Enero del 2012
Publicado en relatos el 31 de Enero, 2012, 16:06
por MScalona
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http://minarrativayminarciso.blogspot.com/2012/01/normal-0-21-false-false-false.html
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Va a venir a visitarme. Antes llama para preguntarme si voy a estar o si tengo otra cosa que hacer que le diga y viene otro día, no tiene problema. Casi que hasta mejor, confiesa, porque con semejante calor se quedaría en su casa si no fuera porque tiene que aguantar a ese otro. Entiendo que mi cuñado está cerca oyéndola y que cuando ella venga y yo le pregunte por él me dirá que aquel otro se quedó allá, de la pileta a la computadora o trabajando, como siempre. Ni risa le da cuando la recibo contándole que su marido ha dejado de llamarse por su nombre para empezar a ser éste otro. Aunque sigue siendo el único y el mismo, ya hace tiempo que dejó de referirse a él por su nombre. Preparo el mate y ella insiste en que no hace calor acá adentro pero yo estoy tan sofocada por la soledad de mi propio departamento que le ruego carguemos el termo hasta la plaza. Siento pena. Al principio, no. De a ratos me enojo con su terquedad y termino sangrando dos dedos de tanto masticar las cutículas. Los escondo adentro de la mano y la transpiración salada me hace arder más. Agarro un mate y lo mancho, ve las heridas y me reta. Al ratito me pregunta por que me hago así, no entiende que me lastime sin darme cuenta. No quiere irse de vacaciones, lo que le gustaría es no estar en su casa por unos días… Con tres se conforma. Yo quiero viajar, pero en el tiempo. Sin llevarme el dedo a la boca y con la misma mano me arranco el pedacito de piel que quedó pendiente. La realidad ni siquiera se descuelga: estamos solas. Para burlar a mami vos elegiste un casamiento no consentido y yo la bisexualidad. Nos merecemos esta soledad que nos pasa… No por desobediencia sino porque elegimos en su contra y no a nuestro favor. Tampoco se lo digo. Ella se pone a mirar el mismo perro que estoy mirando yo y se empieza a reír. Entonces la miro y me sonrío acompañándola en el gesto, para que no se quede sola con la risa ni con la desolación que nos hermana este sábado de tanto tanto calor…
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Publicado en De Otros. el 30 de Enero, 2012, 13:14
por MScalona

El hecho de una revolución surrealista en las cosas es aplicable a todos los estados del espíritu, a todos los géneros de la actividad humana, a todos los estados del mundo en medio del espíritu, a todos los hechos de moral establecida, a todos los órdenes del espíritu. Esta revolución apunta a una desvalorización general de los valores, a la depreciación del espíritu, a la desmineralización de la evidencia, a una confusión absoluta y renovada de las lenguas, al desequilibrio del pensa-miento. Apunta a la ruptura y la descalificación de la lógica a la que perseguirá hasta la extirpación de sus reductos primitivos. Apunta a la reclasificación espontánea de las cosas según un orden más profundo y más preciso, e imposible de dilucidar mediante la razón ordina-ria, pero de todos modos un orden, y sensible a cierto sentido..., pero igualmente sensible y un orden que no forma del todo parte de la muerte. Entre el mundo y nosotros, la ruptura está claramente establecida. Nosotros no hablamos de hacernos comprender, sino en el interior de nosotros mismos, con rejas de angustia, con el filo de una obstinación encarnizada, conmocionamos, desequilibramos el pensamiento. La oficina central de las investigaciones surrealistas dedica todas sus fuerzas a la reclasificación de la vida. Hay que instituir una filosofía de] surrealismo, o lo que pueda surgir. Para hablar claro no se trata de establecer cánones o preceptos, sino de encontrar: 1) Medios de investigación surrealista en el pensamiento surrealista. 2) Fijar parámetros, medios de reconocimiento, conductos, islotes. Podemos, debemos admitir hasta cierto punto una mística surrealista, un cierto orden de creencias evasivas en relación con la razón ordinaria, pero sin embargo bien determinadas, relativas a puntos bien precisos del espíritu. El surrealismo, más que creencias, registra un cierto orden de repulsiones. El surrealismo es ante todo un estado del espíritu, no preconiza recetas. El primer punto es ubicarse en el espíritu. Ningún surrealista está en el mundo, se piensa en el presente, cree en la eficacia del espíritu-espolón, el espíritu guillotina, el espíritu-juez, el espíritu-doctor y resueltamente se confía del lado del espíritu. El surrealismo ha juzgado al espíritu. No hay sentimientos que formen parte de él mismo, no se reconoce ningún pensamiento. Su pensamiento no le fabrica un mundo al que razonablemente acepta. Desespera de alcanzar el espíritu. Pero al fin y al cabo está en el espíritu, se juzga desde el interior, y ante su pensamiento el mundo no pesa excesivamente. Pero en la intermitencia de cierta pérdida, de cierta falencia en sí mismo, de cierta reabsorción instantánea del espíritu, verá aparecer la bestia blanca, la bestia vidriosa y que piensa. Porque es una Cabeza, la única Cabeza que emerge en el presente. En nombre de su libertad interior, de las exigencias de su paz, de su perfección, de su pureza, escupe sobre ti, mundo librado a la insensibilizadora razón, al mimetismo empantanado de los siglos, y que ha construido tus casas de palabras y establecido tus repertorios de preceptos donde es imposible que el espíritu surreal no explote, el único capaz de desenraizarnos. Estas notas que los imbéciles juzgarán desde el punto de vista de lo serio y los astutos desde el punto de vista de la lengua, son uno de los primeros modelos, uno de los primeros aspectos de lo que entiendo por la Confusión de mi lengua. Están dirigidas a los confusos de espíritu, a los afásicos por interrupción de la lengua. Y, sin embargo, están justo en el centro de su objeto. Aquí no comparece el pensamiento, aquí el espíritu deja ver sus miembros. Son notas imbéciles, notas primarias como dice aquel otro, "en las articulaciones de su pensamiento". Pero notas verdaderamente precisas. Un espíritu bien ubicado descubrirá en ellas un perpetuo resurgimiento de la lengua, y la tensión después de la ausencia, el conocimiento del desvío, la aceptación de lo mal formulado. Estas notas desprecian la lengua, escupen sobre el pensamiento. Y, sin embargo, entre las fallas de un pensamiento humanamente mal construído, desigualmente cristalizado, brilla una voluntad de sentido. La voluntad de aclarar los desvíos de una cosa aún mal hecha, una voluntad de creencia. Aquí se instala cierta Fe, pero que lo coprolálicos me entiendan, los afásicos y en general todos los desacreditados por las palabras y el verbo, los parias del Pensamiento. Hablo sólo para ellos.
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A.A.
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Publicado en homenaje el 28 de Enero, 2012, 12:31
por MScalona
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por IVANNA SOTO, revista Ñ, www.clarin.com
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Un escritor al que no le interesaba la literatura -como solía decir-, que aprendió de su vida nómade siguiendo a su padre electrotécnico por las distintas ciudades del interior. Fue él, que nació un día de Reyes de 1943 en la calle Alem de Mar del Plata, mientras Borges y Bioy Casares imaginaban las historias de Isidro Parodi, que nunca terminó el secundario, que no cumplió el sueño de sus padres de ser ingeniero ni el suyo de ser futbolista. Soriano, el escritor, el periodista, el cinéfilo, el fanático, “El Gordo”, que creció entre los paisajes y amistades que podían ofrecerle Mar del Plata, luego Tandil, San Luis, Río Cuarto, Río Negro, jugando a las barajas, refugiándose en el cine y el fútbol. Se hizo de San Lorenzo, sin importar lo que eso significaba en una provincia, sin nunca pensar en otra camiseta. Quizás ya entonces se gestaban los gérmenes de esa intensa provocación que caracterizaría siempre a Osvaldo Soriano.
Ya pasaron 15 años. Soriano no está. Pero no deja de estar presente. Ni él, ni el periodista de Triste, solitario y final, ni su Andrés Galván y Tony Rocha, ni su Julio Carré, ni sus artistas, locos y criminales, ni sus rebeldes, soñadores y fugitivos, ni sus piratas, fantasmas y dinosaurios. No deja de estar, pese a los críticos y académicos que desdeñaron sus historias y su estilo.
Le gustaban los libros. Amaba a Arlt, a Cortázar y a Chandler. También a Simenon y a Greene, cuyas muertes, dijo, “lloró como un chico”. Su iniciación a la lectura fue con Soy leyenda, de Richard Matheson, en 1961. Y luego siguió: los clásicos del siglo XIX, los rioplatenses, los americanos, los clásicos de nuevo, implantando una lectura de orden caótico que lo seguiría toda su vida.
