"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




La Parodia

Publicado en Parodias el 4 de Octubre, 2010, 13:48 por Pablo Mengascini

LYL,  LILA,  LILIANITA

 

Pablo  Mengascini

 

 

 

 

Ya demasiados problemas teníamos en la editorial los que nos dedicábamos a las historietas como para que nos adosaran una dibujante de veinte años, autodidacta, y que hasta entonces sólo había dibujado “para entretenerme, porque me gusta”. La semana anterior, desde España y vía teleconferencia, los ejecutivos comerciales había sido precisos y terminantes: “Vuestro sector es el único que no marcha. O, más propiamente, el único que marcha hacia atrás, lo que es aún peor que si no marchara. Tienen que cambiar de tema. Basta de superhéroes y gilipolladas. Preparen un comic-book para adultos. En castellano neutro, para toda Iberoamérica. Y exageren: transexuales, hordas de lesbianas, amazonas con polla, niñas de rasgos asiáticos, sexo con extraterrestres… La semana que viene irá una dibujante nueva. No tiene experiencia laboral pero dibuja bien. Tampoco tiene ideas, pero concreta ideas ajenas de forma maravillosa. Aprovéchenla. Es el salvavidas que os enviamos. Si no lo aferráis, pues os hundís.” Después, la pantalla de teleconferencias se apagó.

 

Un mail, finalmente, nos avisó qué día ella se incorporaría a nuestro grupo y ese día yo llegué temprano (como siempre) y la reconocí apenas la vi, por la enorme carpeta que tenía debajo de un brazo. Estaba parada, hablando con dos compañeros míos. “Ya deben estar tratando de levantarla, de retorcerla, de acostarla…” Era alta, delgada, hermosa. Me la presentaron. “Ella es la nueva.” Yo atiné a darle la mano pero enseguida reprimí ese gesto tan ridículo, tan caduco, salvo cuando se da entre hombres. No supe qué decirle ni cómo saludarla. “¿Cómo hay que saludar a una mujer desconocida, excitante, preciosa, pero que podría ser la menor de tus hijas?” Fue ella la que me sacó de la situación ridícula: se acercó y me besó la mejilla; la sentí cerca, bien cerca, y distante, pero no mucho. “Si la primera impresión es la que cuenta, yo ya estoy frito.”

 

Cuando llegaron todos empezó la reunión de trabajo. Se presentó formalmente y mis compañeras, todas mayores de treinta, la miraban como mujeres presas de la envidia. Y mis compañeros, como hombres. Como hombres presos. Era realmente desenvuelta y avasallante. Contó que no había buscado ese trabajo, sino que se lo habían ofrecido vía mail, desde España, después de haber visto su blog. Dijo que ya estaba al tanto del comic-book planificado por los ejecutivos y que había preparado algunos ejercicios, para que viéramos su técnica; y sacó de la enorme carpeta varios dibujos para que los miráramos. Eran impactantes: dibujaba como dibujarían los dioses si existieran y dibujaran. Los firmaba “Lyl” y no les ponía fecha: a los veinte años no se tiene conciencia cabal del paso del tiempo. “Me llamo Liliana, pero me gusta que me digan Lila, porque Liliana es nombre de vieja. Lili tampoco me gusta, porque también es de vieja”. Señaló eso sin tomar la precaución de saber, antes, los nombres de mis compañeras. De todas maneras, ninguna se llamaba Liliana y todos escuchamos sonriendo, menos Graciela. “Lila. Nombre de puta profesional. O de petera amateur.” Continuó hablando con una desenvoltura admirable y al poco tiempo todos los demás estábamos mirándonos como para interrogarnos. “¿Le habrían dicho eso del salvavidas? ¿Se lo habría creído? ¿Quién y cómo le para el carro a esta pendeja?” Nadie dudaba: estaba obsesionada con el proyecto y quería apropiárselo, liderándolo, y apropiarse de nosotros, liderándonos.

 

Después de un rato, la conversación ya iba por otros temas y Lila estaba callada, sentada a mi lado, pero inquieta, mirando la mesita de la cafetera que también tenía lo necesario para preparar mates, y el dispenser de agua que estaba pegado a la mesita. ¿Vos podés cebar mates? — me preguntó. Sí — le contesté irreflexivamente. Al instante se levantó y volvió con una bandeja con el mate, la bombilla, el paquete de yerba, sobrecitos de azúcar y un termo que había llenado con agua caliente. Dejó todo frente a mí, sonriéndome. No le devolví la sonrisa. “Ya empezó a darme órdenes. Y ya las estoy cumpliendo. Soy un pelotudo.” Le dí el primero, sin azúcar, el peor, a propósito. Lo tomó de un solo tirón, mirándome a los ojos, y me lo devolvió acercando su boca a mi oreja para decirme muy despacito: “Están ricos”.

Antes de terminar la reunión distribuimos tareas y convinimos la próxima en una semana. Nuestras reuniones siempre fueron semanales. Yo me demoré para irme último. Quería fotocopiar los dibujos de Lila para mostrárselos a unos amigos que vería en un rato, en un bar. Enrique, fotógrafo: “¿Veinte años y dibuja así? ¡Qué hija de puta!”. Julián, ferretero: “¿Veinte años y dibuja eso? ¡Qué hija de puta!”. Yo me sorprendí deletreando lo mismo, únicamente para mí: “¡Qué hija de puta!”, pero sabía que los tres estábamos pensando cosas muy diferentes.

