Publicado en General el 30 de Noviembre, 2009, 16:56
por pjavkin_
A quien pueda interesar
Que otros hagan aún el gran poema los libros unitarios las rotundas obras que sean espejo de armonía
A mí sólo me importa el testimonio del momento que pasa las palabras que dicta en su fluir el tiempo en vuelo
La poesía que busco es como un diario en donde no hay proyecto ni medida
Alta traición
No amo mi patria. Su fulgor abstracto es inasible. Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques de pinos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas -y tres o cuatro ríos.dida
Publicado en General el 30 de Noviembre, 2009, 16:51
por pjavkin_
El escritor mexicano José Emilio Pacheco ganó el Premio
Cervantes 2009
Pacheco se ha convertido en el cuarto mexicano en ganar el premio tras Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol, reconocidos en 1980, 1987 y 2005 respectivamente.
El escritor mexicano José Emilio Pacheco fue distinguido hoy con el Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras españolas, dotado con 125.000 euros (unos 187.000 dólares). Así lo anunció la ministra de Cultura de España, Angeles González-Sinde.
"Definir a Pacheco es definir el idioma entero", dijo el presidente del jurado, José Antonio Pascual, al justificar el premio en un acto celebrado en la sede del Ministerio de Cultura en Madrid. Es "un poeta excepcional de la vida cotidiana con profundidad y capacidad de recrear un mundo propio", agregó.
Los miembros del jurado, destacó también Pascual, quedaron impresionados por "su condición de poeta excepcional", pero también porque es un "narrador importantísimo".
Nacido en Ciudad de México en 1939, Pacheco ha cultivado distintos géneros en su obra, desde el cuento y la novela, hasta el ensayo y el periodismo.
El poeta argentino Juan Gelman, ganador del Cervantes en 2007 y miembro del actual jurado, aseguró por su parte sentirse "muy contento" de que la elección recayera en Pacheco, "una figura intelectual que no se repite mucho en América Latina, porque a sus dotes de poeta une las de narrador, crítico y periodista".
El literato mexicano, considerado uno de los principales poetas contemporáneos en América Latina, era considerado uno de los favoritos al galardón, después de que el año pasado el español Juan Marsé se hiciera con el Cervantes. Según una "ley no escrita", el premio debe rotar todos los años entre el continente americano y España.
Pacheco, que se formó en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y es desde entonces íntimo amigo del escritor Carlos Monsiváis, ha traducido además al español a autores como Samuel Beckett, Oscar Wilde y Tennesse Williams.
Para la crítica, su obra refleja una profunda preocupación ética, así como un especial interés por la realidad de Ciudad de México, de la que también narra los horrores de la violencia.
En su país, ha sido reconocido también por su obra periodística, por la que recibió el Premio Nacional de Periodismo Literario y el de Periodismo Cultural Fernando Benítez. Entre las más destacadas de sus creaciones se encuentran las novelas "Las batallas en el desierto" y "El principio del placer", así como las antologías poéticas "Tarde o temprano", "Alta traición" y "Los elementos de la noche".
Pacheco es el cuarto autor mexicano que se hace con el máximo galardón de las letras hispanas. Antes ya lo habían ganado Octavio Paz (1980), Carlos Fuentes (1987) y Sergio Pitol (2005).
Entre los premiados se encuentran, entre otros, Jorge Luis Borges (1979), Mario Vargas Llosa (1994) y Camilo José Cela (1995). Recientemente, Pacheco fue también galardonado en España con el Premio Reina Sofía de Poesía 2009
Hace poco, en un reportaje, “sentado cómodo en el lobby de un hotel cinco estrellas del
microcentro porteño” (según el periodista), el escritor mexicano Jorge Volpi descerrajó una
frase picante, provocativa: “América latina no existe”.
La fundamentación posterior fue clara: “No existe como una realidad sociopolítica
completa. Ni tampoco existe como el sueño bolivariano de una América hispana por completo unida.
Quizá lo que no existe son estas imágenes construidas de América latina que habían estado vigentes
hasta hace muy poco tiempo. Lo que existe ahora es una América latina distinta, fragmentada, que se
conoce muy poco a sí misma, que es prácticamente incapaz de mantener flujos constantes de
información de un país a otro, aunque a veces sean incluso vecinos”.
Ah, dice uno. La descripción es correcta. Lo que no parece feliz es el regodeo del mexicano
en la mera enunciación de los problemas. Hace falta poner énfasis en las posibles, necesarias
soluciones. Porque la realidad descripta no emana solamente de los errores propios, sino de las
intenciones ajenas.
Al imperio no le conviene la unidad latinoamericana. En ningún terreno: político, económico,
cultural. En el ámbito específicamente literario, muchas editoriales con sede en España propugnan y
difunden el castellano “neutro”. Es decir, aquel al cual se le extirpan
prolijamente –como si fueran tumores– regionalismos,
color, calor y sabor locales (mientras no sean españoles, claro). Vaya a saber lo que estos
“editores” hubieran hecho con Rayuela, con Juntacadáveres, con El Siglo de las Luces,
con La Ciudad y los Perros. Vaya a saber. Lo que es seguro es que no las hubieran publicado, o les
hubieran pedido a Cortázar, Onetti, Carpentier y Vargas Llosa (“aquel” Vargas Llosa, no
este) que les sacaran cien o doscientas páginas y erradicaran todo rastro de habla nacional. ¿Y si
se hubieran tropezado con Joyce, con Faulkner, con Erskine Caldwell? Madre mía.
Dice Volpi que él no cree en las “grandes narrativas”, que su generación no está
desencantada porque nunca se “encantó”. El chileno Roberto Bolaño no adhería en el
final de su vida a las utopías izquierdistas pero su obra es una apuesta al riesgo, la
autenticidad, el lenguaje en estado de ebullición y las raíces latinoamericanas. Con ese
capolavoro que es Los Detectives Salvajes, Bolaño ganó la apuesta.
Mucho de lo que dice Volpi, por otra parte, es cierto: solemos ignorar por completo lo que
hacen nuestros vecinos. En el terreno literario, son contados con los dedos los argentinos que
conocen la producción chilena, uruguaya, colombiana, peruana, venezolana o mexicana. Volpi, por
ejemplo, viene del país que dio poetas como Ramón López Velarde, José Gorostiza, José Juan Tablada,
Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Emilio Pacheco y Jaime Sabines, o prosistas como Mariano
Azuela, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Fernando del Paso. Casi ninguno es de
consumo masivo. ¿Quién lee a los chilenos Pablo de Rokha, Enrique Lihn o Jorge Teillier? ¿Quién al
peruano Martín Adán, la uruguaya Idea Vilariño, el colombiano Álvaro Mutis? Muchos lectores
“enterados” de la Argentina siguen prefiriendo las pésimas traducciones peninsulares de
autores de moda a obras trascendentes escritas en su propio idioma. Eso no es casual, por cierto:
el autodenominado “mercado” los condiciona. Basta repasar qué libros promocionan las
publicaciones especializadas. ¿Especializadas en qué?
Volpi parece no ver nada de eso. Todo indica que él y quienes piensan como él suponen que lo
que ocurre en América latina es fruto excluyente de la propia imbecilidad. Yo no tengo dudas de que
un porcentaje de los problemas emana de esa característica, de la cual ciertamente no adolecemos.