Así como empezó a leer, también empezó a escribir, en la oficinita de una metalúrgica de Tandil, mientras trabajaba de sereno. Se sentaba en la máquina y tipeaba hasta el amanecer sus “primeros cuentitos, muy cortazarianos”. Y nunca más pudo escribir de día. Ya en Tandil, entre reuniones de café de intelectuales socialistas, dejó de pensar en fútbol y decidió ser escritor. Ahí consiguió su primer trabajo como periodista en El Eco de Tandil. Y arrancó: llegó a Buenos Aires en 1969 detrás de una nota sobre Semana Santa encargada por Osiris Troiani, para después seguir con sus crónicas en Panorama y La Opinión, luego durante su exilio en medios europeos como Il Manifiesto y Le Canard Echainé, y en su retorno al país, en Página/12. Las vueltas de la vida: ya como periodista, volvió a recorrer las ciudades y pueblos del interior que había recorrido durante su infancia.
Fue en 1973 cuando irrumpió en la literatura con Triste, solitario y final. Apenas ocurrido el golpe de estado de 1976 se fue a Bélgica y de ahí a París, donde vivió hasta 1983, cuando regresó al país. “Las únicas dos veces que elegí realmente dónde vivir fueron la primera vez que llegué a Buenos Aires y cuando volví del exilio”, dijo alguna vez. Cuando salió de Buenos Aires nadie lo perseguía. Pero “era mejor estar equivocado con la dictadura que tener razón obedeciéndola”. Viajó y se quedó defendiendo a los exiliados y denunciando la desaparición de personas, que siguió acá, orgulloso, hasta sus últimos días, como cuando escribió para la conmemoración de los veinte años de la dictadura: “Fui, con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros mejores que yo, uno más de lo que los militares llamaban ‘campaña antiargentina’”.
Y por esa época conoció a Osvaldo Bayer, personalmente. En realidad lo había conocido antes, ya que “como siempre con las muy buenas amistades, empezó con una pelea”, cuenta Bayer, a sus 84 años, mientras explora por primera vez las posibilidades del Skype en una entrevista con Ñ Digital desde Linz Am Rhein. Él investigaba sobre Severino Di Giovanni -el anarquista fusilado por la dictadura de Uriburu-, cuando salió una nota firmada por Osvaldo Soriano sobre el mismo anarquista que decía exactamente lo contrario. Entonces, claro, Bayer llamó furioso a la revista, y habló, por primera vez, con ese tal Soriano. “Soriano, mucho gusto”, se presentó. “¿Sabe lo que quiero decirle a usted? Usted es poco hombre”. Eso entre otros improperios. Y pasaron varios años, a Bayer le tocó ir al exilio, y en la Feria del Libro de Frankfurt se encontró nuevamente con Soriano, que estaba con el editor Daniel Divinsky. Pero a esa altura, lo de Di Giovanni estaba olvidado para Bayer. “¿Lo conocés a Osvaldo Soriano?”, dice Divinsky. “Sí, mucho gusto, ahora lo conozco personalmente”, contesta Bayer, “Su libro es magnífico, es un gran escritor”. Entonces Soriano lo mira y le dice: “Sí, pero yo soy poco hombre”. Tras cuestiones aclaradas, a partir de ese momento fueron los mejores amigos.
Fue también por esos años cuando se conoció en el país No habrá más penas ni olvido -llevada al cine por Héctor Olivera- y se publicó Cuarteles de invierno, que venía de ser considerada mejor novela extranjera en Italia y fue adaptada al cine dos veces. Pero fue en Argentina, tras su imposibilidad de escribir desde el exilio, cuando lanzó A sus plantas rendido un león, Una sombra ya pronto serás -llevada al cine en 1994 otra vez por Olivera-, El ojo de la patria, La hora sin sombra y su libro para chicos, El negro de París. Y también los cuatro volúmenes con sus mejores crónicas periodísticas: Artistas, locos y criminales (1984), Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988), Cuentos de los años felices (1993) y Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996).
La fascinación que ejercía sobre los lectores se tradujo en enormes ventas y en traducciones a distintos idiomas en el extranjero. “Sus libros demuestran una gran profundidad de todo tipo, una sabiduría popular escrita en un idioma absolutamente popular. Y eso es lo que lo hizo triunfar tanto”, afirma Bayer. “Lo que más valor tiene es que el lector común tiene a su escritor querido, porque Soriano se metía bien en las venas de los barrios porteños, en las venas de lo que es el argentino. Nadie como él ha descrito al porteño con esa profundidad”. Fue ese particular pacto con los lectores lo que lo convirtió en el autor argentino vivo más leído de su época. Con su literatura enfrentó a los argentinos con su identidad. Como dijo Bioy Casares, un argentino que escribía como un argentino. Un novelista atípico. “En el fondo, mis libros plantean por infinitésima vez en la literatura argentina el problema de la identidad. Por eso mis personajes son contradictorios y se parecen tanto a los comunes mortales”, diría alguna vez. Conciencia civil, democrática y política, un intuitivo que montó un mundo de perdedores sentimentales, una suerte de flâneurs tragicómicos que vagan por los pueblos en busca de sí mismos.
Soriano, con Bayer, David Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa, conformó un grupo de escritores que se reunía los jueves en “el Tugurio” -como Soriano apodó a la casa de Bayer. Era un provocador. “Siempre llegaba más tarde a las reuniones y largaba un tema para que se agarraran en la discusión Viñas y Rozitchner. Y siempre se agarraban tremendamente, a los gritos. Entonces Soriano levantaba la copa y brindaba sonriente, porque otra vez había triunfado”, recuerda Bayer. “Lo que hubiera hecho, lo que hubiera escrito si hubiera vivido”.
Como Soriano escribió alguna vez: “Un escritor está siempre igual de solo que un corredor de maratón. De esa soledad debe sacarlo todo: música celeste y ruido de tripas. Y también la peregrina ilusión de que un día, alguien decida abrir su libro para ver si vale la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras”.
Y no hay duda de que vale la pena.
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Publicado en De Otros. el 28 de Enero, 2012, 11:25
por MScalona

Buenos Aires, 1874-1952
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HAY UN MORIR
No me lleves a sombras de la muerte a donde se hará sombra mi vida, donde sólo se vive el haber sido. ... No quiero el vivir del recuerdo. Dame otros días como éstos de la vida. Oh no tan pronto hagas de mí un ausente y el ausente de mí. ¡Que no te lleves mi Hoy! Quisiera estarme todavía en mí.
Hay un morir si de unos ojos se voltea la mirada de amor y queda sólo el mirar del vivir. Es el mirar de sombras de la Muerte. no es Muerte la libadora de mejillas, esto es Muerte: Olvido en ojos mirantes.
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Macedonio Fernández en Relato, cuentos, poemas y misceláneas (O.C., Volumen 7)
EDIT. CORREGIDOR
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Publicado en General el 27 de Enero, 2012, 14:03
por MScalona

ANDREA OCAMPO, poeta, periodista, editora de Rosario
es el 3º Jurado de nuestro concurso de cuentos de verano,
sumándose entonces a BEA VIGNOLI y un servidor.... Marce
--------- algunos poemas de ANDREA OCAMPO
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SEÑORAS
señoras gordas escriben poemas a sus enredaderas modelan aburridas la arcilla del que muere y destejen otra vuelta del ámbar tapiz que memora ese tiempo feliz (siempre pasado) donde todas fuimos jóvenes y hermosas
_ MUJER ADULTA
si al menos estos años hubieran merecido la paciencia o la esperanza y no calcular cuántas horas de insomnio van del sarcasmo a la depresión y entender que cuando la vida pierde todo sentido, aún quedan los electrodomésticos
_ ABUELA
Ahora tiene las ideas enhebradas con hilos débiles. Una fragilidad que duele en los huesos y se contagia a los objetos como un barniz transparente y tangible. Sus ojos me ven de un modo que no recuerdo. Para ella las paredes son de un material viscoso y permeable. Comunican a habitaciones inventadas, estaciones de la infancia, viajes en primavera. El hombre que ama desde siempre le dice en sueños que la espera pero no todavía. Me atan a esa mujer incontables tardes de canasta, largas rutas de crochet y la infinita gratitud de saber que hay un lugar donde siempre soy bienvenida.
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n “2º Edición y Sueltos”, Editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2004 _ Andrea Ocampo nació en 1968 en Avellaneda, Buenos Aires, y reside en la ciudad de Rosario desde 1970. _
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Publicado en videos el 27 de Enero, 2012, 13:09
por MScalona
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IRENE GRUSS
Publicado en De Otros. el 27 de Enero, 2012, 12:19
por MScalona

jinetes del apocalipsis
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No hay lugar para la huida, ángel del deseo. Ellos, que dicen que son fantasmas, siguen haciendo malas artes, influyen, lo hacen bien, estorban la huida, ángel del deseo. Me corrompen. Adonde fuera, el sol o la lluvia me perseguirían como un testigo; adonde me quedara, ellos, que dicen que son fantasmas, mandarían cartas anónimas, desapasionadas o donde la pasión ocupa un lugar antiguo, de pacotilla. Ahora, dicen, el cielo se resquebraja tanto como el suelo, la gente lee libros trágicos, sueña con llanuras que parecen desiertos. Ahora, dicen, todo ha terminado. Y yo quería un lugar, un toque de infancia, una frase verdadera.
