Mi cansancio es, casi, una enfermedad. Tengo a mano el cielo de acostarme debajo de los árboles hasta las seis de la tarde.Lo postergaré. La razón de esta necesidad de escribir ha de estar en los nervios. El pretexto es que ahora mis actos me llevan a uno de mis tres porvenires: la compañía de la mujer, la soledad (o sea la muerte en que pasé los últimos años, imposible después de haber contemplado a la mujer), la horrorosa justicia. ¿A cuál? Saberlo con tiempo es difícil. Sin embargo, la redacción y la lectura de estas memorias pueden ayudarme a esa previsión tan útil; quizá también me permitan cooperar en la producción del futuro conveniente.
He trabajado como un ejecutante prodigioso; la obra sale de toda relación con los movimientos que la hicieron. Tal vez la magia dependa de esto: había que aplicarse a las partes, a la dificultad de plantar cada flor y alinearla con precedente. Desde el trabajo no podía preverse la obra concluida; sería un desordenado conjunto de flores o una mujer, indistintamente.
Sin embargo, la obra no parece improvisada; es de una satisfactoria pulcritud. No pude cumplir mi proyecto. Imaginativamente no cuesta más una mujer sentada, con las manos enlazadas sobre una rodilla, que una mujer de pie; hecha de flores, la primera es casi imposible. La mujer está de frente, con los pies y la cabeza de perfil, mirando una puesta de sol. La cara y un pañuelo de flores violetas forman la cabeza. La piel no esta bien. No pude lograr ese color adusto, que me repugna y que me atrae. El vestido es de flores azules; tiene guardas blancas. El sol está hecho con unos extraños girasoles que hay aquí. El mar, con las mismas flores del vestido. Yo estoy de perfil, arrodillado. Soy diminuto (un tercio del tamaño de la mujer) y verde, hecho de hojas.
He modificado la inscripción. La primera me salió demasiado larga para hacerla con flores. La convertí en ésta:
Mi muerte en esta isla ha desvelado.
Me alegraba ser un muerto insomne. Por este placer descuide la cortesía; en la frase podía haber un reproche implícito. Volví, sin embargo, a esa idea. Creo que me cegaban: la aflicción a presentarme como un ex muerto; el descubrimiento literario o cursi de que la muerte era imposible al lado de esa mujer. Dentro de su monotonía, las aberraciones eran casi monstruosas:
Un muerto en esta isla has develado.
Ya no estoy muerto: estoy enamorado.
Me descorazoné. La inscripción de las flores dice:
Publicado en Cuentos el 31 de Julio, 2009, 9:45
por M_Aliau
HOSPITAL
“Plutón, dios del inframundo, encargó a su perro Cerbero, la guardia de las simas abismales para evitar que los espíritus de los muertos pudieran escaparse”.
Jorge lee nervioso el folleto de la veterinaria, que no sabe porque trae encima. Seguramente lo tenía en la mano cuando le avisaron, hace veinte minutos, del accidente de su hermano mellizo.
La Sala de espera de terapia intensiva es un lugar tan agrio como la función a la que está destinada. El mobiliario esta constituido por una maquina de café y dos bancos arrimados a las paredes.Justo enfrente de él, alguien colgó una suerte de afiche con la imagen de Jesucristo.
La gente escribió nombres y consignas alrededor del crucificado. “ Rezopor Jose” , “ ayudá a mi papá Ernesto”.
Jorge lee la infinidad de nombres que cubren la imagen. La existencia de Dios es algo que todavía no ha decidido. De lo que está seguro, es que le parece una ridiculez acudir a la burocrática tarea de escribir panfletos o carteles para así ganarse su gracia.
Cierra los ojos y trata de imaginar a Mario, su hermano, en el momento del accidente. El auto volcado, las llantas todavíagirando en el aire, el humo...
Pero no logra representarse la situación. En su lugar se ve a él mismo peleando con su hermano mellizo, en la infancia. Intercede su padre y en juicio sumarísimo decide que a Mario le corresponde la razón y a él, la paliza. Luego del azote se va llorando a la habitación, más por humillación que por dolor. Al rato ingresa Mario, solidario. Silenciosamentese sienta a su lado y apenas le acaricia la cabeza.Se queda junto a él, acompañando respetuosamente su llanto.
Jorge abre los ojos, juega con el folleto que tiene en la mano. “Homero en la Odisea destaca la fidelidad del perro de Ulises, Argos, ya que fue el único que reconoció a su amo cuando regresó a la patria con ropaje de vagabundo tras una larga ausencia. Argos, que ya estaba moribundo, hizo un último esfuerzo;le meneo la cola ya continuación murió.”
Recordó que fue idea de Mario incorporar las citas de la mitología griega en los folletos de la veterinaria.
En ese momento aparece un joven, vistiendo delantal blanco. Jorge alcanza a ver la identificación en la solapa:“ Dr. Britos”.
El hombre atraviesa con paso rápido la sala de espera, y empuja la puerta de terapia intensiva.
El Dr. Esteban Britos viene a cumplir su turno en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Ramos.
La médica de guardia se llama Rocío y Esteban la conoce más allá de lo profesional. Una pasión del pasado que dejó sus huellas. En él, un deseo permanente y un sentimiento indeciso. En ella, un rencor forzado, un amor escondido a escobazos bajo la alfombra.
Rocío es la que informa: “ Hubo dos ingresos en la madrugada. El primero, accidente en moto, fallecido, la ficha clínica esta ahí arriba. Esta viniendo el telefonista para avisar a los familiares. El otro ingresó recién, accidente automovilístico, tiene un coagulo cerebral. Estabilizamos y cerramos algunas heridas pero todavía no estápara operar.”
El doctor se esfuerza por prestarle atención, tiene ganas de proponerle un revolcón rápido, enredarse entre brazos y estetoscopios y gastar los últimos cartuchos de una juventud que vadando paso a la madurez. Así todo, mantiene lacompostura y agradece el informe. Ahora él queda a cargo y ella puede irse.
Al llegar el telefonista de las malas noticias, Rocío le alcanza la ficha del fallecido juntamente con un teléfono.
“Accidente en moto” Le aclara.
El doctor comienza la recorrida por la sala. Revisa los informes que están al costado de la cama de cada internado y chequea la medicina que se le otorga a través del suero. De fondo, escucha al telefonista informando al familiar del accidentado en moto. A Esteban se le cruza un pensamiento:“ ¿Será una viejita que estaba levantándose a desayunar, puso a hervir la pava y dejó las tostadas a medio hacer para ir a atender el teléfono?” La imagen lo estremece por un segundo. “ ¿Ves que tengo corazón?” le gustaría decirle a Rocío.
Eltelefonista de las malas noticias imposta una voz lúgubre, mecánica.
- Fue un lamentable accidente. Tenemos un servicio de psicólogos a su disposición...
Mientras dice esto, hace señas a Esteban con la cabeza, señalándole con el mentón el culo de la médica que se retiraba contorneándose.
Rocío siente la mirada de Esteban en la espalda. Pese al cansancio de una noche de trabajo sin dormir, se esfuerza por caminar de la manera más efectiva que conoce para excitarlo. Antes de salir de la sala se quita el delantal, arqueando el cuerpo de manera de conseguir una curvatura perfecta entre la cadera y sus pechos. Saluda a los enfermeros y a Esteban besándose la mano y luego agitando la palma en dirección a todos. No dice: “ Si este pajero de Britos quiere este cuerpo que se juegue y deje a la mujer, ya no estoy para boludeces”.
Esteban la sigue con la mirada. En ese momento le avisan que afuera esta el hermano mellizo del accidentado. Revisa por última vez su ficha y sale apresurado, con la esperanza de alcanzara Rocio en el ascensor.
Ni bien atraviesa la puerta, Jorge se pone de pie.El médico va directo al grano.
-Su hermano está grave. En estos momentos esta estabilizado, pero tenemos que sacarle un coagulo, es una operación complicada. No sabemos todavía qué otros daños puede haber. El cirujano necesita su autorización.
Le suelta el monólogo sin ninguna expresión en el rostro, con el mismo tono neutro de voz. A Jorge le cuesta responder, le parece ridículo preguntarle si corre peligro, si van a volver a trabajar juntos en la veterinaria, si entiende que su hermano es su único familiar, su mejor amigo.
-Sí, por supuesto. Hagan lo que tengan que hacer.
-Vamos a esperar a que esté sistémicamente en condiciones. Eso puede ser a la tarde. Vaya a su casa a descansar, lo vamos a llamar si hay cualquier novedad.
