Septiembre del 2009
Publicado en La vi y me gustó el 30 de Septiembre, 2009, 23:19
por negrointenso
les recomiendo esta peli, que mirada con atención, habla de los procesos creativos en diferentes épocas, la actuación de Merill es impecable, doña Petrona hecha un poroto, si pueden escaparse al cine la van a disfrutar, no quiero ser prejuiciosa pero creo que es película para mujeres más que para varones.
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Publicado en Cuentos el 29 de Septiembre, 2009, 13:33
por G_Gómez
Cortar la racha
En la noche y en aquel bar casi todos lo conocían. Detalles más, detalles menos, coincidían en verlo como un fracasado. El tipo enaltecía su apodo sin saberlo y buscaba su levante por el lado de la lástima. Aplomaba su discurso maldiciendo a una mina que quiso y lo había abandonado. En realidad, la construcción precisa de la oración sería: “ella le había dejado” …dejado adornada la cabeza y una deuda en tarjetas, que desconocía hasta el embargo del sueldo.
En la división de bienes, mordido de bronca -más por los cuernos que por la tarjeta-, atacó sin piedad. Ella tuvo que resignarse a todas esas porquerías modernas. Se llevó el plasma, dvd, home theather. En definitiva, toda la cuenta muebles y útiles. Él, en cambio, se quedó con el caniche a modo de venganza. El perro lo acompañó durante 17 días. Era epiléptico y en uno de sus ataques temblorosos, quedó duro. Eso sí, se fue con una sonrisa babeante de oreja a oreja. Juan Manuel le valoro que llegará a los tumbos y acalambrado moviéndole la cola, para no olvidarse por el resto de su vida.
El caso que, con el doble abandono, supo dos cosas: la primera que estaba verdaderamente solo. La segunda, que en la puta vida volvería a comprar un perro. Pasadas a medias las zozobras del amor y adhiriendo a la teoría de “ojos que no ven, corazón de venado”, encontró su lugar en la noche. Se refugio en un bar lejos de su ex, que según le dijeron se había fugado a Madrid con un viejo fulero pero de buen pasar.
El tipo tenía una gran cualidad. Le gustaba cualquier mina que le diera bola. El problema es que venía fracasando en todo intento. Noche a noche atacaba a las de 20, 30 y todos los múltiplos de diez que se les ocurran. Nietas, tías, abuelas. La que venga. A todas encaraba, con todas rebotaba.
Tantos años de vida rutinaria y hogareña, le pesaban debutando en la primera del deportivo abandonado. Había perdido el ritmo de la noche y no andaba en racha. Se sabe que cuando uno está en las malas, pone un circo y seguro le crecen los enanos.
Últimamente empezaba a notar su mala racha. Contaba por noche los encares. Se recordaba el viernes rebotando como bola de flipper, entonado en el 4to fernet; 12 encares y nada.
El sábado llegó a 17. Después de sentir el corte en su cara de la número 14, su moral y autoestima comenzó a bajar. El famoso efecto dominó – pensaba- una vez que comienza no para.
Tenía que cortarlo- se repetía. Una vez que se corta, todo cambia. La mala racha se va. Definitivamente pondría todo su empeño en el levante.
Había concentrado toda la semana planeando diferentes estrategias. Se alquiló Alfil el seductor, todas las de James Bond y hasta las de la Coca Sarli, para aprender del erotismo Argentino.
Escuchó a sus amigos:
- Si te dice idiota, seguro quiere coger.
- Apunta bien, no importa la cantidad, sino la calidad.
- Si te pregunta la hora, señal que quiere telo.
- Si habla de su ex, por despecho se va con vos.
- Si te pide un trago, ya la tenés.
Llegó un nuevo viernes. Estaba decidido a intentarlo todo pero algo confundido y sobrexcitado. No sé bien si por las frases de la semana, tanto como por las tetas de la Sarli.
¿Eran los mates primero o la yerba?
¿Al telo o a tomar algo?
Una miscelánea de palabras le rondaban por su mente.
Esa noche empezaba diferente, llovía y un taxi lo empapó antes de entrar al pub. Lo tomó como una buena señal. Se acomodó en la barra de siempre a la espera de sus amigos. Comenzó a prepararse con fernet.
Cuando se creó clima en el bar, entre botellas y amigos, decidió que era el momento de salir al levante.
Entonado por el alcohol, se le cruzaban las frases de la semana en cada intento. “Calidad y no cantidad”. Se pasó una hora y media con una flaca que no paraba de hablar de las hijadeputeces que le hizo su ex. Aburridísima conversación que soportaba únicamente pensando que, por despecho, se iría con él. Nada de eso ocurrió, la llamó el fulano y se piró a su encuentro. – “está arrepentido, me dijo que lo perdone, que nunca más se porta mal” le oyó decir a la fulana al despedirse.
Se sintió demorado por el infortunio, pero con tiempo aún.
Invitó por pedido varios tragos, tequila, daikiri, gancia, entre los más solicitados. Todas se lo chuparon y se fueron.
Con una venía bien hasta que la mina le preguntó por la hora.
- ¿Vos querés que vayamos al telo?
- No, que idiotez decís.
- Ah… estás desesperada, veo que querés coger.
Dicho esto intentó agarrarla de la cintura, para que... La tipa le infló la cara de un cachetón.
Así la miel de la noche se derramó y Juan Manuel no pudo pasarle ni un dedo.
Se perdió de sus amigos y en la bebida. Terminó abrazado a un pescadas y sacado al tiempo de los pelos, cuando confundió un florero gigante de un rincón con el retrete del baño.
Lo que menos le importó fue caminar solo bajo una lluvia torrencial.
Llegó a su casa. Se reía recordando la señal del taxi mientras comenzaba a estornudar. Se tiró todo mojado en la cama. Atardeció con resaca, fiebre y dolor en todo el cuerpo.
Pulmonía- dijo el doctor- quince días de reposo.
Tuvo tiempo de pensar en qué falló su estrategia. Una vez recuperado, se preparó para la batalla nuevamente.
Sábado a la noche. Se calzó la mejor pilcha, perfume y gel. Prendió la compu y web cam en mano, entró a viarosario, chat de adultos. Allí se quedó.
Gergo
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Publicado en General el 28 de Septiembre, 2009, 20:15
por negrointenso
Alción Editora
tiene el agrado de invitar Ud./s a la presentación del libro
Comida china
de
Verónica Laurino/ Carlos Descarga
el domingo 4 de octubre a las 19 hs en el local de la Unión de Educadores
de la Pcia. de Córdoba. San Martín 1382. Marcos Juárez (Cba).
Presentación a cargo de la Prof. Laura Castellano.
Los autores leerán sus poemas y habrá un cuadro de expresión corporal basado en los textos.

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Publicado en Cuentos el 28 de Septiembre, 2009, 16:18
por G_Bussi
Yun
Me acuerdo como si fuera hoy. Era un día de fines de febrero y en Río Negro hacia un calor insoportable. Si no fuera uruguayo, esto sonaría como una joda para algún argentino. Yo era un pichi que trabajaba en Yun Cablecolor, la única emisora de televisión de la localidad homónima (Young en los mapas). Estaba ordenando un socotroco de papeles que tenía arriba de la mesita y en eso entró Fernando como una tromba, y me lo escupió en la cara, como un viandazo. "¡Viene Yun a Yun!" dijo. "¿qué?". Le respondí "¿te hizo mal el calor? "Andá a roncar el culo un rato y volve". "No", insistió con los ojos desencajados, "Viene Yun. Pol Yun", viene la semana que viene a cantar en la Expo Láctea. Me quedé sin palabras. "Hablá, decí algo". Insistió Fernando. "¡Me quedé sin palabras te dije!", grité enojado, sin recordar que lo anterior había sido un pensamiento. "Y no termina ahí", continuó Fernando, "el viernes a la mañana tenés que ir a buscarlo a Carrasco. El cable hace de anfitrión". De nuevo me quedé sin palabras.
Pol Yun en Yun. Un sueño hecho realidad. No podía ser cierto. Durante años había coleccionado sus discos, en realidad 5 años, porque ese era el tiempo desde el que me había convertido en un autentico fanático de Yun, valga la redundancia. Corría el año 1991 y Yun venía de una exitosa gira con el cantante italiano Zucchero. "Senza una donna" sonaba en todas la radios del país. Después me enteré que su llegada a Yun, tenía que ver con una parada técnica obligada que le había impuesto la compañía discográfica Warning Brothers, para hacer coincidir, por cuestiones de logística, su gira latinoamericana con la africana que comenzaba después de Yun. "Es obvio que Yun queda a la misma altura de Sudáfrica, no se va a ir desde Buenos Aires a Sudáfrica ", me dijo Fernando convencido "¿pero si va en avión?" le conteste "ahh, vos siempre buscando el pelo en la leche" me respondió fastidiado.
Definitivamente, Yun no era un cantante más para mí. Había logrado lo que ningún artista foráneo pudo conseguir desde mi niñez: disputarle palmo a palmo un lugar de privilegio en el olimpo de los dioses de la música uruguaya, al Canario Luna o al mismísimo Don Alfredo, y en solo 5 años! Ya sé. Yun es inglés, pero yo vivía en un pueblo con el mismo nombre y era yorugua a muerte, así que a relevo de partes, las pruebas se pueden ir bien al carajo. Hace cinco años, cuando escuché por primera vez "ebri taim iu gou o guey", su póster de camisa blanca y cabellera ligeramente larga en la nuca, se había ganado un lugar de privilegio al lado del Manya campeón de la Libertadores del 75. Si hasta a veces me despertaba de noche, y cuando miraba los dos posters, me parecía ver al Nando Morena de camisa blanca, y a Yun en cuclillas sosteniendo el esférico con su mano izquierda, los dos como piezas inalterables del mismo equipo de los sueños.
