Julio del 2011
Publicado en Cuentos el 31 de Julio, 2011, 12:31
por MScalona

El Resto
“Un arte cuya forma exige no ser descubierta”
-R.Piglia, Prisión Perpetua.
No nos perdamos en detalles, amor, vayamos al grano.
Nicolás me dijo que desde hace meses solo piensa en una historia. Que por más que trata, esa historia está ahí, clavada en la piel, alfileres atravesándole los párpados, sangre recorriendo las mejillas y volviendo a su boca. Un círculo perfecto puede ser también una cárcel perfecta.
No nos apresuremos. Puedes bajar la montaña corriendo y llegar al valle en un abrir y cerrar de ojos; pero si bajas despacio, puedes cogerte a todas las cabras en el camino.
Melina había sido criada en el campo, abandonada por su padre. No en vano soy profesora de lengua, me dijo, sacándose la pija de la boca y mirándome a los ojos. Una sonrisita deliciosa.
La historia trata de tres, porque en toda historia de amor hay tres. El héroe, la amada y el antagonista. A veces los tres son solo dos. Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, decía Montaigne, la mayoría de las cuales nunca sucedieron. A veces los tres son solo uno. El Padre, el Hijo y Espíritu santo.
Un día voy a volver a la casa de mis viejos, dijo Jorgelina. Voy a entrar por el fondo, por una ventana, no sé, no me animo, no podría entrar por la puerta. Le gusta que la cojan por atrás, no por el culo, porque tiene el colon irritable, me dijo, solo desde atrás.
Sin embargo Dios ha muerto, resucitado, y los tres que antes eran uno ahora son tres nuevamente, porque la historia ha terminado y solo podemos hablar de lo que ha quedado de ellos.
Él, el de la historia, que aquí casi no importa, se pensó que iban a estar juntos toda la vida. Tenía apenas trece, catorce años, en esa época era fácil olvidarse los años y por lo que había hecho, lo que acababa de hacer, se sentía todo un hombre. Ella no era mucho más grande, al menos no en cuanto a edad. Posiblemente lo haya amado mucho más sinceramente de lo que él (a esa edad el amor es solo calentura, un montón de calentura), creía haberla amado.
Nicolás guarda sus notas en un cuaderno verde que dice “personajes” en la tapa. Como si no fueran personas, sólo máscaras para usar aquí y allá.
Estábamos en el living, después medianoche. Sus padres dormían, o nos gustaba creer que dormían. Ella boca arriba en el sillón. Yo le pedía que usara vestidos, así era más fácil, le corría la bombacha y le pasaba la lengua. Si trababa de meter, aunque sea la puntita de un dedo, se retorcía de dolor. Si vos me amás no importa, decía, me la metés y yo me banco el dolor, lo que sea; pero si no, no. Yo no la amaba. Se llamaba Noelia, creo.
Melina siempre mencionaba inútilmente mi nombre mientras hablábamos. En una conversación de a dos, siempre está implícito quien es el receptor del mensaje. Creía (quizás aun cree) que a la mayoría de los hombres no les gusta demasiado que se la chupen, que se sienten dominados mientras dura el pete. Solo una vez la penetré. Me dijo que si quería la cogiera, para darme el gusto, pero lo que realmente le gustaba era tener una pija en la boca. La primera vez que me la chupó traté de tocarla entre las piernas, me dijo que no hacía falta, que ella acababa por el solo hecho de chuparla. Incluso comprobé que era multiorgásmica.
Irene solo había estado con un hombre en su vida. Tenía sesenta años, había estado casada veinte, o más, y se sentía retirada para el asunto. No sé cómo, pero me hubiera gustado hacerle el amor.
Deambulo a través de la noche
ingrávido, olfateando aquí y allá
me detengo entre sueños
ante los sexos olvidados
y me inclino
labios abiertos sobre labios cerrados
hurgando, lamiendo, frotando, absorbiendo
frustrados, ocultos deseos.
Esto no es un cuento. Ni siquiera una historia. Son más bien los restos, todo lo que hubo que sacar, que extirpar para que pudiese haber un cuento. Es la cara oscura, el reverso que lo contiene, como un molde de fundición vacío.
Me dijo que su ex novio tenía la pija más grande de todas, que todo pasaba por ahí en el sexo, que nunca le habían chupado la concha y que tampoco lo lamentaba.
Noelia había perdido la vista de joven; un accidente. Me tocaba con cautela, con ardor, con miedo, como si le reprochase a su calentura por traicionar al amor, como si el goce no valiese ni la mitad del deseo.
Pero amor, no, nada de esto importa, quizás más adelante, cuando solo haya recuerdos, pero no futuro. Ahora, en este instante, solo deseo recorrer los caminos que dicten tus piernas, ese sendero que se hace estrecho e infinito como un océano. El resto, son cosas que irá arrastrando la marea, que se irán perdiendo en la resaca de mar.
He pasado por muchas lenguas
Son muchos los que han hablado de mí
Que cuentan, que dicen
Que no hay que creerles
Nada
Tampoco todo
Se puede
Conviene
Saber
Una heroína, su amado y la otra, esa perra. La Madre, la Hija y él, ese pibito que se la quiere coger en el living de la casa. El padre, la hija y el principito, que nunca llega, que no alcanza. Un judío, una cantante y un productor de espectáculos. Un arzobispo, un curita y una hereje. Un poeta, un publicista y su esposa. En el nombre del hermano, de la hermana, y el primo que vino del campo.
Bajó hasta su pija y se la quedó mirando con detenimiento. Ahora me la chupa, se la mete en la boca, pero no, nada, solo la mirada recorriendo cada centímetro, y el tiempo que pasa, y se va achicando en la manos de ella que lo miran de un lado y de otro, eso nomás. Al final comprende: se estaba asegurando de que no tuviera ninguna peste, aunque ya se sabía, igual iban a coger con forro.
Le propongo que vayamos a un motel. No, mejor a un telo, más sencillo, responde, y me dieron ganas de besarla, de la ternura; pero no, tiene razón, quién carajo dice motel cuando está por ir a coger.
Un día fuimos a ver a uno que le saltaba. A nosotros ya se nos paraba, y también nos hacíamos la paja, pero no podíamos creer que de ahí saliera leche. Teníamos un amigo, más grande, al que tampoco le saltaba, pero a un compañero suyo, de la escuela, sí. Así que fuimos a ver cómo era. El chico se tiró en la cama y se tapo con una sábana, porque le daba vergüenza, y así y todo al final no pudo concentrarse. Tuvimos que seguir esperando para ver como era.
Cenicienta 20'11: María Del Carmen viaja al noroeste del país. Viaja por negocios, es diseñadora, viaja para vender la ropa que diseña, viaja sola, viaja porque se va a encontrar con un chico que conoció en un grupo de meditación, un grupo que se llama Sahaja Yoga.
Un miércoles llama al celular de su madre. Le dice que está sin plata, angustiada y que no puede hablar más. Luego se pierde, o la roban, o ya la habían robado. La policía, el chico, la gente: nadie sabe nada.
Pasa una semana y Santiago viaja a Salta, el último lugar donde la vieron. La vieron, la vio, la cámara de un peaje, a María Cash en la poma, dicen que la vieron, dar al aire su ternura, pasando sobre la arena, iba pisando la luna.
Santiago es el padre, y en la policía son todos unos inútiles. Inútiles en el peor de los casos, porque lo más seguro es que sepan, que sean cómplices, que estén tapando todo.
María tiene 29 años, y el trigo que va cortando, madura ya por su cintura. Pelo oscuro y lacio. Un lunar, no un lunar, una mancha de nacimiento, media fea, en la mejilla izquierda. Nunca estuvimos muy contentos con esa mancha, pero ahora, esa mancha, quizás, esa particularidad suya, nos ayude a que la reconozcan, a esa mancha, ahora que no está, se la quiere, se la extraña.
María tiene ojos marrones, le dice Santiago a la policía, pero mirando flores de alfalfa, sus ojos negros se azulan, aclara luego, mientras adivina en la cara del comisario su impaciencia por que se olvide de todo, por que se vuelva a la ciudad.
Santiago no se vuelve. Habrá pasado como con los Pomar, piensa, que todo el mundo pensó que los habían secuestrado, o matado, o que se habían escapado, y a los veinticuatro días los encontraron tirados muertos al costado de la ruta, tapados por los yuyos. Un choque había sido nomás. No. El pobre de tu padre te está llorando, porque te roban María, a vos, no a tus cabras, como en la zamba, no tus vestiditos, a vos te están robaron, María, quién sabe, siquiera, si habrás andado carnavaleando.
Santiago averigua, empieza a recorrer garitos, burdeles, cualquier lugar en donde sospeche que pueda haber un prostíbulo. Pide algo para tomar, pide ver las chicas. Al principio no hace nada, lo miran raro. Vos sos el que no coge, rajá de acá gringo, le dicen en uno. Viaja varios kilómetros al norte, para que no lo reconozcan, sigue con la busca, pero empieza a coger, para que no levantar sospecha.
Es raro, al principio pensó que no podría, que tendría que entrar a la pieza y salir al rato haciéndose el avergonzado. Hace un mes que casi no duerme, y cuando duerme despierta llorando, hundido en la cama de algún hotel barato de la que cree que no podrá levantarse, pero se levanta, porque tiene que buscar, porque tiene que ir al próximo sucucho que encuentre, a ver si ahí tienen a su hija, y si no, se agarra a una, la trata bien, muy bien, no la coge, le hace el amor, con cuidado, y por un rato es feliz, y luego le habla, y también le pregunta, trata de sacarle datos, aunque mucho no hablan, pero el pregunta igual, y sigue buscando. A veces, en una noche, pasa por tres prostíbulos, tres mujeres, y eso es lo mejor, porque así queda cansado y puede dormir, que además de coger es lo mejor que le pasa; cuando despierta es el infierno de nuevo.
Se empieza a quedar sin plata. Hace un mes dejó de pagar hoteles, ni siquiera los más baratos, duerme en el auto. Come poco, huele mal, pero a los lugares que va todo el mundo huele mal, así que no le hacen problemas. Vive en una especie de sueño, de pesadilla. Cuando despierta piensa que a su hija la podrían haber mandado a Chile, o al sur, o Paraguay. Entonces vuelve al sueño, tiene que estar por acá, aunque no esté seguro si acá sea Jujuy, o Catamarca, va de un pueblo a otro, sin importarle demasiado, incluso más de una vez le pasó de pasar dos veces por el mismo.
Una noche se acuesta con una chica, la misma mirada triste que su hija, su edad, blanquita también. Al salir cuenta el dinero que le queda, apenas alcanza para llenar el tanque de nafta. Hace un mes que dejó de llamar a su esposa, y no la va a llamar para pedirle que le mande más plata. Tampoco le va a mandar, le va a decir que vuelva. Se trajo una veintidós cuando se vino, era de su viejo que, alguna vez, de chico, le enseñó a tirar. Se vuelve para el prostíbulo. Se olvidó algo, le pregunta el que cuida. Nada, dice él, saca el chumbo y le pega un tiro en la cabeza. Se oyen gritos. Ve a la chica con la que estuvo hace un rato que corre, se mete en una pieza. La busca. La chica lo mira con miedo, lo mira a él, mira el arma. El le dice que lo siga, que no le va a hacer nada, y guarda la pistola en un bolsillo. La chica, con más miedo que voluntad, comienza a caminar a su lado. Cuando están saliendo, una de las putas toma el arma del chulo tirado en el piso. Le grita algo que él no llega a entender, apunta, y dispara varias veces mientras él trata de sacar su pistola. Seis balas pasan sin tocarlo, la séptima se le mete en el cuello y cae. Trata de girarse para ver por última vez a la chica que quería salvar, pero el cuerpo no le responde. Se muere viendo a la puta llorar, abrazada al cuerpo del hombre que él mató al entrar.
Estoy en la cama y por un azar deseado me encuentro con rastros de tu perfume. Empiezo a recordarte, a recordar tus olores. El olor de tu cuello, tras las orejas, esa mezcla entre el perfume y la piel. El olor de tu boca, alcohol, tabaco, caramelos de menta y algo que los amalgama, una especie de aliento que nace con la calentura, que hace que sea delicioso algo que tendría por qué serlo. El olor del pelo, la nuca, la espalda, entre las tetas, un sudor cálido, suave, en los pliegues bajo las tetas, más concentrado, en los pezones, fresco, duros, el vientre también tiene su aroma, y los ijares, las axilas, desodorante, sudor, es un aroma especial, y luego la espalda, el culo, y más abajo, la concha, que es eso, una concha con su olor cuando está cerrada y su olor cuando está abierta, y las piernas, los pies, cada rincón huele distinto. Hay un punto, casi a la altura de las tetas, un poco más arriba, desde el que se puede oler la sutil mezcla de todo esos aromas, el sinuoso misterio de tu cuerpo resumido en una sola fragancia que hace que me pierda.
Pienso en qué pasaría si un día te quedaras sin olor. Si tu cuello, tus tetas, incluso tu culo ya no oliera a nada, o si olieran distinto, a otra cosa. Estoy seguro que dejaría de amarte. Es difícil de explicar, pero es así, soy fiel como un perro.
De repente se abrazó a mí y empezó a llorar. Le había pedido que me la chupe. No era la primera vez que pasaba esto, así que no fue de repente, en realidad. Un día me contó, o más bien, como pudo, fue soltando algunas palabras para insinuarme la historia. Que fue cuando era chica, que, no me dijo quién, tampoco mencionó la palabra, en realidad dijo muy poco, pero estaba todo dicho. Me dijo que no podía por eso, porque cuando sentía el olor, no dijo olor a pija, ni a pito, ni pene, ni nada, dijo que cuando sentía el olor se acordaba y no podía, que no había manera, y siguió llorando abrazada a mí. Nunca le contó a sus padres, ni a las hermanas, ni a sus amigas. Fui la segunda persona a quien se lo contó.
Es difícil, amor, encontrarse en el otro. Es imposible, en realidad. Solo existe la posibilidad de perderse en el otro, eso es el amor, abandonar lo conocido sin saber con que carajo nos vamos a encontrar, a oscuras, guiados, atraídos solo por el olfato.
Nicolás tiene la odiosa costumbre de meter párrafos inútiles, por una mera cuestión de forma, para distraer, para que las cosas no se precipiten tan rápido, para que haya alternancia de voces, cuando en realidad es siempre la misma voz, que se quiebra en estos cuarenta y dos párrafos tratando de contar una historia, que, sin su reverso, es difícil de comprender.
NICOLÁS AIMETTI
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Publicado en General el 29 de Julio, 2011, 16:53
por MScalona
La máquina de narrar
El autor de "Dublinesca" devela sus horarios, ritmos, taras, estímulos e incertidumbres a la hora de sentarse a crear un a nueva historia, a la que deja fluir en una deriva qu eno se planifica.
POR Julian Gorodischer - Revista Ñ
Hay que sustituir la palabra realidad por la palabra verdad”, pide Enrique Vila-Matas, autor de Dublinesca, su última novela publicada. En lo que respecta a la verdad, no hay una sola ni es absoluta: hay finitas pero múltiples posibilidades de verdad que se manifiestan en la creación literaria. Lo dice quien pasó de ser catalogado como el escritor de los escritores a ser una rara avis de best-séller, ganador de prestigiosos premios como el Rómulo Gallegos y el Medicis Etranger, afín a esa zona de memoria ficticia en la que lo real permanentemente se entremezcla con la fantasía para constituirse en biografías de seres tan parecidos y a la vez tan distantes al autor como los protagonistas de París no se acaba nunca o la reciente Dublinesca .
“Se acerca más a la verdad Franz Kafka –asegura, en una pausa del Tercer Congreso Internacional de Periodismo Cultural, organizado por la revista Cult, con sede en San Pablo– hablando de las relaciones con su padre (de las relaciones con el poder) que un periodista que informa sobre algo teóricamente real pero que no necesariamente es la verdad. Eso es la realidad mediática”, distingue Vila-Matas.
Vila Matas es una máquina de narrar que se activa con cualquier cosa que pueda sucederle en la calle. Para que la vivencia se haga literatura debe despertar asociaciones, remitir a otras vivencias, lecturas, películas, hechos que ocurrieron anteriormente que se parecen al que está viviendo en un momento dado, y entonces la asociación es el puente entre la vivencia y la novela.
La máquina se obtura en el momento en que se trata de querer abordar todo el caos de la época en la que nos encontramos y viajar en unos segundos de México a Tokio y de Tokio a...
-Quiero intentar contar todas las historias que tienen lugar en este mundo. Surge la imposibilidad de abarcarlo todo, unido a que me muevo en un mundo personal, muy singular, único y privado. Esa ambición extraordinaria sólo podría atribuírsela con éxito a un escritor como Roberto Bolaño que intentó abarcar todo, hasta el futuro, y fue la mente literaria más ambiciosa que ha aparecido por lo que significa la posibilidad de abarcar todas las narraciones, y en esa continuidad mantener una historia de personajes en lugares diferentes.
O en el mismo lugar, intentando llevar a los personajes por mundos paralelos.
Vivir vidas simultáneas: un eje que podría articular la pasión del escritor y del lector...
El otro día estuve hablando de un cuento de Henry James que me parece premonitorio, se llama “La vida privada”, y es muy sencillo. En una reunión en Suiza, en un hotel, un escritor inglés está departiendo con los otros congresistas en el salón del hotel y alguien descubre que mientras él está departiendo con la gente del congreso, está también escribiendo en su habitación. Tiene un doble.
¿Usted mantiene el hábito de la escritura durante los viajes de compromiso literario?
Sí, son para mí buenos, aprovecho para pensar fuera del ordenador... Sirve para descongestionar, para tomar notas para la continuación de la novela en la que estoy trabajando. Sirve para el contacto con otras personas; la vida cotidiana es muy gris y siempre se ve a las mismas personas en una cotidianeidad sin alicientes. Los humanos tenemos horas y horas al día en que no nos damos cuenta de que podemos cambiar continuamente y tenemos a nuestra disposición cosas diferentes de las que hemos tenido hasta entonces, y sin embargo siempre hacemos lo mismo, y tenemos capacidad para todo lo demás. Somos como los fantasmas de Dickens, muy tontos, porque vuelven al armario de la habitación, a la familia que tenían; todo el mundo a su disposición y vuelven al lugar donde fueron desdichados; tenemos tendencia a una vida cotidiana en la que se repite mucho todo. Es un rasgo cómico, idiota, porque la posibilidad de cada día de encontrar algo nuevo es más interesante. El viaje, es cierto, te obliga a estar despierto, a estar atento a no perder el avión, por poner un ejemplo, a estar menos relajado y es bueno también para los movimientos.
