BOLAÑO - 2666
Publicado en De Otros. el 16 de Diciembre, 2009, 10:07 por MScalona
2666 Ed. Anagrama Roberto Bolaño, pag. 946 Al día siguiente me
levanté temprano y fui a desayunar al casino del pueblo. Todas las mesas
estaban vacías. Al cabo de un rato, perfectamente vestidos, peinados y
afeitados, se presentaron dos de mis secretarios con la nueva de que aquella
noche otros dos judíos habían muerto. ¿De qué?, les pregunté. Lo ignoraban.
Simplemente estaban muertos. Y esta vez no se trataba de dos viejos sino de una
mujer joven y su hijo de ocho meses, aproximadamente. Abatido, agaché la
cabeza y me contemplé durante unos segundos en la superficie oscura y mansa de
mi café. Tal vez se han muerto de frío, dije. Esta noche ha nevado. Es una
posibilidad, dijeron mis secretarios. Sentí que todo giraba alrededor de mí. -Vamos
a ver ese alojamiento-dije. -¿Qué
alojamiento?- se sobresaltaron mis secretarios. -El
de los judíos-dije ya de pie y encaminándome hacia la salida. Tal como me imaginaba,
el estado de la antigua curtiduría no podía ser peor. Hasta los propios policías que estaban de vigilancia se quejaban.
Uno de mis secretarios me dijo que por las noches pasaban frío y que los turnos
no eran respetados escrupulosamente. Le dije que arreglara con el jefe de la
policía el asunto de los turnos y que le llevaran mantas. Incluidos los judíos,
naturalmente. El secretario me susurró que iba a ser difícil encontrar mantas
para todos. Le dije que lo intentara, que por lo menos quería ver a la mitad de
los judíos con una manta. -¿Y
la otra mitad?-dijo el secretario. -Si
son solidarios, cada judío compartirá su manta con otro, si no, es asunto suyo,
yo más no puedo hacer-dije. Cuando volví a mi
oficina noté que las calles del pueblo lucían más limpias que nunca. El resto
del día transcurrió de manera normal, hasta que por la noche recibí una llamada
de Varsovia, de -Parece
que ha habido un error- dijo la voz. -Eso
parece-dije yo, y me quedé en silencio. El
silencio se prolongó un buen rato. -Ese
tren tenía que descargar en Auschwitz- dijo la voz de adolescente-, o eso creo,
no lo sé muy bien. Espere un momento. Durante diez minutos me
mantuve con el aparato pegado a la oreja. En ese intervalo de tiempo apareció
mi secretaria con unos papeles para que yo firmara y uno de mis secretarios con
un memorándum sobre la pobre producción de leche de nuestra región y el otro
secretario, que quiso decirme algo pero yo lo mande a callar y que escribió en
un papel lo que tenía que decirme: patatas robadas a Leipzig por sus propios
cultivadores. Lo que me sorprendió mucho, pues esas patatas habían sido
cultivadas en granjas alemanas, por gente que se acababa de establecer en la
región y que procuraba mantener un comportamiento ejemplar. ¿Cómo?, escribí en el
mismo papel. No lo sé, escribió el secretario debajo de mi pregunta,
posiblemente falsificando hojas de embarque. Sí, no sería la primera vez,
pensé, pero no mis campesinos. E incluso si fueran ellos los culpables, ¿Qué
podían hacer?¿Meterlos a todos a prisión?¿Y que iba a ganar con ello?¿Dejar que
las tierras quedaran abandonadas?¿Ponerles una multa y empobrecerlos aún más de
lo que ya estaban? Decidí que no podía hacer eso. Investigue más, escribí bajo
su mensaje. Y luego escribí: buen trabajo. El secretario me sonrió,
levantó la mano, movió los labios como si dijera Heil Hitler y se marchó de puntillas. En ese momento la voz
adolescente me preguntó: -¿Sigue
usted ahí? -Aquí
estoy- dije. -Mire, tal como está la situación no disponemos
de transporte para ir a buscar a los judíos. Administrativamente pertenecen a No
respondí. -¿Me
ha entendido?-dijo la voz desde Varsovia. -Sí,
le he entendido-dije. -Pues
entonces todo está aclarado, ¿no es así? -Así es-dije yo-. Pero me gustaría recibir esta
orden por escrito-añadí. Escuché una risa cantarina al otro lado del teléfono.
Podía se la risa de mi hijo, pensé, una risa que evocaba tardes de campo, ríos
azules llenos de truchas y olor a flores y pasto arrancado con las manos. -No
sea usted ingenuo- dijo la voz sin la más mínima arrogancia-, estas órdenes
nunca se dan por escrito. |