Agosto del 2012
Publicado en Parodias el 31 de Agosto, 2012, 10:23
por MScalona

Cambio de look
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Una mañana, luego de un largo y reparador descanso, el Sr. Fernando Pignaro se levantó convertido en un molusco. Alarmado por la viscosidad de sus extremidades lo primero que palpó fue la zona superior de su boca. Respiró aliviado. Conservaba en su lugar su singular bigote, signo personal de su virilidad.
El baño de inmersión con sales le aportó el bienestar acostumbrado, casi podría decirse que lo disfrutó más que nunca. Le molestó un poco cierto olor intenso que el baño pareció no haber eliminado por completo. Sin embargo, decidió no darle demasiada importancia ya que al fin y al cabo cuanto mayor distancia guardaran sus empleados de su persona para él sería mejor. No era lo que pudiera definirse como un tipo sociable. Su cargo como alto funcionario en aquella multinacional lo había vuelto algo parco y desconfiado hacia las demás personas.
La transformación se había producido evidentemente mientras dormía. Si algo tenía Pignaro digno de ser envidiado era su capacidad para conciliar el sueño. Dormía profundamente siete u ocho horas corridas todas las noches destruyendo por completo cualquier fantasía proletaria de culpas persecutorias de los esbirros del capitalismo. Pignaro dormía como un angelito, como había dormido incluso aquella noche mientras su cuerpo se transformaba en el de un cefalópodo de la subespecie de los téutidos, más conocido como calamar.
Durante el desayuno comenzó a encontrarle algunas ventajas a su nuevo aspecto. El primer descubrimiento importante fue, como ocurre en la mayoría de los casos, accidental: la longitud de sus tentáculos entorpecía sus movimientos y mientras intentaba cortar unas rebanadas de pan para hacerse unas tostadas se amputó casi por completo una sus extremidades. Con asombro, aunque no sin menos satisfacción observó que ésta comenzaba a crecer casi de inmediato.
Más tarde, mientras escuchaba los mensajes de sus contestadora, la voz de una de sus amantes lo perturbó. La joven le sollozaba reclamándole por sus prolongadas ausencias y desatenciones. Se humillaba:
- LLamame Fer! Me compré ropita interior un nueva. Tengo puesto el perfume que vos me regalaste. Ni siquiera estrenamos el disfraz de mucamita juntos.
La chica lo había aburrido por completo, ya no había disfraz ni fantasía que revirtiera el agobio que le causaba tanta sumisión. El deseo de escapar le provocó una reacción que en un primer momento confundió con una eyaculación involuntaria, una polución, pero no. Enseguida advirtió que lo que su cuerpo había segregado era un pigmento de color oscuro, casi negro y de materialidad viscosa.
Sonó uno de sus celulares, la Blackberry, un mensaje en el msn le indicaba una cita. La agenda electrónica le recordó la reunión de directorio y también que su madre lo esperaba a almorzar. Fernando sintió nuevamente deseos de escapar, otra vez el pigmento oscuro se derramó entre sus tentáculos.
Este incidente resultó beneficioso ya que todavía se encontraba con su bata de baño y el hecho le permitió descubrir que cada vez que se pensaba en una situación de escape se producía una eyaculación de tinta. La comparación de esta nueva glándula con sus testículos le brindó la certeza que, con el tiempo, le permitiría controlar su funcionamiento tal como lo hacía con sus genitales. Sonrió ladeado como de costumbre, aunque el pico que cubría ahora su boca no permitía que su seductora sonrisa se luciera demasiado, satisfecho de tener el control.
Subió a su auto, condujo hasta la empresa, entró, como todas las mañanas.
Ante las miradas espantadas de todos cuantos lo veían pasar frente a ellos, Fernando esbozó su mejor sonrisa y dijo:
- Sorprendente, eh? El cambio de look.
Nadie más se atrevió a hacer un solo comentario, al menos frente a él.
Transcurrido el tiempo, todos fueron acostumbrándose al nuevo aspecto del Sr. Pignaro. Poco a poco, su secretaria se acostumbró al aromatizador que puso en la oficina. Al principio le provocaba dolor de cabeza, pero pronto entendió que el olor que despedía el cuerpo de su jefe era bastante más desagradable que el sahumador eléctrico. Le molestaba sí que las nalgadas cordiales que acostumbraba darle cuando pasaba cerca de su escritorio, más que un chirlo ahora se parecían a un pellizco debido a las ventosas, pero su novio ya estaba resignado a las marquitas que a veces tenía en los muslos y aceptaba que hasta que terminaran de pagar la el crédito del departamento ella tenía que conservar ese trabajo.
La empresa abrió una nueva línea de producción con impresiones a muy bajo costo que no tuvo competencia en el mercado ya que nunca se reveló la fórmula de las estampas de tan buena calidad y con costo mínimo.
Con este nuevo empendimiento, la compañía cerró una de las textiles más grandes despidiendo algo así como trescientos obreros, que cobraron las indemnizaciones correspondientes, por supuesto. Fernando siempre fue un tipo muy prolijo. Las maquinarias se vendieron y el galpón se utiliza como depósito de marcadería y garaje de los camiones.
Pignaro pasó a formar parte del directorio, ya no como asesor sino como socio minoritario pero dada su juventud y su floreciente carrera, con grandes expectativas de crecimiento profesional.
Eso sí, desde hace unos meses ha tenido que visitar al psiquiatra y solicitarle unas pastillas para conciliar el sueño ya que algo lo inquieta por las noches impidiéndole su merecido descanso: Se rumorea en la fábrica que el sindicato está anunciando para mediados de octubre una paella solidaria a beneficio de los obreros cesanteados.
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Silvia M.
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Publicado en Sugerencias. el 30 de Agosto, 2012, 20:09
por MScalona

quedan entradas; del taller vamos en un grupo de VEINTE más o menos.
La entrada cuesta $ 50.- y no son numeradas. Marce
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Publicado en Cuentos el 30 de Agosto, 2012, 10:18
por MScalona

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Albertina y yo
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Gritó mi nombre desde lejos, llamándome – para que me detenga – en un tono de voz más elevado al preciso dada la distancia que nos separaba. Sin embargo, continué caminando como si no la hubiera oído dado que la exageración del gesto me incomodó tanto como la extravagancia de quién ante la felicidad derramara lágrimas. Sin permitir condecorarlo como enojo, la vergüenza, no cesaba de recorrer el podio. Oí el taconeo de sus pasos apurados y, recién al alcanzarme, volví la mirada por sobre el hombro – indiferentemente –silenciando la repercusión de su eco en mí. Rodeó con ambas manos mi brazo y cuchicheó una risita en el oído. Sus caderas se plegaron a la par de las mías en un vaivén eslabonado que, al andar, se fue sumiendo en la cadencia de cada paso amortiguando el breve cacheteo de uno de sus pechos contra mi brazo.
El gentío congregado en la esquina nos señaló la llegada a destino así como las brillantes marquesinas anunció el estreno de “Fedra”. A medida que avanzábamos hacia la entrada del teatro, salpicados nuestros rostros de luz, la multitud nos envolvió como el oleaje de un mar embravecido que halla y recluta a los náufragos hasta la próxima orilla.
El Bermo, como le habíamos apodado entre nosotras, se hallaba sentado en la primera fila junto a los otros profesores de arte dramático y escénico.
Nos acomodamos, ansiosamente, en nuestras butacas esperando el comienzo de la obra mientras mirábamos el desfile ininterrumpido de personas que seguían llegando. Aquella monotonía de pasos y “permiso” ensordeció mi presencia y auscultó, como no lo haría ni un profesional, mi conciencia. Ella buscó recostar su cabeza sobre mi hombro y yo rehuí aquella cercanía con el mismo desagrado que evadía su proximidad, con cierto rencor, por no parecerse a mí como en algún tiempo habría creído… Carecer de los atributos con que adorné su compañía y desobedecer a los cánones de un espejismo creado por mi misma. Por haberla deseado o conformado con mis propias ambiciones y reconocerla, de pronto, francamente abatida. Hubiera preferido perder la batalla, por denominar de algún modo la apariencia, a reconocer mi fracaso en su miseria.
Entonces comprendí que, así como el parentesco sanguíneo no se elige, los verdaderos lazos nunca se anudan.
“Difícilmente se logra expresar con el cuerpo o con la voz lo que no se ha vivenciado… pero es imposible lograrlo si ni siquiera lo hemos sabido captar con la mirada, al observarlo.” Nos sentenció el Bermo en una de las primeras clases.
Se trataba de saber estar atento para atrapar el instante en que se produce la conversión, porque tarda lo que dura un pestañeo. Ahora bien, el ojo cree seguir viendo lo mismo pero nuestra percepción se ha mudado de butaca y observa desde otro ángulo, o permanece tras bambalinas hasta que le llegue el turno y recite su parlamento en la voz del artista.
Pensé que desdoblarse es estar con Dios y con el diablo al mismo tiempo; en definitiva, convivir a diario con nuestra propia conciencia. Reconocer, palpar – aunque en silencio – el agrado que nos une al villano y permitirse enemistarnos con el héroe que nunca anhelamos ser. En ese acto repetidamente mundano y pasivo de cruzarse de brazos como espectador es cuando se gesta la acción, la mudanza generativa que nos proyectará como protagonistas de la historia.
Vestidos con otra piel, somos artífices del destino que no elegimos para trucar los conceptos infundados y confundirnos, fluir convencidos hasta de lo que negamos y situarnos en un ilusionismo atemporal que nos desubique y retenga por encantamiento o terquedad.
Actor y espectador se funden, se confrontan y nutren en tal reciprocidad con la misma necesidad con que se fuma y se ceba, se ama y ahuyenta. Cauteriza y sangra igual.
La sabiduría de la contemplación.
Las luces se apagaron y comenzó, por fin, el drama de la actuación.
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Marisol B.
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Publicado en relatos el 30 de Agosto, 2012, 10:12
por MScalona

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Idea
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Hace días que vengo pensando eso de las dos memorias, intentar un texto diferente como si fuera ella la que escribe, meterme en su mente grandiosa, perfecta, colmada de poesía hasta ensamblarla con la mía, somera y pretenciosa. Idea en realidad no puede hacerlo, ya no está, sin embargo perdura (en mí) con sus palabras, crece en el tiempo (se multiplica), me invade como una lenta gota queriendo caer siempre, me ahoga desde el pozo asfixiante del recuerdo, hasta que ya no sé si ésta - mi escritura – me pertenece o es ella (su voz suave escapando de un CD) la que enciende mis manos.
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La visita
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Salgo del sanatorio con los primeros rayos de un sol intruso, desubicado. Llevo pegados al tapado tu olor y el mío, juntos, en una mañana que se adivina radiante y que me encuentra despojada, sin alma, llena de ira. Sé que esta es la última vez que nos veremos - los médicos dijeron poco tiempo - y quisiera retener aunque más no fuera unos minutos, tal vez días o semanas, la luz sombría de la noche, amortiguar este dolor, y darle a tu partida el final que merece. Porque nadie – vos menos que nadie - debe morir un día de sol, sin lluvia.
A las pocas cuadras me siento bajo la sombra de un enorme jacarandá, en un bar que me recuerda al Open Café de París donde una vez dijiste que yo era hierática y vos maldito y que eso nos hacía la pareja perfecta.
Pobre mi amor / creíste / que era así / no supiste / era más rico que eso / era más pobre que eso / era la vida y tú / con los ojos cerrados / viste tus pesadillas / y dijiste / la vida.
Pienso en vos. Entre el murmullo de la gente, el crujido de las sillas de mimbre cuando alguien se acomoda o se levanta para irse y el brillo apagado de ese sol que se cuela entre las ramas. Pienso en vos. Tu rostro comienza a perder nitidez a pesar de este esfuerzo vano de recordar la exactitud de tus formas. Y se apaga. Tu sonrisa se apaga.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca / ni si era de verdad lo que dijiste que era / ni quién fuiste, ni qué fui para ti / ni cómo hubiera sido vivir juntos / querernos, esperarnos, estar / Ya no soy más que yo para siempre y tú /Ya no serás para mí más que tú / Ya no estás en un día futuro /no sabré dónde vives, con quién / ni si te acuerdas / No me abrazarás nunca como esa noche, nunca / No volveré a tocarte. No te veré morir.
La moza comenta que el día es agradable mientras sirve mi café. No pude más que sentarme en este bar y pedir un café después de la visita. Me siento sola. Quizás ella también sienta esa soledad y por eso ha comentado lo del tiempo agradable. O por ahí se ha dado cuenta de mi tristeza al ver mi cara. Sé que tengo una cara que refleja lo que siento. Me pasa que no puedo se como esa gente que aún en la más completa desolación o desamparo puede fingir felicidad.
Le contesto que muy lindo día. Para no ser maleducada. Francamente no creo que lo sea – podría decirle que es horrible, amargo, desolado - pero no tengo muchas ganas de hablar. En otro momento hubiera seguido la conversación. Hoy no.
- ¿Me podés cobrar? – digo.
- Sí, ya le traigo el ticket – dice mientras se encamina hacia adentro.
Me distraigo mirándola. Es muy bonita, no debe tener más de veinte años. Mientras sube los dos escaloncitos que separan la vereda del interior del local, calculo que debe subir y bajarlos al menos doscientas veces cada día. No lo vas a creer pero me puse a pensar en las veces que estuvimos juntos desde que nos conocimos y no deben ser más de veinte. Qué loco ¿no? Un diez por ciento de lo que ella sube y baja por día. ¿Le dolerán tanto los pies como me duele a mí tu ausencia?
- Son seis pesos señora – dice, dejando el ticket sobre la mesa.
Me levanto después de pagar y dejo ese bar, te dejo llevándome tus gestos, te abandono ya sin temblor, ni luz / cayendo oscuramente.
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Silvia Tombolini – Agosto de 2012
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Publicado en relatos el 30 de Agosto, 2012, 10:01
por MScalona

