AutoresMaría Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-
|
A fuego lento
(manjares que se enfriaron en la mesa)
¡Hay sujetos irrevocablemente ciegos! Tan…
De ceguera patológicamente histérica. Tan…
Es así como conocí a uno que supo ganarse la reputación. De público conocimiento, al fulano le gustaba la buena mesa, el buen vino y en honor a la verdad, a mí también, por lo que quise agasajarlo como un avezado comensal y de paso, para sentirme orgullosa de lo mismo.
Le presenté un “bocatto di cardenale” sobre blanco mantel bordado, armónico dibujo en el plato, buen diseño de la composición de sabores, en composé los colores de los distintos ingredientes, sazonado y perfume exquisito. Diría que irresistible.
Demás está decir que lo acompañaba una botella de Malbec con mucho cuerpo, intenso bouquet y de la mejor calidad que se produce en la cordillera de los Andes, Argentina; sentada me quedé esperando la respuesta de rigor, que por supuesto nunca llegó.
Se me ocurrió que tal vez estuviera resfriado, pero lo más probable es que no hubiera podido asimilar lo que se desplegaba frente a él. Por el contrario, a mi me pareció que apetito sentía, porque me hablaba de algo que se estaba cocinando aunque lamentaba que se viniera demorando, a lo que yo le respondí a fuego lento, lo que se cocina a fuego lento es más sabroso; pero se notaba que tuvo una urgencia de fuga ya que improvisó una despedida rapidita con un bueno, sigo laburando, beso.
Yo insistí, como siempre que me interesa hacer alarde de mis dotes culinarias, y por si acaso no se hubiera dado cuenta. Le sugerí que se detuviera en el fondo de cocción, a mi modo de ver es lo más interesante y sobre todo si uno se permite untar el pancito en ese extracto concentrado de sabores, descartando que podría ayudarlo a aflojar la ansiedad por la espera, saboreando de antemano lo atractivo que sería cuando por fin pudiera sentarse a la mesa y degustarlo en su totalidad. ¿Cómo lo ves? le pregunté, pero no hubo caso.
Se me antoja que por ese entonces el hombre podría haber estado un tanto anoréxico, afectado por el intenso calor del mes de enero o por ahí, se le pudieron haber quemado algunos neurotransmisores por exceso de trabajo intelectual, impidiéndole hacer uso de sus cinco sentidos ya que no logré tentarlo con mi platillo.
No tiene idea de lo que se privó, está claro que no lo pudo ver o no quiso, vaya uno a saber. Lo maravilloso del tema es que paradójicamente la conversación terminó con un veo que si de su parte.
En fin… ya lo reza el refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver” ¿debería probar con Braille?
¡Nááá! me parece que en realidad a éste le daba lo mismo cualquier sandwichito.
Silvia Estévez