"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




Febrero del 2012


VERO LAURINO en La Capital

Publicado en General el 29 de Febrero, 2012, 17:49 por MScalona

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Intervención quirúrgica

La mujer y el culto desmedido a la imagen.

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"Cauterizar, drenar, intervenir quirúrgicamente". Eso le bastó para asustarse. Su cuerpo rechazaba elementos extraños. A los siete meses de habérselo colocado, su cuerpo se percataba y lo rechazaba. "Hasta dos años, se toma la defensa para armar un anticuerpo" dijo el doctor Jiménez. La defensa tenía forma de quiste y un color sospechoso.

Glaucoma era su nombre oficial, científico. El doctor Jiménez la derivó a un cirujano, excedía la tarea de un simple clínico, eso la asustó aún más. Primero el doctor Jiménez hizo una consulta telefónica con el doctor Iraola y la derivó para el día siguiente, le llenó un recetario con el nombre de un medicamento y la despachó para su casa.

Un turno es un eufemismo, la citaron a las 8.30 y la atendieron a las 10.30. Esa noche durmió mal: se sobresaltaba, sentía dolor, tuvo pesadillas y picazón.

—No puedo ir a trabajar. Tengo turno con el cirujano.

—Bueno, te anoto un artículo 62: visita médica.

Por suerte la había atendido por teléfono Sarita, la secretaria amable, y no tuvo que responder ningún interrogatorio, todo prometía salir bien.

Este año le habían entregado a todo el personal el uniforme de la empresa, con el logotipo bordado en el bolsillo delantero de la camisa. Corrían aires de eficiencia y uniformidad; "abajo la diversidad" era el lema tácito, todo prometía salir mal. Hasta ahora, su rebeldía le había costado bien cara: tenía pendiente su visita al cirujano.

El uniforme la envejecía entre diez y quince años, toda una vida esforzándose para ser joven y de un día para el otro tenía diez años más. El color de la camisa no combinaba con su cara. La chaqueta y la pollera eran aún peores, la falda era corta, muy corta, y le daba un aire de vieja seducción. Buscando diferenciarse y en un ataque de inusitada y estúpida rebeldía, había recurrido a uno de esos salones de tatuajes y piercing. Un lugar siniestro, por cierto, y practicando la tortura legal se había colocado una serie de aritos diseminados por todo el cuerpo, todos de una vez. Buscando la satisfacción se perforó.

Cumplía con todos los rituales que le implicaba vivir: el acto mecánico de levantarse, peinarse, maquillarse, desayunar, esperar el transporte, marcar la tarjeta de ingreso a las 7. Así sucesivamente hasta la hora de dormir; cumplía su rutina sin chistar, pero ocurrió lo del uniforme y su conciencia despertó. Ya no le permitirían ni vestirse como ella quería, ya no tendría ni ese miserable derecho.

Fue así, ese día, sin mediar el pensamiento, se expuso al dolor físico, aunque más no fuese para saber que aún sentía dolor, que sí estaba viva. El muchacho que la perforó le había vendido un desinfectante, anticoagulante, cicatrizante, aunque se notaba que él amaba los estimulantes. El líquido en cuestión tenía un color anaranjado que sobre la piel dejaba un color aterrador. Parecía el simil de una mujer golpeada.

La nota tenía el carácter de declaración jurada. No era la primera humillación que le obsequiaba la empresa, pero decidió que sería la última que firmaría. En la misma le comunicaban la obligatoriedad del uso del uniforme, hablaba de la impecable presencia que debía tener el personal, el trato cordial que se le debía al público, etc.

En el viejo y destartalado Diccionario inglés-castellano, ese diccionario que no había sido tocado por años y que al abrirlo desprendió un fuerte olor a humedad, buscó la palabra piercing: Penetrante, agudo, cortante. Fue clarísimo el concepto, eso necesitaba, sólo que en lugar de tomar un cuchillo penetrante agudo y cortante y clavarlo en el corazón de Amalia, la jefa de personal, la dueña de la nota, la cara visible de la empresa, se autoflagelaría y para ello nada mejor que el muchacho que gustaba de los estimulantes, él por una suma importante de dinero era capaz de perforarla entera, de clavarle ganchos del tamaño de los que usan los carniceros y todo, según él, con máximo profesionalismo.

Luego, se sentó frente a la máquina, colocó la palabra en el buscador: Piercing. Aparecieron 8.530.000 sitios, casi todos con elocuentes fotos donde mostraban el proceso por el cual se perfora la piel, el instrumental utilizado para este fin, los modelos de los aros y ganchos. También figuraban Asociaciones de piercers que se reúnen en festivales, ferias y hasta eventos de carácter internacional donde se muestran los adelantos en el arte de torturar, los detractores y antipiercing y hasta las víctimas de las infecciones.

Todas las miradas colapsaron cuando entró por primera vez con su uniforme nuevo y formal y su cara a estrenar: aritos en las cejas, en la nariz, en el labio, en la lengua. Además tenía aritos en zonas no tan visibles y aún conservaba el color anaranjado del desinfectante. Una obra de arte, sentenció el dueño del local del piercing, el chico de los estimulantes, al terminar su trabajo de perforador o dermografista como le gustaba autotitularse. Pero en la oficina y todos a la vez preguntaron: ¿qué te pasó? ¿Te sentís bien? Ellos no la vieron como una obra de arte. Amalia fue la menos sorprendida e interpretó perfectamente el mensaje, fue por ello que le entregó la nota comprometedora y comprometiéndola.

Llegó finalmente su turno para el doctor Iraola y al nombrarla y entrar comprobó que allí estaba el chico de los estimulantes, el dermografista, el perforador, con guardapolvo blanco impecable, disfrazado de cirujano, disfrazado de doctor Iraola. Al estrecharle la mano ella comprendió que efectivamente ese era el doctor Iraola y que él como acto de inusitada y estúpida rebeldía por las tardes atendía en ese siniestro local a gente que como ella buscaba diferenciarse.

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Sobre la autora

Verónica Laurino (Rosario, 1967) publicó 25 malestares y algunos placeres (poemas, 2006), Ruta 11 (poemas, 2007) y Vergüenza (con Tomás Boasso, novela juvenil, 2011), entre otros. Trabaja como bibliotecaria.

TALLER INICIAL 2012

Publicado en General el 29 de Febrero, 2012, 1:03 por MScalona

LUNES  y  JUEVES

a partir del 5 de marzo.-

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1.-   PATRICA FERREYRA                                                

2.-   CLAUDIA PICCININI            

3.-   GABRIEL CACIORGNA                                    

4.-   GRACIELA C. GÁNDARA                                     

5.-   LILIANA KRIEGER    

6.-    PAULA MAFFEI                                            

7.-    SEBASTIÁN BASSANO                             

8.-    LAURA BORLETTO                                    

9.-     Ma- ZULMA VILLALBA                              

10.-   MA. IRIS PAULINI          

11.-   MARISA COSTA                                         

12.-   NICOLÁS MARCUCCI                               

13.-   EUGENIA ARPESELLA          

14.-   ALEJANDRA RODENAS       

15.-   MARTÍN  MOMO                     

16.-   LAURA  ROSSI  

17.-   CARLA CATERINA                                

18.-   ESTANISLAO  PORTA         

19.-   PABLO MIGUEL DALMASSO              

20.-   HANSEL GERMÁN MONZÓN                          

21.-   MARTA  MIRANDE                                         

22.-   DAMIÁN SÁNCHEZ                                          

23.-   ANA CARINA DE LOS RÍOS                             

24.-   SANDRA  GIORDANA               

25.-   STEFANÍA SAHAKIAN

25.-   STEFANÍA SAHAKIAN

EFRAÍN HUERTA

Publicado en De Otros. el 28 de Febrero, 2012, 12:43 por MScalona

Méx. 1914-1982

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Los ruidos del alba


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I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.

Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.

Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.

II

Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.

¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)

Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.

Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.

Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.

Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos, gozamos simplemente.

Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que cantamos.

No es el amor de fuego ni de mármol.

El amor es la piedad que nos tenemos.

Jueves y Viernes RUSHMORE

Publicado en Sugerencias. el 26 de Febrero, 2012, 11:06 por MScalona

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19,30 hs, JUEVES 1º y VIERNES 2 de MARZO,  LAPRIDA  563,

ASISTENTES 2012, 1º, 2º y 3º, con la excusa de ver la 1º peli de WES ANDERSON

(1998), RUSHMORE,  el primer shock poético de este cineasta americano que hace

la apología de los HERMOSOS PERDEDORES combinando sutilmente la épica modesta,

cotidiana, con los sueños  más ambiciosos en un tono polisémico donde no faltan comedia,

drama, acción y especialmente una ternura implícita como  sino de nuestra vida: la imposibilidad. 

Una de las características notables de ANDERSON es cómo consigue el postulado barthiano

de DESBARATAR todo el tiempo lo que espera un lector-espectador adocenado,

previsible, clásico… eso !!!!  Su ironía desarma cualquier defensa  estética, ética o ideológica

clásica, moderna o rancia.

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TRATEN DE DOSIFICARSE, porque somos 60en teoría-, o sea… los de 3º vengan

el viernes (su día) de paso… 1º y 2º… dosifiquen o disfrutaran el audio en los pasillos y

la expresión de felicidad de los que consigan un lugar en el living.

El encuentro vale como BIENVENIDA a los compañeros nuevos. Obvio.

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                                                                  MaRce

NATALIA MASSEI en Página/12

Publicado en relatos el 26 de Febrero, 2012, 10:30 por MScalona
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LECTURAS

Hundido

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 Por Natalia Massei

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Hundí los dedos en el pan de ayer. Dos mignones blandos y gomosos como los pechos de una mujer joven. Me llevé un pedazo a la boca antes de cortar el resto en rodajas para hacer tostadas. Sentí una tirantez en la entrepierna y un ligero desvanecimiento.

No sé si me llegó primero la voz de Marta o el olor a pan quemado.

-¡Dale, Gringo, que se te hace tarde!

-¿Qué camisa me planchaste?

-Fijate, te la dejé en la puerta del ropero.

Ultimamente el espejo me devuelve una imagen fragmentada en la que no me encuentro. La camisa blanca a cuadros, el chaleco verde oscuro cuello en v, la corbata bordó con rayas negras. El cabello crespo, la piel porosa. Las arrugas, el rostro rectangular de toda la vida pero lleno de pliegues que caen como guirnaldas decorando esta cara de boludo. La textura áspera del tiempo. ¿Cuándo comenzó? Me apuro para llegar a horario.

-¡Los lentes, Gringo!

-Gracias. ¿Siguen con la montura rota?

-Ya sé, mañana te los llevo a la óptica.

Siento sobre la nariz los bordes pegajosos de la cinta aisladora que usé para unir las dos mitades. Me los saco y los guardo en el bolsillo de la camisa, antes de salir.

-¿No tiene facultad Eugenia?

-Hoy no.

-No la dejes dormir toda la mañana.

Son las 7.05. El box huele otra vez a amoníaco. La mujer de la limpieza tiene la manía de usar antigrasa para todo y además en cantidades industriales. Acá no hay grasa ni nada que se parezca a una cocina pero ella insiste y el pibe de insumos se lo sigue proveyendo. Me irrita las fosas nasales y se me hinchan los ojos. Tuve que comprarme un ventilador de colectivero.

-Apagá, Marce, está fresco.

-Estoy ventilando un poco, ahí apago.

Depósito a término en dólares. Plazo: 30 días. En el canal de noticias, un hombre extremadamente parecido al doctor Cormillot pregunta qué tienen en común Newton, Da Vinci y otros personajes famosos que no llego a escuchar (La televisión está sin volumen. ¿Cómo comprendo la interpelación? Otro dato que se me escapa). Capital: $3.146,72. Aparece una segunda placa en la pantalla. Caigo en la cuenta de que estoy leyendo de reojo las informaciones diseminadas por el médico. Interés 0,91. Epilepsia indica el cuadro sinóptico. Aparentemente, eso es lo que estos tipos tenían en común, además de la celebridad. Mientras sigo el informe médico sin escucharlo, suena un cover de los Beatles a través del sistema de música funcional. Monto a cobrar: $3.147,63. Enter.

-¿Te pido algo, Marcelo?

-Esperá.

Son dólares tres mil ciento cuarenta y seis con 72/100. Socio: Nuñez, Angel. Vencimiento: 12/04/2011

-Una firma acá, por favor.

Noto las uñas pintadas de rojo, un tono opaco, discreto. Manos de mujer. No lleva anillos. Nuñez Laura, autorizada a operar por el titular Nuñez Angel. Baja la cabeza para firmar los recibos ocultando su rostro, que no llegué a ver, detrás del mostrador a la altura de sus hombros. Observo que tiene el cabello húmedo. Me llega una bocanada de shampoo frutado. La misma fragancia que usa Eugenia.

-Pasame, Mabel.

Viernes: Carne al horno con papas y vegetales hervidos / Omelette de espinacas con ensalada. Bebida. Postre o café.

-Un omelette pedime.

