ANTONIO DI BENEDETTO
Publicado en De Otros. el 23 de Diciembre, 2009, 14:38 por MScalona
![]() Tengo a Marcela sin que nunca la haya cortejado. Se lo hago notar, porque pienso que es bueno ver claro, y le pido que, a su vez, sea clara conmigo. Opina que no era necesario cortejarla, que yo soy así y me entiende. Me parece que tampoco le he dicho una palabra de cariño. Marcela confirma que no, que hasta ahora ninguna. Le explico que si no lo hago es porque no me sentiría cómodo. Puede darse cuenta y me disculpa. No obstante, para que todo esté claro, debe saber que en otro tiempo las dije, le digo que amé. Yo era estudiante y ella poseía un encanto despejado y puro. Teníamos 17 años, que es la edad de querer bien, y nos queríamos con nobleza. Repentinamente, sin embargo, me aparté de ella. Me proponía volver, solo que omití decírselo. Estuve lejos, permanecí en silencio. Pero regresé, a su encuentro. Se había casado con otro. Aún más me retraje. La defendí del remordimiento: que, borrándome, nunca llegara a descubrir que no tuvo fe en mí. Digo que no puedo saber si con ella habría resultado, porque, al menos ahora, considero que uno se casa con cierta persona y después esa persona cambia, y por lo común es otra, ya no le interesa, o no le interesa de igual manera. O entiende casarse con alguien, pero únicamente se casa con la juventud de ese alguien, y la juventud no dura. Marcela está de acuerdo y le declaro que aquella persona sigue siendo para mí aquella persona, porque nunca más la he visto y la recuerdo de 17 años. Marcela dice que todavía la amo. Admito que puede ser, pero sostengo que me inquietaría que ella, a su vez, todavía me ame, porque soy otra persona y no mejor, ni por fuera ni por dentro, que cuando tenía 17 años. Pero en todo caso se trata de una conversación inadecuada porque es melancolía, aunque le hará ver, a Marcela, que en general todo lo que uno considera fundamentalmente bueno para sí mismo, no es posible. Y que esto también reza para mí relación con ella, que es fundamentalmente buena y no obstante tiene un plazo, no se cuál es, aunque con seguridad ella lo ha establecido. Marcela calla y como estamos en la oscuridad y muy cerca nos anudamos con pasión y después le digo que lo que ella desee hacer conmigo, yo lo haré, pero asimismo no me contesta, lo cual me humilla.
Es viernes, el tercer viernes del mes, pero no importa, ni fijo la atención en ello. Sólo que necesariamente me perturbo porque no encuentro a quien debía esperarme, corta mi trayecto y me atrapa un insistidor, huyo de otro notorio adhesivo, tropiezo con gente cubierta de púas, trepo a un ómnibus que me aleje y es una mortífera caldera de gas, busco el aire de la plaza y luego el agua fresca de la fuente, pero ahí, desde un banco, e asedian los despojos lamentables de una mujer. Me enderezo, busco la belleza. Hay, está, circula. Casi abunda. Los cuerpos esbeltos, las cabezas en alto de la juventud, un rostro, unos ojos, los colores que desciende del aire a las personas, una frente adulta, una fina mano en vuelo… surgen, pasan… se pierden en el torrente de la fealdad humana. Hay días así.
ANTONIO DI BENEDETTO, Mendoza (ARG) 1922-1984 De la novela LOS SUICIDAS, Edit AH p. 167-169 |