MAYRA RODRÍGUEZ
Publicado en relatos el 15 de Agosto, 2012, 14:33 por MScalona
Onetti no está
La broma la había inventado la Salcedo, una profesora peruana de literatura. Venía a mi asiento, en los tiempos en que adolecer la historia de una, exige una solución de lectura ligera. Parada a mi izquierda, con los dedos largos y estirados apoyados en el pupitre, el pañuelo de lindos colores aglomerado en su cuello por un prendedor dorado con forma de mariposa y esa permanente que coronaba una altura de casi dos metros. Con esos rasgados ojos que no admitían una sola partícula sobrante de estupidez, comentaba con su boca o pico acercándose a mi espacio.- Usted, llanamente, se arruinará la mente si no sabe elegir entre los países del mercosur- Mercosur era una palabra que sonaba mucho por esa época, yo ignoraba de qué se trataba, pero no parecía una imparcial broma peruana – Cambie de país, por ahora.- sentenció y sacó del bolsillo un papel que emplazó sobre mi libro de Paulo Coelho. – Esta puede ser la última memoria que escribió.- No entendí por qué la complicidad, al fin y al cabo yo era una chica haciendo la plancha en el mar y al darme la carta de ese uruguayo, sentí que me ajustaba un grillete con una gran bola que me hundía, hundía y hundía. A Idea No podía dejar de mirar entristecido, tus hombros débiles e inclinados. Creí que alejada de mí, eras más fuerte. Cuando leí aquella carta no pude dejar de pensarte repartiendo el rouge en la boca entreabierta. El cigarrillo abandonado en el cenicero de vidrio, sobre la mesa ratona. El lento humo dibujando una reverencia a tu fina figura mientras te calzás el vestido negro para ir a cenar. Hace unos días me llamó Eduardo. Viste que él tiene esas ideas de acercar a lo aprendices de escritor, como si yo resultara de gran ayuda, le dije que sí. Cuando me acerqué al picaporte para estudiar al entrevistador, vi la expresión aniñada y tierna de mis horas anteriores. Ahí en la vereda, miró su reloj y se dobló hacia el picaporte, grandísimo imbécil. Me incorporé tontamente y volví a agacharme. Él hizo lo mismo del otro lado de la puerta. Casi en el mediodía, el joven me rociaba de una sensación de responsabilidad culposa. Lo veía como a un mensajero de mil cosas que me molestaba recordar. Cuando me harté del estúpido subeybaja que estábamos interpretando, decidí no atenderlo. Deslicé un papelito donde la hundida letra azul anunciaba: Onetti no está. Se levantó riendo, mirando el papel arrugado que salvó debajo de la puerta. Antes de irse volvió a sonreir hacia la fachada, no tuvo más que una expresión de alivio. Me paré un poco después ajustándome el cordón del pijama. Lo despedí moviendo una mano y volví a echarlo sin que él me viera detrás de la puerta. Recuerdo haber mirado ese papel recién escrito y enseguida, tu rostro, tu rezo y todo aquello, tan antiguo y tercamente puro, todo aquello que me había alimentado con su sustancia, día tras día; mi ausencia. En mi país, en tu cama, en el mundo. Recuerdo haber tenido esa sensación en que todo se desvanecía rápidamente y era sólo yo y mi letra, acariciando la textura del papel, mientras mi propia ausencia iba mordiendo lo que me queda del cuerpo. J.C.O Varios años después y en muchas oportunidades la ausencia de Onetti se hacía presente. Una ausencia que se materializaba en cada soledad inminente. Leía la carta y dudaba de seguir con este capricho de escritora y me encontraba con los brazos cruzados bajo la cabeza, mirando el techo en una cama, mientras sentía la respiración en mi cuello de aquel al que ya en ese momento le estaba siendo ausente. Y me sentía un poco Idea, un poco Onetti, y todo olía a algo puro, imposible y vacío que me estremecía.
CARTA II
Estás lejos y al sur allí no son las cuatro.
Recostado en tu silla apoyado en la mesa del café de tu cuarto tirado en una cama la tuya o la de alguien que quisiera borrar -estoy pensando en ti no en quienes buscan a tu lado lo mismo que yo quiero-. Estoy pensando en ti ya hace una hora tal vez media no sé.
Cuando la luz se acabe sabré que son las nueve estiraré la colcha me pondré el traje negro y me pasaré el peine.
Iré a cenar es claro.
Pero en algún momento me volveré a este cuarto me tiraré en la cama y entonces tu recuerdo qué digo mi deseo de verte que me mires tu presencia de hombre que me falta en la vida se pondrán como ahora te pones en la tarde que ya es la noche a ser la sola única cosa que me importa en el mundo.
Mayra R. |