"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




Mayo del 2011


CERVANTES por Vázquez Montalbán

Publicado en Ensayo el 31 de Mayo, 2011, 11:59 por MScalona

Si Cervantes no hubiera sido manco, ni hubiera perdido tantas cosas, incluido el honor mal llevado por sus parientes femeninos, probablemente jamás se habría metido en la piel de Don Quijote, ni habría arrastrado a Sancho al mal camino de la utopía. Sólo a un derrotado se le ocurre convertir la derrota en victoria moral y traspasar esa voluntad de moralidad al ser más desvalidamente cínico de este mundo, el pobre Sancho, el hombre del pueblo que siempre escarmienta en cabeza propia. De todo lo dicho por cervantistas, cervantinos, cervantólogos y demás ralea de la cervantiasis, hay que quedarse con esa inversión de papeles final, en la que Don Quijote pide tregua y árnica y en cambio Sancho pide guerra contra los molinos, curado de su escepticismo, no se sabe bien si por el entusiasmo moral o por la compasión que siente ante la bondad perdedora de Don Quijote. Pero ahí queda esta historia, aunque el quijotismo cree hábito y podamos imaginar un mundo-supermercado en el que Cervantes es un triunfador anuncio de autopista, sobre un horizonte en el que siguen cabalgando Don Quijote y  Sancho en busca de los molinos de viento. Que esta fábula tuviera sentido en el siglo XVII y lo siga teniendo ahora induce a pensar que ha tenido sentido siempre. Es falso que cada época cree su criterio de la justicia y de la libertad. Cada época crea diferentes instrumentos para impedirlas y conseguirlas, pero la aspiración humana de justicia y libertad del débil. Saber quien  exactamente fue Cervantes  y por qué lo fue, interesa poco. Cuando se escribe una obra como el Quijote uno mismo deja de tener cualquier sentido que no sea esa misma creación. Sin duda es una de las piezas literarias que más identificaciones suscita, habida cuenta de que todo lector, de cualquier tiempo, han coexistido Don Quijote y Sancho, de la misma manera que en los horóscopos de las revistas ilustradas los diagnósticos Géminis son intercambiables con los Escorpio o los Libra con los Leo. Don Quijote y Sancho encarnan la tensión dialéctica entre la realidad y el deseo, el miedo y la esperanza, contrario que se necesitan mutuamente, que se dan sentido el uno al otro y producen la tela de araña de las coartadas vitales. Cuando Sancho propone a Don Quijote continuar la aventura es porque teme y sabe que si Don Quijote no existiera también él dejaría de existir.

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MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN, El Escriba Sentado, p.  p. 195-6

ARGEMÍ-ORSI-SALEM, negro argentino en Europa

Publicado en De Otros. el 27 de Mayo, 2011, 14:38 por MScalona

Son argentinos, son referentes del policial español y acá no se consiguen

Los exitosos libros de Carlos Salem, Raúl Arguemi y Guillermo Orsi todavía no fueron publicados en Argentina. Están premiados y traducidos en el resto de Europa: son tres “negros” criollos que brillan en España.

POR Alejandra Zina, ESPECIAL PARA CLARIN  El trío negro criollo: Raúl Argemi, Guillermo Orsi y Carlos Salem.

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En España son premiados, están traducidos a varios idiomas –inglés, francés, alemán, holandés, italiano– y los celebran lectores, editores, y críticos. Son Guillermo Orsi, Raúl Argemí y Carlos Salem: el trío mejor guardado de la literatura policial argentina, referentes del género negro ibérico. Pese a que llevan más de tres décadas en el oficio, la popularidad les llegó del otro lado del océano.

“En el 2001 gané el Premio Felipe Trigo con Los muertos siempre pierden los zapatos . Estaba tan seguro de que no le darían bola, por ser tan argentina, que hasta me olvidé de que la había enviado. Pero un día me llamaron para decirme que había ganado, y comencé a publicar novelas que había escrito o comenzado a escribir allá”. Allá es acá, y el que habla es Raúl Argemí desde su casa en Barcelona. Nacido en 1946 en La Plata, pasó unos años en Río Negro antes de cruzar el Atlántico en el 2000. Lleva publicadas las novelas Penúltimo nombre de guerra (Premio Dashiell Hammett), Patagonia Chu Chu y Retrato de familia con muerta (recreación ficcional del crimen de María Marta García Belsunce, Premio internacional de Novela Negra L´H Confidencial), entre otras obras. El mundo de Argemí es áspero y compacto como el desierto patagónico donde transcurren muchas de sus historias. Su estilo, inspirado en el humor crudo de Roberto Arlt, recrea climas que van de lo sórdido a lo nostálgico y de lo íntimo a lo político. Una prosa que suena a tango, country y rock & roll.

Un concurso fue también la puerta de entrada de Guillermo Orsi. “En España me publicaron en 2004, cuando obtuve el Premio Umbriel/Semana Negra por Sueños de perro . Nacido el mismo año que Argemí, Orsi reside desde 1995 en el Valle de Calamuchita, Córdoba. Algunas de sus obras son El vagón de los locos (Premio Emecé), Buscadores de oro , Nadie ama a un policía (Premio Internacional de Carmona) y Ciudad Santa (Premio Dashiell Hammett). En su literatura predomina cierto sentido del deber, un código de honor que lleva a los personajes a meterse en la boca del lobo. El lobo es la metrópoli contemporánea poblada de narcos, ex torturadores reciclados, policías corruptos, inmigrantes ilegales.

El caso de Salem fue distinto. “Hasta mayo de 2007 era inédito. Ese año se publicó mi novela Camino de ida en la editorial Salto de Página. El resto es tan vertiginoso que prefiero no pensarlo, en cuatro años publiqué nueve libros”. Carlos Salem nació en Buenos Aires en 1959, y reside en España desde 1988. A Camino de ida , ganadora del Premio Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, le siguieron Matar y guardar la ropa (Premio París Noir 2010 en su versión traducida), Pero sigo siendo el rey , y Cracovia sin ti (Premio Seseña de Novela). Sus novelas son aventuras desmesuradas con una pizca de policial negro, algo del humor de Leslie Nielsen, un dejo de nostalgia que recuerda a Soriano, momentos de alto voltaje erótico y lenguas filosas para los personajes, que no son tan perdedores como uno creería.

Publicar en España significó para Argemí depurar el lenguaje coloquial, y dosificarlo “como un pintor dosifica los colores”. Para Orsi, en cambio, es una tensión que ni los glosarios ni las notas al pie pueden resolver. Distinto de Salem, argeñol asumido, que escribe en el español de allá conservando “esa pequeña distancia que te permite ser cínicamente tierno en los dos lados del charco”.

A todos los premios que ya tiene, es muy probable que uno de los tres sume un premio en octubre de este año: están nominados para el Premio de novela del festival “Toulouse Polars du Sud” de esa ciudad de Francia.

¿Entonces por qué todavía no son conocidos en su tierra? Para Ernesto Mallo, un maestro del género negro, “hay muchos editores a quienes les gusta la literatura de Argemí, Orsi y Salem, y que les encantaría publicarlos, pero tienen que matar los manuscritos. Como dicen los mafiosos: no es nada personal, es negocio. "Son tres tipos de talento, si algo les sobra, es eso", remata el autor de Delincuente argentino .


El trío negro criollo

“La habilidad de Salem está en su capacidad para que convivan escenas de muchísimo humor en un policial sin quebrar la trama. En cualquier novela es difícil, pero mucho más en el ambiente sucio de la novela negra”.
Patricio Zunini. Coordinador del Filba.

“Un tipo old fashion, con la seguridad del que está de vuelta y no tiene que vender sabiduría. Disfruto de sus novelas esa mirada que tienen sus narradores. Resignadas. Pero sin perder el sentido del humor”.
Leonardo Oyola. Escritor.

“´¿Cómo este hombre no está editado en Argentina?’, me preguntó Magnus en un festival alemán. Lo mismo sentí al escucharlo leer: una novela bien
escrita, interesante, que se siente verdadera y que da ganas de leer”.
Claudia Piñeiro. Escritora.

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NOTA:    RAÚL ARGEMÍ es el escritor argentino radicado en España que me acompañó en BCNA en la presentación de EL PORTADOR, y tan importante como eso, me prestó su bici una semana para recorrer de verdad la ciudad.    MARCE

CLAUDIA MALKOVIC, 2º premio

Publicado en Cuentos el 26 de Mayo, 2011, 20:23 por MScalona

PIBES DEL BASURAL

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Rodrigo se calza su gorra con visera hacia atrás y la cubre con la capucha que supo ser negra en sus buenas épocas, ahora sólo es gris como todo. A cada rato vuelve a mirar el reloj sin descuidar a su hermano que juega con una cucaracha.

-¡No seas asqueroso Titi, larga eso te digo!

-Dejálo, por lo menos no llora por un rato. No voy  a poder ir hoy, estoy hecha bolsa. Esta tos de mierda no me deja dormir.

-No importa vieja, te prometo que voy a venir cargado, anoche soñé con el gauchito gil, eso tiene que ser bueno.

-Cuidate, no te hagas el loco, no quiero que termines como el Cordobés.

-Dejate de joder, ya tengo diecisiete. ¿Hasta cuándo me vas a tratar como pendejo?¿Sabés algo de la Luli?

-No, esa piba se olvidó de la familia, ni un puto llamado hizo la perra.

-¿Pero vos no la llamaste?

-El teléfono que me dejó el tipo no sirve. Nunca contesta nadie.No sé que clase de casa es esa que nunca hay nadie.

-Vieja esto no me gusta, te dije que esa gente no me olía bien.Tanto insistir para que la Luli trabaje en su casa en el sur.¿No conocían a nadie para limpiarles la mugre ahi donde viven?

-Vos siempre tan tarado, no ves que le van a dar tres mil al mes, además de casa y comida. Nos va a poder mandar guita para poder comer o no lo entendés todavía.

-No me gusta un carajo, hay mucho olor a podrido.

Las paredes de cartón chorrean humedad y frío. No hay piso, sólo tierra y cartones por todas partes. Del padre no sabe nada desde hace cuatro años cuando su último hermanito cayó en este mundo, pero recuerda bien las palizas que le daba cada vez volvía borracho.

-Esperame despierta, que esta noche comemos de verdad, promesa

-Si encontrás, tráele un chocolate para el Titi, asi puede ser que deje en paz a los bichos.

-Que pendejito asqueroso, después no para de rascarse, ya no se sabe si tiene patas o granos reventados.

-En el dispensario dicen que puede ser sarna, que lo tengo que llevar a curarse.

-¿Sarna? ¿Eso no es lo que tienen los perros? ¿Hay que fletear al Hueso entonces?

-No sé, pero todos los pibes tienen esas lastimaduras por acá. Y el Hueso es mejor que cualquier estufa.

-No le des tanta bola a los tordos, creen que se la saben todas. ¿Alguna vez te dieron algo los de arriba? Todavía estas esperando ese plan mugroso.

-Ya va a llegar Rodri, la semana pasada terminé de pagarle los veinte pesos a la Suarez, ahora me dijo que en dos o tres semanas lo tengo.

-¡Qué vieja puta esa Suarez! Por esos mugrosos ciento ochenta, le vas a tener que pagar toda la vida. Ya te dije que la mandes a la mierda de una vez por todas.

-Si pelotudo, ciento sesenta es mejor que nada, por lo menos la leche para el Titi la vamos a tener. ¿Quién te crees que sos, Ricardo Fort?

-No, yo no seria tan culeao vieja. El Rodri es el mejor ¿Te olvidas?

-Andá, andá que ya son las cuatro y no perdonan a los dormidos.

Rodrigo se ajusta los cordones y agarra el gancho con destreza, es casi una prolongación de su mano. Se acuerda cuando era un pibe y jugaba en los zanjones. Se le asoma una sonrisa mientras camina por los pasillos apretados. El Che lo saluda desde la pared junto al escudo de Boca. Cada pisada lo hunde en el barro.Entre charco y charco patea una rata muerta, no sabe si por gusto o por bronca.El olor es intenso, la ráfagas de viento lo traen del basural. Es un olor que se pega a la ropa, a la nariz y al alma.

Al borde del terraplén están el Chato y Fede que lo esperan como siempre, dos fantasmas oscuros desdibujados por el paso del tren.

-¡Vamos cabrón que no tenemos todo el día!

-Dale sacudite un poco esa llanta, que con el barro no corre ni a cinco.

-¿Ahora también sos cuida? Chato

-No boludo, no quiero verte llorando a la vuelta

Rodrigo le tira  un manotazo a la cabeza

-Vamos, no sean pendejos que sólo nos quedan quince minutos.

- Meno mal que te tenemo a vo Fede, que si no…

-Dale Chato, pura espuma te dicen, y vos Rodri move esas cachas que hay que cruzar la autopista.

Como tres gatos corren a través del pavimento y saltan las vallas. Un auto esquiva con una maniobra desesperada al Chato que se había tropezado con su carro y Rodrigo lo insulta de todas las maneras que se acuerda.

Faltan diez minutos para la cinco de la tarde. Todos esperan detrás de una linea imaginaria al comienzo del puente. La largada no tardaría demasiado y tienen  que estar muy atentos. Todos en silencio, apelmazados entre la mugre y el olor a rancio.

