labio superior y media lengua afuera, cerrando los ojos. Como estaba sin la dentadura la mandíbula inferior parecía incrustarse en los pómulos y la lengua le rozaba la nariz.

-¡No voy a llevar a mi papá a un geriátrico!

-¡Nadie dice de ir a un geriátrico!, contestó mi mamá, ¡te dije que la semana que viene se desocupa el quinto!

El piso de arriba también era nuestro y mamá había pensado que alguien podía cuidar al abuelo. Mi papá movió la cabeza y dijo: -Está bien, pero si la cosa no funciona se vuelve a casa.

Se dirigió al living y sentándose en una silla al revés se acodó en el respaldo, carraspeó y le informó al abuelo:

-Vea papá, los tiempos cambian, antes al que hablaba solo por la calle le decían loco,  ahora con el celular uno queda como un boludo, no sabe si le están hablando o no, fíjese que un tipo en una esquina me decía-¡cuando te agarre te parto, no sabes como te voy a dar!-le juro que lo miraba y no entendía-¿que te pasa tarado?-dije levantando una baguette que acababa de comprar en La Gallega-pero el tipo dio media vuelta y con la mano libre se hizo señas al oído contrario- ahí me dí cuenta que estaba hablando.

A todo esto el abuelo miraba la tele y comía unas aceitunas, era el segundo frasco de medio que se terminaba en la semana, y recién era martes.

-En fin escúcheme papá, la Alicia está cansada porque tiene mucho trabajo, no se puede hacer cargo de atenderlo, pero se desocupa el piso de arriba en una semana y tenemos una persona que lo puede cuidar, además de nosotros claro.

-¡Andate a la mierda!-dijo sin dejar de mirar la tele.

Papá se acercó a mamá y le susurró- pobre viste, debe estar asustado. A mi no me parecía que el abuelo tuviera miedo, porque en un momento nos guiñó el ojo a la Luli y a mí, se metió tres aceitunas en el bolsillo, tomó la sección de deportes del diario y se fue para el baño.

 

El traslado fue sencillo ya que no había muchas cosas que mudar debido a que el departamento ya estaba amueblado, solo una radio, ropa, medicamentos, el papagayo y la enema que el abuelo se hacía religiosamente cada domingo después de los ravioles.

Mi mamá le llevaría la comida y se encargaría de juntar la ropa para lavarla, una señora se ocuparía de atenderlo y limpiar el departamento.

Todo marchaba tranquilamente. Mamá estaba mas calmada y tengo que reconocer que ya no había tanto olor a pis en el living. Sin embargo todos los medios días el abuelo golpeaba con el palo de escoba el piso para pedir algo. En el almuerzo se escuchaba ¡tac,tac,tac!, y si alguien no subía el abuelo no paraba de darle al mosaico, ¡tac,tac,tac,tac,tac!, mis papás se miraban un rato, en silencio, luego mi viejo decía-ya se va a cansar- y seguía comiendo los fideos como con vergüenza. La verdad que no se cansaba un  carajo y siempre alguno terminaba subiendo.

A las tres semanas la señora que lo cuidaba renuncia.

-Pero Elena, quédese un tiempito más, le prometo que vamos a hablar seriamente con Don Victor.

-Mire señora, yo estoy acostumbrada a cuidar a gente mayor, pero le juro que nunca vi nada igual.

-¿Pero que es lo que pasa?

-Pasa que yo llevo mis objetos personales en un neceser, entre ellos un cepillo de fina cerda de carpincho y mango de madera de gomero, regalo de mi suegra chaqueña.

Don Victor le tomó cariño al cepillo porque según él le recordaba el pelo de una novia  irlandesa que tuvo en su juventud. Solía acariciarlo con dulzura y a mí me producía  ternura verlo. Cada vez que iba al baño me lo pedía para peinarse pues decía que sentía como si su novia le acariciaba la frente. Ayer se fue a bañar y me lo pidió prestado. Yo a veces me acerco y le pregunto si todo está bien, vio el cuidado que hay que tener con los viejos. La cosa es que termina de ducharse y por la puerta que había quedado entreabierta no sabe lo que veo.

-Cuénteme Elena, no de mas vueltas

-¡Se estaba peinando los pelos del pubis! ¿se da cuenta?, yo lo uso para mi y para peinar a la Jaquelina.

-¡Me lleve el diablo!

-Viera usted la impresión de encontrar entre el pelaje rústico y campestre del carpincho, finas hebras de ensortijada blancura, resabios de una virilidad que suponía domesticada. 

-¡Que barbaridad! ¿no hay forma de que cambie de opinión?

-Lo siento Doña Alicia, está decidido.

Al fin el abuelo tuvo que quedarse solo, mamá sin descanso subía y bajaba las escaleras mientras que el geriátrico se vislumbraba como una posibilidad cercana.

-Prometeme que lo vas a pensar Emilio- declaró resignada a mi papá.

