Septiembre del 2008
Publicado en De Otros. el 30 de Septiembre, 2008, 23:01
por MScalona
Mito del rechazo
De niño,
los borrachos italianos
desaforaban la noche americana
cantando a toda voz
“Las campanas de San Juan”.
Adulto ya,
una jovencita con voz de madre
o madre con voz de niña
lo invitó por radio
a comer la bañacauda en Turín
y aceptando
tomó un barco en Buenos Aires
cruzó el océano
y se abrazó con ella en Génova.
Tenía cara de novia
pecho de suegra
cintura de prima
cadera de esposa
piernas de tía
trato de amiga
y aire de hermana.
Sintió una emoción semejante
a abrazar a todas ellas
y esperando que la banda
terminara de tocar el himno
agradeció al pueblo la recepción.
En Turín, la familia piamontesa
le había tendido casamiento
pero mezcladas en ella tantas mujeres
se excusó a tiempo.
Entretanto
la baña y el vino
iban de boca en boca
hasta dejar los vientres tensos
y la piel picante.
Después de la fiesta
todos se retrotrajeron
a las cavernas prehistóricas
y ante la proximidad de las fieras
que invadirían la gruta
que custodiaba el mamut,
huyó a orillas del Po
donde a la luz de la luna
una catedral de bronce
brillaba con sonido
y severidad de trompeta.
La primera bocanada de aire
Sopló de Francia;
Suiza, Austria y Yugoslavia
mandaron las otras tres
y el Tirreno y el Adriático
su aliento con humedad.
Bajo estas brisas
las campanas de la catedral
tocaron a gloria
y un coro de borrachos en el cielo
le dejó infantil de asombro.
Cuando voces y badajos cesaron
apareció el director cuyo rostro
era semejante al de Poe.
Entonces el fugitivo
en arrebato de crisis mística
pidió ser admitido
en la orden del templo,
pero se le contestó que por sobrio
se limitara a escuchar.
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Publicado en General el 30 de Septiembre, 2008, 17:46
por MScalona
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Publicado en General el 30 de Septiembre, 2008, 16:27
por MScalona
![GetAttachment[1] by you.](http://farm4.static.flickr.com/3116/2901969129_00cb50f56d.jpg?v=0)
donde dice DE: IVANA SIMEONI, es la Pipu...
y el jueves, a las 23 hs. se hace la fiesta del estreno,
en LA CASA URUGUAYA, Alvear 1125, disc-jay barra pista... su ruta...
ahí nos vemos... el jueves...
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Publicado en De Otros. el 30 de Septiembre, 2008, 9:18
por MScalona
La magia de la existencia es enorme. La tarea del lenguaje es revelarla, no sustituirla.
* * *
Es preciso volvernos a tiempo hacia la ventana, a fin de no devenir considerables.
* * *
El poeta es el hombre de la lenta obsesión.
* * *
El poema te desea, te hace jugadas crueles, te obliga a destrozar tus herramientas, y, una vez ocurrido, malogra tu deslumbramiento incorporándose a ti.
* * *
Si el poeta no se complica con la realidad, entonces dispone de un espacio muy reducido, a pesar de las apariencias.
* * *
Ese misterio que nos siembra. Ese misterio que rompe las piedras de la fundación, ese misterio que siempre se opone, que nos quiere en otra parte…
* * *
Nada tan grave como perderle el rastro a la tragedia.
* * *
A veces en tu alma es verano y en tu cabeza es invierno. Son tus estados alarmantes de disgregación prenupcial.
* * *
El papel y la lámpara, lo demás, pasará.
* * *
La verdad –aún para los amantes- siempre es solitaria. Para que el amor no tenga fin.
* * *
Que la luna, de pronto pueda caber en tu ventana, ¿ a qué mortal fue dispensado tanto honor ?
* * *
Poeta, el habla común te contradice: es tu trabajo de Hércules…
* * *
Lo que eliges, te elige también. No pretendas ser una sola parte.
* * *
Piedad para los que no pueden vivir sino de cálculos.
* * *
No es el fuego lo que de verdad nos defiende del frío, sino nuestro corazón.
* * *
La poesía es un secreto a ultravoces.
* * *
La poesía no está en los libros.
* * *
No hay crimen más inútil que no devolver una mirada de amor.
* * *
Quien cree vivir sin los otros, sólo vive de los otros.
* * *
¿ Por qué apagar un fuego me duele tanto…?