Al final de la pista una cordillera de desperdicios los espera. Pilas de desechos de los grandes supermercados y también de las bolsas de Doña Rosa, rebozantes de los restos de un desayuno o de las sobras del almuerzo. Todo mezclado, aderezado por el hambre y la desesperación. Los gérmenes, bacterias y roedores bailan entre lo que ya es pasado, lo que nadie más va a consumir, lo que ya no sirve. Rodrigo mira a lo lejos su presente y el futuro le duele cada vez más.

Las cinco en punto, los policías alzan sus bastones y la carrera comienza.

Algunos empujan pesados carros, otros con bicicletas pedalean como si fuera el último día. Llegar primero tiene su premio en el supermercado de la pobreza. Premio que puede ser un trozo de carne abombada que tiró un frigorífico, restos de pollo, embutidos fermentados, lácteos que están por vencer o vencidos, un plasma roto, cables, o cualquier tesoro entre la Biblia y el calefón.

-Vamos Rodri, allá dale corre. No boludo ese pedazo no. ¿No ves que esta tapado con nylon?

-Algun día me voy a pasar estos canas putos por el forro del culo y voy a meter mano donde se me cante.

-Ante tene que juntá lo ciento cincuenta si no queré que te dejen como relleno de empanada.

-Siempre tan buena onda vos Chato.¡Qué hijos de puta! Con razón pagan ciento cincuenta para entrar primeros, mirá como se llevan esas bolsas, debe haber como cincuenta kilos de carne picada ahí.

-Boludo, mañana la venden a cinco mangos el kilo en el almacén del Rolo.

-Aunque tenga que comer mierda  no le compro nada a ese cabrón.

-Chato, Rodri, dejen de boludear y laburen que antes de las seis nos rajan a todos.

Rodrigo hunde su mano en la masa pegajosa porque el gancho es muy lento. El olor es fuerte, se adhiere a la piel junto con la baba verdosa de los alimentos descompuestos.

Una y otra vez revuelve, aprieta, vuelve a tocar lo rancio y de vez en cuando aparece un paquete de fideos cerrado, un choclo casi sin manchas o una barrita de chocolate. Todo un botín que guarda en la bolsa. Mira de reojo, ve al Chato que junta cartones y latitas, se puede dar ese lujo porque la vieja consiguió trabajo limpiando un cabarute.

Se oyen los gritos que anuncian el final, Rodrigo se apura en la ultima zambullida. Mete la mano hasta el fondo y tantea alrededor en busca del último botín. Choca con algo duro, parece metal y tira con tanta fuerza que cae sentado en el barro viscoso. Con asombro ve lo que tiene en la mano. A pesar de la mugre puede reconocer la silueta de un revólver. Sin perder tiempo lo esconde entre la ropa, agitado como quién ha ganado la lotería.

-¡Vamos, rápido cucarachas, a moverse que faltan quince para las seis!

El basural hierve de personas tratando de acarrear con todo lo recogido mientras los policias los arrean hacia la salida

Rodrigo se levanta con la ropa empapada y mariposas en la panza. Caminan como tres sombras en el gueto. Falta poco para llegar al puente cuando los interceptan  un par de policías.

-¡Vos, mugroso, vacía la bolsa a ver que te llevas!

Rodrigo transpira mientras siente la cachiporra en su estómago.No puede controlar las manos cuando Fede interviene.

-Jefe, tranquilo, el pibe es medio tarado, le faltan algunos caramelos ¿Entiende?

-Tarados son todos, pero este me parece conocido ¿Vos no sos el que andabas con el zurdito Cordobés?

Las venas de  Rodrigo se hinchan mientras se le atraganta una puteada entre el miedo y el odio, pero no levanta los ojos del piso.Reconoce muy bien la voz del Chancho. Fede se pone entre el policía y Rodrigo

-No, jefe, no. Si este ni sabe hablar, es mongui el pobre, lo traemos para que se la rebusque un poco, es un boludo de primera.

-Circulen, circulen, antes que me arrepienta

Los tres apuran el paso hasta desparecer en la autopista. Del otro lado la gente como hormigas corren entre los pasillos de la villa con bolsas y carros.

-Te conoció bolú, ese cana e un forro hijo de puta.

-Yo también lo tengo bien junado, Chato, siempre lo tengo en el mate.

-Va a tene que guardarte un poco, esto no e bueno, e un tipo jodido.

Fede y el Chato se pierden entre las casillas y Rodrigo camina lento mirando al piso, empapado de sudor y barro pestilente.

Al final de pasillo se para delante de una pared con los ojos clavados en una frase :“Los pibes no nacen chorrros”.El Cordobés la había pintado después de la charla en el comedor del barrio. Todavía le suenan las promesas de un mañana mejor y las ganas de cambiar, de buscar otro futuro, algo más parecido a los de arriba.Era un tipo raro el Cordobés, pero de un corazón sin fronteras. Fué el único que logró que Rodrigo lea un libro, su primer libro, todavía lo tiene guardado debajo de la almohada.Además le había conseguido la beca en la técnica para estudiar de albañil el año próximo.Siempre se la jugaba por los otros y nunca les pasaba factura.

El piquete había sido un exito, por fin se enterarían de las nececidades del barrio. El Cordobés estaba acomodando la bandera cuando apareció la policía. No los vió venir porque estaba de espalda. El chancho sólo apuntó escudado en el revuelo y el disparo cortó la tarde. Esa imagen se congeló en los ojos de Rodrigo que temblaba de odio y miedo. El Cordobés cayó de boca como un cartón seco y la sangre se desparramó sobre la bandera. Rodrigo se enfrentó con la mirada del policía que no había bajado su arma.Pudo verse en sus pupilas frías y sentir el odio.Fue un segundo eterno hasta que el tumulto lo separó del verdugo.

-Rodri ¿Qué haces ahi parado, hijo? Estaba preocupada porque no llegabas. Vamos a lavarte un poco ¿Conseguiste algo bueno?

Rodrigo se toca la remera a la altura de la cintura

-Si vieja, algo conseguí.

-¿El chocolate para el Titi?

-Ah, si eso mismo, el chocolate

-¿Qué te pasa abombado?¿Tomaste algo?

-Si vieja, mierda y mas mierda tomé.

El agua de la manguera sale lenta, a veces se transforma en un hilo un poco amarronado. Rodrigo se lava las manos y frota con un cepillo la ropa y las zapatillas. La mugre se mezcla con el barro y va corriendo despacio hacia la zanja.Su madre ya esta revisando las cosas de la bolsa y se alborota con el paquete de fideos. Hoy hay comida.

La cena es en silencio, Rodrigo come con los ojos fijos en el plato.Su mamá lo mira de reojo mientras le da de comer a Titi. No se anima a preguntar que pasó, no sabe si quiere enterarse. No quiere alertar a la muerte que siempre llega sola.

-¿A dónde vas?

-No jodas, con los pibes

-No tomés ninguna porquería, no te quiero con la cabeza quemada…

Rodrigo la deja hablando y camina hacia el árbol de la vía. El Chato ya esta sentado fumando. La vía esta desierta, ni siquiera los pibes del pegamento se animan con el frío.Se sienta al lado del Chato en silencio y saca el revólver.Lo acaricia como a un cachorro.

-Loco, que hacé ¿Y ese fierro?

-Un regalito del basural

-Bolú, e un caño, con esto podé hacé cagá a cualquiera

-Sabes que no ando en eso, quiero otra cosa

-¿Queré que hable con el Gringo? E mi puntero y te puede poné como soldadito.Va a ganá buena pasta.

-Ya te dije que yo con la merca no la voy

-No pedazo de bolú, lo unico que tené que hacé es vigilá que no venga nadie mientra tranzan.

-¿Eso nada más?

-Si y si le gustá al Gringo podé llegá lejo.

-Yo quiero salir de acá, nada más. No quiero que el Titi tenga que juntar basura ni que mi vieja se muera con esa tos de mierda que tiene.

-Mañana hablo con el Gringo, guardá bien el caño y no hagá boludece hasta que te conteste.

Se quedan un rato en silencio mientras el Chato termina el cigarrillo.Las cosas parecen mas claras con el aire frío aunque las dudas le aprieten el estómago.

Esa noche la almohada pesa mucho, no sólo guarda su único libro sino el pasaporte hacia un futuro posible.A cada rato toca el revólver mientras las imágenes del Cordobés, el disparo y los ojos del policía se le mezclan.Por fin el sueño gana la partida.

El ruido hace temblar las casillas y la gente a medio despertarse comienza a salir.La vía esta en penumbras pero pueden distinguirse tres grandes moles grises recostadas sobre el terraplén.Gritos, corridas, empleados del ferrocarril hablando con sus celulares, la autopista cortada por el accidente. La vía esta sembrada de paquetes de azúcar mojados por botellas de aceite aplastadas.Las sirenas no tardan en llegar aullando entre los vecinos que observan sin entender todavía lo que pasa.

Rodrigo salta del catre y se asoma al pasillo para ver mejor.En el alboroto escucha la voz del Chato que lo llama.Casi no puede despegar los ojos pero manotea las zapatillas para salir.

-¿Qué mierda pasa ahora?

-Parece que se cayó un tren vieja, volvé a dormir que voy a ver

-Rodri, no vayas, eso puede ser peligroso

Rodrigo mira la almohada y esconde con rapidez el revolver en la cintura a la altura del riñón.

-No te preocupes, yo me cuido bien, vos dormí.

-Rodri, por favor, hijo, Rodri…..

En pocos minutos todo el barrio esta en el terraplén. Dos patrulleros mantienen las luces encendidas mientras no mas de diez oficiales con sus armas custodian los containers caídos.El tren es un dinosaurio muerto que brama sus últimos sonidos opacado por el murmullo de la gente que crece.

El Chato esta ansioso, trae una bolsa en la mano.Todos esperan en línea, pero no son las cinco de la tarde.Los policías estan inquietos y miran al chancho a cada rato.Él es el oficial a cargo del operativo y le molesta demasiado trabajar a esa hora de la madrugada.El uniforme le explota ante la presión de una panza que no para de crecer.Tiene dos armas, la reglamentaria y la otra.Un celular de última generación en el cinto y un anillo de oro con sus iniciales en la mano izquierda.El es oficial principal pero todos lo tratan como comisario, menos los pibes de la villa que lo llaman Chancho a secas.

Recorre con la mirada la fila y reconoce a Rodrigo, lo mira fijo y Rodrigo lleva su mano a la espalda.No tiene miedo, sólo bronca incontenible.

-Vamos agarren lo que quieran, o son maricas ahora.

La gente baja como una tropilla el terraplén y se abalanza sobre los paquetes caídos.Un grupito de policías carga a toda velocidad packs enteros de aceite en el baúl del patrullero mientras los otros les hacen un cerco.El Chato arrastra a Rodrigo que no deja de mirar al Chancho.

-Vamo, bolú, vamo ¡No lo miré queré! Metete entre la gente bolú, apurate

El Chato lo agarra de la cintura para empujarlo hacía las vías

-¡Conchaetumadre! ¡Qué mierda hacé con eso acá! ¿Queré sé boleta, pelotudo?

Rodrigo no constesta, sigue mirando al Chancho sin parpadear mientras camina de espaldas tirado por el Chato.El Chancho hace una señal a los oficiales que están en el patrullero sin dejar de mirar a Rodrigo.

Los policías empiezan a los gritos para que la gente se vaya. Revolean los bastones y algunos disparan al aire repitiendo “Chorros de mierda, larguen todo, larguen de una vez”

Se arma un revoltijo de bolsas y corridas, la polvareda ahoga los gritos y los confunde.

Rodrigo y el Chato se quedan paralizados con la mirada congeladas en el Chancho y las bocas secas. Lo ven acercar la mano a la otra arma y sacarle el seguro con destreza sin quitarles la mirada de encima.

-¡Vamo pelotudo, somo boleta te digo! Ay Dio cagamo, esta vez cagamo la puta madre

El Chato siente el movimiento brusco del brazo de Rodrigo desde la espalda. El reflejo plateado lo enceguece de miedo.Quiere gritarle, manotearlo, pero nada, no puede mover un músculo.Todo pasa muy lento.Rodrigo subiendo el arma despacio y el Chancho apuntado directo a ellos como en una pesadilla.

La primera bala le silva en el oido a Rodrigo y el Chato siente que le quema el brazo. No grita, solo atina a tocarse y la mano se mancha de sangre.Gira la cabeza ante el segundo silvido para ver a Rodrigo. Tiene los ojos enormes, huecos y está cayendo como una bolsa muerta.El arma sale despedida a un costado. No hay tiempo de nada, sólo cae de rodillas al lado del cuerpo de Rodrigo y lo sacude.

-Culeao, vamo que hacé, no te hagá el boludo, Rodri

Siente a alguien parado a su lado y levanta la vista. El chancho  lo mira con satisfacción y le pega una patada al cuerpo de Rodrigo.

El chato siente que se le mojan los pantalones pero sigue apretando el brazo de Rodrigo como un salvavidas.Quiere llorar pero no hay tiempo.Los ojos se cruzan en una mirada congelada.Al Chancho no le tiembla la mano, la levanta a la altura de los ojos del Chato, no dice una palabra, ni siquiera una puteada.Mueve el dedo del anillo como parte de la rutina sin dejar de mirarlo a los ojos. Gatilla.

El diario de la mañana muestra su titular en letras grandes:

¨Saqueo al tren descarrilado:

dos adolescentes muertos al enfrentarse a la policía ¨

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                                                                  CLAUDIA  MALKOVIC

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2º PREMIO CONCURSO CUENTOS 2010, 1º AÑO,

jurados:  AGUADO-RIESTRA-SCALONA

JORNADAS LITERATURA ROSARINA de la UNR.