Con todo el entrevero que había provocado la noticia de la llegada de Yun a Yun, el viernes llegó como chicotazo. Estuve todo el jueves lustrando mi daihatsu anaranjado para llegar de la mejor manera posible al encuentro tan esperado, al menos para mí. Por suerte tomé la precaución de salir temprano y lo bien que hice. La ruta estaba terrible. Dos camiones de ANCAP y uno de CONAPROLE me hicieron la vida imposible todo el camino. Pero llegué al aeropuerto 15 minutos antes que el avión, una maravilla. Como soy previsor, me había llevado un pedazo de cartón debidamente cortado en forma de cuadrado, para escribir el nombre de la persona que iba a buscar, en este caso YUN, como hacen en las películas. Entre por el jol central del aeropuerto y me fui hasta la plataforma que me habían dicho en el canal. Estuve un rato mirando como bola 4 para todos lados y nada. Hasta que de pronto, mi vista encontró la imagen en cámara lenta de dos personas que se acercaban hacia mi. Un ponja de baja estatura, con el corte de pelo de Carlitos Bala del otro lado del charco y junto a el un hombre robusto que avanzaba riéndose. Quedé pasmado. Reaccioné cuando escuché la voz del ponja: "Patricio Morita, Representante para Latinoamérica del Señor Paul Young", dijo, en un tono tan porteño como repugnante. "Danilo Rial, Periodista, para servirle" respondí. Entonces me di cuenta que Yun no se estaba riendo y que una cirugía plástica había inmortalizado aquel gesto, como en ese video clip que aún recordaba. Yun me extendió su mano con una sonrisa, o mejor dicho con su única sonrisa, y asintió con la cabeza sin decir palabra. Traté de disimular lo mejor que pude mi apichonamiento, y salí disparado para la puerta del Carrasco pronunciando un inaudible "por acá".
Ya en la ruta, con el ponja sentado a mi lado y Yun en el asiento de atrás, inmutable, como su sonrisa, iba tratando de procesar la extraña sensación que me había dejado el encuentro con estos dos personajes. "Acá hay gato encerrado", me dije, pero traté de disimular lo mejor que pude. Así, cuando íbamos subiendo una cuchilla, hice una adaptación cinematográfica de la historia de los 33 orientales, aunque reconozco que intimidado por la presencia del argento oriental, o viceversa, ensaye un remate del cuento un poquito exagerado. " Y justo ahí, Lavalleja, rodeado por los portugueses, se quitó la vida haciéndose el harakiri con una bombilla de alpaca", finalicé y el ponja me miró un tanto extrañado, mientras Yun acompañaba mis dichos con un leve movimiento de cuello hacia delante, como tarareando una canción.
Cuando llegamos a Trinidad, decidí que era una ocasión ideal para hacer rancho aparte y meditar mejor sobre la situación. "Paro a cargar nafta" dije y no obtuve respuesta. Ya en el minimarket de la estación y mientras pagaba la cuenta, pensaba como podía hacer para sacar al ponja de su fraseo en monosílabos o en su defecto, como hacerle decir alguna palabra en criollo al muñeco de Yun. Entonces, fue cuando Artigas desde su caballo en la plaza frente a la estación, me señalo con su dedo unos objetos que colgaban detrás de mí en una de las góndolas del minimarket. "Salamines regionales Danilo" exclame para mis adentros, "Como no se me ocurrió antes", "Esto hace hablar hasta los muertos". Sin embargo, peque nuevamente de exceso de garra charrua. Cuando metí el primer bocadillo discursivo mientras me acomodaba en el asiento, mi estrategia se vino a bajo como la popular del Centenario. "Les traigo unos salamines de Durazno que son para chuparse los dedos" dije entusiasmado. El ponja me miro entre desconcertado y asqueado. Yun continuaba vigilándonos desde atrás con su eterna sonrisa, ajeno a todo.
Ya sin esperanzas de poder descubrir que estaba sucediendo en mi propio vehiculo y a mis espaldas, y al costado, y hacia delante también, me limite a cumplir el rol de conductor eficiente. Cumpliendo ese rol estaba, cuando el ponja salio de su mutismo y puso sobre mis piernas un CD plateado y sin inscripción alguna. "Ponga el tema 5 – Oh Girl" – me susurró al oído. Confieso que me agarro frió, sino no le hubiese dado bolilla. Entonces puse el CD y la canción interpretada por Yun comenzó a sonar en el interior del auto. Unos minutos mas tarde, a unos pocos kilómetros de Yun, cruzando el puente sobre el Rió Negro, el ponja volvió a hablar. "Tome ese camino de tierra a la derecha". "Pero si ya estamos..." arranque la frase, cuando el ponja se corrió levemente el saco y dejo ver una rémington automática.
Anduvimos por un caminito de tierra durante un buen rato, hasta llegar a la orilla del río."Detenga el auto" dijo el ponja como un autómata. Una gota de mate frió me corría por la nuca, cuando volvió a hablar. "Suba el volumen". Entonces puse la canción tan fuerte, que la voz chillona de Yun podía haber tapado los tambores de la falta y resto y los diablos verdes todos juntos. "Lo que voy a decirle es absolutamente confidencial" arranco el ponja desgraciado, con voz de abogado. "El Señor Paul Young perdió la voz en un concierto en Montreal en el año 1986, producto de un enfriamiento de sus cuerdas vocales que ligado a una predisposición genética hizo que el fenómeno fuera irreversible", culmino ahora con tono de científico de la NASA. Y ahí nomás empalmo con los avisos familiares. "Sabemos que su padre es empleado de una fabrica de pastas en Canelones", y se detuvo para esbozar una sonrisa "¿De carajo se ríe?, pregunte indignado. "De nada"..." "Como decía...sabemos donde vive su padre...y por razones obvias le solicito total discreción. Además, siendo Yun Cablecolor responsable del sonido y la iluminación del recital, no queremos que haya ningún inconveniente en esos aspectos. Me explico?". Acto seguido, el ponja bajo el volumen de la canción que estaba perforando nuestros tímpanos, y todavía aturdido, pude ver a Yun por el espejo retrovisor, ausente, señalando una vaca.
La noche del recital de Yun, la ciudad parecía vivir la fiesta de San Juan, como la canción de Serrat, solo que además del prohombre y el villano, estaban los blancos, los colorados, los del frente amplio y la mar en coche. El escenario y la escena eran perfectos. Yo estaba agazapado y confundido en la cabina de sonido, que por obligación debía ocupar ese día. Me sentía estafado. Pero más que eso. Defraudado era la palabra. Sentía que todo Yun se había convertido en el Maracaná del 50 y yo era uno más de los de afuera y encima de palo. Entonces sucedió algo mágico, como en un cuento. Cuando estaba controlando los agudos, moviendo las perillas de la consola en forma casi maquinal, un error en mi pulso, hizo que uno de los bafles cercanos al escenario emitiera un chirrido insoportable, que hirió de muerte la tranquilidad de un mulato que en ese momento agitaba la banderita uruguaya. "¡Que hacés chambón!"…me gritó con toda su ira y hoy se lo agradezco, porque me hizo reaccionar.
"Arrancamos con every time you go away", me dijo Fernando por el auricular en un perfecto ingles, y bastó con eso para que ponga en marcha mi plan. "Fuegos artificiales" continúo Fernando y la noche se iluminó como en el carnaval. Después, se escuchó el aullido de la multitud y Yun hizo su entrada triunfal, sonriendo, por supuesto.
Lo deje hacer todas las monerías con las que solía deleitarme: arranco moviendo el micrófono, siguió gesticulando con las manos, y cuando empezó a tirar besos a las minas, puse mi dedo índice sobre el interruptor. "Hey" dijo su voz grabada y lo que siguió fue muy parecido a la cara de un fubolista cuando le pegan un pelotazo en las bolas, obligado a convertirse en mimo de un segundo a otro. Después, vinieron corridas, "araca la cana" ...grito Fernando, pero para ese entonces yo había desaparecido del lugar.
Esta tarde, en Santana Do Livramento, me acordé de ese día. "La Warning Brothers tiene gente por todos lados" me había dicho el ponja en tono amenazador. Pero quién va a buscar en una esquina de "la otra ciudad del Este", y más aún se va a fijar en un vendedor ambulante de CDS y DVDS truchos. Siempre le voy a estar agradecido a Fernando por el contacto que hizo con el vendedor brasuca. De alguna manera remendó su error.
Por las dudas, me encargué de borrar de mi vida todo lo relacionado con Yun. Cuando me dan ganas de comer chivito o ver la celeste, me cruzo la frontera y listo. Y si me dan ganas de escuchar Yun, sintonizo samba en alguna FM local y enseguida me olvido de todo.