 

Una tarde estábamos jugando en el balcón de casa cuando sentimos un ruido terrible. Mamá se puso a gritar. Fuimos corriendo tratando de ubicar de donde provenían los alaridos y llegamos al baño. Al entrar vimos algunos escombros y un inodoro montado sobre otro. Cuando levantamos la vista vimos incrustado en el techo el culo del abuelo.

-¡Llamenlo a papá al taller!-exclamo mamá agarrándose de los azulejos.

Junto a papá llegaron los bomberos, nosotros nos quedamos en casa prometiendo que nos íbamos a quedar jugando en la pieza, cosa que por supuesto no hicimos. Comenzamos tocándole el culo al abuelo con un escobillón, nosotros escuchábamos como puteaba pero como nadie venía a retarnos suponíamos que arriba pensaban que se quejaba por la mala posición. Después llamamos a los amigos del edificio, Camilo, Santiago y Anita. Mientras las chicas le pintaban corazones con tempera atando un pincel en el extremo de la escoba, nosotros masticábamos la punta de unos conitos de papel de diario que al ser lanzados se quedaban pegados en el cachete izquierdo del abuelo.

Al fin lo retiraron. Había que ver la cara desencajada de mis padres al observar el culo decorado del abuelo.

Un amigo de mi papá vino a casa al día siguiente y les recomendó un geriátrico, dijo que el “Hogar de Ancianos Control de mis Esfínteres” era limpio y caro pero la atención no era muy buena, y que él tenía a su madre en la Residencia para Mayores “El domingo que viene vengo”, que no era un lujo, pero el personal era muy bueno con la atención, incluso nos contó que una vez su madre intentó fugarse por la ventana y una enfermera la sujetó al vuelo del talón, cuando lo acostumbrado es dejar que se escape.

Creo que ahora estamos mejor y mas tranquilos todos, mamá se ocupa de que no le falte nada y papá ya no tiene esa cara de angustiado de los primeros días. Con mi hermana estamos juntando plata para comprarle un cepillo, pero por ahora se hace difícil conseguir de carpincho.                                                                                   

                                                                                                                                                                                 Mario Jrapko

 

 

 

 

 

 

¡No va a ir y punto! dijo mi padre de manera categórica.

Mi mamá comenzó a llorar y a decirle que era un desalmado que a Don Víctor ella lo quiere mucho, que está muy agradecida porque, al fin y al cabo el departamento era de él, pero que ella no puede ocuparse de nosotros y de una persona mayor.

Nosotros mirábamos desde la puerta. La Luli de vez en cuando espiaba al abuelo que desde el living nos hacía gestos; juntaba cuatro dedos y los golpeaba de forma intermitente contra el dedo gordo de la misma mano, a la vez que realizaba la misma acción con el labio superior y media lengua afuera, cerrando los ojos. Como estaba sin la dentadura la mandíbula inferior parecía incrustarse en los pómulos y la lengua le rozaba la nariz.

-¡No voy a llevar a mi papá a un geriátrico!

-¡Nadie dice de ir a un geriátrico!, contestó mi mamá, ¡te dije que la semana que viene se desocupa el quinto!

El piso de arriba también era nuestro y mamá había pensado que alguien podía cuidar al abuelo. Mi papá movió la cabeza y dijo: -Está bien, pero si la cosa no funciona se vuelve a casa.

Se dirigió al living y sentándose en una silla al revés se acodó en el respaldo, carraspeó y le informó al abuelo:

-Vea papá, los tiempos cambian, antes al que hablaba solo por la calle le decían loco,  ahora con el celular uno queda como un boludo, no sabe si le están hablando o no, fíjese que un tipo en una esquina me decía-¡cuando te agarre te parto, no sabes como te voy a dar!-le juro que lo miraba y no entendía-¿que te pasa tarado?-dije levantando una baguette que acababa de comprar en La Gallega-pero el tipo dio media vuelta y con la mano libre se hizo señas al oído contrario- ahí me dí cuenta que estaba hablando.

A todo esto el abuelo miraba la tele y comía unas aceitunas, era el segundo frasco de medio que se terminaba en la semana, y recién era martes.

-En fin escúcheme papá, la Alicia está cansada porque tiene mucho trabajo, no se puede hacer cargo de atenderlo, pero se desocupa el piso de arriba en una semana y tenemos una persona que lo puede cuidar, además de nosotros claro.

-¡Andate a la mierda!-dijo sin dejar de mirar la tele.

Papá se acercó a mamá y le susurró- pobre viste, debe estar asustado. A mi no me parecía que el abuelo tuviera miedo, porque en un momento nos guiñó el ojo a la Luli y a mí, se metió tres aceitunas en el bolsillo, tomó la sección de deportes del diario y se fue para el baño.

 

El traslado fue sencillo ya que no había muchas cosas que mudar debido a que el departamento ya estaba amueblado, solo una radio, ropa, medicamentos, el papagayo y la enema que el abuelo se hacía religiosamente cada domingo después de los ravioles.