* * *
Felicidad de saber que en la miseria de un día como todos brilló por un instante tu mirada.
* * *
Nuestro porvenir es un resplandor que desconcierta a los notarios.
* * *
La sangre es breve en un cuerpo, infinita en los espacios.
* * *
Yo puedo –y quiero- explicarle los colores a un ciego.
* * *
No es malo tener, en alguna parte de nuestro fastuoso corazón, un amor imposible. No hay amores imposibles.
* * *
Esta sobrecondena es el precio del honor.
* * *
Lo que la poesía sueña, lo realiza la prosa.
* * *
Aquello que amaste, lo has salvado. No creas en ningún desmentido, a pesar de cualquier apariencia.
* * *
Acepto esta dignidad solitaria de la que debo hacer, cada vez más, un silencio.
* * *
del libro ASTEROIDES, Ed. Botella al Mar
Raúl Gustavo Aguirre, poeta co-fundador de la generación de Poesía Buenos Aires
vivió entre 1927-1983
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Publicado en General el 29 de Septiembre, 2008, 21:06
por MScalona
---------------------------- Mensaje original ---------------------------- Asunto: Beto De: esfrangi@arnet.com.ar Fecha: Lun, 29 de Septiembre de 2008, 22:29 Para: info@scalona.com.ar --------------------------------------------------------------------------
Loco, estoy enfrente del C Park, tomando cervecitas .... ya me tome unas cuantas .... estuve esta tarde en el SOHO y en otros lugares ... ya conoci a una amiguita de R Dominicana q es alucinante ... espero andes de puta madre !!!!! ... abrazos Beto
saludos del BETO FRANGI para todos... desde New York...
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Publicado en De Otros. el 28 de Septiembre, 2008, 16:06
por Sandra
...13 de enero de 1938. Yo le decía a Raquel: "Hay dos clases de mujeres. La mujer- objeto, que se puede manejar, manipular y abarcar con la mirada, y que es el adorno de una vida masculina Y la mujer-paisaje. A ésta, el hombre la visita, se adentra en ella y corre el peligro de perderse. La primera es vertical, horizontal la segunda.
La primera es voluble, caprichosa, reivindicativa, coqueta. La segunda es obstinada, posesiva, memoriosa, soñadora".
Ella me escuchaba con el ceño fruncido, buscando en mis palabras alguna descortesía. Entonces, para hacerla reir, yo fingía reanudar mi argumento con otras palabras: " Hay dos clases de mujeres - repetía-. Las que tienen la pelvis parisina y las que tienen la pelvis mediterránea", e indicaba con las manos una pequeña y gran anchura. Ella sonreía, sin dejar de preguntarse con un resto de inquietud si no la clasificaba en el género ancho; al que, por otra parte, y sin la menor sombra de duda, pertenecía.
Pues es chiquilla despabilada era, indiscutiblemente, una mujer-paisaje, una pelvis mediterránea ( además su familia es originaria de Salónica). tenía un cuerpo amplio, acogedor, maternal. Me guardé de decírselo por miedo a irritarla -pues para ella la palabra siempre es caricia o agresión, nunca espejo de la verdad- y silenciaba más aún las reflexiones que me venían a la cabeza al poner la mano, por ejemplo, sobre el hueso de su cadera, muy desarrollado, en forma de promontorio y que dominaba todo el resto del paisaje. Entre los macizos de los muslos, el vientre huidizo era una cañada friolenta y surcada por la ansiedad... Yo me interrogaba sobre esta noción misteriosa: el sexo de la mujer. Ciertamente ese vientre decapitado no puede aspirar al título, a no ser en virtud de la tosca simetría que presentan el cuerpo de la mujer y del hombre. El sexo de la mujer. Sin duda estaríamos más acertados al buscarlo a la altura del pecho, que sostiene triunfalmente su doble cuerno de la abundancia...
