Octubre del 2010
Publicado en Sugerencias. el 31 de Octubre, 2010, 22:37
por MScalona
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Ensayo el 30 de Octubre, 2010, 18:50
por MScalona
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Pavadas hechas texto, el 29 de Octubre, 2010, 17:31
por Felicitas

Lo primero es conoser vien la hortografia. Cuide la concordancia, el cual son necesaria para que Ud. no caigan en aquellos errores.
Y nunca empiece por una conjunción.
Evite las repeticiones, evitando así repetir y repetir lo que ya ha repetido repetidamente.
Use; correctamente. Los signos: de, puntuación. Trate de ser claro; no use hieráticos, herméticos o errabundos gongorismos que puedan jibarizar las mejores ideas.
Imaginando, creando, planificando, un escritor no debe aparecer equivocándose, abusando de los gerundios. Correcto para ser en la construcción, caer evite en trasposiciones.
Tome el toro por las astas y no caiga en lugares comunes. Si Ud. parla y escribe en castellano, O.K. ¡Voto al chápiro!... creo a pies juntillas que deben evitarse las antiguallas.
Si algún lugar es inadecuado en la frase para poner colgado un verbo, el final de un párrafo lo es. ¡Por amor del cielo!, no abuse de las exclamaciones. Poné cuidado en las conjugaciones cuando escribáis. No utilice nunca doble negación.
Es importante usar los apóstrofo's correctamente. Procurar nunca los infinitivos separar demasiado. Relea siempre lo escrito, y vea si palabras. Con respecto a frases fragmentadas.
JUAN GELMAN
|
Comentarios (1) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 28 de Octubre, 2010, 19:53
por MScalona

La madre
Delante de ti me veo en el espejo que no acepta cambios, ni corbata nueva ni peinarse en esta forma. Lo que veo es eso que tú ves que soy, el pedazo desprendido de tu sueño, la esperanza boca abajo y cubierta de vómitos.
Oh madre, tu hijo es éste, baja tus ojos para que calle el espejo y podamos reconciliar nuestras bocas. A cada lado del aire hablamos de cosas distintas con iguales palabras. Eres una columna de ceniza (yo te quemé), una toalla en la percha para las manos que pasan y se frotan, un enorme búho de ojos grises que espera todavía mi nombramiento decorativo, mi declaración conforme a la justicia, a la bondad del buen vecino, a la moral radiotelefónica.
No puedo allegarme, mamá, no puedo ser lo que todavía ves en esta cara. Y no puedo ser otra cosa en libertad, porque en tu espejo de sonrisa blanda está la imagen que me aplasta, el hijo, verdadero y a medida de la madre, el buen pingüino rosa yendo y viniendo y tan valiente hasta el final, la forma que me diste en tu deseo: honrado, cariñoso, jubilable, diplomado.
---------
del libro SALVO EL CREPÚSCULO. Ed. Alfaguara
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 28 de Octubre, 2010, 18:56
por MScalona

La casada y la vela
A Enrique Molina
Iba como sin rumbo mirando en paz el campo
Tal vez porque ese hombre no le importaba mucho
Siempre iba caminando y llevaba polleras y era joven
Tal vez no iba a caballo
Porque el oficio de ese hombre era domar caballos.
La esperaba en el monte las tardes que él decía
Él la besaba poco y después era rápido
Él sólo le subía esas polleras anchas
Por suerte ella volvía del monte caminando
Sentir todo ese tiempo en la piel ese semen
Saber cómo oliendo lo que había salvado
O tomar una hoja para secarse un poco.
Sólo una noche lo llevó a su casa
Le dio un vaso de vino y lo llevó a una pieza
Después le hizo buscar para ella un vaso de agua
Y él caminó desnudo hacia el rincón hacia la vela
Nunca le habló a su esposo de ese hombre
Que se fue a trabajar para el gobierno en la remonta
El amor puede hablar de otro amor si es preciso
Su voz puede rondar la llama de una vela
Pero el amor no habla del instante en que un falo
Brilla como si fuera el primero en la vida.
(El amor no es un falo que el amor no comparte
No es un hombre cualquiera que se va y no se extraña
El sexo como araña puede salir del horizonte
Y correr por la tierra para esperarme nuevamente
La gaviota del semen puede volar de nuevo sola
En dirección al monte cada vez que recuerdo
Encerrada en el baño mirándome las piernas.
Y hay un falo que es mío que es solamente mío:
Pero el amor es más que un falo que jamás se comparte!
HÉCTOR VIEL TEMPERLEY
Bs As. 1933-1987
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 27 de Octubre, 2010, 16:48
por MScalona

La pareja perfecta
Mi amigo está un poco loco.
Hace un tiempo le pasó algo que a todos nos ha pasado: quiso, y no lo quisieron.
Pero él se lo tomó mal. Demasiado mal.
Cada vez que nos reunimos me habla de eso. Aunque no me hable de ella. Tiene la mirada siempre en otra parte. Como si estuviera mirando para adentro. Y está mirando para adentro. El mundo se le ha vuelto una excrescencia. Cada vez que lo encuentro, me recuerda a un muerto: uno sabe que allí hubo vida, pero sólo por datos previos.
Noches pasadas lo sorprendí leyendo, abstraído. A su alrededor el bar hervía de mujeres solas. Pero él no miraba a nadie. Ni a nada.
Me senté, pedí un café y que compartiera lo que leía. Era un texto suyo. Este texto:
Hogar, dulce hogar
Ella se ha quedado a vivir en mi cabeza.
Cada vez que miro está allí. Parece feliz. Ya se ha habituado a mis horarios de noctámbulo. Apenas me despierto (mediodía) veo sus ojos a mi lado. A veces, hasta sonríe.
Yo no la invité a vivir en mí: ella se quedó por cuenta propia. Fue, como se dice, una decisión unilateral. E inconsulta.
Ahora estoy resignado a su dulzura evanescente, a su engañosa transparencia, a sus aires de princesa kitsch. Le perdono sin dudar su lacio orgullo, su altivez de adolescente acostumbrada a las miradas. Después de todo, a su manera me ilumina y me acompaña de manera celeste. Y tal vez algún día aprenda a existir.
Ella se ha quedado a vivir en mi pecho. Ojalá una de estas noches quisiera ver qué hay afuera. Ojalá saliera de allí y mi cuerpo, entonces, despertara de su sueño para dormir con su sueño.
Pero pido mucho. Debería bastarme que viva aquí, dentro mío, que yo sea su casa y también su cárcel.
Aunque cualquier contacto con el aire, cualquier roce de la verdad la destruyan definitivamente, ella es tan cierta como los latidos de mi corazón. Yo la escucho.
La veo.
Ya se habrán dado cuenta: mi amigo está un poco loco. Y tengo miedo de que alguna de estas noches él también se quede a vivir allí. En su propia cabeza.
Y así convierta en realidad un sueño irrealizable: la pareja perfecta. La veo.
Los veo.
Sebastián Riestra
LUNITA ROSARINA,
Ed Homo Sapiens, p. 155-156
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Aguafuerte el 26 de Octubre, 2010, 16:47
por MScalona

QUERIDA-O CENSISTA : *
Querida censista-censor: queremos hacerte saber con todo cariño que hoy no estaremos en casa, y mañana tampoco. Queremos que sepas que siempre damos... Somos esa clase de argentinos derechos y humanos que venimos colaborando con todas las iniciativas de bien público, y no de ahora, sino desde que Don Fernando está en el poder. Fernando VII, m´hijita... fuimos de los primeros en comprar el Bono Contribución de la Baring Brothers, aunque Rivadavia nunca entregó los premios. Nuestra prima Felicitas se ganó una colección completa de discos de minué, y todavía estamos esperando. Pero no importa, siempre damos. Otro día, otro censo, la próxima voy a mostrarte las bufandas y gorros que tejimos para las Invasiones Inglesas, en 1982.
No es nada personal, pero esta vez pedimos dispensa. No voy a negarte que si hubiera venido la Bullrich o María Julia a censarnos, con ese charmé que tienen… y qué decir de Fernandito, la verdad, me hubiera quedado. Por una entrevista así hubiera pospuesto la cita que tengo esta noche con Michelle Pfeiffer y los hubiera recibido. Como se merecen, claro...
Pero justo nos toman en un momento de cambios, mudanzas y un riesgo país de 2700 puntos. Si necesitás saber bien, ya tenemos pasaporte comunitario y los botes listos. Por ejemplo, en esta casa solían vivir tres seres humanos, todos argentinos, con libreta, hijos legítimos, blanquitos y sanos, tres televisores, interné, usamos cubiertos y tenemos inodoro con tapa.
¡Argentinos hasta la muerte...! ¿Lloverá che...? Hum... se nos va a cagar el asadito...¿Qué más querés saber?
Ahorita sucede que estamos viviendo en tres casas diferentes, de tres ciudades distintas. Pero como somos una familia, o sea, una célula vital de la sociedad, aunque estemos separados, los tres contestaremos lo mismo. En ese sentido, obramos también como célula (terrorista), o sea, aunque maten a alguno, los otros dos no te dirán nada.
Sin embargo y para que veas que no somos mala gente, hemos dejado a nuestro perro cocker en el jardín con un babero de cartón explicativo, con todas las informaciones que precises. El perro se llama "Malvin Hallmmarth", es hijo de una cocker escocesa (Greta) que vive por Arroyito, en la calle Rivarola. Nos costó doscientos dólares cuando un dólar era guita, o sea que hoy, digamos, con un riesgo país de 2700 puntos y un default selectivo, ese tierno animalito que te está atendiendo, considerando el pedigree y los papeles auténticos que todavía me debe la agencia Monzer-Al-Canino, esa bestezuela de ojos tristes, vale en metálico más que los dueños. Yo que vos, lo preferiría.