El médico acompaña las últimas palabras dándole unas palmadas en el hombro. En el otro extremo del pasillo ve a Rocío subirse al ascensor y apura el paso hacia ella.
Jorge queda solo en la sala de espera y se sienta.Se da cuenta de que no quiere irse,que no tiene sentido porque de cualquier manera va a estar ahí. Se acerca a la imagen del Cristo, busca una birome en el bolsillo y escribe el nombre de su hermano. Luego vuelve a sentarse y se queda en silencio, esperando atrás de la puerta.
Nos deslizamos por un camino de tierra que corre de norte a sur, encajonado entre lotes de maíz. Hay rastros de lluvia reciente, surcos verdes y una vaga noción de conocer el lugar. De a ratos nos damos la mano, de a ratos pongo mi mano sobre su hombro, de a ratos me cuesta andar, de a ratos ella llora.
Un boulevard de pinos se abre hacia el oeste.
Nos paramos frente a una tranquera. Una bruma espesa la envuelve. Supongo que es la lluvia tan nueva. Camino unos pasos y, agachándome con dificultad, suelto la cadena que la cierra al poste de quebracho generoso.
Ella retrocede y vuelve a llorar.
Me abro camino a través de la bruma y del otro lado de la tranquera veo que es más alta que yo. Comprendo que no tengo más de siete años.
Dos brazos, me recuerdan al poste de quebracho, me alzan.
Es mi Viejo. Comprendo que no tiene más de cuarenta años. Mucho tiempo atrás dejé de verlo. Consecuencias de la muerte.
Me abrazo a él, apoyo mi cabeza en su hombro.
Comenzamos a caminar rumbo al oeste, por el boulevard de pinos.
Voy mirando a la tranquera.
Ella se va desdibujando en la bruma. Llora.
El sol se pone al otro lado de los eucaliptos, como a trescientos metros por delante. Rebota en el techo rojo de un galpón.
Mi Viejo me dice que mañana, el día va a estar lindo.
Juan… Juan… Juan Ernesto ¡eso! Juan Ernesto, ¡ya sabía que me iba a acordar!
Violeta está sentada con una caja de madera sobre sus piernas. Es una de las tantas cajas que guardan fotos viejas.
Se siente exhausta, desprovista de fuerzas.
El estirar sus manos hacia el estante del placard y tratar de no perder el equilibrio, los dos o tres intentos de asir la caja en el preciso instante en que sus manos dejan de temblar y hacerlo lo suficientemente fuerte para que la caja no se caiga y finalmente, el caminar hasta el sillón y deslizarse de un solo envión de espaldas,tratando de no equivocar su posición y depositar su cuerpo en el lugar justo, significan un gran esfuerzo.
Yo conozco a este muchacho, sé que es alguien muy cercano a la familia. Y debe serlo porque en esta foto está con Agustincito en brazos el día que cumplió un añito, y en esta otra, en la casa de Mar del Plata conmigo y Clarita.
- Rosaaaaaaaaaa.
- ¿Sí Violeta? ¿Qué necesita? – pregunta la mujer desde la cocina.
- Dígame mujer ¿quién es este hombre tan apuesto que está en la foto?
Rosa se acerca y sin necesidad de colocarse los lentes reconoce la foto. Es la misma que Violeta mira cada día.
- El señor Juan Ernesto, señora.
- Sí, ya sé… pero ¿quién es?
- Su marido, Violeta.
- ¿Mi marido? ¿Estoy casada yo?
- Sí… bueno, mejor dicho estaba… hasta que el señor Juan Ernesto – que en paz descanse – murió.
- ¿Murió?... ¿Y cuándo murió?
- Hace cinco años ¿No se acuerda?
- ¿Y cómo murió?
- Viajaba a Córdoba en su avioneta… nunca se supo si fue un desperfecto mecánico o una mala maniobra del piloto, pero se cayeron en un campo de Cañada de Gómez.
- Pero… ¿usted dice que era mi marido?
- Sí Violeta. Un excelente marido. Él la amaba con locura.
-¡Qué pena! ¿Puede creer que no me acuerdo?
Violeta acaricia la foto, pasa su mano de un lado al otro del papel deslucido con suavidad, moviendo cada uno de sus dedos como si las figuras tuvieran relieve y ella pudiera reconocerlas por el tacto, buscando con ese gesto que su mente se aclare, que aparezca algún signo de familiaridad en ese hombre de rostro sonriente. Pero las imágenes que vienen a su mente no lo incluyen. Entonces, levanta su cabeza y recorre la habitación con sus ojos grises tratando de encontrar algún objeto que la ligue a él. Su mirada se detiene sobre el cenicero de cerámica que usa a diario. “Recuerdo de Carlos Paz”dice y piensa que si dice recuerdo, ella debería recordar, pero no recuerda y si no recuerda es por algo.
Rosa ha vuelto a la cocina. Se oye el ruido metálico cuando saca los cubiertos del cajón. Está preparando la bandeja donde llevará la comida para su patrona. Un intenso olor a sopa le indica a Violeta que pronto estará listo el almuerzo.
Sopa, piensa, y mira sus manos temblorosas.
Nuevamente el agotamiento se apodera de ella, al saber lo que le espera.
Levantar la mano para llevar la pesada cuchara a su boca y que el líquido no se derrame en el mantel o en su pollera, bajar la mano y lograr que la misma se dirija al plato sin chocar en su recorrido con las copas, volver a levantarla y coordinar ese movimiento con una suficiente apertura de su boca. Tragar con cuidado, para no ahogarse y que un acceso de tos la haga escupir todo.
Está cansada.
Pero tiene hambre a pesar de todo.
A pesar de que no recuerde quién era ese hombre que murió hace un tiempo y tenga que escuchar a Rosa contándole de su accidente.
A pesar de que las imágenes se vayan disolviendo y una extraña neblina las rodee.
Ya nada importa, ella se prepara para comer.
Guarda la foto en la caja y la cierra bruscamente.
Publicado en Cuentos el 30 de Julio, 2009, 10:26
por Celina
BUENOSVECINOS
Esa noche nos invitó a cenar el matrimonio que vivía en el departamento de al lado. No éramos amigos. Simplemente vecinos. Cuando nos cruzábamos en el pasillo nos saludábamos con amabilidad. -¿Cómo va todo? ¿Los chicos bien?- eran preguntas habituales. De ambos. Calculo que tenían más o menos nuestra misma edad. Ellos tenían una hija de dos o tres años y nosotros un varón de cinco. Hacía casi seis meses que vivíamos en ese edificio. Nos mudamos cuando a mi marido lo trasladaron a la sucursal del centro. Antes vivíamos en la zona norte de la ciudad, en una casita muy pintoresca con jardín y perro. Al perro tuvimos que regalarlo. Fue bastante triste para nuestro hijo. A mí no me importó demasiado. Estaba bastante cansada de tener que juntar sus excrementos y darle de comer. Siemprehacía pozos en el jardín y rompía todas las flores. Ahora estoy más tranquila y a Nico le compramos una tortuga.
La invitación nos tomó por sorpresa. Solemos tener una vida socialrestringida. Los fines de semana nos gusta quedarnos en casa, ver películas y llevar a Nico a la plaza o al parque. Pero aceptamos para no ser descorteses. Después de todo salir de la rutina no estaba tan mal.
A medida que fueronpasando los días me encontré cada vez más entusiasmada con la idea de la cena. Me había dado cuenta de que no eran muchas las oportunidades que tenía de hablar con gente. Desde que tuve a Nico y dejé de trabajar pasaba mucho tiempo sola. Con mi marido pensamos que era mejor que yo me quede con nuestro hijo en lugar de pagarleuna niñera que lo críe. Cuando fuera más grande podría retomar mi trabajo. Soy arquitecta ytrabajaba en un estudio importante. El tiempo fue pasando y yo seguí en casa. Costumbre. O inercia. Igual disfruto de estar con Nico pero a veces me aburro. Y siento la necesidad de hablar con adultos. Cuando empiece la primaria, que falta poco,estoy pensando en volver al trabajo.