De La mitad de la verdad. Obra poética reunida 1982/2007.

Mientras tanto -
Yo estuve lavando ropa mientras mucha gente desapareció no porque sí se escondió sufrió hubo golpes y ahora no están no porque sí y mientras pasaban sirenas y disparos, ruido seco yo estuve lavando ropa, acunando, cantaba, y la persiana a oscuras. -
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Conté con los dedos de mi mano las veces que tuve, no las que amé. Las yemas de los dedos se quedaron mirándome, las líneas de la mano rieron (¿amé lo que tuve? ¿Quise decir quiero un poco de esto o de aquello, gané, perdí semejante generosidad?). Ahora que me aferro a lo que tengo -como a un poco de nada-, veo líneas que una burla desecha, y lenta, tiernamente abro el puño, dejo caer la arena, vuelvo a tomarla.
De Solo de contralto.
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NICOLÁS DOFFO lee "El Molino"
Publicado en Sugerencias. el 26 de Enero, 2012, 14:37
por MScalona

en el sitio de SONIDOS DE ROSARIO,
está esta lectura que hace Nicolás de un fragmento de su
novela EL MOLINO, premiada en el último concurso municipal
De Rosario, "MANUEL MUSTO"
clickar allí:
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http://www.sonidosderosario.com.ar/salon-de-lectura-audios.php?audio=64|Doffo,%20Nicol%C3%A1s
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Nicolás Doffo nació en Casilda (Santa Fe) en 1983. Vive en Rosario. Publicó la novela colectiva Apucheta, crónicas del barro (2010) y la novela El Molino (2010), que obtuvo una mención especial en el Concurso Musto de Novela de Rosario. Además colaboró con diversas antologías y publicaciones.
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FEDERICO TINIVELLA
Publicado en De Otros. el 26 de Enero, 2012, 12:17
por MScalona
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poeta, fotógrafo y narrador rosarino.
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http://federicotinivella.blogspot.com/
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Máscaras fabriqué
sobre las cavidades de un cuerpo
quité pastillas de un frasco
vos andabas por ahí
fumando un febrero de hastío
como una luciérnaga
que se apaga
en los deseos de mi mirada.
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La cámara se apaga,
hay un reloj colgado en una pared muerta
un desierto colgado en la pared.
Te veo en un cuadro,
te desvisto así, en la pared
o en la otra cara que da a una ventana perdida.
Laten las voces
las agujas
las manos que miraba en la penumbra
de un desierto inacabado.
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Mañana sabré de esos ojos
que ya no imagino
hoy sé del secreto que esconden
cuando dejan de mirar,
cuando se apagan.
Las gotas en el espejo
hablan de las gotas
que en tu cara dejé olvidadas
cuando pretendía en la lluvia
encontrarte.
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Estabas tomándole la mano al viento
soltándote
purpureabas en histriónicas transiciones
de geisha suburbana.
Acarició la tarde nuestro jardín
los pájaros fueron entonces calesitas incendiadas.
Así, luego de abrazar el aire
se disparó tu boca al infinito
y no hubo más remedio que resignarse,
escribir sobre el tiempo
palabras al oído.
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Del poemario OTRO PASTO
Ed. Fundación Ross
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WISLAWA SZYMBORSKA, Nóbel ´96
Publicado en De Otros. el 25 de Enero, 2012, 21:09
por MScalona
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Amor a primera vista
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Ambos están convencidos de que los ha unido un sentimiento repentino. Es hermosa esa seguridad, pero la inseguridad es más hermosa.
Imaginan que como antes no se conocían no había sucedido nada entre ellos. Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?
Me gustaría preguntarles si no recuerdan -quizá un encuentro frente a frente alguna vez en una puerta giratoria, o algún “lo siento” o el sonido de “se ha equivocado” en el teléfono-, pero conozco su respuesta. No recuerdan.
Se sorprenderían de saber que ya hace mucho tiempo que la casualidad juega con ellos,
una casualidad no del todo preparada para convertirse en su destino,
que los acercaba y alejaba, que se interponía en su camino y que conteniendo la risa se apartaba a un lado.
Hubo signos, señales, pero qué hacer si no eran comprensibles. ¿No habrá revoloteado una hoja de un hombro a otro hace tres años o incluso el último martes?
Hubo algo perdido y encontrado. Quién sabe si alguna pelota en los matorrales de la infancia.
Hubo picaportes y timbres en los que un tacto se sobrepuso a otro tacto. Maletas, una junto a otra, en una consigna. Quizá una cierta noche el mismo sueño desaparecido inmediatamente después de despertar. Todo principio no es mas que una continuación, y el libro de los acontecimientos se encuentra siempre abierto a la mitad.
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Fin y principio
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Después de cada guerra alguien tiene que limpiar. No se van a ordenar solas las cosas, digo yo.
Alguien debe echar los escombros a la cuneta para que puedan pasar los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse entre el barro, las cenizas, los muelles de los sofás, las astillas de cristal y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga para apuntalar un muro, alguien poner un vidrio en la ventana y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco y requiere años. Todas las cámaras se han ido ya a otra guerra.
A reconstruir puentes y estaciones de nuevo. Las mangas quedarán hechas jirones de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos recordará todavía cómo fue. Alguien escuchará asintiendo con la cabeza en su sitio. Pero a su alrededor empezará a haber algunos a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces encuentre entre hierbajos argumentos mordidos por la herrumbre, y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían de qué iba aquí la cosa tendrán que dejar su lugar a los que saben poco. Y menos que poco. E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra causas y consecuencias seguro que habrá alguien tumbado, con una espiga entre los dientes, mirando las nubes.
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La realidad exige…
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La realidad exige que lo digamos bien claro: la vida sigue su curso. Sucede así en Cannas y en Borodinó, en los llanos de Kosovo y en Guernica.
Hay una gasolinera en una pequeña plaza de Jericó, hay bancos recién pintados cerca de Bila Hora. Las cartas van y vienen entre Pearl Harbor y Hastings, pasa un camión de muebles bajo la mirada del león de Queronea y solo un frente atmosférico amenaza los florecientes jardines cercanos a Verdún.
Hay tanto de Todo que lo que hay de Nada queda muy bien cubierto. De los yates de Accio llega la música y en la cubierta, al sol, bailan las parejas.
Pasan siempre tantas cosas Que seguro tienen que pasar en todas partes. Donde hay piedra sobre piedra hay un carro de helados cercado por los niños.
Donde estaba Hiroshima de nuevo está Hiroshima y se siguen produciendo objetos de uso cotidiano.
No le faltan encantos a este hermoso mundo ni tampoco amaneceres para los que merece la pena despertar.
En los campos de Macejowice La hierba es verde, y en la hierba, como pasa en la hierba, la escarcha, transparente.
Quizá no haya un lugar que no haya sido un campo de batalla, los aún recordados, los hoy ya olvidados, bosques de cedros y bosques de abedules, nieves y arenas, pantanos irisados y barrancos de negro fracaso donde en caso de urgencia satisfacemos ahora nuestras necesidades.
Qué moraleja sale de todo esto: parece que ninguna. Lo que de verdad sale es la sangre que seca rápida y siempre algunos ríos, algunas nubes.
En esos desfiladeros trágicos el viento se lleva los sombreros, y es inevitable: la imagen nos da risa.
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Los tres poemas integran “Fin y principio”, de 1993 Versiones de Abel A. Murcia
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SZYMBORSKA, es polaca (1923) y obtuvo el
Premio Nóbel de Literatura en 1996.-
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ARTURO CARRERA
Publicado en De Otros. el 24 de Enero, 2012, 13:35
por MScalona

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(Un Mapa… 13 de marzo ’85)
Más mapas
sólo para atenuar
la precisión de una
pulsión incierta,
parecida al morir
Y sólo para fingir
saber dónde se juega
y baila y enferma y
muere.
Pequeño saber y amor
que ellos advirtieron
pero que no experimentaron
como masa: la ojiva de
los niños
Rincón que se maquilla
para disimular
una convexidad
que nos ahuyenta
y mata.
O simplemente, insistir,
como al perfumar furiosamente
los yelmos antes del combate:
para impedir el hedor que despedirían
sus cadáveres…
O escribir como perfumar
el yelmo. Bajo el terco sentido
de una extensión
infinita.
Tregua del Gran Vidrio del campo.
Y después, sólo el vidrio
común,
la muerte como espera fragante,
sosegada.
(Los recuerdos con nudos, 18 de abril ’85)
¿Te acordás?
No tengo memoria sino
De súbitos desentierros,
De hundir la mano en la arena
Y hallar una bombilla de oro,
Y al instante,
Extraviar el deformado anillo
Mordido por los gatos.
