JOSÉ LUIS ZAMPARO
Publicado en Parodias el 5 de Septiembre, 2012, 18:22 por MScalona
EL PIBE BAIN CALDER -
Esos días de diciembre a Federico lo marcaron a fuego, y constituyeron el primer indicio de su futura carrera universitaria, de su dilatada experiencia en la herencia de Don Sigmund. Como todos los años desde 1971, en esta época en donde el sol se acerca demasiado a los que vivimos en el hemisferio sur, y ni les cuento en la zona sur, el club de nuestros amores y el de F. abre la convocatoria a hombres menores de 12 años para su famosa cantera futbolística, y todavía hasta nuestros días, la cierra en la nochebuena. Encuentra en ese instante tan significativo para los cristianos, un grato momento para alzar las copas yacarta ganadas; y brindar por los nuevos guerreros, como se les apoda a esos purretes del balompié. Para ese hecho se invita por supuesto al párroco del barrio, al comisario de la seccional, a la Vecinal, a toda la comisión directiva, a las subcomisiones, a las subsedes radicadas en más de mil doscientos pueblos de nuestro territorio y el exterior, a toda la comunidad del club, por supuesto a los pillines de la barra, y a familiares y amigos; se da lectura de la lista de buena fe, que como en todas las oportunidades la componen la totalidad de los que se postulan. Es que es muy difícil dejar afuera a un chico en esta situación, en esa edad de las ilusiones, de las pasiones desenfrenadas, de los proyectos ambiciosos. Y si les pasa como al otro club, el de sus primos, el de los sinsabores, el que mira al lago, que dejo ir a un crack y ahora lo llora por Radio y TV, qué hacés, te cortás las bolas. La cola de los futuros cracks comenzaba como siempre con o es lo mismo decir desde, el último vagón abandonado del Ferrocarril Argentino, a la altura de Oroño mas o menos, servicio oportunamente privatizado en los años noventa del siglo pasado por el gobierno popular del Alferez General Saulo Menemfrega a manos Angolesas, caminaba paralela a la trocha angosta, y culminaba después de recorrer ciento cuarenta y cinco vagones, también abandonados, equivalentes a multiplicar esa cantidad de material rodante por lo que mide cada chatarra, ocho metros, que te da que la cola aludida en esta descripción trigonométrica medía La espera para sumarse a las filas del prestigioso club estuvo todos los días nublada de ansiedad, vanidad, humedad, y plagada de corta edad. El hambre lo incentivaba el humo de los choripanes, la sed el vino de damajuana fraccionado en botellas plásticas usadas de Bidu Cola; todo cordialmente atendido por la subcomisión de eventos populares "Tribuna de mujeres fanáticas del chango", en otro vagón abandonado en un carril mas rápido de trocha angosta . Muchos habían llevado una mudita con naranjas para la siesta, otros semillitas, agua con cubitos en un bidón, aunque la mayoría sabía por amigos que fueron años anteriores, que había una canilla perdida entre las vías para refrescarse en toda ocación o prenderse del pico. Federico estaba ubicado mas o menos por la mitad de la fila de soldaditos, y recién después del tercer día de permanecer en el lugar inmutable y en ayunas, se le acercó la coordinadora del fichaje acompañada de dos cabeza de tortuga que el Ministerio de Inseguridad y Actos Fuera de la Ley ( M.I.A.F.Ley ) dispuso para controlar posibles adelantamientos ó desbordes de los pibes, el orden general, y fundamentalmente la limpieza del lugar. - Vos nene, el de colorado. Le dijo la mujersota de tacos negros, piernas blancas sin medias can can, soquetes cremita, pollera verde loro arriba de las rodillas, remera negra estirada, camperita al crochet blanco tiza. Labios carnosos, tez blanca, el pelo enrulado también . - Yo señora ?. Preguntó el colo, consciente desde el primer día que el resto de los infantes lucían remeras solo amarillas ó solo azules, dispuestos en forma organizada, alternada, y obligada en la fila como si un diseñador de modas, que tranquilamente podría integrar la comisión de Imagen Institucional ( C.I.I. ) lo hubiera planificado de antemano, y en ingeniosa oposición cromática a los silos que emergen como tizas de colores pastel de las barrancas del río que corre a uno sesenta metros, también paralelo a las vías. Todo era paralelo, nada congruente, ni siquiera tangente. - Sí, vos. Quién otro. Vos co lo ra di to mío. Con una sonrisa irónica. - Acompañame. Que lo acompañe pidió la voz mandona de la gigante de ojos azules. El joven bajo con miedo explícito su cabeza, avanzó unos pasos y se acurrucó entre los dos escudos