 

Esa noche, en mi casa, revisé el mail y me encontré con un mensaje de Lila. “Estoy re contenta por poder trabajar con ustedes. Hasta ahora yo siempre dibujé para entretenerme, porque me gusta. Gracias.” Inmediatamente me comuniqué con mis otros compañeros para ver si habían recibido ese mismo mensaje. Nadie había recibido nada de ella. Puse la pava para preparar mates. “Claro. Empieza por mí. Por el más viejo. Por el que piensa que no la ve como mujer. Por el tímido que no supo cómo saludarla. Por el que le parece más manipulable. Después va por los otros. Más adelante, por todo. Increíble… ¡Qué hija de puta! Dibuja realmente bien… Pero, ¿quién se piensa que es? ¿Goya? ¿Picasso? ¿Dalí? ¡Pendeja hija de puta!” Cuando estaba por tomar el primer mate, lo miré antes de empezarlo, inmóvil, por tres o cuatro segundos, y luego lo tiré al tarro de la basura. Al otro día, mientras preparaba el desayuno, lo saqué del tarro, lo limpié, y lo guardé.

 

Una semana después, Lila volvió a sentarse a mi lado, a mi derecha. Era la que más había trabajado para el proyecto. Y se notaba; y lo sabía. De hecho, era la única que lo hacía avanzar. Sin dudas estaba al tanto de que era nuestro salvavidas… En un momento se levantó y puso frente a mí la bandeja del mate y el termo lleno, esta vez sin previas consultas. Noté que me controlaba continuamente. “¿Pensás que voy a obedecerte de inmediato? ¡Lo voy a preparar cuando se me cante! ¡La puta que te parió!” Esperé a que estuviera ocupada para ocuparme del mate. “No te voy a dar el gusto de verme haciendo lo que me ordenás. ¡Pendeja hija de puta! ¡De mil putas!” Esta vez acerté la estrategia: Lila me miraba preparar el mate cuando tenía que hablar, y pude desconcentrarla. “¿Ves? ¡Esto se llama resistencia a la opresión! ¿Entenderá esto tu cabecita de pajarito, tu cerebrito de veinte añitos?”

 

El día de la tercera reunión con Lila yo llegué primero. A los pocos minutos llegó ella. Nos saludamos y después fingí estar ocupado para no conversar. La noté nerviosa, caminaba y miraba su reloj, aún sabiendo que faltaba un cuarto de hora para el comienzo. “Te molesta que no me ponga a tu disposición, ¿no?” Estaba seguro de que quería interrumpirme, para imponerse, para fijar qué había que hacer, para decidir la agenda del día. “No te voy a dar bola. Quizá seas el salvavidas que nos tiraron desde España… Sí, quizá… Pero vení a buscarnos y salvanos… Y si no… nos hundimos, ¡pero sin someternos a una pendeja descocada!” Cuando volvió a poner frente a mí la bandeja del mate y el termo levanté la vista y la miré serio, inexpresivo y estático. Ella me miraba a los ojos y después hacia la bandeja, y después a mis ojos, y otra vez a la bandeja, y a mis ojos, y a la bandeja… siempre en intervalos cada vez más cortos. “¿Te mando a la mierda por interrumpirme o por creer que estoy para servirte? ¡Tenés veinte años y dibujás bien, pero no tenés ideas! ¡Servís para copiar y nada más! ¡Fotocopiadora sin cerebro! ¡No voy a estar a tus órdenes! ¡Nunca! ¡Me paro y te puteo! ¡Metete el termo y el mate y la bombilla en el culo! ¡Eso te voy a decir! ¡Y que los españoles se metan la salvavidas que nos mandaron también por el culo! ¡Se las mando vía teleconferencia! ¡La concha de tu madre! ¡La puta que os parió, españoles de mierda!” Estaba a punto de largarle todo eso. Sólo me demoré unos segundos para pensar por dónde empezar. “Soy un volcán. El magma ya está listo y sube por la chimenea, por mi tráquea. ¿Quién detiene eso? Nadie. Nada. Te voy a quemar, quemándome, quemando todo. Los que están por llegar sólo encontraran cenizas muertas y restos de un incendio irreparable.”  Pero ella habló antes que yo. Me preguntó tres cosas, una detrás de la otra, que extinguieron el fuego sólido, denso y viscoso, que ya estaba en mi garganta, en el cráter, y que congelaron la furia interior que ya casi era violencia manifiesta, manifestada, neutralizándola de golpe, disipándola de inmediato; y muy a tiempo, porque esas tres preguntas seguidas me hicieron sentir un idiota, y darme cuenta de haberlo sido hasta ese momento.

 

Me había preguntado: “¿Cómo se prepara eso? ¿Cuánta yerba hay que poner? ¿Me enseñás?” Formuló la primera pregunta mirando hacia la bandeja, la segunda mirándome a los ojos, y la tercera, sin dejar de mirarme, torciendo la cabeza hacia su hombro izquierdo y sonriendo como una niña.

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-