No tengo más memoria sino
Por súbitos atisbos de sentido
Lacunares en la sórdida tensión
De un momento en que se escucha
(o en que todos escuchan y advierten
La voz de un ausente en el hollín
De lo que digo…)
¿Te acordás?
Un tiempo que se desmultiplica
Desmultiplicándome
A mí,
Como padre y como hijo,
Como desenterrador y desenterrado
De un lugar, un juguete pasional,
De un delicioso momento
En la memoria imantado.
¿Te acordás?
Y ahí todo lo que se retuerce
En el te acordás repetido
Como un beso en su sello cotidiano
Pero ignoto; acústico pero muy mudo,
Apasionado: ¿te acordás?
La impostura
La impronta:
El delicioso momento de
Atisbar lo entintado
Y lo que caligráficamente apunta
A desnaturalizar lo escrito,
Dormido en lo calcado.
Del libro EL VESPERTILLO DE LAS PARCAS
Ed Tusquets
CARRERA nació (1948) en Cnel Pringles, B.A., Argentina
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ARIEL ZAPPA en Página/12
Publicado en Cuentos el 23 de Enero, 2012, 13:13
por MScalona
Mi vida privada
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Lo que se leerá a continuación no es más que la defensa pública de mi pudor, mi derecho a réplica y defensa a ultranza de mi intimidad. Bien sabido es que, desde que mi persona se convirtió en figura pública, hice de la discreción una disciplina. Proteger mi vida y la de mi entorno familiar se convirtió en una obsesión. Pero lo que sucedió en los últimos días ha desbordado límites inimaginables. Han burlado la seguridad de mi celular, mi iPad y mis computadoras portátiles, todos los sitios que poseo en las redes sociales han pasado a ser ventanas indiscretas, las cuales pueden ser visitadas por cualquier entidad con categoría de ciudadano y postear cuanta ignominia le parezca. Esto me ha traído perjuicios sumamente graves que detallaré. A saber:
1. Hace quince días el diario Truenodigital.com publicó en portada una foto donde un grupo de hombres posan de espalda y desnudos en el vestuario de un conocido club de paddle de la ciudad. Bajo el título "No hay más hombres", el citado pasquín insinuaba que "los profesionales de renombre que posan, llegaron al club para cambiarse de ropa y entrar a la cancha, cosa que nunca sucedió puesto que pasaron allí todo el tiempo, entrando y saliendo de las duchas, entonando canciones de Ricky Martin y vociferando epítetos de alto contenido erótico". Es mentira. Todos somos hombres de trabajo y distraernos dos horas por día jugando paddle no es más que pretender despejarse de la abrumadora tarea diaria. En consecuencia, solemos precalentar dentro del vestuario haciéndonos bromas y chanzas a las cuales los hombres somos tan proclives. Es más, invitamos al fotógrafo a sumarse y lo hizo de muy buena gana, pero curiosamente, esas fotos no se publicaron.
2. En el transcurso de la semana ha circulado por e-mail una serie de fotos en la que aparezco escribiendo desnudo en el escritorio de una habitación de mi casa. Ese lugar es el nido donde acudo siempre en busca de las musas que me son tan remisas. La curiosidad que contienen esas imágenes es que -sobre mi pelvis, y algo tapada por mi vello- asoma la cara de una jovencita arrodillada. Es cierto que el autor de la foto soy yo. Es cierto que estoy desnudo y que ese fin de semana mi familia se ausentó en viaje de vacaciones a Uruguay. Reconozco que la cara de la joven es de una compañerita de mi hija mayor. La trampa del Photoshop es, a todas luces, irrefutable. Toda esta artimaña tiene que ver, lisa y llanamente, con mi posicionamiento profesional en estos últimos años. Sacarme fotos desnudo, sintetiza la búsqueda de ese espíritu del escritor tribal, primitivo, que se despoja de toda armadura y se muestra tal cual es.
3. Sabido es que el nucleamiento de escritores que presido se reúne todos los viernes a las 23, en una cantina cercana al puerto. De allí se han filtrado fotos donde pueden percibirse rayones de color blanco atravesando el mantel bermellón que, desde arriba, componen la palabra "haceme un pete" y que la prensa amarillista ha titulado: "La cocaína reina en el ambiente literario". Reconozco que las mujeres que están sentadas a la mesa lucen ligeras de ropa.
Aclaración I: si bien aparece un pelado en el grupo, no soy yo el que porta una prenda íntima femenina en la cabeza. Aclaración II: de allí a asegurar que son prostitutas hay un paso muy grande.
Igual de indignante es la marca de agua que atraviesa las imágenes con el dominio de una web denominada Potrasencelo.com. Definitivamente, nunca hemos consumido dicha sustancia de esa manera. Que hubieran encontrado cannabis, vaya y pase, (con el perdón de la última palabra). Hace tiempo afirmé en una publicación que "todo el mundo sabe que fumar esa hierba ha sido del gusto de la mayoría de los artistas de mi generación", lo cual me causó una andanada de demandas judiciales por parte de los que, hasta ayer, fueron mis colegas. Por ello, me juré nunca más decir esto en público.
4. El hecho que más dramatismo ha desatado en mi familia data de una semana atrás. Los ciberintrusos han hackeado una netbook y, en este caso, la víctima ha sido mi madre. El sitio web Laverdadelamilanesa.com ha publicado una cantidad de e?mails y denunciado que, por parte de mi familia, hubo una oferta de dinero para que no salieran a la luz. Nada más alejado de la realidad. Mi madre tiene el derecho de recibir correos electrónicos de cuanta página de servicios sexuales quiera. Además, ?y quisiera que esto no sirva de excusa? es una mujer mayor que no sabe utilizar el recurso de "correo no deseado". Por esa sencilla razón se ha difundido todo ese ir y venir de mensajes con el sitio Padrillosparatodo.com u otros menos conocidos como Tifóndeorgasmos.com. Mi madre ha sido, fue y será, una dama respetable. Le ha tocado negar una y mil veces que los boletos de pasaje con destino a Jamaica, Bahamas y Haití que halló en su cartera la policía, la noche del allanamiento al club privado "Es la primera vez que me pasa", hayan sido de ella. Y que nunca acudió a ninguna agencia de turismo sexual.
Me da muchísima pena tener que hacer alusión a estos hechos ya que es sabido por toda la gente del ambiente que no me gusta hablar de mi vida privada. He realizado tamaños esfuerzos para que el FBI me incluya en la lista de celebridades que han sido objeto de ataques cibernéticos, pero hasta ahora la respuesta ha sido nula. Les he dado expresas directivas a mis abogados para que no cejen en el intento. Una vez más, los tan invocados Derechos Humanos, son para unos y no para todos.
Por último, mi representante aceptará el llamado de aquellos productores televisivos, radiales y gráficos que quieran ocuparse de este drama. Gentilmente accederé a entrevistas donde dar a luz estos hechos; para que toda la verdad y nada más que la verdad, al fin, se sepa.
aazappa@hotmail.com
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MAX SAUCO
Publicado en Fotitos. el 22 de Enero, 2012, 22:14
por MScalona
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Max Sauco, es un artista plástico, fotógrafo, pintor, digital, nacido en 1969 en China,
aunque se lo considera ruso.
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Ésta es su WEB
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www.sauco.ru
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ROLAND BARTHES
Publicado en Ensayo el 19 de Enero, 2012, 12:48
por MScalona

Barthes, (FR) 1915-1980
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Variaciones sobre la escritura. Edit Paidós…. P. 41
Diez razones para escribir
CORRIERE DELLA SERA
1969
I
No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:
1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;
3) para poner en práctica un "don", satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos;
6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar enemigos;
8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos.
10) Finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y "causa noble"), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.
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DANIEL MOYANO
Publicado en De Otros. el 16 de Enero, 2012, 9:42
por MScalona

Moyano, (1930-1992), ARG, vivió gran parte de su vida en Tucumán, es un escritor integrado al grupo de Haroldo Conti, Di Benedetto, Urondo, Walsh, Gelman, Humberto Constantini, etc…
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EL PERRO Y EL TIEMPO
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-Yo no puedo alimentar también a ese perro -dijo su tío después de mirar a Gregorio y al perro, sentados en el borde de la galería. Gregorio no contestó y siguió acariciándole la cabeza. Era largo, negro, de nariz partida y orejas caídas. Cuando lo azuzaban o se interesaba por algo levantaba solo la mitad de las orejas, la parte donde los cartílagos eran más duros. Las puntas quedaban caídas, y este rasgo era lo que más gustaba al niño.
Hubiera esperado una discusión, un examen previo, algo que le permitiera exponer sus razones para tener al perro, pero su tío parecía haber calculado de antemano esa posibilidad, y por tanto su resolución, tan rápida, era simplemente algo que había que recordar y tener en cuenta, sin posibilidad de modificaciones.
Además sus palabras formaban parte de algunas de las leyes que regían la economía de la familia, compuesta por varios hijos propios y Gregorio.