Pero a la vez creo que corresponde denunciarla, enojarse con ella. Aun cuando se lo haga desde la
imbecilidad personal. Y sobre todo corresponde enfrentarse con quienes no nos defienden. Con
quienes nos mienten. Con quienes nos usan. Con quienes nos entregan.
En fin, Volpi, América latina goza de buena salud y seguramente va a mejorar, mal que les
pese a muchos (espero no a usted). En cualquier barrio rosarino dirían: “¡Minga no
existe!”. Perdón por el localismo.
Le recuerdo el chinchorro, eso vendría a ser el coraclo. Su padre venderá el barco para hacerse una casa en la que vivirá con su nueva pareja y sus dos hijas. Manuel está abatido, le duele leer libros de aventuras de navegantes. Lo opuesto pasa en la novela: en una embarcación muy pequeña y rudimentaria el protagonista se lanza a recuperar el barco.
Charlamos del miedo y del valor yviene la imagen de Coraje el perro cobarde.
Con Piratas del caribe traemos la idea de la inseguridad que tenían las travesías,la ambición, la gula, o el deseo de llegar a un lugar desconocido.
El miedo que tuvimos el día del diluvio llegando a Paraná. Todavía viajábamos los cuatro juntos. Evocamos aquel miedo.
La mesa de vidrio atestada de libros, manuales, fotos, masitas Ópera y la leche con chocolate, mis puchos, café y cenicero. El escenario del diálogo siempre.
Las colonias portuguesas en Africa, India, China y Japón. Los marineros de altura que había en España. Colón que persigue el este por el oeste.
-“1492” La conquista del paraíso y aquí al lado los portugueses La Misión.
-El astrolabio y el sectante…
-el G.P.S. de antes.
Me dice que no entiende el feudalismo, hablamos de Robin Hood; ahora me pregunta sobre la peste negra que trajeron los navegantes genoveses, recordamos las murallas de Luca, esa foto con él. Los burgos…por eso burguesía. Ni siquiera enterraban los cuerpos, las calles tan angostas que no pasaba ni un caballo ni un buey:
-acordáte de Cefalú, cuando cenamos en un patio y oíamos los gritos de aquella mujer. Estábamos casi en esa pieza, ahí, abajo.
-En aquél tiempo no se recolectaba la basura…
Después también se cansaron de los monarcas, era injusto; y dejamos atrás el tema de los marinos.
-La máscara de hierro, dice Manuel.
-Tal cual. El pueblo muerto de hambre y ellos con sedas, pavos rellenos y vinos espumantes.
-Como los zares de Rusia, el palacio de verano en San Petersburgo
-Sí, así. Unos hijos de mil putas… por eso la revolución en Francia.
-Entonces la primera edad fue de imperios, recapitula.
-Sí, digo, las pirámides y los esclavos, la expansión del imperio romano.
-El príncipe de Egiptoy Gladiador
-Las fuentes de la historia, le digo, son los testimonios escritos, los monumentos y restos, los visuales, la tradición oral. ¡Dejá de moverte, la puta madre!, esto ya me lo sé, vos sos el que tiene dudas… atendé, miráme cuando te explico.
-¿los restos también?
-Claro, los restos del Pucará en Tilcara, los restos de los templos en Agrigento, y todas las películas que viste son fuentes visuales.
Y le leo un texto de un testigo de la peste bubónica en Florencia. En el manual hay dibujos de la época.
Estudiamos con Manuel de vez en cuando. Pensamos juntos. Apela a lo que vió, tocó o vivió. Y recién de ahí al manual. Si no hacemos relación entre la palabra y la imagen (es más que la imagen visual) olvida lo que leyó. Hasta La isla del tesoro… del film al contenido, del turismo al libro. Sacamos conclusiones, repasamos, imaginamos qué hubiera sucedido si tal cosa o tal otra, relacionamos, jugamos… está creciendo y me pide ayuda cada vez menos. O de otra forma, más sutil.
Me quedan archivos sin compartir, miles. Por ejemplo el miedo a morir del personaje de Woody de la última peli. Historia del siglo XXI, al fin y al cabo.
Esto de estudiar con Manuel, me lleva al tiempo en que me sostenían las cartas de amor semanales, una dieta infrahumana y Serú Giran en el equipo (o la noche en la ópera de Quenn). A mi también me pasaba que estudiar era un deseo de otro. Pero siempre estuvo el cine que permite ver “todo el panorama”. Síntesis adecuada a la época del ícono y la imagen…o la novela, o la música.
El disco rígido completo, y yo que vacío cada vez menos. Buen momento para dejarme chorrear impresiones por los pies. Como en aquella época en que leía las cartas descalza en el cesped del jardín y arrancaba pastitos con los dedos.
Publicado en General el 27 de Noviembre, 2009, 18:08
por Mayra
Hace unos días, diez , veinte, diecisiete precisamente que no puedo evitar hacerme una lloradita. Lo peor es que me ataca. Aparece. De la nada absorbe mi aire con un pellizco en la traquea.
Duele algo. No puedo definir bien que es, pero duele. No discrimina lugar ni público ni situación. La vida me volvió buena actriz de cine mudo. En el bar esquivo hacia la ventana o disimulo leer el diario. La tinta en papel prensa se vuelve estrellada con mis mocos. Una vía láctea de lágrimas. En el trabajo argumento que la migraña hace hinchar mis ojos. No aspiro a que crean mi función pero agradezco que no indaguen. Así el embalse sigue resistiendo un poco más. Unas horas más. Unas cuadras más. Unas estupideces más. Hasta llegar a casa y gozar de ese dolor sin dar explicaciones. Dolor sin cuerpo.
Y lloro. Tanto. Leo a Lorena Aguado y lloro. Veo fotos de Pilar y lloro. Hasta lloro con Geraldine del negro Castro. Me pregunto si los mililitros ya superaron la última tormenta que inundó mi terraza. Ahogándome en la repetición de equivocaciones. Me veo nadando crol con mala técnica en este inodoro gigante. Embudo que me traga a esa tarde final. Y no mejoro la patada. Y no domino el cuerpo que serpentea. Y no me sirve la respiración. No. No. No.
Tengo imágenes grabadas en elrojo de los ojos de las fotos. Son agujas que hincan mis lagrimales. Y tus palabras. Hablaste de sintonía. De vidas distintas. De mis necesidades. De tus incapacidades. Cansada de escucharte enumerar mis virtudes y que no elijas ni una, ni una solita, para quedarte a mi lado.
La época del año no ayuda. Supongo que el agotamiento y los adornos navideños suman peso a mi quebrantamiento.
En el cable pasan Nothing Hills. Yo quería ese final para esta película. Tal vez si le decía :" Sólo soy una chica, parada frente a un chico, pidiendole que la ame". ... te olvidabas de las diferencias.
Ahora río. Sonrío, no río a carcajadas.Trato de que la comedia gane al drama y me imagino cruzando el océano con un hacha. Llegar a ese jardín. Encontrar ese perfecto banco de madera y darle tantos hachazoshasta que todo sea polvo. Como lo que alguna vez creí. Y que ya no exista. Y que ya no duela.