Decidí ir a la peluquería. Hacía rato que tenía ganas de cortarme el pelo. Agarré mi cartera y las llaves del auto. Preparé a Nico y salí. También aproveché para comprarme ropa. No tenía nada nuevo que ponerme. Últimamente no me compraba. Cuando mi marido vio lo que compré me hizo un escándalo bárbaro. Que la remera era escotada y el pantalón ajustado. Me estaba costando entenderlo. Desde que tuvimos a nuestro hijo se habían operado en él algunos cambios. Sutiles al principio. Casi imperceptibles. Se fue poniendo más estricto en algunos aspectos. La ropa, por ejemplo. De golpe yo debía ser una señora recatada. Como si ser madre implicase no tener sexualidad. En eso me había convertido. Asexuada. Casi ni me tocaba. Lo más insólito es que me estaba dando cuenta recién ahora. Al principio Nico me absorbía tanto que ni lo advertía. Pero hacía tiempo que ya dormía en su pieza y toda la noche. Cada vez me estaba costando más que hagamos el amor. Y lo hacía mecánicamente. Yo quería erotismo, sexo salvaje y él se limitaba a cumplir. Fue encontrando excusas. Y todo esto del verso de quedarme en casa me parece que es eso, un verso. Me quiere tener guardada. Por eso me extrañó cuando aceptó la invitación. Debe pensar que nuestros vecinos no suponen ningún peligro. Es un matrimonio como nosotros y con un hijo.
A las nueve en punto tocamos el timbre. Vino en mano. Nos abrío la puerta ella, Marcela. Atrás apareció el esposo. Todo sonrisas.
-A la nena la llevamos de mamá -dicen. Me sentí estúpida llevando a Nico de la mano.
-Nicolás es muy tranquilo, no te preocupes -le dije a modo de disculpa.
-Pasen, siéntense que les sirvo una copa.
El departamento era realmente agradable. Olía a limón. La iluminación era suave y se escuchaba música. La mesa estaba servida con elegancia. Tomamos un par de copas y nos sentamos a comer. Todo estaba delicioso. Marcela era una excelente anfitriona. Charlamos bastante. Rápidamente rompimos el hielo y nos encontramos contando anécdotas. Mi marido parecía otro. Reía sin parar de cualquier cosa. Estaba asombrada. Cuando traen el postre siento un pie que me acaricia debajo de la mesa. Supuse que era mi marido y lo miré con una sonrisa. Ni se dio por aludido. Quedé confundida. Mientras, sentía un pie descalzo que lentamente me recorría la pierna y se dirigía hacía arriba. Sentí que me ponía colorada. Mi vecino me miraba descaradamente. ¿Era lo que estaba pensando? No podía ser. Estas cosas no suceden en la realidad. -Permiso, voy al baño -dije y me levanté.
Entré al baño y me miré al espejo. Mis mejillas estaba rojas. -¡Qué vergüenza!-pensé. Pero una sensación extraña se había apoderado de mí. Bajé la tapa del inodoro y me senté. Tenía que reponerme. De pronto se abre la puerta del baño. Era él. -¿Qué carajo estás haciendo? -le pregunté casi en un susurro. Me aterraba pensar que mi esposo se diera cuenta de algo. Sin contestarme se acercó y me besó. No podía terminar de creerlo, perole devolví el beso. Nuestras bocas lucharon sin tregua, lengua contra lengua. No podía respirar. Me miró a los ojos, me desabrochó el pantalón y empezó a acariciarme. Como si yo no fuera yo, hice lo mismo. Parecía un títere que alguien dirigía a su antojo. En un minuto estaba dentro mío. Tuve el orgasmo más rápido de mi vida. Increíble. Con todo lo que tenía que hacer mi marido para lograrlo. Creo que era para inscribirlo en el libro de récords. Sin decirme nada, se abrochó el pantalón, me estampó un beso y se fue. Quedé sola, toda despeinada, con la ropa arrugada. Me mojé un poco la cara, me peiné y arreglé lo más que pude. Pero no podía sacarme ese brillo de los ojos. Rezaba para que no se dieran cuenta.
Esa misma noche, cuando terminé de acostar a Nico, mi marido me dice: -Parecen buena gente, no? Creo que encontramos unos amigos. El próximo sábado los invitamos nosotros.
Publicado en General el 29 de Julio, 2009, 9:47
por MScalona
Papeles esperados
La aparición del libro póstumo de Cortázar, “Papeles inesperados”, despertó gran curiosidad y después, comentarios. Los más honestos coincidieron en que no se trata de ningún aporte fundamental, y acaso ni siquiera necesario, en la obra del autor de “Bestiario”, “Los premios”, “Las armas secretas” y “Rayuela”. La pregunta es: ¿por qué, entonces, sabiendo que son sólo textos complementarios, el libro se vende, se comenta y hasta se lee? La respuesta no parece ser difícil: a Cortázar, simplemente, se lo extraña. No sólo por su talento único, feroz, irreemplazable: también por su frescura, por su actitud, por su sabiduría, por su irreverencia, por su luminosidad, por su juventud, por su cultura, por su sentido del humor, por su bondad, por su compromiso. Además de un gran escritor, era un tipo metido en la vida. Y que jugaba en el equipo de la vida. Sin importar que peleara el descenso. Qué falta nos hacen escritores así ahora, cuando la gran mayoría parece haber nacido de una probeta para criarse en los pasillos de alguna facultad. Qué falta nos hacen los provocadores, los tiernos, los locos, los que no tienen miedo y, si lo tienen, lo admiten con valentía. Qué falta nos hacen los que apuestan fuerte, los que se saben reír, los que se queman en cada palabra, los que se animan a desgarrarse. Los buenos. Los verdaderos. Los muertos. Los que saben que el temor al ridículo es el peor de los temores. Los que entran en los bares y hablan con la gente. Los que no se preocupan por encabezar las listas de best sellers, tienen algo que decir y lo dicen en voz alta. Los que no se desviven por los premios sino por los libros. Los que (casi) ya no existen. Tanto Borges y Bioy, más Aira, Piglia y Pauls, horribles traducciones españolas o soporíferos novelistas españoles que escriben en castellano “neutro”, han terminado por dejarnos sin sangre. Nos hace falta una buena dosis de Sarmiento, José Hernández, Quiroga, González Tuñón, Arlt, Manzi, Marechal, Martínez Estrada, Conti, el Saer de “Cicatrices”, el Gelman de “Gotán”, Paco Urondo. Y mucho Cortázar, hasta del malo. Leamos otra vez a los que brillan, a los que sueñan, a los que se ensucian, a los que hacen el amor, a los que nos aman. A los que escriben para nosotros porque hablan como nosotros. Y porque son como nosotros. Leamos a Cortázar. Una y otra vez. Y otra vez.
Publicado en General el 28 de Julio, 2009, 11:34
por FMaini
OPERATIVO.
FOTOGRAFICO.
Aparecíeron en los diarios de la tarde: poco precisas las palabras y la foto. Había ocurrido por la mañana aunque la luz no tan clara hace pensar en el atardecer. La calle cerrada por dos patrullas. En el fondo una casa que se adivina violentada y vaciada, es vigilada por dos colimbas de rostros asombrados. Ligeramente fuera de foco y en primer plano, el falcon verde, sin chapa; las puertas abiertas permiten entrever dos hombres de civil con armas largas, relajados, como dormitando, en el asiento trasero. Un tercero, sentado con las piernas hacia afuera y con los codos sobre sus rodillas, descansa la cabeza entre sus manos. La toma no permite apreciar movimiento alguno pero se presiente que se pasa la mano por los cabellos en un gesto de cansancio, o de alguna clase de dolor, parece que sufre, como si careciera del refinamiento de la crueldad. Adelante, otro hombre, fornido, pelado mira el cuerpo de su compañero caído sobre el volante, muerto. O quizás mira a la vereda de enfrente donde yacen entre sangre, escombros y suciedad, tres jóvenes inertes, no sabemos si con vida aún. Conmociona la imagen de uno de ellos, una casi niña con la pollera escocesa subida, volada en torno a su cintura como si la ráfaga la hubiese congelado corriendo. Y así quedará, huyendo por siempre.
CINEMATOGRAFICO.
Primero y en lo oscuro sobresaltan los motores, las frenadas, las corridas taconeadas y las patadas entre las voces tensas y amenazantes de hombres en la cacería. En instantes derriban puertas y se esfuman en lo negro de un pasillo, queda flameando un patético visillo en lo que era una ventana, la única iluminada de la cuadra donde todo se apaga, todos se esconden, es la traición de los callados. La luz que va llegando deja ver en la calle el falcon, un camión enfrente y una tanqueta mas lejos. Todo verde, siempre verde mugre. De la casa surgen gritos, esta vez aullidos de dolor y de miedo. Y una voz nerviosa de alarma, de aviso cuando del pasillo contiguo escapan corriendo dos, no, tres personas, uno de ellos a medio vestir. Los otros vociferan, ellos corren enceguecidos y sin elegir dirección, sólo escapan. Por un breve momento se sienten libres. Parecen caer antes de que se escuche la ráfaga, un instante cómo de vuelo y la brutal caída en el pavimento. Un solo quejido, lastimero, finito y todo acaba. La brisa leve entona un cántico fúnebre. Y pasa un rato, se espesa el silencio, los hombres se calman. Operativo exitoso.