La verdad, en otro país, al perro lo podés vender por cocker, para mascota (muy cariñoso), especial para la caza del zorro. A nosotros, en cambio, por peso, por kilo vivo, lavacopas, limpia-parabrisas... ¿qué te pueden dar por un argentino? Cuarenta y cuatro pesos en lecops, roboleps, patapúfetes y en doce cuotas. Fuera de joda, macho, flaca... toda la onda, no es con vos, el que avisa no es traidor. Te juro, censista, que no podemos quedarnos, hoy no, pero el cocker tiene todos los datos. Fijate en el babero. Ojo con la correa que es de ahorque, y es tan bueno, pobrecito... ayuda a todo el mundo. Te juro, siempre ayuda a los ladrones. Recién ladra cuando doblan la esquina... Siempre decimos con mi señora, este perro debería ser Director de la DGI.
Pero bueno, vayamos a lo tuyo querida-o censista: éramos tres, como te dije, tres humanos, pero todos de muy buen corazón. Si alguna vez votamos en blanco, juro que fue para no ofender a ningún candidato. El perro siempre tiene agua y comida en el fondo, y para que veas qué clase de gente somos, comemos todos de lo mismo... A veces, incluso, del mismo plato. Un sorteo, como en la tele. "Lo que queda del día", muy buena película. La caja fuerte está en el living, detrás de la serigrafía de Alonso. Guita nada, tenemos todo en bonos, ya te dije que nosotros siempre damos y confiamos en la gente. Vos viste la sonrisa de Ruckauf... ¿quién puede no creerle a ese hombre cuando te ofrece patacones?
Nosotros crecimos en un país ancho y venturoso, jugando a El Estanciero. De algún modo, estos billetes que nos dan ahora, son una magnífica oportunidad de volver a la infancia, los años más felices. La plata va y viene... lo que importa son las planillas. No importa que el galpón de alimentos se haya incendiado, ni quién fue el piromaníaco, lo importante es saber cuántas latitas de arvejas había. No importa si queda algo en el Banco Central, lo importante es saber cuántos granos de arena hay en El Sahara.
¿Qué más querés saber...?. ¿Televisores? No sé... ayer había uno acá, pero ahora no lo veo. ¿Empleo? No, perdón, no comprendo la pregunta. ¿Ultimo empleo? El abuelo trabajaba en Nápoles, era pirotécnico, murió en 1947. ¿Desocupados? Nueve millones. ¿Desencantados? Cuarenta. ¿La birome...? Coreana. No. El cocker no tiene hijos. No, no es virgen. Un pan de dios, ayuda hasta los ladrones cuando nos visitan, les muestra las instalaciones y recién avisa cuando doblan la esquina del último viaje. Un perrazo, pero nunca le sobran caricias, hocico, mollera, la panza. Pobrecito, ya ni el abono del doctor Coscia le pagamos...
Si querés tomar algo, en las canillas tenés agua sin gas. Gas no, lo cortaron. Luz tenemos, pero como estamos enganchados no te recomiendo usarla porque te harías cómplice, y como estás cumpliendo una función pública, sería un delito calificado, no excarcelable. En la soga de la terraza te dejamos tendidos unos saquitos de té recién usados. De café nunca más. Los de café y la ropa blanca la tendemos cuando estamos en la casa, porque se los afanan. Azúcar no, es por tu bien, no sé si lo tenés en las planillas, pero 6 de cada 10 argentinos tendrán diabetes.
Bueno... última cosa, no te olvidés las credenciales. Malvin es bueno, tonto y labura en negro, pero si tiene alguna duda con el carnet, te saca mordiendo los talones. En serio, no hay simpatía que valga. Ni que sea de Central el carnet. En eso es como los patovicas, solo distingue blanco y negro, y credenciales. Y foto nueva. Foto-foto, nada de dibujo, es un perro de Escocia, tierra de Sherlock… Doscientos dólares, macho, cuando eran guita, loco... Como te digo, yo que vos, le hago el censo al bicho.
En fin, querida-o censista, como dijo Herminio, yo voy haciendo el fuego, traéme el cajoncito... y si no llegamos, empezá sin nosotros, total, los cómputos, los definitivos, nos los mandás en una botella al mar o al río. Seguro llegan.
MARCELO SCALONA
este txt se publicó en la contratapa de PÁGINA/12 (Rosario) el 16 de noviembre de 2001, con motivo del censo de aquél año (Pte. De la Rúa), me pareció interesante la rgentinidad censada, y su eterno deja vú, saudade, jet lag y cuenta kilómetro "tocado".
|
Comentarios (4) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Sugerencias. el 26 de Octubre, 2010, 14:11
por MScalona
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Sugerencias. el 25 de Octubre, 2010, 11:38
por MScalona
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Ensayo el 25 de Octubre, 2010, 11:21
por MScalona

La muerte del libro
Por Carolina Aguirre Especial para lanacion.com
————————-
Desde hace años que escucho que el cine va a matar el teatro, la televisión a la radio, Internet a los diarios, y ellos, todos juntos, a los libros. Pobres libros, condenados a perecer a manos de la espectacularidad del cine y el poder hipnótico de la caja boba. Sin embargo, si analizamos un poco la dinámica entre el cine (el supuesto asesino) y la literatura (su víctima), al menos a primera vista pareciera que es al revés. El libro les está dando tremenda paliza a todos.
De todas las adaptaciones que se han hecho a partir de un libro original para cine, por ejemplo, lo único que se escucha es que “el libro es mucho mejor”. La película es buena, sí, pero el libro es mejor. La serie es horrible: arruinaron el libro. ¿Leíste el libro? Puf, es otra cosa, nada que ver con esa obra. Contra los pronósticos apocalípticos de periodistas y empresarios, salvo alguna excepción, la gente se proclama de forma unánime: el cine rara vez supera a la obra que le dio vida.
Prueba de ello es que hasta el Código Da Vinci -quizás el peor libro de la historia- es mejor que la película. Era casi imposible que la obra de Dan Brown fuera mejor que algo, y sin embargo, que exista ese film malogrado y torpe es la prueba de la supremacía del deforme manuscrito del autor.
Yo quisiera saber, entonces, en dónde están estas famosas películas que van a matar a los libros ¿Cuándo vienen con el puñal en la mano? Porque el El pasado de Héctor Babenco vino, se fue, y no le dejó ni una cicatriz a El pasado de Alan Pauls. Está ahí intacto, soberbio, superior en el anaquel de todas las librerías mientras que de la película ya nadie se acuerda.
Incluso las buenas adaptaciones como El vengador del futuro, Blade Runner, El señor de los anillos, o Cuenta conmigo no han logrado, no han querido, ni han podido hacer olvidable la obra de Philip K.Dick o de Stephen King, que siguen cosechando fanáticos y lectores alrededor del mundo.
¿Entonces? ¿Quién va a matar al libro? ¿Dónde están esas adaptaciones que, como amantes inolvidables, van a robarle el marido a la esposa anterior? ¿Será que el libro tiene una cualidad única, una originalidad intransferible imposible de replicar? ¿Que un cineasta, un dramaturgo, un autor de TV no tienen la misma sensibilidad que un escritor? Yo no creo.
Puedo nombrar así, apurada, al menos diez películas iguales de buenas que los libros. ¡O mejores! Tiburón , por ejemplo. El talentoso Mr. Ripley. Secreto en la montaña. La naranja mecánica. El Padrino. Apocalypse now. Sueños de libertad. Los puentes de Madison County. Lo que el viento se llevó. Rebecca, o cualquier adaptación de Hitchcock, que adoraba versionar libros malos.
Que el libro es mejor, más que una defensa o una prueba, es un caballito de batalla, una fórmula agotada para mostrar que quien la dice, además de la película ha leído la obra original. Y aunque muchas veces es cierta, también suele ser un atajo hacia la cultura express, un disfraz de intelectualoide para reuniones de amigos. ¡Prefiere el libro antes que la tele! ¡Qué culto, qué sensible, qué sofisticado es este muchacho!
Pero tenemos que ser sinceros. Al menos una vez. Al libro no lo está matando el cine. Ni Internet. Ni el teatro. Ni la televisión. Ni los e-books. Ni siquiera la piratería. Al libro lo está matando la gente que proclama que el libro es mejor cuando nunca leyó el libro. Los que se amparan en esa perogrullada, en ese paraguas enorme cobija-charlatanes, en esa frase hecha incuestionable que en el fondo, no dice nada. Así que ya basta con la muerte del libro, que al libro el mundo audiovisual no le ha hecho nada. Son ellos, los que acuñan esa frase idiota, los que están haciendo el trabajo sucio. Ahora mismo, sin ir más lejos, quizás haya uno aquí, agazapado y listo para reenviarle esta columna a un amigo cuando ni siquiera la terminó de leer.
———————————– Carolina Aguirre se recibió de guionista en la Escuela Nacional de Experimentación y realización cinematográfica (ENERC) en el año 2000. Es autora de los blogs Bestiaria (que se editó como libro bajo el sello Aguilar en 2008) y Ciega a citas que además de transformarse en un libro se transformó en la primera serie de televisión adaptada de un blog en español. Colaboró con diversos diarios y revistas como Joy, Crítica de la Argentina, In, Metrópolis, Gataflora, Ohlalá y La mujer de mi vida . Como guionista escribe para televisión y publicidad en canales y productoras como Pramer, Promofilm, Mandarina y Camilo Ad Hoc. Actualmente es columnista del programa Mañana es tarde, en Radio del Plata AM 1030 y en su blog Wasabi , en Planeta Joy . Se encuentra trabajando en su próximo libro, que saldrá directamente en papel a fines del 2010.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 23 de Octubre, 2010, 22:51
por MScalona

Arthur Rimbaud: Yo es otro
Cómo desentrañar el alma del poeta que inauguró la estética moderna, el hombre con cara de niño capaz de experimentar todos los vicios como una conquista de la libertad. Enamorado perdidamente de Verlaine creó Una temporada en el infierno. Tenía 19 años cuando decidió sentar la cabeza y convertirse en traficante de armas
Se trata de saber por qué un niño angelical de ojos azules y bucles dorados pudo convertirse en el adolescente más depravado sin haber perdido la inocencia; por qué un poeta superdotado, creador del simbolismo, el que usó por primera vez el verso libre, el que inauguró la estética moderna, abandonó la literatura a los 19 años, en la cumbre de su genio y se convirtió en un contrabandista de armas y sólo entonces fue feliz. Este enigma ha dado de comer a centenares de críticos literarios. Llegar al alma de Rimbaud siempre se ha considerado una proeza de la psicología humana.