Me reivindico como la dama del hacha e intento volver a ser una chica superpoderosa. Práctica. Nada de finales felices. Pienso que algún día lamentará levantar esos ladrillos de miedo. Pero sin embargo. Hoy. Precisamente hoy que quiero pensar que él pierde más que yo. Hoy no me siento feliz.
No puedo sostener una línea argumental. Las ideas discurren en mi mente como explotadas, explotando. Inmediatamente veo algo (lo pienso), veo su reverso.
*
Quirófano. Más no-tiempo. Me concentro en desviar la mirada de las patentes. No lo logro. Sumo obsesivamente.
*
Una señora limpia la escalera, está impecable; es decir, ya estaba impecable antes de la señora. Echa agua desde arriba, el agua cae escalón por escalón. Sí, amor; no, amor, dice. Yo espero. Espero. Espero. Cuando se abre la puerta, guardo todo. Escribir, aquí, está mal visto.
*
Sobre Rulfo: La captación del paisaje con prodigiosa brevedad y una especie de vibración sensorial agónica.
*
Hoy pasé por Las Tinajas. Fue una mirada de soslayo desde el auto y sin embargo algo percibió el cuerpo, como la memoria del cuerpo una tarde en que dos casi niños jugaban al amor y quién sabe, lo haríamos, no lo recordaba en absoluto.
*
Sobre Rulfo: El escritor se vuelve soporte escueto de una experiencia radical y obsesiva: la del raso existir, o ir dejando de hacerlo, en la abstraída memoria de su infancia.
*
Que no me encuentre en la terapia intensiva dos horas por día que me encuentre aquí, la musa, mirando el cielo a través de esta abertura de ochenta por ochenta, la mitad de un tapial y el reflejo del árbol sobre el vidrio que destroza toda intención de completud.
Esto es lo que veo: la ventana cuadrada, abierta de par en par. Atrás, justo dividiendo el plano en partes iguales, mitad de un tapial recién revocado y mitad de un cielo celeste espléndido. Burlándose de la simetría bicolor, un algarrobo se refleja en el vidrio. Es una foto perfecta, y le hago varias tomas mentales ayudándome con los dedos.
*
Con claridad escuché un caballo, entre el ruido de los autos, la heladera y las cacerolas de la vecina se coló un caballo. No es que me guste el surrealismo (me encanta) pero definitivamente explotan las fronteras adentro-afuera, sueño-vigilia, circunstancia-yo. O me estaré sobrepasando con este ejercicio de extrapolación, porque hace un minuto cebé el mate y fui mate, cavidad de madera llena de yerba húmeda, cavidad que se moja una y otra vez con la misma agua, y se vacía, me vacían, succionándome repetidas veces.
*
Toc toc, quién es, pase.
Adentro los muebles están dispuestos en idéntico orden. Ellos también, como muebles, deambulan con precisión absoluta. Ya he oído todas las palabras. Son las mismas. El silencio, hondo, punza también con absoluta precisión entre la garganta y el pecho.
*
Cómo deseo la lluvia. Que llueva, que llueva, que se muela el cielo por la ventana, que la vieja está en la cueva, conmigo, y nos morimos las dos de aburrimiento.
*
Sobre Rulfo: Discurrir inmóvil y reversible del tiempo atmosférico.Esto es: siempre se puede volver al punto donde pasaron los pájaros antes de la lluvia.
*
Los gitanos acampan en la puerta del hospital y molestan a los médicos de guardia por dolencias inverosímiles. Adentro, una gitana agoniza y muere.
*
Reversibilidad, puntos de vista móviles, inutilidad de la argumentación. Repito esto porque no para de llover aunque los poros reventaban de calor y vino el viento con nubes negras y llueve, llueve, llueve, no me canso de llover.
- Necesita algo más? - No. Así está bien, gracias.
Pero no está bien. Casi nada está bien. Y estoy algo cansada de ponerme en punta de pies y balancearme entre el abismo y los jardines. Un péndulo de carne y hueso, dramático y lloroso, que cuelga junto a la ropa de entrecasa de una familia numerosa; a lado de las medias con puntillas de Ema, la más chiquita. Y entonces la lluvia se empecina sobre la ciudad. Se arroja de manera suicida desde las terrazas y cae directamente en los tachos de basura. Lo que sobra queda en la ropa de la gente. El capuchino me moja la nariz y me nubla la vista. Y tiemblo dentro de mí. Como si alguien me hubiera golpeado con esos palillos de metal y me llegara la vibración a las cuerdas vocales. Y canto bajito con la voz aguda. Y tomo el sobre del edulcorante y lo enrollo. Y paso la mano por mi pelo. Y me muerdo los labios. Y lloro tanto… Tanto que la moza me abraza y me dice que ella también lloró antes de venir. Y mira alrededor y me dice que no me preocupe por los demás clientes. Que son inofensivos. Que ellos van a hablar de mi, de la mujer que lloró en el bar, al lado del ventanal. Pero que no podrán saber por qué, entonces van a decir: “estaba llorando… lloraba mucho...” Y yo siento las mariposas muertas en mi estómago. Quiero vomitarlas y ver cómo eran en primavera. Pero la moza me dice si quiero agua. Y entonces vuelvo a mirar la lluvia. Hay demasiada afuera, le digo. Ella sonríe y se va. Nada de esto está bien, pienso. Tomo el teléfono y marco su número.
- Hola - Hola, soy yo - Hola - Decidí viajar al final. Ahora está lloviendo mucho acá. Allá está lloviendo también? - Si, bastante - Estoy en un bar ahora - Ah… - Queria decirte… - Ana… - No, no… quería decirte - Qué? - Que hice 140 kilómetros hacia Buenos Aires - … - Y todavía te quiero.
Publicado en Cuentos el 24 de Noviembre, 2009, 17:09
por Alejandro
DESPUES DE NAVIDAD
ANTES DE AÑO NUEVO
No recuerdo con exactitud. Creo que 1983, diciembre, después
de Navidad y antes de Año Nuevo. Alfonsín no tenía veinte días de vida. Mi papá
confiaba en un peronismo muerto para siempre, a Dios gracias. Tanto como su
fundador, El Conchudo, aún con manos. A las dos de la tarde sonó el timbre. A
través del vidrio pude ver al Alemán Boitel, un poco más allá estaba parado el
Falcon gris del Mimi, el tío de Boitel. Nos invitaban a mi hermano Gustavo
(hasta hoy convencido que Björk y Yoko Ono son tucumanas) y a mí a despedir el
año con cervezas y sangrías en algún bar. Por entonces yo suponía que los años
se despedían de noche, jamás de tarde con 40 grados a la sombra. Por entonces
no me había dado cuenta que esas despedidas carecían de sentido: la mierda era
imperecedera. Se llamaba Carlos Alfredo Beutel Schmitt pero se suponía que Karl
Boitel era más apropiado, más germano. Su fenotipo de los individuos
pertenecientes a los pueblos de estirpe nórdica, tal vez formados por los
sucesores de los antiguos indoeuropeos. En las peñas universitarias conoció a
una chica judía, más tarde su novia. De ella nunca pude saber si cumplía con el
apotegma de las hembras judías, ésto es, muy buenas tetas. En realidad la
sentencia era propia, yo mismo estaba de novio con una chica judía que tenía
muy buenas tetas. El resto, una inferencia de coyuntura, demasiado audaz.