AUTOBIOGRAFICO
Me duele la cabeza. Siempre me duele cuando me ordenan la salida. Ya antes de que el portón se abra mi memoria pasada se adelanta, como un video vió, y me muestra lo que va a pasar. Es en ese momento cuando siento nauseas,vomito. Se lo que sigue. Salimos a cazar personas. Algunos se defienden y en el tiroteo, no me siento tan mal. “Es una guerra” nos dice el capellán “y ustedes están del lado de Dios y de la Patria”. “Dios?, qué dios quiere que vos hagas esto”? pregunta mi vieja.
Usted me entiende. Cuando mueren es más fácil. Ahí termina todo. Nosotros nos vamos y vienen los que limpian y levantan el botín. Lo difícil es cuando los agarramos vivos. Yo se lo que les espera. Pienso si ellos sabrán que están muertos antes de morir. Y ahí es cuando me agarra el miedo. Es como si yo fuera otra persona que los lleva hasta esa puerta. Y después ando mal. No puedo dejar de pensar en lo que he visto tantas veces. Ni de noche me olvido. Igual nunca duermo, ni en mi casa, pasan dias, me baño mucho para sacarme de la piel una sangre que no está. Y los aullidos. Antes no sabía que los humanos aúllan. Lo hacen como animales. Los oigo todo el tiempo. Es una pesadilla.
Mi mujer me dice que piense en los chicos, en las becas que nos dieron, en la casa que pudimos comprar. Que es un trabajo. Que los otros son malos. No se. La piba de hoy, la de la pollera escocesa, parecía buenita. Y ahí me vino otra vez el dolor, como un bicho grande, con dientes que me muerde detrás de los ojos. Usted me tiene que ayudar. Haga algo por favor. No me gusta estar así, es una tortura.
En los ritos iniciàticosla ropa termina hecha un enredo,una moneda que cae del bolsillo y la hebilla del cinto, esa maravilla acùstica delatora,ancla en el piso la brevedad que somos. Y asì fue, la hebilla cantò a sus espaldas; señal queya estaba despojado, entregado, desnudo. Lo ayudaroncon la bata descartabley lo guiaron por este lugar no lugar (feliz el imbécil porque cree que descubriò uno nuevo).Detrás de un vidrio, un jardín que hace fuerzapara ser natural, una helada màs y chau plantitas. En ese pasillo minimalistacon ventanasatrofiadas, si la enfermera de cara asiática lo llevase de la mano, y se riera solo, serìa un remedo lamentable de Maradona rumbo al antidoping , y porqué no, si salvando las distancias, el cagazo era el mismo. Siempre vio a otros partirpor pasillos parecidos, por el ojo de buey de la puerta vaivèn. Su impostergable tendencia a musicalizar, lo urgiò a darle sonido a su primera vez en una sala de màquinas. Despuès ardiò justo ahì, en el centro de gravedad, y mientras comenzaba a hibernar eldiscjay frustado todavíano se decidìa porCada vez que respirás o por el tema de una película de bailarinasque cantaban bye bye algo. Anestesiado cree que en su cabeza se esta tocando esa mùsica.
Fotográfico : quietito
Fueron cinco minutos de quietud, para ser màs exactos se quedò quietito, que no es lo mismo. Esto es, cerrando todo lo que un humano puede cerrar. Sentado, vestido de descartable, no tuvo el coraje de buscar un reflejo y mirarsecon cofia. Lo ignorarà siempre, se merecía el premio al mejor disfraz. Ante el ridículo carnavalesco, él mismo hubiese dicho "arrancò Febrero".Ensayò la confianza en ese mundo metálico y desinfectado, que le durarìa un instante, hastaque llegaron y le instalaron un telòn sobre su cuerpo, transversal. Ahì tuvo lugar la función de tìteres, unos muppets ligeramente sangrientosjugaron con él, era ciertoal finalque acero y piel no combinan. Hubo untoque màsde anestesia y jura que en medio de una lluvia de Pervinox la señorita Piggy lo besò. A veces es mejor pensar en animalejos vestidos de terciopelo aunque no sea Febrero.
AUTOBIOGRAFICO:El Gramma, los muppets y yo
Se lo tendría que haber dicho, que elegí este sanatorio porque tiene estacionamiento. El se esforzò en explicarme sobre nuevas técnicas miniinvasivas y bla bla bla, y siempre es mejor y agradezco no ser invadido, pero estaba ahìporque hay garage, y gratis. Absurdo y tacaño, pero es asì. Eso pensaba mientrasme decìa lo de la invasión. Sí le dije que lo gugleè, por si aparecía algo sobre mala praxis, por las dudas. "Saliste en el Gramma , por tu técnica miniinvasiva," tambièn se lo dije , hoy a este tipo lo necesitaba lo màs seguro de sí mismo que fuera posible. En realidad no estaba muy seguro sobre lo de Gramma. Sì estoy seguro de la soledadde este no lugar, donde cada tanto uno esarreglado. Ahí estuve yo, un rato,no màs ; estuvo la enfermera, a la que adjudiquè el Oriente y le arrebatè la mano cuando ardiò. Espantadala muy yeguame puso una màscara de oxìgeno, es la adrenalina, me dijo. Habìa una radioque soltaba la voz de una gatùbela mañanera, adentromìo sonabanen sinfín mis canciones preferidas. Cada vez que respiras por Sting, Robert Downey Jr oun coro de monjes; y el tema de Juan Moreira ejecutado en vientos. Favio es y serà un pasaporte directo a mi niñez. Gracias Leonardito. Terminaron. Después corrieron el telòn y me vì entero, mi otra mitad seguìa estando allì, como en el truco del circo, la otra mitadsiempre està.Los muppetts se fueron y me quedè solo. Nos quedamos solos, mi adrenalina y yo.
Cuando era chico me asustaba solo. Me encerraba en un cuartito de trastos en la terraza, una especie de altillo, apagaba la luz y corría las cortinas.Si no había cortinas, cubría con diarios y papeles los vidrios para que no entrase la luz. Me sentaba solo y a oscuras en mitad de la pieza.Esperaba un rato, hasta que se me iba de los ojos la claridad de afuera, el resplandor que todavía les duraba de haber estado al sol, en la calle. Sabía que cuando empezaba a ver en la oscuridad era porque la luz se me había ido de los ojos y más aún, de los ojos de adentro también. Entonces sentía que estaba bien oscuro, solo, en el mejor de los mundos y en silencio; era la hora de la siesta y en esa época la dormían hasta los pedigüeños.
A veces me disfrazaba para la ceremonia, de mujer, de doctor o de Batman. Tenía socios y socias, seis o siete años. Pero lo que más me gustaba era estar solo, callado, pensando o asustarme; tenían un deleite esa soledad y el miedo. No me recuerdo un niño taciturno y no me faltaban amigos, pero sentía un deseo contemplativo, inventarme un páramo, un paisaje de silencio preparando la tarea de gustar de ir viendo todo y anotarlo. Y una de las cosas que me provocaba la fantasía era el miedo, y cuando no venía, practicaba un rito llamador. Me asustaba solo gritando: Popopo, Popopo, en un tono de voz neutro, dehechicero. Como una invocación. Popopo era una especie de cuco, bruja o demiurgo, el más temible de mis fantasmas: Popopo Popopo. Creo que se escribía separado, Po-Po-Po. Daba más susto en sílabas, como si la fonética fuera importante para los monstruos.
Frag. novela EL PORTADOR, p. 209.- Marcelo Scalona. DNA: 15226 / 99.-
El jardín estaba sembrado de madres-espectros prolijamente sentadas y geométricamente diseminadas. Algunas de ellas en sillas de ruedas.
Hermoso día de sol, como todo domingo. El escenario estaba cuidadosamente montado en el jardín, como todos los días de visita durante la primavera. Todas impecables, con las mejores ropas que tenían. Algunos visitantes ya estaban con sus anfitrionas. Otras esperaban. Otras ya no esperaban. Pero todas estaban ahí. Aun seguían estando. Yéndose, pero aun estando. Algunos visitantes eran conocidos por ellas, otros no tanto.
La enfermera alzó el brazo y señaló hacia un determinado sector del jardín. Hacia allá fue él. Con la angustia reflejada en el rostro de quien va a cumplir con la obligación de pasar por un trance amargo. Con toda la imposibilidad de quien sólo le queda intentar inútilmente traer un pasado ya ajeno, a un presente estanco y sin futuro. Él ya era un desconocido para su madre.