A los 19 años se convirtió al catolicismo y dejó de hacer poesía, que consideraba una forma de locura
Había nacido en Charleville, un lugar de las Ardenas, Francia, en 1854, hijo de un capitán borgoñés, que consiguió la Legión de Honor en las batallas de Argelia y que una tarde de verano mientras paseaba por la plaza del pueblo y escuchaba la banda de pistones que sonaba en el templete de la música conoció a Marie-Catherine-Felicité-Vitalie Cuif, una joven nada agraciada, pero lo suficiente hacendada y ya heredada como para poner en marcha el mecanismo del amor, hasta el punto que la desposó sin mirar atrás, le llenó el vientre con cinco hijos seguidos y luego la abandonó a su suerte. El capitán desapareció sin dejar rastro cuando Arthur tenía siete años. Puede que fuera su primer trauma. El niño quedó a merced de una madre autoritaria, sólo poseída por la obsesión de parecer respetable en una pequeña ciudad de provincias. Vitalie llevaba a sus hijos a misa muy repeinados, les prohibía jugar en la calle con hijos de obreros y de los cinco hijos sólo uno se le rebeló.
El cuerpo y el alma de Rimbaud fueron puros y transparentes cuando de niño se perdía en los bosques, donde aprendió a unir los sonidos de la naturaleza a las voces oscuras que se oía a sí mismo por dentro y a expresar esa sensación con el ritmo de unas palabras de su exclusiva propiedad, nunca antes pronunciadas. A una edad muy temprana ya escribía diálogos y versos en latín ante la admiración de sus maestros que le hicieron ganar todos los premios en la escuela. El niño huía, se perdía varios días, pero cargado con el rumor de agua y de vientos siempre acababa por volver a casa donde le esperaba la correspondiente paliza. Un día no volvió. Se había enamorado de su nuevo maestro, el profesor de literatura Izambard y le siguió como una huida adondequiera que fuera trasladado y con él compartió el poder visionario de la poesía a través de una larga, inmensa y racional locura de todos los sentidos.
Cuando Rimbaud en 1870 se fugó por primera vez a París tenía 16 años y todavía parecía una niña de tez delicada, ni siquiera le había cambiado la voz, pero ya componía poemas obscenos y violentos en una perenne lucha interior entre el ángel y el demonio que no terminaría nunca. Perdido por los caminos escribía Muera Dios en las paredes de las iglesias y ese era el único rastro que dejaba. Su admirado Baudelaire, poeta maldito, cuando escribió Las Flores de Mal, aun iba muy acicalado, incluso perfumado. Los poetas tenían todavía un carácter sagrado y un porte respetable. Rimbaud fue el que inauguró los harapos de bohemio y el pelo largo, fue el primero en divertirse provocando a los burgueses con una conducta caótica, obscena e irreverente y antes de que se pusiera de moda comenzó a experimentar cualquier clase de vicio como una conquista de la libertad.
En su huida Rimbaud atravesó todos los frentes mientras en Francia se desarrollaba la guerra franco-prusiana. Su cuerpo adolescente despertó a la sexualidad de forma brutal. Fue violado por un pelotón de soldados. Hasta entonces sólo había pensado en el amor dirigido hacia una mujer ideal, asexuada y tal vez una amarga experiencia con una mujer concreta había dejado una herida abierta que le obligó a volverse contra todas las mujeres, empezando por su propia madre. Pero la violación acabó por romperle el alma. La historia de Rimbaud es la de sus continuas fugas sin paradero determinado, primero entre versos parnasianos inspirados en el ocultismo oriental y en la magia, luego con poemas sacados directamente del infierno, que había aprendido en el París revolucionario de la Comuna.
Un día el adolescente Rimbaud le escribió una carta a Paul Verlaine y le adjuntó varios poemas. Verlaine quedó asombrado y le contestó a vuelta de correo: "Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos". Junto con la carta Verlaine le mandó un billete de tren a París. Rimbaud llegó en septiembre de 1871. El choque emotivo fue terrible. Verlaine abandonó a su esposa y a su hijo recién nacido y comenzó a vivir una aventura homosexual con Rimbaud cuando este todavía con cara de niño tenía ya un alma negra. En plena y mutua tempestad viajaron a Inglaterra, a Holanda, a Alemania. Se amaban en oscuros jergones, se peleaban en las tabernas, iban por las calles como dos vagabundos rehogados en ajenjo, alucinados por el hachís y escribían poemas visionarios. En julio de 1873, después de una violenta pelea de celos en la mansión de la Rue de Brasseurs de Bruselas, Verlaine le disparó en la muñeca. Temiendo por su vida, Rimbaud llamó a la policía. Verlaine fue condenado a dos años de prisión. Al salir se volvieron a encontrar en Alemania y en otra disputa Rimbaud le rajó la cara con una navaja. Fruto de esta experiencia fueron Iluminaciones y Una temporada en el infierno, las dos obras de Rimbaud que inauguraron la estética moderna. Tenía 19 años. Ya había llegado el momento de sentar la cabeza. Rimbaud quería ser rico, quería ser en un caballero. Se convirtió al catolicismo y dejó de hacer poesía, que consideraba una forma de locura.
En el verano de 1876, se enroló rumbo a Java como soldado del ejército holandés. Desertó y volvió en barco a Francia. Luego viajó a Chipre y, en 1880, se radicó en Adén (Yemen), como empleado en la Agencia Bardey. Allí tuvo varias amantes nativas; por un tiempo vivió con una abisinia. Tal vez engendró un hijo o dos o los que fuera. En 1884 dejó ese trabajo y se transformó en mercader de camellos por cuenta propia en Harar, en la actual Etiopía. Luego hizo una pequeña fortuna como traficante de armas para reyezuelos de la región que estaban siempre en guerra. La poesía quedaba atrás como una locura lejana. En esta etapa de su vida Arthur Rimbaud se comportó con la seriedad fiable de un perfecto burgués. Nada de escandalizar, ni de provocar, ni de saltarse las reglas. Era respetado por sus proveedores, pagaba las deudas en día de su vencimiento, saludaba con educación a sus vecinos, se quitaba el sombrero y besaba la mano de las damas. Tal vez le daba un poco de risa recordar que un día dijo que el poeta debía convertirse en un vidente a través de la convulsión de los sentidos. Si se trataba de registrar lo inefable con palabras nuevas ahí estaba el libro de ingresos y gastos. La nueva alquimia verbal que descubrió de adolescente perdido en los bosques ahora tenía una traducción en la letra de cambio y la nueva alucinación se producía al abrir el cargamento de fusiles que revendía a diez veces su precio a cualquier tirano. Y así hasta que su pierna derecha desarrolló tempranamente un carcinoma y tuvo que regresar a Francia el 9 de mayo de 1891, donde días después se la amputaron. Finalmente murió en Marsella unos meses después a la edad de 37 años.
------------------------------
Rimbaud (Lumen), de Edmund White, llegará a las librerías el 17 de septiembre.
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 23 de Octubre, 2010, 19:35
por MScalona
LENTAMENTE ELLA SE MUEVE
BAJO LA LUZ DE MI MIRADA
1.
Lentamente ella se mueve bajo la luz de mi mirada
Ondula como una enredadera desbordante.
Bajo la noche llena de brisas y de brillos
Gira y se mece
Tocada por las alas de mis ojos
Que se afanan alrededor,
Sostenida por el sueño de mi deseo.
2.
Pero no. Las cortinas están quietas,
Ningún estremecimiento las recorre.
En la casa no hay ruidos.
En realidad, ella no está en ninguna parte.
Lo que desde la ventana
Están solo el mismo paisaje de siempre.
Y no hay nada de música
En esto.
En esta expectación, en este silencio vertical
No hay ni una sola gota de piedad.
Nadie se ha sentado al lado mío esta noche.
Ni la más miserable palabra.
3.
Querida sombra: las palabras
No están en ninguna parte
En ningún lugar
En ningún sitio
Que no sea el borde mismo de este silencio
El centro de esta quietud
Donde el vació se pasea
Como una eterna ama de llaves.
Vació
Donde nadie baila ni se mece
Y donde sin embargo,
¡Algo tendrá que reventar!
ÉPOCA
Un prolongado ulular me despertó durante la noche.
Tuve una visión fugaz de luces rojas y amarillas,
Intermitentes.
Con los ojos recién abiertos en la oscuridad
Escuche el sonido giratorio por las calles desiertas.
Instintivamente estiré mi mano por entre las varillas
Y palpé el cuerpo de mi pequeño hijo:
Suave, cálido,
Pacificado como un animalito.
Él no sabe nada de estas cosas.
No sabe nada del sueño cortado
En la fría madrugada.
Ni tiene nunca tampoco por qué saber
Cómo brotan del sueño estas visiones:
Cómo giran, intermitentes, en la memoria,
Y flotan con sus ojos de vidrio alrededor del corazón.
AZALEAS
Azaleas
Begonias
Helechos moros
Sandalias de hojas caladas y palmiformes conviven
En una armonía espontánea en el patio de esta pensión.
Las paredes blancas proyectan el silencioso contraste.
Verde sobre blanco.
La trepadora conduce la mirada a los altos de la vieja casa.
La hora o la deshora del día dominical apaga y tritura
Los ruidos de la ciudad.
¿Y que hace este hombre detrás de la ventana?
¿Pensara que la armonía exterior es aparente?
¿Real?
JUAN MANUEL INCHAUSPE
Santa Fe, 1940-1991
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en relatos el 22 de Octubre, 2010, 15:15
por MScalona

El Misterio se ha Ido
"The thrill is gone."