-¿Para tomar?

-Coca.

-Trabajan línea Pepsi, Marce.

-Bueno, Seven.

-¿Postre?

-Sí. Flan.

La tele marca las 9:02. El laberinto de sogas delante de la caja todavía está vacío. No diviso a nadie detrás de Nuñez Laura, concentrada en firmar los comprobantes de su segundo depósito en euros. En horas pico, la fila zigzaguea lentamente hacia la caja. Me recuerda las carreras de cucarachas en el programa de Pepe Payaso y Ratontito. Uno que pasaban por canal cinco cuando mis nenes eran chicos. Veían eso mientras almorzaban. Cucarachas. Susana Giménez intentó algo similar: una competencia entre perros de celebridades que debían encontrar la salida de un circuito cerrado guiados por las voces de sus dueños. Marta lo miraba porque decía que le gustaba ver a los perros de los famosos. Interés: 0,52. En los bancos de mutual la gente sigue colocando su dinero a plazo fijo, incluso después de la crisis del 2001. Monto a cobrar: 2.512,09. Enter. ¿Qué otra cosa se puede hacer con el dinero sino ponerlo a generar más dinero? Hasta Nuñez Laura (nacida el 03/08/1980) lo sabe o lo sospecha. ¿Qué harías Laura con esta plata si la sacaras de aquí desandando el laberinto de cuerdas?

En caso que una persona sufra un ataque de epilepsia (¿o se dice crisis?), hay que colocarla de costado y darle algo para morder. El doctor es Cormillot, no hay dudas. ¿No era dietólogo? ¿Qué tiene que ver la epilepsia con la gordura? ¿El sobrepeso será un factor de riesgo? No llego a leer. Inmediatamente pasan otra placa que ilustra las indicaciones del especialista en dietas. Hago esfuerzo por retener los consejos por si alguna vez me pasa (estoy un poco excedido de peso, me quedo preocupado). Del otro lado de la pared de plástico, Mabel cambia de canal. Pone AM, con Verónica Lozano y Leo Montero, dos conductores que le caen simpáticos. Da volumen al aparato y hace un comentario sobre la ropa de la conductora. Es tan delgada que puede ponerse cualquier cosa. Flavia vuelve a subirse a la Ola. Palmiero Flavia. Actriz, vedette, animadora. Corte. Propaganda de shampoo. Soltate, soltá, soltá, soltate. Soltá tu pelo con Wellapon. El jingle publicitario se fusiona con la voz de Norah Jones. A través de los altavoces susurra: Love me tender. Marta se lo hacía escuchar a Eugenia cuando la tenía en la panza. Ofertas increíbles. Madrid aéreo: $950. Roma: $1050. Soltate Laura Nuñez. Andate a Europa. Tenés la plata y la edad para hacerlo. Aunque tendrías que esperar hasta el seis de abril cuando vence tu plazo fijo. ¿Sos soltera Laura? ¿Venís siempre a esta mutual?

Eugenia emerge en mi monitor:

euge90 dice:

pá me comprás un blackberry?

díazmarcelo dice:

qué?!

euge90 dice:

un tel

díazmarcelo dice:

sí ya sé

euge90 dice:

si?

díazmarcelo dice:

no

euge90 dice:

dijiste sí!

díazmarcelo dice:

sí sé que es dije

euge90 dice:

q hacés?

díazmarcelo dice:

trabajo. vos no tenés que estudiar??

euge90 dice:

vos no tenés q trabajar?? ;?)

díazmarcelo dice:

para comprarte un blacberri

euge90 dice:

:? D

Sobre el escritorio tengo un dibujo suyo en un portarretratos. Lo hizo cuando tenía cinco años. Habíamos ido a la plaza. Se cruzó delante de una hamaca y se abrió la frente. Cinco puntos. Al día siguiente, trazó una cara bien redonda, con cachetes colorados y pestañas largas. En la frente, una raya roja atravesada por cinco rayitas más pequeñas. Encima de la herida dibujó una curita y la pintó de rosa con flores violetas. Del corte rojo y sus suturas no quedó ninguna marca en el dibujo terminado. En la piel todavía tiene una línea rosada que sólo es visible si uno mira buscando.

Me froto los ojos que comienzan a arder. Miro hacia el techo para ganar perspectiva y distender la vista. Mi cubículo forma parte de un módulo versátil con múltiples posibilidades de tamaño, forma y composición. Separadores de plástico encastrados unos a otros, como bloques infantiles, forman el box. La pared frente a mi escritorio es interrumpida abruptamente, dando lugar a un tabique perpendicular que delimita un espacio con estantes donde se archivan documentos de circulación diaria. Este tabique lateral carece de terminación en su borde exterior, dejando ver los huecos alargados destinados a un posible encastre con otra pieza. Agujeros negros donde no cala la luz de los tubos fluorescentes. Un punto de fuga por donde se me pierde la mirada de a ratos. Un refugio de infinita oscuridad.

Nuñez Laura se aleja de la ventanilla. Me calzo los anteojos y diviso su cabellera enrulada, la nuca, los hombros, la espalda, el bamboleo de las caderas a medida que se aleja. Recién ahora veo su figura completa, el bolso marrón de diseño, el abrigo de lana gris. No le vi la cara. Imagino su rostro. Suelto la lapicera y el talonario de recibos. Con determinación, los arrojo a un costado para abrirme camino. Deslizo el pie derecho por el travesaño de la banqueta hasta tocar el suelo, apoyo las manos sobre el escritorio. Impulso el cuerpo hacia arriba. Tiemblo un poco. De pie, recupero una visión plena, despejada hasta la entrada del edificio. Ella atraviesa la puerta y gira hacia la derecha descubriéndome un perfil efímero desdibujado por la instantaneidad del movimiento. Estoy tan cerca que casi acaricio su pelo ondulado. Entonces ella se da vuelta y me muestra sus facciones suaves, dóciles al tacto. Me acerco para besarla.

-¡Marce! ¡Atendé! ¡Teléfono!

No te vi, Laura,

frente a mí

¿estuviste aquí

conmigo

sin tu rostro?

-¿Qué anotás Gringo?

-Nada. Pasame la abrochadora.

-Tomá, ponete a laburar y dejá de hacerte el novio.

El circuito de espera sigue vacío. Abrocho los comprobantes de depósito en dólares y en euros a nombre de Nuñez Laura. Los archivo en el segundo y tercer estante respectivamente. De no ser por estos papeles, no podría afirmar que estuvo aquí. Son las 9:15.

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nataliamassei@gmail.com

Más de LA VIGIL...

Publicado en General el 26 de Febrero, 2012, 10:30 por MScalona
rosarioCIUDAD › Nota de tapa

Igual que Papel Prensa

Porque fue un crimen de lesa humanidad

Ex socios, directivos, vecinos y ex alumnos se reunieron a 35 años de la intervención para solicitar que se restituyan las autoridades originales. Ex presos políticos acompañaron.

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por SONIA TESSA

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Ya no, pero hasta hace unos años, a Antonia Checha Frutos le preguntaban a los gritos, por la calle, los vecinos de Alem y Gaboto, "¿Cuándo les van a devolver la Vigil?". Esta mujer, que ingresó como bibliotecaria en esa experiencia inédita de barrio Tablada en 1958, a los 17 años, y llegó a integrar la comisión directiva, cree que la devolución de los bienes se demora porque esperan que ellos, los históricos dirigentes, "se mueran". Ayer, Checha participó del acto por la recuperación de la entidad popular que llegó a tener "20 mil socios, 650 empleados, 5000 vendedores y 500 cobradores", según enumera Augusto Duri, quien fuera presidente hasta el día de la intervención, el 25 de febrero de 1977. "Nuestra intención es llegar directamente a la presidenta", confía Frutos, sentada en una reposera, mientras recibe los abrazos y saludos de los vecinos que se acercan al acto. Hay mates y facturas, al mismo tiempo que el colectivo de ex presos políticos rehace sobre el pasaje Perkins el mural en recuerdo de los 28 desaparecidos que eran socios o empleados de la Vigil. Un ex socio, Marcelo Abaca, plantea con claridad que "en Vigil se usó una dinámica muy similar a lo que se hizo en Papel Prensa. Con la excusa ideológica, coparon la entidad y se apropiaron de todos los bienes". Por eso, esperan que les "toque el turno, en el marco de las políticas de este gobierno de derechos humanos y reivindicación".

El 10 de mayo de 1977 ocho integrantes de la comisión directiva fueron detenidos ilegalmente por ocho meses, hasta el 24 de diciembre. Sufrieron torturas, mientras el interventor liquidador –Sócrates Alvarado– despojaba a la Biblioteca de los cuantiosos bienes. Uno de los tantos inmuebles, en la manzana de Alem, Ayacucho, Amenábar y Gaboto, fue vendido a un precio vil al Ingenio Ledesma. Por eso, en noviembre pasado los ex directivos, socios, vecinos y ex alumnos se presentaron a la Justicia Federal para que se considere la liquidación de la Biblioteca como un delito de lesa humanidad. Piden la nulidad del decreto y resoluciones que en 1977 determinaron la intervención y la liquidación, así como la reivindicación de la comisión directiva, y el reconocimiento de los socios existentes entonces. También solicitan la "devolución de la totalidad de los bienes muebles e inmuebles robados por la dictadura genocida".

En tanto, esperan que el juez Marcelo Bailaque tome las medidas pedidas por el fiscal Gonzalo Stara en noviembre pasado. Una de ellas es la remisión del expediente de liquidación, que tramita –desde 1977– el juzgado civil y comercial 14 de los tribunales provinciales. "Somos récord nacional, es el expediente más antiguo de todo el INAES", afirma Abaca.

En 2008, el Instituto Nacional de Economía Social (INAES) decidió la normalización, y nombró como interventores a Carlos Merli, Juan Lombardi y Francisco Dallo, pero esa gestión aún no convocó a asamblea de socios. "Sólo nos devolvieron un número, el de la personería jurídica, pero ni siquiera reconocieron a los que éramos socios, tuvimos que volver a asociarnos. Y pagamos 15 pesos por mes para nada, porque ni siquiera llamaron a asamblea", afirma Frutos. Otro de los reclamos que levantan los ex directivos, socios, vecinos y ex alumnos es la nulidad de esa resolución de INAES, porque "avala lo actuado por la intervención cívico-militar y desconoce a los socios y directivos existentes a 1977, constituyéndose así en continuadora del genocidio cultural".

El acto de ayer no fue multitudinario como el que convocó a 10 mil personas en 2004, aunque los reclamos son los mismos. "La sensación mía es que esperan que los ex directivos que quedamos desaparezcamos. Somos los malditos, porque fuimos capaces de romper con normas establecidas y generar un cambio. Este barrio cambió con la Biblioteca", dice Checha Frutos.

Si hay una figura emblemática de lo que fue la Vigil, ése es Duri. "Nosotros estimamos que este procedimiento de meter presos a ocho miembros de la comisión directiva, entre los que estaba el presidente, el vicepresidente, el tesorero, el primer vocal y los cuatro integrantes de los órganos de control, tenía la función de impedir la reorganización de la biblioteca con sus propios asociados –rememora Duri–. La liquidación no obedecía a ningún hecho económico concreto, sino que teníamos un momento financiero bastante crítico por el Rodrigazo. Así y todo, el capital de la institución era cuatro veces superior a la deuda que se originó por este motivo. La liquidación no correspondía. Fue falaz, un invento para quedarse con la institución al estilo de Papel Prensa".

El acto de ayer tuvo un condimento especial con la pintada que recuerda a los 28 socios y empleados de la Vigil que están desaparecidos. La pared del pasaje Perkins los menciona uno por uno, bajo el lema que identifica al Colectivo de Ex Presos Políticos: "Murieron para que la Patria Viva". Al lado de cada nombre figura la agrupación en la que militaba cada compañero. Mónica Garbuglia, integrante del Colectivo, quien afirma que la pintada del mural –el número 55 que hacen en la ciudad– "es por la memoria, para que los compañeros no estén invisibilizados, pero por otra parte apoyamos la lucha de Vigil y pedimos que les devuelvan todo lo que les pertenece".

NOTA:  me di el lujo de salir en la tapa de ROSARIO/12, (del centro apenas a la derecha de la imagen) MARCELO SCALONA junto a SONIA TESSA, de espaldas con vestido púrpura.  EXCELENTE NOTA… y a raíz del cambio de signo de la mayoría legislativa en Santa Fe, se reavivan nuestras posibilidades de reflotar el proyecto de recuperación que había avanzado muchísimo en el GOBIERNO DE OBEID…  AHÍ VAMOS !!!!!!!!!!

LA VIGIL

Publicado en General el 25 de Febrero, 2012, 15:44 por MScalona

Una campaña para recuperar la biblioteca

Constancio Vigil, saqueada por la dictadura

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Ex directivos y socios de la Biblioteca Popular Constancio Vigil de la ciudad de Rosario, saqueada durante la dictadura militar en 1977, solicitaron al Estado Provincial y Nacional una reparación histórica, que consiste en la restitución de la personería jurídica y la devolución de los bienes, al cumplirse mañana 35 años de ese hecho.