Fin de época
Samuel Riba, el protagonista de Dublinesca , que se considera el último editor literario, convence a unos amigos para acudir al Bloomsday y recorrer el corazón del Ulises de James Joyce. Viaja para celebrar un funeral por la era de la imprenta, en un mundo seducido por la era digital.
Pertenece a la cada vez ya más rara estirpe de los editores cultos, literarios. Y asiste todos los días conmovido al espectáculo de ver cómo la rama noble de su oficio –editores que todavía leen y a los que les ha atraído siempre la literatura– se van extinguiendo sigilosamente a comienzos de este siglo.
( Dublinesca )
Esos “funerales de la era Gutenberg” a los que se refiere la novela, ¿qué consecuencias tiene para la literatura?
Se gana en vitalidad; la negatividad conduce a lo contrario. Es decir la literatura que está a punto de ser enterrada en Dublinesca termina renaciendo al final; es un vivo que parecía muerto y está más vivo que nunca. No voy a hacerme el puritano diciendo que Internet no me interesa; yo estoy todo el día ahí.
Pero se pierde mucho en Facebook y en Twitter en el lenguaje abreviado, la gente más joven está perdiendo la construcción de la frase, la complejidad de una frase, de la literatura. Se está hablando cada vez peor y eso está conduciendo a que la gente hable también muy mal, con frases simples. Vamos a llegar a una pérdida total de la complejidad del lenguaje que me recuerda a un poema de Wallace Stevens que habla de dos hojas a las que mueve el viento y describe el sonido. Y ese sonido es terrible porque es solo ruido y carece de significado; acabaremos siendo sólo hojas.
Cada día parece terminarse algo, en la era del relato apocalíptico...
Hombre, se está hablando que se va a terminar la prensa escrita, pero eso ya se dijo en los años 60, justo cuando la televisión a través de la muerte de Kennedy, dio el salto y ocupó y perjudicó a los periódicos y la prensa escrita. Ya entonces pasó eso, pero hace cincuenta años de esto y seguimos bastante bien creo, hace cincuenta años se habló de que la prensa escrita estaba tocada de muerte, pero en este caso por la influencia de la televisión. La gente no se acuerda, hay poca memoria del caso.
¿Su posición es: avanzar desde la incertidumbre, lanzarse al vacío?
Sin duda escribo para averiguar de qué quiero hablar. Una vez, he escuchado al escritor Juan Benet decir que iba cuatrocientas páginas de la novela y todavía no sabía de qué se trataba. Me pareció una lección fenomenal de lo que es escribir.
Avanza, Vila-Matas, se deja llevar por lo que se le ocurre en aquel momento y luego se da cuenta de que han aparecido cosas que no conocía “de mí, que estaban adentro”. “Construyo la historia sin censura para mí, en función de lo que ha surgido inesperadamente tanto si me gusta como si no. Y voy dejando que avance y que me sorprenda a mí mismo”.
O sea que el devenir de la trama nunca se diseña de antemano.
No, actualmente no.
Después, llega el trabajo de edición y de montaje.
Cuando ya tengo un borrador, sé qué era lo que quería contar que no sabía, aquello que me gusta como lo que no, ya lo monto más pero averiguo de qué quiero escribir a través de la práctica misma. De hecho, aquí en el hotel no avanzo en la novela porque estoy trabajando y viendo, las palabras mismas me conducen al argumento.
¿Cuál es su horario?
Bueno, de siete y media hasta las dos o tres de la tarde. Después es la conexión con lo que podríamos llamar realidad, es un poco la hora de comer, como con mi mujer, veo las noticias, compro los periódicos, paso a un estado de información más alejado del mundo de la ficción en el que me he movido por la mañana cuando estaba más despierto mentalmente. Después por la tarde puedo estar pensando en lo que escribo y tomando nota de alguna idea para el día siguiente, pero ya por la tarde es una situación distinta, más social también, me encuentro con personas, estoy comunicado con el mundo.
Vivir la época
-Me encanta esta época pero si eligiera vivir en un pasado cercano o remoto, me aburriría la tranquilidad. Naturalmente estoy todo el rato deseando estar tranquilo pero he conocido ya otro tipo de ansiedad y me aburriría profundamente, igual que me aburro profundamente en el campo, con la felicidad de los años 20. Me interesa más la maldad y la estupidez actual. Es apasionante, también para un novelista.
¿Cómo se define el ser contemporáneo?
La estupidez es la clave, la palabra exacta. Vas a leer Nota sobre la estupidez de Robert Musil o bien a Flaubert cuando hablaba de sus sobrinos que decía que su sobrino iba a ser financiero: “...dentro de poco todos los hombres, toda la gente joven, la generación de mi sobrino, serán hombres de negocios”, anunció que había una sociedad de hombres de negocios por venir. El hablaba ya de hombres de negocios que están donde estamos acá nosotros, los biznietos del sobrino de Flaubert.
Usted escribió en su ponencia “La teoría de Lyon” que “escribir es escribir lo que escribiríamos si escribiéramos”, citando a la escritora Marguerite Duras. ¿Usted que escribiría si escribiera eso que todavía no escribió?
Todos aún estamos por escribir la primera página, como los libros sagrados a los que les falta la primera página: todos los libros son incompletos. Para poder escribir lo que quisiéramos escribir necesitaríamos confianza en el lenguaje.
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Publicado en Cuentos el 28 de Julio, 2011, 16:52
por MScalona

Langostas
El último en entrar fue el doctor Castillo. Hacia un rato largo que la misa había comenzado, así que mojó la punta de sus de dedos en la pila de agua bendita, se persignó y fue a apoyarse sobre la arcada del campanario tratando de divisar un espacio vacío; recién cuando los fieles se sentaron caminó unos pasos por el pasillo de la crucifixión. Al verlo, Andrada, un gringo huesudo que envejecía como peón de estancia, le hizo una leve reverencia y corrió su culo flaco resbalando unos centímetros por la madera. El doctor asintió el gesto y se sentó, pero enseguida giró la cabeza, disimulando la incomodidad y el crujir de las coyunturas. Su mirada se encontró entonces con el hijo de Dios, rumbo al calvario, rodeado de fariseos, cargando una cruz descascarada. Abajo, sobre la piedra tallada leyó, Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos. Perché con la tua Santa Croce, hai redento il mondo!, pero antes de asociar alguna idea el Padre Rafael ordenó ponerse de pie. Recién en ese instante los cuerpos se aflojaron.
Queridos Hermanos, dijo el Padre sin severidad mientras caminaba hacia el pulpito, arrastrando la casulla y descubriendo, a cada paso, un par de dedos martillos que desbordaban la hebilla plateada de las sandalias. Antes de citar a San Mateo repitió la pose, ésta vez como un aviso: Queridos hermanos. A Jesús le fue traído un endemoniado, ciego y mudo, y le sanó, aunque los herejes aún desconfiaron de él. Y agregó Jesús: Pero si Yo, por el Espíritu de Dios, expulso a los demonios, ha llegado a vosotros el reino de Dios. Y al que hable contra el Espíritu Santo, hermanos míos, no le será perdonado, ni en éste siglo ni en el venidero. El doctor hizo los cálculos mentales y sintió que su cuerpo no resistiría cuarenta y cinco años más, así que prefería que el Señor ajuste rápidas cuentas con el Diablo. Es palabra de Dios. Amén. Amén. mén. ennn. El eco fue interrumpido por el estallido unánime de puertas y ventanas. Se sacudieron los floreros de petunias y temblaron los vitro y las campañillas chirriaron a los pies de un monaguillo. Don Altuna, próximo al pórtico principal, comprobó que la salida estaba atrancada por fuera; lo mismo se dijo de las salidas laterales que llevan al santuario y a la sacristía. El Padre Rafael se acercó al altar y permaneció allí unos instantes, ligeramente recostado sobre su lado izquierdo, en una imagen simulada del Santo de cera erguido en la hornacina que se encontraba a sus espaldas.
Un coro de voces superpuestas, ¿qué hacemos Padre?; sí Padre; ¿qué hacemos?, incrédulas y balbuceantes, ¡Mi Santo Dios!; ¡Marta, vení para acá!; Padre!!!; Padre!!!?; el grito de la viuda de Bartolucci, sentada en la primera fila, devolvió las miradas al altar, donde el Padre Rafael salía del trance. Primero amagó una respuesta, pero prefirió continuar su homilía, esperando que el Cielo y la presentación de las ofrendas y la consagración de Cristo ofrezcan el milagro. Antes de rezar el Padre Nuestro tuvo que llamarles la atención al sordo Gil y a Cuello, que seguían murmurando, y habló de la sabiduría de Dios y de los sagrados sacramentos, pero los corridillos continuaron, y notó que la hija menor de Altuna miraba de soslayo a Bruno y el doctor se las había ingeniado para acomodarse adelante, bien cerca de la viuda, a la que le susurraba explicaciones que confundían ciencia, política y religión. Cuando el Padre dio por terminada la misa a nadie pareció importarle que no hubieran comulgado.
La estampida fue previsible. Se armó un pequeño alboroto que terminó con la viejita Márquez en el suelo y pisotones sin consecuencias. No más, aunque el Padre Rafael levantó la voz. Luego fue a testificar lo ya conocido y, con pausa, miró por el ojo de la cerradura. Si no fuera por el borracho que dormía al pie del busto hembra, Dios misericordioso tuya la Justicia Divina, lo que se veía no presentaba nada extraño. La hilera de adoquines llegaba hasta el barro acumulado por las últimas lluvias, mientras la cola roja de un caballo entraba y salía de escena y, más allá, el centro de la plaza, el mástil, entornado por algunos fresnos y un pino al que no se le veía la copa, y un fondo de nubes negras cabalgando sobre el convento de pupilas. Por los ventanales que daban al patio algunos parroquianos también intentaban develar el misterio, pero las imágenes lacradas apenas permitían distinguir unas siluetas amorfas y distorsionadas por la luz del mediodía.
Al volver a la sede el Padre Rafael ya tenía tomada una decisión. Ordenó a los presentes que permanecieran en sus lugares y que, a viva voz, se vayan contando. Uno, dos, dos, dos, tres, tres; la ansiedad exigió que el recuento se repita varias veces. Ciento cuarenta y tres feligreses, cincuenta y ocho mujeres, treinta y nueve hombres, diecisiete jóvenes y diecinueve niños según los números del censo. Las mujeres con hijos, por orden del Padre, subieron a la parte superior de la iglesia por la escalera ubicada en la parte izquierda de la nave. A las ancianas le fueron reservados los asientos traseros y las pocas solteras presentes quedaron encargadas de los niños sin madre o paganitos, según la caracterización que hizo el propio Padre al descubrir que la mayoría de ellos no estaban bautizados. Por último, reservó una tarea especial para el alemán Korn, presidente de la Sociedad Rural, Cartetti, director de la Escuela Nacional, unos pocos comerciantes del pueblo y el doctor; el resto de los hombres buscaría la manera de forzar las salidas. Habían pasado tres horas desde aquel soplo extraño, y en lo alto comenzaban la segunda ronda del Rosario.
Las tareas de rescate fueron sumando fracasos, haciendo que las alternativas sean más temerarias. García propuso derribar las puertas con la cruz de madera que adornaba el ambón, lo cual fue aprobado por unanimidad pero vetada por el Padre Rafael, quien tres años atrás había inspirado esa obra para recordar los cuatrocientos sesenta años de la evangelización cristiana. También se descartó romper los vitrales del ventanal dado que las barras de hierro hubieran hecho absurdo el sacrilegio. La moción final fue propuesta por el Padre Rafael, aunque sufrió el apoyo en disidencia del doctor. Dos grupos cincharon hasta desprender la primera hilera de bancos, corrieron a las ancianas que dormitaban en las cercanías del pórtico y comenzaron una serie acompasada de golpes que el Padre dirigía con gestos orquestales. Luego repitieron el intento usando el podio del coro. En ambos casos la tarea fue desgastante pero inútil.
Con la caída de la tarde la circulación adquirió cierta anarquía. Ya no se rezaba y los pasillos se convirtieron en un campo de juego que mezclaba niños guerreros, empuñaduras de madera y madres y comadres dispuestas a reprimir con bofetadas. El Padre Rafael miró por última vez a través de la cerradura, y si no fuera porque el borracho se había marchado y porque las colas de caballo eran cuatro y descansaban inmóviles sobre el barro seco, hubiera creído que el tiempo estaba detenido. Una paloma que se posó sobre el rodete cincelado de la efigie le dio movimiento a la escena, mientras la noche comenzaba a caer sobre las ramas de los fresnos. En ese instante sintió hambre y, también, ganas de orinar, pero no pudo reprimir una mueca imaginando a los fieles meando por los rincones, convirtiendo a la Iglesia en una laguna caliente. Se reunió con Korn y Carletti, y escuchó las demandas que sumaron algunos chismosos que se habían acercado al convite; luego comunicó la estrategia diseñada: los dos confesionarios serían llevados al campanario para usarse como baños, mientras que la patena y el incensario harían de sumideros, sacrificio que mereció un Ave María y la bendición de los objetos litúrgicos. Tres hombres y tres mujeres, en turnos rotativos, se encargarían de vaciarlos por uno de los ventanales que da al patio, rajado durante la cinchada. Por su parte, la esposa de Korn sería la encargada de administrar el acetre, único recipiente del que se bebería agua. Agua bendita.
Mientras lo anunciaba, El Padre tuvo el instinto de dirigir la mirada al cáliz y comprobó que la sangre de Cristo se había evaporado. En las vinajeras tampoco quedaban restos de agua ni de vino y de los panes de hostias sólo el rastro de una dentellada que había partido al hijo de Dios en mitades simétricas. Tampoco había rastros de las ofrendas y sobre los escalones que llevan a la sacristía vio como se disimulaban unos soretes infantiles, apenas cubiertos por las algunas hojas azarosas de la Biblia. El Padre recogió los restos del libro santo y los guardó en el sagrario para evitar que se conviertan en una tentación higiénica. En ese instante, por segunda vez en el día, mientras se disponía la nueva arquitectura, sintió que tenía hambre; y acaso por eso anunció un ayuno obligatorio. Hasta nuevo aviso, dijo, fuera de todo protocolo.
Con los baños inaugurados los esfínteres cedieron. Se formó una fila de hombres y otra de mujeres cuyos órdenes eran alterados a cada instante de acuerdo con las urgencias declaradas. El primero en hacer uso de las instalaciones fue el Padre Rafael; luego las bendijo y salió del campanario cruzando miradas con Marta, quien días atrás se había sentado en los flamantes mingitorios. Padre, he pecado. Yo, a mí, eh, eh, a mí me gusta un hombre Padre, pero él está casado Padre, y, eh… La fidelidad, hija mía, es un principio que… si, ya sé Padre, pero, no… Dios juzga el adulterio, hija mía, los deseos, hija mía… si Padre, los deseos… El Padre, aquella tarde, observó a Marta a través de las mirillas del confesionario, secaba sus manos, un suspiro, pero recién ahora comprendía que con diez Ave Marías y un credo no podía resolverle los enigmas de la carne.
En el pasillo tropezó con un niño guerrero; al levantar la vista observó el cerco formado por la doble fila de desesperados, dispuestas en direcciones contrarias pero unidas en el vértice opuesto de la Iglesia, donde la oscuridad era plena. Al segundo paso reconoció la silueta del doctor en las penumbras proyectadas por las velas del oratorio bautismal. Estaba rodeado por un grupo de mujeres a las que como todo consuelo divertía. Con la mano derecha hurgaba los dedos sudorosos de la viuda, pero la llegada del Padre desanudó el hechizo. Padre, ¿qué hacemos? Esta vez la muletilla de la deuda sonó desgarbada y el Padre prefirió redireccionar la consulta. No sé; a usted que le parece doctor, ¿la ciencia tiene alguna solución para estos casos? No hubo tiempo de respuestas, el Padre les ordenó que recen el último Rosario y se preparen para una noche larga. Miró al doctor, sabor oporto en sus labios, y se manchó. Empezaba a llover y la luminosidad de un rayo no alcanzó a impactar sobre los resabios atrasados.
La madrugada continuó fatigosa, perdida entre los rumores del diluvio. El llanto de los niños se intercalaba con ronquidos y babeos y el delirio de doña Mercedes, víctima del ensueño y el Alzheimer. El Padre Rafael permaneció en duermevelas, certificando las postas del baño y el acetre, mediando en las rapiñas del espacio nocturno. Vigilante ante la posibilidad de un gemido insidioso. Las primeras luces del amanecer llegaron cargadas de agua y el hedor creció por los ojos. Un par de paganitos comenzaron a chapotear sobre la patina amarillenta; otros fabricaban tortitas con los restos desprendidos de las pelelas de oro. Un humedal de estiércol, sin tierra que abonar, entre zombis amuchados en los bancos o huyendo al refugio más alto por la crecida del río.
Las tripas del Padre Rafael crujieron inequívocas, así que saltó del presbiterio y a sola declaración jurada ganó posiciones en la fila de coléricos. Por tercera vez sintió hambre, y al entrar al campanario se cruzó con el doctor, sin tiempos para guiños o reproches. Levantó con destreza la casulla y el alba e hizo blanco en el orificio del incensario pensando en los sorbos de agua bendita y en cómo detener la hemorragia. En el suelo del confesionario encontró un par de páginas bíblicas. Las tomó por sus zonas secas y antes de convertirlas en papel pintado leyó un trozo arrugado pero legible: …y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo, 9:3 Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra; 9:4 Y se les mandó que no dañasen a la hierba de la tierra, ni a cosa verde alguna, ni a ningún árbol, sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes. Se persignó en el aire y limpió sus partes pudendas, con el rostro beato de quien es consiente de la epifanía del instante.
Al salir tropezó nuevamente con un grupito de niños exploradores, pero no detuvo su marcha hasta el ojo de la cerradura. Su mirada recorrió los adoquines, la tierra mojada y fértil, el coleteo de los caballos, el mástil, los fresnos reverdecidos, sus flores de primavera, el pino incompleto, la fachada del convento, y la mañana teñida de humo oscuro. A sus oídos llegaba el aleteo de ese maná que atravesaba el horizonte, zigzagueante en la cortina de fuego y azufre que iba dejando a su paso. Por el aire serpenteaban los tormentos anunciados, castigo y redención, aunque el pozo del abismo se abriera en el lugar equivocado.
LAUTARO COSSIA
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Publicado en De Otros. el 27 de Julio, 2011, 19:55
por MScalona

Libro del Desasosiego
Ed. Emecé (págs. 240, 241 y 242)
243.