Publicado en Sugerencias. el 26 de Mayo, 2011, 18:46 por MScalona
el mítico narrador rosarino JORGE RIESTRA
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CULTURA / ESPECTACULOS › EL LUNES COMIENZAN LAS PRIMERAS JORNADAS ACADEMICAS LA LITERATURA DE ROSARIO

La Universidad lee con ojos rosarinos

Rosario en su tinta constará de proyecciones, representaciones y tensiones, organizadas por la propia Facultad en tres espacios: Humanidades (Entre Ríos 758), los bares Cívico (San Lorenzo 1949) y Jekyll y Hyde (Mitre y Pasaje Zabala).

por  Beatriz Vignoli
Durante años, el sentido común particular prevaleciente en las aulas de la Escuela de Letras de la Facultad de Humanidades y Artes dictó que existía, por un lado, la Literatura, que hasta podía ser literatura nacional y hacerse en Buenos Aires o, a lo sumo, en Santa Fe capital y aledaños; por el otro, en Rosario, había, sí, unos grafómanos que no tenían mejor cosa que hacer un sábado que garrapatear por la mañana páginas olvidables y juntarse a la noche a tomar cerveza y hablar pavadas. A lo sumo, a alguna de las innumerables lecturas a viva voz en sótanos de bares que (a falta de pasaje de ida para el éxodo u opciones de publicación dentro de las editoriales locales de Literatura) reincidían en perpetrar estos decadentes personajes, asistía, con miedo a ser lapidada al día siguiente, alguna profesora embozada entre las sombras; comentarios como “yo escucho a los trasgresores”, “vos sos nuestro Bukowski” o “nuestro profesor nos habló mucho de tu obra en los recreos, en el patio” era toda la munición crítica u hoja de laurel que recibían de la Academia local estos bárbaros.

Hubo una hoja de poesía en los 80; una mesa en un congreso en 1993, Escribir Rosario; en la década pasada, la efímera revista RIEL dedicó un número a la novela rosarina, y luego en el marco de la cátedra Felipe Aldana el poeta Eduardo D’ Anna dictó un seminario de literatura rosarina cuyas clases hoy son parte de su libro Nadie cerca o lejos. Pero la gran llegada de los bárbaros será el próximo lunes, cuando den comienzo las Primeras Jornadas Académicas La Literatura de Rosario. Proyecciones, representaciones y tensiones, organizadas desde adentro de la propia Facultad.

La ambición es apuntar a una posible inclusión curricular de los ninguneados autores rosarinos. Que los investigadores los estudien y valoren sus obras. Que un Premio Nacional de Literatura como Jorge Riestra no tenga que esperar a una edad avanzada para que la UNR lo reciba (el miércoles) como disertante. “Alejandro Vila, Secretario de Asuntos Estudiantiles, convocó a las personas vinculadas al tema, un grupo heterogéneo de graduados y estudiantes de Letras”, relató a Rosario/12 Nicolás Manzi, uno de los organizadores. Ellos son además Marcelo Britos, Federico Ferroggiaro, Laura Utrera, Alejandro Vila y Letras En Cambio. “Laura Utrera fue un alma mater”, reconoce Manzi. Esto “surge en el ámbito de la Facultad; este tema no puede estar fuera de la Facultad, es un tema que ya no puede ser tabú en el ámbito académico. Hay un desinterés y queremos subsanar esto. Esto es un puntapié inicial. ¿Por qué otras universidades tienen una cátedra de literatura local y la de Rosario no? ¿Por qué se ninguneó la literatura local?”. Manzi opta por dejar abierta la pregunta.

Se concentra en cambio en señalar la diversidad de lo que se podrá escuchar esta semana, hasta el viernes inclusive, en las tres sedes de las Jornadas: la Facultad de Humanidades y Artes (Entre Ríos 758), el bar Cívico (San Lorenzo 1949) y el bar Jekyll y Hyde (Mitre 343, Mitre y Pasaje Zabala). Luego del acto de apertura, que tendrá lugar el lunes 30 a las 19:15 en el Salón de Actos de la Facultad, con Darío Maiorana (Rector UNR), José L. Goity (Decano), Sonia Yebara (Directora de la Escuela de Letras) y Laura Utrera (Comisión Organizadora), dará comienzo la primera mesa, donde Eduardo D’Anna y Roberto Retamoso hablarán sobre la literatura de Rosario. Más tarde, brindis inaugural de por medio, será allí la apertura de la muestra Cien años de literatura, donde la melancólica belleza de las fotos rurales y urbanas tomadas por Marita Guimpel se expandirá en breves textos de autores de la región seleccionados por Graciela Aletta de Sylva y María Isabel Barranco. Y a las 22, en el Bar Cívico, leen los narradores Lorena Aguado, Federico Ferroggiaro, Verónica Laurino y Luciano Trangoni.

El martes a las 19:30, en la Sala de Lectura de la Biblioteca Central, será el turno de la Literatura de Rosario y mercado editorial, con Daniel García Helder por la Editorial Municipal, Nicolás Manzi por El Ombú Bonsai, Sebastián Riestra por la Colección La Capital y Marcelo Scalona por Homo Sapiens. Leerán a las 22 en el Bar Cívico cuatro poetas de Rosario: Gilda Di Crosta, Leandro Llull, Rocío Muñoz y Andrea Ocampo.

El miércoles 1º a las 18:30, en el Aula 7, Rafael Ielpi, Martín Prieto, Fabricio Simeoni y esta cronista se ocuparán de la Poesía de Rosario y allí mismo a las 20 la Narrativa de Rosario será el tema de Osvaldo Aguirre, Angélica Gorodischer y el esperado Jorge Riestra. Leen a las 22 en Jekyll & Hyde los narradores Marcelo Britos, Martín Kaissa, María Laura Martínez (Amanda Poliéster) y Marcelo Scalona.

El jueves estará dedicado a la crítica académica y al cine, y el viernes a las publicaciones de Rosario y a la ciudad como escenario de la ficción literaria. Puede consultarse el cronograma completo de actividades en el blog de las Jornadas, http://rosarioensutinta.blogspot.com, o seguirse en Facebook: La Literatura de Rosario.

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JULIA M. SÁNCHEZ

Publicado en Aguafuerte el 26 de Mayo, 2011, 10:29 por MScalona

LA  RABIOSA

Prendo la tele. Nada, nada, nada. Siempre me dan risa los títulos de las películas porno. Ciento noventa y ocho canales para mirar siempre Los Simpson. Otra vez, me pregunto para qué carajo tengo cable. Otra vez, me acuerdo que viene en promo junto con internet. Odio terminantemente el concepto de promo. Mira qué vivo que soy, agarré una promo. Pelotudo. Llega la factura. Resulta que el importe es tres veces mayor que el estipulado en la presunta promo. Tres veces más. Una factura que es una ficción en si misma. Qué bárbaro. Llamo a la compañía, después de un rato me atiende Laura, me agradece por llamar, me pregunta en qué me puede ayudar, señora. Siento que el propósito de su plástica amabilidad es irritarme, pero no se lo demuestro. Y me dice señora. Perra. Le explico la situación de la boleta fantástica. Hace ruidito con los dedos en el teclado de la computadora. Me dice que hubo un error en la facturación, precisamente en el cómputo de la promo. Que ahora no se puede modificar. Me quejo en términos más que razonables. Que ella entiende, señora, pero no está en sus manos. Le pido hablar con un superior. No es posible, me dice. Le digo que la factura tampoco es posible, y sin embargo es, sin mayores implicancias ontológicas. Me pide que la aguarde. Comienza a sonar un jingle exasperante. Parece que las versiones electrónicas de Beethoven pasaron de moda. Me imagino pateando la cabeza de Laura. Me imagino con dolor convirtiéndome en Kafka como Gregorio se convirtió en bicho. Laura nunca más contesta. Pasan tres días. Corto y llamo de nuevo.

Ahora me atiende Mauro, me agradece por llamar, me pregunta en qué me puede ayudar, señora. Le digo que por favor me comunique con Laura. No es posible, de ninguna manera, que le diga a él. Le explico en cámara lenta la situación otra vez. Se queda en silencio. Me pide que me dirija a la sucursal más cercana a mi domicilio. Acabo de transpirar mi última gota de amabilidad. Siento que si no hago algo en los próximos cinco minutos me gano el premio Aneurisma a la Tolerancia. Corto. Me subo a la bici en busca de la sucursal. La llave en una mano, la factura entre los dientes. En una bocacalle la bici relincha y se convierte en Rocinante. Dale, caballo del orto, movete. Yo tengo paciencia, pero no me la quiero gastar toda en la puta compañía de cable, no quiero morir tan lento, qué tiene de raro eso.

Entro a la sucursal, saco número. Adelante mío hay muchas personas con expresión de terapia intensiva. Observo detenidamente, pero no, no está Kafka. Hay unos vidrios polarizados atrás de los mostradores, pienso en que alguien ahí atrás se caga de risa de los que esperamos. No, no soy paranoica, es lo que yo haría si estuviera atrás del vidrio. Obvio. Tres años después todavía no me atendieron. Mis cejas y mi mentón ya están unidos para siempre. Mis uñas esculpidas se clavaron en mis palmas hasta hacerme sangrar, y la sangre ya secó. Evalúo lo insalubre que me resulta portarme bien en esta situación.

Entre los que esperan hay un hombre de mi edad que antes de tomar color verde oficina debe haber sido interesante. Nos conocemos en la tercera fila de butacas de mala calidad. Nos casamos y seguimos esperando. Un día me ofrecen trabajo. Buena prepaga. Me dan una lista con teléfonos de señoras y señores a los que debo convencer que contraten la promo. Mierda. Debería haberme rehusado, pero ya tenemos un hijo y mi marido sigue del otro lado esperando que lo atiendan. Cada vez está más verde. Un día atiendo una loca rabiosa que me dice que le cobramos demás, que somos una caterva de oligofrénicos, que nadie le soluciona sus reclamos. Le digo amablemente que mi nombre es Carolina, que me trate con respeto, y que lo mejor sería que se acercara a la sucursal más próxima a su domicilio, señora.

                                            J.M. Sánchez

ARTANA: el txt de anoche...

Publicado en Nuestra Letra. el 25 de Mayo, 2011, 17:25 por MScalona

LA TERAPIA

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Nunca antes  revelé el secreto de cómo superé los ataques de pánico. Yo era un caso grave; gravísimo, diría. Comenzó casi imperceptiblemente. Cuando entraba en un lugar, lo primero que hacía era buscar las rutas de escape más rápidas. Mi cerebro no servía para asimilar nada, si antes no imaginaba cómo escaparía de donde me encontrara. En la facultad, en los bares, en todas partes me situaba cerca de las salidas. El deseo de escabullirme comenzaba a hacerse irrefrenable hasta que huía. Huía. Sólo huía a refugiarme en mi habitación donde la sensación se hacía un poco más tolerable. A duras penas y por imposición de mi familia comencé a deambular por los consultorios de psiquiatras y psicólogos. Rara vez llegaba a la consulta. Huía antes.

No existía motivo que pudiera haber afectado mi psiquis. No había nada para contarle a un psiquiatra, y no tenía la más mínima intención de relatar mis confidencias insulsas a nadie. Uno se enferma y punto. Los porqués son especulaciones incomprobables y rara vez ayudan. Los médicos no tienen por qué investigar cómo fue que uno se enfermó. House es capaz de allanar la casa de los enfermos, pero de puro chusma nomás.

Siempre pensé que los ataques de pánico son una refinada manifestación de la fuerza más poderosa que existe: la estupidez humana.

Por eso me sorprendió que por una vez, primara el instinto. Aunque pensándolo mejor, creo que el propio instinto del hombre debe ser una estupidez de mayor peso que los ataques de pánico.

Digo esto, porque un día caí en el consultorio de la doctora Josefina Bellagamba y el solo verla asomarse frente a mi vista, abortó mi inminente huída.

No recuerdo ninguna mujer más sexy que la doctora. Me ganó el deseo de estar cerca de ella, estudiar sus formas y sus movimientos lo más disimuladamente posible. Me dejé cautivar con su manera profesional de hablar obviedades como si fueran grandes revelaciones. ¡Con qué gusto dejaba que ella se situara en un plano de superioridad ante mí! Yo le daba la razón en todo y le hacía creer que era su ciencia, y no sus caderas y sus tetas, lo que me estaba curando.

No tardé en darme cuenta que tenía que hacer todo lo posible por mantener su interés en mí. Cuando le contaba algo que le interesaba, hacía movimientos zigzagueantes en su sillón, como una gata. Eran una delicia. Hasta parecía que ronroneaba. Cuando hablaba de homosexualidad se inclinaba hacia adelante como ofreciéndome el contenido de su escote.

Recuerdo que puso mucho énfasis en mis amistades. Se me ocurrió que mis amistades debían ser gente marginal y retorcida. Eso le iba a interesar, supuse. De alguna manera, yo me acercaba hacia los compañeros de estudios impopulares o ellos se acercaban a mí. Eso resultó ser muy revelador para mi caso, según ella.

Le hablé de mis amistades un poco a sus ojos y mucho más a sus tetas que pugnaban por escaparse del escote. Le conté los casos de Rosita, la ninfómana virgen; Gabriel, el exhibicionista vergonzoso, Adrián, el voyerista miope…. El que más le interesó fue el de Jeremías, el gordo tres mil milanesas.