GERARDO BUSSI
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Publicado en De Otros. el 28 de Septiembre, 2009, 11:21
por MScalona
Irene nació en Bs As en 1950
YO ME ACUERDO cuando una vez a la tarde no fuimos a la playa porque mi abuelo se murió en el jardín de adelante. Estaba jugando con él a subirnos a las rejas de la ventana, y de repente él se cansó y me dijo que iba a dormir una siestita. Yo estaba parada junto al rosal, entonces él vino y se acostó al lado mío para dormirse acompañado. Pero vino mi madre y la abuela Sara salía y entraba de la casa a los gritos haciendo un escándalo que no entendía. Lo van a despertar, me decía yo, está lo más tranquilo y lo están molestando. Y a mí me sacaron del jardín y después no pudimos ir ni a los médanos. Me gritaban que me quede quieta y callada. Y mi abuelo se fue, porque yo no lo vi más. Y ahora cuando me preguntan digo que se murió a la siesta. Ni él ni yo nos hicimos problema. Estaba tan tranquilo, y ellos vinieron y lo jorobaron todo el tiempo. Lo taparon con una lona grande que llevábamos a la playa para acostarnos todos juntos y a mí me decían que salga de ahí, no ves, que vaya a la cocina. Y no lo vi más. Ni a mi abuelo ni a esa lona tampoco porque dijeron que no servía, que estaba vieja.
ESTOY EN EL ESTUDIO. La abuela Sara me puso una banqueta a un costado así miro tranquila lo que hace. Acá no tengo que hablar y tampoco me dan ganas porque entra una luz linda por el ventanal y la abuela canta suavecito mientras prepara el yeso y se enjuaga las manos y vuelve a agarrar la espátula. La modelo es una señora grande y se queda quieta como yo porque la abuela le pide que se ponga así, con la luz que le da de costado.
La abuela Sara se ríe siempre, no se enoja nunca. Cuando hacen un descanso, nos lleva a la modelo y a mí a la cocina y prepara gajos de manzana para cada una. Reparte los gajos y abre grande las manos; después vuelve a lo que hace como si nada le pesara, liviana va. Yo miro y a veces no veo la hora de que termine porque al final viene lo más lindo: la modelo se baja de la tarima, me viene a buscar y me levanto y las tres comemos frente al ventanal unas naranjas rellenas con esa crema rica que mi abuela hizo a la mañana. Se ríe y la modelo y yo también. Es lo más lindo porque la luz nos da a las tres juntas y da ganas de ponerse a bailar. La abuela a veces pone un disco y no enseña a bailar chacarera o zamba. Me gusta cuando se enjuaga las manos, se las seca con el trapo y el olor le queda igual, una mezcla de olor a yeso con ese perfume que tiene siempre. Casi no me traen a esta casa pero es lo que más quiero; no hay ruido.
De la novela LA LETRA FAMILIAR, Ed. Bajo la Luna, p. 4
De la novela LA LETRA FAMILIAR, Ed. Bajo la Luna, p. 4
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Publicado en relatos el 26 de Septiembre, 2009, 21:12
por MScalona
Salí del trabajo vestida de violeta y me detuve en la esquina. Miré la avenida. Vi cómo septiembre se desesperaba sobre los autos. Recordé las estadísticas que dieron en la radio acerca del mercado automotor. El 90% de los compradores elige autos grises. Como si no quisieran desentonar con el pavimento. Pensé en miles de idiotas convirtiéndose en camaleones de ojos polarizados, escondiéndose de los otros camaleones. No tengo nada en contra del color gris. Idiotas es lo primero que se me vino a la cabeza. Debo decir algo más sobre esto. Hoy tuve un día difícil. Me desperté antes de que sonara el despertador, justo cuando se murió mi abuela. Horrorizada comprobé que había sido sólo un sueño. Ella sigue viva a cientos de kilómetros en un departamento de 2 ambientes, con esa cocinita donde hace buñuelos para nadie. Donde lee el diario en voz alta para nadie. Donde la piel se le pone cada vez más transparente, como un celofán, mostrándole sus venas a nadie. Que mi abuela siguiera viva no era la única razón por la que mi día se había complicado. Me preocupaba la bailarina del gimnasio de gradas azules. Había escrito ese relato un domingo a la madrugada y no podía despegarme de la sensación que tuve al escribirlo. Apenas podía ver la pantalla. Lloré de principio a fin mientras hundía mis dedos en el teclado. Borré la parte donde decía que los ojos verdes no tenían ningún mérito en ella. Que no había hecho nada para tenerlos. Lo demás está escrito. Pero yo quería decir otra cosa. Yo quería decir que me sentía cobarde esa noche por pensar en movimientos de fuga. Por querer que la bailarina se lastime los pies, que le salgan ampollas y se muera desangrada ahí, entre las gradas azules. Que en un mundo como éste alguien puede morirse un domingo de tristeza, y regresar el lunes a trabajar sin que nadie lo note. Y que el hombre a quien yo le preguntaba si veía lo que hacía la bailarina con sus pies. Ése. Nunca la vio. No se dio cuenta del asunto de los zapatos. No le dijo que su vestido era hermoso. Ella le había dicho la noche anterior que solamente desnuda había podido tocarlo. Por eso bailaba sobre el parquet. Nótese que elegí un piso como el parquet. Pero él no pudo verla. Él es un idiota del pavimento. Un camaleón con ojos polarizados en primavera.
LORENA AGUADO (San Pedro, Bs. As, 1974) lee el próximo lunes 28 de septiembre
en el ciclo POETAS DEL TERCER MUNDO, Rioja 1089 a partir de las 20,30 hs.
pueden consultar sus textos en su blog
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Publicado en De Otros. el 25 de Septiembre, 2009, 13:33
por MScalona
BUSQUEDA
Buscar sin noticia, en los lugares
donde nunca pasó;
inquirir, no a la gente, sino a la textura,
hacer hablar a muros de nacimiento,
los que no son ni saben, elementos
de una composición estrangulada.
No renunciar, entre posibles
hechos de cemento de lo imposible,
y al sol niño oponer la antigua búsqueda,
y de tal modo resolver la muerte,
que ella caiga en fragmentos, devolviendo
sus intactos rehenes y aquél vuelva.
Venga igual a sí mismo y al tan cambiado
que lo interroga, insinúe
la sigla de su armario cristalino,
más allá del cual, paciendo beatitudes
los seres-bueyes completos se transiten
o mugidoramente se bendigan.
Después unos coloquios instantáneos
Amor y Conocimiento,
como fuera del espacio y el tiempo han de unirse,
y breves despedidas
sin pañuelos y sin manos
restauren -para otros- en la explanada,
el imperio de lo real, que no existe.
CARLOS DRUMMOND de ANDRADE
Brasil, 1902-1987
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Publicado en Ensayo el 24 de Septiembre, 2009, 17:57
por MScalona
1) Mejorar el vocabulario, pero no a la manera del Reader´s Digest (que preconiza el uso de la palabras largas y rebuscadas) sino copiando sistemáticamente del diccionario todas las palabras relativamente cortas y comunes que le parezca que no suele emplear, incluida en su definición si es necesario, y forzándose después a usarlas como si le ocurrieran espontáneamente; dicho de otra manera, a usarlas con la misma naturalidad con que se conversa en una fiesta.
2) Leer libros y revistas poniendo atención en el lenguaje. Si lo que lee es malo (en general, puede contar con que los relatos que aparecen en las revistas femeninas lo son), debe subrayar o marcar de forma que destaquen las palabras y las frases que le molesten por su trivialidad, su altisonancia, su sentimentalismo o cualquier cosa que apartaría al lector inteligente y sensible del sueño vívido y continuo. Si lo que lee es bueno (en general, puede confiar para ello en The New Yorker, al menos en lo que a registro lingüístico se refiere), busque las razones de la bondad del lenguaje empleado. Incluso recomendaría mecanografiar una obra maestra como <<Los muertos>> de James Joyce.
3) Si el escritor prometedor sigue escribiendo -escribe día tras día, mes tras mes- y lee muy atentamente, empezará a <<entender la magia>>. Llegar a este punto es tan importante en el arte como puede serlo en el atletismo. Las ciencias prácticas, entre la que se cuenta la ingeniería verbal que permite escribir una novela comercial (Aguinis, Andahazi, Bonelli, entre nosotros), se puede enseñar y aprender. El arte, hasta cierto punto también; pero, exceptuando ciertas cuestiones de técnica, el arte no se aprende, simplemente se entiende la magia o no.
4) Si mi experiencia es representativa, diré que lo que uno principalmente capta de la magia es el valor del trabajo esmerado -esmerado casi hasta rayar en lo ridículo-. Yo llevo escribiendo desde los ocho años, edad en que descubrí el placer de componer versos malos, escribí poemas, relatos, novelas y obras de teatro en el colegio; en la universidad asistí a buenos cursos de análisis literario y de literatura creativa, algunos de ellos son escritores y editores famosos, y trabajé con auténtica devoción las otras materias que necesitan para obtener el doctorado en filosofía; pero a pesar de todo ello, no lo hacía muy bien. Trabajaba en lo que escribía más horas que cualquiera de quienes conocía, amigos y profesores me cubrían de elogios e incluso publique algo; pero no me sentía satisfecho, y sabía que mi insatisfacción no era gratuita.