Quien quisiese hacer un catálogo de monstruos, no tendría más que fotografiar en palabras aquellas cosas que la noche trae a las almas soñolientas que no logran dormir. Todas esas cosas tienen la incoherencia del sueño, sin la disculpa incógnita de que se está durmiendo. Sobrevuelan como murciélagos la pasividad del alma o chupan como vampiros la sangre de la sumisión.
Son larvas de lo que declina y del desperdicio, sombras que cubren el valle, vestigios que quedan el destino. Unas veces son gusanos, nauseabundos hasta para la propia alma que los abriga y cría; otras veces son espectros, y rondan siniestramente algo que no es nada; otras, incluso, son serpientes las que emergen de los rincones absurdos de las emociones perdidas.
Lastre de lo falso, no sirven sino para que no sirvamos. Son dudas del abismo, postradas en el alma, arrastrando pliegues soñolientos y fríos. Duran lo que volutas, se borran como huellas, y no hay más que el que hayan sido en la sustancia estéril de haber tenido consciencia de ellas. Uno u otro son como una pieza íntima de fuegos artificiales: chispean por un momento entre sueños, y el resto es la inconsciencia de la consciencia con que vivimos.
Levísima cinta desatada, el alma no existe en sí misma. Los grandes paisajes son para mañana, y nosotros ya vivimos. Fracasó la conversación interrumpida. ¿Quién diría que la vida iba a ser así?
Me pierdo si me encuentro, si encuentro dudo, no tengo si obtuve. Como si pasease, duermo pero estoy despierto. Como si durmiese, me despierto y no me pertenezco. La vida, al final, es un gran insomnio, y hay una somnolencia lúcida en todo lo que pensamos y hacemos.
Sería feliz si pudiese dormir. Está opinión es de este momento, porque no duermo. La noche es un peso inmenso por detrás del ahogarme con la frazada muda de lo que sueño. Tengo una indigestión en el alma.
Siempre, después de después, vendrá el día, pero será tarde como siempre. Todo duerme y es feliz, menos yo. Descanso un poco, sin atreverme dormir. Y grandes cabezas de monstruos sin ser emergen confusas del fondo de quien soy. Son dragones del Oriente del abismo, con lenguas encarnadas por fuera de la lógica, con ojos que miran sin vida mi vida muerta que no los mira.
¡La tapa, por amor de Dios, la tapa! ¡Pongan fin a la inconsciencia y a la vida! Felizmente, por la ventana fría, de hojas abiertas hacia atrás, un hilo triste de luz pálida empieza a extraer sombra del horizonte. Felizmente, lo que va a despuntar es el día. Me sosiego, casi, de tan cansado que estoy del desasosiego. Un gallo canta, absurdo, en plena ciudad. El día lívido empieza en mi sueño vago. Alguna vez dormiré. Un ruido de ruedas dice carro. Mis párpados duermen, pero no yo. Todo, en fin, es el Destino.
244.
Ser Mayor retirado me parece una cosa ideal. Es una lástima no haber podido ser eterna y únicamente mayor retirado.
La sed de ser completo me dejó en este estado de pena inútil.
La futilidad trágica de la vida.
Mi curiosidad hermana de las alondras.
La angustia pérfida de los ocasos, tímido rumbo en las auroras.
Sentémonos aquí. Desde aquí se ve más cielo. Es un consuelo la expansión enorme de esta altura estrellada. La vida duele menos al verla; pasa sobre nuestro rostro caliente de vida la caricia tenue de un abanico leve.
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Publicado en Sugerencias. el 25 de Julio, 2011, 18:58
por MScalona
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Publicado en Nuestra Letra. el 25 de Julio, 2011, 13:00
por MScalona
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Julio llora a través de talita la distancia de Oliveira.
El Dr. Temporesi llora su jubilación.
Yo, lloro de vos lo que dejamos de ser.
- De vos extraño un montón de cosas. - Pero si tanto no cambiamos. - Bueno, ponele que hayas cambiado una sola cosa…
- Pero si no cambiamos nada, aparte nos vemos siempre.
-…y que esa sola cosa sea determinante, crucial, no sé, como decirte que cambiaste la sonrisa porque te enderezaste la dentadura, o algún rasgo fisonómico característico, como si en un par de semanas aumentaras 150 kilos…
- Estás exagerando.
- O la voz, esa voz dulce que antes me decía dulzuras, ahora está dispersa, se va en el aire frío, se aleja como un vapor… - Estás exagerando, aparte de decirlo ridículamente. - Con vos no se puede hablar…porque ves las cosas desde tu mirada, y tu mirada cambió con vos, ¿te das cuenta? también cambiaste los ojos. Alguna vez me supieron cautivar, empeñar una parcela de mis afectos por el solo hecho de verlos pestañar. - Te hacés el poeta…pero si te sigo mirando igual, con los mismos ojos. - Puede ser, pero está como más acotada, una mirada que no se decide a ser interrogante o devaneo, está sucia, distraída atrás de otras preocupaciones que antes no tenías. - ¿Por qué todo tiene que mantenerse tanto tiempo suspendido en la nada? - Si para vos esto que tenemos es nada, me dejás más tranquilo. - No seas irónico, ¿querés? - ¿Por qué me decís irónico, no te gustó la canción? - Si fuera tuya, vaya y pase, pero es copiada. - Ellos me la habrán copiado a mí.
Carta de despedida: “A través del presente comunicado, queremos trasmitir nuestras dichas alegres por encontrarnos ante el merecido retiro jubilatorio del dr. Jorge Temporesi. Luego de 32 daños de incorruptible e innombrable trayectoria, despedimos con efusión y cordialidad a tan ilustre colaborador que, después de 32 daños de trabajo logrado a deformar, determinar y corregir errores por él mismo proclamados, pero que a la vez ha sabido cortar desde la raíz para no infestar esta honorable repartición de lacras como la que ahora estamos despidiendo, pero con honores; por habernos perdonado por lo menos parte de este patrimonio que tanto nos costó resguardar de gusanos así, va nuestro homenaje. En un acto sentido y conmovedor, entregaremos una placa a la trayectoria por haber hecho poco, y diríamos que casi nada. Ha calentado una silla durante incansables 32 abriles a pesar de las condiciones climáticas, el frío, el calor o los mundiales. Al tesón de quien se esmera en afrontar problemas de tamaños oficios, agraviados por el vínculo. Defendido por la excusa de pertenecer desde tiempos inmemoriales a una casta de intocables, capaces de…
Monografía
El hombre que está sentado se llama Cortázar, Julio Cortázar. Es alto, con la costumbre que tiene la mayoría de la gente de su estatura de inclinarse, condescendiente, para equipararse con las demás gentes. Encorvado. Al leer su obra, se identifica claramente la diferencia de altura. La cabeza anda por los cielos, ahora en sentido literal, antes simbólicamente. Ese vuelo tal vez sea el culpable de tamaña imaginación. El pelo enmarañado hace juego con la pronunciación de algunas erres que se mezclan entre la lengua, los dientes y el olor a tabaco.
Sobre los muros, París se demuestra rebelde. La ciudad está lejos del olor a asado y el vino mendocino que supo degustar. El perfume no es un buen menú. Ni una buena bebida, no se puede tomar “on de Rocks”. Aunque sea francés de Francia. Preferible un perfume francés paraguayo y un asado bien argento. A pesar del charco, los kilómetros no lo alejan del idioma que con tantos “vos” puebla.
Estoy sentado en un bar donde hay un “mirame” disfrazado de José Sacristán, y no es de madrugada, pero casi. Gorra de cordero sobre la cara. Lentes fotocromáticos de marco grueso. Bigote recortado y barba de dos días. Sobre el cuello una bufanda de varios inviernos. Sobre toda su persona un tic repugnante, “inspirado”: se empecina en limpiarse la nariz de afuera para adentro, con la sola ayuda de la inspiración. Lo que en otras palabras sería: se está tragando los mocos mientras hace un ruido espantoso. ¿No probó con un pañuelo?
Me levanto y me voy.
Se levantó y se fue. A otro bar. A otro país.
Exilio por asco.
Para no escuchar a los que se comen los mocos haciendo un ruido a discurso.
Para no ver a los que se comen los mocos por creer esos discursos.
Hay una imagen que me persigue, todavía no me acecha; para exorcizarla la escribo:
Entrás a casa con aire sacado, de exaltación por el ruido ensordecedor… yo, matándome de risa. Una nube de polvo nos separa aunque la distancia es mínima. El polvo se debe a un accionar mío. La distancia, a un inaccionar tuyo.
Bué, al margen.
Disfruto de estar rompiendo la pared que separa el comedor de la pieza y baño. Vos, de separarnos a vos de mí.
Bué, al margen.
Me veo como sobre la pared, montándola, cabalgando. Y los martillazos siguen un ritmo atemporal.
Golpeo, te miro y me descuello de risa.
Mientras
La pared se cae a pedazos
Olemos a cal vieja
Esperamos que la luna no se tape.
Aunque preferimos la noche
odiamos encontrarnos
tocar la piel distante
distinta
olvidamos la risa como se olvida el manzano trepado de la infancia; o los miñones, la harina, o el suave olor a madrugada.
Nos vamos sin nada que dejar
Se fueron como se van los hampones; escupidos, de noche. Pero idos. Eso es lo más triste. Que se fueron como se va lo que respiramos. Ella siempre está dando vueltas por mi vida, una mujer especial como un sol de mediodía. Y sin decir palabras ella siempre me convence. es una mujer especial jugando con mi suerte. Tenemos un lugar que nadie puede encontrar somos peces en el mar muy profundo y lejos de las redes. Construye mis sueños y destruye mis rutinas, es una mujer especial que cura mis heridas. Ya firmamos la paz para guerra está la vida cuando las nubes se van ella brilla como el día. Si no hay diferencia, no hay adrenalina. Es una mujer especial como un faro que me guía. Los soles se van llevándose los días y ya la vida dirá si nuestro amor termina, pero ella tiene tiempo y yo tengo suerte, es una mujer especial y siempre diferente. Una palabra vale más que mil imágenes.
Un flaco guerrero, cubierto de una armadura inverosímil, tratando de deslumbrar a Dulcinea.
San Martín arriba de una burra en el medio de los Andes.
Un caballero abajo del balcón de su amada Julieta.
Los 40 años juntos de mi viejo y mi vieja.
La espera de Florentino por Fermina que no decide acercarse, mientras la ira llena el mundo.
El plato de polenta en la boca de un nene, mientras el padre muerde sólo bronca.
Un bebé en un pesebre de Belén.
Tu mano y mi mano juntas, traspiradas.
Así, otras 900 imágenes más.
¿Por qué no decir “amor” y listo?
Hoy es un día especial para toda la oficina municipal de…
Se nota en las caras de todos. Algunos están alegres, porque se sacan de encima un punto
como el dr. Temporesi. Otros,
como el dr. Temporesi,
no sabe cómo estar en su último día de trabajo en la repartición municipal de…
Pedro, por ejemplo, está agradecido a los astros. Para él se va el verdugo medieval que arruinó tantos desayunos y otras tantas tertulias. No cree extrañarlo, como alguien extrañaría un yeso que, a pesar de ser molesto, crea dependencia. Seguro llegarán las salutaciones hipócritas, las sonrisas bien de frente y los abrazos con puñales por la espalda; las placas recordatorias, alguna birome, y la circular de despedida a toda la oficina. Una verdadera basofia. León Daudí acertó: “¿Quieres un buen consejo para tu éxito de relación? Ayuda al prójimo a sujetarse la careta”.
Asistencia para las vacaciones
- Tengo que escribir un cuento.
- ¿Y, cómo va?
- Raro.
-¿Por?
- La idea que quedó es rara, porque no parece un cuento por más buena voluntad que le pongas.
- A ver, contame un poco, como diría Julio: date vuelta los bolsillos y poné la pelusa sobre la mesa.
- Bueno, por ahí anda la cosa. El cuento este encierra, entre otras situaciones, una monografía de Cortázar que escribe el personaje.
-¿Es escritor? Ya te digo que tu cuento es aburrido.
- Pará un poco che. El personaje es un empleado municipal.
- Puf, peor entonces, ñoqui del 29.
- See, como todos. El tema es que no hay un desarrollo muy explícito de los personajes. Son pantallazos que determinan alguna característica de cada uno. Por ejemplo: la novia del personaje aparece sólo en un diálogo, pero no tiene nombre, rasgos ni nada. Sólo podés deducir que está un poco colgada.
- ¿Y con tu personaje pasa algo, o por ser empleado de la muni se la rasca todo el día?
- Al loco lo pinto en estado alegre y melancólico al mismo tiempo. Por un lado está contento con la jubilación de un jefe que le voló la cabeza un par de años, pero ese mismo día, tiene una charla con la novia que lo deja con dudas acerca de su relación. Había pensado que podía pasar un 4 de Junio, por decir una fecha famosa en la literatura, pero no es determinante.
- ¿4 de Junio?
- Y ese mismo día, el tipo sale de su laburo temprano, se sienta en un bar a escribir esta monografía de la que se hace un poco carne, y alterna su mambo con el del escritor sobre el que está hablando.
- Digamos que se delira un poco.
- Si, también escribe lo que podría ser un sueño, y hace una reflexión sobre el amor.
- Me parece un delirio total. No le encuentro patas ni cabeza.
- Porque no tiene ni patas ni cabeza. ¿Sugerís que lo tire al demonio y arranque con otro nuevo?
- No, bah, no sé. ¿Cómo pensás terminarlo, que remate le ponés?
- Remate ninguno. Pensaba terminarlo con una charla de dos amigos que debaten la idea de un cuento sobre un empleado municipal…
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LUCAS DARRUIZ
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Publicado en Cuentos el 24 de Julio, 2011, 11:28
por MScalona
EL FRIO DEL AGUA
La Pugliese era la fábrica de pastas de Italia al 2300, la más antigua del barrio. La primera vez que abrió sus puertas fue en otoño de 1948, de la mano de un joven nacido en Bari, que como tantos, llegó al país huyendo de la guerra. No eran domingos completos en el vecindario si no se comían los “spaghettis a la napolitana” amasados por el tano y con el tuco casero que hacía Carmela, su mujer. Era placentero hacer la fila cada mañana esperando “la próxima tanda” de fideos, era un encuentro de amigos, como en el bar, pero junto al mostrador blanco de harina.
Ya tengo 97 años y camino poco. Cuando lo hago, me ayudo con un bastón, pero, a decir verdad prefiero trasladarme en mi silla de ruedas. Los huesos acusan la edad, pero el oculista dice que tengo una vista fantástica, para cien años (¿habrá notado que me faltan solo tres?). Soy de los pocos que se puede dar el lujo de peinar, mi cabello es abundante, blanco ceniza y siempre trato de mantenerlo prolijo…me gusta ser coqueto, siempre lo era de joven. Trato de pasar mis días lo mejor posible, hace poco vino un amigo nuevo, Juan, “el dotor”. Con él puedo charlar lindo, siempre y cuando tenga puesto el audífono. Cada vez que me bañan la morocha tarda un siglo en ponérmelo y eso me enoja en serio. ¡Si ella se diera cuenta de lo importante que es para mí poder oir a mis compañeros!
Hubo un gran estruendo en la cocina. Matilde se resbaló con el escobillón y con su caída arrastró la olla con las albóndigas, la salsa, la pava y el salero. El piso parecía el escenario de un campo de batalla, hasta ella, paradójicamente estaba armada, empuñando aún la espumadera, a la que a pesar del golpe no había soltado de su mano. El administrador solo preguntó por teléfono qué había pasado.
En el plasma que hay en el comedor están pasando un programa de turismo. Muestran las playas del mar Egeo y parte del Adriático. Las aguas azules y transparentes. Como me gustaría ser ese niño que corría por la spiagga y gioccaba nell´acqua. Mis ojos ven la inmensidad de ese mar que me seduce e invita a jugar. Ven la blancura de la arena salpicada por las olas. Y ahora, otra vez, el mar se agita, me moja, me pega. Me muestra la cara de ellos, me muestra su fuerza, su autoridad y yo, otra vez, me rindo. Estoy mojado, el agua me asusta, el agua es desesperación y miedo. Cara mia: Non so dove mi trovo. Esto es lúgubre y frío, pero no tanto como el agua. Me duelen mucho las piernas y los brazos. Para pasarla mejor pienso en vos, pongo tu mirada en mis ojos, ellos te ven, te saborean. No entiendo cómo hablan acá, pero me están ayudando con mis dolores. Pronto volveré a verte, quizás, lo deseo tanto…Aspettami, amore, vicino all´albero rosso. Tuo. P. Otra vez la imagen de la playa en el tele. Y las gaviotas ¿estará la casita de ramas todavía? ¿vendrán los caracoles blancos con las olas de invierno?
Pablo llega a la mesa y saluda con su clásico “buongiorno”. Juan y Susana están allí, ella inmóvil, con la mirada perdida. El, al instante levanta su mano para contestar el saludo. Pablo saca el mazo de cartas y lo desafía
-¿Giocchiamo?
-¿Básica o truco?
-A ver, Juan, levantate la manga que te tomo la presión
-¿Banana o compota?
-Dale, a la básica
-Dejale la sopa, no te la llevés que no terminó
-¿cuánto tiene?
-¡Cuidado que quema!
-Repartí vos
-15/8, está bien
-Nelly ¿y el audífono?
-Te dije, cuidado con lo que decís acá
-¡dos de chica!
-¡Nena, la compota!
-A ver Pablo, dejame ponerte esto
-¡Juan! Usá la servilleta, no te ensucies
-¡Nelly! ¡Más sopaaa!
Es primavera, la brisa que se siente en la proa del barco es fresca y reparadora. El sol del amanecer pinta y transforma los colores del mar, a veces lo vuelve magenta, a veces azul noche, a veces rojo. Este cuaderno es mi mejor amigo, lo encontré tirado junto a los barriles de aceite. En él puedo decirte lo que te extraño y quiero. No sé adonde voy, no sé cuándo llegaré. Sólo sé que aquí, por donde navegamos, las aguas son aún más frías y el celeste mas profundo. No ví ninguna playa cerca. Solo se oye la naturaleza, el viento, el agua. Por el sol, ya debe ser media mañana, debo volver a la cocina. Aquí somos muchos para comer y el trabajo es arduo. ¿El día de hoy? Algún día de la primavera de 1942
Sobre la mesa, Alberto trae el diario. Todos los días lo viene a visitar a Juan, junto con su esposa. Le traen la ropa limpia y lo ayudan a él y a Susana para comer. Juan lo mira rápidamente y lo deja.
-¿Pablo, querés ver el diario?
- Bueno, pero todavía no leí el de ayer.
Pablo hojeó las principales noticias. En un momento, mientras recorría las palabras con su vista, sendas lágrimas corrían por sus mejillas. Dejó el diario abierto sobre la mesa.