Hacía dos días que lo tenía, y había lograrlo ocultarlo uno. Las palabras del tío no admitían otra interpretación, pero sabía que su tío luego olvidaría el asunto. Y eso parecía demostrar que la desobediencia era una posibilidad. Las palabras habían sido duras y quebraron todos sus presentimientos acerca de la posesión del animal, que había comenzado a cambiar tan dulcemente el ritmo de su vida. Eran ricos los choclos comidos por la noche, y después era hermoso acariciar al perro hasta dormirse mirando a través de la ventana el cielo estrellado y el aire serenísimo, como si a través de esa tranquilidad cayese silenciosamente la escarcha que al día siguiente aparecía en los baldes, en la tina, en los charcos de la calle. Y ahora esas dos cosas tan buenas debían modificarse, separarse, a causa del tío, porque su tío significaba choclos, la posibilidad de comerlos al calor naciente de la cama, y el perro, y el calor y la presencia del perro, que debía ir todo unido a aquella sensación, habían sido negados por su tío con esas palabras tan rápidas y decididas. Y lo peor de todo era que él consideraba justa esa decisión. Podía recordar palabras suyas, dichas muchas veces cuando discutían con la tía sobre el sueldo, la luz, el alquiler y el carbón: “son muchas bocas y yo no puedo más”; esto me esta volviendo loco; y todavía uno más”. Sabía que su tío trabajaba todo el día y que el sueldo no alcanzaba pero hasta allí solamente llegaba el entendimiento. Su tía, que solía llorar a solas, velaba para que aquello que él no alcanzaba a entender pudiese ser explicado de algún modo: racionaba estrictamente los alimentos, había decidido que nadie comiese fuera de las horas establecidas, vigilaba para que el carbón no se consumiera inútilmente. Y puede decirse que él entendía a medias al ver a su tío por las noches, cuando el tío se había acostado, echar agua con la pava sobre las brasas.
Cuatro cuadras hacia el sur, donde el pueblo terminaba vendían choclos a buen precio en un ranchito que en verano apenas se distinguía a causa del maizal. Cuando su tía lo descubrió fue un día de gran alegría para todos. Ella y los chicos fueron a comprar. El llevaba la bolsa y después entre todos ayudaron a juntar. Le gustó el ruido de los choclos al ser arrancados de las plantas y el jugo dulce que caía de los extremos. Su tía conversó un rato con la vieja que se los vendió. Una mujer más vieja que parecía dormitar junto a una pared, cerca de un brasero de lata, le dio un mate a su tía y ella lo tomó con alegría. Hablaron de varias cosas, pagaron y salieron con la bolsa llena. Los chicos saltaban sobre la tierra removida y su tía no los retó ni les dijo nada. Estaba cayendo el sol y había sido realmente un día hermoso. “Los comeremos asados”, dijo su tía cuando llegaron a la casa, invadida por un silencio que era oscuridad a la vez y olor a polvo en los rincones. Ellos trajeron leña del fondo y su tía encendió el fuego. Pelaron los choclos y después los oyeron crepitar sobre las brasas. La tía los repartía a medida que se asaban. Una mitad para cada uno, para que pudieran ir comiendo de dos en dos. Todos tenían urgencia, pero algunos prefirieron esperar los últimos, que por decisión de la tía serían los más grandes. “El que espera come lo mejor”, estableció. Unos exigieron ser primeros; otros aceptaron la espera.
El comer choclos por la noche se convirtió en una costumbre. Cada uno recibía el suyo y se iba a la cama. De tal manera, pues, hubiera sido muy lindo llevarse el choclo casi humeante a la cama, y acostarse junto al perro, que dormía con dos niños más en una cama grande que había sido de los tíos, pero sucedía que cuando Gregorio recurría en su memoria al calor del perro, ya no había choclos y había aparecido la escarcha. De modo que la disociación de esos dos elementos gratos a su memoria no se debía solamente a las palabras de su tío sino a los misterios del tiempo.
Todo aquello había sucedido hacía mucho tiempo, y ahora el perro, llamado Flecha por decisión unánime, lograba permanecer, nadie sabe cómo, pese a que su tío dijera algunas veces, discutiendo con la tía: “yo no puedo más, estoy viejo ya, no puedo pasarme la vida alimentando chicos”.
Una de las vicisitudes duras para Gregorio fue cuando su tío ordenó que llevasen el perro al circo, donde compraban animales viejos e inútiles para alimentar a las fieras. Gregorio había llorado y su tía le dijo, después de alguna vacilación, que podía obedecer y quedarse otra vez con el perro, siempre que lo escondiese en el cuarto vacío del fondo durante el poco tiempo que el tío permanecía en la casa. Aquella vez, mientras comían, Flecha salió del cuarto por una abertura de la puerta donde faltaba un vidrio. Su tío lo vio y no dijo nada, aunque lo creyese ya en el circo. El perro alzó las patas y las apoyó en la mesa, frente al tío, y siguió atentamente los movimientos de las manos de éste llevando los alimentos a la boca. Todos enmudecieron, incluso la tía, esperando la previsible exclamación del tío. Pero el tío no dijo nada, ni entonces ni instantes después, mientras el perro movía la cola. Alzó los ojos del plato y miró otra vez al perro, pero con la cara como vuelta hacia un costado, como si lo mirase con el rabillo del ojo. Después llevó un bocado de pan a la boca y siguió mirando el plato. Acababa la comida, su tío se levantó y dijo: “Hagan lo que quieran; yo ya no puedo decir nada”. La tía inició la sonrisa general que la frase produjo. Las manos de los chicos buscaron restos de comida para darle, pero la tía dijo entonces: “Un momento; le vamos a dar lo que corresponda”. Alzó de la mesa dos o tres cáscaras de zapallo, que Flecha comió con avidez. En eso pasó el tío, que envejecía y caminaba como arrastrándose y dijo sin mirar a nadie pero dirigiéndose sin duda a Gregorio: “Pero vos le vas a dar de comer, en adelante, de la parte tuya”. El no respondió porque estaba sintiendo que ahora Flecha era una propiedad suya, de la que no podrían despojarlo jamás.
Aquel año los choclos subieron de precio y su tía tuvo que excluirlos. Pero hacia el invierno la posesión de Flecha significó disponer de algo que uno quería y que estaba fuera de las limitaciones impuestas por los cálculos y demás cosas incomprensibles. El perro, estirado, era en verdad más largo que Gregorio. Uno de los chicos que dormía con Gregorio fue obligado a dormir hacia los pies de la cama. Gregorio y el otro compartían la cabecera con el perro en el medio. Pero algunas veces Flecha amanecía acurrucado en la parte de los pies, y en esos casos el beneficiario de su calor, según lo habían convenido, tenía que alimentar al perro durante todo ese día con parte de su propia ración.
Con el perro y la idea de los choclos la existencia era una cosa casi perfecta. Pero de eso también hacía mucho tiempo y las cosas habían cambiado.
Flecha había engordado y formaba parte de la familia. Y hacia entonces sucedió lo peor. A él no le gusto la idea, pero había partido de su tío y, lógicamente, nadie podía cambiar sus propósitos. Fue un domingo. El tío llegó, muy contento, hacia el mediodía, y nadie hasta entonces se había dado cuenta de que había salido por la mañana muy temprano. Traía una jaula grande. Dentro de ella había cinco gallinas. Todos se alegraron y rieron como aquella vez que trajeron la bolsa de choclos. Su tío abrió la jaula después de mostrársela a todos a hurtadillas, y dejó que las gallinas saltaran y corrieran libremente por el patio. “Cierren la puerta de la calle”, gritó su tía, y después le dijo al tío que no debió dejarlas correr libremente sin antes cortarles las alas. Nadie se acordó del perro, salvo Gregorio, y emplearon la siesta en construir, en el fondo un gallinero. Su tío mismo dirigió las tareas. Cuando terminaron, su tía se puso a cebar mate y en un momento dado alguien dijo: “¿Y Flecha?” Gregorio sintió la mirada de su tío, que en ese momento estaba con el mate en la mano, por chupar la bombilla; pero dejó de hacerlo para mirarlo. “No le hará nada a las gallinas”, dijo él, y su tía le dijo entonces que si les hacía algo no vacilaría en elegir entre el perro y las gallinas. Después olvidaron a Flecha, y su tía dijo que dentro de poco las gallinas pondrían, y entonces podrían comer huevos antes de acostarse, y que los huevos irían en sustitución de los choclos. Pero a Gregorio no le pareció una idea muy agradable, porque el perro, desde ahora, se desmerecía ante todos.