La Biblia arroja una extraña luz sobre esta cuestión. Cuando uno lee el principio del Génesis, observa una flagrante contradicción, que desfigura ese texto venerable. "Dios creó al hombre a su imagen, es decir varón y hembra a la vez. Le dijo: Crece, multiplícate", etc. Más tarde comprueba que la soledad que implica el hermafroditismo no es buena. Sume a Adán en el sueño y le retira no una costilla, sino el "costado", el flanco, es decir, las partes sexuales femeninas, de las que hace un ser independiente. Desde ese momento entendemos porqué la mujer no tiene partes sexuales propiamente dichas, ya que ella misma es parte sexual; parte sexual del hombre demasiado molesta para llevarla encima de un modo permanente, y que éste, por lo tanto, cede durante la mayor parte del tiempo y recupera cuando la necesita. Por otra parte, es propio del hombre - por oposición al animal- el poder hacerse en cualquier momento con un instrumento, una herramienta, un arma que necesita pero de la que puede desprenderse después, a diferencia del cangrejo, que está condenado a transportar siempre sus pinzas consigo. Y así como la mano es el órgano de enlace que permite al hombre empuñar, según sus necesidades, un martillo, una espada o una pluma, su sexo es el órgano de enlace de las partes sexuales más que parte sexual en sí mismo.
Si ésta es la verdad, hay que juzgar severamente la pretensión del matrimonio, que es unir lo más estrecha e indisolublemente posible lo que fué desunido...
No se puede escapar a la fascinación más o menos consciente, del Adán arcaico, pertrechado con todo su aparato reproductivo, viviendo acostado, quizás incapáz de andar, sin duda incapáz de trabajar, perpetua presa de arrebatos amorosos de inaudita perfección - poseedor y poseído en una misma exaltación-, para no hablar- ¡aunque quién sabe!-de los períodos en los que se encontraba preñado de sí mismo. ¡Cuál no sería la dotación del fabuloso antepasado, que transportaba a la mujer y por añadidura al niño, cargado y sobrecargado como esas muñecas rusas que encajan unas dentro de otras!.
La imagen puede parecer risible, pero a mi - tan lúcido, no obstante ante la aberración conyugal- me conmueve, despierta dentro de mí no sé qué nostalgia atávica de una vida sobrehumana, situada por su misma plenitud más allá de la vicisitudes del tiempo y el envejecimiento. Pues si en el génesis hay una caída del hombre no es en el episodio de la manzana - que al contrario señala una promoción, un acceso al conocimiento del bien y del mal- sino una dislocación que quiebra en tres al Adán original, hace caer a la mujer del hombre, y luego al niño, creando de golpe a esos tres desgraciados: el niño eterno huérfano; la mujer, abandonada y atemorizada, siempre en busca de un protector; y el hombre, ligero, alerta, pero como un rey a quien han despojado de todos sus atributos para someterlo a trabajos serviles.
Remontar la pendiente, restablecer al Adán original; el matrimonio no tiene otro sentido. Pero, ¿ es que sólo contamos con esta irrisoria solución?...
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Publicado en homenaje el 27 de Septiembre, 2008, 11:14
por MScalona

hoy, a los 82 años murió PAUL NEWMAN, ícono de la cultura y el cine
del siglo XX. Excelente actor, más allá de su percha de galán, siempre participó
de proyectos cinematográficos de gran calidad. Ganó el Oscar por EL COLOR
DEL DINERO (Scorsese), siempre estuvo ligado a films independientes y al teatro
(su origen), politicamente incorrecto, figuraba en la lista de sospechosos del Senador
MC CARTHY; algunos de sus films que más me gustan son
La Leyenda del Indomable (música del argentino Lalo Schifrin)
Quinteto (Robert Altman), Butch Cassidy (George Roy Hill),
Un Hombre Común (dirigida por él mismo, con Antony Perkins y
Joanne Woodward), El Zoo de cristal, sobre la obra de Tennesee Williams,
dirigida por él y Joanne Woodward -su mujer, toda la vida- , Un Largo
y caliente verano, de Martín Ritt con Orson Welles y
La Gata sobre el tejado de zinc caliente, sobre el
libro de Tennesee Williams (Nóbel) con Liz Taylor, y del cual pueden
ver un fragmento clickeando debajo...