-¡Nelly! Per piacere, voglio andare in camera
-¿qué pasa Pablo?
-Niente, niente.
-A ver nene, leeme a ver qué dice.
-¿Acá?…No sé, habla de un acampe en Plaza Catalunya, un robo a un banco en China , qué se yo.
-Leeme, che, que no tengo los lentes. ¿Por qué se habrá molestado este? Me parece que Pablo a veces está como yo. ¿Te dije nene que tuve un ACV? Y si, por ahí se me desconectan los cables, pero ya me voy a recuperar.
A veces me pregunto por qué no he muerto aquella madrugada. Qué extraño capricho de los Dioses ha querido que, un simple soldado de la marina, haya sobrevivido a tan cruel experiencia. Éramos más de mil…y quedamos algunos menos que doscientos. Aún siento el agua abrazándome, calándome hasta lo más profundo de mi ser y vuelvo a ver tu carita, con tus ojos grises que me dicen “viví” y trato de moverme otra vez, pero me canso. Y por esas cosas vuelvo en sí y veo a mi lado a Antonino que me grita ¡forza amico! Y lo intento otra vez hasta que me gana el desánimo. El ruido de un avión cercano me despierta y veo a mi buen amigo, con sus ojos abiertos, inmóvil. Le hablo y no me contesta “Antonino, Antonino, forza” y la fuerza que me dio a mi no le alcanza a él para sobrevivir. Cierro los ojos y al abrirlos ¿por última vez? veo luz, mucha luz, pero no es el sol el que me encandila, no es luz natural y trato de mover mi mano y no siento el agua y escucho voces extrañas. No siento mi cuerpo. ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ellos? Cierro mis ojos, quiero descansar y te veo, corriendo por la playa, jugando con las olas, con tus rizos al viento y tus ojos de cielo nublado. Te veo junto a mí cuando éramos chiquitos, jugando en la casita de ramas, y el mar nos traía los caracoles en invierno. No, no te vayas, no te alejes no ahogues otra vez mi ilusión de tenerte, mi querida, mi adorada Giulietta dove sei allora? Stai ancora aspettandomi vicino all´albero rosso?
-¡Básica!
-Cosa?
-¡Básica Pablo! Ves, dos cuatros y el comodín chico. Es un cuatro y además, escoba. ¡Pablo! ¿Jugás o qué?
-La ti vu…son las playas del Adriático…la spiaggia de la mia infancia, il mare, l´acqua fredda, mortale.
-¿Qué decís Pablo? Cuando hablás todo trabucado no te entiendo nada
-Giovanni…tanti anni fa. Io era un ragazzo molto felice, vivía in Bari, mi ciudad, cerquita de la playa. Qué hermosa la playa, iba todos los días a jugar, con Giuletta, el amor mas puro y simple que tuve en la vida. ¿Dove sei Giulietta? Me gustaban sus rulos, era hermoso verlos volar con el viento del atarceder. Jugamos juntos por años en el árbol rojo, le decíamos así porque en otoño se ponía de ese color cuando los demás cambiaban a ocre. Todo era felicidad. Después vino la milicia, la guerra, la marina. No la ví nunca más. Nos dijeron que éramos los mejores, que íbamos a ganar. El barco era grande, imponente, nos sentíamos dueños del mar, invencibles, éramos muchos jóvenes con ideales de justicia y ambiciones. O eso nos habían hecho creer…tantos quedaron en las aguas. No sé por qué yo sobreviví. Me rescataron, junto a otros pocos. Nos llevaron a Croacia y después otra vez a Italia. Volver a Italia fue terrible. Allí, la povera mamma di Antonino… “esto es algo que no puede describirse. Esa mujer trémula que solloza y me sacude gritando ¿por qué vives tú si él ha muerto?, que me inunda de lágrimas y exclama ¿por qué están allí abajo ustedes, unos niños como ustedes?, que se deja caer en una silla y llora ¿lo has visto? ¿has podido verle todavía? ¿cómo murió? Murió enseguida, ni siquiera se dio cuenta. La cara le quedó muy natural, apenas si se notaba nada”. Después de eso huí. Cada vez que pienso en el mar, en el barco, en Antonino recuerdo cada una de las palabras de su madre. Sentí que no había hecho nada por él. Huí. Desconsolado. Cobardemente. No supe más de mi familia, de Giulietta ni del árbol rojo. No quise ver más sangre, no más explosiones. No más aviones en el cielo. No más muerte de amigos. Unos pescadores me llevaron hasta España, deambulé, no sé cuánto tiempo, llegué al norte. Subí a un barco de polizón, tenía solo lo puesto. El barco iba para América. No tenía idea de qué era eso ni dónde quedaba. Después de unos cuántos días y cuando el hambre me aquejaba demasiado fui descubierto. Tuvieron compasión de mí y me llevaron a la cocina. Allí aprendí mucho con Lolo y también trabajé mucho. Después…llegué acá, a la Argentina. Volvía a pasar hambre y frío, pero no como en la guerra. Busqué compatriotas, los encontré y me dieron asilo. Después conocí a la Carmela y bueno… La fábrica de pastas, la llegada de Antonino. Antonino, mio figlio, mio amico. No puedo olvidar su cuerpo sin vida en el agua junto a mí, ni la voz quebrada de su madre preguntándome por él. Giovanni…ahora estoy en otro barco, navegando, otra vez, sin saber adonde. Como entonces, guiados por otros, creyendo en unos falsos ideales. Tampoco entiendo lo que hablan. Algunas noches siento el frío del agua abrazando mi cuerpo.
-Nene, mirá, esto debe haber sido -“Hallan restos de un buque de guerra en aguas del Adriático. Todo parece indicar que se trataría de una clase de buque torpedero italiano SPICA, que habría sido usado como escolta de un acorazado durante la Segunda Guerra Mundial. Buzos de la Prefectura Naval Italiana, en ejercicios de rutina a profundidad, hallan el casco del gran vapor sumergido desde hace más de seis décadas. El gobierno del país junto a los entendidos elaboran un plan estratégico para poder extraer los restos de la nave del lecho marítimo”
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SILVINA POTENZA
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Publicado en Cuentos el 23 de Julio, 2011, 13:49
por MScalona
ENIGMA EN LA MORGUE
Recuerdo aquella mañana en la que, sin previa notificación, el Director de la Morgue, Dr. Ernesto Juárez, no se presentó a trabajar. Si bien al comienzo el hecho fue subestimado por todos, ya que el Dr. Juárez no era un adicto al trabajo y solía llegar con demora, al transcurrir las horas y no haber noticias de él, comenzaron a circular los rumores.
Cerca del mediodía, el Secretario de la Institución, el Dr. Tortone, hombre bueno, pero de poco carácter y menos ejecutividad, previa consulta al plantel médico respecto a si el Director había debido ausentarse de la ciudad o asistir a los Tribunales para alguna Junta Médica, y ante la respuesta negativa por parte de los mismos, decidió llamarlo al celular. Me comentó, desolado, que lo había atendido la afeminada y casi servil voz de su superior (él no le lo expresó con estas palabras, pero su imitación fue casi perfecta), invitándolo a dejar un mensaje. Desalentado, Tortone colgó. A esta altura del día el Director había sido reclamado por tres jueces diferentes, pero lo más urgente para el pobre Secretario era dar alguna respuesta a su mujer, quien lo rastreaba en forma metódica, conocedora de las frecuentes aventuras extramatrimoniales de su marido.
Que alguien me diga si ha visto a mi esposo, preguntaba la Doña.
Se llama Ernesto y tiene cuarenta años.
Llevaba pantalón negro y camisa clara…
Ante la ausencia de noticias sobre el paradero de Juárez, se decidió que los Dres. Monti y Cerdeña se repartirían las tareas del día, ya que el desaparecido estaba de guardia esa jornada. La Dra. Bianchi, la cuarta integrante del Cuerpo Médico Forense, había dado parte de enferma. En cuanto a mi, hacía tiempo que nadie me consideraba para dar una mano.
La mañana siguiente se repitió la ausencia, agravada por el hecho de tener que atender a la esposa de Juárez, quien, presa de un ataque de histeria, declaraba que su esposo no había ido a dormir la noche anterior.
Viejo conocedor de nuestro director, no me sorprendió en lo absoluto, pero Tortone tuvo que enfrentar la situación y con el consentimiento de la Sra. de Juárez, dio parte a la policía. En poco más de media hora, se encontraba reunido con ellos el comisario Alberto Márquez, quien, con absoluto desgano, comenzó el interrogatorio de rutina. Nunca imaginé que ese incidente sería el comienzo de mi amistad de tantos años con Alberto. Tal vez es excesivo titularla como amistad, palabra que usamos frecuentemente con demasiada soltura, pero sí se convirtió en uno de los puntales de mi solitaria vejez.
Márquez conocía desde hacía varios años al forense por haber compartido varias investigaciones criminales, y estaba convencido, al igual que yo, de que el galeno y funcionario debía estar borracho y retozando con alguna amiga de turno. Así lo insinuó a sus interlocutores y, tras sugerir que esperaran otras 24 horas, se despidió, no si antes entregar con cordialidad su tarjeta a la esposa del desaparecido.
Se sintió realmente sorprendido cuando, transcurrido el siguiente día, fue otra vez requerido por Tortone: Juárez seguía sin aparecer y sin dar noticias de vida. Más tarde me contaría que, mientras se dirigía a la Morgue, realizó en su mente una lista de sospechosos. ¿Quiénes podían ser enemigos potenciales de Juárez?, y que se estremeció al pensar que en realidad todo el mundo tenía motivos para odiarlo. Había alcanzado el cargo de Director mediante sobornos, siendo desleal con sus colegas, era desconsiderado con el secretario Tortone y con todos sus empleados, acosaba al género femenino, era infiel consuetudinario con su esposa. En fin: eran muchos los que se alegrarían y beneficiarían con la muerte del médico. Incluso el mismo comisario había sido suspendido en un par de ocasiones por presuntos vicios procesales denunciados por Juárez.
Pero Alberto no es un hombre prejuicioso y vale aclarar que tampoco es un tipo venal. Así que, decidido a no dejarse llevar por preconceptos, bajó de su coche y entró a la Morgue. Durante los días siguientes comenzó la agotadora tarea de interrogar a todos y cada uno de sus compañeros de trabajo. Tal como suponía Márquez, la animadversión contra el Director era general y compartida por todos, incluida su esposa, quien adoptaba una postura de viuda compungida, pero no dejaba de coquetear con el Dr. Monti, varios años menor que ella. Dado lo engorroso de la toma de declaraciones, Márquez se abocó a ellas en forma personal y exclusiva, delegando el resto de las tareas investigativas a sus colaboradores más directos, incluidas las pocas relaciones sociales que el Director tenía fuera de su ámbito de trabajo. Nadie parecía saber nada respecto al destino del cuestionado médico, que seguía sin aparecer, pero tampoco ocultaban las diferencias, presentes y pasadas, con el mismo, por lo que casi todos los entrevistados podían tener un móvil para el eventual homicidio: Tortone, el secretario, había sido denigrado en forma sistemática durante años por su superior y éste nunca había usado sus influencias para lograr el nombramiento efectivo del Secretario, la Dra. Bianchi había sido desplazada mediante malas artes del cargo de directora que le hubiera correspondido por su antigüedad, el Dr. Cerdeña había sido víctima de la usurpación de varios trabajos científicos y de investigación, que habían aparecido publicados en Revistas de la especialidad, adjudicándose la autoría de las mismas a Juárez. Los empleados administrativos no perdonarían jamás al Director el no haberlos defendido en su lucha por lograr que su actividad fuera considerada insalubre, y le reprochaban que los obligara a estar presentes en las autopsias para tomar notas, incluidos los fines de semana. Sumado a esto, las empleadas Scopini y Cárdenas eran sistemáticamente acosadas. Ni qué hablar del Dr. Monti, que además de compartir los pobres conceptos que sus colegas tenían de Juárez, flirteaba cada vez más en forma más descarada con la mujer del desaparecido y, según intuíamos Alberto y yo, la ayudaba a disfrutar de la pequeña fortuna que éste le había dejado. Todos ellos, en definitiva, parecían tener un motivo para actuar en contra de Juárez, y ninguno lucía preocupado por su paradero, desconocido desde hacía ya más de tres meses.
-Hagamos estudios de inmunomarcación para descartar que el hijo del empresario no haya muerto de gripe A-
-¿Para qué gastar en estudios inútiles? El chico era un adicto reconocido y no tenía ningún síntoma sugestivo de gripe-
-Dra. Bianchi, el padre del pibe es un hombre influyente. Puede sernos útil en alguno momento. ¿Acaso no se gastan fortunas haciendo inútiles estudios de ADN a esqueletos viejos?-
(No puedo creer lo que estoy oyendo. Este facho de mierda se caga en todo. Sólo le interesa la figuración y coquetear con los poderosos. ¿Dónde se habrá metido este arribista? ¿Será que llegó el momento de mi revancha y de ocupar el cargo que me corresponde por legítimo derecho?)
Adonde van los desaparecidos
Busca en el agua y en los matorrales.
Y por qué es que se desaparecen:
Porque no todos somos iguales…
-¿Qué quiere que haga, Cerdeña? Si Juárez no aparece tienen que cubrirlo. Sé que usted no es el director, pero la Dra. Bianchi se niega terminantemente a ocupar el cargo, aunque sea en forma temporaria-
-Por lo menos tiene más dignidad que usted, Tortone, acólito y chupahuevos de un ladrón que nunca lo apoyó. ¡Deje que estalle el quilombo, así desenmascaramos a este hijo de puta frente a la Corte!-
-Elena, no se aflija. Ya va a aparecer. No es la primera vez que esto pasa.-
-Es que, querido Monti, han pasado muchos días y tengo un mal presentimiento. Es cierto que el inútil suele mandarse sus macanas, pero siempre me avisa, aunque sea con una excusa pueril-
-¿Su marido tiene sus papeles en regla?
-Por supuesto, Jorge. No soy idiota. Las cuentas bancarias están a mi nombre, igual que la caja de seguridad y las inversiones en el extranjero-
-Eso la convierte en una mujer aún más interesante-
-¡No me diga que sólo le interesa mi dinero, Jorge! Aún no es el momento oportuno-
-Lo que me sobra es paciencia, Elena-
Yo trataba de permanecer ajeno a la locura que se había desatado en la morgue y, mientras esperaba con absoluta paciencia mi jubilación, me afanaba en organizar los frascos del museo con las distintas piezas anatómicas de interés médico legal, tarea a la que he sido relegado desde hace algún tiempo, ya que mi vista se deteriora día a día y mis pericias como patólogo ya no resultan muy confiables.
¿Por qué preocuparme por él?- pensaba el viejo González- Es un hombre grande y si ha sobrevivido hasta ahora es por mérito propio. Agradezco al director el haberme delegado alguna función en esa Institución, a la que llevo dedicada la mitad de mi vida.
Soy un sobreviviente más. He logrado un lugar en este mundo, aunque ya no me interese. Podría decirse que soy un sobreviviente antifisiológico. No es natural sobrevivir a los hijos y, sin embargo, aquí estoy. Treinta años sin mi Agustín. Cada caso trágico en que está involucrado un joven me lo evoca. Tampoco puedo reprochar a Juárez que no haya fogoneado la investigación de restos. ¡Son tantos los desaparecidos y tan pocos los éxitos en la identificación! Tal vez podríamos haber aprovechado mis contactos con el Equipo Argentino de Antropología Forense. Ellos han recuperado trescientos cuerpos y han devuelto cincuenta a sus familiares. Pero, ¿realmente quiero el cuerpo de mi Agustín, como una confirmación irremediable del horror? ¿O prefiero imaginarlo vivo, en algún lugar, a salvo?
Que alguien me diga si han visto a mi hijo es estudiante de pre-medicina se llama Agustín y es un buen muchacho a veces es terco cuando opina lo han detenido, no sé que fuerza pantalón claro, camisa a rayas pasó anteayer
El comisario Márquez continuaba las investigaciones, sin éxito. Para agravar la situación, el cadáver de Juárez no aparecía y al no contar con el cuerpo del delito, se complicaba la elaboración de una hipótesis factible.
Siguieron transcurriendo las semanas, y resultaba casi escandalosa la relación de Monti con Elena García, ex de Juárez, y la algarabía de todos los profesionales y empleados al enterarse del nombramiento interino en la Dirección de la Dra. Bianchi, quien en forma inmediata elevó a su compañero Cerdeña al cargo de Jefe del Departamento de Investigación.
Sin novedades que activaran el caso, ante la ausencia del cuerpo del desaparecido y el poco entusiasmo de sus allegados por recuperarlo, el caso fue siendo olvidado, poco a poco, y finalmente cerrado. Todos parecían felices con el desenlace, sin siquiera preocuparles qué ocurriría si alguna vez Juárez reapareciera.
El Comisario nunca pudo resignarse a la idea de su fracaso. El misterio le quitaba el sueño. Intuía un complot entre varios de los integrantes de la Morgue, pero carecía de las pruebas mínimas contra alguno de ellos para inculparlos.
De tanto en tanto volvía a la Morgue, con la excusa de visitar al patólogo, el Dr. González, con quien había trabado una buena relación. Pero, más allá de la simpatía que el viejo le despertaba, su verdadero objetivo era seguir investigando, descubrir rastros sutiles, pistas escondidas.
-¿Cómo anda, González? ¿Disfrutando la inminencia de la jubilación?
-A mis años, Márquez, y en condiciones normales, se disfruta cada mañana en que se puede abrir los ojos. En mi caso, hace mucho que desistí de todo disfrute.
-¡Pero tendrá proyectos para transitar estos últimos años!
-No me quedan muchas opciones, Comisario. Ni siquiera la posibilidad de alguna visita ocasional al cementerio. ¿Sabe usted? La vida es enigmática y caprichosa. Siempre pensé que moriría joven, intoxicado de formol y tragedia. Y sin embargo, aquí estoy. Viejo pero entero, mientras mi hijo está muy probablemente muerto y ni siquiera puedo recoger sus pedazos…
Había ya pasado más de un año de la desaparición de Juárez, cuando llegó la jubilación al viejo González. Al enterarse, Márquez lo visitó en el Museo de la Morgue para saludarlo. Al verlo llegar el viejo dejó de acomodar los polvorientos frascos conteniendo vísceras y muestras, y lo atendió con la simpatía de costumbre. Hablaron de bueyes perdidos, de la jubilación, del corto futuro y de la eterna muerte. Cuando se dieron cuenta, había transcurrido la mañana.