5) Para entonces ya había afrontado la dolorosa verdad que todo joven escritor comprometido debe afrontar finalmente: que está solo. Los profesores y editores pueden dar algún que otro buen consejo, pero normalmente el futuro del escritor no les importa tanto como a esté, y distan mucho de ser infalibles; de hecho, estoy convencido, tras años de enseñar y editar, y de observar a otros dedicados a las mismas tareas, de que si pudiera verificar el acierto de los comentarios que profesores y editores, yo incluido, hacen sobre el trabajo de determinado escritor, se mostraría que, para éste, son más a menudo erróneos que acertados. Yo había trabajado con profesores que la mayoría considera destacados, me había esforzado todo lo que había podido en el vivero de los jóvenes escritores, el Taller de Iowa, y me las había arreglado para obtener toda la ayuda posible de otros escritores a quienes admiraba. Y aun así llegué a la conclusión de que debería averiguar por mí mismo qué era lo que no estaba bien de mis escritos.
Lennis Dunlap, mi colaborador, era y sigue siendo uno de los perfeccionistas más exageradamente tercos que he conocido. Trabajamos cada noche cinco, seis o siete horas y a veces sólo conseguimos terminar tres o cuatro frases. Con el tiempo, yo adquirí la misma reticencia que él a dar una frase por definitiva si el significado de la misma no se veía tan claramente como un oso en una cocina bien iluminada. Descubrí lo que todo buen escritor sabe: que conseguir escribir exactamente lo que se pretende decir ayuda a descubrir lo que se pretende decir. Y cuando releo The Forms of Fiction, el estilo me parece excesivamente cauto, un poco demasiado conciso. (a veces no es mala idea decir una cosa dos veces.) Pero aquellos dos arduos años - as discusiones a media noche, y a veces, la explosión de alegría que ambos experimentábamos cuando la correcta elección de las palabras no permitía captar esa idea exacta que hasta entonces nos había eludido-me enseñaron qué era lo que no estaba bien de mis escritos.
PARA SER NOVELISTA, Ed. Ultramar, Barcelona, pag. 46-48
GARDNER fue el profesor de literatura creativa de Raymond Carver,
y el libro lleva el prólogo, entusiasta y agradecido de Ray.
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Publicado en Aguafuerte el 24 de Septiembre, 2009, 10:41
por MScalona
Argentino hasta la muerte
Después de leer las recientes declaraciones del candidato uruguayo Pepe Mujica volví a posar la mirada sobre Diego Maradona, casi como una parábola de la Argentina.
Por Jorge Sigal
20.09.2009 www.criticadigital.com.ar
Debido a una falla congénita nunca he podido disfrutar del fútbol. Sólo quienes padecen de esa disfunción saben de qué hablo. Viajar en taxi y desconocer que se está jugando un partido fundamental, que vendieron al Piojo o cómo forma la Selección puede poner en riesgo la salud mental –cuando no física– del disminuido. Considerada una de las peores ofensas al ser nacional, la afutbolemia debería ser contemplada como un derecho de minorías.
Varias veces intenté convertirme y fracasé. A cambio, como recurso de supervivencia, pude desarrollar un interesante sentido de observación. Mientras todos se divierten, yo observo. Como un voyeur melancólico e inofensivo.
Cierta vez, buscando recuperar la paternidad herida por esa discapacidad, llevé a mis hijos a la cancha de River. No recuerdo qué partido era, pero sí que jugaba el Burrito Ortega, quien, por los comentarios de la hinchada, no parecía estar en un buen día. Estábamos en la platea, con gente que se veía bien educada.
Antes de que comenzara el espectáculo, escuché que el tipo que estaba al lado nuestro era contador. Hablaba de “mi empresa” y de “mis empleados”, utilizaba un lenguaje tibio y refinado y parecía dueño de una admirable bonhomía. Sin embargo, a pocos minutos de iniciado el partido, ya se había convertido en una especie de Hulk. Tenía la camisa afuera, había aniquilado las eses de su lenguaje, puteaba, se retorcía y escupía furia. Juraría, incluso, que se había puesto verde.
De todos modos, no fue la mutación en bestia del atildado contador lo que más me sorprendió, sino la clase de insultos que utilizaba, y que toda la platea repetía: “¡Frustrado!” “¡Resentido!” “¡Muerto de hambre!”. Señalaba a jugadores exitosos, millonarios, “realizados”, según el estatus que marca el manual del buen burgués. Pero para ese hincha desesperado –y para miles que lo rodeaban– eran símbolos de la derrota. La derrota genera impotencia. Y la impotencia necesita culpables, disminuir al otro, rebajarlo, aniquilar sus cualidades.
El equipo local fue derrotado y un espeso silencio se apoderó del estadio. Pude ver que el contador finalmente había recuperado las formas. Se retiraba, con la cabeza gacha pero hablando con normalidad. Las eses también se dejaban oír con nitidez. Había retornado su otro yo.
De las miles de veces que el fútbol se presentó ante mí como bofetada de realidad, una de las más impactantes sucedió en Turquía. Fue durante un viaje de trabajo, en 1995. Estaba, junto al fotógrafo Julio Giutozzi, en el Mercado Central de Estambul. En ese hormiguero gigante, donde todo se compra y se vende, ubicado en la otra punta del mapa, un simpático comerciante nos interpeló:
–¿Arguentina?
–Sí, Argentina –respondimos con orgullo.
–¡Arguentina: Maradona y cocaína! –exclamó el turquito levantando el pulgar.
Desde entonces he seguido atentamente a Diego Maradona. A diferencia de los que están dotados de pasión futbolera, yo fui observando sus múltiples –y a veces simultáneas– transformaciones casi como una parábola de la Argentina. Oficialista con Menem. Procubano. Ciclotímico. Fanfarrón. Nuevamente oficialista con Kirchner. Antinorteamericano. Procapitalista. Amigo de Chávez. Consumista. De pasado brillante. Con presente mediocre. Dando pinceladas de genialidad aun en la decadencia. Pícaro. Autoritario. Solidario. Buen tipo. Miserable. Inconstante. Machista. Liberal. Individualista. Socialista. Reaccionario. Conservador. Tramposo. Valiente. Bajalínea. Ocurrente. Astuto. Orgulloso. Depresivo. Excitado. Oportunista. Detestable. Querible. Definitivamente, Maradona es mi país.
Después de leer las recientes declaraciones del candidato uruguayo Pepe Mujica –que duelen, porque una cosa es que uno se sienta tarado y otra es que se lo digan desde afuera– volví a posar la mirada sobre el Diez. Y a entender por qué es el técnico apropiado para este momento argentino. El brillo del pasado haciendo fuerza para no sucumbir ante la decadencia del presente. Maquillado de políticamente correcto, se le escapa de tanto en tanto la tortuga. Busca desesperadamente conservar la silueta para mostrarle al mundo que el orgullo no se arría jamás. Aunque tenga que entregar las joyas, no se rinde. Refractario para aceptar cambios, se aferra desesperadamente a la gloria de otros tiempos. Impotente frente a los demás que ya no lo aprecian como antes, se pelea con la realidad. En suma, un técnico con huevos. Bien machito. No como el de los chilenos, por ejemplo, que cultiva el bajo perfil, la humildad y cree en el trabajo a largo plazo, en los proyectos; un tipo que no parece nacido en el lugar adecuado. Y por eso tuvo que mudarse. Porque acá volamos alto, le hacemos gambetas a la historia. Y allá, allá son conservadores. Frustrados y resentidos.
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Publicado en General el 24 de Septiembre, 2009, 10:11
por Alejandro
En Córdoba los mediodías de enero se derriten.