Contra todos los pronósticos Boitel partió a Israel e ingresó en un kibutz.
Allí aprendió el complejo funcionamiento de los equipos de riego artificial.
Era un buen técnico formado en la dura disciplina de los Salesianos. Los
israelíes son expertos en el tema, en especial el riego por goteo. Luego se
mudó a México. Le fue muy bien vendiendo equipos de riego importados desde
Israel. En History Channel
termina Ice Roads Truckers[1]y salto a Weather Channel. Un informe sobre
la temporada 2009 de huracanes en México. Era un gran tipo Boitel, yo lo
quería. Pasábamos las tardes de domingo jugando a la pelota, escuchando los
partidos que relataba el Gordo Muñoz. La radio dentro del arco, protegida por
uno de los palos. El Mimi era hermano de la madre de Boitel y una persona tan
importante en su vida. Un buscavidas, enorme, cabezón, semicalvo, de cara roja
y ojos claros. Ametrallaba palabras, puteaba de continuo, chupaba como un cosaco
y fumaba Colorados. Varios años atrás regenteaba la Cantina Don Bosco, un
bodegón sobre calle Salta, frente al Colegio San José y un viernes a la noche
nos invitó a cenar uno de los mejores pollos a la portuguesa de mi vida. Al
entrar nos espetó "ojo, acá el más gil se coge un avestruz al vuelo".
Mi hermano lo apreciaba. En una oportunidad lo salvó (a él y unos amigos) de
morir por inanición al borde de la Laguna Gómez, en Junín (la última
posibilidad de alimentarse fracasó al colar fideos, a falta de instrumento más
adecuado, con una bolsa de nylon que se reventó ni bien entró en contacto con
el agua hirviendo). El Mimi los rescató, los llevó a comer un asado, los trajo
de regreso a Rosario en el Falcon gris, paró a tomar cerveza fría en cada bar y
sentenció "que calor la puta que lo parió, los gallos caen con
paracaídas". Acá debo vencer la tentación de usar la palabra
"chiringuito". Épocas de autos sin aire acondicionado, ventanilla y
camisa abierta. Murió hace algún tiempo y pidió que sus cenizas sean
desparramadas en el lugar donde alguna vez trabajó y pasó los mejores instantes
de su vida.
Aquella tarde de diciembre fuimos al Bar Wembley, acaso al
Sunderland, ya no recuerdo. No había nadie en la calle, solo nosotros y un mozo
que no tuvo paz. El Mimi, su cadencia al hablar, pedía triples y cervezas. Daba
la sensación que iría a morirse esa misma tarde. Ha pasado tanto que no puedo
evocar la charla, solo al Mimi, a Boitel y a Gustavo frente a los vasos, las
moscas que no nos dejaban en paz y un paisaje borroneado por el perpetuo
polvillo del puerto. Los tres eran grandes fabuladores. Tipo seis decidió
levantarse y partir en busca de algún otro bar donde pudiéramos comerunas costeletas con un par de huevos fritos.
No hubo forma de disuadirlo y recalamos en una pizzería de Mendoza y Santiago
que ya no existe más, sucumbió a un fideicomiso sojero que construyó diez
monoambiente por piso de diez metros cuadrados cada uno. Luminosos, eso si.
Tuvo que contentarse con pizzas y más cerveza. Como a las ocho nos dejó otra
vez en la puerta de casa. Pienso en Boitel, en como pasará los huracanes que
llegan y la Gripe A.
Creo, legalmente, que otra tarde de
diciembre, también después de Navidad y antes de Año Nuevo, mientras caminaba a
refinanciar una deuda me acordé del Mimi y Boitel. Tuve que esperar un rato
sentado al escritorio de la fresca oficina de los usureros con la vista perdida
en el titular de un diario "Embajada de Israel: a nueve meses no hay
pistas". Padre e hijo, a quienes conocía largamente, se sentaron frente a
mí. No me quedaban dudas, áquello era una revancha. Habíamos sido compañeros,
primaria y secundaria. Mucho más que eso, mi primer amigo. Lo fue hasta el
exacto momento en que pisamos la vereda del colegio, terminó el acto de
colación y ya no se escuchó Pompa y Circunstancia. Hasta ahí nuestro peor temor
era, los jueves, caminar cincuenta metros por Pellegrini, cruzar Corrientes, en
el kiosco de revistas no encontrar Corsa y vernos en la obligación de esperar
veinticuatro horas más para saber por qué razón Brian Henton le sacaba canas
verdes a Marc Surer. Éramos dos perdedores, resignados, dos pelotudos que aún
jugaban al Scalextric. Pero pasó lo obvio. A los dos nos afiebraba la chica
judía de muy buenas tetas que sirvió de inspiración para el axioma de tan
dudosa validez y que venía a estudiar a mi pieza con un pulóver rojo, sin
corpiño. Él, gordo, papada, miope y estéril no tuvo chance. Con el tiempo, supe
que nunca lo olvidaría.
Ustedes tienen que prever un poco mejor las cosas. Ustedes
trabajan mal. El vencimiento del documento era 31 de diciembre y vos me venís a
decir, dos días antes, que querés renovarlo hasta la soja. Ustedes no van a
tener soja hasta abril o mayo, si recién terminan con la siembra de la de
segunda. ¿Me equivoco? Ustedes tienen que entender que acá hay un grupo de
inversores a los que tenemos que responder. Fijate esto. Tengo un pedido de
plata de una gente que importa ropa, contenedores enteros. No tienen problemas
en pagar hasta el cinco por ciento mensual (en dólares pensé) porque le ganan
más del diez. Cero riesgos. Te vamos a renovar pero con un aumento de tasa,
cuatro por ciento porque nos conocemos. Tenés que entender que si bien a
nosotros nos interesa cuidar nuestra plata también nos interesa la salud de
nuestros clientes. Hacemos un nuevo documento y sumamos los intereses
devengados hasta ahora, que no me estás pagando, y le incluyo los nuevos hasta
el 31 de mayo. ¿Trajiste el sello?
Asentí y miré el
bolso que llevaba conmigo, acostado sobre la mesa, el cierre hacia mí. Lo abrí.
Una agenda inútil, el sello de apoderado, el Colt 38 corto, pavonado, seis
tiros. Primero gatillé al pecho de mi camarada. Dos veces. Cayó de la silla.
Esperé unos segundos, el padre apoyaba sus manos sobre la sangre en la camisa
celeste. Se desesperaba. Balbuceó el tercer hijo de puta, disparé a su cabeza.
Asentí y miré el bolso que llevaba conmigo, acostado sobre
la mesa, el cierre hacia mí. Lo abrí. Una agenda inútil, el sello de apoderado.
Pregunté "¿tiene el pagaré listo?". Antes de irme, mis hombros un
poco más encorvados, estrecho las manos de ambos y les agradezco la
colaboración, la gauchada que nos están haciendo. Me disculpo por las molestias
ocasionadas. Como a las ocho llegué a la
puerta de mi casa.
En Weather Channel termina el
informe acerca de los huracanes. Me pregunto a cuánto estará un pasaje al DF.
Uno de esos baratos, que paran seis horas en Lima y otras más en Bogotá. Cuando
pase esta mierda de la Gripe A voy a ir a visitar a Boitel.