Al momento de su intervención la Biblioteca contaba con más de 80 mil volúmenes y superaba los 21 mil socios.

Augusto Duri, ex presidente de la Biblioteca, manifestó que en el año 2004 se conformó la Asamblea de Socios por la Recuperación de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, para que se le restituya la personaría jurídica a sus legítimos dueños y todos sus bienes.

La asamblea pidió además que "se investigue todo lo actuado durante la intervención y liquidación (de la Biblioteca), que continúa hasta el día de la fecha", como también que se determinen "las responsabilidades de cada uno de los que participaron en este nefasto saqueo a la cultura, educación y construcción popular", sostuvo Duri.

El 25 de febrero del año 1977, la Biblioteca Vigil fue intervenida a través del decreto 924/77 por el entonces capitán de corbeta Esteban César Molina, "con la excusa de normalizar la situación económica de la institución", recordó Duri.

La biblioteca era multifacética: contaba con escuelas primaria y secundaria, y Escuelas de Música, de Artes, de Teatro, y de Capacitación, llamada Universidad Popular.

También poseía un observatorio astronómico, una editorial propia, y un Museo de Ciencias Naturales con una valiosa colección de mariposas, que servía a los entomólogos para la clasificación de esas especies.

Una semana después de la intervención, los militares cerraron las escuelas de la Biblioteca, la caja de ayuda mutual, la guardería y el Centro Materno Infantil, que funcionaban en el edificio de 7 pisos ubicado en Alem y Gaboto, del barrio La Tablada, en el oeste de Rosario.

Dos meses más tarde, ocho miembros de la comisión directiva, entre ellos el propio Duri, fueron encarcelados y torturados en la Jefatura de Policía local, recordó el ex directivo.

A las escuelas de la Biblioteca Vigil, que llegó a contar con 600 empleados, asistían 2.500 alumnos, en los niveles primario y secundario, bajo la modalidad de doble escolaridad, que -hace casi 40 años-, era una medida innovadora en materia educativa.

La Biblioteca también puso en marcha la llamada Universidad Popular, tenía además una escuela de Música y un Observatorio Astronómico cuyo telescopio era el tercero de esas características en el mundo, fabricado en Alemania.

Al momento de su intervención "la Biblioteca contaba con más de 80 mil volúmenes y superaba los 21 mil socios, más que el Club Rosario Central en aquella época", comparó Duri.

El directivo expresó que la intervención "fue una de las tantas barbaridades cometidas en aquel período aciago, ya que se quemaron y guillotinaron libros, textos que apuntaban a esclarecer situaciones que hoy, a más de 30 años, podemos decir que eran ciertas", afirmó.

El ex presidente de esa entidad recordó que el 10 de mayo de 1997 "ocho integrantes de la comisión directiva fuimos encarcelados durante un año en la jefatura de Policía rosarina, y estuvimos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional".

"Durante un tiempo estuvimos como desaparecidos hasta que el 12 de julio de ese año los diarios publican que estábamos detenidos y entonces fuimos legalizados como detenidos políticos", recordó Duri.

A 35 años del saqueo a la Biblioteca, por parte del gobierno de facto, aún hoy sus ex directivos siguen pidiendo la restitución de los cuantiosos bienes de la institución, que fue una de las más importantes y gigantescas empresas culturales privadas que tuvo la ciudad de Rosario.


Fuente: Hugo Lucero para Agencia Télam

RAFAEL BIELSA: Wintergarten Varieté

Publicado en De Otros. el 23 de Febrero, 2012, 17:09 por MScalona

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Besarse en la boca

 

 

Los viejos árboles envejecidos por las tinieblas

y allí el rostro turbio de aquella mujer

deseo y tacto en el zumbido de la sombra

las hojas ondulan y se arrastran como en un sueño

despiadado arrepentimiento el de la carne memoria

     implacable los huesos

en el sótano de la corrosión del sufrimiento

los dedos nacen y acarician el rostro

una orla de celuloide sale del cuerpo y entonces

besa ese rostro los hombros los besa

el rostro turbio y ceniza se abre como una flor  lasciva

lo que pudiera haber de bello se debía a que ella

Estaba con él

tumbado de amarguera  en el asiento trasero

del coche

el desfiladero de la oscuridad como un mejillón

mellado en los bordes junto al olor  a algas

 

 

Conservador en sus ideas políticas

 

 

Lleno  alcanfor y leche y noche

como un alfanje se columpia entre nosotros

brasa que anega la ingle de color rojo

y lluvia

Lluvia desesperada lluvia de los que cesan

qué nos espera afuera que no haya sido

           Anterior a la leche al alcanfor y entonces

sobrio mustio y baldío

o es que acaso podrían esperarnos otros

lleno eso es ahora lleno

de cardenales inertes

de tus dientes hincados como piedras astrales

lleno alcanfor y leche

y noche y apenas

un lazo de minutos que se extingue en segundos

 

 

Párpados que perdió

 

 

Un rincón de Texas el Centro de Quemados

         del Instituto de Investigación Quirúrgica

         del Ejército

El Intrépido Herido yace calcinado

        y hundido en el agujero

        entre las piernas que perdió

        el Brazo que perdió el antebrazo

        las orejas y los párpados que perdió

        que  dio para que la Nación

         pudiera vivir en libertad

Ya no acechará más el enemigo

        tieso como un misil en su silo

         el porvenir no aplaudirá la sangre a mares

         del constructor de la Nación fue la suya

como un tubérculo pérfido la esperanza retuerce

        las entrañas de la madre y de la esposa

        del intrépido soldado es todo un luchador

                    dice la esposa los pronósticos

los partes diarios los detalles todo eso

el soldado Herido perdió su contorno

pero tiene sus infecciones sus fiebres

como un pincel incandescente

tiene sus llegas sus intestinos espásticos

su tubo endotraqueal sus diálisis

es un muchacho duro dice su madre

se le cayeron las orejas pero conserva

sus dolores convulsos en las piernas mutiladas

el Intrépido Herido está perdiendo la crudaza

una infección se expande por todo su cuerpo

la infección fatal está descartada

sólo existía un antecedente él  es el segundo

la ilusión maligna un día más y otro día

van a ponerle un mano artificial dice la esposa

           y después un brazo y unas piernas

            lo único distinto

            es que se moverá lentamente dijo su madre

Aquella mañana la fiebre subió hasta lo 42 grados

           2 horas sin que el hipotálamo regulara

           la temperatura del cuerpo el soldado murió a las 3: 46 de la tarde

           de acabar con los socorros heroicos

 

 

Vaso alto tallado a mano 

 

 

La mujer es igual a todas o todas son iguales

         a esa mujer

Nada hay más hermoso que una mujer sola

         cantando un tango en un patio

un día con una placidez de ópalo

rozando mariposas con el parpadear

        de sus ojos benévolos

como si escuchara una música apartada

        mirara al piano de pared pero no pudiera

sacarla del estado de reposo

polvo del pueblo en el borde de esos ojos pálidos

si se toca de oído siempre se puede encontrar

        lo que se espera

el tiempo pasa la luz se disuelve

       como un terrón de azúcar

       emanándose al sereno

la mujer está sola en el patio

mira a la mesa ensimismada

       en mitad del aposento centenario

en las comisuras del presente

       están los presentimientos del pasado

la vejez traiciona las tradiciones de la estirpe

en todo hay un orden furtivo

       que se enmascara de azar

un murmullo de piedra una idea fija

       entre  vidrios rotos

el búho real siguió el fulgor del faro

       como si fuera una ráfaga de aurora

sobre la mesa hay un vaso alto tallado a mano

       con un casal de girasoles

después los robles hembra los álamos los pinos

 

 

 

                                                                RAFAEL   BIELSA

 

 

 

De su último libro de poesía “Wintergarten Varieté

Edic. del Tejado, Rosario, 2011.-

$ 30.- en OLIVA LIBROS, HOMO SAPIENS, TÉCNICA y

Stand de EDIT MUNICIPAL ROSARIO, Ctes. y Cba.-

Rafael Bielsa nació en Rosario en 1953.

Wintergarten es su 10º libro de poesía.

TALLER de POESÍA de TOMÁS BOASSO

Publicado en Sugerencias. el 22 de Febrero, 2012, 15:39 por MScalona

MATÍAS N. SETTIMO

Publicado en relatos el 22 de Febrero, 2012, 10:09 por MScalona

Danas svaki pokret boli

[Hoy todo movimiento duele]

ANTUN BRANKO ŠIMIĆ

PREOBRAŽENJA / LAS METAMORFOSIS (1920)

-

-

Usé las palabras del pasado para llamarte, ese debe haber sido mi error, el golpe letal. Qué necesidad tenía de decir: nosotros, juntos, hicimos, fuimos, éramos.

Conjugar bien no alcanzó.

Todo lo que decía era inoportuno. Vivís en un décimo piso; sí, tengo una vista panorámica de mi fracaso. Por suerte hoy refrescó; son estos días de verano, que ya no pueden ser más verano, y que queriendo ser invierno, son sólo una primavera débil. Sos difícil, siempre fuiste difícil, me había olvidado de tu carácter; no, soy ambiguo, en mi ambigüedad soy feliz, sino mirame acá, hablando con vos, y odiándote, tanto o más de lo que te odié en todos estos años. ¿Me odiaste? No exagerés; con locura, boludo, ¿o vos qué te pensás que hice en este tiempo? Sos ambiguo, tenés razón; no, nada que ver, entendeme, es mi afición endilgarme defectos, y lo hago nada más que para contártelos a vos.

Te miré fijo, congelé la expresión de mi cara. Y seguiste, yo sabía que eso te alentaba.

Claro, es más o menos así, me invento un defecto, y vengo corriendo a contártelo. Tenés que venir más seguido a visitarme, hace mil años que no te cuento ninguno. No sabés la cantidad de defectos que tengo, la lista que hice. ¿O vos por qué creías que te llamaba? ¿Para saber de vos?, no nene, ¿por eso no me atendías?, nada que ver, era para pasarte el parte de los defectos nuevos.

Me reí, y vos te reíste atrás, siempre fue así, al escuchar mi carcajada te contagiabas, y en ese momento nos fuimos al pasado, los dos, sin querer, es decir queriendo: ¿No nos habíamos encontrado para eso?

Te veo distinto; sí, estoy viejo. Mi risa otra vez, tenías razón.

Pero cuando te conocí vos ya eras viejo, te dije.

Y ahí sacaste tu risa de excepción, que no escuchaba hacía tanto, te reís fuerte y la mirada se te ilumina. Que hijo de puta, tenés razón, pero soy así, los años me quedan bien, ¿o no? La respuesta era sí, pero como la sabías no te iba a contestar. ¿O no? decilo, admitilo, los años me quedan bien.

Mi risa, la tuya, y en un gesto involuntario te agarré el antebrazo.

Qué me tocás, te aprovechás de que soy un hombre grande. Abusivo.

Fue imperceptible, pero intuí que la distancia, el tiempo que había pasado entre nosotros estaba moviendo sus manos. No llegaba a percibir si nos acercaban o nos alejaban, pero eran dos tentáculos que se movían con fuerza, y que lo decidían todo. El efecto era hechizante; la atracción, magnética.

Contame todo, con detalles, ¿qué hiciste en todos estos años en los que no nos vimos?; además de odiarte, ¿decís vos? Sí, sí, además de odiarme, alguna otra cosa habrás hecho. Sonreíste, tus labios tomaron la morfología que sólo te da la vileza. Dejame pensar, te odié mucho, bastante, casi a diario, y también, hice muchas otras cosas. Como cuales, eso quiero saber. Sí, ya sé, hice un montón de cosas, cosas privadas, mías, que si hubieras estado conmigo no te las tendría que contar.

Ahora el que te odia soy yo. ¿Por qué no me respondés bien?

Te reíste, y no pude plegarme a tu risa, una parte mía estaba yendo atrás, al departamento de la calle Dorrego -cuando no teníamos muebles, ni los necesitábamos-, al colchón en el piso, a las cuatro tazas de vidrio que le sacaste a tu vieja y que usábamos para todo porque no teníamos vasos; al día en que te conocí; a la pelea con mis viejos, a la comida quemada, al whisky, a la ópera, al libro de Vallejo que me regalaste, a la vez que se inundó todo por mi culpa, a vos en bóxers secando el departamento, y quejándote. Y quería decirte: te acordás de…, y compartir todo eso con vos. Pero no podía, no sé por qué, pero no pude.

Ey, ¿adónde te fuiste?

No te quise contestar, y lo hiciste otra vez, como si me leyeras el pensamiento, contestaste. Sí, yo me acuerdo de todo. Vos no, vos te acordás de cosas aisladas, pero yo me acuerdo bien de todo.

Te quise abrazar, pero no me hizo falta, algo que nos trascendía nos estaba conteniendo. Ensayo respuestas ahora: pudo haber sido la complicidad, el conocernos, el amor que nos tuvimos. U otra cosa.