El viejo y cansado patólogo se levantó con dificultad y recogió un maletín lleno de revistas y publicaciones de su especialidad, algunas fotos amarillentas de su familia y otras más recientes de sus compañeros de trabajo. El Comisario se ofreció a ayudarlo y llevarlo hasta su casa.
Aparecieron en la puerta del museo los Dres. Monti, Bianchi y Cerdeña, y en un segundo plano, varios de los administrativos y evisceradores con un enorme cartel de despedida. El viejo agradeció el gesto y los aplausos. De a uno se acercaron para saludarlo y rendirle su homenaje.
Cuando el improvisado acto finalizó y todos se fueron retirando, el Comisario tomó al Dr. González de un brazo para ayudarlo a salir. Desde la puerta y en presencia del policía, Cerdeña, Monti y Bianchi le guiñaron un ojo con picardía, gesto que el viejo no advirtió por su incipiente ceguera o pretendió no advertir.
Ya en la puerta, pidió al comisario Márquez que lo dejara sólo unos segundos para despedirse de su reducto. Los otros bajaron la mirada con una sonrisa cómplice y apartaron al Comisario hacia las escaleras.
González volvió por última vez sus gastados ojos hacia los estantes del Museo.
Entre otros frascos reconoció sus últimas creaciones: un cráneo con fracturas conminutas secundarios a un traumatismo, el corazón de un hombre adulto perforado por un proyectil de arma de fuego, dos pulmones enfisematosos, cargados de nicotina y hollín, un estómago, estaqueado sobre una plancha de corcho a fin de mostrar las numerosas úlceras que alguna sustancia cáustica ingerida había producido en su mucosa, todos ellos flotando en el líquido fijador que los mantendría incólumes por muchos años. No sin cierta nostalgia, y en absoluto silencio, los miró con un dejo de agradecimiento y se despidió de su antiguo Jefe, que tan prolíficamente había contribuido a incrementar las piezas de su Museo.
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Marcela González García.-
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Publicado en De Otros. el 20 de Julio, 2011, 14:06
por MScalona

RETRATO DEL ARTISTA ADOLESCENTE
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James Joyce,
libro escrito entre 1904-1913
p. 259-260
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- Lessing –dijo Stephen- no debería haber escogido un grupo de estatuas como tema literario. El arte, necesariamente impuro, no presenta nunca netamente separadas estas distintas formas de que acabo de hablar. Aun en literatura, que es la más elevada y espiritual de las artes, estas formas se presentan a menudo confundidas. La forma lírica es de hecho la más simple vestidura verbal de un instante de emoción, un grito rítmico como aquellos que en épocas remotas animaban al hombre primitivo doblado sobre el remo u ocupado en izar un peñasco por la ladera de una montaña. Aquel que lo profiere tiene más conciencia del instante emocionado que de sí mismo como sujeto de la emoción. La forma más simple de la épica la vemos emerger de la literatura lírica cuando el artista se demora y repasa sobre sí mismo como centro de un acaecimiento épico, y tal forma va progresando hasta que el centro de gravedad emocional llega a estar a una distancia igual del artista y de los demás. La forma narrativa ya no es puramente personal. La personalidad del artista se diluye en la narración misma, fluyendo en torno a los personajes y a la acción, como las ondas de un mar vital. Esta progresión la puedes ver fácilmente en aquella antigua balada inglesa, Turpin Hero, que comienza en primera y acaba en tercera persona. Se llega a la forma dramática cuando la vitalidad que ha estado fluyendo y arremolinándose en torno a los personajes, llena a cada uno de éstos de una tal fuerza vital que los personajes mismos, hombres, mujeres, llegan a asumir una propia y ya intangible vida estética. La personalidad del artista, primeramente un grito, una canción, una humorada, más tarde una narración fluida y superficial, llega por fin como a evaporarse fuera de la existencia, a impersonalizarse, por decirlo así. La imagen estética en la forma dramática es sólo vida purificada dentro de la imaginación humana y reproyectada por ella. El misterio de la estética, como el de la creación material, está ya consumado. El artista, como el Dios de la creación, permanece dentro, o detrás, o más allá, o por encima de su obra, transfundido, evaporado de la existencia… indiferente… entretenido en arreglarse las uñas.
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Publicado en Aguafuerte el 19 de Julio, 2011, 18:16
por MScalona
Envido o muerte
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Lo que dijo, lo dijo seria. Sin escapársele una sola mueca. “Si te encuentra te mata, Miguel. ¿Qué duda te cabe? ¿Podés ser tan imbécil?”. Lo machacó toda la tarde. A mí el odio me ganaba el pecho, me trepaba la garganta y me astillaba el orgullo.
Al fin y al cabo fue su decisión. Sabrá ella qué buscaba en ese hombre ladino. Lo cierto era que el viejo se estaba avivando. Desde distintos lugares me había llegado el mismo recado: cuidate porque sospecha. Y a mí, más ganas me daban de Carina. De siesta, de noche, de escapada por el camino viejo, de parado sobre un árbol. La conocía como al cielo de la madrugada. Cada vez que salía hacía la cuadra para encender el horno, aún en el verano, sabía diferenciar ese calor de la incandescencia de su piel.
A partir de las sospechas del viejo nuestros encuentros se volvieron más furtivos. Y más de una vez me volví con un ardor a flor de deseo porque tuve que escapar. Y no era sólo el viejo. La caterva de sobones que lo rodeaba no era poca. Tenía ojos y oídos en cada rincón del campo aunque fuese vasto e inconmensurable. Un viejo latifundio que se arrastraba de herencia en herencia, de cagador en cagador. Y cada hijo nuevo que aparecía, más cagador que el anterior se volvía. Por eso mis escapadas eran mucho más que eso: una conquista tras otra conquista. Cada pedacito de piel de Carina era fiebre y victoria. Pero la novedad que ella me confió esa tarde fue un premio impensado. Dentro de ella se cocinaba una esperanza a fuego lento que se llamaría Facundo. Siempre soñé tener un chango con ese nombre, y portando el apellido del guampudo, más placer me daba.
Nunca creí lo que me contaban del viejo. De su alegría, de sus lágrimas, de su inesperada esperanza de tener un heredero a los setenta y dos años. Ni mucho menos me tragué el costillar que nos hizo a la salud de la criatura y toda esa perorata que ensayó ese domingo al mediodía. Había amanecido chispeado. Los muchachos me contaron que de temprano ya se le había calentado el pico y se abrazaba con medio mundo. Y a cada tanto lloriqueaba, viejo maricón, oligarca de mierda.
Yo casi ni había probado el vino por temor a que me fuese de lengua y la terminara pudriendo. Lo que no podía dejar de hacer era mirarla a ella sobre la mesa principal, al lado del viejo, abrazándolo como se abraza a una sombra, a un perro de la calle o a un cadáver. Con un gesto de resequedad que opaca el rostro y apaga todo destello de vida. A diferencia de cuando estaba conmigo, puro gemidos y sudor a dos cuerpos.
El cielo se empezó a nublar y el viejo boqueó para saber quién le hacía frente al truco. Yo me estaba yendo cuando la vi retirarse dándole un beso en la mejilla que me revolvió las tripas. Entonces decidí quedarme sabiendo que hacía mal. Pero el hecho de semblantearlo de cerca al viejo me llenaba la boca de un gusto a cinismo que me emborrachaba más que el vino. Y de una copa pasé a la otra así como de ronda en el torneo. Cuando quise darme cuenta estaba en las postrimerías de ganarle a mi adversario. Y lo suyo hizo el viejo.
Me di cuenta tarde cómo todos los caranchos que le oficiaban de alcahuetes nos rodearon y se sentaron alrededor con la silla al revés, el respaldo sobre el pecho. Fumando y tomando. Festejando a carcajadas de antemano, imaginando que ya tenían el chivo en el lazo.
La final se dirimía a treinta puntos. Tuve que hacer cabriolas con las manos para que no me chispearan las cartas desde atrás y se la batieran al viejo. Me tomaba todo el tiempo del mundo para orejearlas. De igual modo, nunca pude tener la certeza de que no me entregaran. Llegamos quince a doce a mi favor y grité con todo el asco que pude.
-?¡Parece que esta noche uno que yo sé duerme afuera!
Y la boca del viejo se deshizo como una galleta en el agua. Sin dejar de fumar y sin caérsele un palito de los labios me apuró cantándome mentira y rabón de un solo tiro. Tarde me di cuenta que me habían botoneado. Fue el hijo de puta del pelado Fuertes que nunca se bancó que antes, cuando entre el viejo y yo aún no había disputa, me eligiera para trabajar con los potrillos que llegaban a la estancia antes de mandarme a la panadería.
Tragué saliva y empecé a transpirar feo. Si no me concentraba era candidato firme a tiro al pichón. Como acomodándome la rastra me tanteé si tenía el bufoso en regla y livianamente intenté quitarle el seguro. El viejo chucaro no levantaba la vista de los naipes. Le tocaba dar a él. Quise disiparme contando un cuento cuando, al pasar, me di cuenta que me había carteado. La sola mención hizo que todos sus vigilantes se pararan para amasijarme. El viejo los paró en seco y ofreció dar de nuevo. Le dije que no. Que de ninguna manera.
-?Como usted quiera ?-fue toda su respuesta.
El mundo empezó a dar vueltas y una ráfaga de odio me nubló el entendimiento. Me tocaba dar a mí. Lo hice sin quitarle los ojos de encima. Al orejearlas no lograba contener la respiración por la cantidad de tantos que había ligado: treinta y tres de espada. Desde las tripas le eché la falta sin esperar. Y de yapa, cuando el viejo sobrador me contestó gritando “¿comadrejo?”, la completé con “falta envido o muerte”.
Los ojos se le pusieron como puñalada en una lata de arveja. Se tomó todo el tiempo del mundo para cantar “quiero” y yo apuré mis treinta y tres con el mismo regocijo que siento cuando la penetro a Carina o ella se arrodilla ante mí hasta hacerme desfallecer de temblor. Tras un segundo, en la sonrisa aviesa del viejo reconocí mi error por atropellado. Sus cartas no terminaban de caer nunca. Flotaron hasta tocar el mantel y alcanzar la misma cifra que la mía. Caí en la cuenta que el viejo era mano y yo su presa. No debo haber jalado bien el seguro porque mi disparo nunca salió, y yo, sí escuché un estruendo a corta distancia. Luego vinieron otros por detrás y de costado.
El viejo se levantó despacio de la silla y ordenó que me tiraran sobre la ventana del dormitorio que compartía con Carina. Y antes que nadie dijera nada, gritó que si ella lloraba o preguntaba, le respondieran que había muerto por no saber mentir. Que si no estaba seguro de saber mentir, no tenía que jugar al truco. Que me dedicara a otra cosa.
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aazappa@hotmail.com
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Publicado en Aguafuerte el 19 de Julio, 2011, 18:07
por MScalona

Patio de comidas
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En fila india, como en un hormiguero, por los senderos estrechos entre las mesas avanzamos. Emma delante, Marcos detrás, sosteniendo una bandeja repleta de porquerías. En sentido contrario, una banda de adolescentes salidos de un video de Wisin & Yandel. La música proveniente de sus teléfonos completa la performance:
¡Latinos!
Nuevamente el dúo dinámico haciendo historia apunta otro palo, One million, en el libro de Guinness.
Jajaja…
El Capitán Yandel en Sociedad con W… (W!), los vaqueros, la sociedad del dinero…
¡Oye! ¡Una organización creada sin fines de lucros controlando los masas y las avenidas!
Los chicos doblan justo una mesa antes de impactar con nosotros. Por la derecha se acerca un grupo de floggers como bandada de mariposas. Un shock de estímulos visuales. Por fin encontramos una mesa vacía.
Literalmente. Recolectamos tres sillas en los alrededores. Muy cerca, una señora de labios voluptuosos ?-ensanchados con colágeno (¿o Botox?)-? saca leche en polvo de un tupper y prepara una mamadera para el bebé que espera en su coche Chicco. La chica de al lado exhibe botas Ricky Sarkani y maquillaje profesional que combina con el tono de su campera de cuero beige. Detrás, una familia numerosa ha unido tres mesas y gasta parte del aguinaldo a cuenta. Comen con entusiasmo y casi no conversan. No muy lejos, una joven, aguarda cruzada de brazos a que su esposo (supongamos que es su esposo), mayor y excedido en alhajas masculinas, termine su hamburguesa. La cara larga de la mujer es prominente. ¿La habrían engañado las joyas? ¿Habría soñado con otro futuro al lado de ese hombre ostentoso? ¿Todo para terminar aquí? Una niña de doce años camina detrás de su madre, llevándose todo por delante, mientras habla por celular. De pie, en medio del gentío, diviso a mis vecinos, matrimonio tipo de mediana edad, esperando que se libere alguna mesa. Durante este breve lapso saludo, en total, a dos colegas.
En el centro de mi escena estamos nosotros: Marcos, Emma y yo. Sin embargo, los veo borrosos. No logro focalizar. Ellos ya abrieron sus envoltorios de comida rápida. Yo sigo sin decidirme: Arabian’s Kingdom, Ronny Lomito, Pizza Hut, Burger Kong, Ave Cesar.
Nuestro punto de llegada había sido Mac Donald, por el pelotero que resultó estar cerrado. Según una de las empleadas del local: tiraron la bola. La explicación bien vale un paréntesis: la bola es una parte del juego, una esfera de plástico, elevada a un metro y medio de altura, donde algunos niños entran mientras otros corretean por debajo. Tiraron es la tercera persona del plural, conjugada en pretérito indicativo del verbo tirar. El sujeto tácito se refiere a los niños. Si la empleada hubiese elegido la tercera persona del singular del verbo caer en su forma pronominal (se cayó la bola) el responsable tácito hubiera sido la empresa. Fin de la digresión.
Continúa el relato: amagamos con irnos pero Emma ya estaba pegada al exhibidor que promociona la cajita feliz. No nos quedó más remedio que hacer la cola y esperar nuestro turno, aún sabiendo que el juguete que ella eligiese no estaría disponible como en cada una de las ocasiones que habíamos venido a este lugar. Nos atendió una joven de dieciocho años que meses atrás había sido escolta de la bandera en el colegio. Lo sé porque fue alumna mía y sacó más de un diez. Emma terminó optando por un koala en una canastita, en lugar de un armadillo en un carrito. Marcos por un Big Mac.
En mi caso, la decisión fue más difícil pero finalmente me quedé con Ronny Lomito, uno de los locales más poblados del patio de comidas. Mientras esperaba, noté que el rostro del cajero me resultaba familiar. En realidad, no su rostro sino sus ojos. Me recordaban a los de un joven haitiano que había sido alumno mío poco más de un año atrás. Sus facciones, sin embargo, no coincidían en nada con la imagen que yo guardaba de aquel muchacho. Su cabello rapado debajo de la gorra de la empresa, en lugar de las rastas que yo le había conocido, también me llevaba a pensar que no se trataba de la misma persona. No obstante, sus ojos eran los de aquel.
Frente a la caja, antes de ordenar directamente un especial me animé a un hola. Reconozco que no siempre lo hago en estos casos, la última vez que había abundado en palabras en un fast?food había resultado más o menos así:
-Hola, ¿me podrías dar dos conitos por favor?
-Dártelos no puedo. Te los tengo que vender.
Entendí que el concepto de rapidez implicaba también simplificación de los intercambios. En este contexto, la explicación desorienta y la amabilidad sobra. Al menos esa era la teoría que había podido elaborar por entonces.
-Comment allez-vous madame?
La respuesta a mi saludo neutro y en español, me desconcertó. Aunque mi memoria no había fallado. Recién en ese momento logré recordar su nombre.
-Albert?
-Oui
Respondió relajado como si no hubiese habido una fila de veinte personas detrás de mí aguardando su atención. Le pregunté por los estudios, me contó que pensaba rendir más adelante.
-Boisson?
No le entendí. Seguí hablando de la facultad.
-¿Bebida?
Ahora era yo quien se encontraba perdida en la superposición de lenguas y registros.
-Coca Zero.
-$30, 25.
-Está justo.
-Merci, au revoir!
Vuelvo a la mesa, mastico apurada el lomo especial, aunque ya perdí el apetito. Marcos y Emma terminaron hace un rato. Me levanto, una vez más, para recorrer el salón de punta a punta. Quiero contar las mesas. Calculo unas trescientas, quizás sean más. Alrededor de mil personas. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuántos serán habitúes y cuántos se sentirán outsiders como yo? ¿Importa? Recojo un individual de papel que encuentro en el piso (es de cafetería, no está engrasado). Me siento un poco mareada. Comienzo a tomar notas desordenadas sobre el mantel descartable. Marcos me mira sin impacientarse. Entiende que no hay conversación ni lazo posibles. O quizás está tan disperso como yo. Emma juega con su koala.
-¿La llevo a los juegos?
-Dale.
Enseguida aparecen nuevos cazadores recolectores y se llevan las dos sillas desocupadas. Mientras los veo alejarse me prometo no volver a este lugar. Escribo como loca. En medio de la marea de luces, sonidos, gente, voces, música, ringtones, olores, emerge un recuerdo como una caja negra.
Desarrollo una clase de historia francesa. Explico en qué había consistido el llamado comercio triangular: barcos zarpando desde Europa hacia Africa, trasportando mercaderías que serían intercambiadas por esclavos trasladados luego a América para ser vendidos a los colonos. Con el producto de dicha venta se compraban artículos tropicales que posteriormente eran comercializados en Europa. Antes de completar la exposición Albert me corrige con tino: des hommes devenus esclaves. Hombres esclavizados, no esclavos. Es evidente, pero jamás había reparado en ello. Agradezco, incómoda pero sinceramente, la observación. Voy a la biblioteca, mientras transcribo. Releo mis fuentes. Googleo comercio triangular. El término que nombra a aquellos hombres, en todos los casos, es el mismo: esclavos, donde debería decir hombres esclavizados. Otra vez el lenguaje: una elección oculta un sentido y crea otro inaugurando una larga cadena de implicancias. El recuerdo de esa escena, en ese marco, completaba el escenario agobiante abriendo una salida.
Se me termina el individual de La Cafetería. Observo, desde lejos, por última vez a Albert que ingresa cifras en la caja registradora levantando la mirada de vez en cuando, ampliando la perspectiva. Del otro lado, el mundo de luces intermitentes y melodías superpuestas creado para divertimento de los niños, hacia donde me dirijo para contemplar la cara de alegría de mi hija cada vez que el vaivén de la calesita la ubica por un momento frente a mí.
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Publicado en Ensayo el 15 de Julio, 2011, 19:46
por MScalona


PSICOLOGIA › FREUD, LACAN Y LAS DIFICULTADES EN LAS RELACIONES ENTRE LOS SEXOS
¿Qué es lo posible del amor?