Jeremías venía de un pueblo pequeño y tenía una especie de estigma social. Cuando los padres de Jeremías eran novios, al parecer la religión se les había metido hondo en sus mentes pueblerinas y reservaban la virginidad para el matrimonio. Un buen día, ella le dijo a él, que estaba embarazada del Espíritu Santo. Evidentemente no era la religión lo que se había metido en ella. Pero él estaba orgulloso de su papel de San José en el evangelio contemporáneo que comenzó a redactar. Pregonó la buena nueva a todo el mundo, y se casó con la virgen María. ¡Pobre! La gente no es tonta. Se podría contar ese verso durante dos mil años seguidos, que nadie lo creería jamás. La gente no es tonta. Ni con puré de viagra el Espíritu Santo podría volver a procrear.

Ese fue el origen de Jeremías, el gordo tres mil milanesas,  y de su estigma. Para mayor entretenimiento del pequeño pueblo, lejos de obrar milagros y predicar virtudes, el gordo salió puto. El escote de la doctora ameritaba que el pobre gordo también fuese puto.

En las consultas,  me sentía una especie de Sherezade. La doctora se pavoneaba del avance que efectuábamos en el tratamiento, aunque no era el tipo de avance que a uno le hubiera gustado realizar con ella.

Sin embargo, todo era un regodeo visual. El mandato masculino que obliga al menos a fantasear con semejante hembra, extrañamente no se presentó. Fue reemplazado por el placer de despertar interés contando historias, complementado con el relojeo del escote que cada vez era menos disimulado. La psicología diría que lo mío era algún tipo de perversión… ¡A la mierda con la psicología!

 El caso es que entre relatos picantes, caderas serpenteantes y tetas rebalsantes, los ataques desaparecieron tan misteriosamente como habían surgido. El pánico sigue existiendo, no ya en forma de ataque, sino dentro del cauce natural de ser una condición del ser humano. Volví a tomar conciencia de que todo es una gran cárcel y no hay puerta de salida. Toda puerta no hace más que comunicar una celda con otra.

La doctora fue quien dio por finalizada mi terapia y me declaró curado contradiciendo aquello de que la psiquiatría es la ciencia de transformar un paciente en un cliente.

La sensación opresiva de pánico sigue ahí; ahora mismo tengo ganas de salir corriendo. Pero también está el gozo de saber que le di a ella la satisfacción de considerarme curado. Gozo más estúpido no puede haber, pero puedo decir sin mentir, que brindé satisfacción a semejante hembra.

En fin. Estaba rebuena, y creo que nadie la satisfizo más que yo, porque… entre nosotros… me consta que era frígida.

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Fernando Artana

NATALIA MASSEI en Página/12

Publicado en Aguafuerte el 25 de Mayo, 2011, 17:17 por MScalona

Acido

Por Natalia Massei

Apareció un viernes por la mañana antes de las siete, cuando todavía el cielo estaba oscuro. Lavé la vajilla acumulada, saqué la basura, repasé la mesada con Cif Crema. Abrí la puerta del balcón para ventilar. No se fue, incluso empeoró. Cuando regresamos, al mediodía, ya había invadido buena parte de la casa y había alcanzado una pestilencia que yo desconocía. Entre olor a excrementos y olor a muerto (esto último lo supuse por figuración, en realidad, yo nunca había experimento la fetidez de un cuerpo en descomposición).

Los días fueron pasando y lo dejamos estar. De hecho le cedimos el territorio de la cocina: tomamos el hábito de almorzar y cenar en el living, cerrando la puerta para que no se filtrase ni una molécula. Al principio, ni siquiera podíamos preparar los alimentos allí, varias veces tuvimos que apelar a la rotisería, desbalanceando también así nuestro presupuesto. Luego su intensidad fue menguando y bastó con desplazarnos sólo para comer. El único que parecía beneficiarse con la situación era Cucho quien estaba de lo más contento porque ahora podía mirar la tele mientras comía. Para nosotros, en cambio, era un incordio. Nos afanábamos en no olvidar nada indispensable a la hora de poner la mesa para no tener que trasladarnos infinitas veces desde un ambiente hacia el otro en busca de la sal, el pan o un repasador.

El incidente, por llamarlo de algún modo, también tuvo lugar por la mañana. Más o menos a la misma hora, pero un jueves que empezó como todos los jueves de todos estos años. Me levanté temprano para llevar a Cucho a la escuela. Antes de vestirme preparé un café y me senté a beberlo frente a la computadora como acostumbro. No llegué a tomarlo. Al encender el monitor, una ventana de chat abierta me distrajo del rumbo habitual y encadenado de los jueves:

matiax escribió: “cuando las relaciones fueron intensas el rencuentro no difiere del encuentro” (Icono: guiño de ojo)

gata flora escribió: muchos besos

matiax escribió: mil para vos

gata flora escribió: nos vemos el domingo en la mani

Matíax es Matías. Gata flora no sé. El resto pude deducirlo. Más aturdida que enfurecida, lo saqué de la cama de un salto, sin decirle mucho pero en tono imperativo, excepcional. Lo que siguió fue una procesión de clichés que, no obstante, distaban muchísimo de nuestro glosario cotidiano de repeticiones. La discusión terminó en el momento en que Cucho asomando desde el pasillo, en calzoncillos, con cara de dormido y un oso de peluche en la mano, preguntó qué pasaba. De ninguno nos privamos, recorrimos juntos todos los lugares comunes.

Lo peor de una infidelidad es enterarse. Allí comienza el derrotero. Los detalles entrecortados que uno completa, las piezas que siempre faltan y que una imaginación desatada, despechada y malsana, necesariamente, reconstruye: el lugar, si era de día o de noche, la luz, la música. El color de sus uñas, las de ella; la forma de esas manos sobre su espalda; las miradas, la él que una conoce tan bien.

Los olores. El perfume rancio de su vagina, la de la otra. Tu transpiración agria cuando estás nervioso y empezás a dar vueltas como una bestia desorientada. Tu sudor en la cama. Mi propio olor. El olor de la cocina que sigue aquí y se ha tornado acre y cortante. Algo común a todos ellos circula entre nosotros y me asquea. Un hedor, un ardor que traspasa el cuerpo y penetra el alma. Un ácido que quema y corroe las imágenes atesoradas de nuestros jueves y nuestros domingos de siesta, nuestras mañanas de lunes y mensajes de texto desde el trabajo, nuestras tardes de sábado con Cucho, nuestras noches de viernes en la cama.

Que te desfigure el gesto acercarte a su pubis corrosivo, olerlo, besarlo. Que te atraviese como ácido desde las fosas nasales hasta la garganta. Que se te derrita la lengua y sólo sientas un vacío, una ausencia.

http://natimassei.blogspot.com/

MAÑANA: fiesta, lecturas, premios...

Publicado en General el 23 de Mayo, 2011, 15:47 por MScalona
 

Ciclo Timia v10 en Jekyll

Time
Tuesday, May 24 · 9:00pm – 11:30pm

Location
Jekyll Hyde CafePub – mitre 343 esq zabala – 2000 Rosario, Argentina

Created By

 
CINE CORTO: El hombre apnea, de Francisco Pavanetto /// LITERATURA: Especial Ganadores Concurso de Cuentos 2010 del Taller Literario de Marcelo Scalona. Leerán los cuatro ganadores del concurso: Natalia Massei, Flavio Luciani, Claudia Malkovic y Fernando Artana, y de regalo para ellos cuatro la visita de Arabella Salaverry de Costa Rica/// Música: Pablo Jubani ///
MARTES  Mayo 24 · 9:00pm - 11:30pm

Jekyll Hyde CafePub - mitre 343 esq zabala - 2000 Rosario, Argentina


CINE CORTO: El hombre apnea, de Francisco Pavanetto ///
LITERATURA: Especial Ganadores Concurso de Cuentos 2010
del Taller Literario de Marcelo Scalona. Leerán los cuatro
ganadores del concurso: Natalia Massei, Flavio Luciani,
Claudia Malkovic y Fernando Artana,
y de regalo para ellos cuatro la visita de Arabella Salaverry
de Costa Rica/// Música: Pablo Jubani ///

MARÍA LAURA CONTARINO

Publicado en Aguafuerte el 21 de Mayo, 2011, 14:18 por MScalona

Este incidente ocurrió no hace mucho y sirve para mostrar que los cuentos de hadas en su versión revisitada no han perdido nada de su vigencia.

Érase una vez, en un barrio muy humilde de nuestra ciudad, una mal querida hija que fue enviada por la concubina de su padre a limpiar casas. Al crecer, la esmirriada joven se transformo en una de esas voluptuosas Lolitas que pueden encontrarse en el gran Rosario. Aunque desprovista de hada madrina, esta moderna Cenicienta sabia cómo transmutarse en “princesa” para encantar a los ocasionales “príncipes” que se le cruzaran por el camino. Pronto,  y cumpliendo sus tareas de limpieza con dedicación y esmero, encontró el “punto débil” de un productor televisivo en cuya casa trabajaba: el hombre era un fetichista del pie femenino. Sin prisa pero sin pausa, Cenicienta comenzó a recorrer la sección “Calzado” de todos los grandes hipermercados de la ciudad. Consciente de los sacrificios que implica “el mejoramiento personal” y cada vez que su jornal se lo permitía, se compraba un par de zapatos sensuales que dejaran al descubierto sus torneados pies en horario de trabajo. Esta tarea exigía mucha paciencia y perseverancia en la búsqueda ya que no era fácil conciliar practicidad y sensualidad en un mismo par de zapatos. Al cabo de un tiempo, bien provista de zapatos y con un corazón lleno de “virtudes”,  la dulce Cenicienta conquistó a su “príncipe azul” quien le abrió las puertas del escenario mediático haciéndola dueña y señora de su cama primero y de la pantalla chica luego. El reconocimiento y la fama que siempre había buscado ahora eran suyos y sintiéndose recompensada por la vida, Cenicienta escribió una carta a su “malvada madrastra” expresándole su agradecimiento por haberla impulsado en este camino:

Rosario, 15 de junio de 2009

Hola Yolanda:

                            Ya soy exitosa y te aviso que pronto voy a tener mi propio programa de televisión. Te doy la primicia para que tengas algo que contarle a tus amigas: voy a conducir un programa de lunes a viernes de 19 a 20 h por canal 5. No se te ocurra contactarme ni aparecer en uno de esos programas de chimentos para hacerte famosa o ganarte unos mangos a costa mía. Bastante me cagaste la vida antes. Eso ya fue, ahora tengo muchas influencias que te van a caer encima si me jodes. Espero que te mueras pronto. Saludos al viejo verde de papá.

                                                                  S. G.

No me dijeron si nuestra Cenicienta se casó con el príncipe azul para vivir por siempre felices pero estoy segura que logró el sueño de muchas jovencitas de nuestro tiempo: tener sus 5 minutos de fama.

————————-  María Laura Contarino

MARÍA BELÉN IRUSTA

Publicado en Aguafuerte el 20 de Mayo, 2011, 16:52 por MScalona

TIEMPO  SUPLEMENTARIO

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Llegamos al lugar alrededor de las cuatro de la mañana. Febrero nos trata mal en estos días. Nos recibió la sombra de un hombre y detrás, entre unas diez personas de brazos cruzados, Oscar.
Mientras nos preparamos para iniciar el trabajo, la dueña de casa nos ofrece en voz baja café. Mi compañero formula las preguntas de rigor mientras el sol se acomoda en la ventana. Uno de ellos, tras un suspiro, se resigna a la indagatoria y comienza a hablar. Rápidamente los demás lo secundan, superponiendo voces y relatos. Tomo nota.
Dicen que laburaba todo el día sin quejarse porque era el único que paraba la olla. Su mujer era una abnegada ama de casa de las de antes, de las que planchaban hasta los calzones, criaban hijos propios y linderos a fuerzas de mate cocido y facturas, de las que esperaban al marido con la comida lista y caliente sin un pero, de las que miraban para otro lado cuando el esposo salía de putas de vez en cuando.
Dicen que tenía un carácter alegre y que era querido por vecinos y clientes. En su negocio se vendía la mejor tira de asado de zona sur y daba fiado, fíjese usted.
Dicen que era el carnicero del barrio desde siempre, desde que se casó con Doña Irma, para mayor exactitud. Aparentemente se sentía cómodo en el oficio de manipular cadáveres, cortar con obsesión matemática las lonjas de carne, vestir con sangre ajena desde el alba hasta la cena.
Dicen que siempre fue alto, corpulento, de tez blanca y cabellos oscuros; que tenía voz grave y profunda; que llevaba como marca distintiva tatuajes en ambos brazos; que cantaba como el zorzal.
Dicen que sus vicios eran el tango, el pucho, el fútbol y el tinto cortado con soda de sifón, como se debe. Llegaba a la casa pasadas las ocho y Doña Irma lo recibía con algo para picar y el vino burbujeante. Dicen que se bajaba dos atados de veinte por día mientras miraba a Boquita o conversaba con alguno que lo visitaba, entre botella y botella, en la vereda tomando el fresco.
Dicen que hace un par de años le diagnosticaron eso. Mientras lo escribo pienso en el sádico al se le ocurrió jugar con las letras de la palabra “nacer” para nombrar esta enfermedad. Dicen que lo tenía entre el pulmón y el corazón, que llevó el tratamiento con un humor admirable, yendo a trabajar todos los días. El tumor le dio tregua y, sintiéndose recuperado, volvió a las andadas. No volvió al hospital hasta que el cuerpo le pasó una factura impagable.
Dicen que en los últimos meses se lo veía poco en la calle. Había perdido cabello, kilos y su vozarrón. Ya no abría el local, se quedaba con la patrona. A algunos pocos les contó que le dolía en el costado, que estaba listo, que no zafaba.
Dicen que se fue a dormir temprano y que llegó con dificultad a la cama. Respiraba agitado. Como de un mal sueño se despertó a eso de las cuatro de la mañana y le tocó la espalda a Doña Irma. Le dijo que quería levantarse, que era tiempo, pero ella se negó. Comenzaron a discutir y finalmente accedió a su pedido. Ella sacó al voleo una silla del comedor hasta la calle y él se sentó en la vereda. Miró el cielo, las casas, la acequia, los autos. Doña Irma, llorando, le dijo que era peligroso estar afuera a esas horas, con las cosas que pasan hoy en día. Dicen que él le pidió cinco minutos más y balbuceó que necesitaba llevarse ese momento. Pasó un taxista vecino y frenó al ver la escena. Dicen que intentaron convencerlo para que fuera a la cama, pero él permaneció en silencio durante esos cinco minutos. Parecía ido, pero no. Dijo “ya está” y pidió que lo ayudaran a pararse.
Dicen que no cruzó la puerta de entrada caminando. Cayó al piso sin pulso, como una bolsa de huesos cansados. Dicen que nadie pudo levantarlo y que por eso lo acomodaron sentado, en aquel rincón, con los brazos cruzados.
Dicen que por su oficio, Oscar supo la hora de su muerte aun antes que la propia Parca. Dicen que le robó tiempo, que estaba en el alargue, tomando el fresco en la vereda.
En la planilla mi compañero apunta: “Hora de la muerte 3:10 AM”.