Vino a mi memoria como un aguijón que me produjo dolor, el recuerdo de la última vez que nos vimos, vos gritándome desde el sillón, yo había ido a buscar mi ropa, y ahora qué vas a hacer, vas a olvidarme, me vas a borrar como hacés con todo, como si no hubiera existido. En dos días voy a ser nadie para vos, eso hacés siempre, te alejás de las cosas olvidándolas, y no te das cuenta de que así como las olvidás, también te extinguís vos.

Hablamos, la noche tomó una textura espesa.

Me escapé no sé con qué excusa sobre el día siguiente, y vos inventaste otra. Compartimos el peso de mentirnos para no lastimarnos, lo que hicimos siempre en definitiva, sólo que esa vez nos salió bien.

Cuando me paré, antes de que abrieras la puerta, me sinceré, te dije que había ido para ver quién eras. Sonreíste.

Perdón por la desilusión, entonces.

Qué manía tenés, qué hijo de puta, siempre me ponés en un lugar incómodo.

Es parte de mi encanto.

Mi risa, la tuya, el hoy que se hizo pasado.

En el ascensor te dije la verdad, cuando te abracé. Tenés razón, los años te quedan bien. No te rías, envejecés con gracia, boludo, en serio.

Tu risa, la mía.

El abrazo, comprobar tu cuerpo fuerte, recordarme en él, y vos en medio de ese abrazo que no fue sexo, ni un reintento, ni un gesto de amistad, ni un beso, ni una promesa, que no era pasado ni futuro, que no era más que una abrazo en el que vos, contundente y cruel, con la voz de acero, me dijiste: qué voy a envejecer con gracia, no sabés el miedo que le tengo al olvido.

Paraste el ascensor. No nos soltamos, quisimos que el tiempo dejara de correr, ser otros, ser nuevos, vernos por primera vez pero amarnos como siempre. Lo mismo que quiere todo el mundo: lo imposible, a riesgo de qué íbamos a ser originales.

PATRICK KAVANAGH

Publicado en General el 22 de Febrero, 2012, 10:01 por MScalona

PATRICK KAVANAGH
(Inniskeen, 1904-Dublín, 1967)

-

Una barcaza llega llena de mitos.

-
Conmemórame donde haya agua,
agua de canal, a ser posible,
tan calma y verde en el hondo verano.
Hermano, conmemórame así, bello,
junto a una esclusa donde ruge un Niágara
de cascadas para el tremendo silencio
de quien se sienta a mediados de julio. No
hablará en prosa
quien encuentre el camino a estas islas-
Parnaso.
Un cisne inclina la cabeza con sus muchas
disculpas,
la fantástica luz cruza ojos de puentes…
y, mirad, una barcaza llega llena de mitos
de Athy y de otras villas remotas.
Conmemórame sin tumbas de héroes bravos,
basta un banco en el canal para el paseante.

de Versos escritos en un barco del gran canal, Dublín
***
-

Epopeya
-


He vivido en sitios importantes, en tiempos
en que grandes cuestiones se dirimían, de quién era
aquel octavo de acre pedregoso, una tierra de nadie
rodeada por reclamos defendidos con horquetas.
“Maldita sea tu alma” —escuché gritar a los Duffy—
y vi al viejo McCabe, desnudo hasta la cintura
pisar el terreno desafiando el acero:
“La marca son estas piedras rojizas”.
Ese era el año del asunto de Munich. ¿Cuál era más
trascendente?
Me inclinaba a perder la fe en Ballyrush y Gortin
cuando llegó el espectro de Homero, susurrando a mi conciencia.
“Hice la Ilíada de una riña local
como esa”, me dijo. Los dioses crean su propia importancia.-


Traducción a cargo de Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1999)
***
Tuve un futuro


Traducción a cargo de Jorge Fondebrider y Gerardo Gambolini (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1999)
***
Tuve un futuro

-
Tuve un futuro,
un futuro.

Dioses de la imaginación, revivid
la personalidad de aquellas calles,
no unas calles cualesquiera,
sino las calles de mil novecientos cuarenta.

Dadme los ojos miopes con los que miraba,
la mente con memoria de animal,
la niebla que iba atravesando hasta el espejismo
que era mi futuro.

Las mujeres que debía encontrar
no estaban a la vista.

Y después el dolor del alma ciega
que sin saberlo está en su propio reino.

Dadme algún detalle
de cómo sentía el dinero,
sin la ansiedad posterior,
había futuro.

Mostradme la cama plegable donde dormía
en un cuarto de Drumcondra Road.
Que  John Betjeman pase a buscarme en coche.

Es verano y el redoble oscuro
de la locura en Europa agita las alas
de las mariposas sobre el canal.

Tuve un futuro.
-
(De La hambruna y otros poemas.
Traducción de Fruela Fernández. Valencia,
Pre-Textos, Col. La Cruz del Sur, 1134, 2011).
***
-

La hambruna
(Fragmento)

-
Pero el campesino en sus pequeños campos se encuentra atado
A la matriz de su madre por un cordón umbilical endurecido por el viento
Como una cabra atada al tronco de un árbol-
Se mueve en círculos preguntándose por qué tiene que ser así.
Sin estrépito,
Sin drama,
Así es cómo ocurrió su vida.
No existe el ruido desenfrenado de caballos galopando en el cielo,
Sino los insípidos, desaboridos ingredientes de la verdadera tragedia -
Un caballo enfermo que busca lentamente un sitio limpio en el campo para morirse.

-

.

Traducido por Patrick H. Sheerin, editado por la Universidad de Valladolid.
**

RODRIGO REY ROSA

Publicado en De Otros. el 17 de Febrero, 2012, 11:08 por MScalona

-

Guatemala, Centroamérica.

            El país más hermoso, la gente más fea.

            Guatemala. La pequeña república donde la pena de muerte no fue abolida nunca, donde el linchamiento ha sido la única manifestación perdurable de organización social.

            Ciudad de Guatemala. Doscientos kilómetros cuadrados de asfalto y hormigón (producido y monopolizado por una sola familia durante el último siglo). Prototipo de la ciudad dura, donde la gente rica va en blindados y los hombres de negocios más exitosos llevan chalecos antibalas. La metrópoli precolombina que financió la construcción de grandes ciudades como Tikal o Uaxactún –y sobre la que fue construida la actual- había alcanzado su auge económico a través del monopolio de la piedra de obsidiana, símbolo de la dureza en un mundo que desconocía el uso del metal.

            Ciudad plana, levantada en una meseta orillada por montañas y hendida por barrancos o cañadas. Hacia el Sureste, en las laderas de las montañas azules, están las fortalezas de los ricos –una de las clases adineradas más ostentosas y burdas del planeta. Hacia el Norte y el Oeste están los barrancos; y en sus vertientes oscuras, los arrabales llamados limonadas, los botaderos y rellenos de basura, que zopilotes hediondos sobrevuelan en parvadas “igual que enormes cenizas levantadas por el viento” –como escribió un viajero inglés- mientras la sangre que fluye de los mataderos se mezcla con el agua de arroyos o albañales que corren hacia el fondo de las cañadas, y las chozas de miles de pobres (cinco mil por kilómetro cuadrado) se deslizan hacia el fondo año tras año con los torrentes de lluvia o los temblores de tierra.

No digas automóvil, tampoco coche (coche, aquí, dícese del puerco), sino carro; tú teléfono no es un móvil sino un celular; en las paredes aparecen pintas, en lugar de graffiti; una copa es un trago; la resaca, la cruda o el guayabo se llaman, en Guatemala, goma. Para subir al décimo piso de una “torre” –estás en el sector privilegiado- tomas el elevador. (Pero hoy no funciona.)

            Aquí (casi) nada es como piensas. Mira a ese setentón adinerado. Su orgullo mayor es que vive solo y nunca llama por teléfono a nadie. Tiene –él mismo lo dice- corazón de piedra.

            En las paredes de algunas casas de lujo, coronadas con rollos de alambres de púas, se lee: Buda hueco (homosexual); Piedras encantadas (el nombre de una temerosa pandilla infantil); Satán vive, Gerardi –mártir local de la memoria histórica- ha muerto.

            En las dos casetas de comida directamente debajo de la torre de apartamentos Bella Vista, donde vives (una pintada de Coca, y la otra de Pepsi-Cola-9, hay música de mariachis y norteñas. Ya has protestado por el ruido, pero ahora sabes que la música no sale de las casetas sino de los carros de los clientes que se han estacionado allí cerca y…

            No olvides que estás en Guatemala. Un carro se llama Raptor; otro, Liquid. Dicen que en una de las casetas venden polvo de coca y piedras de crack. Más vale no protestar.

            Las ventanas de tu sala miran a la plaza de Berlín, al final de la Avenida las Américas. En un mural de hormigón, en bajorrelieve, están todavía los planos de la Alemania dividida. Al lado del mural hay dos estelas mayas (de fantasía) sin labrar. En una, un niño dibujó con pintura negra otro niño –nótese la forma rectangular de la cabeza, que sugiere el corte de cabello militar, y el trapezoide inferior que sugiere la sotana. En la otra estela, alguien menos imaginativo escribió hace tiempo, con caracteres enormes: FAR. Los amantes se besan y acarician aquí y allá –al borde de la pila, al pie de los guayabos y los pinos, en los carros aparcados en la curva que circunda la parte alta del parque. Una banda de jóvenes vestidos con jeans de pata ancha, camisetas holgadas, zapatones negros reforzados con acero y gorras de béisbol, pasan corriendo al lado de las parejas, que interrumpen momentáneamente sus arrullos y caricias. (La gramilla, más abajo, está atravesada de senderos que se entrecruzan como en el campo. Allí has visto huellas de caballos, excrementos secos de caballo, envoltorios de caramelos, y preservativos usados.) Los jóvenes bajan corriendo por los senderos.

            Telarañas de iluminación comienzan a brillar sobre la planicie que se extiende desde la parte baja de la ciudad hacia la fila de montañas y volcanes que impiden que se vea el mar. Podrías estar en otra ciudad –los autos son Toyotas, VWs, Datsuns, Chevrolets, BMWs, Fords- pero ¡mira las construcciones de nubes sobre aquel volcán!

            (Una falsa intuición del infinito.)

            Estás en la ciudad de Guatemala. No lo olvides.

            Mira a occidente (desde la ventana de tu dormitorio en lo alto de la Torre). Allí, a la orilla de un barranco habitado, termina la pista de aterrizaje del aeropuerto La Aurora. Al principio los rugidos de los reactores, que hacen temblar los cristales cada vez que se levanta un avión, el ruido de los autobuses que suben pujando por la cuesta de Hincapié, los ladridos del perro policía que cuida la milpa en el solar al otro lado de la calle (“Esta propiedad NO se vende”), todas estas cosas (y las ansias de estar en otro sitio) creíste que iban a enloquecerte. Pero te has acostumbrado.

Te llamas Joaquín Casasola, y no te disgusta el sonido de tu nombre. Has vivido varios años en España, pero te tocó volver. Aquí tienes parientes ricos y amigos de la infancia, y eso –piensas, pero te equivocas- te facilitará las cosas.

Te has enamorado de tu prima Elena, aunque la acabas de conocer. Todavía te resulta un poco extraño tratarla de vos.

1

De un sueño profundo y confuso –estuvo extraviado en una ciudad desconocida- lo sacó el sonido del teléfono inalámbrico que había dejado sobre un rimero de libros al lado de su cama. Se oía, a lo lejos, un revuelo de helicópteros y aviones. Recordó que era un día de fiesta marcial.

            -Hola, mi amor –dijo en falsete una voz masculina-. ¿Estás sola, puedo verte?

            -Payaso –dijo Joaquín-. Qué me jodés. Qué horas son.

            La voz se normalizó.

            -Son las nueve pasadas. ¿Te desperté? Tengo aquello para vos. ¿Te llamo más tarde?

            -No, no. Ya me estoy despertando. ¿Dónde estás?

            -Llegando de Cobán. ¿Ya está listo el café?

            Saltó de la cama y fue a la cocina a sacar jugo de naranja, tostar pan, rebanar una papaya y preparar el café.

            Armando Fuentes era de Cobán (dicen que los de Cobán sólo comen y se van), donde ejercía como agente en el tráfico de cardamomo para los compradores árabes o, en los años de vacas flacas como aquél, en el comercio de fríjol y maíz. Vivía con su mujer y dos hijos en las afueras de la cabecera provincial “en una calma monástica” –aparte de las aventuras que corría con sus amigos de la capital. Solía hacer el viaje de doscientos kilómetros un mes sí, un mes no. Se volvía a Cobán por la noche, después de hacer sus recados (y comer). Pero cuando estaba demasiado cansado o tenía especiales deseos de consumir alguna sustancia controlada o más alcohol de lo corriente, se quedaba en casa de Joaquín o en la de algún amigo medio calavera de él.

            Por el intercomunicador, el guardia del estacionamiento anunció la llegada de “un señor de Cobán”. (Era un guardia nuevo, que aún no conocía a Armando por su nombre.)