Pensaba volver en el colectivo de la noche anterior pero, en la oficina, algunas cosas se atrasaron. Terminó a las doce comiendo unas empanadas en el bar de una estación de servicio, en la misma manzana del hotel, sin aire acondicionado, que le recomendaron. Rodeado de cordobeses munidos de celulares, tan complejos, de los que manaban cuartetos. Solo uno no llevaba gorra. Supuso que ellos, a su vez, reflexionaron que solo uno llevaba corbata. A las 4 de la mañana abandonó la idea de dormir. La sábana pegada a su espalda empapada. En el techo ventilador de buje reseco. Un mosquito perdido en su oreja. Los hijos de puta que corrían picadas en la calle con ciclomotores de escape libre, justo bajo de su ventana. Cordobeses de gorra, aventuró. La televisión a esa hora se poblaba de santones que farfullaban en portuñol y vendían un aceite que protegía de los trabajitos. Mientras esperaba que los choferes abran la puerta del doble piso blanco y rojo entendió porque tanto malhumor. Tenía la certeza que en el interior del colectivo encontraría ese fresco esquivo. Lo estudió. Vidrios polarizados. Cortinas cerradas. El Scania regulaba firme alimentando el aire acondicionado. Confirmó, con la patente "v", que era un caballo viejo con buenas pilchas. Los choferes no se acercaban, acodados en un bar americano, a veinte metros de donde él sudaba. A los quince minutos aparecieron. Primero llegaron sus panzas redondas, después las camisas rosas y los pantalones grises. Uno chupaba un escarbadientes y de su mano derecha colgaba un termo blanco adornado con flores rojas. "Apurate la reconcha de tu madre", murmuró. El del termo caminó hacia el puesto del conductor y abrió la puerta a través de la ventana. El otro se paró y empezó su letanía: "¿dónde va?". Mojó el dedo índice, dobló el pasaje y cortó el control. Miró al que seguía en la fila y le extendió su boleto. Con dificultad, portatraje y portanotebook a cuesta, trepó la escalera caracol al segundo piso. El aire helado lo alivió, hacía frío allí arriba. Por fin. Chequeó su número se asiento y enganchando sus bártulos en los respaldares caminó hacia el final del coche. Individual y atrás. Tan transpirado como a las cuatro de la mañana se desparramó en lo que sería su lugar en las seis o siete horas por venir. Detestaba esa estación de colectivos, había estado allí demasiadas veces. Su abuelo, militar retirado del III Cuerpo de Ejercito, tenía una casa en Bialet Massé en la que pasó todos los eneros y febreros de su infancia y adolescencia. Desde Rosario a Córdoba en el ABLO de las 23:57 y hasta Bialet en el mugriento Capillense de las 08:03. Aquellos veranos modelaron su incipiente odio a la alta temperatura. Toleraba el día sentado en el arroyito que escurría por detrás de su casa, escuchando como se puteaban los que vivían en el rancho arriba de la otra barranca, mirando a su abuelo pelear con algún cerco y su inutilidad. Durante la cena, los relatos de la Revolución Libertadora, Azules y Colorados y lo que vino. En la cocina, una vieja radio de onda corta era su compañía hasta el amanecer con estaciones de Ullan Bator o la errática aparición del "Pájaro Carpintero Ruso" (1). Las noches de diexismo rectificaban el verano en Bialet Massé. A los dieciocho años, retornaba de un viaje al Machu Pichu y la idea de encontrarse (aún lo intentaba). Córdoba era la escala obligada del Expreso Panamericano abordado en La Quiaca. Mató el tiempo que lo separaba de la combinación a Rosario deambulando por sobre los baldosones grises y sucios que le recordaban a su abuelo. Ya no escuchaba onda corta, lo obsesionaban las redondas tetas de su novia, último souvenir de la secundaria. En un puesto de revistas compró El Gráfico y un libro de Helen Van Slyke para ella. En la tapa de la revista un jugador de Boca, transpirado, primitivo, embrionario le transmitió calor. Imaginó una noche de Copa Libertadores húmeda y pegajosa en algún estadio de Mina Gerais. Lluvia, no. En cambio en la tapa del libro, una pareja, él pelo largo, musculoso, ella demasiado para ser algo más que un muy buen dibujo. Tanta pasión de folleto, experimentó algo de asco. Al rato desayunó e instantáneamente sintió ganas de cagar. Corrió a un baño, un morocho con pocos dientes se quedó con sus postreras monedas a cambio de un rollito de papel higiénico que no le alcanzó y lo obligó a recurrir a la brillosa tapa de El Grafico. Un piso debajo de él escuchó trabajar el varillaje de la caja. Con los ojos entrecerrados lo último que vio fueron las gigantescas vigas naranjas del techo de la terminal y que en su momento llenaron de orgullo a los cordobeses.
Cuando el aire acondicionado tosió por primera vez recién pisaban la autopista a Rosario. Tosió y arrancó. Evadió cualquier pensamiento. El Scania, semi vacío, se bamboleaba suave por el hormigón vivo. Por una rendija de la cortina miraba el campo reseco. La tierra, un tentáculo de la ruta. En el preciso momento que por la TV bajaban los títulos amarillentos y borrosos de una película, el frío se paró. La convicción del para siempre. Decidió calmarse. Las cosas no debían darse así, debían solucionarse y se concentró en el video. La imagen era gris, no supo si por capricho del director o exceso de viajes. Algo pasaba en New Orleans, la gente se mataba y cogía atrás de una pantalla censurada. Tanto que jamás pudo saber de que trató todo aquello. Noventa minutos, su asiento ardía y le costaba respirar. Cerró los ojos. En el 2002, las hojas de los árboles aun se movían gracias a las aspas del helicóptero, llenó una encuesta y envió un mail al programa de inmigración de Quebec. A los pocos días un sobre lleno de sellos llegó a la puerta de su departamento: al Gouvernement du Quebec le interesaba su perfil profesional, su grupo familiar también. Le sugerían aprender francés e iniciar el proceso de admisión previo pago de cinco mil dólares canadienses. Su esposa apenas dijo "no" y siguió con la carne picada. Ahora, en ese colectivo que se incineraba sin llamas, pensó que Quebec, en enero, es frío.
Durmió hasta el parador de Villa María. Al bajarse vio a los choferes discutiendo que hacer. Estudió el tamaño de sus cabezas. Tal vez retención de líquidos. En ambos casos un mechón negro, engrasado, húmedo caía sobre la frente tan estrecha. Desastrados. Quince minutos más tarde lo llamaron para abordar la pira. Preguntó que posibilidades de solucionar la falla. Ninguna le respondieron. "Comprate un par de aguas". Masticó que los dos caras de verga eran ocurrentes. Tal vez esas camisas rosas. Quedaban varias horas de sol y un rato más hasta que aquellas chapas se enfriaran. Un astronauta dentro del velo negro.
Una gorda se apantallaba con un revista que en la tapa mostraba un culo empotrado sobre dos piernas. A intervalos regulares, arriesgó, susurraba "… que calor…" y emitía una sonrisita estúpida. No quedaban dudas, lo miraba para entablar un dialogo, debía levantar toda su artillería para que eso no pasara. Detestaba hablar con desconocidos en los colectivos pero la gorda repetía, cada vez con mayor velocidad, "… que calor…" y la risita estúpida. Uno de los breteles de su inclasificable batón ya había caído. Rodeaba el brazo, corroído por la celulitis, que pugnaba por mantener en pie una canasta de mimbre con un par de termos. El ataque final era inminente. Volvió a dormir.
El sopor le trajo el recuerdo de sus últimas vacaciones junto a su esposa e hijas. En febrero pasado habían elegido San Bernardo, unas cabañas al norte de la ciudad. Fueron lindos días. Temprano dejaban a las nenas durmiendo y salían a caminar por la playa, a menos de cien metros. Después desayunaban los cuatro y partían al mar hasta las cinco o seis de la tarde. Le gustaba el mar, pasaba largos ratos contemplándolo y sentía que, efectivamente, no existían límites. En general cenaban en la cabaña y recorrían el paseo de los artesanos o un par de cuadras céntricas. Con el paso de los años no dejaban la costumbre de ir de la mano. Las nenas, recién adolescentes, algunos metros adelante mirando anillos, aros o locales de tatuajes. Casi todas las noches su esposa se acostaba desnuda a su lado. El sexo era bueno. Este año, entre aguinaldos, premios y ahorros cambiarían por Valeria del Mar. Los últimos diez meses fueron intensos. Recorrió varias provincias, auditoría de sucursales. Siempre su familia lo aguardaba en el andén de la estación de colectivos. Antes de abordar mandaba un mensaje de texto "llego a las …". Y ellas tres allí estaban, lo saludaban y se reían al verlo a través de la ventanilla. Esta vez no sería la excepción. Antes de cenar tomaría una ducha helada y más tarde, en la cama, su esposa, desnuda, iría a su lado.
Se despertó cuando el colectivo maniobraba para entrar a la plataforma de la terminal de Rosario. Atardecía. Era el último pasajero. Aún chorreaba. Se bamboleó por el pasillo rumbo a la puerta y saltó los últimos escalones hasta el andén tan vacío.
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Publicado en Poemitas. el 23 de Septiembre, 2009, 10:09
por S_Paganini
Joe Gould
Perseguido por el mito lo perfecto lo bello consumió contaminación
mezcla -sin darse cuenta-
incapaz de hibridar su goce ser una lámina de hojaldre
ignoró que escribía
mil entre infinitas historias el libro de arena
Susana Paganini
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Publicado en Cuentos el 23 de Septiembre, 2009, 9:52
por M_C_Rivarola
Creer o reventar
Esa tarde de abril, cuando Rogelio llegó, preparé el mate apretando on en el aparato rutinario y le pregunté: - ¿Cómo te fue?
Él se veía extraño, como constipado, tan comunicativo como de costumbre, me contestó: - Bien.
Entonces saqué de la heladera un Activia, busqué la cucharita de mango negro que a él le gustaba y le dejé todo en la mesa, más un beso en la frente. Se ve que se desorientó con mi gesto y atolondradísimo tiró el mate sobre el individual bordado a mano por la abuela Mecha. No dije nada. Los dos entendimos que se trataba de un mal presagio.
Así nos quedamos un buen rato mirándonos en silencio, mientras la yerba se derramaba tiñendo el macramé de verde. De no creer, lo sé. Y así, tildados estábamos cuando don Pañagua golpeó la ventana de la cocina y poniendo su índice en el gigantesco ombligo, alcanzó a vociferar algo así como que habían terminado.
Una sensación de vacío me recorrió el cuerpo. Hacía casi dos años que habíamos comprado la casa y desde entonces la estábamos reformando. Don Pañagua era ya uno más de nosotros. Vino apenas nos mudamos, por unas manchas de humedad en el living y terminó cambiando mosaicos por porcelanatos, tirando paredes, revistiendo en yeso, desmantelando el baño y cambiando por termotanque el calefón.
Tantos días pasamos juntos que era parte de la familia, siempre le decía a Roge: -¡Qué buen hombre! ¡Tengo que tejerle un pancerito para el invierno!
Roge no estaba tan convencido de que lo fuera, sobre todo cada viernes cuando lo esperaba sentadito con las cuentas en la mano. El tema es que a mi me ayudaba mucho tenerlo en casa, incluso solía darme recetas de cocina tailandesa y hasta me enseñó técnicas para desmanchar los calzoncillos con palometa de Rogelio. Era una enciclopedia viviente, mezcla de Encartas con Google. Se comía las “s” y tenía problemas con arbeja y bondiola. Intenté corregirlo muchas veces pero siempre terminaba diciendo, alberjas y mondiola no había caso; al margen de los problemas de pronunciación el tipo sabía de todo.