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Las noches que ella estuvo aqui
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Ordena las pilas de prendas disponiéndolas simétricamente sobre la cama, ella que volvió justo cuando yo había empezado a armarme otra rutina.
Esa semana había terminado de delinear un recorrido diario sin ella, sin su campera, sin su bufanda y sus guantes desparramados sobre el sofá. Días en que la comida hecha por mí sabía harto diferente de la suya, en que sólo me quedaba salir de la ducha mojando el piso, tiritando y chorreando agua hasta la cocina, cuando el calefón estaba mal graduado.
Ahora va y viene desde la valija apoyada en la silla hasta la cama, camina más rápido cuando va y lo hace lentamente cuando vuelve con una pilita de prendas, como si estas le pesaran. No las guarda, sólo las va acomodando sobre el acolchado, y durante ese acto mecánico, conversa conmigo pero no me mira.
-El tipo dejó a la mujer y ahora está viviendo con Teresa.
Dice mientras tiene la mirada detenida en un par de camisas, creo que las está contando mentalmente mientras habla. Yo no le contesto nada, no tengo nada para decir, porque el tipo del que ella habla me cae bien. El tipo tuvo muchos trabajos, me lo había contado whisky de por medio, whisky que en otro momento fue un problema para él, no le había ido bien por mucho tiempo. Yo le había tomado un cierto afecto, e incluso creo que con Teresa se estaban entendiendo muy bien, por eso no quise agregar nada.
Entonces me doy vuelta, me apoyo en el marco de la ventana, y ella me sigue hablando. Ahí afuera esta el barrio que nos vio ir y venir. No tengo ganas de pensar si esta es la última. Hacía un tiempo que yo había empezado a hacer horas extra cuando la extrañaba, que leía el diario en un bar tarde, cuando estaba manoseado y ya no lo quería leer nadie. Hacía mucho tiempo que vivía sin ella, estando ella al lado durmiendo en la misma cama que yo.
Desarma la valija, me habla de Teresa y del tipo. Reitero, el tipo me cae bien, pero tampoco lo voy a defender, tengo tantos otros temas para discutir antes que ese.
-Creo que la dejó en abril, porque era la época en que Laura vino a quedarse con nosotros. ¿Sabés por qué me acuerdo? Porque llegué tarde al bar dónde me esperaba Teresa, porque Laura llegó llorando y tuve que quedarme para consolarla. Igual esa vez en el bar Teresa no me lo contó. Dio vueltas, me lo dio a entender, pero no me lo contó.
Recordé las noches que Laura estuvo aquí, yo creo que fue en marzo.
-No puedo olvidarme que me levantaba a mitad de la noche para beber agua o para ir al baño, y me asustaba al encontrar a esa mujer durmiendo en el sofá. Una noche me quedé mirándola, pero volví a la cama cuando me di cuenta que podía asustarla.
-No sé que hicimos mal para que Laura esté con ese hijo de puta.
Volví a mirarla, porque creí que iba a empezar una de nuestras discusiones habituales, pero cuando alcance sus ojos, la habitación quedó a oscuras.
Desde la otra ventana llegaban las rayas anaranjadas de la luz de la calle atravesando las persianas y ellas me servían para saber donde estaba mi mujer. Cuando se movía las líneas anaranjadas se iban ondulando sobre su rostro, y cuando llegaba a donde estaba la valija, la perdía por un instante. Ella se calló, no habló más de Teresa, del tipo o de nuestra hija. Busqué un cigarrillo en mi bolsillo, y lo apoyé en mis labios, encontré mi encendedor en el otro bolsillo, y me prendí el cigarro con la sola intención de echar algo de humo sobre las rayas fosforescentes que proyectaba el tungsteno. Pero cuando exhalé el humo me di cuenta que los haces de luz que alcanzaban a mi mujer estaban lejos. Se me cayó el encendedor y me quedé pensando que la voluta de humo debió haberse desvanecido antes de llegar al objetivo. No importa, no volví a intentarlo. Creo que ella se sentó en la cama, y ahí en la oscuridad y en su silencio sentí la falta de cualquier satisfacción al verla volver. Tuve miedo que eso se percibiera en el aire. Entonces por suerte ella suspiró.
-Dame un cigarrillo.
-No se donde está el encendedor.
-Dámelo igual.
No tenía ganas de alejarme de la ventana. Encontré el impulso en la culpa de no querer que estuviera ahí. Dando un paso y extendiendo mi brazo le alcance el cigarrillo. La imaginé en la oscuridad con el cigarrillo pegado en el labio inferior, al igual que yo.
En esa atemporalidad que genera la oscuridad llegué a pensar que habíamos pasado más de una hora, inmóviles, sin hablar ni fumar, apenas respirando.
-¿Te fijaste afuera?
No me había fijado, y no tenía ganas de que volviera la energía.
-Fijáte.
-Hay luz enfrente.
-Debe ser algo de nuestra instalación, buscá la linterna y bajá a ver.
-Vamos, vení conmigo. Dije y automáticamente me arrepentí.
La busqué en la oscuridad y creo que ella hizo lo mismo porque nos chocamos los brazos. Me tomó apenas de mi brazo derecho y así salimos de la habitación, comenzamos a bajar las escaleras, contando los pasos, creo que en el sexto ella trastabilló, se tomó fuerte de mi codo, y por la intensidad del movimiento, creo que evitó una caída inminente. Se sentó en la escalera y empezó a reírse, yo me senté a su lado, y comencé a reírme también. Me dió en la oscuridad el taco de su bota, se le había despegado. Luego en medio de las risas sentí el sonido de los cierres, se debería estar quitando las dos botas. Se reía apoyada en mi hombro, y me hubiera gustado decir, que entre las carcajadas volvía sentir que quería tenerla a mi lado. Pero eran sólo risas. Se fue calmando y yo también, nos tomamos de la mano, seguimos bajando, ahora sabíamos que a menos que hiciéramos algo la luz no volvería a la casa.
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Lucía A.
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Publicado en relatos el 30 de Agosto, 2012, 9:52
por MScalona

El realismo atolondrado
¿Quién mierda tiene la llave de la nave?, le pregunte a mis amigos bolita que ya iban por la tercera jarra loca. A la paraguayita hace ya como media hora que le estoy amando con la mano y quiere que arranquemos. No sé Chaco, que se yo, tomate un trago y quedate con nosotros, yo no las tengo, también falta Santiaguito. Ese hijo de puta otra vez se me adelantó, vení Daira vamos pa la nave.
Salimos de Potranco Bailable encarando para la canchita donde había dejado estacionada la renoleta, la cumbia se escuchaba distorsionada por las paredes de chapa del lugar pero igual de fuerte que adentro, y al ritmo de la bailanta, en el córner los amortiguadores se escuchaban de lejos haciendo el acompañamiento. Vení metete que esta polarizada, ¿y quién etá ahí?, ta todo liso, son amigos. Hola Santiaguito ¿se puede?, dale pasá pasá.
Santiaguito se estaba empomando en el asiento de atrás a una gorda boliviana que cuando la vi se me terminó de poner morcillona, cada teta era una sandia de carne que balanceaba de un lado al otro, un sueño de hembra. Él realmente es atolondrado pero que suerte que tiene el negro, en el yotibenco se decía que en una época era el mismo Señor Maíz, y se había hecho bañar la pija en oro paraguayo, aunque no hablaba mucho de ese entonces, cada vez que tocaban el tema le asomaban las lágrimas, pero siguiendo el mito yo me había colgado una cadena de oro paraguayo que fue por mucho tiempo mi amuleto de la suerte para atraer las ninfas de la noche, putas y bailanteras.
Chiquita que bien que cogés, no tenés ni tetas pero te movés como una lombriz. Ya no soy una chiquita tengo trece y me encanta tu berenjena. Y eso que no conoces la del señor maíz. Si, se la conozco dijo mirando por encima de mi hombro a Santiaguito que había dado vuelta a la chola dándole la oreja contra la ventanilla. Después de dejar escurriendo la paragua cambié con Santiaguito y me fui para Bolivia. El potrero poco a poco se fue llenando de parejitas que con pasitos de cumbia se iban internando en la oscuridad y borrachines largando morcipán a cada paso.
Santiaguito el atolondrado abrió la puerta de la renonave mientras todos estábamos en pelotas y subiéndose los pantalones, con su camisa floreada desprendida me dijo: Chaco pasame dos pesos que voy a buscar una jarra. Que épocas aquellas, el país se iba a la mierda y todos lo sabíamos, el turco hacía que con dos pesos compres lo que quieras, ni en sueños se podía imaginar a la Argentina como el Mundo Feliz que es ahora, la flaquita se pasó al asiento de atrás y despegándome de mi ballenita marrón me empezó a chupar las bolas, acción que la boli le siguió tragándome el mondongo entero.
¿Qué haces Zulmita acá? Nuestro amigo Miguelito de Villa Ballester se subió al asiento del acompañante y encima se le sentó una cordobesa. Nos vamos a La Higuera en Córdoba que mañana es la coronación de la reina de Aguas del Totó. En eso subía Santiago y pasándome la jarra le daba marcha a la nave. Vamos chicos que nos espera un fin de semana a pura bachata, dijo mientras se bajaba los pantalones hasta las rodillas y empezaba a manejar. Y poniendo el estéreo a todo lo que da con el casete de Juan Luis Guerra dejamos atrás el barrio de Moreno para meternos en una interminable maraña de caminos, con mis dos amantes en el asiento trasero, mientras la cordobesa acariciaba al señor de los yotibencos, Miguelito entre pala y pala me contaba de que se trataba la fiesta de las Aguas del Totó. Los tres amigos de la infancia estaban reunidos de nuevo, en la renoleta verde polarizada que iba a los saltitos por la ruta, turnándonos para manejar alternando los únicos dos casetes que teníamos: Juan Luis Guerra y DJ Yacaré. Habíamos pasado todo el día arriba del auto y ya estaba anocheciendo cuando a pocos kilómetros antes de llegar a La Higuera pinchamos una rueda.
Paramos en una gomería, las chicas comenzaron a impacientarse cuando el gomero después de una hora cagando a golpes con martillo y cortafierro la tuerca de seguridad de la llanta, dijo que era imposible. A ver chico, que con esos golpecitos se nos va a secar el Agua del Totó. Y con toda su humanidad Santiaguito empezó a golpear la tuerca. Chico que las llantas son muy lindas y no querés que te la roben en el barrio, pero Chaco, perder la llave para las tuercas me arruina la bachata. Me hice cargo y empecé a golpear yo también.
La ruta estaba vacía y las chicas ya estaban en el medio mirando a ver si venía alguien que las lleve. Ustedes son unos maricones, dijo Miguelito bajando de los tacos y levantándose el vestido de lentejuelas rojo, se arrodilló y empezó a darle con el martillo a la tuerca, o eso intentaba, pegándole también a la llanta, el guardabarros y hasta la puerta fue sancionada.
¡Vamos culeados, vamos que llegamos tarde!, un camión volcador lleno de amor y brazos blandiendo botellas de cervezas había parado para llevar a las chicas. Dejemos la nave acá que no se va a ir a ninguna parte, y los tres salimos corriendo para el camión. Eh porteños culeao vamos que los dejamos, dijo un borrachín extendiendo la mano para ayudarnos a subir. ¿Culeado yo? Que si hay un poco de bachata me curto hasta al propio dios. ¡Que haces yo curto a dios!. Todos explotaron en una carcajada y el chiste duro los kilómetros que nos separaban hasta La Higuera deformándose de tal manera que al llegar a la fiesta cuando todos saltábamos del camión Santiaguito ya había sido rebautizado como El Señor Cucurto.
Al día siguiente sólo quedamos Santiaguito y yo, caminando por la ruta con las camisas floreadas en la mano cargando solo el brillo de nuestras cadenas de oro paraguayo en el cuello. Cuando llegamos a la gomería estaba cerrada y la renonave descansaba sin las cuatro ruedas sobre unos tacos de madera.
Esto ya es demasiado, chico, que me voy para Alemania, esto no es más que un realismo atolondrado en un país que se va a la mierda. Me dió un abrazo y siguió caminando por la ruta. Chau cucurto tendrías que escribir nuestras historias. Una sonrisa le brillo en los dientes con el sol del mediodía y siguió su camino. Yo empeñé en La Higuera mi cadena de oro para comprar las mejores noches con las putas del lugar y trabajar como ayudante en un almacén para poder comprar las cubiertas de la nave y volver a mi querido yotibenco de Once. Hace ya quince años que estoy acá, viviendo adentro de la renoleta y aunque sólo pude comprar dos llantas y tres cubiertas recapadas con el tiempo me fui convirtiendo en el rey de la bachata en La Higuera. Tengo entendido que a Santiaguito le fue mejor pero nunca supe más de él.
Ivan limanovsky
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Publicado en Cuentos el 28 de Agosto, 2012, 20:03
por MScalona