            -Sí, déjelo subir.

            Armando le dio la punta de los dedos de una mano muy fría a modo de saludo y pasó a su lado con una mochila negra al hombro hacia la sala. Dando pasos rápidos y nerviosos, se dirigió al aparato de música. Dejó en el suelo la mochila y encendió la radio.

            -¿Qué te pica? –le dijo Joaquín.

            -No sabés lo que acaba de pasarme.

            Sintonizó con una emisora de noticias.

            -¿Qué? –le dijo Joaquín, y corrió el pasador de la puerta.

            Armando se volvió para mirarlo, se pasó una mano por la cara pálida, con expresión angustiada.

            -No lo puedo creer –dijo.

            La voz del locutor era atiplada y nasal. Hablaba del derrumbamiento de un puente en las afueras de la ciudad. Joaquín dijo:

            -Vamos a tomar ese café, que se enfría-. Se sentó a las mesa y sirvió el café.

            Armando se quedó de pie, absorto, mirando a lo lejos por una ventana. Cuando comenzaron los anuncios publicitarios, se apartó de la ventana, bajó el volumen de la radio y fue a sentarse frente a Joaquín.

            -Creo –dijo- que acabo de matar a un niño.

            -¿A un niño?

            -En las Américas-. Levantó el vaso de jugo pero volvió a dejarlo en la mesa sin beber. –Qué mala suerte, por Dios. Patojo estúpido.

            Las noticias recomenzaron: la lista de condenados a morir en el nuevo módulo de inyección letal.

            -¿Cómo? ¿Qué pasó? –quiso saber Joaquín. Entrelazó las manos sobre la mesa, sorprendido porque de pronto comenzaba a sentir un curioso desprecio por su viejo amigo.

            El accidente había ocurrido a la altura de un restaurante chino, el Tesoro Imperial.

            -Llegando a los Helados Pops –explicó Armando-. Un caballito de alquiler. Se me atravesó, a galope, simple y sencillamente así. No tuve ni siquiera tiempo de tocar los frenos.

            Conducía una camioneta Discovery que, Joaquín lo sabía, estaba provista de un parachoques especial –de los llamados mataburros- en uso entre los finqueros guatemaltecos, diseñados para proteger sus autos en los caminos rurales, donde el ganado circulaba más o menos libremente; tenía, además, los vidrios velados –lo que estaba de moda también entre la clase automovilista desde hacía muchos años. (Detrás del vidrio negro podría haber un hombre armado.)

            Según Armando, la posibilidad de que el niño se hubiera salvado era nula. Había golpeado de lleno al caballito, a una velocidad –dijo- de sesenta o setenta kilómetros por hora, y había visto al niño dar vueltas por el aire. Negó sombríamente con la cabeza cuando Joaquín le preguntó si no se le había ocurrido parar. Joaquín hizo una mueca –ésa era la reacción típica, el reflejo de los automovilistas guatemaltecos: no detenerse nunca, para evitar complicaciones.

            -Pero Armando, mucha gente lo habrá visto, la Discovery es notoria, deben de tener tu número de placas. Yo creo que debiste parar.

            Armando negó con la cabeza. Se puso de pie y fue a traer la mochila que había dejado junto al aparato de música. Sacó un envoltorio de papel periódico, lo dejó sobre la mesa.

            Joaquín abrió el envoltorio: media libra de marihuana cobanera.

            -Es para vos –dijo Armando.- Con eso encima, ¿habrías parado, ah? Y de nada –agregó.

            -Gracias. Sentate. Vamos a desayunar. Hay que pensar con calma. La Discovery ¿tiene alguna señal?

            -Ni un rasguño.

            Bebieron el café, y se quedaron un rato escuchando la radio, la emisión de las diez. No fue transmitida ninguna noticia del accidente.

            Joaquín se puso a fabricar un cigarrillo. Después de dar dos o tres chupadas declaró que la hierba cobanera era excelente.

            -No, no-. Armando se echó para atrás en su silla cuando Joaquín le ofreció el cigarrillo. –No sé cómo podés fumar.

            El no había matado ningún niño, pensó Joaquín. Expulsó el humo y dio una fumada más.

            -Pase lo que pase –dijo un momento más tarde-, vos no me has contado nada, ¿ok?

            -Por supuesto que no. Mano, qué voy a hacer-. Se agarró la cabeza con ambas manos y se quedó un momento con los ojos clavados en la superficie de la mesa.

            -Vamos a dar una vuelta –dijo Joaquín-. A reconocer la escena, ¿te parece? Sólo me visto.

            Se levantó y entró en el cuarto de baño. Mientras se duchaba, alcanzó a oír la voz de Armando: hablaba por su celular. Supuso que hablaría con su esposa. Luego le pareció que hablaba con uno de sus empleados. Joaquín apagó la ducha, para escuchar. Armando daba órdenes a su hombre de confianza: debía dar parte del robo (ilusorio) de la camioneta, que había desaparecido la noche anterior en Cobán.

            “Vos les decís eso no más –decía Armando-. No nos dimos cuenta del robo hasta ahora. Eso es.”

            Cuando Joaquín salió del baño, Armando escuchaba otra emisión de radio.

            -¿Nada? Pues tanto mejor –dijo Joaquín. A medio vestirse, se secaba las orejas. Recogió los platos para ponerlos en el lavadero. –Yo tal vez pensaría en entregarme –dijo. Luego metió la marihuana en una bolsa de plástico y fue a guardarla en un cajón de su escritorio.

            Mientras Joaquín terminaba de vestirse, Armando lavó los platos con rápidez.

            Tomaron el ascensor hasta el sótano, donde Armando había dejado la Discovery.

            El guardia del estacionamiento no estaba a la vista. Joaquín fue a revisar el parachoques de la camioneta. No había señales de ningún golpe en las defensas de hierro, ningún arañazo en la resplandeciente pintura de las aletas ni en la cubierta del motor. Se agachó para mirar por debajo del chasis, y tampoco allí descubrió indicio alguno del accidente.

            Limpiándose las manos, volvió a enderezarse.

            -¿No me estás pajeando, vos? No se ve nada-. Montaron en el Cavalier de Joaquín. –Son pajas, ¿verdad, pisado? Me estás baboseando.

            Armando soltó una carcajada –no le quedaba otra cosa que hacer.

-

Ediciones El Andariego, cap. 1 y 2           

REY ROSA nació en Guatemala en 1958.-

OLGA OROZCO

Publicado en De Otros. el 16 de Febrero, 2012, 10:38 por MScalona
 
Ésa es tu pena

-
Ésa es tu pena. Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
... y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no
vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del
reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de
olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.
-
-

Olga Orozco
En el revés del cielo (1987)

SEBASTIÁN RIESTRA s/ Spinetta

Publicado en homenaje el 16 de Febrero, 2012, 10:25 por MScalona

El barro y el diamante

Invierno de 1982. Hace un frío terrible

y me levanto aterido de la cama. En la cocina de la casa

de mi novia entra una luz límpida y helada.

El mate bien caliente me reanima, sobre todo cuando

 le echo un chorrito de ginebra.

Invierno de 1982. Hace un frío terrible y me levanto aterido de la cama. En la cocina de la casa de mi novia entra una luz límpida y helada. El mate bien caliente me reanima, sobre todo cuando le echo un chorrito de ginebra. Entonces, ya más entero, preparado para estudiar, coloco un cassette en el grabador y aprieto la tecla play. La mañana parece iluminarse aún más cuando suenan los primeros acordes de Alma de Diamante.

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Spinetta, para nosotros, fue mucho más que un músico de rock: lo sentíamos como un guía. Cuando escuchábamos sus canciones, se abría una puerta. Al cruzarla entrábamos en un lugar donde el día a día se borraba: aunque en el país arreciara la dictadura asesina y nuestros diálogos y lecturas se vieran crecientemente contaminados por la pasión política, el Flaco nos permitía —sin olvidar lo que suele
llamarse "realidad"— ir a otra parte. Viajar, soñar. Amar.

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Las necrológicas son un género insufrible, obligatorio. A veces las siento oportunistas. Y creo que quienes las escriben sólo pretenden lucirse a costa del que partió, del que fue tragado por las fauces de la noche. Sin embargo el balance es inevitable, aunque uno apriete los dientes de tristeza y los dedos sobre las teclas parezcan de plomo.

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Un gran amigo que ya se fue tenía en su humilde pieza, en una casita de barrio Belgrano, el póster del Flaco. Solamente el póster del Flaco, sacado de alguna revista de rock de la época. Para él Spinetta
era una religión, pero una religión sin fanatismo. Sin exaltación. Sin afán pastoral. El Flaco le permitía mirar el mundo de otra manera. Después entendimos que esa "otra manera", ese prisma spinetteano,
era nada más y nada menos que la poesía.

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A ver: Spinetta parece reunir, en un solo hombre, a Troilo y Manzi. Sus canciones son una extraña y mágica urdimbre de letra y música, ambas absolutamente inconfundibles y a la vez, inseparables.
Porque aun cuando es posible leer sus letras sobre el papel o silbar sus melodías, la pérdida que sufren una u otra al separarse es inmensa. Así son las grandes canciones: un hermanamiento único
de notas y palabras. Dos gemelos que nacen juntos y así deben quedarse para siempre.

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Sigamos: músico y letrista, guitarrista de vuelo, pero sobre todo la voz. Esa voz que vamos a extrañar, tal vez, más que ninguna otra cosa. Esa voz única, capaz de llegar a alturas insondables y bajar a la ternura, al susurro. Y su fraseo tan personal. Spinetta frasea como Goyeneche, Bob Dylan, Louis Armstrong, Jacques Brel: sólo él puede cantar así. Ni bien, ni mal: así. Y punto.

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¿Quién se anima a hacer una lista de canciones eternas? Es imposible, pero cada fanático hará su aporte. Las más populares de Almendra, como Muchacha (Ojos de Papel) y Plegaria para un Niño Dormido, se mezclan con Fermín, con Laura Va, con Ana no Duerme, con Rutas Argentinas, con el querido Tema de Pototo. Pero lo mejor viene después: Artaud es un disco infernal. La Cantata de los Puentes Amarillos ("Con esta sangre alrededor/ qué cosa puedo yo mirar") es una obra maestra definitiva. ¿Y Starosta? Todavía tiemblo cuando escucho la frase final: "Vámonos de aquí". No quiero seguir porque carece de sentido. Pasa Pescado Rabioso y vienen Invisible, Jade, los Socios del Desierto. Son demasiadas obras maestras: pienso en Durazno Sangrando, en Los Libros de la Buena Memoria, en Niño Condenado. ¿Y Las Golondrinas de Plaza de Mayo? ¿Y Canción para los Días de la Vida? ¿Y Umbral? ¿Y lo que viene después: Alma de Diamante, Dale Gracias, Resumen Porteño, Maribel, Yo Quiero Ver un Tren, Ludmila, Perdido en Ti? Basta, porque puedo ocupar toda la página.

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Otoño de 1984. Con otro amigo escuchamos Kamikaze en una vieja casa de la calle Sarmiento. Es el pianista y tecladista Claudio Cardone, que con los años se convertirá en músico fundamental de la banda de Spinetta. Cuando suena Barro Tal Vez, se nos arma un nudo en la garganta. Esa zambita tiene un perfume incomparable. Parece que el Flaco, de adolescente (el tema lo escribió a los quince años), intuyó lo que lo esperaba: "Ya lo estoy queriendo, ya me estoy volviendo canción... barro tal vez. Y es que esta es mi corteza donde el hacha golpeará, donde el río secará para callar".

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¿Barro? Sí, barro con alma de diamante.

PERLONGHER: Evita Vive

Publicado en De Otros. el 15 de Febrero, 2012, 11:31 por MScalona

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PERLONGHER ,  Néstor  (Arg.  1949-1992)

 

 

EVITA  VIVE

 

Evita vive

 

1.
Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos. Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?". El negro se mordió un labio porque vio que yo había entrado en la sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era terrible –ahora no tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo era lo que podía decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó, mirándome a los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las piernas del morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había visto): "¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no lo podía creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara. Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me quedé como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que se desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay, pensaba yo–"¿no querés un poco de cointreau?" (porque yo sabía que a ella le encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida, ahora tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero esperá", le dije yo, "contame de dónde se conocen, por lo menos". "De hace mucho, preciosa, de hace mucho, casi como del África" (después Jimmy me contó que se habían conocido hacía una hora, pero son matices que no hacen a la personalidad de ella. ¡Era tan hermosa!) "¿Querés que te cuente cómo fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el encame asegurado: "Sí, sí, ay Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero me quedé con las ganas para siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá mentido el negro, nunca lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo: "Bueno, basta", le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que tenía– y se la puso entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de él, bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo único que el negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una puerca, me llenó de chupones, en fin. Después al otro día ella se quedó a desayunar y mientras Jimmy salió a comprar facturas, ella me dijo que era muy feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba lleno de negros y rubios y muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a venir a buscarlos nada menos que a la calle Reconquista, no les parece... pero no le dije nada, para qué; le dije que no, que por el momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera dicho "agotar la experiencia", pero en esa época no se usaba), y que, cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros, viste, nunca se sabe. Con los generales tampoco, me acuerdo que dijo ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y se fue. De recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado en hilo de oro, pero después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y tenía dibujado un barco. ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde –que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso que tenía el marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa manera era como más gozaba.



