Consejos de BIOY CASARES
Publicado en Ensayo el 9 de Septiembre, 2012, 16:54 por MScalona
- Bioy Casares a la hora de escribir- -
Ed. Tusquets. 1988Conversaciones del gran escritor argentino con los alunnos Del Taller Literario de FÈLIX DELLA PAOLERA - -
“Muchos escritores olvidan que la principal ocupación del narrador es narrar. A todos nos gusta que nos cuenten cuentos y, desde luego, a todos los que leen obras de ficción. Ahora hay muchas novelas desprovistas de ficción y de trama; se las llama novelas, pero adentro hay ensayos y pedantería”. E de L: Una vez oí que escribir es, en cierto modo, dejar de vivir un poco... BC: No es verdad. E de L: ¿Usted dejó de vivir, dejó de experimentar? BC: No, no crea. A mí me parece que ocurre lo contrario. Me atrevo a dar el consejo de escribir, porque es agregar un cuarto a la casa de la vida. Está la vida y está pensar sobre la vida, que es otra manera de recorrerla intensamente. G: es duplicarla. BC: Duplicarla del mejor modo posible. Además, escribir es un intento de pensar con precisión. Debo admitir sin embargo que de vez en cuando se presentan situaciones en que tenemos que elegir dos caminos; quizá, por extraño que parezca, entre el amor (léase matrimonio, vida familiar) y seguir escribiendo. Es probable que esa mala fama de la literatura, que la muestra como negación de la vida, se daba al clamor de personas abandonadas. LZ: ¿Y cómo fueron sus primeros intentos? ¿Tuvo muchas incertidumbres, tiró cuentos a la basura? BC: Le voy a explicar: esa etapa fue larga y variada. No es una sola etapa. Yo hubiera querido ser jugador de fútbol o boxeador –boxeador me gustaba más, porque me parecía más contundente- o campeón mundial de tenis o de salto de altura. Pero inexplicablemente, cuando sentía que algo me conmovía, pensaba en escribir. No sé por qué, ya que tiendo a descreer que estas cosas vengan con uno; sospecho que todo lo recibimos y que todo es educación en la vida. Lo cierto es que para enamorar a una prima que no me hacía caso pensé en escribir un libro parecido al de un autor que le gustaba a mi prima. Así, a los seis o siete años, intenté escribir por primera vez. Después me gustó la idea de inventar cuentos policiales y fantásticos, y sin que mis amigos se enteraran, escribí una historia que se llamaba “Vanidad”. Después de eso descubrí la literatura. Y entonces me puse a escribir y leer. Digamos que desde los doce hasta los treinta años leí realmente mucho. Traté de leer toda la literatura francesa, toda la española, toda la inglesa, la norteamericana, la argentina, la de otros países europeos, un poco de la alemana, de la italiana, de la portuguesa, de la japonesa, de la chilena, autores persas, en fin: traté de cultivarme como esos norteamericanos que hacen todo por programa; quise leer todo. T, mientras leía todo, al mismo tiempo quería escribir. Y los libros que yo escribía desagradaban a mis amigos. Cuando salía un libro mío, los amigos no sabían cómo tratarme; querían disimular y se les veía en la cara el disgusto. Yo les daba la razón, pero creía en mi próximo libro. “Yo escribí para que me quisieran; en parte para sobornar y, también en parte, para ser víctima de un modo interesante; para levantar un monumento a mi dolor y para convertirlo, pro medio de la escritura, en un reclamo persuasivo. Todo eso precedió a los pésimos libros publicados, que fueron seis, además de cuatro o cinco novelas inconclusas. [1987] “ E CH: ¿Cuándo reconoció usted que lo que escribía era literatura o podía considerarse literatura? BC: Mire, tal vez pueda precisar el momento... Yo leía buscando la literatura, y escribía buscando la literatura, cuando concluía mis cuentos, por un tiempo creía haber hecho literatura, creía haber acertado. Después, cuando publicaba el libro y mis amigos lo leían, llegaba el desencanto, si antes yo solo no lo había encontrado... Se sucedían días y años, pero la literatura estaba siempre fuera de mi alcance. Como advertía signos de que los amigos no desestimaban mi inteligencia, me dije que la ineptitud a lo mejor se limitaba a mis procedimientos. Con La invención de Morel, una historia que no quería malograr, llegó la gran oportunidad de ponerme a prueba. Recordé el consejo de mi padre de pensar en lo que uno está haciendo, y procuré escribir con la atención bien despierta. Antes de la publicación del libro aparecieron capítulos iniciales en la revista Sur, las reacciones de algunos lectores fueron las primeras buenas noticias sobre escritos míos que recibí en la vida. Tuve una módica sospecha de triunfo, pero aún no me sentía seguro. Me preguntaba si los hombres sabios no descubrirían errores y torpezas en la novela. Con el tiempo, en un cuento que se llama “El ídolo”, se me soltó la mano. Cuando trabajé en Emecé,* en la redacción de contratapas y noticias biográficas, empezó a soltárseme también la mano para escritos que no eran cuentos o novelas. Me encargaron prólogos, que acepté con alegría. Escribí todo eso como quien pasa un examen ante sí mismo. Ahora, mi modo espontáneo de expresión es la escritura; para hablar me siento bastante inseguro. [1988]
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