Cinematográfico
Gladis, la enfermera, le dijo que su madre había estado bárbara esa semana. Que todo era como decía el médico. Que el deterioro era progresivo. Que cada vez olvidaba más. Que cada vez estaba un poquitito más perdida. Pero que se la veía muy bien. Tranquila. Refeliz, llegó a decirle. Además le dijo que ellas dos se habían hecho muy buenas amigas.
La madre lo saludó con afecto. Pero se notaba que no recordaba quién era el que vino a saludarla, y quería simular que sí.
Él le habló del ahijado de ella, Jorge, que había viajado a España para recibir un premio por sus investigaciones científicas. De a ratos ella simulaba conocer todo, de a ratos quería recordar y pedía una y otra vez las mismas explicaciones que se escurrían sistemáticamente.
Casi con premura, ella pidió un peine. Él le consiguió el peine. Pero eso no era un peine para ella. Quería otra cosa. Él le preguntó si quería ir al baño. Ella le dijo que no; que quería un peine. Para peor, hacía el ademán de peinarse con una mano. Y en la otra mano tenía el peine. ¡Pero no! Eso no era un peine, insistía ella. Quería un peine. Ya no sobrevivieron al choque contra la imposibilidad.
Autobiográfico
Mucha vida. Demasiada. Muchos problemas. Demasiados. ¿Para qué seguir? Ya di todo lo que pude dar. Que se arreglen los otros.
Nunca me arrepentiré de haber bajado la persiana a todo. Ahora, de vieja, conseguí hacer lo que siempre quise hacer y nunca pude. Al principio me costó un poco. Al menos me pareció que en algunos momentos el médico estaba un poco desorientado. Pero de tanto observar a mis compañeras, ahora el personaje me sale bárbaro. Comprobé lo útil que es saber observar para una actriz. Me lo recalcaba tanto mi profesor de teatro en las pocas clases que logré tomar de joven.
Y no es para nada aburrido todo esto. Gladis conoce vida y obra de todos los de acá. Y para mejor me tomó de confidente. Tiene una paciencia de santa. Le hago repetir los chismes cuantas veces quiero y cada vez que los repite le añade algún otro detalle jugoso que se olvidó, o no se animó a contarme antes.
Lo que sí es un poco aburrido son las conversaciones de mi hijo. Pero lo bueno es que no me habla de ningún problema. ¡Ja!. ¡Quién iba a decir que el tarambana de Jorge iba a hacer carrera como científico!
Lo mejor de la visita es la actuación de simular que recuerdo y hacer que mi hijo se dé cuenta de la simulación, pero no de la actuación. Todo un desafío actoral. Y después, cuando ya me aburre demasiado improviso algo como para que se vaya. Lo del peine estuvo divertido.
El orden de la casahacía el orden de los párrafos, decía…
Neruda, a diferencia,
necesitaba una tabla cualquiera,
pero sí que venga del mar.
Sade una pluma húmedade pelvis y otras aguas.
Baldomero una ciudadcon un Tortoni dentro.
Girondo una butaca de tranvía,
Manzi una luna de barrio.
Para escribir. Para darle a la soledad lucha y consuelo,
muchos recogían piedritasde colores de unos ojos,
como Pedroni,
otros,la hojarasca del alma, como Vallejo.
Lorca necesitaba reír y algo de música,
para que luego canten las palabras.
Machado revisarsimplemente
los paisajes.
Miguelito Hernández ignorar los maltratos
y sentir a mansalva.
Lugonessólo tener enfrente algún Herrera y Reissig,
Borges los libros de otro charcoy la nube eterna sobre el párpado.
Alfonsina el señuelo de su angustia de madre,
Dalton morir por alguien,
Poe la sombra engarzada,
Almafuerte un pañuelode mujer que se quiebra.
Para escribir,cuánta gente a la verade sus necesidades,
de su oro en suspenso, de sus lucesa tientas.
Y así se explica todo, en esa telaraña de depender decosas,
dela vida,
la muerte,
la bondad,
la derrota,
de la carne doliendo, de los jugos a punto,
de esedios inquilino, de la soga en los bolsos,
delas voces del tiempo dictando lo posible
Necesidades…
Para escribir,
para escribir,
para escribir.
Andrés Eduardo Pierucci nació y vive en Arroyo Seco (S Fe), es poeta (de profesión abogado), tiene 5 libros publicados (Detrás vive tu boca, La Noche a tu costado, El Muro y el puñal, El Mismo (todos de Edit Caddan) y su último libro, Vos que estás en todas partes (Homo Sapiens). Ha ganado 9 premios en Concursos de Poesía, dos en España. Actualmente es Secret. de Cultura de Arroyo Seco.
Mi suegro estaba por llegar y entonces tendría que irme, y la andaluza saltaría a otra mesa o a la calle. Tenía que hacer algo urgente, para invitarla, para preparar un encuentro y sacarle los datos. Cuando el mozo vino a mi mesa quise cerciorarme y pregunté:
- Discúlpeme mozo, esa dama elegante, la señora de los lentes, de la barra...
- ¿Qué dama, qué señora? -contestó con aire peyorativo, casi guarango para el sitio.
- La de los lentes espejados, la que parece Ángela Molina.
- ¿Quién le dijo que es una señora?
- El tono, el aspecto, parece refinada, mujer de médico o turista.
- ¿Y usted es de aquí? -disculpe la pregunta.
- Sí, ¿qué, parezco alemán?
- No. No lo tome a mal, parece un poco distraído o desinformado. ¿Hace mucho que no viene a La Biela?
- La verdad que sí, estoy yendo a otra clase de bares.
- ¡Ha visto! Algo así tenía que ser, porque la verdad, usted no da el tipo despistado.
- ¿Por qué lo dice?
- Porque eso es un Gato señor. Con todo respeto, un gato fino y caro. Pero bueno, no es una dama.Eso sí,tiene usted una gran intuición.El propietario es un médico, y muy rico, refinado por cierto. Como si fuera poco, es gitana de nacimiento y la verdad, que ahora que lo dice, se parece bastante a Ángela Molina.
Quedé un poco avergonzado y hasta triste, esa tara de creerme todo.Ella ejercía el oficio más viejo del mundo y yo creyendo que la seducía.Una mina así saldría solamente con los tipos que tuvieran el carné de Mariani o un juicio como el de Gayo con Montagnú. Encima, ya tenía dueño. Y lo de turista, era porque viajaba por todas las camas. ¡Ángela Molina, qué boludo…! A mí me faltaban por los menos cien años debajo de los puentes...
Y todavía faltaba la lección de oro, el broche. Porque entonces llegó Vinuesay se fue derecho a la barra. Levantó a la gitana en vilo, de un abrazo que pareció un fragmento de El lago de los cisnes. Se dieron un beso de amor brujo y él le dijo… mi chiquilla. Yo había acertado en todo. Si faltaba algo, mi suegro ante la envidia evidente de todo el salón, dijo:
- Viste Quimet, el sueño de todos, mi propia Ángela Molina.
Me la presentó y ella dijo que yo la había comido con la mirada.Me sonrojé y dije algo tan sincero como estúpido: - Sí, perdóneme... había pensado otra cosa.
- Venga -dijo- ¿Qué, no soy tan guapa?
- No sólo guapa, irresistible, basta mirar la sala, nadie mira otra cosa.Y de cerca, ese perfume que usa... ¿su gracia?
- Lulú -dijo Vinuesa-. Decíle Lulú, y nada más. Ni te acuerdes de la casualidad con el jugador de Racing.
- Pero me llamo Ludivina, Ludivina Jardiel, aunque nací en este país, como vosotros. Es que mis padres son de Jaén y vinieron aquí al perder la guerra. Y eres gitano, guapo, siempre eres gitano.
- Yo a veces me siento un griego, clásico.
- ¡Uy qué raro! ¿Qué es eso?
-Que para mí no hay nada más sagrado que la amistad, ni siquiera la mujer.
-Arturo -dijo ella a Vinuesa-,mucho cuidado con éste, ya sabes, predica lo que necesitas.
Nos reímos, pero Vinuesa cambió el rictus, de pronto, como si hubiese recordado algo terrible. Le pidió a Lulú que se apartara y hasta pareció incómodo por su algarabía.La mujer volvió a la barra y mi suegro apoyado en los codos sobre la mesa, se acercó a mi cara lo más que pudo.
- ¿Qué te parece? -dijo-.
- Ángela Molina.
- ¿Y qué más... ?
- ¿Y qué más querés que te diga? Me ensarté, yo creía que era la esposa de un diplomático, de un médico, una turista. Y resulta que es un gato. Ya no se puede creer en nada.