LA TÍA CRISTINA
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Primero el timbre y después el tintineo punzante de los tacos aguja sobre las baldosas del pasillo. La tía Cristina avanzó esquivando al charco que ocultaba un caño roto. A pesar de los años, seguía presumiendo a diez centímetros del piso, como quien nunca hubiera rozado la mugre.
La gallega en cambio era distinta. Su trabajo en el campo la había endurecido. Simple, capaz de dar vuelta una casa en dos horas casi sin sudar. La gallega no tenía anécdotas de shopping, ni escogidos regalos de aniversario, ni viajes por los mares de la plata “dulce”, pero había sacado a su primogénito de la cama y, con el crío en brazos dando bocanadas, había cruzado la zanja llenándose de barro hasta las orejas para alcanzar el dispensario.
La mujer, a quien todos conocían como Nelly, tenía un gato. Ni himalayo, ni persa de esos que cuestan tres lucas. Un gato y punto. El mismo que iba enredándose entre las cuidadas piernas de la visita, mientras esta hacia ademanes idiotas y fruncía los labios pintados para estampar ese beso, (el que moja los dos cachetes), al mejor estilo italiano. Jorge, su hermano, era el depositario de esa minuta de cariño.
–Falluta- pensó Nelly, después de aquella hijaputéz – ¿qué era lo que buscaba?-
Se sabe. En las casas de barrio mandan las patronas. Y más aún en esta, donde a la muerte del ferrocarril, una vía muerta de ciento treinta kilos, desmejoraba sus días abrazado a una pensión mínima, un par de cajas de “particulares”, y millones de anécdotas ferroviarias. Sobre todo eso.
Los ojos se le azulaban cuando recordaba sus días en control trenes, y aquella vida miserable y a la vez feliz que lo tenía por protagonista. El héroe de la historia, el proveedor frente a sus hijos, el de la libreta de anotaciones para no olvidarse un relevo. Algunos feriados sin pasta, ni siesta, ni asado, porque debía tomar la guardia. Otras veces solo a mate y pan, porque no había. Nunca una falta al trabajo, nunca. Como le había enseñado su padre, para tener algo que contar. ¡Qué lejos estaban aquellas noches de cambios de vías bajo la lluvia! El agua en sus botas, en los guantes, en el pelo; el agua corrigiéndole la cara, el agua poderosa como vagones arisqueando el enganche. Ahora la lluvia no era misterio. No era deseo. Solo agua alimentando el charco de su pasillo roto.
La tía tosió y apuntó con un dedo hacia la escalera que conducía a la terraza. Allí se levantaba una pieza devenida en cocina. -¿puedo?- dijo-, y sin esperar aprobación alguna comenzó a subir dando saltitos para eludir el febril cortejo del felino. Jorge la siguió.
Nelly nunca se había quejado. Además había un acuerdo tácito que por aquel entonces era una misa: aguantar, aguantar, aguantar. Aguantar a pesar de aquella tarde, en que sus hijos y los de la tía habían coincidido en lo de su suegra y la mujer había sacado el pan y el fiambre para convidar solo a los hijos de Cristina.
Los vástagos de Nelly se lo habían contado, así como al pasar, solo para confirmarle que estaban cumpliendo al pie de la letra con la misa.
–Mami, nosotros no le pedimos -. Nelly, con su pequeña cara enrojecida, había gritado algo en gallego, que hizo que la Corbatita desparramara el alpiste por toda la jaula.
Pero esa vez no se lo dijo a Jorge.
Ahora la risita de la tía mentía un carnaval, y mientras seguía lastimando al piso con sus taconazos llenaba de halagos al pobre gato.
Nelly los siguió en silencio, pero no entró. Se quedó en la terraza para ofrendar a sus plantas un poco de yerba vieja del mate mañanero. Inspiró hondo el aire fresco. A esa hora en que el sol empezaba su funeral ella regaba. Parecía que la tierra y las hojas la esperaban y torcían sus cuerpos voluptuosos al sentir la llovizna. Había plantas rodeando el lavarropas, en el cuartito del lavadero frente a una tabla de madera que usaba para fregar, junto al canario de Jorge, a los pies de la mesa que sostenía el revoque en un rincón, a lo largo de la galería cubierta por la media sombra, y en macetas individuales asistiendo a los escalones. Sin embargo, tenía que volver a la cocina. El vapor de las hojas y ese olor que limaba las asperezas del cemento la aquietaban. Agua que extrañaba el torbellino de pañales chorreando al sol. El agua: su confidente.
El grito del viejo le hizo dar un salto -che Nelly- ¿quedó un poco de esa torta de limón que hiciste ayer?-
Ella entró. Aquel mediomundo se le antojaba desnudo. Miró hacia la heladera. Ojalá que Cristina no hubiera visto el formulario del consulado español donde tramitaba una ayuda económica. Se lamentó también por haber dejado a su suerte a la “Singer” y al “Winco”, ambos empeñados en quitar espacio alrededor de la mesa. Su cocina estaba igual que siempre sin las modernidades de las que, con seguridad, haría alarde su cuñada. Se paró frente a la mesada y se puso a ordenar cada porción de la torta con arbitraria paciencia, como si estuviera armando un ikebana. Su cabeza hervía mientras la pava se entretenía escupiendo al mechero. En la mesa, las conversaciones eran inútiles. Se lo había prometido a la virgencita pero… -¿qué era todo esto?, ¿Acaso Jorge no le había jurado que nunca iba a perdonar a su hermana?, ¿No había sacado la foto del marquito de plata donde los dos jugaban de chicos en la vereda, y después, colgado de la escalera, se había empecinado frente a aquel cuadro, regalo de casamiento de la infeliz?-
A nadie sorprendió lo de su suegra, el verano en que no limpiaban las zanjas y el olor hacía fila en los caños atropellando las rejillas. Algunos jubilados habían quemado un poco de pasto seco para ablandar con humo aquel mal olor. Mientras tanto, con los ecos del basural la tía Cristina había reunido a la familia en su domicilio. Y sin miramientos, al finalizar la lectura del testamento, le había alcanzado la birome a su hermano: –mejor cumplí con los deseos de mamá-, le había ordenado.
Jorge se había aferrado a la idea temblando, igual que en la primaria cuando una rara depresión le minaba la voluntad. Entonces había cerrado los ojos, para imaginarse que estaba frente al parte de asistencia en “Rosario Norte.” Una firma más, como la de cualquier día de su vida.
Nelly dispuso unos individuales todos bordados, que su hijo, el médico, le había traído de Suiza, y apoyó el plato en la mesa con las esponjosas porciones de torta. Mientras el café revolvía sus mezquindades, recordó aquella víspera de navidad donde Jorgito, su hijo mayor, los había reunido en la Facultad de Medicina para alzarse con el título. Después su hermano le seguiría los pasos. Esa vez la gallega lo disfrutó. El salto de sus vidas, aquello por lo que habían trasnochado con el viejo. Si una gitana hubiera pasado justo en el momento en que Cristina felicitaba a su hijo, ella tendría que haberse exilado. Por las dudas, esa vez no olvidó colgarse del cuello la cruz de Caravaca, que había traído de Ourense y una cinta roja que se cosió a la bombacha para asegurarse.
En su mesa, mientras tanto, las palabras cruzaban hacia ningún lado. Esperó una pausa oportuna para disparar: -¿Y qué es lo que te trae por acá?- dijo con ironía, a quien no dejaba en paz su peluda mascota.
-Bueno, bueno-, respondió ella, – es que pasa el tiempo y no nos vemos… y yo pensé que podría venir por una tacita de té, a charlar… como en los viejos tiempos. También, por supuesto, a comer algo rico porque aunque estoy a dieta, (siempre estoy a dieta), cuando salgo me doy mis licencias.
En eso sonó el timbre.
-¡Ah!, debe ser Jorgelina – dijo Cristina.
-Dejá, dejá, yo le abro-. Don Jorge se incorporó con bastante dificultad.
Nelly miró la hora y apuró la pastilla de la presión con un buen trago de agua. A estas alturas tendría que haberse tomado dos. De pronto, aquella figura que adornaba el vano de la puerta la inquietó. Todo lo virginal que le faltaba a su cuñada le sobraba a su sobrina. Llevaba el cabello muy rubio y cortito, como si ella y su madre anduvieran de amores con el mismo peluquero.
Un beso lavado animó el saludo y después puso a descansar sus larguísimas piernas en la silla contigua a la de Nelly. Llevaba un buzo azul, demasiado ancho, nada femenino, que no alcanzaba para disimular sus kilos de menos. Después, contó algo del trabajo, mencionando a su padre, ya que le llevaba los papeles de la empresa en los ratos en que dejaba su hija al cuidado de una “nanny”. En realidad, ahora era su hija, pero Jorgelina nunca había trabajado, ni siquiera había terminado las incontables carreras que alguna vez intentó. Tampoco su hermano había estudiado.
Fue en ese momento, justo cuando la Corbatita estiraba el cogote para soltar su melodía nocturna, que la tía habló buscando los ojos de su hermano.
-¡Ah!- No dejes que me olvide lo que vine a buscar…
Y acto seguido, mirando a su hija exclamó: -¡Que contenta se va a poner tu nena cuando vea la jaula!-
Nelly dio un respingo y el gato saltó del regazo de la tía para perderse entre los helechos. Ella buscó en su marido algún gesto que pudiera remediar tamaña insensatez.
-¡Pero si ese pájaro era como otro hijo!-, Es verdad que el bicho era de él, pero… -¿Es que acaso Jorge se había vuelto loco?- ¿No le bastó haberse quedado sin herencia, dando crédito al rumor que por años lo había vuelto un bastardo?
Entonces, en ese instante se oyeron los gritos desesperados de Carmela, la vecina.
-¡Ey!- Nelly, Jorge, afuera hay dos rateritos manoteando la puerta de un auto rojo. Me parece que es el de “la” Cristina…
Ella y su hija salieron disparadas. Robaban su vida aquellas cosas que un par de verdes podían comprar, (no en tiempos de “Kristina”), y no iban a dejar que unos pibes “chorros” se las llevaran.
-¡Después volvemos por el pájaro!, vomitó la tía antes de perderse por el largo pasillo.
De pronto el silencio besó la cocina. El viejo se escabulló a fumar un cigarrillo y dejó a Nelly con las migajas de aquella fiesta obligada. Ella se puso los guantes y mientras enjuagaba las tazas pensó en todas las cosas que le diría a Jorge. -¿Cómo podía ser que el hiciera una cosa así?- ¿Y qué dirían sus hijos cuando lo supieran?- Probablemente le darían la razón. La falta de trenes lo tenía perdido… Esa bruja estaba revolviendo el guiso con tenedor, pero esta vez ella tendría la cuchara por el mango. Y con la última taza, cerró los ojos para perderse en ese balcón de tronco y piedras, frente a las onduladas sierras de O Burgo, con su cielo de estrellas, horas antes de embarcar… y no aguantó.
Una vez abajo, en el pasillo que separaba las dos piezas, se sonó fuerte la nariz. Nadie entendía por qué, su llanto era siempre silencioso, y se sabía que alguna tristeza la había atrapado, cuando soplaba su pañuelo. Pero ni siquiera eso había conmovido a Jorge, que para ese entonces ya daba ronquidos desde uno de los dormitorios.
Ella entró al otro y al acostarse guardó sus manos entrelazadas debajo de las sábanas rezando: -Antes que se lo lleve, lo mato-.
En la mañana su cuerpo estaba fatigado, como si el reuma le hubiera contado las costillas. Un sonido oxidado venía a escarbar sus pensamientos desde algún lugar. Se puso las pantuflas y salió. El ruido era más intenso a medida que sus pies avanzaban hacia la terraza. En el rellano, un reguero de plumas negras le helaron las tripas. Mientras la puerta de la jaula reproducía aquel chirrido, alcanzó a ver la cola de su gato huyendo por los techos.
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- Gabriela R.
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Publicado en Sugerencias. el 28 de Agosto, 2012, 12:23
por MScalona

SÁBADO 1° de septiembre 2012
19:00 horas en OH CAROL! España y San Lorenzo,
me acompañarán Marcelo Scalona y Tomás Boasso.
Historias caminadas- libro de relatos breves.
Los esperamos...
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Publicado en De Otros. el 28 de Agosto, 2012, 11:02
por MScalona

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Julieta perdió la llave de casa
Fue el primer verano, el de 1968, en que sus padres la dejaron ir sola en bicicleta a la playa. Llevaba un libro en el cestillo del manillar. Cumbres borrascosas. Era la única niña de dieciséis años que leía novelas tumbada en una toalla sobre la arena y ese hábito adquirido con cierta furia obsesiva la había separado del resto de la pandilla. Guardaba en secreto su deseo de ser escritora. O de vivir una gran pasión. Julieta maduró de repente de forma imprevista, como esas niñas que un verano todavía son inocentes, pero el verano siguiente ya traen una veladura de malicia instalada en los ojos que sorprende a sus compañeros de juegos o vuelven a clase en el nuevo curso y sin darse cuenta envuelven en sus redes al profesor. Es difícil saber en qué punto se ha producido la transformación, si en las formas del cuerpo o en el terror que sienten al descubrir el deseo impúdico que despiertan en los hombres jóvenes y viejos o en el peligro insinuante de su propia mirada, que no pueden controlar.
Julieta se convirtió ese verano de 1968 en la presencia erótica de la playa, objeto de caza de algunos dorados cachorros que habitaban las villas centenarias cuyas labradas verjas dejaban ver blancos sillones de mimbre, poltronas y algunas ninfas de escayola del jardín. Ninguno de aquellos vástagos de la burguesía consiguió que aceptara la invitación a alguno de los guateques en la terraza de sus villas con la música de los Beatles y de los Beach Boys, de los Rollings. Fue Gonzalo, un chaval de la pandilla de otros veranos, de su misma edad, el que consiguió durante una excursión a pie a las ruinas de un monasterio aislarla del resto de la pandilla y rezagarla en el camino de regreso cuando ya oscurecía. Ella le hablaba de los libros que había leído y de sus héroes literarios; paralizado por una timidez congénita el chico sólo quería besarla, mientras la noche se cernía sobre ellos. Cuando el resto del grupo ya estaba lejos y acabó por perderse de vista los adolescentes quedaron a solas caminando en silencio y fue Julieta la que insinuó que le gustaría ir a la playa y tumbarse en la arena para ver las estrellas errantes. Ella tomó la iniciativa. Se tendieron vestidos en la arena muy cerca de la orilla, ya cerrada la noche. Puesto que no sabían de qué hablar comenzaron a descubrir y dar nombres a las constelaciones, Gonzalo pensó que era mucho más fácil subirse al carro de la Osa Mayor que alcanzar los labios de aquella niña que tenía a su lado. “El profesor de literatura me ha mandado que lea este verano los cuentos de Chéjov”, dijo Julieta. Sin atreverse siquiera a rozarla con la mano para acariciarla el chico le preguntó: “¿Vas a ser escritora?”. Ella contestó: “Me gustaría”. El mar también estaba muy tendido, pero una ola larga rompió de repente contra sus dos cuerpos hasta inundarlos. A partir de ese momento, sin palabras, comenzaron a abrazarse de forma convulsa con la ropa mojada como si el mar les hubiera dado el señal y antes de que su pasión los hubiera llevado más lejos Julieta se dio cuenta de que el golpe de una ola sobre su cuerpo excitado le había arrebatado la llave de casa que guardaba en un bolsillo. Pese a todo no se detuvo. Fue una noche muy feliz que no olvidaría nunca. Sin ser conciente de ello el mar con esa llave perdida había abierto por completo su cuerpo de 16 años.
El verano siguiente Julieta no volvió a esa playa. De hecho Gonzalo no la reencontró hasta más de 30 años después, pero durante ese tiempo siempre recordaría aquella niña que quería ser escritora, la primera a la que besó una noche de verano después de una excursión. El chico, que hoy es un ingeniero informático, esperaba que algún día aquella Julieta aparecería en los periódicos como ganadora de algún premio literario. El reencuentro se produjo un primero de agosto durante la operación salida de vacaciones. En un área de descanso de la autopista del sur alrededor de una gasolinera y un restaurante había aparcados casi cien coches de marroquíes y de españoles sudados, de niños vomitando, de padres gritando a sus hijos, de basureros repletos de desechos bajo un calor de 40 grados. Gonzalo descubrió que una de aquellas madres cargadas de criaturas era Julieta. La reconoció porque su hija adolescente era la réplica exacta de aquella niña que él besó por primera vez una noche de verano. Se saludaron casi por compromiso, con cierto rubor, sin saber qué decirse, escrutándose en el rostro la devastación mutua que en ellos había realizado el tiempo. Ella le presentó a su marido. Un vendedor de coches usados. Después comenzó a gritar a uno de sus cinco hijos que pedía otro helado de chocolate.
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Manuel Vicent
www.elpais.com
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Publicado en Aguafuerte el 27 de Agosto, 2012, 19:44
por MScalona
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CONTRATAPA
El jardín argentino
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El perro cruzó el jardín desierto de los Tribunales Federales para ir en frente, directo al palco levantado sobre Oroño, la murga se desplegaba entre las palmeras, el perro había salido disparando del jardín que parecía un cementerio, buscó el césped húmedo del paseo y se limpió las patas. Olga Moyano venía con la pancarta de la murga: La Memoriosa, desde que la armó lleva la pancarta con el nombre bordado rodeado de símbolos inconfundibles, el pañuelo blanco es el primero que resalta, hace muchos años que habla con el mismo entusiasmo de su murga; los que están ahora, los murgueros de ahora, vienen del grupo de apoyo a las Madres de la Plaza 25 de Mayo, todos saltaban dentro de sus trajes luminosos. Primero el perro se echó junto al público, después se metió entre el público a merodear; después el perro negro de ojos avispados se subió al palco y se echó de nuevo, no para descansar, paraba las orejas, movía la cabeza más rápido que la cola para cazar al vuelo la voz del micrófono. La murga cantaba sus canciones, las letras pedían que la justicia no se durmiera, que se mantuviera despabilada, la murga cantaba y bailaba frente a los Tribunales Federales como jugando un partido largamente deseado, tratando de no tapar el cartel que la había convocado: 3 de Julio de 2012. Comienza el Primer Juicio Oral por Delito de Lesa Humanidad cometidos en San Nicolás / Soy la fotografía de un desaparecido, la sangre de tus venas/ Latinoamérica, Calle 13. El perro ya se había bajado del palco y seguía otra vez la murga, la siguió un trecho hasta que aprovechó una brecha en el tránsito de Oroño y cruzó, quería ver el jardín que brillaba a un paso, iba a atravesar el portón que se había abierto milagrosamente.
Chispas de oro, toquecitos de luz temblorosa sobre las hojas recién regadas iluminaron al perro, no las patas, tampoco las orejas, cabeza y cola, sólo el hocico que consiguió meter entre las rejas, que se doró con la luz celeste del cielo ganado para el jardín. Ganado palmo a palmo al entorno cada vez más edificado, más abarrotado de edificios que buscan altura, defendido contra cielo y tierra ,el jardín pegado al de los Tribunales Federales perfuma descansado, con suavidad de terciopelo, y desparrama virtud: es un jardín que se aplica a su belleza. Iluminado por las flores de estación que decoran los bordes como un festón. El diseño de rectas en cruz para los canteros y el camino central, aviva un costado, los árboles ahí crecen libres, coposos, sombrean generosamente la puerta alta y doble de hermosa madera lustrada que aguarda para recibir al final de la escalera ,tan ancha como blanca; es el camino ,el acceso a la Misericordia, unos cuántos peldaños blancos y ya se puede golpear la puerta. La iglesia ( cubre con vitrales de colores sus rosetones para que la luz disminuya y envuelva al alma sin perturbarla) , más el colegio privado, se levantan a continuación, se desarrollan, hacen su vida, pero primero, para anunciarlos, está el jardín. El perro no podía apartar los ojos, ni sus sentidos, ¡un goce, que lo condenen si no!
Quebrando su silencio: las voces llegaban desde afuera, reventaban en el aire, el jardín perdió su paz, dejó oír el slamp de la puerta que se cerró, alguien cruzó en un suspiro, el perro no tuvo la oportunidad de merodear unos segundos. El jardín recuperó su estado, ni un alma, desierto, nadie entre sus macizos. El perro saltó, no perdió ni un pelo en el salto, perdió el perfume que lo había envuelto; absorbido por los cantos de Oroño, por la gente que en el bulevar seguía el juicio, se dejó arrastrar por la murga, formó parte de la ronda. ¡Fuera!, le gritaban los que pasaban a toda velocidad para alejarse de los tribunales federales lo más rápido posible, contradiciendo esa voluntad el perro se pegó más a la murga, ladraba las espaldas de los que volaban, volaban y desaparecían de Oroño en un batir de alas; el perro reventaba los tímpanos, ¡Eh, eh,! le gritaban los que corrían, gritaban esquivándolo, el perro les resultaba difícil de entender.
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Publicado en Parodias el 27 de Agosto, 2012, 19:04
por MScalona

