el de humor
Publicado en Cuentos el 22 de Septiembre, 2009, 19:10 por M_Castaños
EL TAXISTA
Sebastián es un cuarentón que transpira como un animal, odia la humedad, el calor y la llovizna que nunca termina de ser lluvia. Vive en la ciudad equivocada, Rosario. Un punto del planeta donde el calor y el agua vienen desde afuera y salen desde adentro. Horrible. Y ese día era peor que cualquier otro, no solamente por el clima. El auto se le había parado en plena calle y se tuvo que aguantar gritos en todas las tonadas. No tenía tiempo de llamar a la grúa, vio el taxi que decía “unidad climatizada” y lo tomó ahí nomás. - Buen día jefe- - Buen día, Sarmiento y Córdoba. Estaba lejos, en Gutemberg y no sabía qué calle. - Mal día, ¿no? - Sí, mal día. Se me rompió el auto El taxi tenía aire, olía a perfume, el asiento de atrás estaba tapizado con ule, del espejo colgaba una imagen de la virgen desatanudos y al lado de la guantera salía un palo con un broche donde se enganchaba una imagen de San Cayetano. Atrás, del lado del pasajero, el “no fumar” y la identificación del taxista; detrás del asiento del conductor, una Virgen de San Nicolás. - Se me rompió el auto- insistió Sebastián como para romper el silencio. - ¿Usted esta roto? - No - ¿Está vivo? - Sí - Estamos vivos, nos levantamos todos los días, no nos tienen que cambiar los pañales, no nos tienen que llevar en silla de ruedas, trabajamos…¡Vamos! Sebastián seguía amargado por su auto pero le pareció una buena filosofía. Un rato antes había visto salir un auto de un estacionamiento. El conductor se tuvo que parar en una vereda y una mujer no podía pasar. Preguntó enojada por dónde pasaba… -Por arriba, señora -¿Qué dijiste mocoso? Y la vieja le arañó la mejilla mientras el tipo no sabía qué hacer. - Sí, es cierto, estamos vivos y estamos sanos - ¿Qué edad tiene usted? - 47 - ¡La mejor edad de la vida! - ¿Y usted cuántos tiene? - 54, ¡Que edad! ¡La mejor! - ¿No eran los 47? - Depende, depende amigo. La mejor edad es esta. - ¿Cuál? Un auto se le puso cerca, demasiado cerca, y el taxista le pegó un bocinazo. - Son así estos. En esta ciudad cada uno hace lo que quiere - ¿Cuál era la mejor edad de la vida? - La que uno tiene, jefe, la que uno tiene. ¿Usted se levanta solo todos los días, no le tienen que cambiar los pañales? (Y dale con los pañales, pensó) - Además, estamos vivos, sanos, y tenemos trabajo. Uno tiene que pensar en todos esos otros miserables que la pasan mal. Acá estamos bien. Mire cada mañana, nos levantamos, entra el sol, se escuchan los pájaros. -Yo vivo en San Lorenzo y Sarmiento, muchos pájaros no escucho. -Pero escucha a la gente, jefe, lo más lindo. -Sí, sí, lo más lindo (a esta altura Sebastián empezaba a incomodarse, todo bien con la buena onda, todo bien, pero bueno) - ¿Y los pibes? ¿Los chicos? ¿Tiene chicos usted? Y sí, tiene chicos. Qué cosa verlos crecer, ¿no jefe? No, uno aprende, ¿vio? A esta vida no la cambio por nada - Tampoco hay nada para cambiarla. ¿Hace mucho que está con el taxi? - Tenía otras cosas, pero esto es lo mejor, siempre uno busca lo mejor, ¿no? -Seguro - Y ese otro, mírelo, con el celular. Y no para. Y sigue hablando, y mire cómo maneja. - La gente está muy nerviosa - No, jefe, la gente es estúpida - Ah, bueno - ¿Y este otro? ¡Otro con celular! ¿Qué hacemos con estos? - Nada, supongo - ¿Nada? Después te revientan el auto, esconden el celular y te echan la culpa estos hijos de mi… ¡Mirá aquel, pasa por donde se le da la gana! - ¿Es devoto de - ¿De qué? - Digo, sigue a - Me dio todo, y me lo va a seguir dando, jefe, cuando me vaya de aquí. ¡hijunarretumarre!- Un auto se le cruzó por la izquierda. -¿Se da cuenta? Estos gorrrnudos de Un auto se le cruzó por la izquierda y le cortó el paso. –¡Pasá, pasá, la regonchputetumarre! - ¿Y los pajaritos? -¡Qué pajaritos! - Digo, bueno, nada - Esta ciudad esta llena de borregosijuangranputa Sebastián se tranquilizó pensando en que el viaje ya se terminaba, y buscó distender la cosa. - Dentro de poco viene la procesión a San Nicolás. Hay que ir- mintió. - Ahí voy a estar. Pero yo no soy de esos que siguen a Faltaban tres cuadras para llegar y Sebastián rogaba a esa altura bajar del auto. La frenada sonó y parecía interminable. Hasta que se paró con el estruendo. Se sintió el impacto atrás y el taxi avanzó un metro sobre las ruedas rígidas. El taxista giró la cabeza y Sebastián vio los ojos salidos de órbita. –Cagamos- pensó - Jodeveintecamionedesborrrrrrdadosdeputas - ¡Es un accidente, no es grave! dijo Sebastián. - Jodunanrremilputalomatolomato El taxista bajó enloquecido. Estaban en pleno centro. El de -¡Quémmmmierrrrrdastabasaciendolareconchitumarrrrre! -Se me fue el freno, señor -¿Se te fue el freno larrrreputamadreqtepario? Volvió al auto y agarró un palo. No quedaba bien claro para qué lo tenía. Era un palo de escoba sin escoba, cortado con serrucho para que quedara corto. – A estos hay que hacerles como Hitler, como Fidel, como ese de los armenios, paredón y punto. El de -Te voy a agarrar a vos, hijucunchitulaqueteparió Palo en mano, el taxista emprendió la persecución. El de Parecía que lo peor ya estaba hasta que aparecieron los perros de la calle. Uno rubio y otro negro. Estaban hacía un rato mordisqueando ruedas en la otra esquina. El taxista seguía en plena persecución, corría al dueño de -Es un pedazo de fierro, es un accidente, tengo seguro- se le ocurrió al de -¡Los chicos, los chicos, los pájaros, los pañales! Le gritó Sebastián desde el auto, sin animarse a salir. - ¿Tenés seguro hijunagranreputa? ¡Seguro te voy a hacer carne picada! -Haya paz, haya paz- decía Sebastián. Taxista y chocador quedaron uno y otro de cada lado de los autos. El taxista bajó su “arma” y el perro pensó que era un juego. Apretó el palo con su mandíbula de vagabundo y tironeó fuerte y seco. Un movimiento de boca y el palo le quedó enterito a su disposición El taxista desesperó. El de El atorrante salió corriendo con el palo, el taxista atrás, el de Sebastián miró el registro del viaje, vio cuánto costaba hasta el momento, buscó la plata en la billetera, la dejó agarrada a la estampita de San Cayetano, abrió la puerta y pensó: “Menos mal que no tengo que usar pañales”.
MARCELO CASTAÑOS |