- Pero mirá que sos tierno Pereda...
Pereda era mi nombre de alumno, y Quimet, mi nombre de hijo o amigo. Es decir, que si me iba a confiar alguna cosa o a darme afecto, era Quimet. Si me iba a enseñar algo o a dar clases, era Pereda.Entonces dijo:
- Pereda, vos sos chico todavía, te voy a explicar, hace treinta años... menos, veinte años atrás, las putas se llamaban putas, se les decía putas, se vestían como putas y hasta vos te dabas cuenta. Estaban las mujeres para casarse y las mujeres para divertirse. Las de casarse eran fáciles de reconocer,aunque eso sigue siendo, afortunadamente. Las otras, se dividían en unas putas bien señalizadas y otrogrupo, compuesto de mujeres solteras pero no vírgenes. O casadas, pero de espíritu libre o insatisfechas.La novedad es que ahora se han mezclado los tipos, quiero decir, la clasificación viene revuelta.Resulta que las mujeres decentes se visten como las putas, y las putas, como señoras de médicos o turistas. Y ahí están los llamados gatos,unas minas que parecen de su casa pero te cobran, aunque una esposa sale más cara, pero no es lo mismo. O sea que hoy tenés una puta vestida como una dama, y a las damas, como la gran puta... O sea, esto es un quilombo m"hijito. Y la verdad, con vos no me da vergüenza decirlo: yo también me ensarté con Lulú y vine acá, y desde esta mesa me creí que era la mujer de undiplomático. Le hice caritas y la fui de langa. La bailé, la desnudé y fue maravilloso. La piel tiene el perfume ese que vos pensás. Pero cuando la llevé a su casa me di cuenta. De vuelta, ya con la luz del otro díame dio el último beso de carmín. Y con esos oyuelos de las mejillas y los dientes blanquísimos, me dijo: - Son mil, doctor,mil pesos querido, pero te juro por Jaén, que en mi vida he conocido un gitano que baile como tú.
Y mi suegro tenía esas cosas, él conocía la vida de arriba y de abajo de los puentes. Yo podía citar teorías de los comportamientos, del sexo y de la ropa. No sé, que la moda vive de paradojas o de que la inconsciencia de la moda favorece la conciencia del hombre.Pero no es lo mismo.Uno puede saber mucho de peso, materia, gravedad, inercia... volar, es otra cosa.
De chico yo solía tirarme en el patio de mi casa de infancia a ver pasar las nubes por el cielo. Me entretenía el solo hecho de mirarlas y buscarles formas, moldearlas a mi antojo en mi imaginación. Ese juego simple y solitario me duraría en el tiempo. Yo sé que ése es un juego común a muchos chicos, no tiene nada de extraordinario. Pero así y todo no recuerdo haber compartido esa fascinación con nadie, ni siquiera con mis hermanos, todos ellos menores que yo. Yo creía por entonces que lo que le interesaba a un niño (lo que me interesaba a mí) no podía interesarle a otros niños y mucho menos a un adulto. Así que me guardé ese secreto como si fuese un tesoro.
Era capaz de pasar horas en silencio con los ojos en el cielo a la espera de alguna nube cuya forma yo pudiera traducir a su vez en otra por su parecido. Y generalmente la espera tenía su recompensa. Por eso, a diferencia de otros niños de mi edad, mis vecinos del barrio, mis compañeros de la escuela primaria, a mí me gustaban los días nublados. En ese largo derrotero por los caminos del cielo vi de todo: siluetas de animales, caras, paisajes y con el tiempo, ciertas redondeces que se me antojaban típicamente femeninas.
Pero esta mañana vi o me quiere parecer que vi dos nubes, una al lado de la otra, de contornos nítidos, que se movían despacio y que delineaban inequívocamente la forma de las primeras letras de tu nombre. No sin cierto asombro dejé de leer el libro que tenía en mis manos, aspiré una larga bocanada de mi cigarrillo y permanecí así, mudo, mirando esas nubes durante el tiempo que tardaron en asumir otras formas menos definidas. Estaba sentado en el balcón de mi casa, no había nadie conmigo. Sonreí, casi con vergüenza. Es una triste casualidad, pensé, tus dos primeras letras allá arriba, flotando en el aire. Vaya uno a saber qué oscuro demonio de la perversión se estaría burlando de mí. No pude menos que recordar a ese viejo maestro que decía siempre en casos así: lo verdaderamente increíble de los milagros es que suceden. Y tenía razón.
Publicado en General el 22 de Julio, 2009, 14:56
por Saty
Hace un par de horas que una fina nevada ha comenzado a caer, seguramente la última de la temporada, la que añoran los turistas rezagados y detestan los lugareños que creían haberse desprendido, hasta el año siguiente, de la pala para sacar la nieve de la puerta.
Para cuando Agustín levanta la persiana del comedor de su cabaña, la ladera de pinos y el asfalto están cubiertos de un manto blanco.
En el interior, la calefacción impide imaginar cuál será la temperatura real, aunque el hombre descuenta que debe estar varios grados por debajo de 0.
Faltan pocos días para la primavera, pero este ha sido un invierno muy frío y lluvioso.
Agustín prende la hornalla de la cocina para calentar el agua del mate, necesita despabilarse porque no ha dormido mucho y en una hora deberá estar en el Instituto.
Cuando atraviesa el pasillo para ir al baño su mirada se detiene sobre el cuerpo desnudo del muchacho y una erección involuntaria crece a medida que recuerda la noche anterior.
Mira el reloj. Duda. Por un segundo.
Decide que será mejor dejarlo dormir un rato, no tiene tiempo para otra cosa más que darse una ducha, vestirse y tomar uno mates.
El contacto con el agua le eriza la piel, pero es apenas un momento.
Enseguida vuelve a sentir el calor corriendo por su cuerpo al sentir que desde atrás unos jóvenes brazos lo rodean.
- ¿Te desperté?
- Oí el agua correr y tuve ganas de ducharme con vos.
- Tengo poco tiempo Fabián.
- Fabio, tonto, me llamo Fabio.
- Perdoná lindo, es que anoche tomé bastante.
- Ya sé… no importa… ¿te gustó?
- ¿A vos qué te parece?
- A mí… hum… que deberíamos repetirlo.
Agustín deja queFabio se deslice, carne dura chocando contra su carne algo fláccida y el agua jabonosa que corre y el agua que distorsiona sus gemidos, y el agua que no limpia ni ensucia solo corre… está a punto de acabar cuando el teléfono comienza a sonar. No se detiene, pero el ruido que no cesa, provoca en él una urgencia impensada, una necesidad vívida de no quedarse caliente, voy, voy, voyyyyyyyy. ¡Sííí! ¡Sííí!
- Hola ¿Quién habla?
- Soy yo hermanito, Ana Clara.
- Hola Pupi ¿pasa algo que llamás a esta hora?
- Sí… bueno, en realidad no… no es algo de vida o muerte pero necesito hablar con vos de Violeta.
- ¿Mamá? ¿Qué pasa? ¿Se cayó?
- No… es un poco complicado ¿tenés tiempo ahora o preferís que te llame más tarde?
- Bueno… justo salía para el Balseiro… pero… no me dejes así… adelantáme algo.
- Es serio Agus… Violeta empezó con delirios…pero andá… te llamo a la noche ¿te parece?
- Dále… un beso nena.
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No hay caso. Nada ha cambiado. Soy yo, como siempre, la estúpida que tiene que hacerse cargo. El señor ahora tiene la excusa de que está lejos y que no puede faltar a su trabajo. ¿Y yo qué? ¿No tengo vida acaso? Pero claro, porque me separé y Lucas está grande, entonces que se arregle, ni siquiera puede contestar una llamada, y no dijo ni mu cuando propuse que lo llamaba a la noche, por lo menos hubiera dado muestras de alguna preocupación o tan solo hubiera dicho que llamaba él, pero el hijo de puta es vivo, siempre el preferido de ella y ahora mirá, cuando lo necesita se hace el boludo, después de todo él es el mayor y debería decidir o mínimamente ayudarme a decidir qué hacer, pero qué me va a ayudar si ni preguntó nada y yo soy una idiota a la enésima potencia porque tendría que haberle dicho que viniera y se hiciera cargo, yo ya tengo bastante con llevarla al médico y a la peluquería una vez por semana, comprarle los remedios, autorizar sus órdenes en la obra social, encargarme de pagar los impuestos de la casa que después va a ser mitad y mitad, menos mal que está Rosa por que sino no sé qué haría, porque yo ni en pedo la bañaría, ella nunca me bañó, ni cuando era bebé creo, siempre de fiesta en fiesta, con papá o sin papá, si hasta me parece que le metía los cuernos al pobre, como cuando se iba de viaje por motivos diplomáticos, qué diplomacia ni qué mierda, le importaba un carajo, pero Agustincito sí, con él era diferente y así salió, tanto mimo, tanto mimo y le salió puto el nene.