de policarbonato transparente de los gordos de camisa gris, pantalones gris, gorras gris, y cachiporra, que lo protegieron de las salivas. Ella le marcó el paso con el desequilibrio de sus tacos, que por izquierda, que por derecha, por una senda de pasto seco, mas corto, amarillento, no tan verde intenso como los alrededores, lo que comúnmente se llama caminito; el ruido de las botas y las manos de la ley también. Cincuenta y dos metros caminaron hasta detenerse frente a un dock de un metro veinte de alto y otros tantos de ancho, de un galpón ferroviario también abandonado, y las nalgas de la señorita descansaron sobre él después de tres saltos tirabuzón fallidos y la ayuda de los dos oficiales; las risas de tres ocupas que compartían un porrito en el andén no se pudieron ocultar ni con la mirada de los uniformados, tampoco el enagua y el bofe estirando la pollera. Los extraños hechos acrecentaban la timidez del purrete de pantalones cortos, orinaban los largos . - No sabés amor mío, que acá no. Disparó la femenina. - Yo no hice nada señora .Dijo F. - En realidad tenés que hacer algo querido angelito de Dios. Irte de acá. Contestó ella. - Esto no es para cutis blancos, y menos para pelirrojos. Agregó. En ese justo momento, del lado de la locomotora que se constituía en sede institucional, sorteando el barro y el pasto mojado por el rocío, llegó un señor que se preocupó por la situación, levantándose los pantalones de su elegante traje con ambas manos y en punta de pies. De no ser por los soquetes negros y los pelos en las patas, a esos zapatitos blancos le faltaba un tutú rosado, para bailar la música de las pocas ranas y grillos que sobrevivieron junto a los charcos, de las fumigaciones que lleva a cabo la Subsecretaría de Control de Vectores del Municipio en los espacios públicos. Dirigiéndose al niño en una forma muy especial, se presentó como el Presidente del club, y le sugirió de buena manera que hiciera caso a la sugerencia de la señorita Rita. Agregó que la comisión directiva en pleno la noche anterior había tratado su caso particular, porque sorprendidos lo habían visto a él en la cola, y votado la decisión en forma ecuánime, unánime, y le rogó que por favor no se desanime; y que por la historia del club, la presión de la hinchada y fundamentalmente por los acuerdos internacionales que se habían rubricado oportunamente, el equipo era únicamente para gente de color, y negros particularmente, y si aceptaban a alguien como él, la combinación sería nefasta, y muy difícil de sostener en los medios masivos de comunicación, y ni que hablar con la barra brava. Cabe la aclaración que a los citados preámbulos se había llegado después de los históricos hechos del 17 de Octubre de 1945, en donde la oligarquía porteña había criticado burlonamente el echo de que los jugadores y los hinchas, festejaran y se lavaran las patas en la plaza de Mayo después del triunfo agónico en la visita al sur de Buenos Aires, cuando jugaron en la cancha de San Telmo contra Boca. Lloraba como un chico, con sus doce años levantó la cabeza junto con la media vuelta de su cuerpo, su cabello rojizo acompañó el giro, caminó hacia el sur pisando penas, patitas blancas, flacas, patitas chuecas. Quiso la siesta ponerle a un niño la soledad, las chicharras, el sol, y recordó los días de la cola, la indiferencia de los otros pibes, nunca un pase en los picaditos que se armaban, ni siquiera de suplente, y las ganas de cabecear la de goma que cruzaba ante sus ojos, ó un co ca co la con un negrito, tomar agua de la misma botella, sentarse transpirado en el andén, contar un cuento, ó un pique en profundidad por las vías. Todo cerraba, era y sería un zapo de otro pozo, para qué dar explicaciones de porqué estaba allí, del accidente de su abuelo Colin, el escocés, de su padrastro boliviano, de su andar por las villas con los chicos pobres, de los comedores comunitarios, de los guisos. Aceleró el paso, pisó fuerte esa tierra surcada de rieles, y de un zurdazo de tres dedos clavó en el ángulo del arco pintado sobre uno de los muros del galpón, la botella vacía de Gatorade que se le puso adelante. No lo festejó, por respeto a los chicos, y porque su sangre seguiría en ese lugar de la cultura de este pueblo, y el camino lo hizo de pronto mas lento, desafiante pero errante, denigrante. Tampoco escuchó al presidente que había quedado atrás de la jugada. En offside, como siempre. - Fede !Le gritó el tipo. - Hey Fedeeeee! Esperá pibe. Jose Luis Zamparo
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