Chet Baker
http://www.youtube.com/watch?v=eWHCRseZrN8
http://www.youtube.com/watch?v=eWHCRseZrN8
Es una hora desteñida la premonición del otoño. Agridulce marihuana el ocaso. Arriba o abajo es una ilusión en la voz de Chettie. Un instante estaba aquí, luego, nada... De un lado el río, del otro tu espalda. ¡Si hasta cuando te fuiste, fue bonito...! ¿A qué viene la luna tan temprano? Ni siquiera son las siete y el misterio se ha ido (tema 1, Great hits).
- Endeveras manito, no estoy borracho. No. Medio loco, sí... pero eso es decente. Borracho con flores. No tomo nada. No se va con píldoras. Se va solo: el misterio es una disolución. Desilusión. Familia de palabras. Uno quiere juntar, resistir, pero lo más puro es así: mejor es matarse que a uno lo vayan muriendo.
- La heroína también se ha ido, dijo Chet Panadero. Con otro, claro. Siempre se van con otro... y como él no la había pagado (no pagaba por eso), el dealer lo tiró del sexto piso del hotel. Ámsterdam, 1988.
- "Mi graciosa Valentina", tema 7, el mismo disco; intento ponerme de pie y me vengo al cielo, porque estoy caído, pero no siento el peso.
Si hasta cuando te fuiste, fue bonito... gente que muere volando, endeveras manito... la Virgen María, el Negro Olmedo, Juan Rulfo y el gato blanco. "Nunca habrá nadie como tú", tema 5.
Un gato blanco. "Ese maldito gato blanco", dijo Miles Davis cuando lo escuchó soplar la trompeta desencantada. Por momentos su voz tiene el mismo sonido de un caracol marino. Frágil, tenor, triste, lejano. ¿Cómo se vuelve de allí? ¿Cómo se sigue viviendo con eso y sin eso? Privilegio de los negros era: maldito gato blanco. A los 22 años ganó el casting trompetero de Charlie Parker en el Tiffany de Los Angeles. Era 1951, y como yo me enamoro fácilmente –tema 8- hizo tres o cuatro años brillantes y se escondió. Siempre el lado oscuro de la luna. Nada para calmarse. Nadie. A última hora de la tarde siempre volvía a perderse. Detrás de ella. Una espalda. La heroína es una mujer irreal, dos ojos de estrella, cintura de Casiopea, cola de pez. Alguien le dijo que vivía en Europa. "Mi Ideal", tema 20.
En Ámsterdam le dijeron, una ciudad donde ellas viven siempre con otro. El que puede pagarlas. Panadero jamás honraba sus deudas. Los dealers le arrancaron todos los dientes en San Francisco: ¿cómo soplar cuando el misterio se ha ido? Año curioso para las ilusiones, 1966: acababan de matar a Kennedy y a Marilyn. Era el turno de Chet Panadero y un año más tarde, Chet Guevara. En dos o tres años acabaría todo. El fin del mundo está detrás nuestro y el misterio se ha ido, tema 1.
Su pianista, Dick Twardzik, se le murió en los brazos. Sobredosis de ella, 24 años. La disolución nos enamora como un sueño feliz, profundo, definitivo: "Yo te recuerdo", tema 11.
Panadero despertó en la miseria. Despachaba gasolina en un camino olvidado de San Diego. Le vendió a Pacific Jazz sus grabaciones por quinientos dólares. Se acordó del día de su nacimiento, 23 de diciembre de 1929. Dos meses después que se desatara la feroz depresión americana. Chesney Padre tocaba el banjo en una dixieland polvorienta de Oklahoma. Taxista, músico de segunda, como el padre de Astor. Simetrías del destino, dos hijos gatos, de primera, tocando con Mulligan. "Mi Compinche", tema 18.
Todo el tiempo la luz del ocaso en los ojos. El gato no tiene sombra, ¿dónde posarse en el salto? Ojo amarillo sobre el azabache, amanece de noche. ¿Hacia dónde? El misterio llegó cuando nació Chettie. Vera compró una máquina de fotos y llenó decenas de albumes con su bebé, el más bonito del Medio Oeste. "Siempre tuyo", tema 16. Actor de cine. Maldito gato blanco podría haber sido otro James Dean. En lugar de eso, todo el tiempo se le iba en pensar en la heroína. Ella. Una pena, a las siete de la tarde el Paraná se ve como pelo de potro sudoroso. La luna lo monta inútil. El río busca otra cosa cuando el misterio se ha ido.
"Tú no sabes lo que es el amor", tema 14, y queda un culote de vino oscuro, dos cubitos, humo y decepción. De un lado el río, del otro, tu espalda. Once años sin tocar. Una noche sopla en un rancho de Glendale para pagarse las copas y lo escucha Dizzy Mareado Gillespie. El misterio ha vuelto entre unos implantes y prótesis pegadas con Corega. Chet vive de milagro, como todos. Otra vez en la ruta, suficiente dinero para volver a cualquier parte donde no esté ella. Amsterdam, otra vez y ella siempre en brazos de otro. "Toma lo perdido", tema 12. La heroína cada vez más cerca del cielo. Sexto piso. Se cae o lo tiran. Chet no honraba sus deudas y ya no estaba Bird Pájaro para cuidarlo. Ja: Charlie Parker. Más risas. Panadero dijo a James Gavin en una entrevista: quien más me cuidaba de la heroína era Charlie Parker. Preferible matarse que te vayan muriendo.
Mejor antes que tarde "algo como el amor", tema 19. Termina el disco, llega la luna y se marcha el verano. Entonces veo en la terraza lindera dos jovencitos besarse con furia, se arrancan la ropa y el repeat del equipo devuelve el tema 1: "El misterio se ha ido".
Justo en este instante, ahora, el misterio se ha ido a la terraza vecina.
Marcelo Scalona
COMPOSTURA DE MUÑECAS
Ed. Homo Sapiens, 2003
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 21 de Octubre, 2010, 19:18
por MScalona

LOS TRES ÚLTIMOS DÍAS DE
FERNANDO PESSOA
28 de noviembre de 1935
1
Antes tengo que afeitarme, dijo él, no quiero ir al hospital con esta barba, se lo ruego, vaya a llamar al barbero, vive en la esquina, es el señor Manacés.
Pero es que no hay tiempo, señor Pessoa, replicó la portera, el taxi está ya en la puerta, sus amigos han llegado y ya están esperándolo en el recibidor.
No importa, respondió, todavía queda tiempo.
Se arrellanó en la pequeña butaca donde el señor Manacés acostumbraba a afeitarlo y se puso a leer las poesías de Sá-Carneiro.
El señor Manacés entró y le dio las buenas noches. Señor Pessoa, dijo, me han dicho que se encuentra bien, espero que no trate de nada grave.
Le colocó una toalla alrededor del cuello y empezó a enjabonarlo. Cuénteme algo, dio Pessoa, usted, señor Manacés, conoce muchas anécdotas interesantes y ve a mucha gente en su establecimiento, cuénteme algo.
Pessoa se puso un traje oscuro que se había hecho confeccionar hacía poco, se anudó la pajarita, se colocó las gafas. No hacía frío, pero fuera estaba lloviendo. Por eso se puso su gabardina amarilla, cogió una pluma y una libreta y empezó a bajar las escaleras.
En mitad de las escaleras se encontró con sus amigos Francisco Gouveia y Armando Teixeira Rebelo. Tenían una expresión preocupada y sostenían en las manos sus paraguas goteantes. Vamos contigo, dijeron al unísono. Pessoa esbozó una sonrisa distraída. Sentía un agudo dolor en el costado derecho que le impedía ser cordial. Los dos amigos le ofrecieron el brazo para ayudarlo bajar, pero él no lo aceptó y se sujetó a la baranda. En el vestíbulo vio al señor Moitinho de Almeida, su jefe, que estaba cuchicheando con el taxista. Yo también voy, señor Pessoa, dijo con premura el señor Moitinho de Almeida, prefiero ir yo también, no puedo dejarlo marchar así.
No se moleste, señor Moitinho de Almeida, respondió Pessoa con un susurro, ya tengo dos amigos que me acompañan, no se moleste.
Pero el señor Moitinho de Almeida parecía estar decidido, le abrió la puerta delantera, Pessoa entró junto al taxista y sus tres acompañantes se acomodaron en el asiento de atrás.
Mientras iba en el coche, miró despaciosamente por la ventanilla la cúpula de la basílica de la Estrela. Era hermosa, aquella basílica, con su inmensa cúpula barroca y la fachada ornamentada. Era allí, delante mismo, en el jardín, donde muchos años antes se citaba con Ophélia Queiroz, su único gran amor. En el banco del jardín de la Estrela se intercambiaban tímidos besos y solemnes promesas de amarse para siempre.
Pero mi vida ha sido más fuerte que yo y que mi amor, musitó Pessoa, perdóname, Ophélia, pero yo debía escribir, debía sólo escribir, no podía hacer otra cosa, y ahora todo ha concluido.
El taxi pasó delante del Parlamento y después enfiló la Calçada do Combro. En aquella zona había vivido un tiempo, muchos años antes, en una habitación de alquiler. La propietaria era doña Maria das Virtudes, se acordaba perfectamente, era una señora de sesenta años, de pecho abundante y pelo teñido de rubio, que por las noches lo invitaba a beber su licor de cerezas y a participar en sus sesiones de espiritismo. Se ponía en contacto con su difunto marido, el brigada Pereira, y mantenía largas conversaciones con él sobre las guerras de África y sobre el precio de los pimientos. Después bebían un vasito de ginjinha, comían una guinda y Pessoa se despedía diciendo: Buenas noches, doña Maria das Virtudes, y que tenga felices sueños. Se retiraba a su alcoba. En aquellas noches estaba en contacto con Bernardo Soares y escribía en su lugar El libro del desasosiego. Se despertaba al amanecer para ver las gradaciones de las luces que cambiaban sobre Lisboa y las anotaba en un pequeño cuaderno forrado en piel que le había mandado su madre desde Sudáfrica.