Por lo pronto, mi esposo fascinado con la idea de que la pesadilla había al fin terminado y yo algo confundida, salimos a mirar el cerámico recién colocado del patio. Todo parecía perfecto, sin embargo, cuando recorrí la extensión con mi bizca mirada, supe que algo inquietante pasaba.
Siempre al tanto de que mis ojos eran una cualidad innata, casi un súper poder: mientras uno miraba un ángulo el otro apuntaba hacia el contrario, luego juntos repasaban lados opuestos. Recordé lo bien que me iba cuando trabajé en control de calidad de Arcor, nadie sospechaba nada, pero yo sabía que gracias a mi mirada desorbitada era la única que detectaba pico dulces cachados y rocklets despintados.
Lo importante ahora es que yo fui también la que pudo ver el tubito, efectivamente, la única: yo. Un tubito negro asomando 4 centímetros del suelo. Me acerqué a él como impulsada por un demonio y comencé a tironearlo fuertemente, pidiendo explicaciones a Pañagua que no sabía qué responder. Entré en crisis de pánico. Rogelio primero intentó calmarme, propuso cortarlo al ras.
–No, no y nó -grité.
Don Pani, desorientado, seguía rascándose con ese dedo enorme y gordo que encastraba como puzzle en su ombligo. Yo estaba tan atacada que empecé a tartamudear intentando que comprendieran la gravedad del asunto. -¿Qué hay debajo de ese cañito? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?
Lo zamarreé tanto a mi marido y desesperada pedí por favor que levanten el piso. Era un pálpito, estaba totalmente segura: una desgracia en puerta. Ahí no más recordé que a esa misma hora el día anterior comiendo un bizcocho de grasa, el ojo derecho me latía y de repente me ahogué. Tosí media hora escupiendo migas, era evidente, un disgusto se avecinaba, lo del mate sobre el mantel terminó de confirmarlo. Seguí tratando de que estos hombres reaccionaran, llorando, revolcándome por el piso y estaba a punto de arrancarme los pelos cuando vi que Rogelio se puso serio y señalando la casa dio su discurso:
-Vaya pa’ adentro.
Era un hombre de pocas pulgas y menos palabras, le hice caso después de escuchar como le pedía a don Pani que volviera al día siguiente.
Esa noche no sabría decir si dormí o soñé o soñaba que dormía, lo cierto es que los poderes empezaron a agudizárseme. Vi la araña tejiendo y el mosquito succionando la sangre de Rogelio, no lo maté por miedo a despertarlo. Me levanté de la cama sigilosamente y me puse las pantuflas para no resfriarme. Caminé despacio y a medida que me acercaba al cañito, el patio se iluminaba. Cuando pude tocarlo decidí apoyar la oreja, pero el perro de la vecina ladraba, esperé quietita largo rato. Sabía que mi idea de envenenarlo no estaba tan errada, lástima que la comenté con Rogelio. Cuando el animal dejó el canto para tomar agua, pude escuchar perfectamente una voz que venía del fondo:
- Truco -dijo-, se los aseguro.
Y otra más tenue:
- Retruco.
De no creer, lo sé.
-Quiero vale cuatro.
Nunca me olvidaré de ese diálogo, jamás. Traté de apuntar con el ojo izquierdo, pero en ocasiones como estas los poderes se me dificultaban, entonces decidí no esperar, busqué el pico y la pala. No se de dónde saqué la fuerza, golpeé tres veces y a la cuarta un bloque perfectamente cuadrado se levantó dejando desplegada una pequeña escalinata. Con el culo lleno de preguntas pero bastante asustada bajé un par de escalones.
No podría haber imaginado semejante didascalia: en una mesa ovalada dos pequeños hombrecitos jugaban cartas, bebiendo whisky y fumando. Tenían las pestañas y las cejas quemadas. Una vela alumbraba la mesa y otra el frigobar.
Ahí quedé, espiando, cuando de repente se me escapó un estornudo, increíble con pantuflas y todo. Fue ahí cuando pude ver sus rostros que apuntaron hacia arriba y yo salí corriendo tan torpemente como siempre que corría, aunque no estuviera asustada. Tanto que perdí la pantufla.
Adentro me esperaba Rogelio con el termómetro, ningún príncipe azul con la pantufla en la mano.
– Eran nuestros padres Roge, los vi bien. Jugaban al truco. Me miraron.
Rogelio, serio, me recordó que antes de mudarnos en el término de dos meses los dos habían muerto y que habíamos decidido cremarlos. Agregó que cuando vivos, no se toleraban.
Totalmente confundida agarré el termómetro, pensé que podía ser el resfrío o una infección urinaria. Mientras él hacía unos llamados telefónicos puse el termómetro en la pava, cuando volvió acepté ir al sanatorio, era evidente que algo raro estaba pasando.
Por la ventana del remís fui viendo como los astros me guiaban. Siempre que me enfermaba ellos marcaban mi rumbo hasta que sanaba. Llegamos al sanatorio Pinel y por suerte me encontré con Don Pañagua, era el médico de guardia. ¡Con razón sabía tanto! era doctor. ¿Quién lo hubiera sospechado con esa pinta? No me gustó que me lo haya ocultado, pero me tranquilizó bastante que me recibiera al fin sin el dedo en el pupo.
Me propuso quedarme a pasar unos días, comentó que había una habitación con camita tendida esperándome.
–Buena idea -pensé, siempre quise conocer un spa.
Pidiéndole a Rogelio que me trajera el cidí de Arjona, me despedí afectuosa con un beso en la frente. Él tan cariñoso como siempre, dijo:
-Chau.
Ahora me visita los martes y jueves, supongo que los demás días participa del torneo de truco con los viejos. No me lo cuenta, nunca me cuenta nada. Le sigo besando la frente para que no sospeche que lo se, pero yo estoy segura, lo estoy. El que no me crea diríjase a mi domicilio y pase al patio. Hay un tubito negro asomando 4 cm del suelo, intente levantarlo y verá.
Ce
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Publicado en Cuentos el 22 de Septiembre, 2009, 19:10
por M_Castaños
EL TAXISTA
Sebastián es un cuarentón que transpira como un animal, odia la humedad, el calor y la llovizna que nunca termina de ser lluvia. Vive en la ciudad equivocada, Rosario. Un punto del planeta donde el calor y el agua vienen desde afuera y salen desde adentro. Horrible.
Y ese día era peor que cualquier otro, no solamente por el clima. El auto se le había parado en plena calle y se tuvo que aguantar gritos en todas las tonadas. No tenía tiempo de llamar a la grúa, vio el taxi que decía “unidad climatizada” y lo tomó ahí nomás.
- Buen día jefe-
- Buen día, Sarmiento y Córdoba.
Estaba lejos, en Gutemberg y no sabía qué calle.
- Mal día, ¿no?
- Sí, mal día. Se me rompió el auto
El taxi tenía aire, olía a perfume, el asiento de atrás estaba tapizado con ule, del espejo colgaba una imagen de la virgen desatanudos y al lado de la guantera salía un palo con un broche donde se enganchaba una imagen de San Cayetano. Atrás, del lado del pasajero, el “no fumar” y la identificación del taxista; detrás del asiento del conductor, una Virgen de San Nicolás.
- Se me rompió el auto- insistió Sebastián como para romper el silencio.
- ¿Usted esta roto?
- No
- ¿Está vivo?
- Sí
- Estamos vivos, nos levantamos todos los días, no nos tienen que cambiar los pañales, no nos tienen que llevar en silla de ruedas, trabajamos…¡Vamos!
Sebastián seguía amargado por su auto pero le pareció una buena filosofía. Un rato antes había visto salir un auto de un estacionamiento. El conductor se tuvo que parar en una vereda y una mujer no podía pasar. Preguntó enojada por dónde pasaba…
-Por arriba, señora
-¿Qué dijiste mocoso? Y la vieja le arañó la mejilla mientras el tipo no sabía qué hacer.
- Sí, es cierto, estamos vivos y estamos sanos
- ¿Qué edad tiene usted?
- 47
- ¡La mejor edad de la vida!
- ¿Y usted cuántos tiene?
- 54, ¡Que edad! ¡La mejor!
- ¿No eran los 47?
- Depende, depende amigo. La mejor edad es esta.
- ¿Cuál?
Un auto se le puso cerca, demasiado cerca, y el taxista le pegó un bocinazo.
- Son así estos. En esta ciudad cada uno hace lo que quiere
- ¿Cuál era la mejor edad de la vida?
- La que uno tiene, jefe, la que uno tiene. ¿Usted se levanta solo todos los días, no le tienen que cambiar los pañales?
(Y dale con los pañales, pensó)
- Además, estamos vivos, sanos, y tenemos trabajo. Uno tiene que pensar en todos esos otros miserables que la pasan mal. Acá estamos bien. Mire cada mañana, nos levantamos, entra el sol, se escuchan los pájaros.
-Yo vivo en San Lorenzo y Sarmiento, muchos pájaros no escucho.
-Pero escucha a la gente, jefe, lo más lindo.