Multitasking
Ana era experta en hacer cursos de cuánta cosa exista en la ciudad. Pero en el caso de ella, en lugar de saber un poco de cada cosa, resultaba que no sabía nada de un montón de cosas. En el mundo contemporáneo es imposible ignorar el concepto de "multitasking", hay que saber hacer de todo, ser versátil, adaptarse rápidamente a los cambios, actualizar conocimientos con respecto a las nuevas tecnologías, hablar varios idiomas y tantas otras cosas como el término "multi" pueda abarcar.
Sin embargo, Ana, en algo era especialista: era muy buena alumna. Nunca faltaba a una clase, entregaba todas las tareas, hasta había cosechado algún que otro amigo en cada curso. Desde bricolaje, administración de empresas agropecuarias, cocina árabe, instructorado de pilates, timonel, photoshop, primeros auxilios, alemán, inglés y francés, entre otros. Había hecho incluso un posgrado que cursó durante 1 año completo pero nunca le dieron el diploma porque, a pesar de los reclamos permanentes del personal de alumnado de la U.N.R., nunca había presentado su título universitario, simplemente porque no tenía ninguno. En fin, problemas administrativos.
El colmo fue lo del último año que se anotó en un taller literario. Ana nunca en su vida había leído un libro entero. En el colegio, por ejemplo, le habían hecho leer "La tregua" de Mario Benedetti pero como no tenía tiempo para leer, porque todos los días cuando salía del colegio tenía un curso distinto, había alquilado la película y con eso zafó. Cuando comentó en su casa el taller que pensaba encarar este año todos se rieron, creo que estaban cansados de sus ocurrencias. "Pero si no leíste un libro en tu vida" alegó su papá, "dejá de gastar plata en esas pavadas". Ella les explico que en este curso no había que leer sino escribir. Así empezaron las clases en marzo y Ana estaba fascinada con todo lo que allí ocurría. Sus compañeros eran toda gente culta, muchos de ellos profesionales y todos habían leído mucho y escribían muy bien. Todo el tiempo hacían chistes y se reían cuando hablaban de ciertos autores. Ana no entendía nada pero se reía igual. Otras veces, notaba que después de leer algún cuento en clase todos coincidían en el análisis pero ella generalmente, interpretaba cosas totalmente distintas que el resto. Para peor Ana jamás leía los textos que el coordinador les asignaba, no por rebeldía sino simplemente porque ella no leía. De todos modos, era la que más provecho sacaba cuando leían en voz alta en clase, porque mientras sus compañeros ya conocían los relatos y los escuchaban simplemente para analizarlos, ella se fascinaba de conocer aquellas historias apasionantes que sonaban por primera vez en sus oídos. "Qué lindo sería leer", pensaba.
Lejos de sentirse desubicada, Ana estaba contenta de asistir al taller cada semana. Cuando tenía que escribir, como parte de alguna tarea, se le complicaba. Quizás como nunca había leído, no sabía escribir. De todas formas nunca dejó de entregar una tarea. Se las rebuscaba, copiaba algo de internet de algún libro de su hermano que había dando vueltas por la casa. El no saber escribir nunca fue un impedimento para que ella entregara todas las asignaciones en tiempo y forma.
El ciclo lectivo terminó sin que Ana aprendiera nada, todos sus compañeros hablaban de la excelencia del profesor y ella coincidía sin saber bien por qué. De todas formas había empezado a cuestionarse si esto de hacer tantos cursos tenía sentido. A lo mejor su papá tenía razón y era hora de que se abocara a alguna cosa en particular, al final de cuentas, había probado de todo pero nada la había cautivado.
Fue en febrero del año siguiente cuando todo se aclaró para ella. Sin mucho convencimiento Ana asistió a la clase abierta y gratuita de un curso de "El arte de vivir". Era algo así como la enseñanza de una técnica de relajación que le permitía a una persona encontrarse con sí misma, liberarse del stress y valorar las cosas simples de la vida. Tenía las mejores referencias, es como volver a nacer, le habían dicho. Ahí se encontró con Silvio, el coordinador del taller literario, sentado en canastitas sobre una colchoneta. Qué hacía una eminencia como él ahí, sentado con un aspecto tan vulnerable? Ana se acercó y lo saludó con una reverencia "Maestro, que hace acá?". "Estoy tratando de encontrarme" respondió él. "Voy a dejar de dar el taller literario".
Ana no podía creer lo que estaba oyendo e insistió en que debía seguir, que era un talentoso, que lo suyo eran las letras, e impartir su sabiduría, que tenía una capacidad de transmitir conocimientos innata, que inspiraba a tantos a escribir, y no sé cuántas cosas más. Él la interrumpió. "Mirá Anita, la verdad verdad, yo leí 3 libros en mi vida: Rayuela, Cien años de Soledad y Boquitas pintadas. Lo del taller fue una salida porque me quede sin laburo así que me bajé un tutorial por internet y con un poco de publicidad entre mis amigos menos amigos de facebook armé el grupo. El resto fue el boca en boca, como le dicen. Pero para serte sincero me aburría un poco así que este año no lo voy a hacer más y voy a probar con esto de la meditación."
Para Ana sus palabras fueron un baldazo de agua fría, salió del salón antes que empezara la clase y mientras caminaba a la parada tuvo las cosas claras por primera vez, se dio cuenta que después de todo, eso del multitasking era verdad. Con el celular se bajó de internet un tutorial de "Clases de Taller Literario. Nivel 1: Principiantes". Este año en lugar de anotarse en un curso iba a dar uno. Había encontrado el famoso "nicho de mercado" del que tanto le habían hablado en las clases de Marketing Competitivo que había tomado 3 años antes.
PAULA M.
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Publicado en Poemitas. el 26 de Agosto, 2012, 22:51
por MScalona

