LUCÍA ANDREOZZI
Publicado en Parodias el 1 de Septiembre, 2011, 13:54 por MScalona
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Mario Alberto y la prima Laura
Yo ya me iba imaginando la cara de papá, fanático enfermo de Newells Old Boys, que esos días andaba preocupado: decía que iban a probar un cuatro-tres-tres o algo así y que Montes estaba camino a conseguir el Metropolitano, y otro par de cosas que yo no entendía. Así que imaginé que papá le iba a hablar de fútbol, de estrategias y formaciones, y finalmente después de un monólogo encendido, comprendería que a mi prima Laurita sólo le importaban los rulos de Mario Alberto Kempes. Al llegar, por suerte papá no estaba. Cuando entramos, Laura dejó la valija en mi dormitorio y antes de que me diera cuenta estaba descuartizando la revista Gente, recortando las fotos desesperadamente. Dejó la revista hecha tiras inservibles de papel, pero yo siempre había pensado que la Gente era inservible desde el mismo instante en que la tinta pegada a la hoja veía la luz, así que no me molestó. El almuerzo transcurrió en un franco aumento de la tensión por parte de mamá. Laura le explicaba que sabía donde vivía marioalberto, que no estaba lejos, y que iría a estaquearse frente a la puerta hasta poder verlo. Laura se declaró como la más ferviente admiradora. No quedaban dudas. Mamá le dijo algo así como que la admiración estaba un peldaño por encima de la seducción, a Laura y a mí con nuestros dieciséis años no nos entraba una idea medianamente interesante en la cabeza, así pues mamá hablaba sola y siguió desarrollando un concepto, que años después intenté reconstruir sin éxito. Así es la vida. Llegamos al edificio que Laura nos venía señalando, creo yo, desde que salimos de casa, y eso que no se veía aún al salir. Eran unas torres en calle Pellegrini pasando Francia, que por suerte estaban emplazadas en un pequeño parquecito, con banquitos de cemento. Mamá y yo nos quedamos de pie. El banco, que en principio se presentó como un alivio, era en verdad un bloque de hielo gris. Laura se sentó, yo creo que no sentía el frío. Y cuando algunas personas comenzaron a salir del edificio, mi prima empezó a realizar unos movimientos repetidos, primero abría los ojos, después soltaba la mandíbula, el cuerpo comenzaba a subir a ritmo constante desde el banquito de hielo, para finalmente desplomarse sobre él, al comprobar que era una señora gorda, o un par de chiquitos con una pelota, los que salían del lugar. Llevábamos más de cuarenta y siete minutos de esta actividad infructuosa, mamá miraba los movimientos espasmódicos de mi prima, y llegué a pensar que la estaba hipnotizando. Pero no. De pronto, mamá caminó decidida y directa hacia la puerta del edificio. Laura y yo nos miramos presas del terror. Corrimos detrás de ella, y cuando estuvimos a su lado vimos cómo presionaba el botón del portero eléctrico. Una voz de señora le preguntó quién era. Así, mamá, con toda paciencia y delicadeza, relató las peripecias de Laurita, su sobrina de Santa Fe, algo adornadas por cierto. Luego se oyó un silencio largo y metálico. Mi prima comenzó a palidecer. La señora pidió que la esperásemos un instante, que ya bajaría a abrirnos. Creo que Laura entró en un trance. El trayecto en el ascensor pareció eterno. Mi prima agazapada en un rincón, bajo la luz blanca del tubo miraba fijamente a la señora de la casa, mientras ella dialogaba con mi mamá como si fueran vecinas de toda la vida. Yo miraba a Laura y a las señoras, y pensaba: ahora mamá tendrá que hacer lo mismo conmigo y con Guillermo Vilas. Esta Laura siempre tenía suerte. Al llegar al departamento me sorprendió que fuera tan común, incluso tenían un centro de mesa exactamente igual al nuestro. Yo investigaba el comedor y espiaba la cocina, a mi lado Laura permanecía inmóvil. La señora y mamá seguían hablando de los precios del mercado de ahí cerca y otros temas domésticos. Entonces, la escena se detuvo y la señora le pidió a Laura que la siguiera Luego, mamá y yo las seguimos de más atrás. Laura como si fuera hacia el cadalso avanzaba lento pero firme. Kempes tenía el pijama a rayas. Y. tenía que ser así. No podía ser de otra forma, pensé. Laura había despertado de su sueño profundo, nada más y nada menos que al Matador, quién después de refregarse los ojos, despertar, y entender que había tres mujeres desconocidas en su habitación, la saludó, le firmó el consabido autógrafo y le hizo un par de preguntitas de tono social. Laura caminaba mientras apretaba fuerte el pequeño papel contra el pecho. Durante el trayecto a casa y finalmente, en toda su estadía en Rosario, mi prima no volvió a nombrar a marioalberto. Mamá había logrado lo impensado.
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