2.
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo que traía la droga ese día se apareció con una mujer de unos 38 años, rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de maquillaje, con rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los otros también, pero era un poco bobo, andaba con Jaime que se estaba picando con Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y él me dijo algo así como: "cortála loco sabés que sí". Con los ojos en blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos sentamos todos en el piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la droga le metía la mano por las tetas y ella se retorcía como una víbora. Después quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban por el piso y los demás mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para eso sí que era genial, porque dos pendejos repálidos se rayaron totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero estaban los blues en la puerta y a los cinco minutos se aparecieron todos con el subcomisario inclusive, chau loco, acá perdimos, menos mal que no había ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la semana pasada, pero igual loco, le habíamos pedido el rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el flaco que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo: "Un momento, sargento" pero el cana le dio un empujón brutal, entonces ella, que era la única mujer, se acomodó el bretel de la solera y se alzó: "Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a llevar presa a Evita?" El ofiche pálido, los dos agentes sacaron las pistolas, pero el comi les hizo un gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el molde. "No, que oigan, que oigan todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe, y vos eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés creer, si te querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas". (Chau, fue un delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y le descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y se la empezó a chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la puerta fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar de pavor porque se dieron cuenta de que sí, que la mina era Evita). Yo aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no sabían qué hacer, ni dónde meterse: de pronto el flaco del trafic entró en el circo y se puso a gritar: "Compañeros, compañeros, quieren llevar presa a Evita" por el pasillo. La gente de las otras piezas empezó a asomarse para verla, y una vieja salió gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa es que los canas se las tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los chetos, y ella se fue caminando muy tranquila con el flaco, diciéndole a la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta: "Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados". Chau loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme, debo volver al cielo" decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían hecho una guerra que no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y chau, loco, si te quedabas down era imbancable. Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.
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3.
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe haber causado ninguna impresión especial, la flaca era una flaca entre las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven que las tenía ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto. La cosa es que todos –y todas– sabían dónde podían encontrarnos, en el snack de Independencia y Entre Ríos. Allí el putito Alex nos mandaba, cada vez que podía, viejos y viejas, que nos adornaban con un par de palos, así después a él le hacíamos gratis el favor y no le andábamos afanando el grabador o las pilchas. De ésa me acuerdo por cómo se acercó, en un Carabela negro manejado por un mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado una vez en el Rosemarie. Con las pibas estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que me llamó aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el coche." La cosa era conmigo, nomás. Subí. "Me llamo Evita, ¿y vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita qué?". "Eva Duarte", me dijo "y por favor, no seas insolente o te bajás". "¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?", le susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto. "Dejáme tocarte la conchita, a ver si es cierto". ¡Hubieras visto cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa! Así que fuimos al hotel de ella; el putito quiso ver mientras me duchaba y ella se tiraba en la cama. También, con el pedazo que tengo, hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba como los dioses. Con tres polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo merecía. La mina era una mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que volviera, si precisaba algo. Le contesté no, gracias. En la pieza había como un olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se descuidó abrí un estuche y le afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio cuenta, pero no dijo nada. Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la boca chorreando leche: "Todos los machos del país te envidiarían, chiquito; te acabás de coger a Eva". Ni dos días habían pasado cuando llego a casa y me encuentro a la vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas de civil. "Desgraciado –me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?". La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque, según el Sosa, era demasiado valiosa para comprarla él y no me quería estafar. Los de Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza brutal y me advirtieron que si contaba algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto de los trolos los vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.

 

Néstor Perlongher


(de "Prosa Plebeya".  Edit  Colihue 1997)

 

SIMONE de BEAUVOIR

Publicado en Fotitos. el 13 de Febrero, 2012, 20:14 por MScalona

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BORGES x Gonzalo Aguilar

Publicado en Ensayo el 13 de Febrero, 2012, 15:23 por MScalona

Por qué Borges es nuestro único clásico universal

Las claves de su marca en la literatura universal. Nunca se amoldó a su espacio ni a su tiempo. Defendió el entretenimiento como criterio de lectura y la composición por sobre el azar. Y su literatura está más viva que nunca.

POR GONZALO AGUILAR - Docente y ensayista


Borges es, entre todos los escritores argentinos, nuestro único clásico universal. Su nombre puede ser colocado al lado de los más grandes escritores de todos los tiempos sin provocar risa ni escepticismo. Nacido en un arrabal del mundo literario, si Borges ha llegado a ser un clásico universal no fue por la inverosímil efusión del genio sino por la laboriosa tarea de un escritor que se fue haciendo y rehaciendo con el paso del tiempo.

El principal modo de la universalidad de Borges fue asumir una posición desplazada tanto respecto del espacio como de su tiempo. La posición de desplazado, de orillero, de extraterritorial lo acompañó durante su vida de escritor.

Así, en la Argentina siempre tuvo algo de extranjero y no es casual que su última voluntad haya sido ser enterrado en Suiza, la patria de los conjurados en la que pasó su adolescencia. En relación con la elite cultural y de clase que frecuentaba, tenía algo de primo pobre y arribista: en los treinta, mientras sus amigos viajaban a Europa, él acudía puntualmente a su trabajo en la biblioteca municipal del barrio de Almagro. En su relación con el siglo XX, fue un inactual, un intempestivo, alguien que prefirió construir lo contemporáneo con textos de otros siglos. Fue ajeno a las modas y cultivó, sobre todo en sus ensayos, una discrepancia con las voces autorizadas que fue, a menudo, despiadada.

Frente a una tradición como la argentina, caracterizada por su inclinación hispánica o francófila, Borges introdujo la variable inglesa y defendió el uso de los géneros, el entretenimiento como criterio de lectura, la composición por sobre el azar (postulado por los surrealistas a quienes desdeñaba). Todas estas virtudes, las había encontrado, según afirmaba él mismo, en los escritores anglosajones. A diferencia de los escritores de su época que apostaban a la gran obra, Borges raramente escribió textos de más de diez páginas, y en una literatura que buscaba con afán el compromiso o la intervención, optó por el destiempo y compuso relatos que, antes que recetas, ofrecieron deliberaciones conjeturales (no otra cosa es la ficción en Borges). En un mundo en el que predominan el culto a la persona y a la identidad, Borges nunca se resignó simplemente a ser Borges: proclamó "la nadería de la personalidad" y simuló ser tan vasto y múltiple como el universo.

La aspiración universal y cosmopolita de Borges también se expresó en su permanente polémica con los nacionalistas, sobre quienes tenía una ventaja: conocía mucho mejor la literatura nacional y supo hacer de ella una interpretación más inteligente, desprejuiciada y libre (de su paso por las vanguardias le había quedado una incredulidad perspicaz contra el autoritarismo de cualquier tradición).

Si defendía a algún autor local no lo hacía por ser argentino sino por considerarlo bueno.

Otra inflexión hace de Borges un clásico universal: haber inventado en un género tan corriente como el cuento, una forma inédita. Creó un narrador conjetural que parece estar al mismo tiempo inventando tramas y constatando información.

Y lo hizo con un modo de narrar que refiere los acontecimientos de manera indirecta y que casi siempre se vale de fuentes librescas raras o apócrifas. El estilo de estos relatos es inconfundible y sus procedimientos saben producir un pequeño escándalo en el orden del lenguaje mediante dobles negaciones, oxímoros, paradojas, enumeraciones desequilibradas.

Borges fue objeto de crítica desde posiciones muy diversas.

Desde el peronismo, un ensayista mediocre como José Hernández Arregui lo llamó "pájaro nocturno de la cultura colonizada" y objetó su "colonialismo literario afeminado y sin tierra". Los críticos de Contorno, que no eran mediocres, lo criticaron por su falta de compromiso. Y sin embargo, no se puede concebir la literatura de Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, César Aira, Juan José Saer y muchos otros sin la consideración de lo que Alan Pauls llamó "el factor Borges". Tampoco los mejores críticos locales como Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer, Sylvia Molloy o Noé Jitrik hubieran ensamblado sus máquinas de lectura sin el auxilio de su literatura. Salvo en la poesía, donde su influjo es menor que el de Oliverio Girondo o Juan L. Ortiz, Borges conjugó para sus herederos narrativos la alegría del aprendizaje y la pesadilla de lo insuperable.

Hay, de todos modos, entre los infinitos Borges que la crítica ha relevado, uno que todavía está por descubrirse: el cultor de los misterios narrativos que practica en su obra una magia profana y profanadora. Porque si bien Borges pertenece a ese linaje de escritores que se remonta a Edgar Allan Poe y concibe los relatos y los poemas como artefactos deliberados, es decir, hechos a conciencia, también puede descubrirse en ellos locura, animalidad, perversas elucubraciones. Más allá de sus apuestas al orden y a la inteligencia, Borges nunca dejó de colocar en el centro de sus narraciones un misterio que nos deja perplejos: ¿por qué Kilpatrick, el protagonista de Tema del traidor y del héroe, termina colaborando con aquellos a los que quiso traicionar? ¿Es la historia de Emma Zunz un incesto figurado basado en una historia, la del padre, que nunca se podrá saber si es verdadera? ¿Cómo interpretar la referencia a la homosexualidad de la cita bíblica que encabeza "La intrusa"? ¿Por qué el suicidio es la cifra de resolución de varias de sus narraciones? Bajo el carácter supuestamente frío y cerebral de su imaginación narrativa, a medida que pasa el tiempo se hace cada vez más evidente la violencia sediciosa de sus delirios trágicos, de sus perversidades y de su risa intempestiva. Borges todavía es un extemporáneo, Borges todavía está en el futuro.