Mi mamá le llevaría la comida y se encargaría de juntar la ropa para lavarla, una señora se ocuparía de atenderlo y limpiar el departamento.

Todo marchaba tranquilamente. Mamá estaba mas calmada y tengo que reconocer que ya no había tanto olor a pis en el living. Sin embargo todos los medios días el abuelo golpeaba con el palo de escoba el piso para pedir algo. En el almuerzo se escuchaba ¡tac,tac,tac!, y si alguien no subía el abuelo no paraba de darle al mosaico, ¡tac,tac,tac,tac,tac!, mis papás se miraban un rato, en silencio, luego mi viejo decía-ya se va a cansar- y seguía comiendo los fideos como con vergüenza. La verdad que no se cansaba un  carajo y siempre alguno terminaba subiendo.

A las tres semanas la señora que lo cuidaba renuncia.

-Pero Elena, quédese un tiempito más, le prometo que vamos a hablar seriamente con Don Victor.

-Mire señora, yo estoy acostumbrada a cuidar a gente mayor, pero le juro que nunca vi nada igual.

-¿Pero que es lo que pasa?

-Pasa que yo llevo mis objetos personales en un neceser, entre ellos un cepillo de fina cerda de carpincho y mango de madera de gomero, regalo de mi suegra chaqueña.

Don Victor le tomó cariño al cepillo porque según él le recordaba el pelo de una novia  irlandesa que tuvo en su juventud. Solía acariciarlo con dulzura y a mí me producía  ternura verlo. Cada vez que iba al baño me lo pedía para peinarse pues decía que sentía como si su novia le acariciaba la frente. Ayer se fue a bañar y me lo pidió prestado. Yo a veces me acerco y le pregunto si todo está bien, vio el cuidado que hay que tener con los viejos. La cosa es que termina de ducharse y por la puerta que había quedado entreabierta no sabe lo que veo.

-Cuénteme Elena, no de mas vueltas

-¡Se estaba peinando los pelos del pubis! ¿se da cuenta?, yo lo uso para mi y para peinar a la Jaquelina.

-¡Me lleve el diablo!

-Viera usted la impresión de encontrar entre el pelaje rústico y campestre del carpincho, finas hebras de ensortijada blancura, resabios de una virilidad que suponía domesticada. 

-¡Que barbaridad! ¿no hay forma de que cambie de opinión?

-Lo siento Doña Alicia, está decidido.

Al fin el abuelo tuvo que quedarse solo, mamá sin descanso subía y bajaba las escaleras mientras que el geriátrico se vislumbraba como una posibilidad cercana.

-Prometeme que lo vas a pensar Emilio- declaró resignada a mi papá.

 

Una tarde estábamos jugando en el balcón de casa cuando sentimos un ruido terrible. Mamá se puso a gritar. Fuimos corriendo tratando de ubicar de donde provenían los alaridos y llegamos al baño. Al entrar vimos algunos escombros y un inodoro montado sobre otro. Cuando levantamos la vista vimos incrustado en el techo el culo del abuelo.

-¡Llamenlo a papá al taller!-exclamo mamá agarrándose de los azulejos.

Junto a papá llegaron los bomberos, nosotros nos quedamos en casa prometiendo que nos íbamos a quedar jugando en la pieza, cosa que por supuesto no hicimos. Comenzamos tocándole el culo al abuelo con un escobillón, nosotros escuchábamos como puteaba pero como nadie venía a retarnos suponíamos que arriba pensaban que se quejaba por la mala posición. Después llamamos a los amigos del edificio, Camilo, Santiago y Anita. Mientras las chicas le pintaban corazones con tempera atando un pincel en el extremo de la escoba, nosotros masticábamos la punta de unos conitos de papel de diario que al ser lanzados se quedaban pegados en el cachete izquierdo del abuelo.

Al fin lo retiraron. Había que ver la cara desencajada de mis padres al observar el culo decorado del abuelo.

Un amigo de mi papá vino a casa al día siguiente y les recomendó un geriátrico, dijo que el “Hogar de Ancianos Control de mis Esfínteres” era limpio y caro pero la atención no era muy buena, y que él tenía a su madre en la Residencia para Mayores “El domingo que viene vengo”, que no era un lujo, pero el personal era muy bueno con la atención, incluso nos contó que una vez su madre intentó fugarse por la ventana y una enfermera la sujetó al vuelo del talón, cuando lo acostumbrado es dejar que se escape.

Creo que ahora estamos mejor y mas tranquilos todos, mamá se ocupa de que no le falte nada y papá ya no tiene esa cara de angustiado de los primeros días. Con mi hermana estamos juntando plata para comprarle un cepillo, pero por ahora se hace difícil conseguir de carpincho.                                                                                   

                                                                                                                                                                                 Mario Jrapko

 

 

 

 

 

 

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-