-Sí, sí, lo más lindo (a esta altura Sebastián empezaba a incomodarse, todo bien con la buena onda, todo bien, pero bueno)
- ¿Y los pibes? ¿Los chicos? ¿Tiene chicos usted? Y sí, tiene chicos. Qué cosa verlos crecer, ¿no jefe? No, uno aprende, ¿vio? A esta vida no la cambio por nada
- Tampoco hay nada para cambiarla. ¿Hace mucho que está con el taxi?
- Tenía otras cosas, pero esto es lo mejor, siempre uno busca lo mejor, ¿no?
-Seguro
- Y ese otro, mírelo, con el celular. Y no para. Y sigue hablando, y mire cómo maneja.
- La gente está muy nerviosa
- No, jefe, la gente es estúpida
- Ah, bueno
- ¿Y este otro? ¡Otro con celular! ¿Qué hacemos con estos?
- Nada, supongo
- ¿Nada? Después te revientan el auto, esconden el celular y te echan la culpa estos hijos de mi… ¡Mirá aquel, pasa por donde se le da la gana!
- ¿Es devoto de la Virgen usted?
- ¿De qué?
- Digo, sigue a la Virgen María.
- Me dio todo, y me lo va a seguir dando, jefe, cuando me vaya de aquí. ¡hijunarretumarre!- Un auto se le cruzó por la izquierda.
-¿Se da cuenta? Estos gorrrnudos de la Municipalidad dejaron entrar a todo el mundo al centro. Y mire a ese otro ganso, ¡guampudo!
Un auto se le cruzó por la izquierda y le cortó el paso. –¡Pasá, pasá, la regonchputetumarre!
- ¿Y los pajaritos?
-¡Qué pajaritos!
- Digo, bueno, nada
- Esta ciudad esta llena de borregosijuangranputa
Sebastián se tranquilizó pensando en que el viaje ya se terminaba, y buscó distender la cosa.
- Dentro de poco viene la procesión a San Nicolás. Hay que ir- mintió.
- Ahí voy a estar. Pero yo no soy de esos que siguen a la Virgen por seguirla, yo la sigo porque yo le doy gracias a la vida. Esta vida es maravillosa. ¡Salvo por estos reverendosijosunagranrecontra… El taxi frenó de golpe.
Faltaban tres cuadras para llegar y Sebastián rogaba a esa altura bajar del auto.
La frenada sonó y parecía interminable. Hasta que se paró con el estruendo. Se sintió el impacto atrás y el taxi avanzó un metro sobre las ruedas rígidas. El taxista giró la cabeza y Sebastián vio los ojos salidos de órbita. –Cagamos- pensó
- Jodeveintecamionedesborrrrrrdadosdeputas
- ¡Es un accidente, no es grave! dijo Sebastián.
- Jodunanrremilputalomatolomato
El taxista bajó enloquecido. Estaban en pleno centro. El de la Kangoo de atrás bajó para intercambiar documentos.
-¡Quémmmmierrrrrdastabasaciendolareconchitumarrrrre!
-Se me fue el freno, señor
-¿Se te fue el freno larrrreputamadreqtepario?
Volvió al auto y agarró un palo. No quedaba bien claro para qué lo tenía. Era un palo de escoba sin escoba, cortado con serrucho para que quedara corto. – A estos hay que hacerles como Hitler, como Fidel, como ese de los armenios, paredón y punto.
El de la Kangoo se la vio venir, y se parapetó al costado del auto
-Te voy a agarrar a vos, hijucunchitulaqueteparió
Palo en mano, el taxista emprendió la persecución. El de la Kangoo empezó a correr alrededor de los autos. Pleno centro, se empezó a amontonar la gente. Sebastián no encontraba la salida.
Parecía que lo peor ya estaba hasta que aparecieron los perros de la calle. Uno rubio y otro negro. Estaban hacía un rato mordisqueando ruedas en la otra esquina. El taxista seguía en plena persecución, corría al dueño de la Kangoo alrededor de los dos autos, y los perros se sumaron. Eran chocador, taxista, perro negro y perro rubio, todos en hilera, corriendo. Uno de la Guardia Urbana se acercó y no se le ocurrió mejor idea de querer parar la corrida, poniendo las manos en cruz como para hace “stop”. Palazo al guardia, guardia fuera de escena, guardia llamando a la policía y persecución. La gente gritando, los perros ladrando, todos corriendo en círculo.
-Es un pedazo de fierro, es un accidente, tengo seguro- se le ocurrió al de la Kangoo del otro lado de los autos.
-¡Los chicos, los chicos, los pájaros, los pañales! Le gritó Sebastián desde el auto, sin animarse a salir.
- ¿Tenés seguro hijunagranreputa? ¡Seguro te voy a hacer carne picada!
-Haya paz, haya paz- decía Sebastián.
Taxista y chocador quedaron uno y otro de cada lado de los autos. El taxista bajó su “arma” y el perro pensó que era un juego. Apretó el palo con su mandíbula de vagabundo y tironeó fuerte y seco. Un movimiento de boca y el palo le quedó enterito a su disposición El taxista desesperó. El de la Kangoo estaba indefenso ante su furia, pero era grandote. Y el palo se iba en las fauces del callejero rubio. –Damelpalolarreconchitumarrrre!
El atorrante salió corriendo con el palo, el taxista atrás, el de la Kangoo, detrás del taxista, el bagabundo negro, que hasta ahora ladraba nada más, detrás del de la Kangoo, el guardia urbano, detrás del negro, la policía que había llegado, detrás del guardia urbano, los curiosos detrás de la policía.
Sebastián miró el registro del viaje, vio cuánto costaba hasta el momento, buscó la plata en la billetera, la dejó agarrada a la estampita de San Cayetano, abrió la puerta y pensó: “Menos mal que no tengo que usar pañales”.
MARCELO CASTAÑOS
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Publicado en De Otros. el 22 de Septiembre, 2009, 14:29
por MScalona
Montevideo, 1944
Carrera
Me casé, me separé, con uno que trabajaba en el correo. Quedó alcohólico y violento que no podía con él. Me pegaba, rompió el vidrio de una ventana con mi cabeza.
Esas mañas supo tener, le exasperaba mi alegría.
Todas las mañanas-él era cartero-debía tenerle pronto un litro de vino, una botella de refresco con caña jerezano, grapa con jerezano o grapa con limón y la caja de cigarrillos, eso también al mediodía y por la noche.
Un hijo de él escapó con la nuera de mi vecino. Entonces quedamos los dos solitos. Ya no tuve más razón para convivir. Me "fuyi". Me escondí en una pensión. No quería saber nada de él. Me traían comida desde fuera, unas viandas de la señora catalana de la esquina, muy tronada, pero cocinaba bien. Me las traía un muchacho campechano, con él era casi el único con quien yo hablaba. Me hacía los mandados.
Al tiempo me llegó noticia de que mi marido había averiguado dónde me escondía. Estaba rondando la pensión, me avisaron. Pensé que era para amenazarme-y me encogí más. Tenía miedo de que se metiera y me matara. Me había amenazado y pegado antes muchas veces.
Es triste vivir con alguien que boicotea la alegría, que no te deja ser espontánea. Tal vez él fuese como el padre que yo nunca tuve. Me había quedado un tiempo por causa del hijo de él, que se crió sanito. Después se dedico al candombe. Ahora diseña la ropa de ese grupo del Cerro.
Él, mi marido, me mandó decir por la limpiadora de la pensión: "Te perdí por mi culpa. No te preocupes, no me verás más" Y desapareció de veras, así de simple, lo cumplió, ya nunca más volví a ver.
Con eso me dejó la cancha libre. Que yo podía hacer lo que quisiera.
Y enseguida vinieron a pedirme del conjunto "La hija de la noche" para que cantara con ellos a capella. Devine la voz principal, aunque nos turnábamos y se me pegó el apodo de "Drama duende" "Dama de la noche", porque largo ese perfume, dicen. La verdad es que me perfumo cuando canto, si no, no tendría esta voz de pétalo de terciopelo. Hago gárgaras con agua de Colonia y me refresca a medida que avanza la noche.
Trabajé un tiempo en el guardarropa del cabaret. Y de copera. Pero sobre todo de cantante. Y eso que había sido de principio una total papa frita. Después consideré que había dos líneas. Una de ser muy virgen y la otra de ser muy puta. Que se tocaban en varios puntos. Y nunca caí en puta porque conservé lo virgen, una manera de pensar y ver las cosas como si estuvieran nuevas, que son siempre diferentes, eso quiero decir. Mientras hay putas degradantes, porque son sucias en los chistes y parece que no se limpiaran ni la boca ni la cabeza.
de la novela YO ERA UNA BRASA, Edit Casa HUM, Montevideo, cap. VIII.-
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Publicado en General el 22 de Septiembre, 2009, 13:18
por negrointenso
I CONCURSO DE POESÍA NAVIDEÑA.
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Convocan el CCEBA y la Editorial Clase Turista. Cierre: 15 de octubre de 2009.
El CCEBA y Editorial Clase Turista quieren encerrar el espíritu de la Navidad en un libro. Para ello, invitan a que los poetas reflejen en su obra todos los sentidos que lo "navideño" implica: esos días y noches en que los televisores son poseídos por películas religiosas; las ofertas que invaden las vidrieras de los negocios; la sobreexcitación de los niños y el ánimo de los adultos titilando entre la angustia y la esperanza, al ritmo de las luces del arbolito.
Hay tiempo de enviar poemas hasta el 15 de octubre de 2009. Las bases de concurso ya están disponibles aquí.