[1]"Camioneros en el
hielo" muestra los inconvenientes que afrontan un grupo de conductores al
transportar cargas desde Fairbanks hasta Deadhorse, sobre la Bahía de Prudhoe
en Alaska. Ambos puntos están unidos por la James Dalton Highway, una de las
carreteras más peligrosas del mundo.
Publicado en relatos el 24 de Noviembre, 2009, 14:51
por MScalona
Oración por
Adela
Le
pregunté a mi vieja si el perro era de verdad. Dijo que sí, que la chacra
estaba llena de perros. Que entonces no había otros juguetes y que sus
favoritos eran ranas y sapos de las zanjas.Que ella les ponía nombres, que eran sus muñecos. Que hablaba con ellos
y que también hablaba sola, porque aquello era el campo y era 1930. Que no
había escuelas y no había mucho para ver en Los Cardos, Gálvez o Las Rosas. Que
el abuelo era mediero y según dónde arrendase, eran de aquí y de allá.
- Tal vez hayamos visto un circo, pero no estoy segura.Quizá fue después... ya en Rosario, o me lo
soñé.O me lo contaron tus tíos; los
varones sí sabían ir hasta el pueblo y veían cosas... siempre se acordaban de
haber visto a los guitarristas de Gardel en San Genaro.
-¿Quién es la de la foto?
- Tu tía Ñata, Adela, mi hermana mayor.
Luego
me quedé mirando la foto y extasiado, no pude evitar preguntarle si era de
verdad. Si esa niña (mi tía), era de verdad.
* * *
Justo
acababa de terminar de leer "Oración por Owen", de John Irving, y el
personaje es descripto como un muñeco, un niño pequeño pero muy bonito y con rasgos
de escultura fina, mármol biselado, porcelana y cosas así.Owen es un niño superdotado que al mismo
tiempo está signado por una cantidad de hechos extraordinarios. Luego se va
revelando como una especie de santo o ángel, pero nada ortodoxo ni almibarado.
Una especie de fenómeno religioso: un niño enviado por Dios para revelarse
únicamente a su amigo, John Wheelright, el narrador de Gravesend,New Hampshire.
Owen me recuerda a
Aliocha, el hermanito menor de los Karamazov, imposible soltar el libro, como
en la biblia rusa, uno se encariña tanto con el pequeñín, que a medida que
pasan los días invade al lector con una felicidad extraña, y le surge un deseo
irrefrenable de salvarlo, retenerlo... cómo decirlo... la última página se vive
como una triste despedida, no por el fin de la historia, sino del libro.
Me hizo tanta
impresión la novela, que casi termino yendo a misa. Ja, creo que la última vez
todavía era en latín. Tuve un deseo profundo de hacerlo. De rezar; de hablar
con alguien que Owen parece revelar en el relato. O con el mismo Owen, o con
Irving o con Aliocha.
Al final no fui,
pero alcancé a escribir un cuento sobre un anciano que se persigna, que hace
una señal de la cruz muy fervorosa y repentina después de años de agnosis, y
mientras hace el gesto sagrado, él mismo se jura que no volverá a repetirlo,
por las dudas.No tiene importancia el
cuento. Quizá yo mismo, todavía, vaya a misa y una noche de estas haga un
Padrenuestro o un Miserere antes de dormirme. Lo normal.
Y el mismo día,
luego, después de la lectura y con esa recidiva cristiana de Owen y mi cuento,
y la foto de mi tía Adela, fui a tomar un café con Pablo Makovsky.Owen lo hubiese atribuido a la providencia o
a una especie de Epifanía, porque Pablo, es el único tipo en Rosario que puede
disputar conmigo quién ha leído y tiene, más libros de León Bloy.Dos aves raras en comunión con un escritor
francés del siglo XIX, un místico, un peregrino de lo absoluto, un fanático
católico.
Bloy es el
escritor religioso, que aún en la peor ruina de mi fe, he mantenido vivo en mi
corazón.Con Pablo empezamos a cambiar
figuritas y al final acordamos que sumando títulos, nos conviene la alianza,
llenar el álbum y compartirlo. Yo le cuento, como a todos, que Luis Gusmán lo
ha plagiado vergonzosamente en su novela "Brillos" (Ed. Sudamericana,
1971), copiándole palabra por palabra la página primera de "El
Desesperado", probablemente, una de las mejores primeras páginas que
puedan leerse en la historia de la literatura. Gusmán ha robado, pero no es
boludo.Total, habrá pensado, ya nadie
lee a León Bloy, salvo nosotros dos. O tres, Gusmán también lo lee. Pero allí
no acaban las casualidades, "Oración por Owen" comienza con un
epígrafe de León Bloy (Irving lo cita, obviamente) y eso sí que es asombroso:
que alguien lo esté leyendo ahora, en New Hampshire.
* * *
Y entonces vuelvo
a la foto de mi tía, y viendo esa manita de la pequeña Adela agarrando el
barandal de la silla, y ese vestido de ángel y ese rostro puro de Bouguereau
verdadero, real, encarnado; y esas órbitas de color del cielo, y esas piernitas
que ni siquiera pueden doblar del asiento, y esos zapatitos charolados y esas
medias breves y el voladito de la falda, y esa cofia de enfermera y ese labio
inferior mordido por alguna decepción o cansancio... Y yo no sé... Me recuerdo
de todo lo que me ha dicho mi madre y de todo lo que yo sé que fue la vida de
mi tía, y del pequeño Owen, que también las pasó negras y de León Bloy,mártir laico en la hoguera de las
editoriales... Entonces casi me sale el gesto y luego el murmullo o la letanía:
la vida es un dolor y me duele tanto viendo esa foto; la belleza me duele, la
integridad...que puedan perderse, que
se acaben. ¿Es que puede ir a la nada algo así tan puro y bonito?Owen, León, Pablo, Aliocha, alguien que me
diga:
– ¿Dios, si estás en
alguna parte, es que no existe un cielo para las muñecas?
Del libro COMPOSTURA
DE MUÑECAS,Ed. Homo Sapiens, 2003.-
La foto debajo es la
tapa del libro
y pertenece aADELA STOCCO, hermana de mi vieja, hacia1925.-
Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde.
Tenía 33 años.
El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad.
Aunque tía Constanza, con reserva pero sin tacto, mencionó esa coincidencia,no he vuelto a ella mi pensamiento hasta hoy que el tema, de cierta manera, ha salido a mi encuentro.
En la agencia el jefe me dijo: “Puede ser su oportunidad”.
Sin requerir consentimiento, me introdujo en la tarea. Sobre el escritorio desplegó tres fotografías y me incitó a descubrir lo que posiblemente él ya había observado.
-¿Que ve en ellas?
Consideré que esperaba de mí una deducción fuera de lo corriente. Inclinado, examiné las fotos, que tenían, cada una, un cuerpo humano, tumbado y vestido. Dije:
-Veo que están muertos, los tres.
-No es una respuesta muy sagaz.
Acepté su mordacidad como una advertencia de que debía ver mejor, y pronto. Me molestó, pero transigí, más bien por el presentimiento de que comenzaba a descifrar. Indiqué:
-Una es mujer, dos son hombres.
Remarqué lentamente, como si costara enterarse. Proseguí, sin prisa:
-Ella y este otro conservan los ojos abiertos. El tercero no.