SIMONE de BEAUVOIR

Publicado en De Otros. el 10 de Febrero, 2012, 17:52 por MScalona

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De mí se han forjado dos imágenes. Soy loca, medio loca, una excéntrica. (Los periódicos de Río contaban sorprendidos: “Esperábamos a una excéntrica: nos ha decepcionado encontrar una mujer vestida como todo el mundo.”) Tengo las costumbres más disolutas; una comunista contaba en 1945 que en Ruán, cuando yo era joven, me había visto bailar desnuda sobre toneles; he practicado todos los vicios con asiduidad, mi vida es un carnaval, etcétera.
Zapatos planos, pelo lacio, soy jefa de niños exploradores, una dama de beneficencia, una institutriz (en el sentido peyorativo que la derecha le da a esa palabra). Paso mi existencia entre libros y ante mi mesa de trabajo, puro cerebro. “Ella no vive”, le he oído decir a una joven periodista. “Si a mí me invitaran a los lunes de Madame T., iría corriendo.” La revista Elle, al proponer a sus lectoras muchos tipos de mujer, puso bajo mi foto: “Vida exclusivamente intelectual”.
Nada prohíbe conciliar los dos retratos. Se puede ser una desvergonzada cerebral, una dama de beneficencia retorcidamente viciosa; lo esencial es presentarme como una anormal. Si mis censores quieren decir que no me parezco a ellos, me hacen un cumplido. El hecho es que soy un escritor, una mujer escritora no es un ama de casa que escribe sino alguien para quien toda su existencia está dirigida por la escritura. Esta vida vale lo mismo que otra. Tiene sus razones, su orden, sus fines de los que hay que no comprender nada para considerarla extravagante. ¿La mía ha sido realmente ascética, puramente cerebral? ¡Dios me libre!, no tengo la impresión de que mis contemporáneos se diviertan mucho más que yo en esta tierra ni que su experiencia sea más vasta. En todo caso, al volverme hacia mi pasado no envidio a nadie.
[...] Siempre he soportado bien los fracasos; sólo consistían en no haber ganado, no obstruían mi camino. Mis triunfos me han dado hasta estos últimos años placeres sin reticencias: más que los elogios de los críticos profesionales, me importaban los sufragios de los lectores: las cartas recibidas, las frases sorprendidas al vuelo, las huellas de una influencia, de una acción. Desde Memorias de una joven formal, sobre todo desde La plenitud de mi vida, mi relación con el público se ha hecho muy ambigua, porque la guerra de Argelia puso al rojo el horror que me inspira mi clase. (…) No hay esperanzas de llegar a un público popular; sólo se imprime una colección barata cuando la edición ordinaria se ha vendido bien. Por lo tanto, guste o no, uno se dirige a los burgueses. Por lo demás, hay entre ellos algunos que se separan de su clase o, por lo menos, se esfuerzan por lograrlo como intelectuales o jóvenes; con éstos me entiendo. Pero siento un malestar si la burguesía en conjunto me recibe bien. Demasiadas lectoras han apreciado en Memorias de una joven formal la pintura de un medio que reconocen, sin interesarse por el esfuerzo que había hecho por evadirme de él. En cuanto a La plenitud de la vida, a menudo he rechinado los dientes cuando me felicitaban: “Es tonificante, es dinámica, es optimista”, en un momento en que era tal mi asco que hubiera preferido estar muerta que viva.
Soy sensible a las críticas y a las alabanzas. Sin embargo, en cuanto hurgo un poco en mí, me encuentro, respecto del nivel de mi triunfo, una indiferencia bastante grande. En otro tiempo evitaba medirme por orgullo y por prudencia; hoy ya no sé con qué patrón medir. ¿Hay que referirse al público, a los críticos, a algunos jueces elegidos, a una convicción íntima, al ruido, al silencio? ¿Qué es lo que se mide?, ¿el renombre o la calidad, la influencia o el talento? Y además, ¿qué significan esas palabras? Incluso estas preguntas y las respuestas que se les pueden dar me parecen ociosas. Mi desapego es más radical y tiene sus raíces en una infancia dedicada a lo absoluto; he permanecido convencida de la vanidad de los éxitos terrestres. El aprendizaje del mundo ha fortificado este desprecio; he descubierto una desdicha demasiado inmensa como para inquietarme mucho por el lugar que tengo en él y por el derecho que puedo tener o no tener para ocuparlo.
Pese a ese fondo de desencanto, desvanecida toda idea de mandato, de misión, de salvación, sin saber para quién ni por qué escribo, esa actividad me resulta más necesaria que nunca. Ya no pienso que “justifica”, pero sin ella me sentiría mortalmente injustificada. Hay días tan hermosos que uno tiene ganas de brillar como el sol, es decir, de deslumbrar la tierra con palabras, hay horas tan negras que ya no queda otra esperanza que ese grito que uno quisiera lanzar. ¿De dónde proviene, a los cincuenta y cinco años lo mismo que a los veinte, ese extraordinario poder del Verbo? Digo: “Nada ha tenido más que el lugar” o “Uno más uno es uno: ¡qué malentendido!” y asciende por mi garganta una llama cuya quemadura me exalta. Indudablemente las palabras, universales, eternas, presencia de todos en cada uno, son lo único trascendente que reconozco y que me emociona; vibran en mi boca y mediante ellas comulgo con la humanidad. Arrancan del instante y la contingencia a las lágrimas, a la noche, hasta la muerte, y las transfiguran. Quizá mi más profundo deseo hoy es que se repitan en silencio algunas palabras que yo he entrelazado.
(…)
Un viejo amigo me reprochó: “Vives en un convento”. Bueno: pero paso muchas horas en el locutorio.
Sin embargo vi ansiosamente y con nostalgia cómo caía sobre Sartre la celebridad y cómo nacía mi notoriedad. Perdimos la despreocupación desde el día en que nos convertimos en personajes públicos y tuvimos que tener en cuenta esa objetividad; perdido el lado aventurero de nuestros antiguos viajes, tuvimos que renunciar a los caprichos, a los vagabundeos. Para defender nuestra vida privada tuvimos que elevar barreras –abandonar el hotel, los cafés–, y esa separación me ha pesado, a mí, que amaba tanto vivir mezclada con todos. Veo a mucha gente; pero la mayoría ya no me hablaba como a cualquiera; mis relaciones con los otros están falseadas. “Sartre nunca frecuenta más que a personas que frecuentan a Sartre”, ha dicho Claude Roy. La expresión puede aplicarse a mí. Corro el riesgo de comprenderlos peor porque ya no comparto completamente su suerte. Esta diferencia procede de la notoriedad y de las facilidades materiales que trae consigo.
Económicamente soy una privilegiada. Desde 1954 mis libros me dan mucho dinero; me compré un coche en 1952 y en 1955 un departamento. No salgo, no recibo; fiel a las repugnancias de mis veinte años, no me gustan los lugares lujosos; me visto sin opulencia, a veces como muy bien, ordinariamente muy poco, pero respecto de esto sólo decide mi capricho, no me privo de nada. Algunos censores me reprochan esta holgura, gente de derecha, por supuesto; en la izquierda jamás han criticado por su fortuna a un hombre de izquierda, aunque sea millonario; se le tiene gratitud por ser de izquierda. La ideología marxista no tiene nada que ver con la moral evangélica, no reclama del individuo ni ascesis ni desnudez; a decir verdad, le importa un pito su vida privada. La derecha está tan convencida de la legitimidad de sus pretensiones que ante ella los adversarios sólo se pueden justificar por el martirio; y además, como los intereses económicos son los que dictan sus opciones, no puede concebir que ambos puedan disociarse; le parece que un comunista adinerado no puede ser sincero. Por último y sobre todo, la derecha hace fuego con cualquier leña cuando se trata de atacar gente de izquierda. Es el molinero, su hijo y su asno. Un comentarista, que por lo demás se esforzaba en ser imparcial, escribió, después de haber leído La plenitud de la vida, que a mí me gustaban los “malos lugares” porque durante la guerra, sin medios, viví en hoteles sórdidos: ¡qué no diría si hoy yo viviera en un tonel! Un abrigo confortable es una concesión a la burguesía; un vestido descuidado sería considerado como afectación o indecencia. Te acusarán de tirar dinero por la ventana o de ser avara. No existe un justo medio; lo bautizarán, por ejemplo, mezquindad. La única solución es seguir la propia inspiración y dejar que hablen todo lo que quieran.
Esto no significa que me adapte alegremente a mi situación. La molestia que sentí hacia 1946 no se ha disipado. Sé que soy una aprovechada, ante todo por la cultura que he recibido y las posibilidades que me ha proporcionado. No exploto directamente a nadie, pero la gente que compra mis libros es la beneficiaria de una economía fundada en la explotación. Soy cómplice de los privilegiados y estoy comprometida por ellos; por esto he vivido la guerra de Argelia como un drama personal. Cuando se está en un mundo injusto es inútil esperar purificarse por algún procedimiento; lo que habría que hacer es cambiar el mundo y eso no está en mi poder. Sufrir sus contradicciones no sirve de nada, olvidarlas es mentirse. Falta de solución, también este punto me dejo llevar por mis humores. Pero la consecuencia de mi actitud es un aislamiento bastante grande; mi condición objetiva me separa del proletariado, y el modo como la vivo subjetivamente me opone a la burguesía. Este retiro relativo me conviene pues nunca tengo tiempo, pero me priva de cierto calor –que he recuperado, con tanta alegría, estos últimos años, en las manifestaciones– y, lo que es para mí más grave, limita mi experiencia.
A esas mutilaciones, que son el reverso de mis posibilidades, se agrega otra para la que no encuentro ninguna compensación. Lo más importante, lo más irreparable que me ha sucedido desde 1944 es que –como Zazie– he envejecido. Esto significa muchas cosas. Y ante todo, que el mundo a mi alrededor ha cambiado: se ha achicado y encogido. Ya no olvido que la superficie de la Tierra es finita, finito el número de sus habitantes, de las esencias vegetales, de las especies animales y también el de los cuadros, libros y monumentos que en ella están depositados. Cada elemento se explica por ese conjunto y sólo remite a él; su riqueza también es limitada. Cuando Sartre y yo éramos jóvenes, a menudo encontrábamos “individualidades por encima de la nuestra”, es decir que resistían el análisis y conservaban para nosotros algo de lo maravilloso de la infancia. Este núcleo de misterio está disuelto; lo pintoresco ha muerto, los locos ya no parecen sagrados, las muchedumbres ya no me embriagan y aunque antes era fascinante la juventud, ya no veo en ella más que el preludio de la madurez. La realidad todavía me interesa pero su presencia ya no me fulmina. Por cierto queda la belleza; aunque ya no me reporte alguna revelación estupefaciente, aunque la mayoría de sus secretos se hayan aventado, a veces detiene el tiempo. A menudo, también la detesto. La noche de una matanza oía un andante de Beethoven y detuve el disco, colérica: allí estaba todo el dolor del mundo pero dominado y sublimado tan magníficamente que parecía justificado. Casi todas las obras bellas han sido creadas para privilegiados por privilegiados que, aunque hayan sufrido, han tenido la posibilidad de comprender sus sufrimientos; disimulan el escándalo de la desdicha desnuda. Otra noche de matanza –hubo muchas– deseé que se aniquilaran esas bellezas mentirosas. Hoy el horror se ha alejado. Puedo escuchar a Beethoven. Pero ni él ni nadie me dará jamás esa impresión que a veces tenía de tocar un absoluto.
Pues actualmente conozco la verdad de la condición humana: los dos tercios de la humanidad tienen hambre. Mi especie esta constituida, en sus dos tercios, por larvas, demasiado débiles para la rebelión, que arrastran desde el nacimiento hasta la muerte una desesperación crepuscular. Desde mi juventud vuelven en mis sueños objetos, inertes en apariencia, pero en los que se aloja un sufrimiento; las agujas de un reloj se ponen a galopar, movidas ya no por un mecanismo sino por un desorden orgánico, oculto y espantoso; un trozo de madera sangra bajo el hacha, en un momento un ser innoblemente mutilado va a descubrirse bajo el caparazón reñoso. Cuando estoy completamente despierta recupero esa pesadilla si evoco los esqueletos animados de Calcuta o esas pequeñas vejigas de rostro humano: niños subalimentados. Sólo allí rozo el infinito: es la ausencia de todo y es consciente. Morirán y nada más habrá sido. La nada me espanta menos que lo absoluto de la desdicha.
Ya no tengo ganas de viajar por esta tierra vaciada de sus maravillas; si no se espera todo, no se espera nada. Pero me gustaría saber cómo continuará nuestra historia. Los jóvenes son futuros adultos pero me intereso por ellos; el porvenir está en sus manos, y si en sus proyectos reconozco los míos, me parece que mi vida se prolonga y más allá de mi tumba. Me gusta su compañía, pero el consuelo que me dan es dudoso; al perpetuar este mundo me lo roban. Micenas será de ellos, la Provenza y Rembrandt, y las plazas romanas. ¡Qué superioridad estar vivo! Todas las miradas que se han posando antes que la mía en la Acrópolis me parecen caducas. En esos ojos de veinte años, me veo ya muerta y embalsamada.
¿Qué veo? Envejecer es definirse y reducirse. Me he debatido contra las etiquetas, pero no he podido evitar que los años me aprisionen. Viviré mucho tiempo en ese decorado en que mi vida se ha ubicado, seré fiel a las antiguas amistades; aunque se enriquezca un poco, el lote de mis recuerdos permanecerá. He escrito algunos libros, no he escrito otros. A este respecto algo me desconcierta. He vivido tendida hacia el porvenir y ahora recapitulo el pasado; se diría que el presente ha sido escamoteado. Durante años he pensado que mi obra estaba ante mí y he aquí que está detrás; en ningún momento ha tenido lugar. [...] Aprendía, para poder algún día servirme de mi ciencia, pero he olvidado enormemente y, con lo que sobre, nada, no sé qué hacer. Al recordar mi historia me encuentro siempre más acá o más allá de algo que nunca se ha cumplido. Sólo he experimentado como una plenitud de mis sentimientos.
De todos modos el escritor tiene la oportunidad de escapar a la petrificación en los momentos en que escribe. Con cada nuevo libro que estreno, dudo, me descorazono, el trabajo de los años pasados está abolido, mis borradores son tan informes que me parece imposible proseguir la empresa. Hasta el momento –inadmisible, también aquí hay un corte– en que se hace imposible no acabarlo. Todas las páginas, todas las frases exigen una invención fresca, una decisión sin precedentes. La creación es aventura, es juventud y libertad.
Pero en cuanto abandono mi mesa de trabajo, el tiempo transcurrido se congrega detrás de mí. Tengo otras cosas en qué pensar; bruscamente tropiezo con mi edad. Esta mujer ultramadura es mi contemporánea: reconozco este rostro de muchacha demorada en una vieja piel. Ese señor canoso, que se parece a uno de mis abuelos tíos, me dice sonriendo que hemos jugado juntos en el Luxemburgo. “Usted me recuerda a mi madre”, me dice una mujer de unos treinta años. A cada paso, la verdad me asalta y no comprendo mediante qué ardid me alcanza desde afuera, cuando habita en mí.
La vejez: de lejos se la toma por una institución, pero es la gente joven la que súbitamente descubre que es vieja. Un día me dije: “¡Tengo cuarenta años!”. Cuando desperté de esta perplejidad tenía cincuenta. El estupor que entonces se adueñó de mí todavía no se ha disipado.
No consigo creerlo. Cuando leo Simone de Beauvoir, me hablan de una joven que soy yo. Cuando duermo, a menudo sueño que en sueños tengo cincuenta y cuatro años y que cuando abra los ojos tendré treinta. “¡Qué horrible pesadilla he tenido!”, se dice la joven despierta a medias. También a veces, antes de volver al mundo, un animal gigantesco se sienta en mi pecho. “¡Es cierto! ¡Lo que es cierto es la pesadilla de tener más de cincuenta años!” ¿Cómo algo que no tiene ni forma ni sustancia, el tiempo, puede oprimirme con un peso tan grande que ceso de respirar? ¿Cómo lo que no existe, el porvenir, puede calcularse tan implacablemente? Mi setenta y dos aniversario está tan próximo como el día de la liberación.
Para convencerme de ello no tengo más que ponerme ante el espejo. Un día, a los cuarenta años, pensé: “En el fondo del espejo me espía la vejez, y es fatal, me atrapará”. Me atrapó. Con frecuencia me detengo, asombrada, ante esa cosa increíble que me sirve de rostro. Comprendo a la Castiglione que había roto todos los espejos. Me parecía que me cuidaba poco de mi apariencia. De ese modo, la gente que come a gusto y se siente bien olvida su estómago; mientras he podido mirar mi figura sin disgusto, la olvidaba, la daba por sentada. Ahora detesto mi imagen: por encima de los ojos, el gorro, las bolsas abajo, la cara demasiado llena, ese aire de tristeza en torno a la boca que dan las arrugas. Tal vez la gente que se cruza conmigo no ve en mí más que a una quincuagenaria que no está ni bien ni mal, tiene la edad que tiene. Pero yo veo mi vieja cara infectada por una viruela de la que no me curaré.
También me infecta el alma. He perdido el poder que tenía para separar las tinieblas de la luz consiguiendo, al precio de algunos tornados, cielos radiantes. Mis rebeliones se desaniman por la inminencia de mi fin y la fatalidad de las degradaciones; pero también han palidecido mis felicidades. La muerte ya no está en la lejanía de una aventura brutal; asedia mi sueño y cuando estoy despierta siento su sombra entre el mundo y yo: ya ha comenzado. He aquí lo que no preveía; eso comienza pronto y corroe. Tal vez concluirá sin mucho dolor, cuando todas las cosas me hayan abandonado, de modo que esta presencia a la que no quería renunciar, la mía, ya no será presencia ante nada, no será nada y se dejará barrer con indiferencia. Uno tras otro han sido roídos, se rompen, se van a romper los lazos que me retenían en la tierra.
Sí, ha llegado el momento de decir: ¡nunca más! No soy yo la que me separó de mi vieja felicidad, es ella la que se separa de mí: los caminos de montaña se rehúsan a mi paso. Nunca más me desplomaré aturdida de fatiga, en el olor del heno; nunca más me deslizaré solitaria por la nieve de las montañas. Nunca más un hombre. Ahora, tanto mi cuerpo como mi imaginación han tomado partido. Pese a todo, es extraño no ser más un cuerpo; hay momentos en que esta extrañeza, por su carácter definitivo, me hiela la sangre. Lo que me aflige, mucho más que estas privaciones, es no encontrar en mí deseos nuevos; se marchitan antes de nacer, en ese tiempo rarificado que es desde ahora el mío. Antes los días se deslizaban lentamente, yo iba más deprisa que ellos, mis proyectos me llevaban. Ahora, las horas demasiado cortas me llevan a rienda suelta a la tumba. Trato de no pensar, dentro de diez años, dentro de un año. Los recuerdos se extenúan, los mitos se descascaran, los proyectos abortan en el huevo: yo estoy aquí y las cosas están allá. Si este silencio debe durar, ¡cuán largo me parece mi preve porvenir!
¡Y qué amenazas encierra! Lo único a la vez nuevo e importante que me puede acontecer es la desdicha. O veré morir a Sartre, o moriré antes que él. Es espantoso no estar aquí para consolar a alguien por la pena que le ocasionamos al abandonarlo; es espantoso que él nos abandone y se calle. Sin contar con la más improbable de las posibilidades, uno de esos destinos será el mío. A veces deseo terminar pronto para abreviar esta angustia.
Sin embargo, detesto aniquilarme tanto como antes. Pienso con melancolía en todos los libros leídos; en los lugares visitados, en el saber que he acumulado y que no será más. Toda la música, toda la pintura, toda la cultura, tantos lugares: súbitamente ya nada. No es miel, nadie se lamentará con ella. Por lo menos, si me leen, el lector pensará: ¡ella había visto cosas! Pero este conjunto, mi propia experiencia con su orden y sus azares –la Ópera de Pekín, la plaza de toros de Huelva, el candomblé de Bahía, las dunas de El Oued, la avenida Wabansia, las auroras de la Provenza, Toronto, Fidel Castro hablando ante quinientos mil cubanos, un cielo de azufre por encima de un mar de nubes, el haya purpúrea, las noches blancas de Leningrado, las campanas de la liberación, una luna anaranjada sobre el Pireo, un sol rojo ascendiendo sobre el desierto, Torcello, Roma, todas esas cosas de las que he hablado, otras de las que no he dicho nada –en ninguna parte resucitará. Si por lo menos hubiera enriquecido la tierra; si hubiera engendrado… ¿qué?, ¿una colina?, ¿una espiga? Pero no. Nada tendrá lugar. Vuelvo a ver el seto de avellanos que el viento balanceaba y las promesas con que enloquecía mi corazón cuando contemplaba esa mina de oro a mis pies, toda una vida por delante. Las he cumplido. Sin embargo, al volver una mirada incrédula a esa crédula adolescente, mido con estupor hasta qué punto he sido estafada.
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EPÍLOGO del libro LA FUERZA DE LAS COSAS

