"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




JULIA M. SÁNCHEZ

Publicado en Parodias el 22 de Agosto, 2012, 12:21 por MScalona

Los secretos de Woody

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     Shirley estaba conmigo cuando mi hermana Theresa llamó para anunciarme el problema. Shirley es mi favorita porque tiene unas uñas largas y violetas, perfectas para quitarme las espinillas de la espalda sin hacerme doler. A veces vamos a esos hoteles de paso con espejos en el techo y nos gusta mirarnos mientras ella aprieta mis granos después de tener sexo. Parecemos esos horribles monos llenos de amor y pulgas de Discovery Channel. Desnudos, peludos, uno trabajando arriba del otro.

 

     Luego de escuchar a mi estúpida hermana gritarme que aquello era también mi problema, quise que Shirley me acompañara a solucionarlo. No es que hubiera una epidemia de granos en la espalda o algo así, pero todo es más soportable con un poco de Shirley.  Me dijo que ocuparla todo el día me saldría unos novecientos dólares. ¡Pero ni siquiera vamos a tener sexo! ¡Es sólo por tu compañía! respondí. ¿No va a haber sexo? Entonces serán mil doscientos, gritó mientras se ponía sus pequeñas pantaletas fucsia. Ya ven por qué Shirley es mi favorita.

 

     Mi hermana Theresa no es mala persona, simplemente es demasiado...Theresa. Insistió en que saliera cuanto antes y no me demorara con cosas estúpidas como mi trabajo. Le pregunté si estaba bien que llevara a los niños. No idiota, me respondió amablemente, es un problema de adultos. No sé si Shirley sea mayor de edad, pero se comporta como adulta, por lo que no veo ningún problema en que venga conmigo.

 

     Shirley compró dos cafés y nos subimos al auto. Tenía que manejar ciento veinte millas por la interestatal y luego treinta millas más por una espantosa carretera rural para llegar al pueblo adonde nací, fui criado y escapé exitosamente. El problema era que mis padres comenzaron una estúpida pelea acerca de cómo ambientar el salón para celebrar sus cincuenta y cinco años de casados, terminaron en una dura lucha con sus bastones y ahora quieren divorciarse.

 

     -Dime Shirley, ¿Crees que sea legal divorciarse a los ochenta años?

     -Probablemente. ¿Ustedes son judíos?

     -Probablemente, no lo sé, sólo puedo decirte que entre el Papa y el aire acondicionado, me quedo con el aire acondicionado. Pero, ¿a qué viene esa pregunta?

     -No lo sé Alvin. Quizás tengas razón, divorciarse a los ochenta debería ser tan ilegal como casarse a los dieciséis.

     -Ese es todo mi punto Shir, oh, eres tan inteligente, y con esas uñas, me casaría contigo en un minuto. Tu tienes más de dieciséis, ¿Verdad Shir?

     -Aquí tienes cambio para el peaje Alvin.

     -Oh Dios mío Shir, me siento el profesor Humbert Humbert, dime que tienes más de dieciséis.

     -¿Quién es Humbert qué?

    

     Shirley vestía de pieza a cabeza un ajustado traje de animal print. Con brillos. Y sus uñas violetas. Por un momento pensé que podría ser tomada por una niña en su disfraz de Halloween a la búsqueda de dulces, pero estamos en Mayo, nadie se disfraza con tanta anticipación, excepto tía Caroline, que cada dos o tres años se pone un vestido de novia aunque nunca ha logrado casarse.

 

     -Oye, creo que no eres judío.

     -¿Crees que no soy judío? ¿Por qué volvimos a lo de judío?

     -Te comportas como judío. Conozco muchos judíos. Pero tu tienes...tus partes enteras, ya sabes, tienes un prepucio entero.

     -¡Dios Shirley! no digas esas cosas, cielos, eres una niña, y aquí estamos hablando de los judíos y sus prepucios...

     -Soy una prostituta Alvin.

     -Hubiera preferido que digas “no soy una niña Alvin”, oh dios mío, Theresa va a enloquecer.