-¡Oh!-dijo el jefe, se arrancó del escritorio y caminó. Entonces pensé que no soy un bromista y ya bastaba porque asimismo él podía decir basta. Dije:
-Los que tienen los ojos abiertos siguen mirando…
El jefe se detuvo, yo también.
Sentí que entendía y que me importaba lo que había entendido:
-Miran… como si miraran para adentro, pero con horror.
No necesitaba su aprobación-un sonido que me echó-, ni el silencio con que propició la impresión de que algo faltaba. Sí, en mi mente había una mueca de placer sombrío.
No dudé que había acertado, que le había ampliado la visión. Eso ya estaba. Lo que a continuación, con urgencia, precisaba saber, era lo que pregunté:
-¿Los mataron?
-No, se mataron.
Era el embrión de una serie de notas. Un embrión informe.
Discutimos la serie: Historia de los dos casos de los ojos espantados. No conocemos la historia. Alguien, un profesional respetable, proporcionó las fotos; no puede ayudarnos ni decirnos quiénes son ni quién las tomó. Dos casos no dan para una serie. Pero su historia las tomó. Dos casos no dan para una serie. Pero su historia nos hace falta. Hay que averiguar, pesquisa propia. L a policía no colaborará. Se puede probar. No colaborará, no informa sobre suicidios. La publicación provoca el contagio. Suicidios por imitación, epidemia de suicidios, peste de suicidios.
¿Por qué el horror introspectivo? ¿Por qué el placer sombrío? Por ahí puede darse la generalización, más material para más notas, la serie si confirmamos la generalización. Sí. No puede ser la historia de dos, o dos historias que dejaron de ser noticia. Precisamos casos frescos. Habrá que esperar. ¿Esperar qué? Que se produzcan, y ver. No, no se puede esperar. ¿Esperar qué? Que se produzcan, y ver. No, no se puede esperar, dispone de dos meses. Tenemos lista la circular para ofrecer la serie a los diarios. Podemos venderla a treinta vespertinos y tres revistas en color. ¿La quiere sensacionalista? No, seria. Nuestra agencia no es sensacionalista. Como usted dijo vespertinos…Dije no más. Para las revistas precisará diapositivas. ¿Por qué solo revistas a color? Por la sangre, para que se aprecie el rojo; si no, hay que marcarla con una flecha y explicar en el epígrafe, y se pierde. Tiene razón. Trabaje con Marcela. ¿Por qué Marcela? Recuerde, el reportaje del avión caído en la cordillera. Sabe arriesgarse. En este asunto no habrá riesgos, trataremos con muertos. ¿No habrá? Así lo espero. Quién sabe.
Recurro: Mejor sería Pedro, preferiría trabajar con un hombre. Manda: No, Marcela.
Sin decirlo, pienso en Marcela como un negocio particular. Es ascética, parece. Es casi nueva en la agencia y apenas conozco. No nos gustamos. No me gusta, he soltado por ahí. Uno me preguntó por qué. Dije:
“Tiene 30 0 32”. Años, quise decir.
Salgo y me alivio. Me deslumbra el verano. Me deslumbra el verano. Me deslumbra rápidamente me pone pegajoso el cuerpo.
Viene por la vereda una blusa con interiores. Podría decirle algo. Otra, escotada. Nada le digo a ésta tampoco, es inútil para el vehículo, pasan; pero la miro, quién sabe cómo, porque una señorame mira. Es la censura y pretende arrinconarme.
Pienso en la serie. Tendré que ver gente que no me importa porque no es la que lo hizo; personas prevenidas, reacias (quizá Marcela me ayude a llegar a ellas; en su estilo es un cebo, tiene 30).
Pongo el pie en el cajón de lustrar.
Y tendré que hablar, hablar de eso.
Pienso en papá. Yo era como este niño, el lustrador, así de pequeño. Supe que había muerto, ignoraba cómo. Lloré hasta secarme, dormí, desperté, la ceremonia seguía, las visitas susurraban. Alguien, posiblemente mi madre, clamaba: “¡Muerte injusta!” Comprendí lo de injusta-nos dejaba sin él-, pero no pude entender cómo la muerte se introdujo en la casa t se apoderó de papá. Porque en la mañana él estaba vivo, de pie y sano como cualquiera, y murió en la tarde mientras había sol, y yo tenía el convencimiento de que la Muerte era una figura siniestra que daba sus golpes en la oscuridad de la noche. Pregunto, al niño que me lustra los zapatos, qué es la muerte.
Levanta sus ojos marrones y me considera, desde abajo, entre sorprendido e intimidado, si bien no cesa de cepillar.
Mi pregunta ha sido excesivamente abstracta. Me corrijo y sonrió, para atraerlo:
-¿Nunca murió alguien que conocías, un vecino, un tío?...
El chico se encorvaba sobre su trabajo, se concentra y dice:
-Sí, mi papá.
Callo.
Él me espía, con curiosidad: advierto que no me rechaza. Procuro establecer-¿He comenzado mi tarea?-que conoce de los alcances de la muerte, dónde supone que está el que muere.
Contesta que el padre está en un nicho, pero la madre, al principiocontaba que se fue de viaje, y ahora dice que está en el cielo. Él no lo cree. ¿No cree en el Cielo? En el Cielo si, pero el Cielo es para los buenos y el padre le pegaba a la madre.
Estoy pensando un día cargado de muerte. Es suficiente. Entro a un cine donde dan Alphaville. Trabajaré mañana.
Publicado en Ensayo el 23 de Noviembre, 2009, 10:03
por MScalona
Al Mejor Postor
Estas ceremonias, dignas de una página de Roberto Arlt, se llevan a cabo en distintos lugares de Buenos Aires donde arribaba la totalidad de mujeres traídas desde Europa. Uno de ellos era el Teatro Alcázar, sobre la calle Suipacha; otro, el <<Café Parisien>> que también funcionaba como restaurant, emplazado sobre la aristocrática Avenida Alvear 3184 casi esquina Billinghurst, uno de cuyo dos propietarios ( el otro era Salomón Mittelstein) era Achiel Moustowsy, miembro de la Zwi Migdal (la más grande comandita prostibularia hacia 1930, continuadora de la Sociedad de Varsovia) y uno de los ciento ocho personajes que, durante un tiempo, estarían detenidos en la Cárcel de Encausados por orden del juez Rodríguez Ocampo, como consecuencia de posterior caso Liberman.
Los socios terminaron vendiendo el negocio a un trío que incluía, junto a Simón Kumchev, a dos de los nombres más notorios de la cofradía de tratantes: Mauricio Caro y Simón Brutkievich, este último presidente de la Migdal al momento de producirse su debacle apenas iniciada llamada <<década infame>>.
Alzogaray (Comisario Policial Federal) es uno de los testimonios sobre aquellas escenas patéticas: La habitación utilizada para tal fin estaba provista de un tabladoa manera de escenario, en el que aparecía la víctima exhibiendo su desnudez. No bien corríanse lateralmente las cortinas que la ocultaban a las miradas de los asistentes, se anunciaba el remate impulsados por repugnante avaricia. Palpaban la dureza de sus carnes, se detenían en la conformación general del cuerpo y los pechos, de la dentadura y del cabello. Realizado este examen comenzaba la subasta. Formuladas una o dos ofertas, por distintos interesados pero sin revestir nunca los aspectos de una competencia formal, adjudicábase la mercadería al mejor postor.