María Belén Irusta

MARISOL BALTARE: Carta de amor

Publicado en Nuestra Letra. el 20 de Mayo, 2011, 12:01 por MScalona

Mi querida Elvira:

                             Si bien nunca abandoné tu recuerdo no es el motivo que me impulsa a escribirte. Ni siquiera es un impulso. Todo en mi vida ha sido meticulosamente hilvanado antes del pespunte. Sin embargo, a la determinación de no vernos más la zurció mi madre… Nosotras apenas pudimos esconder en el dobladillo la promesa de retomar el amor en cuanto ella dejara de interferir. Un tiempo después reconvenimos con criterio más adulto que sabrías de su deceso sea el momento que sea bajo y las circunstancias en las que nos hallemos. Y ése fue nuestro pacto.

                                Acaba de fallecer. De muerte natural a los ochenta y dos años de edad.

No creas que perdí la cordura ni la cronología de nuestras existencias. Aunque no asistí ni desde lejos a tu boda me las ingenié para verte portar tu vientre lleno, redondeado tres veces por él.

Pudiendo tomar el tren directo a la capital hacía trasbordo en nueve de julio sólo para apostarme frente a tu esposo, saludarlo y que su comentario me lleve hasta sus oídos. Le miraba las manos sin gesto poner el sello y extenderme el boleto con la diestra. En el anular izquierdo relucía vuestra alianza. En algún momento, como todo, se hizo costumbre hasta que dejé de verlo y supe que cortaban los ramales ferroviarios. El destino de traslado estaba fuera de mis horizontes. Entonces sólo rogué dos cosas… que tú piel sobreviva a la ferocidad del sol norteño y volver a verte una vez más, en este orden.

Pasaron más de cuarenta años y la proximidad que alguna vez compartimos fue disuelta por la distancia y desargumentada por el fundamento pero… era preciso desdoblar el molde y dar la puntada final para lucir el atuendo como corresponde  o guardarlo de por vida en el ropero.

                                     Tu amiga Emilse.

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nota: puse la foto de Yourcenar porque la carta de Marisol bien podría haber sido una de Marguerite a Jeanne Carayon…

tiene toda la elegancia, el pudor, la pasión, la discreción  y la firmeza la escritura de Yourcenar. EXCELENTE LABURO…

DANIEL VALDEZ - Un cuento

Publicado en Nuestra Letra. el 20 de Mayo, 2011, 0:27 por dvaldez




















COMO SUPERMÁN

Hace calor. Mucho calor. Está en su casa solo, como siempre. El ventilador apenas si remueve el aire denso y viciado de humo de  tabaco. El almanaque de la rubia en tetas flamea bajo la brisa caliente que todo lo envuelve. Una bombita de cuarenta amarrillea en la cocina. Está sentado en una vieja silla de paja, en el comedor. El comedor y la cocina son la misma cosa. La casa es vieja. Dos bloques cuadrados de cemento unidos por una puerta. En el primer bloque, hacia el frente, el dormitorio. En el otro, la cocina. En un costado, una puerta de madera con mosquitero. Luego un camino de lajas clavadas sobre una tierra de pastos resecos. Un rosal muerto y al final una puerta corta de madera, custodiada por dos tapiales bajos y descascarados. Más allá, la calle. Llamar comedor a la parte donde está sentado, es una idea que se le ocurrió una vez. Mirando la grasa adherida que se comía las paredes notó que la mancha raleaba a medida que se alejaba de la mesada. Un día miró de lejos y vio la mancha que se extendía, oscura y ominosa  en todas direcciones y en el centro de esa boca negra la humilde cocina. Entonces miró para arriba, calculó, corrió la mesa y concluyó que allí, donde la mancha ya se hacía irregular e imprecisa, comenzaría el comedor. Ahora tenía una casa de dos habitaciones con tres ambientes.                                                        

Sobre la mesa  descansan los restos de la cena. Un pollo devorado con descuido. Algunas presas aún tienen algo de carne, sin embargo él las ha rechazado. Dos porrones  vacíos que molestan a la vista. Un vaso con un culo de cerveza. El líquido amarillo reposa  amontonado, arrastrando restos de espuma hacia el fondo.  Un cenicero de vidrio macizo desborda de colillas. Hay una que aún permanece humeante, desafiando su retorcido estertor. El perro ha salido corriendo. Sus ladridos se han vuelto eco a medida que se aleja. En su carrera ha golpeado el mosquitero con sus patas y el sacudón ha despabilado a las moscas, sacándolas de su letargo de tela metálica. Ahora se alejan en todas direcciones. Una viene hacia él.  Manotea en un rincón, buscando de memoria la palmeta. Mueve un poco la cabeza y espía hacia afuera.  Un bulto se ha apartado del perro  en el jardín del rosal muerto y viudo de toda hierba. Algún pendejo rompe bolas que habrá que disciplinar, supone.

Bajo la luz imprecisa de la calle no logra ver bien lo que se sacude en un rincón del patio. Cuando se acerca el perro lo está acechando. Tiene el lomo arqueado. Los pelos duros apuntan al cielo. Muestra los dientes y mancha el suelo reseco con la saliva que le va chorreando espumosa por el hocico. Un grito no es suficiente y tiene que apartar al perro con un empujón.  Antes de apartar al animal ya sabe que es un hombre.  Lo toca con la punta del pie. El hombre gime. Tiene puesto un impermeable negro que lo cubre casi por completo. “Y con este calor” –piensa-. En un costado, oscuro sobre ocre una mancha imprecisa y el aroma férrico de la sangre. Los zapatos son buenos. Parece cuero de verdad y brillan en la noche como faros de luciérnagas.  Lo toma por el hombro y lo gira hacia él. Vuelven los quejidos y un temblor de espasmo recorre el cuerpo del desconocido. Debajo del impermeable lleva una camisa de seda negra con una corbata gris de nudo demasiado ajustado. Unos buenos pantalones negros  de marca y un cinturón de cuero negro con una hebilla de iniciales pequeñas y de forma delicada. “Un maricón”- piensa con desagrado-

Podría sacarle los zapatos- y tal vez el cinturón- y arrastrarlo hacia la calle. Pero se da cuenta que la mancha oscura no ha parado de crecer y no le interesa dejar un rastro rojizo que apunte hacia su casa. El desconocido abre los ojos y le habla. Pero es una ilusión. La boca se abre y parece como si hablara, pero la lengua se retuerce sin emitir sonido alguno.  El intento dura unos segundos más y luego el desconocido se hunde en la inconsciencia.

El bulto informe ha quedado inerte y la noche, con sus formas imprecisas lo cubre como un sudario.  Antonio no sabe qué hacer.  Necesita tiempo para pensar. No quiere a policías ni curiosos merodeando por su casa. Demasiado trabajo le dan los pendejos de mierda que se meten al jardín reseco y no quiere más problemas. De repente se acuerda de la lona. Es una lona vieja y apolillada, manchada de tierra y salpicaduras de pintura. La usó una vez para cubrir el piso, mientras pintaba la pared del frente. En algún rincón de la cocina debe de estar amontonada. Corre adentro y desaparece por la boca iluminada de la puerta. El desconocido se queda solo. Hay un leve cambio en el brillo de los zapatos. La espalda tensa del impermeable deja pasar unas  arrugas tenues. Unos grillos comienzan su serenata nocturna y se confunden con los ladridos apagados de perros lejanos. Antonio vuelve con la lona. Como un torero mal entrenado se hace a un lado y la extiende haciendo un abanico, dejando que el aire la hinche hacia arriba y se deslice despacio hacia el suelo hasta cubrir el cuerpo.

Ahora está sentado otra vez en la silla de paja. Un mate a medio tomar le cuelga de la mano curtida. Antonio piensa pero no logra encontrar la manera de sacarse de encima el cuerpo.  Algo se le tiene que ocurrir. Tarde o temprano alguien lo va a descubrir y él quiere evitarlo a toda costa. Quiere los zapatos y el cinturón. Si pudiera se quedaría con todo lo demás, pero  está todo muy manchado y sería imposible limpiarlo bien. Llena el mate y chupa de la bombilla siguiendo con la vista el familiar contorno de la mancha de grasa. De pronto, se le ocurre algo. Podría envolver bien el cuerpo con la lona y arrastrarlo sobre ella hacia la calle, teniendo cuidado de no manchar el piso. Quedaba el problema de la mancha en el jardín, pero enseguida recuerda los escombros que desde hace años juntan mugre debajo del parrillero que nunca usó. No era mucho, pero si lo distribuía bien, taparía la mancha y santo remedio.

Encontrar una solución lo puso contento. Va hasta la heladera y busca un porrón. Lo abre y toma del pico con mucha sed. Cuando lo termina, deja la botella ambarina sobre la mesa,  al lado de las otras dos y sale al patio.

Levanta la lona y observa el cuerpo. Le parece que se ha movido un poco desde la última vez que lo ha visto.  Ahora tiene la boca abierta y el labio inferior le cuelga hacia abajo de forma exagerada. El superior trata de seguirlo pero con menor éxito. Para acomodarlo mejor sobre la lona, Antonio lo toma por un hombro. Siente la dureza apenas sus dedos rozan la camisa.  Algo se interpone entre la tela suave y la carne muerta. Desabrocha la camisa y la hace a un lado, descubriendo el hombro. Es una correa. Tira del nudo de la corbata hacia abajo y abre del todo la camisa. Revisa mejor. El tipo tiene una mochila encajada en la espalda, escondida bajo la ropa. La utilidad del impermeable se hace evidente. Con dedos nerviosos saca a los tirones la fina mochila y la pone al lado del cuerpo. Es negra como todo lo demás. En un costado ostenta una aureola parda, allí donde la sangre la ha alcanzado. La abre. Como un oleaje en medio de la noche, unos billetes oscuros ondean en el oscuro interior. Acerca la boca abierta de la mochila hacia su cara. Hay muchos billetes. La mayoría apretujados con bandas de goma anchas,  acomodados con esmero, para evitar formar un bulto. Algunos sellos se han roto y unos cuantos billetes forman una piel correosa que imita los movimientos erráticos de la mochila.

Unos pasos extraños suenan en la vereda. Antonio tapa el cuerpo y corre hacia adentro, apretando la mochila sobre su pecho. Apaga todas las luces y se pega al borde de la ventana. Por los visillos a medio cerrar, se cuelan las rayas tenues de las luces de la calle. Son pasos  extraños. No los típicos pasos de la vieja de la esquina, lentos de arrastrar unas deshilachadas pantuflas sucias. Tampoco los de los pendejos, rápidos y espasmódicos, llenos de risitas nerviosas.  Ni los pasos tranquilos y despreocupados de alguien que pasea.

Las suelas de estos pasos avanzan con precaución por las baldosas. Tan lento, que hay que estar muy atento para descubrir la cadencia. Cada vez que una toca el suelo, un leve sonido de arrastre se mete por los visillos. El avance es firme. Las suelas pasan casi imperceptibles por delante de la ventana y no se detienen. Hay un cuchicheo y un roce de telas.  A Antonio le recuerdan los sonidos de la caza, del inexorable avance del acecho, en el monte lejano de su adolescencia. Un chasquido metálico condena el silencio y en medio de la noche un revuelo ahogado se siente cerca de la ventana. El sonido acartonado de la lona le dice a Antonio que han descubierto el cuerpo.  Inmediatamente las suelas abandonan su derrotero áspero y se suavizan al avanzar por el jardín. El perro sale de su letargo de verano, se pone rígido y comienza a gruñir.

No recuerda si ha cerrado con llave la puerta del patio. Primero una presión, luego unos golpes débiles le informan que sí, que ha cerrado. Respira un poco más aliviado. Sus dedos manchados de tabaco aprietan con fuerza la correa de la mochila. El perro desahoga su miedo ladrando con furia. Sus uñas rasgan el piso con cada espasmo de ladrido. Hay un vidrio que se rompe y un estampido seco, como de corcho. Luego otro.