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La concha de la lora, justo ahora se le ocurre a mamá empezar a delirar,ahora que yo estoy con un buen laburo acá a 2000 Km. de distancia, porque bien que me costó al principio, las caras de burla y los cuchicheos de mis compañeros de trabajo, el puto esto, el puto aquello y yo aguantando, sin cagarlos a trompadas, para no dar motivo a que me despidieran por violento, Agustín cara de piedra aunque hirviera por dentro, y así meses hasta que al final se cansaron y conseguí que me aceptaran como soy, ahora esto y la pesada de Pupi que no sé qué mierda quiere que haga que me llama a las ocho de la mañana, qué lindo el pendejo, qué lindo polvo mojado, quién se iba a imaginar cuando me hizo dedo que terminaría en mi cama, lindo, lindo y canchero, porque no necesité hacerle mucho el verso, se dio cuenta apenas subió al auto, enseguida puso su mano sobre mi pierna, desgraciado, tan mocoso y caradura, pero me gustó, qué voy a hacer, volverme a Rosario no puedo, pero aquella no lo va a entender, seguro va a decir que me borro y mamá pobre mamá, quién se hubiera imaginado, perdida ella que siempre fue tan inteligente y capaz, no es justo, la mierda que no es justo.
El espejo, mi viejo amigo. Las primeras luces del día te devuelven a la vida. Cuántas veces me he mirado mirándote. ¿Qué sería del mundo sin espejos? Acaso se viviría diferente. Las mujeres estarían menos pendientes de sí mismas, creeríamos más en nosotros y no tanto en las apariencias. De chico solía detenerme frente a vos. Creía que allí detrás había otro mundo, idéntico a éste pero sin sonidos. Sigiloso, me gustaba asomarme desde un ángulo de mi pieza de infancia. Jugaba a tratar de engañarte. Imposible, como querer engañar a un amigo íntimo. Con mi mano rozo tu superficie, despacio, con cuidado, te saludo y me despido. Dejo que me copies. Veo que el tiempo, implacable, desdibujó las líneas de mi rostro. Pero allí está el mechón oscuro sobre la frente y la sonrisa que agradaba a ciertas mujeres, sobre todo a ella. Ella, que desde anoche decidió no estar más conmigo. No me gustan los hombres fracasados, dijo, y tiró las copas contra la pared. Le expliqué que a veces es difícil, que no basta con ser bueno en lo suyo, que el éxito y el fracaso son, como dice el poeta, dos grandes impostores y suceden a pesar nuestro. El jurado fue lapidario. Creyó que el premio debía ser de otro y punto.
Qué se puede hacer. Adiós al viaje a Europa y a la promesa de una vida más tranquila. Así que he decidido dejar de verte y de verme. Con los ojos fijos en mí deslizo la mano por el borde de la mesa de luz. Siento de nuevo el placer que produce acariciar algo tan familiar: la suavidad de la madera recién lustrada, ese dulce cosquilleo en la yema de los dedos. Abro el pequeño cajón y busco lo que sé que encontraré. Tomo el revólver que usé casi sin querer en un arrebato de impotencia y te miro por última vez. Viene a mí la imagen de ese niño que solía ser y que corría alegre después de haber cometido una travesura. Hundo en la garganta la punta del caño y pienso que apenas fui lo que pude ser de todo lo que debería haber sido. Tiempo atrás me robaron mi nacimiento. No dejaré que nadie me robe mi muerte.
Edna bajaba por la calle con su bolsa de la compra, cuando pasó a la altura del automóvil. Había algo escrito en la ventanilla lateral: SE BUSCA UNA MUJER.Se paró. Era un cartón pegado a la ventanilla, con alguna especie de anuncio. En su mayor parte estaba escrito a máquina. Edna no podía leerlo desde el lugar de la acera en que se encontraba. Sólo podía ver las letras grandes: SE BUSCA UNA MUJER
Era un coche nuevo y de los caros. Edna cruzó la hierba y se acercó a leer la parte mecanografiada:«Hombre de 49 años. Divorciado. Busca una mujer con fines matrimoniales. Que tenga entre 35 y 44 años. Me gusta la televisión y los films. La buena comida. Soy contable y tengo el trabajo bien asegurado. Tengo dinero en el banco. Me gustan las mujeres algo rellenas.
Edna tenía 37 años y estaba algo rellena. Había un número de teléfono. También había tres fotos del caballero que buscaba una mujer. Parecía rico y elegante, con su traje y corbata. También parecía algo estúpido y un poco cruel. Y hecho de madera, pensó Edna, hecho de madera...
Siguió su camino, con una pequeña sonrisa. También sentía una especie de repulsión. Pero cuando llegó a su apartamento ya se había olvidado por completo de todo. Fue varias horas más tarde, sentada en la bañera, cuando empezó a pensar en él otra vez, y esta vez pensó en lo solo, en lo terriblemente solo que debía encontrarse para haber llegado a hacer una cosa así:
SE BUSCA UNA MUJER
Se lo imaginó llegando a la casa, encontrándose las facturas del gas y del teléfono en el buzón, desnudándose, tomando un baño, la televisión encendida. Después leería el periódico de la tarde. Luego entraría en la cocina a hacerse la cena. Allí, quieto, mirando como se fríe el pan, en calzoncillos. Luego cogería la comida y la llevaría a una mesa, se la comería. Le podía ver bebiéndose su café. Luego más televisión. Y quizás un solitario bote de cerveza antes de acostarse. Debía haber millones de hombres como él en toda América.
Edna salió de la bañera, se secó, se vistió y salió del apartamento. El coche seguía allí. Apuntó su nombre, Joe Lighthill, y el número de teléfono. Leyó de nuevo toda la parte mecanografiada. «Films». Era un término muy culto. La gente decía «películas» normalmente. Se busca una mujer. El anuncio era bastante atrevido. Por lo menos había mostrado ser original al escribirlo.
Cuando Edna volvió a casa se tomó tres tazas de café antes de marcar el número. El teléfono sonó cuatro veces. «¿Hola?» Contestó él.
—¿Señor Lighthill?
—¿Sí?
—Es que vi su anuncio. Su anuncio en el coche...
—Ah, sí.
—Me llamo Edna.
—¿Cómo estás, Edna?
—Oh, muy bien. Pero hace tanto calor. Este tiempo es demasiado.
—Sí, hace la vida difícil.
—Bueno, señor Lighthill...
—Llámame Joe, a secas.
—Bueno, Joe, ja, ja, ja, me siento como una tonta. ¿Sabes por qué he llamado?
—Viste mi anuncio.
—Bueno, quiero decir, ja, ja, ja. ¿Qué es lo que te pasa? ¿No puedes conseguir una mujer?
—Creo que no. Edna, dime. ¿Dónde están?
—¿Las mujeres?
—Sí.
—Oh, pues en todas partes, ya sabes.
—¿Dónde? Dime. ¿Dónde?
—Bueno, en la iglesia, por ejemplo. Hay mujeres en la iglesia.
—No me gusta la iglesia.
—Oh.
—Escucha. ¿Por qué no te vienes aquí, Edna?
—¿Quieres decir allí, a tu casa?
—Sí. Tengo un buen apartamento. Podemos tomarnos una copa, conversar. Sin compromiso.
—Es tarde.
—No es tan tarde. Escucha, viste mi anuncio y llamaste. Debes estar interesada.
—Bueno, es que...
—Tienes miedo, eso es lo que te pasa. Tienes miedo.
—No, yo no tengo miedo.
—Entonces vente, Edna.
—Bueno, es que...
—Vamos.
—Bueno, de acuerdo. Estaré allí en quince minutos.
Era en el último piso de un moderno complejo de apartamentos. Apartamento 17. La piscina reflejaba las luces. Edna llamó. La puerta se abrió y allí estaba el señor Lighthill. Con una calvicie incipiente; la nariz afilada con pelos saliéndole de los orificios; la camisa abierta por el cuello.
—Entra, Edna...
Ella pasó y la puerta se cerró detrás. Edna se había puesto un vestido de seda azul. No se había puesto medias. Iba en sandalias y fumando un cigarrillo. —Siéntate. Te serviré algo de beber.