CLARICE LISPECTOR

Publicado en De Otros. el 9 de Febrero, 2012, 17:31 por MScalona

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AGUA  VIVA

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Clarice Lispector

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Ed El cuenco de plata,  p. 20-25

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¿Mi tema es el instante?, mi tema de vida. Busco estar a la par a de él, me divido  millares de veces en tantas veces como instantes que ocurren, fragmentaria que soy y precarios los momentos- sólo me comprometo con vida que nazca con el tiempo y que con él crezca: sólo en el tiempo hay espacio para mí.

 

 

Te escribo toda entera y siento un sabor en ser y el sabor a ti es abstracto como el instante. Es también con todo el cuerpo que pinto mis cuadros y en la tela fijo lo incorpóreo, yo cuerpo a cuerpo conmigo misma. No se comprende la música: se la oye. Óyeme entonces con tu cuerpo entero. Cuando vengas a leerme me preguntarás por que no me restrinjo a la pintura y a mis exposiciones, ya que escribo tosco y sin orden. Es que ahora siento necesidad de palabras- y es nuevo para mí lo que escribo porque mi verdadera palabra ha sido hasta ahora intocada. La palabra es mi cuarta dimensión.

 

Hoy terminé la tela de que te hablé: líneas redondas que se entrelazan en trazos finos y negros, y tú, que tienes el hábito de querer saber por qué- porque no me interesa, la causa es materia del pasado- preguntarás ¿Por qué trazos finos y negros? Es a causa del mismo secreto que me hace escribir ahora como si fuera a ti; escribo redondo, ovillado, y tibio, pero a veces frígido como los constantes frescos, agua del arroyo que tiembla siempre por si misma. ¿Lo que pinté en esa tela es pasible de ser fraseado en palabras? Tanto como la palabra muda pueda estar implícita en el sonido musical.

 

Veo que nunca te conté cómo escucho música- apoyo suavemente la mano en el tocadiscos y la mano vibra esparciendo ondas por todo el cuerpo: así oigo la electricidad de la vibración, sustrato último en el dominio de la realidad, y el mundo tiembla en mis manos.

 

 

Y así percibo que quiero para mí l sustrato vibrante de la palabra repetida en canto gregoriano. Soy consciente de que todo lo que sé no lo puedo decir, sólo lo sé pintando o pronunciando sílabas ciegas de sentido. Y si tengo aquí que usarte palabras, ellas tienen que tener sentido casi sólo corpóreo, estoy en lucha con la vibración última. Para decirte mi sustrato hago una frase de palabras hechas sólo de los instantes-ya. Lee entonces mi invento de pura vibración sin otro significado que el de cada sílaba sibilante, lee lo que ahora sigue: “con el correr de los siglos perdí el secreto de Egipto, cuando me movía en longitud, latitud y altitud con acción energética de los electrones, protones, neutrones, en la fascinación que es la palabra y su sombra”. Eso que te escribí es un dibujo electrónico  y no tiene pasado ni futuro: es simplemente ya.

 

También tengo que escribirte porque tu lugar es de las palabras discursivas y no el derecho de mi pintura. Sé que son primarias mis frases, escribo con demasiado amor por ellas y ese amor suple las faltas, pero demasiado amor perjudica los trabajos. Éste no es un libro porque así no se escribe. ¿Lo que escribo es sólo un clímax? Mis días son un solo clímax: vivo al límite.

 

Al escribir n puedo fabricar como en la pintura, cuan do fabrico artesanalmente un color. Pero estoy intentando escribirte con todo el cuerpo, enviando una flecha que se clava en el punto tierno y neurálgico de la palabra. Mi cuerpo incógnito te dice: dinosaurios, ictiosauros, y plesiosauros, con sentido sólo auditivo, sin  que por eso se tornen paja seca, y sí húmeda. No pinto ideas, pinto el más inalcanzable “para siempre”. O “para nunca”, es lo mismo. Antes que nada, pinto pintura. Y antes que nada, te escribo dura escritura. Quiero algo así como poder tomar con la mano la palabra. ¿La palabra es objeto? Y a los instantes sacarles el zumo de fruto. Tengo que destituirme para alcanzar el núcleo y la simiente de vida. El instante es simiente viva.

 

La armonía secreta de la desarmonía: quiera, no lo que está hecho, sino lo que tortuosamente todavía se hace. Mis desequilibradas palabras son el lujo de mi silencio. Escribo por acrobáticas y aéreas piruetas- escribo por profundamente querer hablar. Aunque escribir sólo esté dándome la gran medida del silencio.

 

 

Y si digo “yo” es porque no oso decir “tu”, o  “nosotros”, o “una persona”. Estoy obligada a la humildad de personalizarme apequeñándome pero soy el eres-tú.

 

Si: quiero la palabra última que también es tan primera que se confunde con la parte inalcanzable de lo real. Todavía tengo miedo de alejarme de la lógica porque caigo en lo instintivo y en lo directo, y en lo futuro: la invención de hoy es mi único medio de instaurar el futuro. Desde ya es futuro, y cualquier hora es la hora señalada. ¿Qué mal sin embargo hay en alejarme de la lógica? Estoy lidiando con la materia  prima. Estoy detrás de lo que queda detrás del pensamiento. Inútil querer clasificarme: yo simplemente me escabullo no permitiéndolo, el género ya no me atrapa más. Estoy en un estado muy nuevo y verdadero, curioso de sí mismo, tan atrayente  y personal a punto de no poder pintarlo o escribirlo. Se parece a los momentos que tuve contigo, cuando te amaba, más allá de los cuales no pude ir pues fui al fondo de los momentos. Es un estado de contacto con la energía circundante y me estremezco. Una especie de loca, loca armonía. Sé que mi mirada debe ser la de una persona primitiva que entrega toda al mundo, primitiva como los dioses que solo admiten vastamente el bien y el mal y no quieren conocer el bien ovillado como en cabellos en el mal, el mal que es bueno.

 

Fijo instantes súbitos que traen en sí la muerte propia y otros nacen: fijo los instantes de metamorfosis y es terrible belleza su secuencia y concomitancia.

 

Ahora está amaneciendo  y la aurora es de neblina blanca en las arenas de la playa. Todo es mío, entonces. Apenas toco los alimentos, no quiero despertarme más allá del despertar del día. Voy creciendo con el día que al crecer me mata cierta vaga esperanza y me obliga a mirar cara a cara el duro sol. La brisa sopla y desacomoda mis papeles. Oigo ese viento de gritos, estertor de pájaro abierto en vuelo oblicuo. Y yo aquí me obligo a la severidad de un lenguaje tenso, me obligo a la desnudez de un esqueleto blanco que está libre de humores. Pero el esqueleto es libre de vida y mientras vivo me estremezco toda. No lo lograré la desnudez final. Y todavía no la quiero, por lo que parece.

 

Ésta es la vida vista por la vida. Puede no tener sentido pero es la misma falta de sentido que tiene la vena que late. 

 

 

 

 

 

GLORIA GUERRERO a Spinetta

Publicado en homenaje el 9 de Febrero, 2012, 11:56 por MScalona

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AGUA

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Por Gloria Guerrero

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www.pagina12.com.ar

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Y ahora por qué. Y cómo. Todos hablan ahogados.

Y vivimos remando contracorriente los tontos, los locos lindos, y a los que nadan contracorriente el río los lleva igual –se sabe–; igual los arrastra. Pero a los otros, a los que reman fácil y a favor de la corriente, a los que creen que no están siendo arrastrados, el río también los arrastra.

Pero Luis no rema.
Luis es el río.
Toda el agua está detrás de él, y delante de él.

Cuando alguien ha llorado mucho y demasiado, suele decirse que “ya no quedan lágrimas”.
No quedan lágrimas ahora, pero queda todo un río.

Artículos anteriores en Febrero del 2012

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-