Para que se produzca el encuentro amoroso, y duradero, entre un hombre y una mujer, hace falta recorrer un camino que consiste en entender, es decir, asumir que no hay completud, que la armonía entre "tú y yo" es imposible, tras el fugaz enamoramiento.
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Las relaciones entre los sexos son siempre muy dificultosas. En realidad el gran hallazgo de Lacan al proponer que no hay relación sexual contribuye a esclarecer que realmente en el terreno del amor y el goce el encuentro logrado es imposible. Pero ¿entonces no existe posibilidad de encontrarse con alguien y estar bien? Por supuesto que sí, pero para eso hace falta recorrer un camino que consiste en entender, es decir asumir que no hay completud, que la armonía entre "tú y yo" es imposible.
Este encuentro soñado se hace consistir en el momento fugaz del enamoramiento. Momento que dura poco. Una alumna me preguntaba ¿Y cuanto dura profe? Poco. Por suerte, porque este idilio en realidad lo tenemos que remitir al primer idilio amoroso, al encuentro con el Otro primordial: la madre. Con quien el niño instaura una relación de señuelo, nos dice Lacan, o de engaño creyéndose ser todo para ella. Este momento que va a constituir el primer tiempo del Edipo, se llama "frustración".
¿Por qué se llama frustración si es un idilio? Porque se sale de esa panacea por la decepción. El infans se da cuenta que no es todo para su madre, que la madre desea otra cosa. Y gracias a esta desilusión el niño podrá armarse como sujeto él mismo, sin quedar capturado totalmente en las trampas del Otro.
El problema es que no es fácil salirse de ahí, porque el engaño, el señuelo del amor es una instancia cómoda y muy tentadora. Nos podemos preguntar cómo sabemos que existió ese momento mítico con la madre si no tenemos registro en nuestras memorias, en nuestros recuerdos concientes. Existió porque existe el enamoramiento. O dicho de otro modo, es porque nos enamoramos que podemos ubicar las coordenadas de ese primer encuentro con el Otro primordial.
El neurótico necesita creer y está bien, sin Otro no hay neurosis, pero cree que completarse en el otro es posible, y su vida se sostiene en la nostalgia de encontrarse, de nuevo, con una vivencia plena, que podríamos equipararla en Freud con la mítica vivencia de satisfacción.
Cuando el neurótico cree que es posible ese encuentro totalmente satisfactorio y sostenido está haciendo consistir la relación sexual que no existe. Y como eso es imposible, se frustra. Acudamos nuevamente a Milner que nos auxilia de una manera muy gráfica sobre las dificultades del encuentro amoroso. Nos dice que los matemas de Lacan son los matemas de "lo imposible del lazo" y al creer en que hay lazo logrado caemos en la tontería. Plantea que hay dos maneras de creer en la unión. La versión Hombre es la imbécil, y la versión Mujer es la idiota.
En otra publicación me referí a las posiciones que puede adquirir una mujer que cree en la relación sexual. Las dos caras de la idiotez femenina: la boluda y la coqueta.
Para los hombres la imbecilidad se desdobla en dos también. Tenemos el fatuo: que cree que las mujeres acceden al Todo por él, y el necio: quien creyendo a pie juntillas que la Mujer es Todo, es sordo a cada una.
Una mujer tonta es aquella que sostiene que el hombre debe amarla por lo que ella es, en su versión coqueta; o ella hacer todo para lograr su amor en la versión boluda. En fin se trata para la mujer de un problema de amor no dándose cuenta que el hombre piensa y la busca en tanto principalmente quiere gozar de su órgano con ella. La imbecilidad masculina es la brutalidad del hombre cuando solo mide a la mujer con la vara de su falo. Entonces es sordo a cada una, a lo que distingue a cada mujer cuando se ubica en la necedad; y es fatuo cuando cree que lo que tiene para darle a la mujer es todo, es decir si piensa que es él efectivamente quien puede colmarla plenamente.
La neurosis hace consistir estas formas del encuentro, estas modalidades tontas del encuentro amoroso que terminan siempre en el fracaso porque se orientan en la creencia del lazo logrado, expresándose de múltiples maneras en el escenario de los sexos.
Lo importante acá para que se arme una relación interesante de ser vivida y disfrutada, es el reconocimiento de las diferencias radicales entre hombres y mujeres. Si se puede ceder a la inercia que instaura la tontería es factible construir algo a partir del límite que impone lo imposible. Recién allí se produce la posibilidad de abrirse a una escritura del amor que sea reconfortante para los sujetos que deciden vivir con otro.
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*Psicoanalista. Magister en Psicoanálisis. Docente Facultad de Psicología. Escrito el 24 de mayo de 2011.

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Publicado en General el 14 de Julio, 2011, 10:21
por MScalona

nació en SAN PEDRO (Arg) en 1935
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NOCHE DE EPIFANÌA
Querido querido Jesús dios mío, perdoname que te lo cuente a vos justamente esta noche que debe ser un lío con todo lo de los chicos pobres y del África pero como ya escribí la carta de Matías no creo que esto lo pueda arreglar otra persona porque recién oí dar las doces y ellos ya deben andar por acá y capaz que lo traen, perdoname también que te diga de vos y no de tú como cuando rezo, pero si me pongo a pensar las palabras finas con el sueño que tengo voy a hacerme un matete o voy a parecer la tía Elvirita cuando se las quiere dar de educada. Me imagino que sabés que te habla Carola, la hermana de Matías, pero por si acaso te lo cuento como le dice papá a mamá que hay que contarles las cosas a los hombres, como su fueran tarados, vos contame las cosas como si yo fuera tarado y no me vengas con sobrentendidos. Matías vos sabés que es medio loco pero yo lo quiero porque tiene cinco y es liadísimo y es mi hermano, aunque al principio lo quería menos porque se hacía pis encima y se cagaba todo, vos perdoname pero no te voy a decir que se hacía po po, como la tilinga de Elvirita, y de todas maneras ahora apenas se caga de vez en cuando porque ya aprendió a sacarse los pantalones solo. Lo que más me gusta son los ojos que tiene, que parecen esos papeles celestes medio plateados de los ramos de flores, y también me gustan esos dientes parejitos que la verdad no sé para qué te salen tan parejos si después se te caen y te vuelven a salir y encima te crecen para cualquier lado y parecen serrucho, pero cuando se te caen éstos sí que estás frita como la abuela que se olvida la dentadura en cualquier parte y cuando yo era más chica y no sabía cómo era ese asunto de los dientes postizos casi me muero de la impresión cuando me los encontré en la pileta del baño. No sé cómo vine a parar acá pero lo que quería decirte es que a Matías yo no le puedo negar nada, y por eso escribí la carta. Ese chico la tiene completamente dominada, dice mamá, ese chico es la piel de Judas pero su hermana es el brazo ejecutor. Y siempre cuenta la vez que él me hizo quemar los zapatos de presillas. Como a lo mejor es un pecado y nunca lo confesé te lo digo a vos directamente para que me perdones directamente. Matías odiaba esos zapatos de presillas que son iguales para nosotras y para los varones, y tenía razón, si no me gustaba ni a mí, y como el pobre tenía cuatro y era tan chico que ni sabía prender un fósforo me hizo traer alcohol fino, o lo del alcohol fue una idea mía, no sé, y me dijo Carolita linda, quemalos. Lo que pasa es que te mira con esos ojos redondos y celestes que parecen bolillones y quién le niega nada, cómo te vas a negar a escribirle una carta a un chico que no sabe escribir y que se empaca en no decirle a nadie lo que quiere para el día de los reyes ni nunca pensó que a lo mejor los reyes son los padres. No es que yo esté muy segura, pero si no son los padres para qué necesitan saber qué pedís, y lo malo es eso, Jesús querido querido, lo malo es que ahora no estoy nada segura, porque si los reyes no son una de esas macanas que inventaron los grandes para que después la vida te desilusione, como dice Elvirita que tiene como veinticinco años y ya se quedó soltera, si los reyes son los reyes y son magos, vos no sabés, Jesús querido hijo de la santísima Virgen, lo que va a pasar en esta casa mañana a la mañana cuando se despierten, o dentro de un rato, porque a mí me parece que ya se lo trajeron. Y ahora que lo pienso esto tendría que estar contándoselo a la Virgen, que como es mujer y madre por ahí entiende mejor que vos este tipo de problemas de familia, pero ya que empecé no puedo cambiar de caballo en la mitad del río, como dice papá. Hace una semana que le andan dando vueltas, qué vas a pedir para el día de los reyes, Matías, qué te gusta, un trencito, un video juego, uno de esos para armar casitas. Matías nada. Decinos qué pediste, Matías, querés un triciclo. Nada. Los reyes saben lo que quiero. Sí, Matías, pero igual tenés que contarnos para que te ayudemos a pedir nosotros. Matías nada y que si el regalo es para él no precisa que nadie se meta, y ellos mirá cómo Carolita nos dijo que pidió una bicicleta para que nosotros también pidamos con ella, y él a mí qué me importa Carolita el regalo es para mí y ellos son magos y saben todo. Y yo creo que es cierto que saben todo, porque desde hace un rato tengo la impresión de que ya se lo trajeron pero no pienso prender la luz ni abrir los ojos, debe medir como siete metros, y lo peor es que la carta de Matías la escribí yo. Pero no sólo a mí me tiene dominada, también a la abuela y a mamá. Me acuerdo la vez que me vio sin bombachas y se puso a llorar y a gritar como desesperado que yo no tenía pito, que lo había perdido o me lo habían cortado o qué se yo qué burradas y mamá casi se desnuda para mostrarle que las mujeres no necesitamos ningún pito, hasta que papá le dijo pero qué estás haciendo, Mecha, te volviste loca. Y mamá dijo qué le va a pasar al chico si me mira, degenerado, o no te das cuenta que creen que han mutilado a la nena. Pero se va a impresionar, Mecha, decía papá. Cómo se va impresionar a los cinco años, cómo un inocente de cinco años se va a impresionar de su propia madre. Entonces la abuela dijo algo de bello público y ahí medio que me perdí. Tu marido lo dice por el bello público, dijo la abuela, y mamá se calmó de golpe, pero Matías seguía llorando como un huérfano y no había modo de convencerlo, o sea que los tiene dominados a todos, no a mí sola. Mamá dijo me depilo, y papá dijo ¡Mecha! Y la abuela que es viejísima y por eso sabe más dijo hacé que te toque y listo, con los pantalones que usás se va a dar cuenta enseguida, y la verdad que no me acuerdo cómo terminó porque cada vez tengo más sueño. Sí, Jesús querido de mi corazón, ya sé que estás esperando que te cuente lo de la carta, pero si no te explico los pormenores, como dice papá cuando discute con mamá, vos, Mecha, explicame bien los pormenores y no me andes con evasivas, si no te explico sin evasivas los pormenores de mi casa y cómo es mi hermano Matías cuando se empaca, cómo te explico lo de la carta. Porque al final le dijeron que escribiera una carta, y él que cómo iba a escribir, tiene razón el pobre chico, si apenas cumplió cinco y es analfabeto, y ellos vos Matías dictanos Matías o mamita o la abuela o Elvirita la escriben, y él que le compren un mecano y se vayan todos a la mierda, vos perdoname Jesús pero Matías no tiene mucho vocabulario, no como yo que todos se admiran del vocabulario que tengo y a lo mejor fue por eso que él me lo pidió a mí. Escribime la carta, Carolita linda, y me hizo jurar con los dedos en cruz que no se lo diga a nadie o me caigo muerta y cómo le voy a negar nada cuando me mira con esos ojos o será que salí a mi madre, como dice papá, y tengo el sí fácil. Sí, le dije, dictame. Vos poné señores reyes magos, y yo le dije mejor pongo queridos, y Matías vos poné señores y que lo quiero a rayas. Pero mirá que lo leí en Lo sé todo que algunos miden como siete metros, contando la cola miden como siete metros. Fenómeno, dijo Matías, cuáles son los mejores. Los de Bengala, dije yo. Entonces poné queridos y que lo quiero de Bengala y poné que sea de verdad, dijo Matías, a ver si me traen uno de esos de paño lenci para tarados. Y lo que yo creo Jesús de mi corazón es que ya se lo trajeron, lo oigo respirar entre mi cama y la de Matías, debe ser afelpado, debe ser tan hermoso, oigo cómo abanica suavemente su cola sobre la alfombra, ay lo que va ser mañana esta, lo que va a ser dentro de un rato cuando yo me duerma y papá entre a dejar mi bicicleta y el mecano de Matías, y por favor, cuando me castigues, acordate que me acordé de los chicos pobres y del África.
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Publicado en Sugerencias. el 12 de Julio, 2011, 16:59
por MScalona
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La presentación de las charlas estarán a cargo de Gary Vila Ortiz, y se dictarán los días:
13/07 Pedro Nalda Querol
20/07 Quita Ulla con Fernando Quaglia y Graciela Aletta de Sylva
27/07 Manuel Aranda
Todas las charlas serán a las 19:30 en el auditorio de Museo Diario La Capital, en Sarmiento 763, con entrada libre y gratuita, pero con cupos limitados.
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NOTA: GARY y NOEMÍ (Quita) ULLA peuden estar entre las cinco diez personas que más saben de literatura en Rosario y La Argentina. Hay que aprovechar...
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Publicado en Ensayo el 11 de Julio, 2011, 19:32
por MScalona
El retrato postergado de Haroldo Conti
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El jueves se conoció en Buenos Aires el documental de Andrés Cuervo que recorre la vida y obra del singular escritor, desparecido durante la dictadura. “El retrato postergado” llegará en las próximas semanas a Rosario.
8 jul, 2011 
La figura y la palabra del gran escritor argentino Haroldo Conti son recobradas por el joven realizador Andrés Cuervo en el elogiado largometraje El retrato postergado. Se trata de un documental con elementos de ficción estrenado ayer en Buenos Aires, que recorre la vida y la maravillosa obra de este artista desaparecido durante la última dictadura militar, que recupera del olvido imágenes únicas del novelista que fueron filmadas a mediados de los años 70.
Esas imágenes inéditas, en las que se descubre a un Conti amante de la naturaleza y la soledad propias de la isla Paulino, en el delta del Paraná, fueron filmadas en 1975 por Roberto Cuervo, padre del director, que perdió la vida en un accidente automovilístico, y permanecieron escondidas durante años en un ropero hasta que fueron recuperadas y usadas para este nuevo film.
Ganador del premio a la mejor película y mejor director en el Festival Internacional de Cine de Gualeguaychú, el film de Cuervo cuenta con testimonios únicos de Eduardo Galeano y Martha Lynch sobre el pensamiento, las ideas y los gustos estéticos de Conti, y le rinde un homenaje tanto a él como a Rodolfo Walsh, Raymundo Gleyzer, Paco Urondo y otros artistas desaparecidos.
“Es una película que empezó mi viejo en los años 70, que escondió mi vieja, y que me quedó a mí como una responsabilidad, algo que me sugería un desafío que me daban muchas ganas de asumir, pero que también me causaba muchos miedos”, admitió Cuervo, quien combinó el género documental con un relato poético y visualmente atractivo, con elementos y puesta en escena de una ficción más tradicional.
En una entrevista con la agencia de noticias Télam, el director recordó que “tenía muchas dudas, no sabía dónde cortar e intervenir el material de mi padre ni cómo tomar la decisión de decir «esto va y esto no va». Es ahí donde me sentía más bloqueado, pero finalmente encontré la forma de resolver la película gracias a Oscar Barney Finn”.
“Él había sido profesor de mi viejo en la Escuela de Bellas Artes de La Plata, y me acercó unos papeles que guardaba de aquel momento, unos apuntes de la cursada donde mi viejo hablaba sobre su trabajo. Fue como un impulso, porque venía fantaseando todo el tiempo en terminar la película y ahí pude encontrarle la vuelta”, relató.
Para Cuervo, “este es un documental autorreferencial, un trabajo muy personal, aunque creo que muestra al más real de los Conti. Él habla con mucho desparpajo y cuenta cosas que sorprenden al mejor conocedor de su obra. Hay mucho imaginario en torno a su figura, y la mayoría no lo conoce de verdad. Este film es una muy buena oportunidad para conocerlo, contado por sí mismo”.
El trabajo de su padre, que llevaba el título Retrato humano de un escritor, muestra a un Conti amante del río, la soledad y el silencio propios de la isla del delta del Paraná donde el artista, oriundo de Chacabuco, escribió algunas de sus obras más emblemáticas, como Sudeste, Mascaró, el cazador americano y La balada del álamo Carolina, pero también estableció un estrecho vínculo con la naturaleza.
Conti nació el 25 de mayo de 1925 y, antes de dedicarse de lleno al periodismo y la literatura, ejerció gran variedad de oficios: fue maestro de escuela, profesor de latín, guionista de cine y hasta vendedor ambulante, luego de lo cual pasó de una literatura costumbrista a otra de alto compromiso político.
En ese camino, admiró la Revolución Cubana, y como miembro del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)-Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y se unió al Frente Antiimperialista por el Socialismo (FAS).
El escritor fue secuestrado por un grupo de tareas del Batallón 601 del Ejército el 5 de mayo de 1976, y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de él, pese a la búsqueda incesante de su familia, de los amigos, de las organizaciones de derechos humanos y de los hábeas corpus interpuestos entonces ante la Justicia.
Como Rodolfo Walsh, Juan Gelman y Paco Urondo, Conti pertenece a una generación de escritores que imbricaron literatura y política de tal manera que, según sus propias palabras, “se pudiera lograr una literatura que comunicara y explicara la vida y que no se interpusiera con ella (…), una literatura política y comprometida, pero en la que lo político debe emerger por sí solo y no debe estar impuesto”.
Para completar el retrato que su padre hizo de Conti, Cuervo combina imágenes, fotografías, testimonios, grabaciones originales donde el escritor lee sus relatos y habla sobre su pasión por la vida y la literatura, algunas recreaciones ficcionales de recuerdos y momentos del pasado, además de juegos poéticos y animaciones de objetos al estilo del gran surrealista checo Jan Svankmajer.
“Lo que definitivamente no quería hacer era un documental únicamente con testimonios sobre Haroldo, porque me parecía que eso era matarlo de nuevo. Yo quería que él estuviera vivo en la película, que apareciera todo el tiempo hablando por sí mismo e incluso equivocándose. No quería hacer un documental tradicional”, recordó el director.
Finalmente, el realizador definió al escritor como “un vagabundo que se escapaba todo el tiempo de cualquier tipo de encasillamiento. Era un ser muy grande de espíritu y muy despojado de lo material. Estaba tan alejado de todo eso, era un ser súper espiritual, tan particular que no lo podría definir”.
