
HOMBRES DE LEY
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Le faltó el baldazo, para que también lavara el capot de la cupesita roja que heredé del viejo; de la misma forma a como yo lo hacía; los sábados a la tarde y en la vereda, mientras escuchaba por Continental a Alejo y los cuentos del Negro. La cuidé tanto mientras la tuve… Había poca presión de agua en el barrio.
Las señas del NO con el dedo índice no fueron suficientes; ni el gesto de desesperación que en estos casos le viene a uno, abriendo exageradamente los ojos, moviendo en sentido horizontal la cabeza de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, diciendo sin voz que NO, con mímica, NO . Todos los recursos a los que uno apela, para negarse a ese pequeño momento de comunicación con uno de los tantos hombres que limpian los vidrios de los autos en las esquinas (ahora comúnmente llamados trapitos); porque aunque uno a veces vea chicos, son HOMBRES. No bastaron para contener su ansiedad de que esa superficie vidriada frente a mi volante esté limpia. El semáforo se pintó de rojo y estuvo como siempre de su parte; la ventanilla baja de mi lado, y del suyo, de parte del tintorero que se las arregló a tiempo para sacarme la suficiente plata y ocultar las manchas del agua sucia pero jabonosa.
Este tipo del que hablo, y después de reiteradas disculpas para el caso, resultó ser Tincho (sobrenombre para sus amigos), el mismo que encarecidamente me pidió subir y acompañarme hasta su casa. Sí, como bien digo, ir a su casa , con MI AUTO, para solucionar el incidente. Y así, ahí nomás, sin que yo diera el sí ( ya afirmé antes que me cuesta aceptar del vamos una idea, y mas bien mi rostro creo que decía NO como hacía un momento), rodeó el rodado, abrió la puerta del acompañante, se sentó de acompañante, y obré de acompañarlo; me sacó de la bolsa del susto indicando con su mano que el semáforo me daba paso, que girara a la izquierda, y por ahí el camino. Luego que siguiera. Por ahí, hacia el sur, siempre hacia el sur.
Al tiempo lo recuerdo, lo puedo contar, aunque en realidad fue ayer, y no me parece como cuando uno dice de parecerle no vivido, como imposible de suceder. En plena Avenida Pellegrini, un semáforo pidiendo lugar, bocinas sin respeto como si estuvieran solas en la calle, vociferantes conductores que conducen a la nada, calor de mediodía al asfalto con papas, y yo , amarillo pálido cremita ante los hechos de un individuo que no me aseguraba SEGURIDAD. Los que me darían la razón de mis nuevos días, los que dibujarían las ideas de mi destino . A partir de ese día, de ayer, sus cualidades, las de Juan, de responsabilidad cotidiana, de padre laburante, de hombre ante la adversidad, de hijos con o sin el PAN. Nadie va a creer, porque es lógico y porque a mí me cuesta creerlo hasta hoy en día, aunque repito que fue ayer y no hace tiempo. Como mucho antes, como dicen los viejos. Pero algunas actitudes de este hombre de TRABAJO, diría todas, lo pintarían de cuerpo y alma como un gran AMIGO.
Con mis propios ojos lo pude ver, no me lo tienen que contar. En su barrio no hay asfalto, eh! Solo claustros de chapas y arcilla, calles que no están en los cuentos, venas de tierra, barro, charcos, coca cola, pibes sin jugar. Perros, muchos perros. Antenas de TV.
-Mi mujer se lo va a lavar y planchar. Ni siquiera me dio el gusto de tutearme.
Sirvió un porrón con mantel de hule; el mondongo tuvo que esperar. El Fiat durmió la siesta bajo un sauce; el Bobi le meó las cuatro ruedas. Algunas actitudes de este HOMBRE DE TRABAJO, diría todas, lo pintarían de cuerpo y alma como un GRAN AMIGO. El cuento de la tintorería es pura ilusión repentina. Es MENTIRA.
Jose Luis Zamparo
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