Ahora todo está en silencio.  Los grillos cantan y el eco de sus voces rebota en los tapiales y se mete profundo en los oídos. Escucharlos le hace creer que nada puede alterar el profundo equilibrio de la noche.  Antonio se va aflojando. Las piernas se le doblan y su cuerpo deriva sin prisa hacia un costado de la pieza. Aprieta la mochila con tanta fuerza que las costuras se hunden profundas en unos dedos de yemas blancas.

Un trueno lo sobresalta. Alguien está pateando la puerta. Se pone de pie y mira por la ventana. Unos ojos negros lo están observando por detrás de los visillos. Calcula que si sale corriendo ahora, podrá pasar por el comedor antes que tiren la puerta. Al costado de la cocina hay una ventana. Tapada de grasa y telarañas, hace años que no la abre.  Podría saltar por allí. La madera está bastante podrida. Quizás ni siquiera haría falta abrirla. Se la jugará de cabeza, con los puños firmes y cerrados apuntando hacia adelante.  A lo Superman.

La puerta de la pieza  se abre despacio. Vuela la cortina deshilachada. La ventana podrida se le bambolea entre los ojos y le confunde la distancia. Algo choca con su pie izquierdo. Cae al suelo. Una media cara de perro se burla de él. Lo que queda de la cabeza le muestra unos dientes al aire y un borrón enrojecido allí  donde recuerda el hocico. El estruendo de la puerta del patio lo despabila. Vuelan por todas partes restos de vidrios, tela metálica y madera. Los vidrios le acarician los tobillos y le dejan de recuerdo unos surcos trémulos, rojos de la sorpresa. Antonio mira hacia la puerta rota y lo único que ve es el patio reseco. Un hombre de traje azul se mete de golpe. Antonio se levanta. Pone todo el peso de su cuerpo entre los hombros y encara hacia el desconocido con los dos puños temblorosos juntos hacia delante -como Superman- se repite para darse ánimo. Para no resbalar, sus pies esquivan la sangre del piso y dan el empujón.

El trajeado lo ve venir y levanta las manos por instinto. Un estampido sofoca la cocina y lo ensordece. Algo espeso y caliente le corre por la cara. Huye hacia el dormitorio. Se enreda en la cortina y al pasar cierra de un portazo y pone la llave.

Ahora la mochila le pesa como nunca. Tiene nuevas manchas para mostrar y algunas roturas que no extrañan para nada el monótono entramado plástico del nailon. Acurrucado en el rincón más alejado de la puerta, Antonio se toca la cara. Falta carne en gran parte de la mandíbula y la oreja parece no estar en su sitio. Cuelga en un ángulo extraño y se muestra resbalosa al tacto. Por el momento no le duele. Un temblor sordo le recorre los brazos y las piernas y los sonidos le llegan amortiguados, como si soñara.

La Puerta se sacude. Saltan astillas. Hay gritos y corridas. Escucha órdenes. Toma la mochila y espía por los visillos. Ya no hay ojos observando. Sólo el frío gris de la calle y unas polillas volando sin rumbo por el aire.  Abre un poco la ventana e Introduce la mochila por el hueco. Siente el golpe seco al otro lado de la pared.  Al final la puerta se abre.  Las luces de la pieza están apagadas. La puerta abierta es un fanal enorme que le cae directo a los ojos. Entra el trajeado y detrás de él dos hombres más.  Lo miran con desprecio y le preguntan por la mochila. Intenta decir que no sabe nada, pero apenas abre la boca un dolor intenso y profundo como una garra lo toma de la cara y lo corta hasta el estómago.  Mueve las manos. Las palmas hacia arriba. El trajeado hace una seña. Uno de los otros se acerca y lo patea en las costillas. Varias veces. Sin saña. Sólo con calculada eficiencia.  Desde el suelo, Antonio piensa que le gustaría contestar. Sólo para hacer que se vayan. Para que salgan de su casa. Pero el dolor no lo deja. Lo tiene agarrado por las pelotas y él sabe que no lo soltará. Sabe que puede luchar y por unos segundos lo intenta. Lo único que consigue es aumentar la sensación. Se queda quieto en el suelo, temblando. El hombre repite la pregunta. Esta vez no lo golpea. Lo mira de lejos, agachándose un poco y haciendo visera con una mano. Lo presume desmayado. Los tres hombres abandonan la pieza. Los oye en la cocina, revolviendo cosas.

Los sonidos le llegan claros, con una nitidez impropia del momento. Su cabeza es como un gran zapallo anaranjado y hueco donde el sonido se transforma en ruido y se distorsiona y rebota y al final es otro desgarro incontenible que le hiere indolente la conciencia. Afuera, un arrastrar de pantuflas viejas se acerca a la ventana. Los pasos se detienen de improviso. Por un segundo solo hay silencio. Luego los pasos se reanudan y se  vuelven por donde vinieron. Antonio nunca los escuchó tan rápidos, tan enérgicos.

Los hombres vuelven. Uno saca una pistola y se la pone en la frente. Repite la pregunta. Una y otra vez. Mira hacia atrás. Traen al perro y lo tiran a sus pies. Le preguntan si le gustaría terminar igual. La media cara lo observa en silencio. Un único ojo velado lo interroga desde el cráneo. Al mirarlo recuerda su dolor y cae en la cuenta de que están los dos iguales.  Si pudiera reírse lo haría- piensa-Y todo le parece tan ridículo. Es como una película.  Está viendo la película de las diez, o el continuado del domingo, no sabe bien.  Hasta le está tomando cariño a los actores. Piensa que le gustaría que el trajeado triunfara y saliera de la casa a los gritos y con la mochila en alto. Por eso intenta decirle.  Le sale un “eja..” desdibujado, enredado en la tormenta que es ahora su lengua violácea. La mandíbula se le duerme en un ángulo extraño.

Algo sucede. Suena un celular. El trajeado putea y se lamenta. Hace un gesto a los otros que salen presurosos de la pieza. Se le acerca haciendo a un lado el saco sucio y azul, dejando al descubierto una funda marrón. Lo levanta de los sobacos. Con un repentino y postrer insulto hunde un puñal en sus costillas.

No siente nada, salvo una sensación tenue, un cierto calor que le sube a gatas por el costado.

Lento, como las gotas de humedad que se condensan en los tejados, Antonio cuelga de sí mismo hasta que la gravedad se cansa y se lo lleva sin prisa de nuevo hacia el suelo.

Le queda la cabeza justo enfrente a la de su perro.  Suenan bajas las sirenas. Aúllan con la urgencia de quien busca con desesperación algo perdido. A medida que pasan los segundos se hacen más nítidas,  imperativas.

Antonio mira la cara del perro. Por detrás de las orejas, lo pelos están sucios y pegoteados. Algo ha brotado desde algún lugar y forma un charco pequeño debajo del ojo velado. Todo su mundo es ahora una cara triste de perro y unas sirenas que desgarran sin piedad los restos de su conciencia.

Antes que venga su noche y se lo lleve todo, hay algo que Antonio desea con toda su alma. Antes que venga su noche y lo arrastre hacia el olvido, Antonio piensa que le gustaría mucho, pero mucho,  poder acariciar a su perro.

                                                                                                    DANIEL VALDEZ


WITOLD GOMBROWICZ

Publicado en De Otros. el 19 de Mayo, 2011, 20:39 por MScalona

Viernes

Fui a Ostende, a una tienda de moda y me compré un par de zapatos amarillos que resultaron ser demasiados pequeños. Volví, pues, a la tienda y cambié ese par por otro, del mismo modelo y número y, en fin, idéntico en todos los aspectos, que también resultó ser demasiado pequeño.

A veces me asombro de mí mismo.

Sábado

X., su mujer y el señor Y., persona muy activa en la colonia polaca de Argentina, me han estado contando chismes. Al parecer, en la reunión organizativa de no sé que asociación se propuso mi candidatura como miembro; entonces, el presidente o no sé quién saltó chillando que allí no había sitio para semejantes renegados. Y en una sesión de otro comité se ha decidido que mi <<colaboración>> era indeseable.

Dios les ampare. Aun en el caso de me enviaran una delegación con música y flores, no colaboraría con los comités, que me aburren mortalmente, y tampoco aceptaría su presidencia, ya que al ser un hombre serio, no sirvo para comparsa. Eso de jugar a presidentes, comités y sesiones es bueno para la Sontangsjaeger pero no para un diligente trabajador del campo de la literatura y la cultura patrias como yo. Por otra parte, sé muy bien que no corro peligro de que me llegue ninguna delegación, pues el odio del comités hacia mi persona es resultado de su propia naturaleza y los comités en cuanto tales siempre lucharán contra mí, aunque cada uno de sus miembros a solas y en privado me susurre al oído: ¡ármela cuanto pueda! Ojalá caiga del cielo un fuego que purifique la vida de los polacos de la Argentina d exceso de vulgaridad. No puedo comprender a esa gente. Resulta para mí un misterio el hecho de que un tipo que ha atravesado los siete círculos del infierno, ha conocido situaciones que llegan hasta lo más profundo del alma, ha agotado totalmente el sentido de la lucha, del dolor, de la fe y de la duda, al aterrizar aquí, en Argentina, se haga miembro como si nada de un comité y se ponga a recitar lo que parecen ser inmortales lugares comunes. El conocimiento de la vida que han adquirido, que tenían que haber adquirido, está como fuera de ellos, lo llevan no en ellos mismos, sino en el bolsillo, un bolsillo que, por lo demás, también ha sido cosido.

El infantilismo de su tono es insoportable. El semanario La Voz, reforzado en los últimos años por nuevas plumas, ha dejado de ser una hoja volante para convertirse en un <<órgano>> orgulloso y útil; no obstante sigue pareciéndose a una asamblea de tiítas y tiítos que toman todas las precauciones posibles para no escandalizar a la sobrina menor de edad. Esa preocupación por la inocencia antediluviana de los polacos actuales resulta realmente conmovedora. Personas que han experimentado una vida durísima son tratados como colegiales de quinto grado y sólo se les permiten algunos temas, debidamente endulzados y suavizados. Pero tal vez sea mejor que La Voz tome esas precauciones, pues si La Voz se pusiera a hablar con su verdadera voz, sería de temer que en un santiamén hiciera saltar en pedazos a La Voz y hasta, a toda nuestra colonia. Tememos nuestra verdadera voz, por lo que utilizamos una Voz perfectamente neutralizada. Sin embargo, estoy muy lejos  de combatir este estado de cosas con medios demasiados drásticos. De vez en cuando alguien- por lo general el presidente, el tesorero o el secretario- se dirige a mí con un llamamiento confidencial para que me convierta en el látigo de la colonia y me lo cargue todo como es debido. Este papel no me hace gracia. No conseguiremos nada removiendo nuestros viejos asuntos y tachándonos de hipócritas, imbéciles e inútiles. Por el contrario, hay que tratar de despertar en estos polacos la conciencia de su irrealidad, de la ficción en que viven,  que esta conciencia se haga en ellos definitiva. Hay que repetirlas: tú no eres así, ya eres mayor para lo que estás diciendo, te comportas así para entonar con los demás, te pones solemne porque a todos  se ponen solemnes, mientes porque todo mienten, pero tú y todos nosotros somos mejores que la farsa en la que participamos, hay que decírselo hasta que está idea se convierta para ellos en la tabla de salvación. Esta especie de Ketman nos es absolutamente imprescindible. Debemos sentirnos como los actores de una mala obra teatral, que en sus papeles estrechos y banales no tienen ninguna posibilidad de lucirse. Esta conciencia nos permitirá al menos conservar nuestra madurez hasta los tiempos en que podamos ser más reales.

No culpo a nadie, pues los culpables no son los hombres, sino la situación.    

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WITOLD GOMBROWICZ,

DIARIOS, Ed Sedix Barral  p. 89-91

MAXIMILIANO RENDO

Publicado en Nuestra Letra. el 18 de Mayo, 2011, 15:59 por MScalona

María:

Siempre supe que no te merecía. Por eso, quizás, siempre fui mejor que vos.

Imaginé que la vida seguiría aun sin vos. Sin nosotros, quiero decir.

Lo que no supuse es que su ritmo vertiginoso me sugiriera el pánico. De haberlo sabido, incluso, no hubiera permitido que me dejaras.

Con contarte (escribirte) que el mozo de la otra cuadra de mi trabajo cambió la melodía de su silbido. Parece a propósito. ¿Te acordás de él? Te lo he nombrado. Desde que lo conozco, hace cuatro años ya, silba lo mismo. Un tango. Cafetín de Buenos Aires. ¿Y te acordás qué parte era la que silbaba? Porque para peor ni siquiera que la silbaba entera. Era la que decía: “Como olvidarte en esta queja, cafetín de Buenos Aires…” agregaba un silencio como jugando con el deseo de un supuesto público y luego más fuerte finalizaba con “si sos lo único en la vida que se pareció a mi vieja” y seguía barriendo la vereda el atorrante.

Ahora lo cambió.

Parece a propósito, yo que me doy el gusto de considerarme inteligente y como consecuencia elijo no creer en el destino.

Por “Canción desesperada” la cambió. Y si fuera poco, silba el fragmento de “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?” espera expectante y termina con “¿Dónde estaba el sol que no te vio?”

Ahora te pido un favor. Si alguna vez tenés la oportunidad, cuando tengas tiempo, no digo… que tenga que ser ya. ¿Podrías pasar a responderle?