Y después pudo contar con tristeza que él también lo había visto. Lo vio cuando llevaba el huevo en la boca. Una lástima que su tía alcanzara a verlo también y gritara de esa manera. Flecha soltó el huevo, que se rompió. La fisonomía de su tía cambió totalmente y también sus palabras y su manera de decir las cosas. “Es un perro huevero; yo sabía que era un perro huevero”. Su tío no dijo nada, pero su mirada fue una confirmación de lo que opinaba la tía. Debían deshacerse del perro. Gregorio también comprendió que aquello era una cosa ineludible y que toda resistencia sería inútil esta vez. Todo se hizo rápidamente. El no supo nunca en qué momento la tía se puso en contacto con un viejo que tenía muchos perros y que vivía más allá del rancho de la vieja de los choclos. A la hora prevista y desconocida por él, el viejo llamó a la puerta. Venía solo. Su rostro era venerable. Los ojos, limpísimos. El mismo tuvo que ayudar para tomar al perro y atarle una cuerda al cuello. El viejo, que miraba desde la puerta de la calle, no pronunció una sola palabra, ni antes ni después. Los chicos miraban en silencio. Su tío no estaba. Cuando le dio el último abrazo, hacía rato que estaba llorando, pero parecía que lo advertía ahora. Después él y varios de sus primos se pararon en medio de la calle. El viejo tiraba de la cuerda y el perro marchaba resistiéndose. De vez en cuando se daba vuelta y levantaba la mitad de las orejas, hasta donde los cartílagos eran duros. Al rato se veía que volvía la cabeza, pero las orejas ya no se distinguían. El viejo no se dio vuelta en ningún momento. Cuando dobló allá lejos, solo quedaba uno de los primos junto a él; los otros habían entrado. Cuando él también entró, vio que estaban recortando figuritas de un diario viejo, con una tijera en la galería.
Hacia el invierno Gregorio estuvo enfermo varios días, y una noche la tía llevó a la cama un huevo pasado por agua y se lo dio en cucharaditas. El sintió entonces que el perro pertenecía al orden de las cosas incomprensibles.
Después volvieron el sol fuerte y los días claros, y Flecha era apenas una cosa en la memoria. Y pasó mucho tiempo y esa cosa en la memoria persistía porque estaba unida a muchas otras, indisolubles. Y sobre todo ese día que había vuelto a ver al viejo. El hermano de su tío que había venido en un camioncito desde un pueblo vecino y que reía estrepitosamente ante cualquier cosa que le contasen, les dijo de pronto que subiesen para dar unas vueltas por allí. Gregorio se sentó en una de las barandas de la carrocería, y a medida de que el vehículo andaba por el camino reseco sentía el aire de las mejillas. “Derecho por acá y después doblamos en la curva del camino”, le había dicho al hermano de su tío. Estaba seguro de que nadie pensaba en el perro, que por ese camino vivía el viejo que se lo había llevado. Pero uno de los primos, en cuclillas, le dijo de pronto que a lo mejor podían ver a Flecha.
“Cierto” dijo él, como si hubiese estado pensando en eso. Habían recorrido un buen trecho después de la curva, y pasado por el rancho de la vieja de los choclos, y estaban lejos, en lugares adonde jamás habían llegado. El hermano de su tío sacó la cabeza por la ventanilla y el viento levantó el ala de su sombrero. Le habló a él, pero no pudo entender nada porque el viento era fuerte. Sabía que le preguntaba adónde quedaba el lugar que le había dicho.
Y anduvieron como media hora, y el lugar que él suponía no apareció. El camioncito paró y el hermano de su tío sacó otra vez la cabeza. “Nunca vi ninguna casa por aquí; más allá no hay nada”, dijo.
Después volvieron y él no intentó explicarle el hecho. En un momento creyó que este misterio pertenecía al orden del tiempo, esa cosa improbable y lejana. Sin embargo, desde que su tío dijo que no podía alimentar también a ese perro, hasta que el hermano sacó la cabeza por la ventanilla, para explicar algo inaudible, a causa del viento, apenas había habido algunas modificaciones en las hojas de los árboles, en los pajonales circundantes. Por fuera el mundo había avanzado muy poco. A él, en cambio le parecía haber retrocedido.
La inexistencia súbita de la casa del viejo no tenía explicación. Quedaba la posibilidad de imaginar las cosas, y solo dos le parecieron congruentes: o el viejo, en alguna parte, había protegido al perro, junto con los otros, o todos habían ido a parar al circo.
Flecha entró entonces en el orden de las cosas que no comprendía, y allí permanecería, con otros tantos misterios, por lo menos hasta que él creciese. Pero crecer, lo sabía, pertenecía al tiempo. Y el tiempo siempre había sido para él una cosa improbable y lejana.
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María Cé Rivarola
Publicado en Poemitas. el 14 de Enero, 2012, 12:30
por MScalona
Co-producción
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Manipuladores Corruptos. Tramposos y embusteros, como Elsa. Mi ciudad es pañuelo de dama, con puntillas y flores, pero sin lágrimas, pequeña.
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Inescrupulosos. Maquiavelos. Relaciones asociativas se trenzan como actos reflejos. Me invaden, me pueblan. Y el hipocondríaco Fred sólo quiere pagar su cena. La palabra es su alimento y el barro sacia su sed.
Yo lo admiro. -
Y digo: pausa en la ficción. Stop en la verosimilitud de tu discurso poético. Las cosas por su nombre: Pícolo e bianco, como el mundo, y el gato y el pañuelo.
Ce
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JOSÉ LUIS PARDO, el tamaño no importa
Publicado en Ensayo el 13 de Enero, 2012, 20:56
por MScalona
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El tamaño no importa
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Cuando Jean-François Lyotard lanzó en 1979 la idea de que uno de los rasgos característicos del discurso de la posmodernidad era la crisis de los grandes relatos estaba pensando, obviamente, en la filosofía de la historia que presenta el decurso de la civilización occidental como una tarea heroica del espíritu hacia la definitiva realización mundana de la razón y la libertad: una filosofía que, asociada al mito del progreso, ha dominado durante siglos la narración que los hombres modernos hacían de su propia biografía colectiva y que, según Lyotard, había estallado ya en una multiplicidad de pequeñas fábulas locales y parciales que no se dejan unificar en la gramática del gran discurso de la humanidad y cuya variedad es irreductible. Pero desde entonces hasta ahora, las nuevas tecnologías han expandido esta hipótesis al ámbito entero de la narrativa, no solamente de ficción, sino también informativa, quién sabe si incluso historiográfica. Se trata de la erosión del “gran formato” en beneficio de una proliferación de microrrelatos que amenazan tanto la soberanía de las formas novelísticas convencionales como la del discurso periodístico jerarquizado, anegado hoy por una muchedumbre de blogs alternativos a menudo incompatibles entre sí. Esto parece haber centrado la discusión en torno al tamaño de los formatos, sin duda tecnológica y económicamente relevante, pero puede que la cuestión espacial sea secundaria con respecto a la temporal.
La velocidad de transmisión de datos ha superado con mucho el plazo necesario para asimilar una noticia, comprender un argumento o elaborar una información, un plazo que depende de limitaciones neurológicas sometidas a milenios de evolución y que, por tanto, no se pueden modificar tan fácilmente como el tamaño o la rapidez de los dispositivos portátiles. Desde la Poética de Aristóteles sabemos que un personaje sólo puede conservar su carácter si las peripecias que jalonan la obra no destruyen del todo la congruencia del relato, si los diferentes episodios no suponen una disgregación absoluta de la identidad. Y esta preceptiva no gobierna únicamente la Bildungsroman, sino también el modo como los propios lectores de esas fábulas intentan construir una personalidad creíble y estable en un mundo cambiante que, a pesar de todo, sigue siendo el mismo. El hecho de que, en nuestros días, la identidad y la credibilidad se hayan convertido en mercancías más apreciadas y atesoradas, y también en las más volátiles y efímeras, sugiere que, más que enfrentarse a un mundo cambiante, los lectores actuales navegan o naufragan en un torrente constante y lábil de “peripecias” y redes que están lejos de constituir un mundo único y que les obligan a un trabajo continuo de reciclaje de sus habilidades, de redefinición de sus expectativas, de reacomodación de sus hábitos, de tal modo que la duración de la verosimilitud de un argumento -el tiempo durante el cual podemos “creer” en él- difícilmente sobrepasa lo que tarda en actualizarse una página web o una aplicación informática, y tiene a menudo la misma realidad fugaz que un sondeo.
A los creadores de narraciones se les había encomendado desde la Antigüedad la competencia sobre las leyes de lo plausible y lo verosímil, pero esta labor se vuelve titánica cuando las leyes de lo posible cambian tan rápidamente como las cotizaciones financieras y lo increíble se vuelve real cada mañana. No es sólo que siempre estemos empezando un capítulo distinto, es que nunca disponemos de la suficiente coherencia ni de la estabilidad temporal necesaria para acabar alguno. Así las cosas, ni siquiera es seguro que podamos hablar de una multiplicación de pequeñas narraciones que habría remplazado a los grandes relatos: siempre hubo cuentos breves tan magistrales como las novelas, y algunos sonetos de Shakespeare valen por las obras completas de muchos grafomaniacos. Lo que ahora tenemos es más bien una suerte de folletín difuso e interminable del que forman parte todos esos microrrelatos concurrentes, que no alcanza para componer una narración única porque su forma, su trama, sus personajes y sus paisajes se alteran como los de una serie audiovisual filtrada por las encuestas de audiencia y de cuotas de pantalla. Mucho más que el problema del tamaño del formato, este es el auténtico desafío para los poetas de nuestro tiempo.