Cuando llegaron a Rua Luz Soriano los hizo para un policía. No se puede pasar, dijo el policía, la calle se encuentra ocupada por un acto nacionalista, hay una banda y todas esas cosas, hoy la ciudad está de fiesta.
El señor Moitinho de Almeida se asomó por la ventanilla. Soy el señor Moitinho de Almeida, dijo con autoridad, tenemos que llegar hasta la clínica de Sao Luís dos Franceses, llevamos a un enfermo.
El policía se quitó la gorra y se rascó la cabeza. Mire, señor, dijo, les permito que hagan un pequeño desvío, es dirección prohibida, pero dadas las circunstancias pueden hacerlo, giren aquí por la derecha, después cojan a la izquierda y se encontrarán en el Barrio Alto. Pessoa sonrió porque lo había reconocido. Era Coelho Pacheco, un raro heterónimo suyo, uno que había escrito poesía en una sola ocasión, creando un poema oscuro y visionario, de estilo neogótico. ¿Qué hacía Coelho Pacheco disfrazado de policía? Quizá lo hubiera mandado el Maestro para que le preparara el buen camino. Pessoa levantó una mano y le hizo una señal esotérica. También Coelho Pacheco le hizo una señal esotérica, y el taxi cogió la primera calle a la derecha.
En la recepción del hospital había una enfermera que cabeceaba. El señor Moitinho de Almeida le habló, preguntó por el médico de guardia, dijo que se trataba de un caso urgente.
Pessoa se sentó en un sillón y empezó a soñar. Veía retazos de su infancia y oía la voz de su abuela Dionísia que había muerto en un manicomio. Fernando, le decía su abuela, tú serás como yo, de tal palo tal astilla, y durante toda tu vida me tendrás como compañía, porque la vida es una locura y tú sabrás cómo vivir la locura.
Acompáñeme, dijo el médico, y lo cogió del brazo sosteniéndolo. Lo condujo hasta una salita donde había una camilla y un fuerte olor a desinfectante. Desnúdese, ordenó el médico. Pessoa se desnudó. Túmbese, ordenó el médico. Pessoa se tumbó. El médico empezó la revisión, palpándole el cuerpo. Cuando llegó a la altura del hígado, Pessoa emitió un gemido. ¿Desde cuándo se encuentra mal?, preguntó el médico. Desde esta tarde, respondió Pessoa. ¿Y qué síntomas ha notado?, preguntó el médico. Fuertes dolores, respondió Pessoa, y un vómito verde.
El médico llamó a la enfermera y le dijo que acomodara al paciente en la habitación número cuatro. Después cogió la hoja de registro y escribió en el parte clínico: “Cirrosis hepática.”
Pessoa saludó a sus amigos. El señor Moitinho de Almeida quería quedarse, pero Pessoa lo despidió con amabilidad. A los otros dos les dio un rápido abrazo. Dejadme, queridos amigos, dijo, es posible que esta noche y mañana reciba alguna visita, nos veremos pasado mañana.
La habitación era una estancia modesta, con una cama de hierro, un armario blanco y una pequeña mesa. Pessoa se metió en la cama, encendió la luz de la mesilla de noche, reclinó la cabeza sobre la almohada y se pasó una mano por el costado derecho. Por fortuna, ahora los dolores se habían atenuado, la enfermera le llevó un vaso de agua y unas gasas, después dijo: Perdóneme, pero debo ponerle una eyección, se la ha recetado el médico.
Pessoa pidió una dosis de láudano, que era un somnífero que acostumbraba tomar cuando, como Bernardo Soares, no conseguía dormirse. La enfermera se lo llevó y Pessoa se lo bebió. Me llamo Catarina, dijo la enfermera, cuando necesite algo toque el timbre y acudiré inmediatamente.
2
¿Qué hora es?, preguntó Pessoa.
Es casi medianoche, respondió Alvaro de Campos, la mejor hora para encontrarse contigo, es la hora de los fantasmas.
¿Por qué has venido?, preguntó Pessoa.
Porque si vas a marcharte hay algunas cosas de las que tenemos que hablar, respondió Alvaro de Campos, yo no sobreviré a tu muerte, partiré contigo, antes de sumergirnos en la oscuridad tenemos que hablar de algunas cosas.
Pessoa se incorporó sobre las almohadas, bebió un trago de agua y preguntó: ¿Qué estas tramando?
Querido mío, respondió Alvaro de Campos, noto con placer que no me llamas ingeniero ni me tratas de usted, que te diriges a mí con familiaridad.
Claro, respondió Pessoa, tú has entrado en mi vida, me has sustituido a mí, eres tú quien hizo que acabara mi relación con Ophélia.
Lo hice por tu bien, replicó Alvaro de Campos, aquella muchachita emancipada no le convenía a un hombre de tu edad, ese matrimonio habría sido un error. Y además, mira, todas aquellas cartas de amor son ridículas, creo que todas las cartas de amor son ridículas, en fin, te protegí del ridículo, espero que me estés agradecido.
Yo la amaba, susurró Pessoa.
Con un amor ridículo, replicó Alvaro de Campos.
Sí, claro, es posible, respondió Pessoa, pero ¿y tú?
¿Yo?, dijo Campos. Yo, bueno, a mí me queda la ironía, he escrito un soneto que nunca te he mostrado, habla de un amor que te incomodará, porque está dedicado a un jovencito, un jovencito al que amé y que me amó en Inglaterra, resumiendo, a partir de este soneto nacerá la leyenda de tus amores reprimidos, y algunos críticos se frotarán las manos.
¿Has amado de verdad a alguien?, susurró Pessoa.
He amado de verdad a alguien, respondió en voz baja Campos.
Entonces yo te absuelvo, dijo Pessoa, te absuelvo, creía que en tu vida sólo habías amado la teoría.
No, dijo Campos acercándose a la cama, también he amado la vida, y si en mis odas futuristas y furibundas nada me he tomado en serio, si en mis poesías nihilistas todo lo he destruido, hasta a mí mismo, has de saber que en mi vida yo también he amado, con consciente dolor.
Pessoa levantó una mano e hizo una señal esotérica. Dijo: Te absuelvo, Alvaro, ve con los dioses sempiternos, si has tenido amores, si has tenido solo un amor, estás absuelto, porque eres un ser humano, es tu humanidad la que te absuelve.
¿Puedo fumar?, preguntó Campos.
Pessoa hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Campos sacó del bolsillo una pitillera de plata y cogió un cigarrillo, lo colocó en una larga boquilla de marfil y lo encendió. Sabes, Fernando, dijo, siento nostalgia de cuando era un poeta decadente, de la época en que hice aquel viaje en trasatlántico por los mares de Oriente, ah, entonces habría sido capaz de escribir versos a la luna, y, te lo aseguro, por la noche, en la cubierta, cuando había bailes a bordo, la luna era tan plenamente escenográfica, tan plenamente mía. Pero en aquel tiempo yo era un estúpido, ironizaba sobre la vida, no sabía gozar de la vida que me había sido concedida, y así perdí la oportunidad, y mi vida se ha disipado.
¿Y después?, preguntó Pessoa.
Después empecé a querer descifrar la realidad, como si la realidad fuera descifrable, y llegó la desazón. Y con la desazón, el nihilismo, después ya no he creído en nada, ni siquiera en mí mismo. Y hoy estoy aquí, en la cabecera de tu cama, como un trapo inútil, he hecho las maletas para ir a ninguna parte, y mi corazón es un recipiente vacío. Campos fue hacia la mesa y aplastó la colilla en un platito de porcelana. Bien, querido Fernando, dijo, necesitaba decirte estas cosas ahora que quizás estemos a punto de separarnos, tengo que irme, vendrán también los otros a verte, lo sé, y a ti ya no te queda demasiado tiempo, adiós.
Campos se puso la capa sobre los hombros, se ajustó el monóculo en el ojo derecho, hizo un rápido gesto de despedida con la mano, abrió la puerta, se paró un instante y repitió: Adiós, Fernando. Y después susurró: Tal vez no todas las cartas de amor sean ridículas. Y cerró la puerta.
3
¿Qué hora era? Pessoa no lo sabía. ¿Era de noche? ¿Había llegado ya el día? Vino la enfermera y le puso otra inyección. Pessoa ya no notaba el dolor en el costado derecho. Ahora se encontraba en un estado de extraña paz, como si una niebla hubiera descendido sobre él.
Los otros, pensó, ahora vendrían los otros. Naturalmente, quería saludarlos a todos antes de marcharse. Pero un encuentro le tenía preocupado, el encuentro con el Maestro Caeiro: porque Caeiro venía desde el Ribatejo y tenía una salud precaria. ¿Cómo vendría a Lisboa, tal vez en una calesa? Es verdad que Caeiro ya estaba muerto, pero todavía estaba vivo, permanecería eternamente vivo en aquella casa encalada del Ribatejo desde donde contemplaba con ojo implacable el transcurrir de las estaciones, la lluvia invernal y la canícula del verano.
Oyó que llamaban a la puerta y dijo: Adelante.
Alberto Caeiro llevaba una chaqueta de pana con el cuello de piel. Era un hombre del campo y se veía en su ropa.
Ave, Maestro, dijo Pessoa, morituri te salutant. Caeiro se acercó al pie de la cama y se cruzó de brazos. Mi querido Pessoa, dijo, he venido para decir una cosa, ¿me permite que le haga una confesión?
Se lo permito, replicó Pessoa.
Pues bien, dijo Caeiro, cuando a usted le despertaba durante las noches un Maestro desconocido que le dictaba sus versos, que le hablaba del alma, pues bien, ha de saber que ese maestro era yo, era yo quien se ponía en contacto con usted del Más Allá.
Lo suponía, mi amado Maestro, dijo Pessoa, suponía que se trataba de usted.
Sin embargo, tengo que pedirle disculpas por haberle provocado tantos insomnios, dijo Caeiro, noches y noches en que usted no ha dormido y ha permanecido escribiendo como si estuviera en trance, siento remordimientos por haberle causado tantas molestias, por haber ocupado su alma.