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Lengua
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Ahí cantan los sabores
–juntos o separados-
rebotan gritos, baja la saliva
en grumos tan jugosos
no menos picantes
como bolsillo que, guarda
broncas en la sangre
que brota cuando
la muela muerde
sin compasión ni permiso
de muecas torcidas, de mala gana
que llegan a los ojos,
al cerebro
al goce de un aliento
que moja labios
que vive y envenena
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La tierra drogada
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Un día de enero,
los patos victoriosos cruzaban
el silencio cielo
alto en paz celeste
con sus alas negruzcas,
estiradas al suroeste
sobre los campos fumados
Volaban más allá
de la línea de fuego
que delimita el horizonte
que nunca se quema
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Beto Frangi
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de su nuevo poemario,
"LENGUA", de próxima
aparición.
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Publicado en Ensayo el 25 de Agosto, 2012, 12:19
por MScalona
Entrevista con Tzvetan Todorov:
“Sorprende ver tantos muros levantados
en plena globalización”
Texto Sergi Doria
REVISTA METRÓPOLIS- Barcelona
La trayectoria vital e intelectual de Tzvetan Todorov es una lucha contra las tentaciones del bien que acaban abriendo las puertas a los campos de concentración. Se podría afirmar que su obra ensayística marca una evolución creadora sobre los males de un siglo XX que ya diagnosticó Albert Camus en L’homme révolté (1951). Advertía Camus que estábamos viviendo el tiempo de la premeditación y del crimen perfecto y emitía un veredicto provocador, en plena era del estalinismo: “Los campos de esclavos bajo la bandera de la libertad, las matanzas justificadas por el amor al hombre o el gusto de la superhumanidad dejan desamparado, en un sentido, el juicio. El día en que, por una curiosa inversión propia de nuestro tiempo, el crimen se adorna con los despojos de la inocencia, es la inocencia la que es requerida a proporcionar sus justificaciones…”
Todorov era un adolescente cuando el ensayo de Camus vio la luz y le puso en contra de una izquierda que todavía escribía odas al comunismo soviético. Todorov había nacido en Bulgaria en 1939, el año de la Segunda Guerra Mundial, e intentaba afrontar, a golpes de imaginación, la faz siniestra del socialismo real. En 1956, el año de la invasión soviética de Hungría, Todorov decidió cursar Letras en la Universidad de Sofía. Como recuerda en su ensayo La literatura en peligro, aquellos cursos adulterados por la ideología oficial “eran tan eruditos como propagandísticos: las obras, del pasado y del presente, se medían según la conformidad con el dogma marxista-leninista”. En el universo orwelliano de invención de la memoria, el estudioso del lenguaje no era todavía un insumiso, pero notaba los primeros síntomas. Frente a los eslóganes oficiales respondía en público con un “asentimiento silencioso sin mucho entusiasmo”; en privado llevaba “una vida intensa de encuentros y lecturas, orientadas sobre todo hacia autores de los cuales no se pudiese sospechar que fueran portavoces de la doctrina comunista, ya fuera porque habían tenido la suerte de vivir antes del advenimiento del marxismo-leninismo o bien porque habían vivido en países donde eran libres de escribir los libros que quisieran”.
Su vida francesa, ligada en la primera etapa con el estructuralismo de Roland Barthes y Gérard Genette, evoluciona hacia un pensamiento total sobre el hombre, la filosofía moral y la política. Un camino que le llevó más allá de los mecanismos internos del lenguaje y de la propia literatura. Camino de perfección moral, con paradas en los egodocumentos: memorialismo, testimonios, obras históricas, reflexiones, cartas e incluso textos folclóricos anónimos. Con esa urdimbre tejió Las morales de la historia, El hombre desplazado, Los abusos de la memoria o Memoria del mal, tentación del bien, trágico balance del siglo XX. El totalitarismo nazi-comunista, la deportación promovida por quienes decían aspirar al bien de la humanidad y al paraíso proletario. Inventario de las víctimas del siglo: Vassili Grossman, David Rousset, Romain Gary, Margarete Buber-Neumann, Primo Levi… Hacer memoria del mal para prevenirnos del eterno retorno de la tentación del bien.
En la España que promulga leyes de memoria histórica que dividen a los ciudadanos en buenos y malos de trazo grueso, las palabras de Todorov al recibir en 2008 el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales resultan pertinentes: “La memoria histórica puede servir para el perdón, también para la revancha y el odio”. Si la relación del pasado en el presente bebe del testigo y el historiador, en estos últimos años ha emergido la figura del conmemorador que diseña la “memoria colectiva”; o ese cacareado oxímoron de la “memoria histórica”, tan arbitrario desde la terminología de las ciencias sociales como grato a nuestros gobernantes. Todorov coincide con el estudioso de las identidades Alfred Grosser en que esa memoria colectiva o histórica es desconcertante. La memoria, afirma, “es siempre y sólo individual; la memoria colectiva no es una memoria sino un discurso que se mueve en el espacio público. Este discurso refleja la imagen que una sociedad, o un grupo de la sociedad, quisieran dar de sí mismos”.
Con la llamada “memoria histórica”, peligrosa y tramposa en determinados ámbitos de difusión, se puede llegar a envenenar a varias generaciones: la escuela que recibe la transmisión parcial del pasado, los medios de comunicación con sus reportajes de investigación –aparentemente– histórica, las reuniones de excombatientes, los discursos de responsables –o irresponsables– políticos, el columnismo de trinchera… La verdad corre peligro en esos foros: “En la escuela, el maestro sabe y los alumnos se limitan a aprender; en la televisión, los espectadores son mudos, y también lo son los asistentes al discurso del alcalde; en el parlamento, los diputados de la oposición no sabían que el primer ministro fuera a evocar una página del pasado, precisamente aquel día, no se habían preparado y callan”. Todorov escribió estas líneas en Memoria del mal, tentación del bien, ensayo publicado en 2002 por Península. Frente a la “rememoración” que define como “intento de aprehender el pasado en su verdad”, asistimos hoy al apogeo de la “conmemoración” o la “adaptación del pasado a la necesidades del presente”. Frente a la Historia en mayúscula, sujeta a la revisión rigurosa, emerge de la conmemoración la historia piadosa que sacraliza los monumentos en detrimento de la complejidad humana. Esa es la gran verdad de un pensador moral. La victoria del pensamiento libre contra la fantasmagoría del buenismo y el oportunismo político que impone el nomenclátor de los mártires. Además de las liasons dangereuses de la memoria, el semiólogo y pensador búlgaro se ha interesado por la ligazón entre vida y literatura en obras como Los aventureros del absoluto, o el díptico Elogio del individuo y Elogio de lo cotidiano en el marco de la obra completa que edita Galaxia Gutenberg. Miradas lúcidas sobre campos diversos que su autor concibe “en la complementariedad, ligadas por una coherencia interna”.
Con un francés claro y expresión pausada, Todorov formula pensamientos profundos, sin artimañas que oscurezcan su compromiso por la libertad creativa. Sus libros componen una autobiografía intelectual del siglo XX. Como recuerda en Los aventureros del absoluto: “Crecí en una sociedad que, al día siguiente de finalizar la Segunda Guerra Mundial, convirtió en obligatorios los ideales colectivos: el régimen comunista nos imponía idolatrar abstracciones como ‘la clase obrera’, el ‘socialismo’, o la ‘unidad fraternal de los pueblos’, al tiempo que ponía como modelo a algunos individuos que, según se suponía, encarnaban esos ideales. Sin embargo, terminada mi infancia, no pude dejar de advertir que los hermosos vocablos no servían para designar los hechos, sino para camuflar su ausencia. También constaté que los individuos que debíamos admirar eran dictadores con las manos manchadas de sangre…”
En 1963 llega a París huyendo de la Bulgaria comunista y tres años después se doctora en la Sorbona con Roland Barthes, ingresa en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y dirige durante diez años con Gérard Genette la revista Poétique. ¿Qué aportó el estructuralismo a la recepción literaria?
En aquel momento supuso una visión más refrescante sobre los estudios literarios. En Francia las aproximaciones a la literatura resultaban esterilizantes, asfixiantes. Se pedía a los especialistas que reunieran todos los datos concernientes al escritor estudiado. Vida, obra… una mera acumulación de hechos: biografía, condiciones en que escribió sus novelas, diferentes versiones de éstas, la totalidad de la crítica que abordó sus obras. Era una crítica historicista empeñada en situar la obra de un autor en un contexto determinado, sin preocuparse mucho de lo que pretendía decir a los lectores. De esa forma no podíamos saber por qué seguimos leyendo con placer Madame Bovary o Le rouge et le noir en el siglo XXI…
Y ese fue su punto de partida metodológico…
Planteaba una crítica a partir de la interpretación del texto y no sólo por su contexto histórico. El estructuralismo nos permitía esclarecer, valga la redundancia, la estructura literaria con más precisión que en el pasado. Renovar las diferentes formas del sentido y las figuras retóricas. Aprender que la narración nos brinda diversas técnicas y constantes en la construcción de la novela clásica, la novela moderna, etcétera. Y todo eso fue posible gracias a los estudios de la “Poética”, expresión que nos remite a su acepción aristotélica y que analiza la obra desde el interior. Estábamos desarrollando lo que Proust ya manifestó en Contre Saint-Beuve, o las lecciones de Paul Valéry en el College de France. Toda una innovación que revelaba características nunca abordadas antes en la obra literaria.
Pero toda escuela o corriente de pensamiento arrasa la anterior y depara un movimiento pendular que lleva a los excesos. De tanto analizar los mecanismos de la obra autónoma, acabamos olvidándonos del disfrute de los lectores. Varias generaciones de estudiantes de gramática generativa y literatura recuerdan el estructuralismo como una pesadilla y usted entona el mea culpa.
Observando los programas de los institutos, me pregunté con el paso de los años si realmente habíamos ganado con el cambio. El profesorado olvidó que esas técnicas estructuralistas debían ayudar a la comprensión de la obra y no ser una mera sucesión de análisis. Los alumnos preparan los exámenes sabiendo las “funciones de Jakobson”, la analepsis y la prolepsis, y qué es una metonimia sin haber leído Les fleurs du mal (de Baudelaire). Como explico en mi libro La literatura en peligro, esos argumentos hacen que en estos momentos me incline por una concepción de los estudios literarios que siga el modelo de la historia y no el de la física, que tienda al conocimiento de un objeto exterior, la literatura, en lugar de centrarse en los misterios de la propia disciplina… No cabe duda de que los lectores seguirán sabiendo quiénes son Rousseau, Stendhal y Proust mucho después de que hayan olvidado los nombres de los teóricos actuales y sus construcciones conceptuales, por lo que enseñar nuestras propias teorías sobre las obras en lugar de las obras en sí supone dar muestra de cierta falta de humildad.
En La literatura en peligro reúne sus observaciones sobre la enseñanza en los liceos franceses. Afirma que desde la Ilustración la literatura se ha ido distanciando de las personas…
La literatura está profundamente ligada a la comprensión de la condición humana… Los libros que atraen al lector no lo hacen por razones escolares, ni consideraciones retóricas, sino porque ayudan a vivir. Hoy parece que el único objetivo en los institutos es formar profesores de literatura, algo que me parece absurdo. Da la impresión de que los creadores pergeñan sus obras pensando en los críticos, como sucede con el arte conceptual. Y la literatura que lee el público no especializado a menudo no coincide con la que interesa al erudito. Los grupos más influyentes controlan las subvenciones del Estado y modelan la opinión pública desde la crítica literaria y los programas educativos.
Volvamos a 1963: un Todorov veinteañero se integra en los ambientes universitarios franceses. Ha muerto Camus y reina Sartre. ¿Cómo reciben el testimonio de un búlgaro exiliado que critica el supuesto paraíso comunista?
Digamos que cuando llego a París la estrella de Sartre comenzaba a declinar. Y se estrella en su debate público con Lévi-Strauss: en los ambientes intelectuales no cabía duda de que el autor de Tristes trópicos le había ganado por puntos. El marxismo, que marcó el horizonte de las ciencias humanas y sociales y las humanidades desde la Segunda Guerra Mundial, iba a ser sustituido en los años sesenta por el horizonte estructuralista. Las cosas no estaban tan claras en la vida cotidiana: la juventud, las chicas con las que salías, eran de izquierdas y propalaban un discurso fantasioso. Pensaban sinceramente que yo venía del paraíso y ellas habitaban el infierno. No se reconocían en los campos de trabajo estalinistas, ni en la corrupción de los gobiernos comunistas.
En la izquierda europea y en la española en particular sigue habiendo una gran dificultad en situar al mismo nivel de aberración al nazismo y al comunismo…
Existe esa dificultad y es comprensible. Los países de la Europa occidental padecieron el nazismo pero no el comunismo, mientras que en el Este sufrimos ambos totalitarismos. Como conocimos la crueldad del nazismo y el comunismo, no tenemos dudas en que eran fenómenos de idéntica barbarie. En la Europa del Oeste, donde el Partido Comunista no gobernó, se veía a los militantes comunistas como personas generosas, solidarias, una especie de católicos que han perdido la fe y practican la caridad ayudando al prójimo. Todo depende del punto de vista. Por eso resulta difícil en Europa tener una memoria común.
Hace poco se cumplió el setenta aniversario de la invasión de Polonia: en los colegios se recuerda a los soldados del Reich nazi y no a los soldados soviéticos, que también la invadieron a partir del Pacto Ribbentrop-Molotov.
La enseñanza de la historia debería enriquecer esa memoria colectiva difundiendo las diversas experiencias de los países europeos. Hay que intentar comprender por qué los polacos no tienen la misma visión de la Segunda Guerra Mundial que los franceses, belgas u holandeses. Raramente se asocian la invasión hitleriana y la estalinista. Y el periodo que va de 1939 a 1941 constituye el momento de la verdad en la historia del siglo XX. De la verdad sin maquillajes del totalitarismo como acontecimiento capital y específico. El resto del tiempo es un espejismo. Después de la guerra, la URSS se presentó al mundo aureolada como la vencedora del nazismo con 25 millones de soldados muertos. Europa pagó muy cara la deuda y los rusos ocuparon Berlín. A partir de entonces afirmar que los campos de concentración soviéticos habían precedido a los lager del nazismo parecía un comentario de mal gusto.
Y desde entonces hasta la caída del muro de Berlín…
Ver caer el Muro tiene una significación histórica profunda: es el primer signo irreversible del hundimiento del comunismo. La dislocación de la URSS, que sobreviene diez años después, traslada ese acontecimiento a escala mundial. El comunismo marca la historia europea y constituye la gran religión secular de los tiempos modernos, la que orienta la marcha de la historia durante ciento cincuenta años. Como las religiones tradicionales, promete a sus fieles la salud; pero, al ser religión secular, anuncia ese advenimiento en la tierra y no en el cielo, en esta vida y no después de la muerte. Responde así a millones de personas varadas en la pobreza y la injusticia, a quienes ya no pueden consolar las promesas de las religiones antiguas. Se presenta de repente como un proselitismo ideológico, capaz de usar la violencia: en cada país, hay que vencer en la lucha de clases; es necesario difundir la buena nueva de un país a otro y propiciar el establecimiento de regímenes comunistas. Poco a poco, la humanidad se “beneficiará” de los frutos de ese mesianismo rojo.
Algunos dirigentes de la izquierda europea y los comunistas españoles siguen sin darse por aludidos y no celebraron con entusiasmo el aniversario del 9 de noviembre de 1989. Aducen que en el orbe democrático, a partir del 11-S, han proliferado los mecanismos de control y las detenciones preventivas…
Sorprenderse o ironizar sobre la caída del Muro me parece una injuria para quienes lo padecieron. Las sociedades democráticas están a años luz de los controles de la Stasi o la Seguridad del Estado en Bulgaria. Ser vigilado por un poderoso sistema totalitario no puede confundirse con derivas del sistema democrático que hay que corregir. Pero poner una situación y otra al mismo nivel es despreciar el sufrimiento de millones y millones de personas.
Tras de la caída del Muro, ¿qué mundo nos queda?
Pasamos del enfrentamiento de las dos grandes potencias en la Guerra Fría a un mundo multipolar. Algunos tuvieron la ilusión de que íbamos a vivir en un universo unitario con los Estados Unidos al timón, pero el final del enfrentamiento Este-Oeste ha dejado el campo libre a otros modelos políticos. Una situación nunca antes conocida, aunque yo considero positivo que los países del mundo entero puedan también escribir la historia.
Y se levantan otros muros…
Los hombres han construido muros desde la antigüedad: Alejandro Magno, la Gran Muralla china, el muro de Adriano en el Imperio Romano. Muros de protección contra posibles invasiones. Con el paso del tiempo las defensas militares se han abandonado al revelarse ineficaces por el progreso tecnológico. En estos momentos todavía se construyen esos muros entre Marruecos y una parte de Mauritania; pero es más habitual que tales barreras de protección sean de menor dimensión: en torno a un cuartel como la Zona Verde de Bagdad o en torno a un barrio de mala reputación en Padua.
Otra variante de muros son los sistemas de protección de las residencias de lujo, la separación entre las dos Coreas, o entre la India y Pakistán en Cachemira, o la partición de Chipre entre griegos y turcos. El muro de Berlín se adscribe a una rara categoría. Si la mayor parte de muros pretenden impedir que los extranjeros entren, con este se trata de impedir que los habitantes del país puedan salir. No sirve para proteger a la gente. Más bien para enfermarla. La imagen simbólica es la de prisión más que una fortaleza. Cuando yo vivía en la Bulgaria de 1963 ningún habitante podía atravesar la frontera sin autorización: las patrullas de vigilancia disparaban a dar. Era inconcebible telefonear al extranjero, no podías leer prensa occidental que no fuera comunista, se interferían las radios extranjeras si emitían en búlgaro.
Tenemos también el Muro de Israel y las alambradas contra la inmigración en el estrecho entre España y Marruecos.
Uno queda sorprendido de ver levantar muros en la época de la llamada “globalización”. En realidad, no es ninguna paradoja. Lo que circula hoy con toda libertad son las mercancías y los capitales, la información audiovisual y los mensajes electrónicos. Pero las personas de los países pobres tienen reglamentada la circulación.
Además de los muros físicos podríamos hablar también de “muros” en el lenguaje: en los países comunistas se practicaba el “doblepensar” y la “neolengua” que Orwell describió en 1984.
La vida bajo el comunismo erosiona los espíritus, al usar sistemáticamente las palabras, no para designar las cosas, sino para disimular su contrario. Cuando nuestros dirigentes invocaban la igualdad, podíamos estar seguros de que querían proteger sus privilegios; los elogios a la libertad encubrían la opresión, las proclamas de paz anunciaban actos de agresión, la defensa del bien común podía interpretarse como la apertura de una cuenta personal en un banco suizo…
Y el lenguaje políticamente correcto y los eufemismos con los que los gobiernos democráticos encubren sus errores… ¿no constituyen una peligrosa estrategia de enmascaramiento de la realidad?
La demagogia y la manipulación de la palabra son tan viejas como la política. Platón denunciaba ya a los sofistas que disimulaban sus acciones bajo las palabras. Atacaba la retórica y todo uso del lenguaje que no fuera referencial. Tenemos figuras retóricas como la hipérbole o la litote, que expresa un concepto negando su contrario. La neolengua totalitaria es la antífrasis, afirmar exactamente lo contrario de lo que se dice: es el grado peor del engaño en el lenguaje. Desde luego que pueden levantarse obstáculos al pensamiento libre, a base de clichés y estereotipos, pero el muro físico equivale a la prisión y es todavía más grave que el de lenguaje.
La “conversión” a la democracia de los antiguos países comunistas se ha visto afectada por lo que el escritor rumano Norman Manea llama “veneno duradero” del antiguo régimen totalitario que contamina todavía la política en el Este europeo… Václav Havel alude directamente a “democracias mafiosas”.
Precisamente esa transformación de todos los valores enmascarando su contrario de la que hemos hablado quedó confirmada con la caída del comunismo, ya que los dirigentes, o sus descendientes, o los antiguos responsables del KGB se convirtieron en los primeros “capitalistas”, propietarios de empresas privatizadas y maestros de los trapicheos lucrativos. Su conversión a la retórica democrática y a las prácticas del lucro personal ha sido instantánea, lo que demuestra que su metamorfosis ya estaba muy avanzada cuando llegó el momento de cambiar de sistema. Putin es el más claro ejemplo de esta estrategia.
Ha mencionado antes el “mesianismo rojo”. Tras la derrota del comunismo, ¿ha surgido otro mesianismo del libre mercado?
Desde una perspectiva histórica, el mesianismo comunista aparece como una variante y transformación de un mesianismo secular más antiguo, nacido con la Revolución Francesa y que reaparece hoy con otros ropajes. Conocemos sus fases anteriores. Es aquel que sigue inmediatamente a la Revolución, se prolonga con las guerras napoleónicas y ambiciona salvar a la humanidad en el Siglo de las Luces. Algunos decenios más tarde se concreta en las conquistas coloniales de Gran Bretaña y Francia, que pretenden llevar a todos la civilización… Tras la caída del muro berlinés, reaparece ante nuestros ojos una nueva modalidad de ese mesianismo anterior. En nombre de la promoción de la democracia y de los derechos del hombre, los países occidentales, guiados esta vez por los Estados Unidos, se alían en guerras contra países estratégica y económicamente importantes, ayer Iraq, hoy Afganistán y puede que mañana sea Irán. Justificándose en las costumbres retrógradas de estos países (la imposición del velo a la mujer, el cierre de las escuelas) o en su orientación política hostil (el “islamofascismo”), las fuerzas occidentales los bombardean, los ocupan y les imponen gobiernos dóciles.
¿Otra deriva totalitaria del bien?
Un ejemplo es la legalización de la tortura. En los Estados totalitarios se torturaba cotidianamente e incluso era parte básica de su supervivencia, pero nunca la legalizaron. Occidente debe erradicar la tentación de practicar la tortura de forma legal.
Muchos dirigentes neoconservadores e ideólogos de think tanks ultraliberales provienen de la extrema izquierda…
Los neocons, ideólogos de la intervención militar legitimada por la defensa de los derechos humanos, son los descendientes de los viejos comunistas, que han devenido con el tiempo en ardientes antitotalitarios (desde una perspectiva primero trotskista revolucionaria, luego democrática). En Francia, las mismas personas habrían conocido tres etapas: portadores de la religión comunista en 1968, bajo una de sus variantes de extrema izquierda; luego se tornan anticomunistas radicales y más tarde antitotalitarios, a raíz de la difusión de las exhaustivas informaciones sobre la realidad del Gulag (se les bautiza entonces como “nuevos filósofos”); para aparecer, estos últimos años, como los partidarios del “derecho de injerencia” y de la guerra “democrática” en el resto del mundo. Y es que las formas contemporáneas de neoliberalismo comportan ciertos rasgos del comunismo, tal vez precisamente porque lo combatieron…
¿Y qué tienen en común?
Un cierto pensamiento monista, el deseo de reducir la complejidad del mundo social a una sola dimensión y verlo sometido a una única fuerza. También la separación entre la política y la economía. La autonomía de la acción económica fue puesta en cuestión por el poder totalitario, que privilegiaba la política, con el resultado conocido de los almacenes vacíos y la penuria permanente. Ahora es la autonomía política la que se ve debilitada. La globalización permite que los actores de la vida económica escapen fácilmente al control de los gobiernos locales: a la primera traba, la empresa multinacional “deslocaliza” sus factorías a un país más acogedor.
En el interior de cada país, la ideología ultraliberal no deja un lugar preeminente a la acción política. Este cambio es, en un sentido, más fundamental todavía que el que impuso la Revolución Francesa. Esta se contentaba con reemplazar la soberanía del monarca por la del pueblo, y el neoliberalismo sitúa la soberanía de las fuerzas económicas, encarnadas en intereses particulares, por encima de la soberanía política. Es necesario que los gobiernos y los parlamentos vuelvan a orientar las políticas para conseguir el bien común de los ciudadanos.
La clase política, por lo menos en España, no está pasando por sus mejores momentos. Tras la muerte de las utopías y los grandes sistemas de pensamiento, ¿vamos a ser capaces de vivir sin ideologías?
Los seres humanos de la Europa occidental nos muestran cambios espectaculares: de la fe comunista al anticomunismo feroz; en Francia, de Marchais a Le Pen… Pero también la posibilidad de mantener una distancia crítica hacia todo tipo de fe y de sumisión mental. No hay que pensar que la ideología es la sumisión de los otros porque son simples o ignorantes, mientras que uno se cree que no está sometido y que posee un gran sentido común. Los individuos necesitan un sistema de pensamiento, aunque es recomendable mantener cierta distancia hacia ese sistema. El exilio te permite observar críticamente tus propios hábitos y ser capaz de relativizarlos al vivir en una sociedad diferente.
Para acabar podemos recordar a “Los aventureros del absoluto”, tres existencias marcadas por el cosmopolitismo: Wilde, Rilke y María Tsvetáieva. Una tríada biográfica que constituye un homenaje al gran europeo Stefan Zweig.
Zweig era seductor y peligroso. Seductor, porque se dirigía a sus lectores desde una idea global, porque establecía una continuidad entre el escritor, la obra y el destino moral, porque era un auténtico europeo… Peligroso, por su exigencia romántica de sacrificar la vida al arte, una concepción que conduce inevitablemente a la tragedia.
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Publicado en General el 24 de Agosto, 2012, 18:07
por MScalona