Era un sitio bonito. Todo estaba decorado en azul y verde, y además estaba muy limpio. Pudo oír al señor Lighthill canturreando sordamente mientras preparaba las bebidas... Parecía relajado y eso la tranquilizó. El señor Lighthill —Joe— salió con las bebidas. Le alcanzó a Edna la suya y fue a sentarse a una silla en el lado opuesto de la habitación.
—Sí —dijo él—, hace calor, un calor infernal. Pero yo tengo aire acondicionado. ¿Te has dado cuenta?
—Sí, ya lo noté. Está muy bien.
—Bebe algo.
—Oh, sí.
Edna probó un trago. Estaba bueno, un poco fuerte, pero sabía bien. Vio a Joe inclinar la cabeza hacia atrás al beber. Tenía una gruesa papada. Y sus pantalones eran demasiado holgados. Parecían ser varias tallas más grandes. Le daban a sus piernas un aspecto cómico, ridículo.
—Llevas un vestido muy bonito, Edna.
—¿Te gusta?
—Oh, sí, te cae muy bien. Parece cómodo, muy cómodo.
Edna no dijo nada. Y Joe tampoco. Y allí estaban, sentados, mirándose el uno al otro, bebiéndose sus vasos. ¿Por qué no habla?, pensó Edna. Se supone que es él quien debe empezar la conversación. Verdaderamente tenía algo de madera...Edna terminó su bebida.
—Deja que te sirva otro —dijo Joe.
—No. Me tengo que ir ya.
—Oh, vamos —dijo él—; déjame que te sirva otro trago. Necesitamos beber algo para soltarnos.
—Está bien, pero después de éste me voy.
Joe se llevó los vasos a la cocina. Esta vez no canturreó. Salió, le dio a Edna su vaso y volvió a sentarse en la silla al lado opuesto de la habitación. La bebida era ahora más fuerte.
—Sabes —dijo—, soy bastante bueno en el sexo.
Edna bebió su vaso y no contestó nada.
—¿Qué tal eres tú en la cuestión sexual? —preguntó Joe.
—Nunca lo he hecho.
—Deberías hacerlo, sabes, así te darías cuenta de quién eres y qué eres.
—¿Tú crees que todo eso es verdad? Quiero decir, yo lo he leído en los periódicos, no sé qué pensar. Yo no lo he hecho nunca pero he visto fotos —dijo Edna.
—Por supuesto que es verdad, deberías hacerlo.
—Tal vez no sea muy buena para estas cosas —dijo Edna—. Tal vez es por eso que estoy sola. —Se tomó un buen trago del vaso.
—Cada uno de nosotros, al fin y al cabo, estamos siempre solos —dijo Joe.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que, no importe cómo vaya la cuestión sexual, o el amor, o ambos, llega un día en que todo se acaba.
—Eso es triste —dijo Edna.
—Sí, claro. Así llega un día en que todo se pasa. Y entonces, o se corta o todo se convierte en una tregua infernal: dos personas viviendo juntas sin el menor sentimiento entre ellas. Creo que es mucho mejor vivir solo que eso.
—¿Tú te divorciaste de tu mujer, Joe?
—No, ella se divorció de mí.
—Y qué es lo que fue mal?
—Las orgías sexuales.
—¿Las orgías sexuales?
—Sí, ya sabes, una orgía es el lugar más solitario del mundo. Esas orgías... Me sentía desesperado... Esas vergas deslizándose dentro y fuera... Perdóname...
—No pasa nada.
—Bueno, esas vergas deslizándose dentro y fuera, piernas enredadas, los dedos trabajando, hurgando por todos lados, bocas, todo el mundo babeando, y sudando, y una ciega determinación a hacerlo... como sea.
—No sé mucho acerca de esas cosas, Joe —dijo Edna.
—Yo creo que, sin amor, el sexo no es nada. Las cosas sólo pueden tener un significado cuando existe algún sentimiento entre los participantes.
—¿Quieres decir que a cada uno le debe gustar el otro?
—Eso ayuda bastante.
—¿Supón que ambos se casen. Supón que tienen que seguir juntos, por cuestiones económicas, niños, cualquier cosa?
—Las orgías no arreglarán nada.
—¿Y entonces qué?
—Bueno, no sé. Tal vez el swap.
—¿El swap?
—Sí, ya sabes, cuando dos parejas se conocen muy bien y entonces hacen intercambio de componentes. Los sentimientos, al fin y al cabo, tienen una oportunidad. Por ejemplo, digamos que a mí siempre me ha gustado la mujer de Mike. Me viene gustando desde hace meses. La he visto pasear por la habitación. Me gustan sus movimientos, llaman mi atención. Me imagino, ya sabes, lo que va con esos movimientos. La he visto furiosa, la he visto borracha, la he visto sobria. Y entonces, el swap. Estás en la cama con ella, y por fin la estás conociendo. Existe la posibilidad de que sea algo real. Por supuesto, Mike se está tirando a tu mujer en la otra habitación. Muy bien, buena suerte, Mike, piensas, y espero que seas tan buen amante como yo.
—¿Y funciona bien?
—Bueno, no sé... Los swaps pueden traer problemas... a la larga. Tiene que estar todo muy hablado... bien hablado y con tiempo. Y aún así puede haber gente que no sepa bastante, no importa cuánto se haya hablado...
—¿Tú sabes bastante, Joe?
—Bueno, estos swaps... Creo que pueden ser buenos para algunos... Tal vez para muchos. Pero me temo que conmigo no funcionan. Soy bastante mojigato.
Joe acabó su bebida. Edna se bebió de un trago el resto de la suya y se levantó.
—Escucha, Joe, me tengo que ir...
Joe cruzó la habitación hacia ella. Parecía un elefante mientras se acercaba, con esos pantalones. Vio sus grandes orejas. Entonces la agarró y comenzó a besarla. Su mal aliento arrastraba todas las bebidas; era un olor agrio. Parte de su boca no hacía contacto. Era fuerte pero su fuerza no era real. Ella apartó su cabeza pero él la siguió agarrando.
—¡Déjame, Joe! ¡Estás yendo muy de prisa, Joe! ¡Deja que me vaya!
—¿Por qué viniste aquí, zorra?
La intentó besar otra vez y lo consiguió. Era horrible. Edna subió la rodilla bruscamente. Y le alcanzó de lleno. El se llevó las manos a las partes y cayó al suelo.
—Dios, Dios... ¿Por qué has tenido que hacerme esto? Me has querido asesinar... ¡Auuggh!
Rodó por el suelo gimiendo. Su trasero, pensó ella, tiene un trasero tan horrible. Le dejó tirado en el suelo y bajó corriendo las escaleras. El aire estaba limpio allá fuera. Mientras bajaba, pudo oír gente hablando, pudo oír sus televisores. Su casa no estaba muy lejos. Sintió que necesitaba darse otro baño, quitarse su vestido de seda azul y lavarse bien todo el cuerpo. Hacía calor. Más tarde, salió de la bañera, se secó y se colocó unos rulos rosados en el pelo. Decidió no volver a verle más.
Publicado en relatos el 21 de Julio, 2009, 16:18
por B_Boldt
No fue una buena tarde
No fue una buena tarde, la crisis complica todo, a lo mejor a la noche mejora, por suerte hace calor y me voy a poder poner esa tanguita con la mini que me deja ver bien los cachetes y puedo esconder el aparato.
Pobre mi viejo… cuando entró en la pieza y yo estaba chupándosela al Alfredo, el vecino. Cuando le dije que no me gustaban las mujeres me quiso convencer y esa tarde me llevó a un kilombo a ver si me entusiasmaba. Apenas tenía catorce, el pobre pensó que todavía podía cambiar.
Después lo fue aceptando, pero me decía que por favor no lo hiciese muy evidente,le daba vergüenza… Pero el sexo tira mucho, y cuando se libera la querés tener todo el día adentro.
El colegió lo terminé, pero no quise estudiar más y entré a una compañía de seguros, el viejo tenía contactos, todo el día entre compañeros, ocho horas en la misma oficina. Parece mentira cómo son los hombres, primero te tildan de puto y se hacen los machos, te desprecian en público, pero después se te empiezan a tirar en privado, a la mayoría le gusta. Finalmente me echaron, el Jefe de de Contaduría dijo que era un vergüenza y un relaje.
Yo me fui a vivir solo, para poder disfrutar de mí, de mi cuerpo, de mi intimidad. La pintura, la lencería y vivir cuesta guita, además, me gusta, lo disfruto, lo hago bien ¿Por qué lo voy a hacer gratis?
¡Pobre viejo…! Él quería que no fuera muy evidente, bueno… de todas maneras nadie me reconoce. Pero hoy no fue una buena tarde, a lo mejor a la noche mejora.