Usted ha contribuido a mi obra, respondió Pessoa, usted ha guiado mi mano, me ha provocado insomnios, es verdad, pero para mí han sido noches fecundas, porque ha sido durante la noche cuando ha nacido mi obra literaria, la mía es una obra nocturna.
Caeiro se quitó la chaqueta y la colgó en la cabecera de la cama. Pero no es ésta la única cosa que quería decirle, susurró, hay un secreto que quisiera confesarle, antes de que las distancias interestelares nos separen, pero no sé cómo decírselo.
Pues dígamelo con toda normalidad, dijo Pessoa, como me diría cualquier otra cosa.
Verá, respondió Caeiro, yo soy tu padre. Hizo una pausa, se alisó sus escasos cabellos rubios y continuó: Yo he desempeñado el papel de su padre, de su verdadero padre, Joaquim de Seabra Pessoa, que murió de tisis cuando usted era un niño. Pues bien, yo he ocupado su lugar.
Pessoa sonrió. Lo sabía, dijo, siempre le he considerado mi padre, incluso en mis sueños ha sido usted siempre mi padre, no tiene nada que reprocharse, Maestro, créame, para mí usted ha sido un padre, aquel me ha dado la vida interior.
Y sin embargo yo siempre he llevado una existencia sencilla, replicó Caeiro, he vivido brevemente en una casa de campo en compañía de una tía abuela, he hablado sólo del tiempo que pasa, de las estaciones, de los rebaños.
Sí, confirmó Pessoa, pero para mí usted ha sido un ojo y una voz, un ojo que describe, una voz que enseña a los discípulos, como Milarepa o Sócrates.
Yo soy un hombre casi sin instrucción, dijo Caeiro, mi vida ha sido muy sencilla, se lo repito, en cambio usted ha tenido una vida intensa, ha asumido las vanguardias europeas, ha inventado el Sensacionismo y el Interseccionismo, ha sido asiduo de los cafés literarios de la capital, mientras que yo pasaba mis veladas haciendo solitarios con las caretas a la luz de una lámpara de petróleo, ¿cómo es posible que me haya convertido en su padre y su Maestro?
La vida es indescifrable, respondió Pessoa, nunca hay que preguntar, nunca hay que creer, todo está oculto.
Sí, continuó Caeiro, pero insisto, ¿cómo es posible que me haya convertido en su padre y su Maestro?
Pessoa se incorporó sobre las almohadas. Respiraba con dificultad y la habitación ondulaba ante sus ojos.
Verá, querido Caeiro, respondió, el hecho es que yo necesitaba un guía y un coagulante, no sé si me explico, de otro modo mi vida se hubiera hecho mil pedazos, gracias a usted he encontrado una cohesión, en realidad soy yo quien lo eligió a usted como padre y Maestro.
Entonces le voy a dar un regalo que le he traído, dijo Caeiro, son unos pocos versos escritos en prosa, que jamás publicaré, ahora que usted me abandona se los diré de viva voz, son el testimonio de mi afecto por usted. Caeiro sacó una hoja del bolsillo, acercó el papel a sus ojos, porque era miope, y leyó: En estos largos años siempre he contemplado la luna, pero con la mirada nítida he seguido a mi hijo y discípulo, para que mi mirada pudiera ser su mirada, para que la colina que traza mi horizonte pudiera ser su horizonte modesto y magnífico.
Es un poema bellísimo, dijo Pessoa, se lo agradezco, Maestro Caeiro, me lo llevaré conmigo al Más Allá.
Usted ha escrito tantas poesías por mí, continuó Alberto Caeiro, yo también quería despedirlo con el homenaje de una persona que siempre lo ha admirado.
Pessoa cerró los ojos un instante. Cuando volvió a abrirlos la habitación estaba desierta. Tocó el timbre para llamar a la enfermera. ¿Qué día es hoy?, preguntó.
Es la noche del veintiocho de noviembre de mil novecientos treinta y cinco, respondió la enfermera. ¿Necesita alguna cosa?
No, gracias, respondió Pessoa, sólo necesito descansar.
Antonio Tabucchi
p. 1-7
|
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Sugerencias. el 21 de Octubre, 2010, 16:04
por MScalona
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en Cuentos el 20 de Octubre, 2010, 11:15
por MScalona
LA NOCHEBUENA MÁS LARGA
El año había sido complicado para mi hermano, así que al llegar las fiestas, en un acto decididamente inédito de su parte, decidió reunirnos en su casa. Éramos casi cincuenta y él, que en ese momento gozaba de una relajada posición económica, insistió en invitarnos a todos. La única condición había sido que cada uno debía llevar regalos para los más chicos de la familia. El asunto no era menor ya que entre propios y ajenos, los niñitos superaban ampliamente la docena. En casa, eran épocas de vacas flaquísimas. Así que, adelanto de sueldo mediante, dispuse de unos 600 pesos que me gasté de un tirón. Doscientos para mis hijos y el resto, unos trescientos setenta y pico de pesos en chucherías destinadas a mis sobrinos. Amargamente no podía dejar de pensar en que ese dinero, me sería descontado a lo largo de los seis siguientes meses. Pero enseguida me consolé imaginando el momento. Vi a los chicos, pura sonrisa, abalanzándose sobre los paquetes de colores, los moños volando, nuestras propias caras de felicidad observándolo todo, a los pies del árbol. Y me convencí de que valdría la pena.
El 24 amaneció nublado, pero con el correr de las horas, la amenaza de la lluvia se fue disipando y al momento de la cena, la noche parecía perfecta. Las mesas se dispusieron en el jardín y mi cuñada se las había ingeniado para engalanarlo todo con unos coquetos farolitos que bordeaban la pileta de natación y unos llamativos moños rojos rematando los bordes de la medianera. Sólo al comenzar a ubicarnos, caímos en la cuenta de que faltaban las tías. Uno de mis hermanos, creo que fue Santiago, salió disparado como un rayo a buscarlas hasta la vieja casa paterna que todavía ocupaban, exactamente en la otra punta del pueblo. Serían como unas ocho o diez cuadras más o menos. Era imposible que no estuvieran con nosotros. En parte porque suponíamos que ello disgustaría a papá, hecho que evitábamos a cualquier precio y además porque Laura, una vecina octogenaria como ellas, las reclamaría tarde o temprano al percatarse de su ausencia. Aún en noches sofocantes como aquella, gustaban de sentarse las tres juntas, de espaldas al parrillero, las nucas enrojecidas al calor de las brasas y las camperitas livianas, echadas sobre los hombros aún oliendo a naftalinas, recuerdo del último invierno en el placard.
– Por si refresca- decían.
Sabíamos de antemano que sólo dos de las tres hermanas de mi padre vendrían. Habían quedado solteras “por elección, propuestas tuvimos a montones” – se jactaban-. Y como ya he dicho, aunque mis abuelos habían muerto pilas de años antes, permanecían en la vieja casona familiar. Ellas eran tía Carmen y tía Clementina. La otra, de nombre Irene, rara vez salía. No, desde que se había vuelto loca, hacía ya mucho tiempo. Menos para compartir una reunión familiar. Una de sus escasísimas salidas consistía en atrapar palomas con una red cazamariposas. De verdad odiaba a las palomas. Pasaba largas horas, bajo la sombra de los añosos plátanos que bordeaban la vereda. Expectante. Los cabellos arremolinados apenas cubiertos con un colorido pañuelo de seda. Los ojos oscuros siempre pareciendo querer escapar de las órbitas que los retenían. Pero aún así, alertas. Y cuando alguna pobre torcaza se posaba por más tiempo de la cuenta en las ramas bajas, caía sobre ella. La mano firme le retorcía el pescuezo al bicho con tal rapidez, que sólo conseguía dar un par de aletazos antes de entregarse a la muerte segura. Ahora sí, bajo una lluvia de plumas, único signo de resistencia animal, Irene sonreía. Daba miedo. Mucho miedo. En aquella casa, todos los objetos cortantes se escondían o se guardaban bajo llave. Y eso que tía Carmen era modista. La mejor modista del pueblo en aquellos tiempos. Recuerdo unas tijeras enormes, que luego de su uso, se guardaban como reliquias. Creo que desde aquel entonces, conservo un especial terror a las tijeras. Aún hoy, prefiero irme. Dar una vuelta por ahí, a quedarme junto a mi marido si después de una discusión él intenta por ejemplo, cortarse las uñas. Y juro que de este miedo, jamás le he contado. Es que las historias familiares suelen ser complicadas.
Desde chica había escuchado lo de la abuela Angelita. Sumida en una profunda depresión después de la muerte de su segundo esposo, se había prendido fuego a lo bonzo. Aparentemente, se roció con aguarrás y encendió un fósforo. La encontraron con casi la totalidad de su cuerpo ardiendo, todavía agonizante en el piso de la cocina.
Elvira, otra tía también hermana de mi padre, logró conseguir marido, pero no un destino mejor. Murió ahorcada por sus propios hijos, en el departamento que ocupaban en la zona sur de Rosario. Tanto la odiaban, que además la partieron en pedazos, la metieron en una caja y se deshicieron de ella en un descampado cercano a Avenida de Circunvalación-
La locura y la muerte asumían formas naturales en mi familia. Eran casi como dos parientes más o menos cercanos, a los que uno podía verles la cara regularmente, aunque no lo deseara. Aparecían de improviso y uno terminaba, como siempre ocurre en estos casos, acostumbrándose a ellos. Ahora, aunque parezca mentira, hasta me causan gracia. No puedo evitar acordarme de otra Navidad, en que, estando yo en la Universidad, decidí quedarme junto a una compañera de Concordia que no tenía suficiente dinero para viajar a su casa. Esa Nochebuena, después de emborracharnos de puro aburrimiento, le conté con pelos y señales la historia familiar. Fue como descerrajarle un balazo en el medio de la frente. La pobre no pegó un ojo en toda la noche. Por supuesto, yo no tuve problemas en dormirme, pero las luces quedaron encendidas y como me costaba acomodarme, varias veces, seguramente ya de madrugada, la encontré absolutamente despabilada. Observándome con expresión aterrada. Es que la gente no se acostumbra a la idea de que no siempre los locos y los asesinos que andan sueltos aparentan serlo.