Entre los espectadores de aquellos remates se contarían no sólo algunos magistrados y policías amigos de los rufianes sino algún notable como George Clemenceau, que en su visita a la Argentina para los fastos del Centenario tuvo tiempo entre agasajos, conferencias y su viaje a Rosario, paraconocer <<in situ>> el tenebroso mundillo de la prostitución organizada, un ambiente, por lo demás, en el que algunos compatriotas suyos tenían por ese entonces un protagonismo singular.
La sociedad remataba mujeres en el Café Parisien, propiedad de uno de sus directivos. El lugar estaba en uno de los lugares más burgueses de Buenos Aires y en uno de los salones del Parisien se montaba un escenario, y al descorrerse las cortinas aparecían las mujeres desnudas. Los invitados al espectáculo eran rufianes, jueces y políticos. El rematador recibía las ofertas, que se hacían en voz alta. Los compradores subían al escenario, palpaban los cuerpos (culo y tetas sobre todo) y hacían la oferta.
Era una autentica <<bolsa de mujeres>>…
(Vazquez-Rial: El cementerio…., op.cit).
El periodista Gustavo Germán González, cronista policial de Crítica rescató en su rico anecdotario publicado el título de 55 años entre policías y delincuentes, y habiendo sido testigo de uno de aquellos remates de mujeres, la peculiar <<oferta>> que el rematador hacía a la expectante audiencia de clientes, integrada exclusivamente por tratantes o rufianes judío- polacos, rusos y franceses: <<Mírenla bien>>, repetía. <<Es gordita, tiene sólo 22 años y nunca trabajó en el oficio. Es obediente. ¿Cuanto ofrecen por ella? <<Dos mil pesos>>, dijo un gordo patilludo. El rematador se mostró indignado por lo ínfimo de la oferta: << ¡Mírenla bien!>>, repetía, y obligando a la mujer a que abriera la boca, insistió en su descripción: << ¡Fíjense bien: no tiene ni una muela picada!>>. Siguió la puja hasta que un rufián pagó 60.000 mil pesos para mandarla a uno de sus negocios en Rosario…
RAFAELIELPI,
EL IMPERIO DE PICHINCHA, Ed. Homo Sapiens, p. 97-99,
obra que presentaremos con el autor el próximo miércoles 25 a las 19,30 hs. en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.-
Publicado en General el 22 de Noviembre, 2009, 13:34
por F Maini.
EL ENFERMO EXILIADO.
El enfermo es un exiliado
En forma compulsiva ha sido obligado a dejar su mundo y a establecerse en otro donde todo cambia. Uno deja de ser el que era.
Ha cambiado su cara, su color, su físico. Ha mutado en un ser menos humano con fronteras borrosas, límites crudos y lenguajes ajenos. Habita en un reino de leyes desconocidas donde manda la enfermedad y los curadores ejercen su poder.
“Es el lado nocturno de la vida, otra ciudadanía” diceSontag.
Para quienes amamos la noche, nos resulta injusto tomarla como metáfora de la enfermedad. Más vale la definiría como un torturante día de sol pleno, en medio de un desierto sin final,donde uno anda sólo y con poca reserva de agua. Nuestros huesos están rotos, las pieles lastimadas y los dioses han desaparecido.
Y llega la terrible soledad. Los que te aman te escuchan……. un rato.
Te acompañan sin saber que hacer, ni decir y uno siente que quieren irse, alejarse de esta imagen que, quizás, esté también en su futuro.
La filosofía se escapa de los libros y todo lo que leímos y pensamos sobre la finitud de la vida, se hace realidad.
Ya llegó. Acá está. Es el fin. Se acabó lo que se daba. El mundo sigue andando, un tren a la carrera que deja un vagón en vía muerta y se aleja muy rápido. Ahí quedamos nosotros, los enfermos, nos bajaron de la vida. Nos ocultaron. Por un largo tiempo estaremos en “pause”, suspendidos. El dolor, con nosotros.
Cuando parece que nada puede ponerse peor, aparecen los médicos.
Y los hospitales.
Y los pasillos.
Y las esperas. El poder ha cambiado de mano. Ellos, los poderosos, los de verde, son tus nuevos amos.
Son los guardianes de tu nueva vida.
Unos pocos, compasivos, humanos. Los otros, en su negocio.
Cuesta la adaptación. Te convierten en un número. O peor. Pasas a ser ”el pulmón de la 220” o”la fibrosis del 306”.
Llegan con un séquito detrás que, con voz servil y temerosa, le dicen “señorprofesor”. Ninguno te mira a los ojos. Como mucho una palmadita. Miran a tus parientes. Te anuncian lo que tenés casi con alegría, ven honorarios jugosos. Te dan diagnóstico y tratamiento, todo con voz monocorde y algo pedante, como mostrando su sapiencia.
Y sigue el “nosepreocupe”, las estadísticas y “la veo mañana a las siete y en ayunas”
Pero se olvidan de uno.
Dejaste de ser persona. No te preguntan por tus miedos. Tus dolores no interesan. Nunca te escuchan. Pocos saben tu nombre. Y si en algún arrebato cuestionas sus saberes o pedís otra droga o una simple explicación, la respuesta soberbia trae envuelto un rótulo de “paciente complicado”. Un nuevo escalafón en el temido purgatorio.
Las indignidades y las humillaciones vienen con el tratamiento.
La sumisión es mérito. Y el silencio se reconoce cómo coraje. No protestar.
Te dan vuelta en la camilla, te desnudan delante de otros y te estudian como si fueras ya cadáver en la morgue. Te dejan en el frío y te dicen ya vuelvo. Es mucho pedir que te cubran con una manta. Las esperas en ayunas. Cuando entras al consultorio no llega la disculpa. Imposible. No conocen la palabra.
Entendés en seguida que la atención es distinta si pagas prepago caro. Se desmejora bastante si tenés prepago barato u obra social (salvo las que agrupan a los poderosos de leyes o medicina).
Y que Dios te ayude si no existís en blanco. Se vuelven laberínticos los caminos a la nada. Si, a la nada porque el que tiene dinero, tiene salud. El resto, no existe. Arréglese como pueda, mija….el estudio es pago. O saque turno para dentro de cientocuatro días, con muchas probabilidades de que la muerte llegue antes. La parca es más eficiente.
Es largo el proceso para volver de este exilio.
Primero hay que curarse. Después superar pesadillas y temores de ser otra vez el alieno enfermo. Lleva tiempo. Uno cambia. Los demás no lo saben. Pero uno no es el mismo. No te reconocen. Nadie entiende.
Y uno no olvida, nunca olvida.
Especialmente cuando llegan las elecciones.
Lo que alguna vez fue una fiesta se transforma en un odioso momento sin salida. Pomposos funcionarios enriquecidos en un día, se llenan la boca hablando de “La Salud”. Sabemos que mienten, que nada va a cambiar. Ninguno de los recibidores de votos va a cambiar este sistema funesto donde la plata manda.
Las cartas volvieron a llegar, ahora armoniosamente: una escrita con la ancha letra azul junto con otra escrita a máquina. No sentía lástima por el hombre sino por lo que evocaba cuando venía a beber su cerveza y pedir sin palabras, sus cartas. Nada en sus movimientos, su voz lenta, su paciencia, delataba un cambio, la huella de los hechos innegables, las visitas y los adioses.