La "restauradora" más famosa
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Intervino un Cristo en la iglesia de su pueblo.
La imagen quedó desfigurada y dio la vuelta al mundo.
Para muchos, es una obra nueva. Diez mil personas firmaron
para que la dejaran así. Y hay cola para sacarse fotos con el cuadro.
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El Cristo le quedó como si le hubiera dado un golpe con una sartén al rojo en la cara: bastante chato y un poco más tostado. Resulta que el Ecce Homo de la iglesia de Borja (Zaragoza, España) estaba descascarado, húmedo y salitroso. Y Cecilia Giménez, de 81 años y católica, encaró, pura fe y buenas intenciones, su restauración. Conmueve imaginarla tratando de corregir el error anterior con una nueva pincelada que, oh, horror, sólo agranda el error hasta que ya no se puede hablar de una restauración: lo que hizo doña Cecilia sólo puede verse como un desastre. O como una nueva obra .
Este trabajo la convirtió en la restauradora más famosa del mundo. Y la dejó en cama: tuvo un ataque de ansiedad. Es que hasta el martes pasado, cuando un diario de Zaragoza publicó las fotos de su trabajo, Cecilia no era famosa. Ni restauradora. Y al día siguiente era una de las noticias más leídas del mundo: en los medios españoles, en la BBC, en Clarín.com , en Le Monde (que tituló "HOLY SHIT – La restauration d"une peinture du Christ tourne au massacre" , algo así como "Mierda sagrada: la restauración de una pintura de Cristo se tornó una masacre"), llegó al New York Times y a Al Jazeera y es uno de los fenómenos de Facebook y Twitter.
La imagen de Cecilia tiene una propagación viral: hay un boom de versiones de su Cristo, al que muchos llaman "Ecce Mono": de la cara de Rajoy al Jesús de Laferrere de Peter Capusotto. Se creó una página en Facebook, "Club de Fans de Cecilia: La restauradora del Cristo de Borja", que ayer rozaba los 35 mil adherentes. Ahí, comparan la restauración de Cecilia con las obras que artistas consagradísimos hicieron sobre las de otros que más que consagrados son sagrados: Picasso sobre Veláquez, Botero sobre Da Vinci (ver foto). Un español, Javier Domingo, organizó una "Petición dirigida a: Ayuntamiento de Borja (Zaragoza). Mantenimiento de la nueva versión del Ecce Homo de Borja", que en menos de 24 horas reunió casi diez mil firmas.
Para muchos, el Cristo de Cecilia ya es un ícono pop. Eso opinan, entre otros, famosos españoles como el director de cine Alex de la Iglesia y el escritor Jesús Ferrero, quien dijo que "se ha atrevido a consumar lo que Picasso nunca consumó: modificar un "clásico" interviniendo directamente sobre la tela y convirtiendo una obra de arte en otra".
El que apoyaría a Cecilia sería Duchamp: el francés que cambió la historia del arte con un mingitorio dijo que "no son los pintores sino los espectadores quienes hacen los cuadros". Ninguna otra obra tuvo tantos espectadores en dos días.
¿Por qué Cecilia Giménez cosechó tanto apoyo en todo el planeta? ¿Será que hay mucha gente harta de la sacralidad del arte?
Más allá de las preguntas, ya hay colas en Borja para sacarse fotos con la obra de Cecilia Giménez.
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NOTA DE MARCE
Aprovecho a recordar la definición de PARODIA de Simeón Yánev,
integrante del Formalismo Ruso: consideraremos como parodias todas aquellas obras literarias en las que subyace una actitud con respecto a una(s) obra(s) anterior(es), y que mediante la imitación primero, luego se la pone en crisis con una transformación de su contenido (significado) y/o de su forma (lenguaje) que puede abarcar una rica gama de matices, desde la imitación humorística o lúdica, la profanación y la degradación hasta la deformación o la sátira despiadada.
LA PARODIA es siempre dialéctica y crítica hacia los modelos nacidos en LA POÉTICA de Aristóteles, aquello de que el gran arte, el gran personaje o hecho, es el "serio", el "noble", el "idealista", etc... La parodia comprende tanto el sentido cuanto los recursos del lenguaje. Es el modo de seguir escribiendo y dialogando con la tradición.
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Publicado en Nuestra Letra. el 24 de Agosto, 2012, 18:04
por MScalona

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La ciudad estaba envuelta por una neblina que parecía abarcarlo todo. Un cielo semi caído, casas veladas, y un único taxi disponible con el vidrio empañado. Pura soledad.
Al subir, el pibe sonrió - hola dijo-. No hubo respuesta
No tenés apuro, agregó el taxista.
Jaja, qué gentil, gracias por preocuparse en que llegue a tiempo.
¿Sos tonto o te haces pibe? ¿Adónde te llevo?
Disculpe, es que estoy solo.
No sos el único, más que solo parecés sordo o bobo. Me vas a decir a dónde vamos o te bajo.
Me da un poco de vergüenza, jaja, voy al City Center.
El pibe estaba pálido con la vista pegada al vidrio donde dibujaba figuras que se confundían con las de afuera. Árboles frescos. Hojas enredadas. Humo pegado en los labios. Y él como queriendo recordar a cámara lenta aquellas hojas que le encantaba olerlas crujir cada vez que corría en medio de ese parque de ramas complacientes a las que tantas veces imaginó como el sendero por el que caminaba con su otro yo.
¿Tiene hora?
¿Ni reloj tenés pibe?
Jaja, tiene razón
Se lo dejé a mi abuela. ¿Sabe? Ella se fue hace un mes y estoy solo.
El pibe le miró la nuca con ganas de que el taxista lo escuchara, se imaginaba contándole todo. El rostro encendido. Un puntito en la noche. Le pidió fuego aunque no fumaba, sólo para sentir que alguien podía tocarlo.
Sacó del bolsillo el pucho que compró suelto para un conocido del barrio. Quería sorprenderlo. El taxista con veinte años de calle le dijo-pibe vos no fumas-
Es que estoy solo.
No sos el único pibe. Llevo años arriba de éste taxi apretando el volante cada vez más sucio. El otro día subieron tres pibas. Una, gordita con unos ojos enormes y las otras dos borrachas. La gordita seria, les pedía que no contaran nada y las otras dos, empezaron a manosearse a punto tal que me dieron ganas.
¿Me estás escuchando pibe?
¿Eh? Si, si señor.
Che pibe me esperás un minuto que bajo así busco a la Moni y seguimos?
El pibe pálido, con vidrios en sus ojos como si salieran de la puerta para entrar en él. Quieto. Como el taxi. Eran dos en el mismo lugar. Miró para afuera cuando de pronto sintió un ruido que parecía tocarle el hambre.
Era la Moni que subía.
Vos te crees que sos el único le decía la Moni al taxista. Y agregó. Vino el Cholo. El taxista ponía cara de no me importa y la Moni parecía engordar la rabia. En un momento no pudo más y le gritó, estúpidooo.
Se siente bien señora le preguntó el pibe mientras la Moni se acomodaba los auriculares del celular y se conectaba a facebook.
El pibe se quedó quietito y con un grito de la Moni le cambió el color. Está en el chat dijo la Moni y el taxista giró el volante como para tirarla del auto. Ella contenta repetía, si, dale.
Qué gracioso pensó el pibe y se tapó la boca con la mano mientras pensaba- me gustaría poder contarle que estoy solo, pero se calló y siguió pensando. Qué lindo, ella se ríe tanto que me da pena decirle que los del chat no existen.
El taxista la miraba a la Moni y de reojo por el espejo retrovisor al pibe.
¿Por qué te tapas la boca boludo?
Jaja. Disculpe me vino tos y no quería salpicar a la señora. ¿Quiere que le cuente? Estoy solo.
Che Moni ese chat de facebook te va a volver más loca de lo que estás.
La Moni nada. El pibe menos.
¿A qué vas al City Center pibe?
Es quee
Moni cortala. Dejá de reírte. Si chocamos la chapa vas a ser vos.
El pibe hizo un movimiento con la mano para calmar al taxista y la Moni pensó que lo quería robar. Se dio vuelta y le raspó la cara con la pintura de uñas. El pibe largó dos o tres gotas de sangre. Ella nada. Y él se disculpó por ensuciar el auto. Inclinó las pestañas para afuera envuelto en la neblina mientras se filtraba la chispa del encendedor con la que un flaco le daba fuego al pelado mientras se fumaban el último fasito.
Alargó el cuello como para tocarlos, bajó el vidrio y estiró la mano ofreciendo el puchito que había comprado.
Sos loco pibe, te van a dejar sin dedos.
Es que estoy solo.
Imagino que traerás bastante, con poca guita en el casino ni media hora, eh?
No vine a jugar. Fue muy lindo todo, gracias, el viaje me hizo sentir lleno de amigos.
Mientras pronunciaba la palabra amigos por alguna extraña razón pensó en su abuela que en sus delirios decía que era la Muchacha Punk y la imaginó poseída por Fogwill discutiendo con el taxista diciéndole que era “un piojoso sucio y mal oliente”. Pero el pibe odiaba a Fogwill porque las manos de su abuela parecían haberse fundido con el libro de la Muchacha Punk y olvidarse de él. Tanto lo odiaba que la única manera de soportar sus pensamientos era volverse el otro. Ese otro que lo acompañaba cuando su abuela hacia el amor con Fogwill. Fue entonces cuando abrió la ventanilla y se imaginó que la neblina se volvía nieve y dentro de ella estaban Chejov con Yona y un caballo que le daba latigazos a Yona hasta dejarlo tendido en medio de algo parecido a un bosque. Caminaba y murmuraba, hay que entrenarse para ver belleza por todas partes cuando de pronto y frente a él la imagen nítida de Abrámtsevo que comenzaba a perderse en un largo sendero serpenteante entre abedules y pinos, barrancas y puentes tambaleantes que lo metían nuevamente en si mismo.
Pibe, te repito sin guita estás al horno.
Es que estoy solo.
Cortala con eso de que estás solo boludo! Llegamos, son 30 pesos. Ticket no tengo.
El pibe parpadeo, saludó pero nadie le respondió. Era como si siguiera en la Siberia, ese lugar al que todos te mandan cuando te pretenden expulsar del planeta.
Al bajar del taxi pensó que le hubiera gustado entrar al casino. Lo imaginaba lleno de gente, que lo tocaban al pasar, pero sabía que eso era imposible.
Caminó lento con una sonrisa pálida y se arrodilló al lado del único perro que le movía la cola. Qué te pasó le preguntó el pibe al perro. Estás todo mojado, flaco y no parás de temblar. Hace menos de una semana que no vengo y ya estás así. ¿Me extrañaste?¿Por qué no comiste? El perro levantó el hocico y le respondió dándole una larga lamida en la cara. Era un siberiano y se llamaba Savva Mámontov.
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ALICIA G.C.
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Publicado en Parodias el 24 de Agosto, 2012, 16:44
por MScalona