Ya está avisado, le dije que va a pasar una mujer hermosa que probablemente nunca vaya a olvidar.

Le advertí, además, que es una persona especial, mejor que muchas otras. Le dije que no se ilusione, de todas maneras, que no la merece.

Vos pasá, respondéle, que él me avisa

                                                        Enrique

VERGÜENZA, la novela de Laurino-Boasso

Publicado en Ensayo el 17 de Mayo, 2011, 12:20 por MScalona

VERGÜENZA




Vergüenza con doble final

por Marta Ortiz
(para El Fisgón Digital)

Vergüenza es una novela breve juvenil recientemente editada por editorial SIGMAR, (Buenos Aires, 2011, colección Telaraña), que reúne la escritura de dos jóvenes escritores rosarinos: Verónica Laurino y Tomás Boasso, a la que se suma la excelente interpretación gráfica de la ilustradora Dolores Pardo.

Ordenado en cuatro partes, el relato consta de capítulos cortos en torno a la “vergüenza” generalizada que padece Adriano, de doce años, a consecuencia -según sus palabras, entre otras variedades-, de ser un miembro más de una familia sin sentido del ridículo, de su gordura, de su acné. Cuanto conflicto enfrenta quien le va diciendo adiós a la infancia e ingresa en la adolescencia (léase cambios hormonales y sus consecuencias: atracción irresistible hacia Zoe –una isla de placer en la vida de Adriano-, acné, desinterés por la escuela, construcción de mundos propios y privados, etc) tiene su lugar en estas páginas.

Con un lenguaje fresco y claro, adecuado al punto de vista e intereses de la edad que se recorta, los autores dejan flotando una ironía resignada en las apreciaciones de Adriano, así como subyace en todo el texto un toque de humor a veces ácido, otras ingenuo y con un dejo de ternura, que alterna en el lector el dibujo de la sonrisa y la risa declarada.

Un guiño autorreferencial: una de las bibliotecarias que atienden la biblioteca en la escuela adonde asisten Adriano y Zoe, se llama Vero (Verónica Laurino “es” bibliotecaria): “…había un profundo silencio y desde sus dominios aparecieron dos bibliotecarias: Vero y Vane, las dos bibliotecarias: Eran raras, mujeres pájaro, porque cada una tenía un enorme plumero en las manos…”

Entre sus muchos aciertos, subrayo la original vuelta de tuerca que abre un doble final en Vergüenza, desenlace que el joven lector puede elegir a su antojo, como eligió el personaje central. Absolutamente recomendable, esta escritura a dos voces que a la vez aplaca y suma y potencia los rasgos distintivos de Laurino y Boasso, se unifica en una voz reciclada que resuena con ritmo propio, ágil y divertida.

Así escriben:

Ruidos:

Su adicción al maní japonés era indisimulable, siempre llevaba una bolsita, a todas horas y a todas partes. “Mi bolsita de perlas”, la llamaba ella. El maní crujía en su boca. Era una chica con ruidos. Desde su aparición comencé a bañarme más seguido. No quería avergonzarla.

La Reina del balcón (fragmento)

Me senté a solas en el piso y dejé que Zoe terminara de ver su novela con tranquilidad. Lo que más me llamó la atención fue una maceta naranja y rectangular, ubicada en el medio del balcón, en la que había algunas flores de color rojo fuerte, casi tirando al violeta, que me parecieron un pequeño mundo autosuficiente que rodeaba una flor mucho más grande, extraña y amarilla. […] Ellas la llamaban la Reina del balcón, ya que representaba el equilibrio perfecto. Yo le pregunté qué tenía que ver una reina con el equilibrio.

ALFREDO D. CHERARA

Publicado en relatos el 15 de Mayo, 2011, 21:32 por MScalona

El pibe pata de palo

Por Donato Panzotti

Corresponsal Extranjero (Europa)

Les hago llegar mi última corresponsalía antes de pasar a la clandestinidad. He tomado la decisión indeclinable que al terminar de leer esta nota ya no me van a ubicar más. No me lo van a creer pero esta historia que les relato la conozco hace muchos años. Durante largo tiempo he pensado y repensado compartirla. He pasado mucho tiempo entretenido en la firme decisión de parirlo y en ese letargo he consumido mis reservas de habanos que mi amigo el guerrero Palacio me manda regularmente desde su mansión centroamericana. Pues bien, ha llegado el sublime momento de darla a luz en un parto aún forzado. Más que por aventurero –rasgo que tampoco es destacable en mi forma de vivir-, voy a dar los nombres porque ellos son más importantes que los hechos. Es cierto que esto ocurrió en la periferia de mi país, pero a veces el asombro tiene esa capacidad que siempre se intenta colmar y que como la utopía siempre esta un paso más allá.

Si bien es una historia común –como podría serlo cualquier otra de las tantas que escribí durante estos años de exilio de placer-, esta es sorprendente porque ese arquero soy yo. Si como lo leen, siempre fui un pata de palo, lo que sucede es que hasta que ese mal parido paparazzi que hizo posible la publicación de esta foto, siempre oculté este bochorno. Si hasta me han leído con el seudónimo de Cacho "liebre patagónica" Durlot. Y sí, ese era el nombre por el que fui galardonado con el premio Pool y Ser del gran diario matutino en el que durante años fui corresponsal estrella. Pero por fin voy a dar el gran salto –bah es una forma de decir-, ahora si que ya no me atan a esa forma cuasi perversa de guardar las formas.

Como les comento este equipo fue un boom de los torneos infantiles del barrio tablada en la zona más divertida de Rosario. Ahí entre tierra y pasto siempre me moví con la sutileza que el baquiano da a su territorio. Aún tengo presente como si fuera hoy ese olor a yuyo seco luego de una lluvia intensa y me duelen estas cicatrices en las rodillas –marcas de mis rivales más férreos que son los verdaderos verdugos capaces de seguir poniéndome palos entre las piernas, por mi increíble manejo de la pelota.

Y sí, era una época sin Blacberry ni HD en la tele, pero cuando regresábamos de patear –desmayado el sol en el horizonte-, esa taza de mate cocido hirviente con pan y manteca y azúcar era nuestro mejor Pettit Fours.

Bueno no los voy a demorar con más nostalgia. Paso rápidamente a describirles el espíritu de aquellos audaces niños que hoy son grandes prohombres. Y sí, que le vamos hacer, que se hagan cargo de sus glorias -acaban de confirmar mis informantes-, fueron ellos los que han acercado el dato exacto a la revista del corazón para la publicación de esta foto. Sí, peor aún; cuando mi asistente me acercó que el complot fue orquestado por el manco Cápac, el único que conservaba el negativo por despecho de amoríos posteriores. Había retenido en su vieja máquina Laika las fotos que siempre sacaba hasta transformarse en lo que es hoy, un fotógrafo farandulesco.

Lo que leerán no esta teñido por mis arrugas ya que es textual de aquellos años cuando en una de esas famosas escapadas nocturnas haciendo camotas asadas en la tierra, decidimos entre el turco Ali y el Pelusa que suscribe redactar estas semblanzas del equipito hoy famoso por la publicación. Bueno hasta ahora aguanté, pero a partir de este innecesario desnudo publicitario, no debe quedar más oculto.

Para que usted estimado lector no se pierda, entre paréntesis, doy la situación ocupacional que hoy esos integrantes tienen en la honorable sociedad.

Cherara (Gerente de recursos humanos): Es la figura del equipo, no tanto por sus condiciones técnicas sino por su espíritu deportivo, por su simpatía y sentido de la amistad, virtudes éstas que lo han erigido en auténtico caudillo dentro de sus compañeros, los cuales le consultan ante cualquier problema que se les presente. Es muy defensivo en su puesto. Tanto de alto como de bajo no lo pasa nadie. No tiene hobby, ya que vive pensando en el prójimo.

Yo (Periodista y escritor estrella aún exiliado): El gordito en primer plano. Lo llaman cariñosamente Messi. Hábil con ambas piernas. Su especialidad es tirar córners con pierna cambiada. Su hobby es coleccionar frases célebres, dentro de las cuales podemos citar "Corremos poco pero nos divertimos mucho" y "Para reírse en el equipo hay que hacer bromas con los compañeros o hablar en serio con el DT".

Per Pier (Destacado arquitecto y activista por los derechos gay): Es el jugador del equipo que más garra le falta, pero es un jugador muy dúctil ya que puede jugar en cualquier puesto. Le gusta llegar tocando. Sus compañeros lo llaman Carolina Herrera porque tiene perfume de mujer bonita. Su hobby más snob es tirar desodorante de ambiente dentro de la cancha.

Robiralta (Médico neurocirujano): Eminente deportólogo. Su primer contacto con la medicina lo tuvo a los trece años escamándose con una enfermera. A partir de ese momento su carrera fue meteórica. Escribió varios libros científicos entre los cuales se destaca "La influencia del chocolate en la mente de los jugadores" del cual se han vendido ya 13 libros. Es muy querido por los jugadores pero tiene cierta resistencia en el cuerpo técnico por su tendencia a provocar ausentismo. Por ejemplo por una gripe me dio seis meses porque notaba una cierta dificultad para poder caminar. Su hobby más destacado es coleccionar jeringas descartables

Rojaiju González (Coronel de gendarmería): Este juvenil elemento fue adquirido junto a otro de sus compañeros al Club Social y Deportivo "Yacaré erótico" de Curuzú Cuatiá en la suma de 200 patacones. Su característica más útil es que es un jugador que transpira la camiseta, el inconveniente radica en que tiene una sola camiseta. Su hobby es coleccionar fotos de la mona Jiménez.

Locatis (Destacado psicoanalista rosarino): De amplios conocimientos dentro del campo de la psicología. De fútbol no sabe nada pero sus compañeros tienen empatía con él. Escribió dos libros, que son mundialmente conocidos: "Mi vida sin boxer" y "Cómo pienso". Su hobby es asistir a talleres literarios de su ciudad natal y coleccionar biscochitos de grasa.

Josef (Político destacado en la comuna de Alvear): Muy celoso en la marcación pero a diferencia de rojaijú González le gusta mucho irse para arriba. Este jugador es nacido en España, en su tierra de infancia le gustaba mucho el deporte de los toros, su primera corrida la tuvo a los trece años al comer ciruelas verdes.

Los tres jugadores que faltan han sido desaparecidos.

De los otros, de los que quedamos intentando vivir, la mayoría no supieron triunfar en este deporte porque no han podido ser reemplazados dentro de los esquemas tácticos y estratégicos de los cuerpos técnicos, ya que eran jugadores importantísimos que jugaban con la cabeza y pensaban con los pies.

Bueno hasta acá les he acercado mi humana venganza. A esta altura de la lectura, ya es el último relato que conocerán. Ahora sí. Chiao. A rivederchi.

Alfredo Daniel Cherara

Rosario, mayo 2011

MATÍAS MAGLIANO

Publicado en relatos el 15 de Mayo, 2011, 21:22 por MScalona

Noveno piso, vereda par

 

Los Rolling Stone gritaban desde la mesita de luz: seis en punto de la mañana. Horacio, todavía dormido, comprobó con el pie izquierdo que el piso estaba frío. Se estremeció, recordó la alfombra que dejó de comprar y apoyó la mano izquierda en el umbral de la puerta. Con el pie derecho, de golpe y rápido comprendió lo duro que son los marcos, y de golpe y rápido se encontró despierto saltando en un pata agarrándose con las dos manos el otro pie y ¡la puta madre! mientras se sentaba otra vez en la cama. Increíble que el pie no haya reventado, seguro terminaría en hinchazón.

            Para la segunda oportunidad de abandonar la cama iba a estar mejor preparado. Se puso las medias blancas, las pantuflas azules y sintió que los dedos del pie derecho ya no le pertenecían. Sin lagañas y con dientes limpios miró la hora: había perdido quince minutos. Tendría que apurarse con el desayuno para no echar a perder el esfuerzo que implica levantarse tan temprano y tanto dolor de pie.

            Café negro bien cargado y una tostada con mermelada de naranja, daba lo mismo. Desde la cocina y a través del balcón, lo sorprendió la luz del octavo piso del edificio de enfrente. Buscando que la nueva renguera no tire café, arrastró las pantuflas hasta el balcón, donde estaban la mesita y el sillón listos para el espectáculo. Apoyó el café, la tostada y buscó los cigarrillos.

            En el octavo piso cruzando la calle, vereda impar, se veían los dibujos que el cuerpo había dejado en el sommier. Ella no estaba y Horacio, por el golpe, se había perdido la primera escena. De la cama al baño sin poder mirarla. Mañana voy a tener que poner el reloj un rato antes, pensó.

            Se sentó, mordió la tostada y sorbió el café, muy caliente todavía. Ahí estaba,  hermosa como siempre, salía del baño envuelta en la toalla y en poco más se convertiría en su mariposa. Ahora era momento del cigarrillo, lástima no haber terminado el desayuno un poco antes.