Esta ignorancia profunda o discreción, o este síntoma de la falta de feque yo le había adivinado, puede ser recordado con seguridad y creído. Porque, además, es cierto que yo estuve buscando modificaciones, fisuras y agregados y es cierto que llegué a inventarlos.
En esto estábamos mientras iba creciendo el verano, en enero y febrero, y los rebaños de turistas llenaban los hoteles y las pensiones de la sierra. Estábamos, él y yo –aunque él no supiera o creyera saber otra cosa- jugando durante aquel verano reseco al juego de la piedad y la protección. Pensar en él, admitirlo, significaba aumentar mi lástima y su desgracia. Me acostumbré a no verlo ni oírlo, a darle su cerveza y sus cartas como si las acercara a cualquier otro de los que entraban al almacén con los disímiles uniformes de verano.
-No crea que no me doy cuenta -decía el enfermero-. No quiere hablar del tipo. ¿Y porqué? ¿También a usted lo embrujó? Es de no creer lo que pasa en el hotel viejo. No saluda a nadiepero nadie quiere hablar mal de él. De la muchacha, sí. Y ni siquiera con Gunz; no se puede hablar con Gunz de la muerte del tipo. Como si él no supiera, como si no hubiera visto morir a cien otros mejores que él.
Todos los mediodía el hombre recogía sus cartas, tomaba una botella de cerveza y salía al camino, insinuando un saludo, metiéndose sin apuros en el insoportable calor, atrayéndome de sus hombros, con lo que había de hastiado, heroico y bondadoso en su cuerpo visto de atrás en la marcha. Acababa de terminar el carnaval cuando la mujer bajó del ómnibus, dándome la espalda, demorándose para ayudar al chico. No se detuvo junto al árbol ni buscó la figura larga y encogida del hombre; no le importaba que estuviera o no allí, esperándola. No lo necesitaba porque él ya no era un hombre sino una abstracción, algo más huidizo y sin embargo más vulnerable. Y acaso estuviera contenta por no tener que enfrentarlo en seguida, tal vez hubiera organizado las cosas para asegurarse esta primera soledad, los minutos de pausa para recapitular y aclimatarse. El chico tendría cinco años y no se parecía ni a ella ni a él: miraba indiferente, sin temor ni sonrisas, muy erguida la cabeza clara, recién rapada.
No era posible saber que se traía ella detrás de los lentes oscuros; pero ahí estaba el niño, con las piernas colgando de la silla y ahí estaba ella, acercándose el refresco, acomodándose el nudo de la corbata escocesa, aplastándose con la saliva el pelo sobre la frente. No quiso reconocerme porque tenía miedo de cualquier riesgo imprevisto, de delaciones y pasos en falso; me saludó, al irse, moviendo lo indispensable la boca, como si los labios, los anteojos, la palidez, la humedad bajo la nariz, todo el cuerpo grande y sereno no fuera otra cosa que un delegado de ella misma, del propósito en que ella se había convertido, y como si considerara necesario mantener este propósito libre de roces y desgastes, sin pérdidas de lo que había estado reuniendo y fortificando para dar la batalla por sorpresa en el hotel viejo. Y acaso ni siquiera eso; acaso no me veía ni me recordaba y, en un mundo despoblado, en un mundo donde sólo quedaba una cosa para ganar o perder, persistiera, sin verdaderos planes, con sencillez animal, en la conservación apenas exaltada de la franja de tiempo que iba desde su encuentro en la sala de baile, en un reparto de medallas y copas, con el pívot de un equipo internacional de básquetbol, hasta aquella tarde en mi almacén, hasta momentos antes de colarse en una pieza del hotel, empujando con las rodillas al niño impávido para apelar, sucesiva, alternativamente, a la piedad, a la memoria, ala decadencia, al sagrado porque sí.
Estábamos los tres en el almacén vacío, esperando que sonara la bocina del ómnibus para Los Pinos.Le miré los hombros redondos, la lentitud protectora, caso irónico de los movimientos con que atendía al chico e iba vaciando su propio vaso de naranjada. Comparé lo que podía ofrecer a ella y a la muchacha, inseguro acerca de ventajas y defectos, sin tomar partido por ninguna de ellas. Sólo que me era más fácil identificarme con la mujer de los anteojos, imaginarla entrando en la pieza del hotel, prever el movimiento de retención e impulso con que ella trataría de cargar persuasiones en el niño para lazarlo enseguida hacia el largo cuerpo indolente en la cama, hacia la cara precavida y atrapada alzándose del desabrigo de la siesta, revindicando su envejecido gesto de entereza desconfiada.
Entre las dos, hubiera apostado contra toda razón por la mujer y el niño, por los años, la costumbre, la impregnación. Una buena apuesta para el enfermero. Porque al día siguiente, en un paisaje igual, con idéntica luz que el anterior, vi la pequeña valija de la jovencita oscilando frente a la puerta del ómnibus los mismos trajes grises, el sombrerito estrujado por la mano enguantada, blanca.
Entró con la cabeza demasiado alta, aunque con aquella inclinación, que la atenuaba, que parecía insinuar, engañosamente la capacidad de separarse, sin verdadera lucha, e todo lo que viera o pensara. Me saludó como desafiándome y se mantuvo derecha frente al mostrador, la valija entre los zapatos, tres dedos de una mano hundidos a medias en el bolsillo de la chaqueta.
-¿Se acuerda usted de mí? –Dijo, pero no era una pregunta-. ¿A que hora tengo algo para el hotel viejo?
-Tiene una media hora de espera. Si prefiere,podemos tratar de conseguir un coche.
-Como la otra vez -comentó ella sin sonreír.
Pero yo no iba a llevarla, en todo caso. Tal vez haya pensado en la imposibilidad de repetir el primer viaje y sorpresa, o en la melancolía de intentarlo. Ella dijo que prefería esperar y se sentó en la mesa que ya conocía; comió la comida del enfermero, queso, pany salame, sardinas, todo lo que yo podía darle. Con un brazo apoyado en la reja, me miraba ir y venir, ensayaba conmigo la expresión tolerante y desplegada que había imaginado durante el viaje.
-Porque cuando llegue ya habrán almorzado -explicó, ayudándose a creer que un servicio de comedor a deshora era el trastorno más grave que llevaba al hotel. Los escasos clientes entraban en la sombra, venían hacia mí y el mostrador con las cabezas inmóviles, los ojos clavados en mi cara; pedían algo en voz baja, despreocupados de que los atendiera o no, como si sólo hubiera venido para interrumpir mi vigilancia, y giraban en seguida para mirarla, curioseando en los platos colocados frente a los ojos con aparatosa sorpresa, con burla y malicia; todos hombres y mujeres sobre toda las inconformables, fatigadasmujeres que bajaban desde la sierra en la hora de la siesta, querían encontrar en mí alguna suerte de complicidad, la coincidencia en una vaga condenación.
Era como si todos supieran la historia, como si hubieran apostado a la misma mujer que yo y temieran verla fracasar. La muchacha continuaba comiendo, sin esconder la cara ni ostentarla. Después encendió un cigarrillo y me pidió que me sentara a tomar café con ella.