El hallazgo del primer cuento 
ndrés Cuervo reveló que durante la filmación encontró casualmente el original del primer cuento del escritor, “La virgen de la montaña”, que escribió cuando todavía estaba en la escuela. La anécdota, que Cuervo narró en el prólogo de una edición de la obra de Conti donde está incluido ese cuento, se remonta al rodaje del documental, cuando el cineasta llegó al colegio salesiano donde el escritor había cursado sus estudios primarios, con la intención de buscar testimonios y documentos sobre su trayectoria. “Encontré un primer cuento que Conti escribió cuando era chiquito y estudiaba en un colegio salesiano. Le pregunté al cura que me recibió si tenían algo de la época, fuimos a un archivo y descubrimos la revista Palestra, donde los alumnos escribían e ilustraban sus cuentos”, recordó. Y añadió: “Allí me encontré con «La virgen de la montaña», que es el primer cuento de Conti publicado. Para mí fue súper emocionante, lo sentí muy cercano, como si hubiera estado esperando todos esos años para contármelo”. Ese primer relato de Conti, una leyenda sobre un flautista que escala una montaña para ver a la virgen y, al morir allí, su flauta queda abandonada y es tocada por el viento, está incluido en una colección de los cuentos completos de Conti editada por Emecé.
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Publicado en Sugerencias. el 11 de Julio, 2011, 13:22
por MScalona
Inicio \ Salón de lectura \ Scalona, Marcelo
Salón de lectura
Grabado: 27 Junio 2011
Ella vendrá y Ventanas de El altillo de mis oficios (1998). Fragmento de El portador (2010).
Grabado: 27 Junio 2011
Mapa y Evangelistas (inéditos).
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VALE LA PENA entrar al sitio y escuchar a varios de los mejores escritores y poetas de la ciudad y el país. Sólo por citar algunos: EDGARDO ZOTTO, BEATRIZ VIGNOLI, MARÍA PAULA ALZUGARAY, JORGE BARQUERO, EDUARDO D\'ANNA, CONCEPCIÓN BERTONE, FABRICIO SIMEONI, LISANDRO GONZÁLEZ, ALICIA SALINAS, ANDREA OCAMPO, ROBERTO RETAMOSO y siguen los éxitos...
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Publicado en Poemitas. el 9 de Julio, 2011, 22:31
por MScalona

JACARANDÁ
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Regreso al jacarandá
a un patio
que sin embargo
acaso
fuera una vereda
un bar, una calle
un ramal
flotando un perfume
de lilas
azul lavando
violeta sacrificial
de la infancia
la sacristía
un añil
pañuelitos pisoteados
en la plaza
de la Primera Comunión
campanas argentinas
resacas de no saber
qué culpar
al paladar inocente
a la fiesta
del pancito pegado
de la estampa souvenir
dorado a la hoja
rezumando miedo
pudor, azur índigo
buscando en la oquedad
sonora del templo
más allá del vitreaux
el follaje impreciso
cobalto zarco azulino
regreso a esos días
que alguna vez
garzo nunca tuve
la certeza
de que fuera un patio
una plaza, la calle
y sin embargo
regreso
jacarandá
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Marcelo Scalona
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Publicado en De Otros. el 8 de Julio, 2011, 21:58
por MScalona
Runa
CANJES: Que crean lo que crean. Lo que alguien cree no se puede saber. Siempre importa más lo que el hombre quiere, que lo que pueda o quiera creer. Y más importa lo que hace. Mire lo que hacen. ¿Qué hace ése? Lo ve: siempre anda por donde nosotros estamos hablando. Ahora se va a agachar en la boca de la enramada aquella donde viven dos viejas que ya no tienen marido. Va a tratar de que usted crea que les cuenta algo que pasó o que está por pasar, o un secreto de los buúlg o de los guerreros y lo hace para que usted crea que sabe y empiece a preguntarle a él y le dé cosas también a él. Debe querer sus piedras brillantes de cortar, las piedras verdes transparentes que se pone en los ojos para mirar el sol, o esos palitos que usa para pintar palabras, esos que pintan en sus cajas de anotar y en la piedra pero no pueden pintar en el aire, en el agua ni tampoco en la tierra. Son cosas que todos quieren y esperan estar cerca de usted cuando se muera para quedarse con algunas de esas cosas. Matarlo no, porque los jefes ya ordenaron que nadie lo mate y le enseñen a hablar. La vieja Aúmm dijo que está escrito en el cielo que cuando usted aprenda a hablar hará venir de nuevo al pájaro de piedra brillante cargado con más cosas para cambiar y con regalos para todos. Para todos no: para los jefes. Los regalos son para los jefes. Siempre tiene que ser así. Después ellos deciden qué necesitan repetir.
EL SABOR INTERNO: Es el gusto de adentro, el sabor, lo que mantiene curiosas a las mujeres. Por eso miran y olfatean el aire cuando usted anda por las enramadas. Es época de caza y hace muchos veranos y muchos inviernos que siempre hay caza cerca del país de las enramadas y los fuegos, aunque la gente esté aquí arriba, o en el llano. Pero en tiempos sin animales, cuando hay que comer hojas, semillas y raíces, las mujeres estarían imaginando que se lo comen, aunque sepan que ustedes por dentro vienen llenos de miedo y por eso tienen la carne amarga y dejan olor a hiel por donde pasan.
Son las mujeres las que siempre quieren comerse a un hombre. Son ellas las que apuran a los guerreros para que maten si hay cautivos. Y las mujeres los quieren comer. En cambio a los guerreros y a todos los hombres les da lo mismo comer varón o mujer y prefieren la carne del venado, del oso y del patapeluda a la de los enemigos que mataron. Cruda son capaces de comer la carne de varones ellas. Niños no se comen. El que coma carne de un niño se debilita, se le cierra para siempre la garganta por tristeza y ya no puede comer más ni tomar agua y se muere. Al que coma una parte de un enemigo que quedó vivo, al que coma la oreja, una pierna o la mano de un hombre que sigue vivo, los pedazos, adentro, tratando de vivir, le romperán la cáscara hasta que puedan escaparse por sangre. La sangre que les sale a las mujeres con cada repetición de luna está hecha con los pedazos de los hijos que no pudieron tener. Repetición es lo que hace que las cosas sucedan y sucedan más veces. Los hijos se hacen de la sangre guardada en la mujer.
COSAS FÁCILES: Ustedes tienen cosas, pero no saben hacer cosas. Un invierno, en el llano, pasaron otros hombres de su pueblo. Eran más, como una mano y más dedos eran, y tenían más cosas que usted. Lanzas de piedra brillante que sueltan fuego y sirven para cazar y asustan a todos los animales y a la gente con sus ruidos gigantes, cajas con luces que se ponían contra la oreja y los dejaban escuchar lo que decían los otros de su pueblo, aunque estuviesen lejos, cajas redondas de piedra brillante llenas de comida, piedras que encienden fuego y usaban para calentar la comida y quemar todas las cosas que quisieran, piedras de espuma para lavarse en el arroyo y ponerse blancos, piedras transparentes para mirar y ver mejor, cajas que guardan la voz y todos los ruidos.
Tienen más cosas, pero no saben hacer ninguna cosa. En cambio, saben decir de qué y cómo están hechas todas las cosas. Difícil creerles, porque si supieran podrían hacerlas, y si uno les pide que hagan una de esas ropas de cueros que se ponen en las piernas y en los pies, dicen que ya las tienen y que saben de qué están hechas y cómo están hechas, pero no saben cómo hacerlo. Dicen que están hechas de la piel de un animal de otro país, o del país de ustedes, pero no saben cómo llegar ahí, y si un guerrero los llevase y llegaran, no sabrían qué hacer con ese animal para cazarlo, sacarle y secarle la piel. Tienen, pero no saben hacer. Saben decir todo, pero no pueden hacer nada.
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RODOLFO FOGWILL
Ed. Interzona
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Publicado en De Otros. el 8 de Julio, 2011, 21:09
por MScalona

LA TRAVESTI Y EL CUERVO
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El día en que María José se dio cuenta de sus poderes se produjo un giro decisivo en su vida. Única superviviente de un accidente de aviación, se despertó quince días después en la habitación de una clínica parisiense. Le dijeron que padecía un traumatismo craneal. Le habían levantado la tapa de lo sesos, y pocos días más tarde le colocaron otra, de metal esta vez, que le recosieron por debajo del cuero cabelludo, una vez debidamente rasurado; su cabello, luego, volvió a crecer tan crespo y espeso como antes. No era ésta primera la intervención quirúrgica que sufría María José. Había nacido en el norte de la Argentina, en la provincia de Misiones, de sexo masculino, dieciocho años atrás, como último retoño de una familia de veinticinco hermanos y hermanas, cada uno de un padre distinto. Había sido educada por su hermano mayor, que la vestía de chica, y lo prostituyó a los seis años. Eran varios los que en su misma favela estaban en similar situación. Era el sino de los hijos menores de las familias pobres: mestizos de indios, negros, blancos y asiáticos, descendientes de esclavos importados por los jesuitas, más los aborígenes y los mismos jesuitas. El mestizaje en cascada previsto por los jesuitas, después de seis generaciones, producía niños de una belleza inaudita, que hacían las delicias de los pedófilos del mundo entero. Charters de ancianos de ralos cabellos teñidos y dentaduras deslumbrantes llegaban desde Munich, Boston y Viena al aeropuerto de Misiones, convertido en burdel de niños. José María fue vendido a la edad de quince años por la bonita suma de cien mil dólares, a Louis du Corbeau, un riquísimo coleccionista de arte de nacionalidad francesa. Para celebrarlo, Pedro, el hermano mayor de José María, gastó una buena parte de la dote en dejar pasmada a la favela. Después de danzar la macumba toda la noche, y ebrio de cachaça y de marihuana, José María se marcó aún unos pasos de samba en la escalinata del avión que había de alejarlo de Misiones para siempre. Louis du Corbeau poseía un pequeño château en el Berry, cerca de la clínica donde José María se transformó en María José, después de una docena de delicadas operaciones quirúrgicas. A los diecisiete años se había transformado ya en una radiante criolla de puntiagudos senos, y dotada de un sexo femenino en el que Louis du Corbeau podía incluso introducir su dedo índice. Por otra parte, ello no le procuraba el menor placer a María José. Conocía bien su destino poco común, y el placer que de tal conciencia extraía nada tenía que ver con el sexo. Reinaba en su château del Berry sobre una docena de criados blancos, a los que martirizaba hasta donde se lo permitía la ley francesa. Louis du Corbeau la adoraba hasta la locura, y no le permitía salir nuca del castillo. Sólo el médico que había practicado el cambio de sexo, y la anciana hermana de Louis du Corbeau, superiora de las carmelitas de un vecino convento de clausura, y que nada sospechaba del asunto, estaban autorizados a penetrar en el castillo. Una vez por semana, Louis du Corbeau la llevaba en su avión particular, que piloteaba él mismo, a París, donde pasaban uno o dos días, alojados en el Hotel Ritz, de la Place Vendôme. María José, siempre acompañada por Louis recorría los establecimientos de los grandes proveedores de fruslerías de este mundo, donde podía escoger lo que quisiera sin límites de precio. En una ocasión, llegó a adquirir toda la colección de Dior y todo el escaparate de Cartier, para poder elegir con tranquilidad en su château del Berry, delante del espejo, y con la ayuda de su cuñada carmelita, Anne du Corbeau. Está sentía una inmensa alegría por el acto de caridad que había realizado su hermano al casarse con una pobre desheredada, por cuyas venas, sin lugar a dudas, corría sangre de jesuita. Louis du Corbeau le ofrecía una vez al mes una cena en Maxim´s, seguida de un baile en los salones del Ritz, donde recibían a sus amistades, a las que jamás invitaban a su casa. María José pudo así hablar de moda con Saint-Laurent, de cine con Sofía Loren y de política con Jackie Onassis. Su belleza indiscutible dejaba en un segundo plano a su inteligencia. La elegancia con que podía llevar un corpiño enteramente recamado de diamantes con un armiño y una pamela de plumas de ave del paraíso para subir las escaleras de la Opera la hacían figurar de manera completamente natural como uno de los integrantes del jet-set. Aquel lunes, María José se aburría mortalmente en su château del Berry, e insistió para convencer a Louis de pegarse un salto hasta París, con ocasión del Catorce de Julio. Louis du Corbeau, que detestaba las muchedumbres parisinas, le negó tal capricho. Ella lo amenazó por vez primera con dejarlo. Louis du Corbeau consintió en pilotear su avión hasta París, pensando ya en desembarazarse de aquella joven esclava que en menos de tres años se había transformado en una esposa tiránica. Pero María José fue mucho más rápida en su instinto criminal, movida sin duda por mayores motivaciones. En pleno vuelo, lo noqueó con un bastón de criquet y tomó su lugar al mando del avión, que acabó estrellándose contra una autopista, un segundo después de haber saltado sobre el arcén central. Pero el destino hizo que un coche que venía en sentido contrario, para evitar el avión, se metiera por el arcén. De ahí su traumatismo craneal y la adquisición de sus nuevos poderes. Esto fue algo que no llegó a advertir de inmediato. Apenas vuelta en sí, lo primero que vio, inclinada sobre ella, fue el rostro de madre Anne du Corbeau, la hermana de Louis.
-Estás viuda, mi pobrecita niña –sollozó a monja-. ¿Qué será ahora de ti? ¡Tendrás que venirte conmigo al convento! –María José cayó en un profundo sueño, con la sonrisa dibujada en los labios. Se despertó bien entrada ya la noche. Se hallaba sola en su habitación de la clínica, todo estaba en silencio. Sentía sed. Se giró para ver si había una botella de agua sobre su mesilla de noche; ni rastro de botella.
La puerta de la habitación se abrió, y un vaso lleno de agua, posado sobre una bandeja, penetró por sí solo en la habitación y fue a posarse sobre la mesilla de noche. Creyó que se trataba de una alucinación, producto de la fiebre. Extendió la mano por si acaso y tomó el vaso que era perfectamente real. En cuanto al agua fresca, jamás en su vida había bebido una que calmara tan bien la sed. Era pues la única heredera de Louis du Corbeau, propietario de las más completa colección del mundo de arte precolombino, sin contar los Rubens y los Géricaults que tapizaban las paredes del château del Berry. Se preguntó qué podría hacer con su fortuna. Ahora Louis ya no estaba allí para poner freno a sus caprichos. ¿Continuar frecuentando el gran mundo de Maxim´s sin Louis? Sin duda sería la viuda más codiciada del jet-set, ¿pero total para qué? ¿Para encontrar un marido tan rico como el que acababa de perder? No, eso nunca. ¿Y un amante? Obligada a practicar la sexualidad desde su infancia, su frigidez era total, y el cambio de sexo no había mejorado las cosas. Consideraba a su cuerpo del mismo modo que el titiritero considera a sus títeres, objeto de fascinación y turbio deseo para el espectador, pero con un alma alojada en realidad en el arte digital del maestro de títeres. Sus recientes poderes le parecían, por tanto, naturales, como extraídos de la fuente misma de su personalidad. Dedicó un pensamiento enternecido a Louis du Corbeau; lo iba a echar de menos en los pequeños detalles de la vida diaria. Si, por ejemplo, siguiera aún vivo, su habitación de la clínica estaría en aquel momento llena de ramos de flores. Al instante, vio entrar por la puerta varias docenas de jarrones llenos de soberbios arreglos florales, que se colocaron por sí solos en torno del lecho, entrechocando contra las baldosas al posarse en el suelo. Al poco, oyó pasos que se acercaban por el pasillo. Una enfermera hizo su aparición. Permaneció inmóvil en la puerta durante algunos segundos, asombrada por la radiante sonrisa que mostraba una enferma hasta hacía apenas media hora sumida en un profundo coma.
-¿Así que se ha despertado usted?
Y se acercó a tocarle la frente. La fiebre había descendido considerablemente.
-¿Pero quién le ha traído esas flores? ¿Ha venido alguien a hacerle una visita?
Una mano invisible agarró a la enfermera por los cabellos y la levantó del suelo unos cincuenta centímetros. La mujer lanzó un grito que hubiera podido despertar a todo el hospital, antes de caer al suelo, lastimándose un tobillo. La habitación se llenó inmediatamente de enfermeras, y María José se hizo la dormida.
Cuando todo el mundo hubo salido de nuevo, llevándose los jarrones de flores, se durmió de verdad en el colmo de la dicha. La obligaron a permanecer aún tres días más en la clínica, ya que su repentina recuperación intrigaba a los médicos. No comprendían que pudiera encontrarse en tan perfecta forma después de haber sufrido una trepanación que había durado seis horas, y sin necesitar siquiera de calmantes. Pero ignoraban que María José era una asidua de los quirófanos. Se obligó a sí misma a no exhibir sus poderes en público, por más que se sirviera de ellos cuando estaba a solas, para vestirse e incluso para trasladarse de una habitación a otra. Nunca más volvió a pisar el Berry, del mismo modo que nunca había vuelto a Misiones. Convocó en el Ritz al asesor financiero de Louis du Corbeau, quien le comunicó que podía firmar talones hasta un total de quinientos mil dólares al mes, sin tener que tocar su capital, invertido en las cuatro esquinas del mundo. Lo despidió rápidamente, y por primera vez se vio a solas en su suite del Ritz. Era a principios de agosto, y todos sus conocidos habían abandonado París para las vacaciones de verano. Se hizo subir la cena, y durante un rato se divirtió arrojando compota de manzana contra los candelabros, pero pronto se aburrió de este tipo de juego. Tenía clara conciencia de que no podía desear nada que no poseyera ya, y el espectáculo del mundo la dejaba más bien indiferente. Eran las nueve y media de la noche. París estaba vació aquel viernes quince de agosto. Se puso un vestido de noche de seda blanca, con el escote ribeteado de pequeña perlas, y se envolvió en un chal de suave pelo vicuña. Se decidió por unos aretes de esmeralda –el color de sus ojos- y un bolso de cocodrilo blanco, el mismo color que sus sandalias de cabritilla. Mandó llamar un coche con chofer. Este, un hombre de sesenta años, se vio sorprendido ante la pregunta:
-¿En qué sitio de París puedo encontrar clientes?
-¿Ya lo ha intentado usted en el bar del Ritz? Tal vez encuentre usted mejor clientela en el George V. ¿Quiere que la lleve allí?
-¡Yo no soy una pauta, soy yo la que paga!
El chofer recibió en la cara un puñado de billetes de quinientos francos. Marcel, el chofer, creía conocer toda clase de gentes raras en París, pero esto lo desbordaba…
-Si quiere hacer el recorrido turístico de París, puedo llevarla. ¡Conozco a todos los porteros de los cabarets de Pigalle!