CALCOMANIAS
Basta con que yo escriba algo, lo altere cien veces y se lo pase a alguien (cualquiera) para que pierda todo gusto por esa pieza. Una vez expropiado de mi inmanencia, desnaturalizado, el relato se me hace tan interesante como el instructivo de una fotocopiadora. Y así ha de volar convertido en avión de papel, o hundirse como señuelo de plomo. Es que una vez que cae sobre su regazo la maquinaria estereofónica del perfil ajeno se pierde el control sobre todo lo escrito. Y la puntuación confunde, y los personajes se aglutinan, y es muy probable que no hayas visto el gajo de mandarina que se cayó junto al pie de la cama mientras ella le decía que el beso en la estación había sido una mentira. No lo viste, pero ahí estaba. Porque es responsabilidad tuya levantar el texto por sobre tu cabeza, asomarlo. Y porque sos el exclusivo dueño de tus propios pelos, y sólo si logras que cada una de las letras encaje como un lego con tus terminaciones nerviosas y tus niveles de serotonina, tal vez por un momento se te ericen.
Hay de todo. Poemas que pueden leerse en un viaje de ascensor. Cuentos dietéticos que hacen que uno se saltee las comidas. Y hasta novelas matemáticas que arremolinan la tensión y se te van en las dos últimas páginas con ese ruido grotesco que hace el agua al terminar de escaparse por el resumidero. Hay incluso algunos pasajes tan precisos que nos tuercen los brazos y obligan a dejar por un momento el libro sobre la cama o la mesa, y juntar las palmas en rezo meciendo las muñecas al tiempo en que se susurra una santa puteada en homenaje a su autor. Hay también de esos libros que uno lee a escondidas, porque algunas de sus tuercas no encajan en la maquinaria que elegimos ostentar. Porque hay goces que uno no se permite, no en público. Y entonces solapamos su lectura, mientras nos abandonamos a la culpa y la paranoia, que no es otra cosa que la clase de ficción más real que se puede consumir.
Hay gente que colecciona libros, gente que colecciona señaladores, incluso conocí un hombre en San Telmo que colecciona portadas, las pega en collage en la pared de su negocio. No se me hizo la idea de preguntarle si después de arrancarle las tapas a los libros los leía o los tiraba. No viene al caso.
Lo cierto es que termino de escribir esta diatriba, y si te llega es porque dejó de gustarme. Porque al igual que los juguetes, uno comparte sus relatos cuando ya se cansó de jugar con ellos.
En cualquier momento su fugaz efecto se desvanecerá, justo antes de que hierva el agua para el café. Vas a levantarte y tal vez lo revuelvas en silencio, y eso será todo, y pensarás en lo que viene, con la cara llena de aroma, mientras mis palabras se transforman en otra más de las calcomanías que llevas pegadas en las puertas del placard.
GUILLERMO RÍOS
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Publicado en Sugerencias. el 24 de Agosto, 2012, 15:15
por MScalona
ALERTA CAMARADAS:
¡Por lo tanto, para el martes 28 de agosto, las cuatro esciciones que componen
nuestra productora insurgente, resuelven:
Art.1 Créase el evento Ciclotimia F23 en Jekyll & Hyde, propondremos que el bar pase a llamarse Sacco y Vanzetti. Art.2 Se designará a la Comandante originaria de Kiev SOFIA LENSKY y al Héroe de Base ALFREDO CHERARA (agrupación Rosario) para las actividades literarias. Art.3 Munidos de las armas musicales necesarias, se designa a LA MONADA DEL PAÑOL (tendencia extremista de cumbia y ritmos tropicales de Rosario, que hará su debut oficial en BERLIN -oriental- el 21/9) para atacar a la burguesía oligarca donde más les duele: basta de música cheta, camaradas. Art.4 Para entretener a las masas, veremos un cortometraje de NICOLAS VALENTINI denominado BESO CARACOLA (camaradas, se solicita refrenar el instinto burgués de realizar rimas chacoteras que en nada ayudan a esta revolución). art.5 Se designa al Subcomandante del Chaco-rosarino ARIEL GOMEZ PARRA a realizar una pintura en vivo mientras se desarrollan los eventos precedentemente enumerados. Nos mostrará lo aprendido en estos últimos meses en la Siberia. art.6 Como ejemplo de solidaridad, se procederá al sorteo de LIBROS, CIDÍS, PORRONES y la infaltable NARAMPOL (pomelo rosé), gentileza de MATAFUEGOS EXTINTEC. art.7 Nada más. GANCIA O MUERTE VENCEREMOS!!! TRES CABEZAS
----------------------------------------------------------------- PRODUCE Y ORGANIZA: TRES CABEZAS PRODUCCIONES [ Fabricio Simeoni: poesia -- Erika Aristides: Audiovisual -- Pablo Castro L.: música y conducción ]
Entrada libre y gratuita -
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Mitre 343 (esq Pasaje Zavala), 2000 Rosario
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Publicado en Cuentos el 24 de Agosto, 2012, 13:12
por MScalona

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ECOS
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Era como un eco, no lo podía distinguir bien. Amo los pájaros perdidos, vuelan ciegos, sobre el mar; fragmentos de una canción, perfecta, para tres personas que desde una mesa, frente a ese río que se pierde en el atardecer tratan de aprisionar lo inasible. En menos de una hora, las luces rescataban lo lejano y devolvía a los sentidos lo cotidiano, lo simple, los deseos, la risa.
¿Cordura o delirio?
Ser felices parecía un viaje fantástico. Era como lograr escapar de Zobeida y sus trampas, persiguiendo lo que ya está olvidado. Pedimos otra cerveza. Cuando la moza se va con su delantal negro ajustado en las caderas, propongo que elijamos algunas de las ciudades de los deseos como símbolo de ese viaje. Flor, al principio, parecía no comprender y Carla las recordó inmediatamente. Antes de que yo pudiera decir que deseaba mirar al interior de cada una de las esferas de Fedora, que quizá encontraba la ciudad de mis deseos o descubría porqué la había idealizado; Carla dijo que era mejor Anastasia porque allí descubriríamos todos los deseos y todas las negaciones. No nos poníamos de acuerdo, Flor solo sonrió levemente, fue un silencio denso, metafórico. De todos modos, bromeábamos.
Primero dejé a Carla; luego llevé a Flor, que seguía callada y había mirado varias veces su celular silencioso; era evidente que algo la había perturbado. Nos saludamos afectuosamente como siempre; te llamo en la semana, le dije y luego esperé que entrara en su casa. Aunque hace mucho que nos conocemos, debo confesar que algunas veces en estos años la he sentido como una extraña. Guardé el auto en la cochera, estaba distraída. Entré a casa, encedí algunas luces más, pensando en tomar algo caliente. Veo que hay té rojo en la alacena, con sabor a vainilla; es rico y desconcertante, su nombre me deleita -el té de los emperardores- y aunque la magia se diluye en un pequeño sobre de papel, la alquimia de ese aroma dulzón inmerso en el color de la pasión, la vuelve terrenal, próxima. Dejé la taza blanca, lisa, sin adornos, en el borde de la mesa de noche. Los círculos que hacía el vapor iban a dar en la pared y se perdían en ella; alguna vez ya he sentido esto. Algo no está bien. La memoria suele ser fecunda y en ese jardín donde todos los días eran soleados hoy reconozco el aroma de la lluvia en la tierra y espero los pequeños hoyitos que se dibujan. Otras veces fue menos generosa y con esfuerzo pude saber como era en realidad ese gran parque lleno de eualiptus y pinos en lugar de los aromitos y chañares originarios; esas extensiones que no tapaban al sol en su caída, día tras día, irrepetible, solo, imperturbable, donde la belleza me hacía un nudo en la garganta cada vez; cómo era esa casa grande, llena de enredaderas, cuartos, puertas e historias que se perdían hasta que alguna voz pronunciara mi nombre y me rescatara de ese silencio. Y era la voz de Victoria, en la cocina, que reía mientras cocinaba; mi madre nunca la quiso pero yo sí. Parecía que una nube gigantesca se había apoderado de la casa y mi madre se perdió dentro de ella sin encontrar nunca la salida. Otra parte de la casa estaba habitada por los colores de los óleos y ese aroma persistente de los pigmentos mezclados con el aceite de lino, que siguen buscando un lugar en mi casa en cada cuadro que comienzo y no termino. Algo no estaba bien.
Los árboles de la entrada se agitaban con el viento y yo estaba como ellos, así que decidí regresar a mi casa; más tarde vería aquellas cuestiones que nos dieron problemas todo el día. Con tantas cosas en las manos, voy dejando como puedo cada una de ellas en el auto sin perder de vista las llaves que se cayeron al lado del asiento. Había algo más, esa libreta. ¿Cómo estaba allí un cuaderno con notas manuscritas y recortes en papel impreso prolijamente pegados? No veo fechas ni nombres, por ahora la dejo en el bolso, pero no puedo negar que me siento sorprendida y tentada de dudar sobre la realidad. Me pregunto, ¿cuál? . La de este pequeño mundo de palabras vacías, donde en lugar de paredes hay vidrios inmensos, donde interior y exterior se definen por los opuestos; cálido en invierno y frío en verano, y aun así el latido de la vida se puede percibir. Sí, en esa enredadera que está enamorada del muro, inalcanzable tras el cristal, a mi derecha y en el cuadro de Frida, sanguíneo, con frutas y loros, delante de mí; en la calle cuando el aire frío y real me reconforta. Necesito descansar y no pensar disparates.
Escucho las campanadas, anoche también las escuché. Su sonido siempre me resultó dulce. Mi abuela tenía una pequeña, que agitaba según el buen humor del día, aunque su especialidad siempre fue el a rebato. Cuando viví cerca de la calle Viamonte escuchaba las del convento de Santa Catalina, ahora las de esta iglesia, la del reloj, cada quince minutos. La libreta está sobre mi cama, no les pregunté a ninguna de las dos si se les había perdido, no reconozco la letra; pero de Carla no es, seguro. Me pregunto porqué tengo tanta inquietud por estar deslizándome entre las palabras, como si entrara sin permiso a una casa; al fin y al cabo estaba en mi auto. La tapa es azul, el papel es de una textura fina, las primeras notas describen un viaje en otoño, un atardecer en las sierras; hay un pequeño doblez que cierra dos hojas, es una transcripción de mensajes y las fechas. Mis latidos se aceleran – 6/8 18.22 “estoy viajando, cuando llego te llamo, besos, TH”...-8/8 13.02 Te busco por tu casa. Un beso TH”- 22/8 21.11 Arreglé para dormir en Rosario mañana a la noche, se nos va a hacer tarde para la vuelta.Un beso”- 3/9 18.21 “Ok, buenísimo TH” - 21/9 12.56 “Mañana.Un beso” - 22/9 19.28 “Te busco 21h” - 22/9 21.01 “Estoy.TH”.
No. Cierro los ojos. No puede ser. Avanzo las páginas como huyendo del frío, todo se transforma en una banda en la que el derecho se reúne con el revés.
2/10 5.30“Muchas de las cosas que dijo anoche no las comprendo. Me resultan extrañas. Tampoco me animé a preguntarle porqué le hizo firmar la renuncia a sus derechos sobre los bienes. A veces lo desconozco. La semana pasada me sucedió lo mismo cuando habló de uno de sus socios. No lo entiendo, pero pienso que yo nunca lo hubiera hecho. No pertenezco a ese mundo, siento que no podría...F.”. En la hoja siguiente había un dibujo, una flor de jacarandá. En la casa de F hay uno enorme que cubre el jardín de un manto lila - 3/10 send: TH; to: Flor M .
Tengo la sensación de que el piso de mi cuarto gira de nuevo y no sé como detenerlo. Es mi cabeza la que no puedo detener, camino, respiro hondo, los recuerdos vuelven como personajes de un tren fantasma. La mirada , el hielo, el fuego, la ternura, la culpa, el desconcierto, la locura, el dolor, la distancia, su piel, su voz, sus manos, mis cabellos, los abrazos, la espera, el cielo, el infierno, su perfume, su silencio y el final: “Estoy en el norte, ven cuando vuelvo” “¿Cuándo volvés?” “Aún no lo tengo claro”. Solo fue el punto final de los tantos finales que no quise admitir, que ya estaban aquel día en la plaza de la embajada. Fui muchas veces; pero esa vez, los álamos estaban desnudos y en ellos trataba de encontrar aquel chopo, tan blanco, de mi infancia, que tanto quería y sin embargo mi madre se empeñaba en secarlo y tomé la decisión de dejar de buscarlo; el que encuentro hoy ya no es tan blanco y el reverso de sus hojas es verde, pero es igualmente bello.
Fue un día largo y difícil, a la noche nos íbamos a reunir para despedir a Carla. Pensé que lo mejor era arreglar esto dialogando como personas adultas. Le avisé a Flor que iba a su casa, y nuevamente, esa sensación de que algo no funciona, por momentos tengo un nudo en la garganta, por momentos la rabia se apodera de mis buenas intenciones. Doblo en la esquina de su casa buscando un lugar donde estacionar, cuando estoy próxima a hacerlo miro por el espejo, me miro y descubro “que los espejos tienen algo de monstruoso”. Nada les va a ser tan fácil a los dos. Regreso a casa, camino por el living, espero y pienso. Mi celular está sonando, es Flor. No la atiendo. Insiste y lo dejo sonar. Envía un mensaje de texto. Dice que se está cambiando y viene hacia aquí. No respondo. Me pregunto muchas cosas . Me sirvo un vaso de agua y busco a Piazzolla en mi lista, Libertango, TH, ¿Qué me había seducido de él.?. Desconocía muchas cosas de mí misma entonces, no me animaba a preguntarme y tampoco hubiera tenido las respuestas. “Mi libertad comprende que yo me sienta presa de los errores míos sin arrepentimiento...”. En la portería reciben con sorpresa la indicación de no permitirle el ingreso a Flor y entregarle de mi parte un sobre cerrado.
- Por momentos pienso que quizá debí decirte que lo que no te animaste a preguntar era lo que vos tampoco te atreverías a responderte; que somos tan extrañas como lo eran aquellos pinos de mi infancia y a la vez tan parecidas que parte de nuestra historia se ha quedado en los pasillos de una casa o atrapada en la tela de un cuadro de tu madre. Seguir con esto ya no vale la pena y además no tengo mucho tiempo. El efecto del silencio y de la sorpresa siempre fueron las cartas con que TH ocultaba un miedo indecible; el mismo que hoy nos envuelve a los tres. “Mi libertad me dice, de cuando en vez, por dentro, que somos tan felices como deseamos serlo...”
- Hola Alejandro, sé que es tarde, pero por favor necesito que escuches.
- ¿Qué sucede?
- No tengo mucho tiempo, pero el pacto terminó, el lunes a las nueve conversamos. Mi cargo deja de ser nominal. La segunda cuestión y la más importante, llamá a TH. Llamalo ahora, decile solo que se cancela la reunión del martes y leéle el siguiente mensaje de mi parte; él va a entender: “Los dioses no estaban ya y Cristo no estaba todavía y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo”.
- ¿Qué?
- Él lo va a comprender. Si no responde ,entonces si, enviále por favor un mail con copia a su abogado con lo del martes y el mensaje.
- Ok. Ahora lo hago.
- Gracias, un beso.
Añoro el ceibo de Las Catalinas, el silencio de sus pasillos. ¿Por qué tendría que escucharte Casandra? Preparo el baño para falsificar el tiempo, altero cada movimiento; mi cuerpo me está diciendo algo y me niego a escucharlo. El agua comienza a hacer remolinos, el sonido va cambiando. La temperatura también cambia, mi mano hace dibujos imaginarios en el agua, “mi libertad me insiste con lo que no me atrevo...”, el aroma a lavanda de las sales se confunde en cada gota, en mi memoria; las voy arrojando al agua, van tranformando su forma y su color y voy perdiendo esa ciudad azul con la que soñé, condenada a languidecer por más que quiera retenerla fingiendo olvidar.
Olvidar lo que estaba negando, negar que esperaba; que deseaba que él deseara venir, pero no era así. La batalla ya había comenzado. ¿Qué es la eternidad? ¿Un minuto, una hora, un llamado, el sonido de unas llaves en la puerta?. No lo sé. El mensaje de texto fue la respuesta, “estoy” y conocía el tiempo que él demoraría en subir y yo en abandonar mi refugio ante una eventual derrota. Me miro en el espejo, mi cabello está mojado; estoy parada frente a la puerta, mientras escucho el ruido del ascensor en el pasillo, trato de encontrar algo que rime con ven o con cuando, con vuelvo; si estuviera escribiendo un cuento no les encontraría un tiempo presente o pasado a esas palabras .
-Mili, entre nosotros nunca hay nada que perdonarnos...
“mi libertad me quiere con lo que llevo puesto ”
Las gotas de agua juegan entre mi bata y su piel...
“mi libertad me absuelve si alguna vez la pierdo” .
¿Cordura o delirio?
Era como un eco, no lo podía distinguir bien; por momentos parecía el mío, a lo mejor era la voz de mi analista.
Ma. Zulma Villalba
* Las ciudades (Zobeida, Fedora, Anastasia y Zora-azul-) pertenecen a Las ciudades invisibles- Italo Calvino
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Publicado en relatos el 24 de Agosto, 2012, 12:56
por MScalona