Volviendo a esta Nochebuena, y siguiendo lo previsto a poco de llegar las dos tías fueron a acomodarse junto a su comadre. Al fin, nos dispusimos a disfrutar de la cena. Medio cordero y un lechón pequeño, de esos que llaman “mamones” y que bien podrían comerse con cuchara, de puro tiernos que son.
Los más chicos apenas probaron bocado y pronto se pusieron a jorobar con esa porquería de petardos y rompeportones, Ensordecedores estruendos que a duras penas opacaban el sonido de las cumbias que llegaban desde el patio de al lado. Cualquier intento de conversación se tornó imposible y eso que, como buenos descendientes de italianos, andábamos permanentemente hablándonos a los gritos.
Eran las once menos cuarto. Quizás si el patrullero no hubiera tenido esa luz de un azul tan intenso, no nos habríamos dado cuenta que estaba en la puerta. El comisario Benítez llevaba años en el pueblo, así que entró sin insistir demasiado con el timbre que nadie escuchaba. Nos saludó a todos, con ese respeto ensayado de los milicos, disculpándose por lo inoportuno del momento. Se le notaba algo incómodo, porque primero carraspeó raro, y después, dirigiéndose a papá que ocupaba la cabecera de la mesa, dijo:
- Recién anduvo la señorita Irene por la comisaría.
- ¡Otra vez, molestando por allá!- exclamó papá- ¿Y a qué cuernos fue ahora si se puede saber?
- Si será… ¡Justo esta noche, la muy desgraciada!-protestó mamá.
Es preciso aclarar que, otra de las escasísimas salidas de tía Irene, eran sus visitas a la comisaría. A sabiendas de que estaba más loca que una cabra, igual le tomaban la denuncia de toda clase de desvaríos. Las persecuciones estaban a la cabeza del ranking. Había sido seguida por autos extraños, un hombre de cabellos plateados en bicicleta, una mujer elegantísima, con tacos y capelina color obispo... La lista era infinita.
- Denunció abandono de persona, Don Miguel.
- ¿Abandono de qué… ?
- Dijo que la señorita Carmen y la señorita Clementina la abandonaron, que la dejaron sola, que no tiene adonde ir.
- Pero Benítez, si ahí las ve usted a mis hermanas- siguió papá con fastidio-es ella la que se niega a acompañarlas.
- Tá bien, Don Miguel, pero es Navidad. La tengo encerrada en el cuartucho, porque hasta los muchachos le tienen cosa, eeh, miedo, yo que sé.
Mi hermano suplicaba – Pero échela. Dígale que ahí no puede quedarse comisario y punto. Finito. Benítez empezaba a darme lástima, se veía abatido y acorralado.
- Es que no hay forma de que escuche nada. De ahí no se mueve hasta que la busquen las hermanas-¡Parece una mula empacada! Discúlpenme, pero con una mujer así……
- Ya, ya, ya -hay que hacer algo pronto, vamos para allá – decidió mi sobrino Leandro poniendo fin al asunto.
Increíblemente ahora había empezado a lloviznar. Como si el cielo se hiciera eco de nuestros pesares. Ya no podíamos ni queríamos llorar, pero sentí una extraña conexión. Curiosamente, por un instante supe que el cielo lo hacía por nosotros. Antes de partir, besamos amorosamente a los chicos, que parecían desorientados. Preguntas… algunos, los más grandecitos querían saber que estaba pasando. Los gurrumines de la casa en cambio sólo pedían a Papá Noel ¿Cuánto falta?- ¿Mucho falta?? Los dejamos al cuidado de mamá y mis cuñadas, con la promesa de abrir los regalos apenas dieran las doce.
Salimos en dos autos. En caravana siguiendo a la Ranger del milico para recorrer las cuatro cuadras que nos separaban de la comisaría. Tía Carmen y tía Clementina parecían no comprender del todo lo que estaba pasando, pero igual subieron al Renault 12 que manejaba papá.
Menos mal que Santiago se avivó. De pasada, manoteó los dos champagnes que se helaban en el freezer. La Nochebuena pintaba larga. Muy larga.
LOLA CALDO
-
|
Comentarios (1) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 19 de Octubre, 2010, 20:39
por MScalona

Todos los veranos
—————————-
A veces pienso en mi viejo. O es un barco que parte o esa gente vagabunda que trae el verano o simplemente una luz en el río. Entonces me siento en la costa y pienso en mi viejo. Para todos, para mí mismo, la historia comienza el día que hizo volar en pedazos al Raquelita, en el 28. Era una chata de once metros con un motor Regal. El viejo tenía la maldita costumbre de mojar un papel retorcido en el carburador, luego quitaba el cable de una de las bujías, lo arrimaba al block y con la chispa encendía el papel y con el papel uno de esos cigarros que llevaba desparramados por los bolsillos. Recuerdo aquel olor pestilente y las grandes manchas marrones con dos y hasta tres aureolas en tonos más débiles donde tenía un bolsillo que había sido alcanzado por el agua. Esto sucedía bastante a me-nudo, de manera que en los viajes largos era común ver algunos cigarros secándose sobre el block. Echaban un humo más pa-recido al de una estopa empapada en gasoil que al de un auténtico cigarro. Algunas veces el ruego se había contagiado al carburador pero mi padre no perdía la cabeza por eso. Sin dejar de encender el cigarro depositaba la otra mano sobre el carburador y ahoga-ba el fuego. Pero un día aquella mano llegó demasiado tarde. Poco a poco se había formado en la sentina un charquito de nafta que con el tiempo se extendió a todo lo largo del Raquelita. Eso, naturalmente, fue el fin. Con aquellos cigarros el viejo casi había perdido el olfato. Dos o tres veces, al inclinarse para buscar cualquier cosa, había entrevisto aquel brillo movedizo que se extendía cada vez más, pero como no estaba en condicio-nes de reparar en el olor de nada debió pensar o prefirió pensar, si es que pensó en algo, que el barco hacía un poco de agua. Un día, pues, encendió el cigarro de acuerdo con sus procedimientos y fue como si encendiera el mundo entero de una punta a otra. Instintivamente, el viejo alargó una mano hacia el carburador pero ni el carburador, ni él estaban más allí dónde debían estar. Sin saber cómo, se encontró en medio del agua con el cigarro todavía en la boca. El Raquelita, por su parte, o lo que quedaba de él, aparecía a unos diez metros. Después de todo, nunca había lucido tan bien, ni tan espléndido aquel barco de por sí oscuro. Cada tabla brillaba como una barra de oro. Cuando voló el tanque suplementario, el viejo tuvo más bien un estremecimiento de júbilo, como si se tratara del día del juicio para un justo o algo por el estilo. Fue todo muy breve y muy solemne, según dijo. Eso ocurrió cuando mi padre tenía cuarenta y cinco años, apenas uno después que apareció en las islas. El recuerdo de los de la costa y mi propio recuerdo arrancan de ahí. Nadie tuvo noticias del viejo hasta el 28 y la verdad es que con lo que hizo o deshizo desde entonces hasta su muerte, en el 37, hubo de sobra. (Y con todo, también a él, tan denso y macizo, tan único, se lo llevó el tiempo. ¿Quién recuerda ahora a mi padre?) Antes del 28, según parece, estuvo transportando pólvora desde Pernambuco hasta Río Grande do Sul a bordo del Isla Madre de Dens, que voló también en su tiempo entre el faro Mostardas y Solidao, sin faro por aquel entonces. Pero éstas son meras conjeturas a través de brumosas y no expresas referencias porque el viejo hablaba poco y en un estilo complicado. Después de lo del Raquelita compró uno de los botes sal-vavidas que habían pertenecido al Speranza, que se hundió en el Canal del Norte a la altura de Punta Colorada, en el 23. Era un casco tinglado de siete metros de eslora con dos tanques de aire. El viejo le colocó un Penta de 4 cilindros. Por ese tiempo se instaló al fondo del Desaguadero, cerca de los bancos, en una casilla que armó con tablas de cajones de automóviles un poco apartada de la costa. Una zanja con la entrada disimulada por un sauce tumbado, que el viejo levan-taba o bajaba a voluntad con un aparejo, permitía arrimar el barquito hasta la misma casilla. Uno y otra estaban pintados con un color impreciso, entre el verde y el marrón, de manera que pasaban inadvertidos. Al viejo le reventaba un barco de ese color y toda la vida se pasó soñando con uno bien blanco. En realidad mi recuerdo parte de ahí. Lo demás es incierto y fragmentario y parece el recuerdo de otro. Ahora mismo, a pesar del tiempo, lo veo sentado en el piso de la pequeña galena que daba al frente con el sombrero rumbado sobre los ojos y los pies apoyados en la baranda. Casi toda la semana se la pasaba echado allí fumando aquellos cigarros apestosos, con una bo-tella de caña paraguaya al alcance de la mano. —Hijo —solía decir con esa voz profunda que le salía desde adentro y medio cigarro entre los labios—, la verdad que Dios hizo seis días para descansar y el séptimo para trabajar, ya que no había más remedio. A veces el sexto y el séptimo, según como vengan las cosas. Pero estos mierdas de ingleses han dado vuelta todo el asunto… Culpaba a los ingleses de cualquier cosa, aunque el motivo no era muy claro. Con el séptimo día el viejo estaba aludiendo a aquellas misteriosas excursiones que realizaba una vez a la semana en el antiguo bote del Speranza, que había bautizado con el nombre de Arvoredo. A veces estaba afuera dos días y