José Luis Pardo (Madrid, 1954) es autor de El cuerpo sin órganos (presentación de Gilles Deleuze. Pre-Textos. Valencia, 2011. 308 páginas. 20 euros).
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BEATRIZ VIGNOLI, Jurado (*)
Publicado en De Otros. el 13 de Enero, 2012, 14:26
por MScalona
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Los borrados
Inge (a partir de Lardi)
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Me animé a hacerme extraer las astillas. Dejé las pastillas. Empecé a salir y a ver amigos cuando supe que uno de mis verdugos se estaba muriendo de cáncer. Había algo de justicia poética en eso. Me reconforta saber que se desintegró en el esfuerzo por destrozarnos. Nosotros no estamos enteros, pero de ellos pronto no quedará nada.
¿Qué piensa el sobreviviente que pretende conquistar a una belleza joven? Piensa: que me ame, que se enamore de mí como si yo tuviera todavía aquella cara, la mía, la que me rompieron a golpes. Que guste de mí como si nada de todo eso hubiera sucedido.
La foto de otro tipo en la mesa de luz. “Este era yo”, dijiste. Hablabas como un muerto.
Técnicamente, eras un desaparecido. Concretamente, eras un sobreviviente. Vivías y andabas por ahí con una identidad falsa y no desalentabas (salvo para un círculo muy cercano) la suposición de que el poseedor de tu legítima identidad estaba muerto. De todos modos nadie hubiera relacionado tu cara con aquella foto. Habías adquirido, en el exilio, un acento chileno. No te habían perdonado la vida; habías huido. Vos, y otros dos, se habían fugado cuando estaban por fusilarlos y habían cruzado la cordillera. Podías vivir fuera de la ley porque total eras otro, desde cualquiera de las dos puntas de la alteridad eras otro. Dos puntas tiene el camino y en ninguna estabas por completo.
Se está muriendo de cáncer de pulmón porque fumaba toda la noche, me acuerdo. Salí con asma, por el cigarrillo del verdugo y los seis años de privación de sueño. Me acordé mucho de vos. Vos tosías todo el tiempo y decías que era por la tortura. Yo no sabía qué decirte. Supuse que aquello se arreglaba con psicoanálisis. Era asma, asma por stress. Yo no podía soportar oírte toser y no te lo decía, y vos no tomabas nada para aliviar la tos. Tampoco dormías, salvo con pastillas, y no dormir te agravaba la tos. En tu cama, tuviste que pedirme que te abrazara. Ahora yo te pediría que me dejaras abrazarte.
Tenías la piel muy suave y la espalda muy blanca, con pecas, y un olor dulce. Pero no pude enamorarme de vos porque se interponían tu tos, tu cara que ocultaba sus fracturas debajo de los anteojos gruesos y la barba espesa, tu furia contenida que sólo te permitías expresar a través de ingeniosos pero amargos sarcasmos (que me sacaban de quicio a mí) y, sobre todo, mi lástima y mi incapacidad de sentir genuina compasión. Tus sarcasmos se ensañaban contra tus ideales, los que te habían llevado a la tragedia.
Ahora sé que no eras un quebrado; eras un adulto. La desilusión viene con la madurez. Hubiera venido sola de todos modos; viviste para saber que los verdugos trabajaron en vano y, si su obra te enfurecía, lo absurdo de su obra tal vez te causaba algo de gracia.
Ahora, tarde, me he enamorado de tu humor amargo y lo imito. También imito tu forma de hablar. Te recuerdo como si fueras un amigo de la infancia. Te quiero tardíamente, ahora que no estás, y si estuvieras no sé si me querrías, no sé si amarías esto en lo que me he convertido. Tarde comprendo que en tu forma de hablar se concentraba una voluntad de belleza, unas ganas de volver a tener esa belleza que te habían arrebatado.
El tiempo, dice el poeta, es un verdugo; el verdugo es un tiempo cruel que se acelera.
Me levanté de la cama con el preservativo en la mano. “Pudo ser el Mesías”, te dije, antes de tirarlo por la ventana de tu departamento. Esto fue hace quince años. Vos te reías. Sé que fuiste feliz en ese instante. Feliz, como si nada de aquello hubiera sido.
Alexis (para Ernesto)
Me gustaba el pibe. Algo en él no terminaba de gustarme, pero debo confesar que el pibe me gustaba. Aquello de él que no me gustaba del todo no parecía hallarse en él sino en otra parte: iba como rondándolo, detrás o alrededor. Me gustaba porque me hacía acordar a unos árboles que se me habían aparecido últimamente en sueños: unos pinos de corteza rugosa, altos y silenciosos como si guardaran silencio sobre algo. Me gustaba la lucidez, la aparente madurez con que el pibe me había hablado del silencio y de la angustia del que calla. Yo no lo veía como a alguien de otra generación sino como a un igual. Él se distanciaba cortésmente. Aunque nunca pude atravesar esa distancia, logré arrimarme a él con excusas y propósitos variados. Le encargué trabajos, hablé bien de lo que hacía. Me gustaba lo que el pibe hacía y lo comentaba con mis iguales desde ese lugar anfibio que he venido a ocupar entre las generaciones. Su madre tiene mi edad; él me habló de ella y de sus abuelos. De su padre únicamente me dijo que había muerto.
Alguien, hace poco, agregó un poco más de información. No mucha, apenas la suficiente como para que la figura de aquel padre muerto comenzara a importarme.
A mí el pibe me gustaba y por eso yo demoraba insensatamente el momento en que visitaría su casa. No me había dado su teléfono pero sí su dirección y aprecié ese gesto de confianza. Pero no sabía si iba a estar a la altura. Con el pibe nunca me sentía a la altura. Siempre me quedaba con la sensación de estar debiéndole algo. Ya no era más un pibe sino un hombre joven, limpio, correcto y ordenado. Pero tenía una elegancia bohemia y como sin patria, algo que me hacía identificarme con él. Supuse que éramos dos nómades, dos huérfanos. Supuse que él vivía con su hermano en un monoambiente. Me imaginé que al llegar a su casa yo le daría un gran abrazo de cariño desinteresado; el tipo de don que no me creo capaz de dar, pero me imaginaba cambiada por aquel padre.
La casa era lo más distinto de un monoambiente que pudiera imaginarse. Amplia, elegante y con patio, todos los materiales nobles que la constituían llevaban inscripto el signo de la herencia. No reconocí al pibe cuando abrió la puerta. Lo que vi fue otra cosa, otra persona: te vi a vos, como eras hace veinte años, cuando yo iba a tu casa y vos me hacías pasar a la cocina y me preparabas café. El pibe estaba en cuero pero su torso desnudo, que yo había esperado ver con ansia y curiosidad casi místicas, ya no me seducía en absoluto. El seductor que él era fuera de su casa había desaparecido por completo y en su lugar había otra persona, un chico de anteojos parecidos a los que vos usabas en tu casa, cuando ponías el pocillo del café adentro del microondas para entibiarlo en invierno, un gesto civilizado y considerado de entre los muchos gestos civilizados que tenías hace veinte años, y que supongo tendrás también ahora, gestos que me enternecían pero que al mismo tiempo me entristecían porque yo no era así, aunque tratara de imitarte, nunca iba a poder ser tan buena como vos y eso nos alejaba.
Fue como en esas películas donde los personajes viajan en el tiempo a su propio pasado pero conservan su cuerpo del presente. Ahí estabas vos, con tus veinticinco años, abriendo la heladera para servir un vaso de agua fría, y yo ahí sin mis veinticinco años pero con mis cuarenta y cinco, como alguien a quien el pibe le explica sus planes: “Primero estudiar, después recibirme, después escribir. Cada cosa a su tiempo”. El pibe hablaba como un padre, hablaba como si fuera el padre de sí mismo, y cuando mencioné al que conocía a su padre se limitó a un comentario seco. “Muchos lo conocieron”, dijo.
Y entonces comprendí qué era lo que había comenzado a desagradarme de su cuerpo. Eso que me disgustaba ya no lo rondaba: encarnaba en él. Era el suyo un cuerpo en lugar de otro cuerpo. Aquel padre había migrado, en la distancia lo había engendrado (“Volvía siempre a la ciudad y siempre traía cosas”, me habían dicho; era probable que se lo hubiera visto muchas noches en un bar que quedaba cerca de aquella casa) y después había muerto y era el hijo quien había vuelto a la ciudad, a la casa de sus abuelos, a la hermosa casa que (según supe luego) era la de los suegros de su padre.