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Publicado en Sugerencias. el 21 de Septiembre, 2009, 14:56
por MScalona
Como cada Lunes, en Tercer Mundo (Rioja 1089), hoy 21, a las 21 hs,
leerán Poetas invitados; en esta ocasión: Presentaremos el Libro
"Vértebras los días" de Ricardo Krakobsky (Bs As),
que vendrá acompañado por Silvia Jurovietzky (Bs As), quien comentará el mismo,
y además, nos leerá su propia poesía.
También contaremos con la presencia de Luli A Secas (Bs As);
el amigo Norberto Antonio poeta que vive en La Plata,
y nuestra querida Analía Lardone de Rosario!
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Publicado en General el 21 de Septiembre, 2009, 14:49
por Felicitas Maini
AHORA
Todavía estabas allí.
El aura oscura de tu alma escasa,
el sonido de tu risa,
el tabaco de tu pipa enrareciendo el aire,
el perfecto círculo del vaso en el brazo del sillón,
el diario que ese día era de ayer,
el olor espeso del sexo sin sentido.
Y también el silbido del odio viniendo con tu voz,
y el mensaje gastado del querememás.
Los vidrios astillados por los gritos
me abatían la nuca que te miraba a vos.
Lavaba los platos, regaba las plantas,
destendía la cama,
como si fuera otra.
No podía moverme,
tampoco ya escuchaba.
Pasaba lenta por ahí, paseante,
como en la calle, cómo en la plaza.
Ahora
mi codo izquierdo te olvida,
mi música se quedó conmigo,
mi piel se ha ido blanqueando,
mi mesa me pertenece,
mi vecina ya puede hablarme.
Y sos nada más porque a veces te invento en mis pesadillas.
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Publicado en La vi y me gustó el 20 de Septiembre, 2009, 21:57
por MScalona
Capitulo IV
(A una paciente embarazada, cuando le da la noticia de su embarazo, que ella al principio confundía con un engorde raro)
Dr. House: "Tiene usted un parásito".
La embarazasa: "¡¡¡¿¿¿Tengo la solitaria???!!!"
Dr. House: "No, tiene uno de esos parásitos que salen a los nueve meses. Normalmente las mujeres se encariñan con ellos, les compran ropitas, les llevan de paseo y les limpian el culo".
(a la paciente embarazada de su ex novio) "…¿Su ex novio se parece a su marido? Pues tenga el niño, no se enterará. Pasa en las mejores familias, querida. ¿Por qué no en la suya?"
La misma paciente embarazada: "Tengo que hacerle un regalo".
Dr. House: "A veces el mejor regalo es la gratificación de no volver a verla".
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Publicado en Aguafuerte el 20 de Septiembre, 2009, 10:56
por MScalona
Impotencia monumental
El capitán Alsogaray, prócer gorila de los 60 y padre de una estrellita
un poco insulsa, un poco ladrona, bregó durante quince años para que
Buenos Aires mudase el Aeroparque a una aeroisla en el Río de la Plata.
Por Rodolfo Fogwill | 18.09.2009 | www.perfil.com
El capitán Alsogaray, prócer gorila de los 60 y padre de una estrellita un poco insulsa, un poco ladrona, bregó durante quince años para que Buenos Aires mudase el Aeroparque a una aeroisla en el Río de la Plata. Seguro que detrás de su proyecto debió haber un plan de obra faraónica y pingües comisiones, costando tal vez más que el tren bala de Cristina. Por entonces la aeroisla habría costado tanto como El Chocón que hizo Macri padre, porque su primogénito nunca hizo nada. Pero si el viejo Alsogaray y sus socios hubiesen tenido el éxito de la dupla Ondarts-Macri, su heredera María Julia no se habría enchastrado con un robo menor, que –bueno es recordarlo– fue apenas uno de los dos o tres negociados que condenó la Justicia. Con alguna evocación de Kosice, otra del paso rasante de Le Corbusier por Buenos Aires y otra de ese orgullo del diseño naval y el deporte argentino que son los Germán Frers padre e hijo, nuestra aeroisla sería un monumento digno de mostrar como señal de que la Nación pudo crear algo en la segunda mitad de sus doscientos años de existencia. ¿Y si Alfonsín hubiese conseguido trasladar la capital a Viedma? Cuando lo anunció con el eslogan victorioso de "al sur, al mar, al frío", todos lo que estábamos en uso de razón sentimos correr el frío por la espalda que rápidamente se volvía un cosquilleo seguido de una carcajada de burla: ¡qué iban a mudar los radicales si ni siquiera pudieron mudarse de los tres restaurantes donde les siguen sirviendo el pucherito de don Hipólito! Al "padre de la democracia" nadie le creyó, y nadie compró ni un lotecito en Viedma en las pocas semanas que duró la alharaca de la mudanza. Y si hubo alguien, más les habría valido comprar tierras fiscales en El Calafate que hoy valen quince veces más. Sin una Brasilia, una Tour Eiffel, ni un delta artificial como el de la próspera Qatar, me pregunto qué les mostrarán en la celebración del Bicentenario a las comitivas aterrizadas a la constelación de hoteles cinco estrellas que, gracias a los créditos blandos, el turismo del 3 a 1, y un poco al lavado de moneda, gravita entre Puerto Madero y Barrio Norte. ¿Mostrarán el Colón? ¿Qué Colón? ¡Pobres Cristina y Mauricio: si abren sus puertas brindando a compositores, autores, músicos, bailarines, maquinistas y cientos de empleados disconformes la oportunidad de ventilar al mundo lo que fue capaz de hacer un Estado bananero con sus bienes culturales! ¿Les mostrarán la ESMA? ¿Es un monumento nuestro museo de la memoria sesgada de los K? ¿Mostrarán a la señora Bonafini con tanto orgullo como estuvieron a punto de mostrar a Maradona y a Guevara en la Feria del Libro de Frankfurt?
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Publicado en De Otros. el 19 de Septiembre, 2009, 12:28
por MScalona
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ARG, 1922-1986
"Los zapatos ballerina fueron creados para ti". La frase se me ha formado sola, y no sin complacencia he admitido que resultaría pasable para el uso publicitario.
En las vidrieras del centro, manos de maniquíes, marfileñas y rosadas, manos sin brazos ni cuerpo, sostienen ese calzado de cuero extremadamente flexible.
Los zapatos ballerina, esa zapatillas dóciles y delicadas, fueron creadas para ella, para Leila, que no las usa, ni las precisa tal vez, ya que circula, por la vereda de enfrente, con un paso leve y blando, de muchacha descalza, que elabora armoniosos movimientos de su cuerpo.
Saluda.
Saludo.
Se reúne con la amiga, Nina, y hablan de mí. Lo sé: me han mirado las dos al mismo tiempo y tratando de no levantar del todo las pestañas.
Ahora, con vehemencia, toman otro asunto y las manos actúan en la discusión. Seguramente ya no estoy en eso: pueden hablar de mí, pero no tienen que disputar por mí.
Nina entra, al parecer, en busca de recursos. Leila queda afuera y me recuerda con los ojos, tal vez por comprobar si soy testigo. Por ahí, por la ventana, viene el argumento de Nina: es música de baile.
Nina reaparece y Leila le muestra cómo se hace. Nina aboceta los pasos y los giros de su opinión, pero leila ríe, tapándose mal la boca. Nina se detiene y queda quieta y confundida. No tiene ritmo ni musicalidad. Pierde.
Lo cual la coloca de parte de mis simpatías.
Después hablo con Nina. Algo ha hecho coincidir, últimamente, nuestro camino y nuestras horas.
- Usted, me parece, ya no estudia. ¿Trabaja?
Caminamos. Ella ¿se deja acompañar o me sigue? Acata, apagadita:
-Sí, trabajo –y me sonríe.
Me detengo; andando no puedo dar fuego al cigarrillo. Nina me espera.
Ella menciona a Leila: las dos persiguieron juntas el bachillerato; Leila continúa.
Comprendo porque estoy con Nina: porque es la amiga de Leila.
-¿Necesita trabajar?
-¡Oh, sí! En mi familia todos quieren comer, vestirse y otras cosas –y ríe.
-Me gusta que lo diga alegremente.
-Papá nos dejó una casa, pero está mal alquilada.
-Y donde viven, ¿alquilan?
-Sí. Querríamos vivir en lo nuestro, pagamos más por el arriendo que lo que nos pagan a nosotros.
Voy callado. Ella empieza a cantar bajito. La miro. Se turba y cesa de cantar.
Reabre el diálogo:
-¿Usted tampoco tiene padre?
-No, ahora no.
Su mirada me advierte con respeto que no entiende.
No tengo padre ahora, aunque tuve, claro. También nos dejó algo: una propiedad rural, que no supimos mantener y un piano, que ahora está en el comedor y nunca suena.
- ¿Ni usted ni su mamá saben tocar?
- No.
- Podría ir yo –propone su repentino júbilo.-
- ¿Sabe?
- Apenas, casi nada. Pero ruido haría.
Una tontería. Eso es, una tontería ha dicho. Hacer ruido por hacer ruido, y con un instrumento noble. Me indigna y me sustraigo al diálogo.
Entonces ella se absorbe en un canto bajito que apenas se le oye.
- ¿Porqué canta?
- Cuando he hecho daño o me siento triste, cuando estoy con alguien y me deja sola, canto.
Pobrecita Nina.
EL SILENCIERO, novela, Ed. AH, p. 28-33.-
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