dos noches, con lo que también el sexto tenía ocasión de figurar entre los días laborables. A decir verdad el viejo se afanaba más bien durante la noche de manera que eso del día se refería exclusivamente al tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta sobre sí misma, que era lo que tardaba en estar fuera de casa y más precisamente el tiempo que dejaba de estar echado en la galería del frente. De vez en cuando volvía de aquellos viajes con un regalito. Una vez fue una navaja de Albacete y otra un rifle de un tiro calibre 12 chico, a cerrojo, para cartucho de munición. No recuerdo el fin de la navaja, que hacía un ruido siniestro al abrirse, pero sí el del rifle. Fue cuando el viejo le alargó la recámara para usar cartuchos 36-75, que algunos llaman 12 grande, y el cerrojo, no soportó la presión de la sobrecarga. Felizmente, lo había sujetado a un árbol y lo disparó a distancia. A menudo el viejo alargaba la mano más allá de la botella de caña paraguaya y arrastraba una achacosa victrola que con-servaba de su época anterior a las islas, y cuya bocina utilizaba a veces como embudo. Tenía unos pocos discos en un cajón de Cinzano junto con los dos tomos de Las batallas de siglo XIX, desde Marengo a la insurrección de los "boxers", una colección de postales de Río en color sepia, un catálogo de motores Gardner, un Manual del Capitán de Cabotaje, una Biblia pro-testante, el Digesto marítimo y un paquete de diarios de hojas amarillentas. Sin embargo, el viejo ponía siempre el mismo disco, Praga Onze. O" Deus en me acho táo cansada Ao vohar da batucada… Cuando pienso en la letra no recuerdo nada más que el comienzo, pero a veces la música me sale desde adentro, sin proponérmelo, y entonces la recuerdo o la canto simplemente de una punta a otra. O" Deus eu me acho táo cansada Ao voltar da batucada Que tomei parte lá na praga onze…
Era una música dulce y atormentada a pesar de su aire bullicioso. El viejo golpeaba las manos hasta el cansancio o bien la lata de aceite que usábamos como balde. Por fin la púa quedaba girando en el centro con una especie de chasquido alternado que terminaba por convertirse en el motivo central de ese ruido que producía mi padre contoneándose y gimiendo. Al principio aquel alboroto podía parecer divertido, pero debajo había algo distinto, algo como una tristeza tal vez. Comenzaba despacio hasta apoderarse de mi padre por entero. Era capaz de pasarse horas así. Al fin quedaba tumbado sobre el piso, empapado de sudor, y se dormía allí mismo gimiendo y sobresaltándose entre sueños. Entonces le echaba encima una manta y me acurrucaba al lado. No duró mucho esa vida porque con el viejo no había cosa que durase demasiado. Los viajes siguieron por un tiempo, pero se hicieron cada vez más espaciados. En uno de los últimos volvió con aquel perro taciturno que lo acompañaría hasta el fin de sus días. Lo recuerdo como si fuera hoy. Oí el ruido del motor de la Arvoredo mucho antes, porque soplaba el pampero, un viento de tierra que trae el olor y los ruidos de la tierra. Me aproximé a la costa y entonces vi al perro sobre la cubierta, a proa, aunque la embarcación todavía estaba lejos, en mitad del Desaguadero. El viejo sonrió, agitó una mano y saltó a tierra. Era una de las primeras tardes de calor, al comienzo de la primavera. El perro se quedó a bordo, un poco indeciso, y desde allí nos contemplaba con ese aire tan serio que tienen los perros. El viejo rió un poco y luego se palmeó una pierna al tiempo que decía: —¡Vamos, Olimpio!… no te quedes ahí mirándonos como un idiota… ésta es tu casa, muchacho. Era muy dulce la voz del viejo en esa ocasión, aquella tardecita de primavera. Y el perro meneó la cola y saltó a tierra y vino hasta él y le olió una pierna. Recuerdo todo eso. Aquella noche encendió un fuego frente a la casilla y los tres, incluyendo a Olimpio, nos sentamos alrededor de las llamas. Siempre que volvía de la costa el viejo traía un poco de cordero y lo asaba sobre las brasas. Yo esperaba que dijese algo sobre el perro. Y efectiva-mente fue lo que dijo. —Hace rato que estaba pensando en esto… Un perro es más importante que una mujer por estos lados —reflexionó un instante, pensando que probablemente yo no supiera todo lo importante que es una mujer, y entonces añadió—: un perro es importante sin necesidad de compararlo con nada, así piojoso y todo. No es necesario que te explique los motivos porque son muchos y porque el tiempo te los va a enseñar mejor que yo. En fin, ¿te gusta o no te gusta? Olimpio estaba sentado entre los dos y nos miraba hablar con una especie de dignidad. Alargué una mano y lo acaricié lentamente. El viejo tenía ideas muy especiales. Con respecto al nombre de los perros había dicho una vez: —No es cosa de tomarla a la ligera. Ponerle un nombre a un perro es casi como fabricarlo. Ya uno le da un carácter especial que no lo pierde en la puta vida… Vaya a saber qué cosa quiso expresar cuando llamó a aquel perro con ese nombre un poco divertido. Olimpio aquí, Olimpio allá… Con el tiempo me acostumbré a él. Al principio el nombre y la cosa están uno frente al otro, resistiéndose. Uno dice el nombre y piensa en la cosa como distinto. Por fin se mezclan y confunden y resultan una sola y misma cosa. Sucede con un barco, cuyo espíritu resiste tan sólo con un nombre: Gemma, Speranza, Maca, Traverso, Recluta, Hillstone, Baldissera. El Baldissera desapareció en el año 13, mucho antes de que yo naciera…
————————————————————
EL RESTO DEL CUENTO AQUÍ…
http://www4.loscuentos.net/cuentos/link/204/204618/
|
Comentarios (2) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 19 de Octubre, 2010, 18:27
por MScalona
Cuando compre un espejo para el baño
voy a verme la cara
voy a verme
pues qué otra manera hay decíme
qué otra manera de saber quién soy.
Cada vez que desprenda la cabeza
del fárrago de libros y de hojas
y que la lleve hueca atiborrada
y la deje en reposo allí un momento
la miraré a los ojos con un poco
de ansiedad de curiosidad de miedo
o sólo con cansancio con hastío
con la vieja amistad correspondiente
o atenta y seriamente mirarme
como esa extraña vez
-mis once años-
y me diré mirá ahí estás
seguro
pensaré no me gusta o pensaré
que esa cara fue la única posible
y me diré esa soy yo ésa es Idea
y le sonreiré dándome ánimos.
----------
Idea Vilariño
|
Comentarios (1) |
Comentar |
Referencias (0)
Publicado en De Otros. el 19 de Octubre, 2010, 14:04
por MScalona
. 
HEBE UHART
Fragmento de "Guiando la hiedra"
"Aquí estoy acomodando las plantas, para que no se estorben unas a otras,
ni tengan partes muertas, ni hormigas.
Me produce placer ver cómo crecen con tan poco;
son sensatas y se acomodan a sus recipientes,
si éstos son chicos, se achican, si tienen espacio, crecen más.
(...) En eso pienso cuando riego y trasplanto
y en las distintas formas de ser de las plantas:
tengo una que es resistente al sol, dura, como del desierto, que tomó para si sólo el verde necesario para sobrevivir;
después una hiedra grande, bonita, intrascendente,
que no tiene la menor pretensión de originalidad
porque se parece a cualquier hiedra que se puede comprar en todos lados,
con su verde tornasolado.
Pero tengo otra hiedra, de color verde uniforme, que se volvió chica;
ella parece decir: "Los tornasoles no son para mí";
ella responde creciendo muy lentamente, umbría y segura en su cautela.
Es la planta que más quiero; de vez en cuando la guío,
yo comprendo para dónde quiere ir
y ella entiende para dónde yo la quiero guiar. (...)"
HEBE UHART
|
Comentarios (5) |
Comentar |
Referencias (0)
Artículos anteriores en Octubre del 2010
- SEBASTIÁN RIESTRA, La Capital (18 de Octubre, 2010)
- RODOLFO FOGWILL: Se necesitan... (17 de Octubre, 2010)
- LUNES 18: Ciclo Arte x la Paz (16 de Octubre, 2010)
- CONCURSO PIOLA: participen !!!!!!!!!!!! (15 de Octubre, 2010)
- NATALIA MASSEI en Página/12: Mamushka (14 de Octubre, 2010)
- MATILDE SÁNCHEZ (14 de Octubre, 2010)
- HAROLDO CONTI : Imperdible !!!! (13 de Octubre, 2010)
- PRÓXIMAMENTE -3- (12 de Octubre, 2010)
- PRÓXIMAMENTE -2- (12 de Octubre, 2010)
- PRÓXIMAMENTE -1- (12 de Octubre, 2010)
- HÉCTOR VIEL TEMPERLEY (12 de Octubre, 2010)
- JAVIER NUÑEZ .- (12 de Octubre, 2010)
- Sobre la feria del Libro de FRANKFURT (11 de Octubre, 2010)
- FELICITAS MAINI, Una Mujer Sola (11 de Octubre, 2010)
- GUILLERMO SEVLEVER. El chino se sentó... (9 de Octubre, 2010)
- BRUNO PREATONI: " Fumar" (8 de Octubre, 2010)
- MAYRA RODRÍGUEZ, "Matáme" (8 de Octubre, 2010)
- El Portador, Reseña de VERÓNICA LAURINO (6 de Octubre, 2010)
- Arrimando al Bukowski nacional (6 de Octubre, 2010)
- NATALIA MASSEI en Página/12 (5 de Octubre, 2010)
- DIOS SALVE A LAS LEONAS (4 de Octubre, 2010)
- La Parodia (4 de Octubre, 2010)
- Cuento de Terror (4 de Octubre, 2010)
- EL PORTADOR, diario La Capital de Rosario... (3 de Octubre, 2010)
- créase o no... (3 de Octubre, 2010)
- LEEN CARO MUSA y TOMI BOASSO (3 de Octubre, 2010)
- EL PORTADOR en Diario EL LITORAL (SFe) (3 de Octubre, 2010)
- ANOCHE EN CAÑADA... (2 de Octubre, 2010)
- FELISBERTO HERNÁNDEZ (2 de Octubre, 2010)
|
|
|