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MIENTRAS AGONIZA
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El primer síntoma fueron las cruces. Cruces sobre el mantel y la tierra. En el tallo de la enredadera, como para quedarse. Helena no era una mujer de fe, apenas si prendía alguna vela al santo de su madre, a esa estampita borrosa que alguna vez ella le dio mientras la inundación se llevaba todo. Tal vez sea por eso que nunca creyó en nada. Si cuando venía el agua no existía oración posible. Sólo las bolsas de arena que traían los de la Comuna. Y tampoco alcanzaban.
Sin embargo las cruces estaban allí. Enhebradas entre las hojas, trazando un borde oscuro sobre la enamorada.
-Vos viste eso Helenita?
-No
-No viste las cruces?
-No
Helena, trabajo mal pago, comida barata, ropa de supermercado, chicos a la escuela, vacunas y dientes limpios. Lo demás, si es que había demás, llegaría sin depender de ella. Así se iba a dormir todas las noches. Y así se levantaba. Deshabitada.
-Dicen que en lo de la Helena apareció la Virgen.
- Y ella qué dice?
-Nada, qué va a decir.
Los vecinos de la cuadra le preguntaron a la dueña de la casa.
-Ah… yo no sé nada, yo le alquilo. Ella me paga todos los meses, es cumplidora…por qué me voy a meter? Vayan a preguntarle al cura de la Parroquia.
Dos tardes después, la gente empezó a arremolinarse en la vereda. Y fue la vecina lindera la que se animó: Helena, no lo tome a mal, pero dicen que en el patio de su casa se apareció la Virgen. Helena siguió caminando, empujó suavemente a la hija del carnicero, le pidió permiso a la señora de la tintorería para poder seguir y sin decir nada entró a su casa. Los chicos hacían la tarea y su madre miraba la TV desde la silla de ruedas. Cerró las persianas que daban a la calle.
-Sí, hay luz todavía Helenita. Mirá que después te quejás de la cuenta…
-Seguí mirando la novela mamá. Después me la contás. Yo tengo ropa para lavar.
El lavadero estaba en la terraza. Le gustaba el olor a jabón en polvo, el ruido del agua, la soledad de ese rato concentrada en manchas y fricciones. No le importaba que sus manos le ardieran, siempre había sido así.
-Vírgenes, no estoy para vírgenes, pensó.
Esa tardecita le sangraron los dedos. Bajó, se limpió con agua oxigenada y puso la olla para el puchero.
-Otra vez?
-Sí.
-Pero prometiste milanesas.
-El sábado. Después de comer, un poco de tele y a dormir.
-Quiero ser bailarina, mamá.
-Para qué?
-Para irme.
-Te vas a ir igual cuando sea la hora.
El baño estaba tapado. Meter mano, decía su tío –cuando vivía-. Meter mano y no pensar. Todo lo que los otros dejaban de sí, ella lo tenía que tocar. En el trabajo mal pago y en la casa.
-Llevate las sobras, Helena.
- Se agradece.
-Que te dieron hoy?
-Arroz con pollo.
-Con el pollo?
-No, con los huesos.
En el cuarto había mal olor. Abrió la ventana y todos seguían allí. Cerró la persiana y se cayó la cortina. Se vendó los dedos. Le acomodó a su madre la almohada bajo las piernas y se durmió pensando que al día siguiente le iba a pedir fiado unos guantes a la dueña del almacén.
No se despertó. Dicen que su madre la escuchó hablar en sueños y contar de luces, de reírse como nunca y de llorar sangre. Helena se murió de un derrame cerebral y sus venas nasales sangraron. Igual, la gente del Barrio armó un altar en la puerta de la casa. Llevan flores, velas, ofrendas y le piden a la Virgen de la enamorada que les cumpla los deseos. La dueña de la casa dice que no le conviene alquilarla. Que así como está es como lo quiso la Virgen.
Una vez por semana pasa a ver cuánto dinero juntó su hija, la que ordena la fila, llena los bidones con agua de la canilla del muro, riega la enamorada, y exhibe los restos de sangre de la sábana de Helena. La de la muerte.
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ALE R.
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Publicado en relatos el 24 de Agosto, 2012, 12:36
por MScalona

COMPASIÓN
Eugenia entró en la sala de espera y se sintió mirada. Andaba siempre apurada, como si sus minutos fueran más cortos que los del resto de la humanidad y la empujaran bruscamente por la vida. El ocio, pensaba, era un mal consejero. El lugar estaba atestado de gente ansiosa por actuar sus males ante un público preparado para conmoverse. La cola en la recepción la había alterado bastante: la calma exasperante de las secretarias con caparazón y cuellos arrugados contra su ansiedad desbocada de liebre enloquecida por un disparo. Miró a su alrededor buscando un lugar vacío, completamente vacío. Playa desierta acotada a un rectángulo de cuerina de dudosa limpieza en la que colocaría su cartera y su abrigo. Y lo encontró. Medio alejado de la puerta del consultorio del que debían llamarla (¡Dios sabe cuánto esperaría!), pero vacío.
Ni bien se instaló, libro en mano, tuvo la desagradable sorpresa de ver entrar a la maestra de su nieta: coqueta, con una flor en el pelo, uñas y labios pintados, llevando de la mano a una muñequita menuda, réplica de sí misma. Maestra de grados chicos, propensa a hablar con diminutivos, voz aguda y demasiadas gesticulaciones. Pobre mujer, siempre metida entre párvulos inquietos y demandantes. Eugenia la saludó como quien ve a un conocido en el palco de enfrente, con un cabeceo atento que atravesó todo el teatro y volvió a reposarse en el libro.
Como la maestra y ella habían sido las últimas en ingresar a la sala, la gente esperaba cuchicheando alguna intervención de su parte: un comentario sobre la hora, el clima o el tiempo de espera. Algo que viniera a renovar el aire muerto y tenso de la espera. Pero nada. Eugenia recorría con descaro las líneas de la novela, absorta en medio de una muchedumbre que buscaba una ranura de mirada o de sonrisa para dejar salir sus penas. No, ella no lo haría. No abriría ninguna puerta de escape para nadie. Los ojos en las hojas.
La novela era interesante y los ruidos de portazos, taconeos y conversaciones absurdas a media voz no llegaban a desconcentrarla del todo. La espera sería soportable.
De repente, por el rabillo del ojo ve acercarse una mujer. Es muy gorda, y respira y camina con mucha dificultad, como si ese cuerpo le fuera ajeno y ella estuviera condenada a cargarlo de por vida como a un parásito. Agradeció en silencio a Dios por haberle dado una contextura pequeña. Ya demasiado le costaba cargar con sus pensamientos: arrastrar un cuerpo de esas dimensiones le hubiera sido imposible. Se compadeció de la mujer y, de mala gana, sacó sus cosas del banco para que la otra se acomodara.
- Gracias, querida- resopló.
-Está bien- parpadeó Eugenia y volvió a meter la mirada en el libro.
Su compañera de butaca tenía un desagradable olor a orina, y le dio la impresión de que cada vez que respiraba, ruidosamente, pequeñas y volátiles gotas de saliva flotaban a su alrededor, envolviéndola en un halo repugnante.
-Me confundí de consultorio, ¿sabe? Pedí ver a un nefrólogo y me mandaron acá, del neurólogo. Yo no sé estas chicas de la recepción, si no prestan atención o si no tiene ganas de hacer bien las cosas.
- Aha…- exhaló Eugenia dando vuelta una hoja.
- Lo peor es que ahora tengo que ir al otro consultorio, que está en planta alta. Imaginesé, querida, lo que es para mí subir esa escalera, porque el ascensor está roto, ¿sabe?
- Imagino- dijo Eugenia sin tomar la posta. No tenía ganas de pararse y arriesgarse a que justo la llamaran cuando ella se levantara. Tampoco quería tocar a esa mujer. Húmeda y con olor a pis.
Había un par de chicos que correteaban y gritaban incesantemente, y una mujer, seguramente su madre, seguía a uno de ellos arrastrando los pies y mirando a los demás con una sonrisa suficiente. A Eugenia le pareció un cuidado exagerado seguir a una criatura a medio metro en un lugar cerrado, y comprendió que lo que mujer deseaba era que los demás vieran su abnegación y secretamente la aplaudieran. Le dio lástima pensar en que necesitaba del reconocimiento de los demás para sentirse madre.
- Hace ocho años que tengo problemas en los riñones, querida. ¿Sabe lo que es vivir con eso? Los medicamentos me hinchan, la diálisis es una tortura, me hacen tomar muchísimo líquido por día… diga que mi hijo me ayuda.
Evidentemente la mujer no necesitaba respuestas para seguir con su parlamento. De manera gratuita dejaba caer sus intimidades sin que nadie las recogiera. Y sus secretos quedaban allí, abandonados y solos en medio de la sala, despreciados por los espectadores que habían buscado otro entretenimiento para matar el tiempo: la voz de los médicos al llamar a sus pacientes, la gente que entraba, los cuadros, la lista con el plantel profesional, otras conversaciones.
- Menos mal- comentó la otra, más interesada en observar cómo el aire se le hacía espeso a esa mujer, produciendo un ruido ronco entre cada palabra que salía arañada de su garganta, que por conocer los detalles de su existencia.
- Para eso son los hijos, ¿no? Uno los cría, les deja la vida, y bueno… ellos algo devuelven, a veces.
Eugenia desvió un momento la mirada hacia la madre que se arrastraba como autómata detrás del nene que corría y gritaba por la sala, y agradeció a la Providencia el no haber tenido hijos. Le pareció demasiado entregar la vida para que alguien la ayudara si probablemente quedara enferma.
-Mi hijo mayor está casado, en Mendoza vive. Dos nietitos tengo, de cuatro y seis años. Casi ni los veo, bueno, alguna foto que mi otro hijo me muestra en la computadora, pero verlos verlos, para Navidad nomás.
Una enfermera pasó arrastrando una silla de ruedas, en la que iba un adolescente con la pierna enyesada y los dedos incrustados en el celular. Pobre mujer, ni siquiera una palabra le cruzaba el chico. Qué ingrato trabajar ante tanta indiferencia.
-También tuve una hija, ¿sabe? Karina. A los veintisite años se me murió…
Acá la mujer hizo una pausa más ronca aún, pero Eugenia no quería saber la causa de la muerte. Debía ser difícil perder a alguien tan cercano. Ella había quedado viuda hacía unos años, pero su marido estaba tanto tiempo afuera, viajando por trabajo, que casi ni lo sintió, y pensó esa muerte como otro viaje más, quizá más largo.
-¡Qué pena!- fue todo lo que quiso decir.
-Pero tengo otro hijo, el más chiquito. Bah… yo le digo chiquito pero tiene veintiún años ya. Cuando mi marido murió nos quedamos solitos con el Leo. Si viera usted cómo lo zalamereo. Lo abrazo, le revuelvo el pelo, y él se ríe. Si viera cómo se ríe. Él me cuida, me ayuda a bañarme. A veces pienso que le debe dar vergüenza… ¡pero qué va a tener, si soy la madre! Con lo que se me hinchan las rodillas casi ni camino sola. Me prepara la comida, me hace compañía. No sé qué haría sin él. Dice que tiene una noviecita, pero yo no le creo. Todavía es un chiquilín.
Eugenia sintió surgir en ella un sentimiento de compasión para ese pobre muchacho, atado en sus mejores años a esa mujer enferma y parlanchina. Y a ese olor.
Le pareció que era mala educación seguir sin mirarla, ya que la otra le estaba contando su vida. Así que apoyó la novela en su regazo y puso sus ojos sobre la mujer, pero con la mirada ausente, tratando de perderse en mil sueños lejanos. Sin embargo no podía alejarse. Todos sus sentidos estaban allí, en ese escenario, escuchando, oliendo, rozando el enorme cuerpo de la señora. Le parecía hasta sentir el sabor amargo de la orina. La aspereza de esa piel sucia. Eugenia sentía una conmiseración tan profunda por esa mujer, que casi llegaba al asco. Hubiera hecho cualquier cosa por cambiarle el aspecto, el olor, la conversación. O por correr el telón y no verla más.
-Eugenia Santángela- llamó su doctora, la dermatóloga que le aconsejaba excelentes cremas para sus demorar sus arrugas y mejorar las manchas de su piel.
Eugenia sintió un alivio profundo al escuchar su nombre y verse liberada de seguir asistiendo a esa puesta en escena de los males humanos.
El Sanatorio había sido otrora un antiguo hospital de monjas, y algunos rastros de la fe de sus antiguas mentoras quedaban por ahí. En una pequeña placa de bronce sobre la pared del consultorio Eugenia leyó: “Alégrense con los que están alegres, lloren con los que lloran.” (Rom 12, 15).
-Bueno- pensó- me reconforta saber que hoy acompañé a esta mujer en sus pesares. Seguro Dios me recompensará.
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Virginia B.
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