JUAN MANUEL RODRÍGUEZ
Publicado en Parodias el 25 de Agosto, 2011, 10:40 por MScalona
La inmortalidad del cangrejo
Há metafísica bastante em não pensar em nada. (Alberto Caeiro)
Solía pasar tardes enteras pensando. Hasta que un día dejé de pensar. Ahora es casi imposible que me sorprendan con algún pensamiento en la cabeza. Muchas veces me pasa ir caminando por la calle y que algún amigo o conocido me reconozca y empiece a llamarme, y al ver que no le respondo, me toque en el hombro, y yo recién entonces caigo en cuenta. -Parecías un zombie. ¿En qué estabas pensado? -En nada. Si mi amigo es una persona de aquellas que no desperdiciaron su juventud leyendo libros sobre temas que únicamente pueden interesarles a alguien que haya desperdiciado su juventud leyendo libros, lo más común es que me lo deje pasar. Ahora si mi amigo es un literato, un intelectual, un filósofo (y lamentablemente tengo muchos de estos amigos), probablemente me salga con la siguiente cuestión: -No podés no estar pensando en nada, en algo tenías que estar pensando. Claro, la mente es una máquina de movimiento continuo, que constantemente esta elucubrando nuevas respuestas a viejos problemas, que a su vez engendran nuevos problemas, que resolvemos dándoles alguna de las viejas respuestas. Creo que Aristóteles dijo algo como esto, pero no estoy seguro. En todo caso, Aristóteles estaba equivocado (si es que dijo algo como esto). Por lo menos mi mente es perfectamente capaz de mantenerse en un estado de ivernación total, sin que nada como un pensamiento la perturbe. Pertenezo a una agrupación universitaria, lo que podrá parecer contradictorio, pues como todo el mundo sabe, un militante de la ideología que sea no hace, en verdad, casi otra cosa que pensar. Mi falta de ideas, en contraposición con la sobreabundancia de las suyas, ha llegado a exasperar a mis cófrades, y más de una vez me sugirieron, muy amablemente, que abandonara sus filas. El problema es que, según lo veo, abandonar algo, tanto como emprender algo, requiere un mínimo esfuerzo reflexivo, y ya que soy incapaz de esto, sólo pude optar por la inercia, seguir estando allí, y participar de tanto en tanto en aquellos mitines en los que nunca tengo nada que aportar. -Estas nuevas medidas del rector son un ataque directo contra el pensamiento independiente en el ámbito universitario, por lo cual pienso que es nuestro deber manifestarnos en su contra, si queremos salvaguardar la integridad de la educación pública. Aplausos. Alguien al lado mío me pregunta: -¿Qué pensás? -Estoy de acuerdo. -No me parece- dice otro-; yo pienso que estas medidas apuntan más bien a fortalecer la educación pública, y que deberíamos apoyarlas. Algunos murmullos desaprobatorios. Otra vez la pregunta. -¿Qué pensás? -Estoy de acuerdo. El hecho de no pensar no me impide tener algunas opiniones. Claro que, al no haber un pensamiento propio que las sustente, éstas sólo pueden nacer del contacto más puro con la inmediatez. Soy, por tanto, e invariablemente, de cualquier opinión que escuche. -¡No puede ser que estés de acuerdo con todo! ¡Tenés que tener alguna opinión sobre algo! -Sí, tenés toda la razón. Mi actitud más auténtica es darle la razón, con total sinceridad, a quien quiera que me hable. Sorprendentemente, esto no siempre complace a mis interlocutores. -¡Decinos de una vez qué pensás! -Honestamente… no pienso en nada. Detrás de mí oigo algún que otro comentario. "Qué hijo de puta", "éste es un pelotudo". Cosas por el estilo. -Pienso- acota uno- que deberíamos darle al compañero la oportunidad de expresar sus opiniones con mayor libertad, en lugar de hostigarlo. -Bueno, que hable entonces. ¡Dale, hablá! La concurrencia hace silencio. -Compañeros… creo que es clara la razón por la cual estamos acá reunidos. Se trata de dilucidar si las últimas medidas del rector atentan o no contra los intereses del estudiantado. Al respecto, opino, como el compañero Darío, que las medidas del rector se traducen en un alarmante vaciamiento de contenido en las carreras humanísticas, y en un empobrecimiento general en las condiciones de cursado en nuestra facultad, por lo cual deberíamos tomar acciones efectivas en el menor tiempo posible. Opino también que, como señala el compañero Sebastián, las susodichas medidas contribuyen a fomentar una estabilidad tanto política como institucional que sólo puede favorecer a la universidad pública, por lo cual deberíamos apoyarlas incodicionalmente. Automáticamente, muchos de los concurrentes se levantan con la intención de insultarme, y quizás de agredirme físicamente. También mi novia, militante acérrima, me grita desde su lugar: -¿No estás jodiendo? ¡No dijiste nada! -Dije lo que pienso, ni una palabra menos. -No podés estar de acuerdo con ellos y con nosotros. ¿No entendés? Estamos diciento exactamente lo contrario. ¿De qué lado estás? -Pues si se trata de estar de un lado o del otro, entonces yo definitivamente estoy… Alguien grita "con el rector". -…con el rector. Alguien más grita "contra el rector". -… o contra el rector. Murmullo general. Poco a poco va decreciendo, hasta que la sala queda en silencio. Yo sigo en pie frente a todos, sin que un solo pensamiento se me cruce por la cabeza. Finalmente alguien habla. -¡Siempre es lo mismo! ¡No sé por qué seguimos trayendo a este pelotudo a las asambleas! -No podemos no traerlo, es el presidente del centro de estudiantes. Después de debatir un rato más, se acuerda disolver la asamblea en un perfecto desacuerdo. Las partes se retiran, hasta que sólo quedamos yo y algunos integrantes de mi camarilla, que me miran con un aire de reproche. Yo les devuelvo una mirada que debe parecerles tan neutra como la de un perro o un gato idiota. Ellos seguramente estarán pensando en alguna conjura; quizás esperarme a la salida y golpearme en la cabeza con algún objeto contundente, hasta matarme o por lo menos dejarme en coma por un tiempo. Yo, en cambio, no pienso en nada, o en todo caso, sigo dándole vueltas a aquel único problema que desde hace un tiempo, ocupa algo de espacio en mi mente, el único que tiene algún sentido, el de la inmortalidad de los cangrejos. Tal vez cuanto menos piense, más cerca estaré de resolverlo.
- JUAN M. RODRÍGUEZ |