            Allá lejos parecía mirarlo. Algunas veces cerraba la cortina, pero otros días, desnuda bajo la toalla, se acercaba a la ventana, se sentaba en la cama y empezaba a ponerse crema. Desde los dedos del pie, una mano subía por la tibia y la otra por la pantorrilla, las piernas separadas para que la crema llegue a todos lados. Pasaban por la rodilla, subían lento por el muslo, desataban la toalla y los dedos iban directo a la panza. Esa era la parte que más le gustaba a Horacio, esas dos manos imitando a las embarazadas y a los chicos cuando tienen hambre, intercalando caricias en toda la superficie abdominal. Sin crema, con toda la mano agarraba el pote, lo agitaba, lo daba vuelta y apretaba con fuerza. Empezaba otra vez desde la panza y acariciándose los senos, primero uno y después el otro, seguía. La mano derecha en la teta izquierda masajeaba rodeando el pezón y la mano izquierda la imitaba con la derecha. Bastante seguido, se dejaba caer en la cama y las manos seguían el juego, rodeaban el pupo, masajeaban la pelvis y se asían fuerte a las caras interna de los muslos mientras el pulgar primero y el mayor después se encontraban con un clítoris casi visible desde tan lejos por Horacio, que para esa altura, ya tendría que volver a calentar el café si quisiera tomarlo. Esos días él la imitaba y cerrando los ojos la tenía al alcance de la mano, al lado suyo, él  y su hormigueo en la pieza de la vereda impar.

            Hace tres días, cuando lo miró, se puso furiosa y corrió desde el baño a cerrar la cortina. Claro, no iba a estar siempre dispuesta, pensó Horacio. Era natural que esos días elija la oscuridad de su cuarto. Fueron lunes, martes y miércoles de total desesperación. Esta mañana, al descubrir la luz prendida y la ventana abierta, se emocionó tanto que empezó a tocarse antes que vuelva del baño.

            Mordió la tostada, bebió café y prendió el Camel. La miró salir, dejar caer las toallas en la alfombra y sentarse en la cama. Un pie lejos del otro, un pote de crema y el ritual. Esta vez, en el momento en que dejaba la rodilla y subía, se corrió el pelo de la cara y lo miró. Una sonrisa desde el octavo y volvió a bajar la cabeza. Las manos empezaban el juego y el corazón de Horacio estaba a punto de estallar. Quince minutos hasta la siguiente mirada. Después, boca abajo en la cama y como cuerpo a tierra fue moviéndose hasta el otro lado. Así, hermosamente desnuda, se puso la bata sin cerrarla para que la siga mirando. Agarró el picaporte de la puerta y salió. Horacio dejó de entender y sentía tocarse, tocarla.

            Había dejado el café, la tostada y el cigarrillo en la mesita. Desconcertado se paró y se acercó al balcón para ver mejor. El dormitorio tenía el vacío de la luz prendida y él la esperaba en un regreso triunfal. Nada. La mano izquierda de Horacio seguía adentro del pantalón y con la derecha se había agarrado a la baranda. A lo lejos y abajo, la vio salir del edificio. En bata y antes de cruzar, levantó la cabeza sabiéndose mirada.

            La vista al frente, empezó a caminar lento y segura. La sigue, la mira, la imagina, el corazón por reventar. Pasa por el medio de la calle y Horacio se asoma un poco más para no perderla. Por fin había dejado su timidez y cruzaba a la vereda par.

            Cuando subió a la vereda, él tenía que hacer un esfuerzo para seguirla. Sacó la mano del pantalón y con las dos agarraba fuerte el caño. Estiraba más el cuello y todavía alcanzaba a verla. Otra vez levantó la cabeza y lo vio, medio cuerpo afuera. Desde abajo dejó caer un poco la bata mostrándole un hombro, esquivó a la portera que estaba regando y caminó. Horacio apoyó el pie izquierdo en el zócalo del balcón y la veía despacito entrando a su edificio. El pie derecho lo tenía en el aire, el cuerpo afuera, el cuello estirado, las manos aún más fuertes. Cuando casi la perdía de vista desesperó. El pie derecho subía al zócalo y el dolor volvía del recuerdo en el peor momento. Desde el pie hasta el alma. Ahora quizás, la pueda ver por última vez un poco más cerca.

El cielo céntrico de Rosario despertó rojo y frío. El sol y Horacio habían salido.

             La puerta de su noveno piso estaba cerrada por dentro. Las cortinas en el  balcón bailaban instantáneas. El café y un cigarrillo a medio apagar humeaban en la mesita donde apenas comenzaba a dar el sol. La ausencia de Horacio aparecía en el dibujo que sus dientes habían estampado en la tostada y la mermelada reflejaba un poco de la luz aun prendida.

            Afuera, en el cuarto o quinto piso y también de cara al viento, una paloma jugaba a imitarlo, segura de poder frenar a tiempo. La mano derecha extendida adelante señalando el destino, la izquierda, floja y suelta, más arriba. Una pierna casi doblada. La otra, desordenada, terminaba en una media blanca seguida de cerca por una pantufla azul que había decidido no ir tan rápido.

            Desde ahí, el óxido en el techo del 126 y otras palomas reunidas en los cables del alumbrado. Todavía la escarcha en el parabrisas de un auto negro, estacionado, que humeaba imitando al café. La calle ancha y limpia, en la vereda impar los algodones del palo borracho, suaves contrastes de la dureza del mundo. Tres baldosas ausentes en diagonal formaban un perfecto ta-te-ti dispuesto a desarmarse con la mordida de Horacio.

            La portera, regando el piso, había decidido saber por ella misma cómo estaba el tiempo. No encontró nubes. Su cara de sueño se transformaba en susto mientras descubría a Horacio acercándose. De no ser por la situación, hubiera jurado que venía saludando. Entre un cartel de Frigor y otro de Coca Cola el chorro de la maguera, estático,  señalaba el lugar donde dibujarían los forenses. El piyama, rayado, allá en el cuarto o quinto piso, se perdía entre las sombras de la mañana. En primer plano: él y la paloma. Desenfocada: la pantufla.

       Ella y la ventana. Horacio, el sol, el cielo, el suelo.

 

Matías Magliano

MARISOL BALTARE

Publicado en Aguafuerte el 15 de Mayo, 2011, 21:18 por MScalona

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Tengo los dedos mochos de digitar las apuestas de los crédulos que contribuyen con bienestar social. Pienso: si no salgo muy sensibilizada de la sesión terapéutica voy a visitar a mami.

Salgo y la voy a visitar.

Antes telefoneo para asegurarme que esté y para darle el breve espacio de dos cuadras de distancia así prepara el escenario en tiempo récord.

Mami? Desde el baño su voz somnolienta me responde que pase y me siente así me cuenta lo que le pasó. Me anticipa que es una cosa rarísima.

Si a la dormida que se pegó esperando el “bonus” el mes pasado le sumo la somnolencia de hoy calculo a grandes rasgos que tenemos lo justo y necesario como para pasar otros treinta días de desvelo.

Saboreo los mates mientras espero que avance el relato pero patina en una ficción poco meritoria para su innegable caudal creativo. Lo único concreto es el mareo que la sostiene desde que sale de su casa con rumbo a su segundo hogar, el City Center.

Bajo tal amenaza de probable desmayo creo que el momento de mayor tensión lo vivo cuando se silencia y mira fijamente la mesa… dudando si untar el pan con manteca o con queso. Saco un bon o bon de la cartera y para mayor sorpresa me lo acepta, ella que no es amante de los dulces.

La narrativa que traducen sus labios me mantiene estática esperando el derrumbamiento que corone el mareo inicial pero no hay desmayo ni elemento misterioso. Por consideración no le pregunto donde ubica la cosa rarísima. Porque estimo que ese vaivén fue sobre el que cimentó la mala suerte de haber perdido los mil pesos que ganó el día anterior. ¡¿Mil?! Diez billetes de cien me dice… como si dijera cuatro de cinco.

El dinero (jugado y ganado) adquiere otro valor dentro de los cercos lúdicos.

Por lo general las cuantiosas sumas apostadas se excusan  en la necesidad económica y las estadísticas muestran que las agencias con mayor recaudación son las periféricas.

El jugador compulsivo no apuesta para ganar dinero.

Como niño ansioso se juega la frustración de una vida adulta. Y se frustra. Y se aniña. Responsabiliza a cualquier agente externo de sus propios excesos porque necesita convencerse que no perdió el control.

El adulto cuando juega recrea su niñez y se estaciona en una atemporalidad que lo abstrae. Recurre al pensamiento mágico para hacer un análisis crítico de las posibilidades con que cuenta para convertirse en un “winner” aunque reconoce por lo bajo y en tono socarrón que “de enero a enero la plata es del banquero” y que “el que juega por necesidad pierde por obligación”. ¿Necesidad… de qué?

Hubo una época en que el gobierno se redimía con las amas de casa otorgándoles mensualmente una suma proporcional a la canasta familiar mediante bonos llamados “lecops” con los cuales sólo se podía adquirir alimentos de primera necesidad, sin embargo las alacenas de los quinieleros nunca estuvieron tan abarrotadas como en aquel tiempo.

El jugador atribuye su mala fortuna al destino o a manos negras que cargan con predilección el bolillero y difícilmente se permitan razonar que de existir tales presencias ensombrecerían una inclinación mayoritaria sin entorpecer la dicha individual. Aunque… creer o reventar. En la década del ochenta la lotería de Tucumán se declaró en bancarrota para salir airosa de la fraudulenta tendencia hacia algunos sectores políticos.

“El jugar compulsivamente es perjudicial para la salud” estipula la ley 12991 y esta declaración obligatoriamente exhibida en los locales que comercializan juegos de azar pasa necesariamente inadvertida por los ludópatas.

 Creo que existe una entidad sin fines de lucro que atiende esta cuestión pero si le doy a mi madre el teléfono se jugará el número.

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                     MARISOL  BALTARE

MATÍAS SETTIMO

Publicado en Aguafuerte el 14 de Mayo, 2011, 13:32 por MScalona

La otredad*  o el arte de extrañar

                                 “Enséñame el arte de ver mi propia historia, como

si esta ya fuera ceniza en la memoria”

J.L. Borges

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Si una burbuja, una historia, un drama, un suspiro o un trozo de poesía bastaran; si todo nos fuera dado generosamente; si la dificultad nos fortificara; si el amor fuera un grito en una ciudad de silencio; si el dolor nos abandonara con la misma facilidad que nuestra fe; si pudiéramos decirnos todo sin temor a la perdida, al error, al intento.

Si no tuviera miedo, sería tan distinto.

Pero hablo de vos y de mí, ¿notaste? Sí. Es que es lógico: el vos funda el yo, eso es viejo como el mundo. Cuando aparece la otredad, la condición de otro, de ese que no soy yo, y que nunca voy a ser aunque lo intente, en esa separación -que nos une para siempre- se gesta todo: el amor y el error; la posibilidad y la desdicha; las alas en los talones y los pilares de madera; la figura y el fondo; el vos y el yo.

Perdido en un laberinto de paredes de espejos rotos, / veo correr sangre y cierro los ojos/ para no enterarme que la sangre es mía y no de otro.

¿Lo escribiste vos o es mío? Ya ni me acuerdo quién es el autor, porque como te dije lo que nos separa a la vez nos une: ese que fui ya no soy, es otro, y ese otro sos vos. ¡Solo en mis ojos pudiste ver tu sangre!

            Él destruyó todo cuanto era hermoso/ ahora todo se le parece.

¿Quién de los dos fue? Me hacés reír sin ganas: yo era el que corría, el que se estaba yendo. Y a mí me pasa lo mismo, vivo constantemente con la sensación de que me tengo que ir. Y es por eso que no soy de ninguna parte, y me siento bien en todos lados porque pienso que  me van a pasar a buscar dentro de poco. No sé, es raro, pero me pasa: sé que ningún lugar es definitivo, que nunca voy a sentir un lugar como propio porque siempre me estoy yendo. Puede ser una manera de protegerme, tenés razón. Es que odio los duelos. Los duelos duelen, me dice mi terapeuta, como si con eso le quitara al mundo toda su crueldad. A mí me duelen mucho y por eso me voy, soy un escapista del dolor. ¿Vos? Vos no sé eh, yo a vos te creo más valiente, pero viste como es: cuando se trata de otro uno nunca sabe…

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(*) Otredad: Fil. Condición de ser otro. [R.A.E.]

PILAR ALMAGRO PAZ

Publicado en Poemitas. el 13 de Mayo, 2011, 22:52 por MScalona

  
dos poemas

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1.
una puerta entre los médanos
un túnel de arena blanca lisa

la división
zona de pesca, zona de baño
se respeta
tomando distancia
las familias con sus hijos
con sus perros/hijos
y otras familias con hijos especiales
los gritos
los que ladran
y los que miran más allá
donde otros no pueden ver

varios hombres se acomodan en fila
sostenidos de sus cañas
exhiben erguidos la erección del metal
tensa la tanza
casi militar
sus panzas que cuelgan
casi familiar
protegen entre las dos manos la espera
del pez
que alguna mujer les cocinó
hace tiempo
el macho proveedor
de espaldas a la hembra hogareña

ella se sientan donde
la arena quema
toma mates sin parar
lee algún libro playero
que en el mes de julio olvidará
entierra las manos en una bolsa
llena de grasa
con forma de número nueve

al mediodía
se van como llegaron

Gordos.
Vacíos.
Callados.

2.
la piel untada con protector solar
patinan las manos
raspa la sal
corren
para quitarse el cielo de encima

las nenas
hace algunos veranos se trenzaban el pelo
daban la vuelta al gusano de la mano de papá
juegan dentro del agua
la espuma se pierde en el nudo de la bikini
rosa chicle
entrando
saliendo

se besan debajo de las olas

en el fondo
todas las bocas
se tocan

en el agua
la única lengua
es del mar.

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pilar almagro paz.

http://www.almagropazpilar.blogspot.com/

Artículos anteriores en Mayo del 2011

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-