¡Pigalle! María José soñaba con Pigalle desde su infancia, porque para ella era mucho más París que el Ritz o Chez Cartier. Pero Louis du Corbeau le había prohibido siempre pasar por allí, aunque fuera en coche. Ahora era la ocasión soñada. Marcel, chofer nocturno desde hacía veinte años, y homosexual también, había olisqueado a la travesti por debajo de su apariencia de rica criolla. Conocía un turbio cabaret en la Rue des Martyrs, cuyo propietario, antiguo presidiario, había sido un compañero de la cárcel. Aún era temprano para “La Cagnotte du Sexe”, un local donde los travestis brasileños nostálgicos del samba, junto con otros nostálgicos de la danza del vientre, venían a desmelenarse después del duro trabajo nocturno. La entrada olía a meados y a éter. En el salón propiamente dicho, una vieja travesti negra roncaba tirada sobre un banco. El lugar no era del todo sórdido. En un ángulo, al lado de la barra, se alzaba un minúsculo teatrillo, donde los travestis montaban pequeños espectáculos. Lulú, el propietario, besó la mano de María José y los hizo sentar a una mesa. María José se preguntó si resistiría mucho tiempo en aquel antro. Le molestaba sobre todo verse sentada al lado de un taxista tan popular en todo Pigalle. Les trajeron una botella de champán de garrafón, y Julio Iglesias empezó a sonar en el juke-box. Lulú, el dueño, se excusó repetidamente por la poca animación que mostraba el local a aquellas horas, aunque aseguró que la clientela chic no tardaría en hacer su aparición. Entretanto, intentaría despertar a la travesti negra para que les hiciera un número en play-back, pero la negra dormía como un tronco. María José, de pronto, se sintió a sus anchas, como si recuperara su infancia de la favela de Misiones. Marcel y ella rieron de buena gana al ver las inútiles patadas que Lulú le propinaba en el culo a la travesti, que seguía durmiendo como si tal cosa. Entre ronquido y ronquido, pudo oírse que decía:
-¡Patrón de mierda!
María José se sobresaltó al reconocer la expresión y la voz. ¡Era su hermano mayor, Pedro, el asqueroso hermano que la había prostituido desde su más tierna infancia y la había vendido a Louis du Corbeau! Había venido a engrosar las filas de los travestis del Tercer Mundo que adornan las aceras de Pigalle, en su mayoría fornidos mancebos a los que unos médicos carniceros castraban sin más contemplaciones, hinchándoles luego los pechos con parafinas, antes de soltarlos, para que se las arreglaran como mejor supieran, con una jeringa de hormonas en una mano y una jeringa de heroína en la otra. María José se pregunto si el odio que sentía por Pedro no habría jugado algún papel en la consumación de su atroz destino. Tal vez poseía más poderes de los que sospechaba. ¿Por qué, si no, de todos los lugares donde hubiera podido recalar en París había ido a dar precisamente a aquel antro? Por un momento sospechó que Marcel, el taxista, fuera el auto de todo aquel montaje. Pero era absurdo, ¿cómo podía él conocer el parentesco entre aquel horrible travesti y la hermosa María José? La coincidencia, con todo, era demasiado grande, y el azar nunca hace tan bien las cosas. La puerta del bar se abrió en aquel momento, y Louis du Corbeau hizo su aparición. Marcel y Lulú se inclinaron hasta el suelo.
-Te entrego en manos de tu hermano mayor, que es donde te encontré. Puedes quedarte con los aretes y con el dinero que llevas encima.
Había un cuchillo de cortar el pan sobre la barra. María José se concentró en su deseo de verlo hundirse en el corazón de Louis du Corbeau, pero nada de esto ocurrió. Había perdido sus poderes. Pasó el resto de sus días trabajando en la Rue des Martyrs al lado de su hermano Pedro, y murió de una sobredosis en los retretes de “La Cagnotte du Sexe”, a la edad de veintiséis años.
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Copi *
LA TRAVESTI Y EL CUERVO
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El día en que María José se dio cuenta de sus poderes se produjo un giro decisivo en su vida. Única superviviente de un accidente de aviación, se despertó quince días después en la habitación de una clínica parisiense. Le dijeron que padecía un traumatismo craneal. Le habían levantado la tapa de lo sesos, y pocos días más tarde le colocaron otra, de metal esta vez, que le recosieron por debajo del cuero cabelludo, una vez debidamente rasurado; su cabello, luego, volvió a crecer tan crespo y espeso como antes. No era ésta primera la intervención quirúrgica que sufría María José. Había nacido en el norte de la Argentina, en la provincia de Misiones, de sexo masculino, dieciocho años atrás, como último retoño de una familia de veinticinco hermanos y hermanas, cada uno de un padre distinto. Había sido educada por su hermano mayor, que la vestía de chica, y lo prostituyó a los seis años. Eran varios los que en su misma favela estaban en similar situación. Era el sino de los hijos menores de las familias pobres: mestizos de indios, negros, blancos y asiáticos, descendientes de esclavos importados por los jesuitas, más los aborígenes y los mismos jesuitas. El mestizaje en cascada previsto por los jesuitas, después de seis generaciones, producía niños de una belleza inaudita, que hacían las delicias de los pedófilos del mundo entero. Charters de ancianos de ralos cabellos teñidos y dentaduras deslumbrantes llegaban desde Munich, Boston y Viena al aeropuerto de Misiones, convertido en burdel de niños. José María fue vendido a la edad de quince años por la bonita suma de cien mil dólares, a Louis du Corbeau, un riquísimo coleccionista de arte de nacionalidad francesa. Para celebrarlo, Pedro, el hermano mayor de José María, gastó una buena parte de la dote en dejar pasmada a la favela. Después de danzar la macumba toda la noche, y ebrio de cachaça y de marihuana, José María se marcó aún unos pasos de samba en la escalinata del avión que había de alejarlo de Misiones para siempre. Louis du Corbeau poseía un pequeño château en el Berry, cerca de la clínica donde José María se transformó en María José, después de una docena de delicadas operaciones quirúrgicas. A los diecisiete años se había transformado ya en una radiante criolla de puntiagudos senos, y dotada de un sexo femenino en el que Louis du Corbeau podía incluso introducir su dedo índice. Por otra parte, ello no le procuraba el menor placer a María José. Conocía bien su destino poco común, y el placer que de tal conciencia extraía nada tenía que ver con el sexo. Reinaba en su château del Berry sobre una docena de criados blancos, a los que martirizaba hasta donde se lo permitía la ley francesa. Louis du Corbeau la adoraba hasta la locura, y no le permitía salir nuca del castillo. Sólo el médico que había practicado el cambio de sexo, y la anciana hermana de Louis du Corbeau, superiora de las carmelitas de un vecino convento de clausura, y que nada sospechaba del asunto, estaban autorizados a penetrar en el castillo. Una vez por semana, Louis du Corbeau la llevaba en su avión particular, que piloteaba él mismo, a París, donde pasaban uno o dos días, alojados en el Hotel Ritz, de la Place Vendôme. María José, siempre acompañada por Louis recorría los establecimientos de los grandes proveedores de fruslerías de este mundo, donde podía escoger lo que quisiera sin límites de precio. En una ocasión, llegó a adquirir toda la colección de Dior y todo el escaparate de Cartier, para poder elegir con tranquilidad en su château del Berry, delante del espejo, y con la ayuda de su cuñada carmelita, Anne du Corbeau. Está sentía una inmensa alegría por el acto de caridad que había realizado su hermano al casarse con una pobre desheredada, por cuyas venas, sin lugar a dudas, corría sangre de jesuita. Louis du Corbeau le ofrecía una vez al mes una cena en Maxim´s, seguida de un baile en los salones del Ritz, donde recibían a sus amistades, a las que jamás invitaban a su casa. María José pudo así hablar de moda con Saint-Laurent, de cine con Sofía Loren y de política con Jackie Onassis. Su belleza indiscutible dejaba en un segundo plano a su inteligencia. La elegancia con que podía llevar un corpiño enteramente recamado de diamantes con un armiño y una pamela de plumas de ave del paraíso para subir las escaleras de la Opera la hacían figurar de manera completamente natural como uno de los integrantes del jet-set. Aquel lunes, María José se aburría mortalmente en su château del Berry, e insistió para convencer a Louis de pegarse un salto hasta París, con ocasión del Catorce de Julio. Louis du Corbeau, que detestaba las muchedumbres parisinas, le negó tal capricho. Ella lo amenazó por vez primera con dejarlo. Louis du Corbeau consintió en pilotear su avión hasta París, pensando ya en desembarazarse de aquella joven esclava que en menos de tres años se había transformado en una esposa tiránica. Pero María José fue mucho más rápida en su instinto criminal, movida sin duda por mayores motivaciones. En pleno vuelo, lo noqueó con un bastón de criquet y tomó su lugar al mando del avión, que acabó estrellándose contra una autopista, un segundo después de haber saltado sobre el arcén central. Pero el destino hizo que un coche que venía en sentido contrario, para evitar el avión, se metiera por el arcén. De ahí su traumatismo craneal y la adquisición de sus nuevos poderes. Esto fue algo que no llegó a advertir de inmediato. Apenas vuelta en sí, lo primero que vio, inclinada sobre ella, fue el rostro de madre Anne du Corbeau, la hermana de Louis.
-Estás viuda, mi pobrecita niña –sollozó a monja-. ¿Qué será ahora de ti? ¡Tendrás que venirte conmigo al convento! –María José cayó en un profundo sueño, con la sonrisa dibujada en los labios. Se despertó bien entrada ya la noche. Se hallaba sola en su habitación de la clínica, todo estaba en silencio. Sentía sed. Se giró para ver si había una botella de agua sobre su mesilla de noche; ni rastro de botella.
La puerta de la habitación se abrió, y un vaso lleno de agua, posado sobre una bandeja, penetró por sí solo en la habitación y fue a posarse sobre la mesilla de noche. Creyó que se trataba de una alucinación, producto de la fiebre. Extendió la mano por si acaso y tomó el vaso que era perfectamente real. En cuanto al agua fresca, jamás en su vida había bebido una que calmara tan bien la sed. Era pues la única heredera de Louis du Corbeau, propietario de las más completa colección del mundo de arte precolombino, sin contar los Rubens y los Géricaults que tapizaban las paredes del château del Berry. Se preguntó qué podría hacer con su fortuna. Ahora Louis ya no estaba allí para poner freno a sus caprichos. ¿Continuar frecuentando el gran mundo de Maxim´s sin Louis? Sin duda sería la viuda más codiciada del jet-set, ¿pero total para qué? ¿Para encontrar un marido tan rico como el que acababa de perder? No, eso nunca. ¿Y un amante? Obligada a practicar la sexualidad desde su infancia, su frigidez era total, y el cambio de sexo no había mejorado las cosas. Consideraba a su cuerpo del mismo modo que el titiritero considera a sus títeres, objeto de fascinación y turbio deseo para el espectador, pero con un alma alojada en realidad en el arte digital del maestro de títeres. Sus recientes poderes le parecían, por tanto, naturales, como extraídos de la fuente misma de su personalidad. Dedicó un pensamiento enternecido a Louis du Corbeau; lo iba a echar de menos en los pequeños detalles de la vida diaria. Si, por ejemplo, siguiera aún vivo, su habitación de la clínica estaría en aquel momento llena de ramos de flores. Al instante, vio entrar por la puerta varias docenas de jarrones llenos de soberbios arreglos florales, que se colocaron por sí solos en torno del lecho, entrechocando contra las baldosas al posarse en el suelo. Al poco, oyó pasos que se acercaban por el pasillo. Una enfermera hizo su aparición. Permaneció inmóvil en la puerta durante algunos segundos, asombrada por la radiante sonrisa que mostraba una enferma hasta hacía apenas media hora sumida en un profundo coma.
-¿Así que se ha despertado usted?
Y se acercó a tocarle la frente. La fiebre había descendido considerablemente.
-¿Pero quién le ha traído esas flores? ¿Ha venido alguien a hacerle una visita?
Una mano invisible agarró a la enfermera por los cabellos y la levantó del suelo unos cincuenta centímetros. La mujer lanzó un grito que hubiera podido despertar a todo el hospital, antes de caer al suelo, lastimándose un tobillo. La habitación se llenó inmediatamente de enfermeras, y María José se hizo la dormida.
Cuando todo el mundo hubo salido de nuevo, llevándose los jarrones de flores, se durmió de verdad en el colmo de la dicha. La obligaron a permanecer aún tres días más en la clínica, ya que su repentina recuperación intrigaba a los médicos. No comprendían que pudiera encontrarse en tan perfecta forma después de haber sufrido una trepanación que había durado seis horas, y sin necesitar siquiera de calmantes. Pero ignoraban que María José era una asidua de los quirófanos. Se obligó a sí misma a no exhibir sus poderes en público, por más que se sirviera de ellos cuando estaba a solas, para vestirse e incluso para trasladarse de una habitación a otra. Nunca más volvió a pisar el Berry, del mismo modo que nunca había vuelto a Misiones. Convocó en el Ritz al asesor financiero de Louis du Corbeau, quien le comunicó que podía firmar talones hasta un total de quinientos mil dólares al mes, sin tener que tocar su capital, invertido en las cuatro esquinas del mundo. Lo despidió rápidamente, y por primera vez se vio a solas en su suite del Ritz. Era a principios de agosto, y todos sus conocidos habían abandonado París para las vacaciones de verano. Se hizo subir la cena, y durante un rato se divirtió arrojando compota de manzana contra los candelabros, pero pronto se aburrió de este tipo de juego. Tenía clara conciencia de que no podía desear nada que no poseyera ya, y el espectáculo del mundo la dejaba más bien indiferente. Eran las nueve y media de la noche. París estaba vació aquel viernes quince de agosto. Se puso un vestido de noche de seda blanca, con el escote ribeteado de pequeña perlas, y se envolvió en un chal de suave pelo vicuña. Se decidió por unos aretes de esmeralda –el color de sus ojos- y un bolso de cocodrilo blanco, el mismo color que sus sandalias de cabritilla. Mandó llamar un coche con chofer. Este, un hombre de sesenta años, se vio sorprendido ante la pregunta:
-¿En qué sitio de París puedo encontrar clientes?
-¿Ya lo ha intentado usted en el bar del Ritz? Tal vez encuentre usted mejor clientela en el George V. ¿Quiere que la lleve allí?
-¡Yo no soy una pauta, soy yo la que paga!
El chofer recibió en la cara un puñado de billetes de quinientos francos. Marcel, el chofer, creía conocer toda clase de gentes raras en París, pero esto lo desbordaba…
-Si quiere hacer el recorrido turístico de París, puedo llevarla. ¡Conozco a todos los porteros de los cabarets de Pigalle!
¡Pigalle! María José soñaba con Pigalle desde su infancia, porque para ella era mucho más París que el Ritz o Chez Cartier. Pero Louis du Corbeau le había prohibido siempre pasar por allí, aunque fuera en coche. Ahora era la ocasión soñada. Marcel, chofer nocturno desde hacía veinte años, y homosexual también, había olisqueado a la travesti por debajo de su apariencia de rica criolla. Conocía un turbio cabaret en la Rue des Martyrs, cuyo propietario, antiguo presidiario, había sido un compañero de la cárcel. Aún era temprano para “La Cagnotte du Sexe”, un local donde los travestis brasileños nostálgicos del samba, junto con otros nostálgicos de la danza del vientre, venían a desmelenarse después del duro trabajo nocturno. La entrada olía a meados y a éter. En el salón propiamente dicho, una vieja travesti negra roncaba tirada sobre un banco. El lugar no era del todo sórdido. En un ángulo, al lado de la barra, se alzaba un minúsculo teatrillo, donde los travestis montaban pequeños espectáculos. Lulú, el propietario, besó la mano de María José y los hizo sentar a una mesa. María José se preguntó si resistiría mucho tiempo en aquel antro. Le molestaba sobre todo verse sentada al lado de un taxista tan popular en todo Pigalle. Les trajeron una botella de champán de garrafón, y Julio Iglesias empezó a sonar en el juke-box. Lulú, el dueño, se excusó repetidamente por la poca animación que mostraba el local a aquellas horas, aunque aseguró que la clientela chic no tardaría en hacer su aparición. Entretanto, intentaría despertar a la travesti negra para que les hiciera un número en play-back, pero la negra dormía como un tronco. María José, de pronto, se sintió a sus anchas, como si recuperara su infancia de la favela de Misiones. Marcel y ella rieron de buena gana al ver las inútiles patadas que Lulú le propinaba en el culo a la travesti, que seguía durmiendo como si tal cosa. Entre ronquido y ronquido, pudo oírse que decía:
-¡Patrón de mierda!
María José se sobresaltó al reconocer la expresión y la voz. ¡Era su hermano mayor, Pedro, el asqueroso hermano que la había prostituido desde su más tierna infancia y la había vendido a Louis du Corbeau! Había venido a engrosar las filas de los travestis del Tercer Mundo que adornan las aceras de Pigalle, en su mayoría fornidos mancebos a los que unos médicos carniceros castraban sin más contemplaciones, hinchándoles luego los pechos con parafinas, antes de soltarlos, para que se las arreglaran como mejor supieran, con una jeringa de hormonas en una mano y una jeringa de heroína en la otra. María José se pregunto si el odio que sentía por Pedro no habría jugado algún papel en la consumación de su atroz destino. Tal vez poseía más poderes de los que sospechaba. ¿Por qué, si no, de todos los lugares donde hubiera podido recalar en París había ido a dar precisamente a aquel antro? Por un momento sospechó que Marcel, el taxista, fuera el auto de todo aquel montaje. Pero era absurdo, ¿cómo podía él conocer el parentesco entre aquel horrible travesti y la hermosa María José? La coincidencia, con todo, era demasiado grande, y el azar nunca hace tan bien las cosas. La puerta del bar se abrió en aquel momento, y Louis du Corbeau hizo su aparición. Marcel y Lulú se inclinaron hasta el suelo.
-Te entrego en manos de tu hermano mayor, que es donde te encontré. Puedes quedarte con los aretes y con el dinero que llevas encima.
Había un cuchillo de cortar el pan sobre la barra. María José se concentró en su deseo de verlo hundirse en el corazón de Louis du Corbeau, pero nada de esto ocurrió. Había perdido sus poderes. Pasó el resto de sus días trabajando en la Rue des Martyrs al lado de su hermano Pedro, y murió de una sobredosis en los retretes de “La Cagnotte du Sexe”, a la edad de veintiséis años.
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Copi *
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* Raúl Damonte Botana
Buenos Aires 1939 - París-1987
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