Aquel padre insepulto, tal vez muerto fuera de la ciudad, no había vuelto jamás. Era el hijo quien volvía. Y eran del hijo ahora la casa, la heladera y la botella de agua. Al hijo pertenecían la vida y el futuro. A él, el arte y los años. Del padre no quedaba ni siquiera el vacío. Para los amigos era una leyenda pero en la familia ni se lo nombraría. Era el hijo perdido, nocturno, caído de la serie. Aunque no se había suicidado, cuando oí su historia y la cotejé con la de su hijo se me ocurrió que aquel padre se había eliminado. Y yo no terminaba de comprender por qué lo había hecho. Ahora entendía. El cuerpo flexible y espléndido del hijo, ese cuerpo sano en su edad más vigorosa, con sus anteojos parecidos a los tuyos y su cabello suelto, y su diploma a apenas un verano de distancia (como vos, que te recibiste en marzo, igual que yo) seguramente calzaba como un guante en los sueños de los padres de su padre, de donde el padre se había desgajado.
Todo lo que habían soñado en vano para el padre, todo aquello era la brisa cantora y silenciosa que al fin envolvía, como a un alto pino azul, el cuerpo del hijo. Aquel hijo no había matado al padre: para matar hay que ocupar un lugar distinto al que ocupa lo que se mata. No se puede matar lo que ha sido borrado. El padre se habría caído de la serie como un premolar que deja espacio para que la ortodoncia tire del resto de la encía en una boca donde los dientes son demasiado grandes. Tal vez no hubiera ni siquiera una velita conmemorativa para aquel padre. El espacio inmenso que ocupaba el hijo (la seguridad de aquel muchacho que hablaba de igual a igual con adultos de cuarenta y cinco años) era parecido al que quizás habían, de jóvenes, ocupado mis padres. Ellos habían borrado a mis abuelos y ahora, como abuelos, borraban a sus hijos para abrazar a los nietos. Yo no podría, ya no podría, abrazar a aquel hijo. Era un zombi viviente. No era culpable pero era parte de una borradura que no le hubiera servido de nada evitar.
Vos no tenés hijos y yo tampoco. Bendito seas, bienaventurado seas. Una vez, cuando teníamos diecisiete años, me dijiste: “Yo no soy el zombi de nadie”. Era una frase que habías encontrado en un libro. Un libro para jóvenes, un libro del siglo pasado. Lo leí hace un par de años y no entendí una palabra. Ahora estarás cenando en el restaurante vegetariano chino, donde podés poner la comida en el microondas y se entibia el plato.
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(*) Nota: aprovecho la publicación de este hermoso txt de BEATRIZ publicado hace 5 días en ROSARIO/12, para avisarles que ELLA HA ACEPTADO ser uno de los tres jurados de nuestro concurso del taller, en marcha.-
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BELÉN IRUSTA: Otredad
Publicado en Poemitas. el 12 de Enero, 2012, 10:42
por MScalona

“Si vas a vivir en mi cabeza, por lo menos vestite”
Matías Settimo
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Antes, la idea se alimenta de sutiles impulsos que proyecta la retina. Es el revés del espejo que transforma a la imagen en idea y a la idea en el resto de los sentidos.
Nos medimos de los ojos a la boca y de la boca a las manos que pasan a la nuca con párpados que se cierran de tu boca en la mía. Las lenguas se alargan, se contraen en un nuevo sabor que marca el ritmo y la profundidad.
Los cuerpos se acercan y alarman, hasta el último poro adormecido, los brazos multiplicados de todas nuestras versiones.
Verbos se superponen en imperativos urgentes.
Buscame,
se desabrochan los primeros botones.
Acariciame,
los dedos caminan por la espalda.
Besame,
los labios se deslizan por el cuello hasta los hombros.
Oleme,
los perfumes se diluyen en saliva.
Avanzame,
me quitás con destreza el corpiño.
Tocame,
te quedás prendido en la redondez de mis tetas.
Apoyame,
y se desgasta la carne en la fricción.
Descubrime,
y el vestido se acorta en un desvío de humedad.
Desvestime,
y en piso quedamos los que fuimos.
Acorralame,
me levantas de las caderas hasta la alfombra.
Encontrame,
los cuerpos ciegos se arrastran.
Probame,
nos lamemos, nos masticamos,
nos succionamos.
Hablame, ensuciamos la respiración.
Mirame,
el deseo se desboca en nuestros gestos.
Definime,
nos adentramos en la otredad.
Afuera, los árboles, la luna, el vecino y el perro, los semáforos intermitentes, los suicidas, las palabras y las cosas, todas las noches que ahora no son.
Cojeme,
ahoguémonos en esta violencia.
Acabame,
hagámonos idea.
Belén Irusta
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Los medios pasaron a ser el masaje
La facultad crítica del sujeto disminuye
dramáticamente al pasar de la escritura
a la comunicación videoelectrónica.
Ya por fuera de la práctica analítica, nos encontramos con los medios de comunicación de masas y sus efectos sobre el sujeto. Podemos decir que dichos medios están en la psique e intentan imponer sus fines.
Los medios masajean a la psique: la formatean. Esto ha sido ya anunciado hace cuatro décadas por Marshall McLuhan, y ha sido retomado en estos tiempos por Franco Berardi. Este señala el pasaje de la infósfera analógica a la digital, y los efectos que esto tiene para la psique. Resumidamente: la facultad crítica del sujeto se ve afectada al pasar de la escritura a la comunicación videoelectrónica, disminuyendo dramáticamente. Se vuelve muy difícil la discriminación entre verdad y falsedad de los enunciados. Los emisores transmiten a una velocidad sobrehumana, diferente a la pausa y lentitud de la lectura, no estando formateados de la misma manera los receptores humanos. Así, lo que se transmite a través de los medios videoelectrónicos se vuelve intraducible. Porque la psique no puede ir más rápido que la materia física sobre la que se sostiene. Para Berardi estamos ingresando en una época de aceleración maquinal, post?humana.
En otros lugares hemos analizado los efectos que la aceleración de la velocidad produce en la psique. Por ejemplo, se puede leer Todos somos borderline, aceleración propiciada por la tecnología digital, ligada a la aceleración del ritmo de producción y consumo capitalista. La destrucción del sentido y del afecto están entre sus consecuencias. Vemos así las penosas, innovadoras e impredecibles consecuencias para el sujeto humano de su inmersión en medios que masajean/formatean a la psique de un modo inédito. (Ver de Franco Berardi: Infósfera social y patogénesis)
Sostiene Berardi: “Las grandes empresas, capaces de influir directamente sobre las formas de vida del lenguaje y de imaginación, suprimen las premisas del pensamiento crítico y las capacidades cognitivas mismas, que hacían posible el ejercicio del pensamiento libre”. “La aceleración produce un salto antropológico, psíquico y lingüístico. Las tecnologías de la mente no son propiedad común de todos los seres humanos, sino propiedad privada de unos pocos grupos económicos mundiales, extremadamente poderosos. Estos grupos se han vuelto capaces de canalizar la atención, el comportamiento, las expectativas, las elecciones de consumo y las elecciones políticas”.
En la medida en que vivimos en sociedades de dominadores y dominados, la apropiación por parte de una minoría del poder conlleva la necesidad de imponer el magma de significaciones, para naturalizar su situación. Esto se realiza mediante ideologías (que gozan de buena salud, pese a los postulados posmodernos) que transmiten dicho magma a través de la instituciones de la sociedad, donde se realiza la socialización de la psique de los sujetos. Masajeados, formateados, hipnotizados por los medios (al respecto también escribió María Cristina Oleaga), éstos se han transformado junto con la economía en la institución central de nuestra sociedad. Deviniendo así un nuevo animal mediático: medios digitales, que digitan a los sujetos de modo más eficaz que antaño. Nunca hubo tanta información y desinformación al mismo tiempo.
Volvemos, antes de finalizar, sobre lo señalado oportunamente: los medios de comunicación de masas (ahora expandidos a múltiples soportes digitales: Internet, teléfonos celulares, masividad en los medios digitales televisivos) transmiten las significaciones imaginarias sociales de una sociedad. Pero como la sociedad es un magma heterogéneo de significaciones, esas mismas instituciones contienen significaciones contrapuestas, o entran en contradicción entre sí. Es observable como –por lo menos en Argentina– la institución educativa transmite significaciones que apuntan a la autonomía y que ello contradice lo transmitido por las instituciones religiosas. O que ella misma tiene significaciones contrapuestas.
Porque no todos los medios, ni la tecnología están condenados a transmitir las significaciones que denominaremos dominantes. La tecnología no es inocente, pero tampoco es fatal pensar que ella en?sí moldea. Berardi mismo propone que los medios de comunicación actuales y su tecnología deben ser puestos al servicio de la transmisión de valores ligados a significaciones que pertenecen al proyecto de autonomía.
Entonces: ¿el medio es el mensaje? Podemos decir que, en los medios, también está el mensaje que contiene los fines de una sociedad, lo que no es igual a decir que sean ellos mismos el mensaje, aunque indudablemente, cada tecnología implica un cambio para el receptor.