 

     Llegamos a la casa de mis padres. O a la de Theresa. Viven los unos enfrente de la otra. Pero aparcamos del lado de mis padres, por lo que técnicamente llegamos a su casa. Entramos. En una mesa ovalada con ventanal al jardín se sentaban mis padres, uno en cada punta y Teresa en el medio. Mis padres se miraban con odio y no parecieron darse cuenta de mi llegada. Me senté enfrente de mi hermana y la estúpida de Shirley quiso sentarse en mis faldas. Niña tonta, le dije, vete a ver la televisión. Se produjo un silencio y Teresa estalló:

 

     -Esta gente ha luchado entre sí con sus bastones. ¿Lo comprendes Alvin? ¡Con sus bastones! Como si estuvieran en la maldita Guerra de las Galaxias ¿comprendes? Mamá quería que la ambientación de la fiesta fuera de la Guerra Civil y papá quería que fuera estilo Viejo Oeste, como si fueran cosas distintas, como si hubiera una gran diferencia ¿comprendes? Y comenzaron a gritarse y luego a atacarse con sus bastones.

     -No logro darme cuenta qué ambientación predominó en la pelea.

     -No me resulta gracioso Alvin, esta gente ahora quiere pedir un divorcio, ¿sabes lo que eso significa? ¿sabes lo que cuesta un divorcio? ¡Habrá una segunda hipoteca para cada uno!

     -Claro que lo sé, me he divorciado tres veces.

     -A propósito, no se qué traes con esa niña, pero dile que baje el volumen del televisor.

 

     Shirley estaba tirada en el sillón mirando la tele y tomando agua. Mis padres no se sacaban los ojos de encima. Los bastones habían sido trasladados a la casa de los vecinos y por lo tanto no podían levantarse y andar deambulando por ahí. En la tele estaba el tipo este que conduce siempre los premios Oscar. El tipo estaba callado, tocándose la barbilla y nos miraba a todos nosotros. Ante el silencio comenzó a hablar desde el televisor:

 

     -Oh, no se preocupen por mi, por favor, continúen, sólo que ¿Alvin? ¿Te molestaría que lleve a tu chica por un paseo? Parece aburrida.

     -No puedes llevarte a Shirley, la he ocupado por todo el día, serán mil doscientos dólares Crystal, en el nombre de Dios, ¿cuántas veces vas a robarme mujeres?

     -Oye, aquello era un guión, ¡yo no tenía más remedio! Y Shirley dice que aún no le has pagado.

     -¡Aún no me has pagado Alvin! ¿Crees que este tipo sea judío?

     -Oh Dios mío es una prostituta menor de edad y antisemita, llévatela de una vez Crystal.

    

     Shirley se levantó del sillón. Crystal sacó su mano por la pantalla y se la tendió, ayudándola a ingresar al televisor. Crystal miró a mis padres y dijo:

 

     -Creo que el tema del Viejo Oeste se vería estupendo, ¿qué tal si yo animara su fiesta? Mi cachet es más barato que un divorcio, pueden llamar a mi representante.

     -Cállate Crystal, vete de una vez o apagaré el televisor.

     -Como quieras, sólo recuerda que esto es como las Vegas, ganas, pierdes, pero al final la casa siempre se queda con todo. Lo cual no significa que no te hayas divertido ¿verdad?

     -Cállate Crystal, ¡adios Shir! ¡Apuesto a que él no tiene granos en su espalda!

    

     Le apunté con el control remoto y lo apagué. Dejó un leve olor a azufre en el comedor y se escuchaba “Sing, sing, sing” por Benny Goodman, las clásicas señales de que el diablo anda cerca, todo el mundo lo sabe. Mis padres seguían odiándose en silencio y todos sentimos como que nos habían robado cuando de pronto mi hermana dijo:

 

     -Oye, ¿qué les parece si ambientamos la fiesta estilo Las Vegas? Quizás traer un croupier, bailarinas, tragos largos.

     -Yo nunca he estado en Las Vegas- dijo mi madre fríamente.

     -Yo tampoco- dijo mi padre.

     -¡No mientas! Maldito viejo sucio y desvergonzado, tu hermano Clyde te llevó allí después de la Gran Guerra.

     -Oh, eres una anciana demente, Las Vegas no existía en ese entonces.

     -¡Claro que sí!

     -¡Que no! ¿Sabes lo que eres Esther? ¿Quieres saber lo que pienso?

     -Nadie quiere saber lo que piensas... yo te diré lo que aquí ocurre...

 

     Mis padres habían retornado a su diálogo, lo cual significaba para mi que el problema estaba resuelto. Le hice una señal a Theresa y los dos nos fuimos alejando hacia la puerta sin que ellos ni siquiera lo notaran. Una vez afuera nos despedimos y comencé a buscar la forma de rescatar a Shirley de las garras de ese infame de Crystal. Después de todo es más que probable que yo sea judío y no tengo por qué creer en un demonio. Al menos que sea un demonio de Hollywood, ¿no creen?

 

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                                                            Julia Mariana

 

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-