http://es.youtube.com/watch?v=FAWxLlrqxAU&feature=related
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Publicado en Humor el 27 de Septiembre, 2008, 9:34
por MScalona
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Publicado en Cuentos el 26 de Septiembre, 2008, 14:33
por algunos escritos

Sábado a la noche. Hace un rato hablé con un amigo. Quedamos en salir. Seguramente, haremos una previa en su casa y después, iremos hacia algún boliche. Mientras espero el colectivo me doy cuenta de que no tengo tarjeta, tengo monedas, pero justo antes de ir al kiosco veo al ciento treinta y cuatro verde que viene desde lejos, si pierdo éste, el próximo va a pasar dentro de una hora. Me subo al colectivo y veo que está vacío, empiezo a poner las monedas en la máquina, pero dos de mis monedas no funcionan. Tengo uno con noventa, el pasaje sale uno setenta y cinco, por lo que me faltan cinco centavos. Vuelvo a intentarlo pero la máquina me escupe todas las monedas. Vuelta a empezar. Mientras tanto sube un rubio teñido, de ojos vidriosos, y le pide al colectivero que le venda un viaje, que no pudo conseguir tarjeta. El colectivero le dice que no tiene y que no lo puede dejar viajar sin pasaje. Yo, por mi parte, sigo intentando que las monedas pasen y me empiezo a poner más nervioso. Es como si tirara las monedas con fuerza, como si la máquina respondiera a la presión. Mientras tanto, el tipo sigue discutiendo con el colectivero que le dice que está arriesgando su trabajo, que si lo agarran con gente viajando sin boleto lo echan. Él responde: -No, mirá, yo soy muy respetuoso. Me siento atrás y cualquier cosa me bajo. Algo en la voz del tipo es sospechoso, hasta ahora no me había dado cuenta, pero los diálogos no tienen ningún sentido, hecho que se confirma mientras el rubio empieza a gritarle a todo un colectivo vacío si alguien le vende una tarjeta. -No hay nadie, le dice el colectivero. Y él vuelve a gritar -Alguien que me venda una tarjeta…señora ¿usted?
-Pibe, no hay nadie.
-¿Cómo que no hay nadie? ¿Y los fantasmas? Mirá a la señora de blanco. Señora, ¿me vende una tarjeta?
El colectivero, mientras se acerca a la esquina, va frenando y le abre la puerta al rubio, lo mira sin decirle nada. A lo que éste responde:
-No, no seas así. No me hagas esto. Si la guita yo la tengo. Fijate, tengo dos pesos, veinte pesos y un billete de cincuenta, pasa que no encontré tarjeta en ningún kiosco. Encima, justo salí de casa. Una vez que me deja la patrona…no me dejes en banda.
El colectivo vuelve a andar y yo sigo sin solucionar el tema de las monedas. A esa altura descubro que dos monedas de las de diez centavos son falsas y no hay manera de que la máquina me las acepte. El rubio vuelve con su ataque verborrágico.
-Si los pibes de la barra siempre viajan gratis. Yo conozco a la gente de barra. A las dos conozco, a los pillines y a la barra del Pimpi ¡No sabés las fiestas que se arman! Comida, gatos… no sabés lo que son esas minas…y una bolsa de merca ¡así! No te das una idea…- Hace señas con las manos. A todo esto, yo ya harto de estar seis cuadras intentando hacer pasar monedas falsas, lo encaro al colectivero y le explico:
-Mirá, tengo uno con noventa, pero se ve que las monedas están malas- No me conviene decirle que son falsas pero, en rigor, las monedas son más finitas y no tienen los dientecitos. A lo que el colectivero, ya más relajado por haber entrado en una especie de confianza con el rubio, empieza a buscar entre sus bolsillos y, el rubio, que ahora está parado al lado mío se vuelve un enano que me pregunta:
-¿Vos tenés fotos en alguna revista en la que saliste desnudo tocándote?
Lo único que logro hacer es responderle un –No, no tengo- con una sonrisa a mitad de camino entre perturbada e incomprendida. -¡Ah! ¡no! Entonces no hay monedas. Yo y él -señalando al colectivero- tenemos fotos y, de vez en cuando, nos tocamos.
El colectivero me mira, me hace cara como de no darle bola y me dice: -Acá tengo diez centavos.
Yo le doy las dos monedas falsas. Él las guarda y en la esquina frena el colectivo. Suben tres personas y el colectivero le dice al rubio:
-Bajate, andá a la heladería y pedí cambio de dos pesos.
-Okay ¿Te traigo uno de vainilla?
Mientras yo, un poco más tranquilo, dejo pasar a las personas que van sacando sus boletos. Pero cuando intento pagar…vuelve a pasar lo mismo. Me faltan cinco centavos y la máquina me devuelve una moneda de diez que no puedo hacer pasar, lo cual me vuelve a poner nervioso, entonces empiezo a pensar las posibilidades. Creo entender que cuando le devolví las monedas al colectivero, en realidad, le di una de las buenas y unas de las falsas, por lo cual, me sigue quedando una moneda falsa. Enfrascado en mi malestar me vuelvo a sentar en el primer asiento, mientras el rubio vuelve a subir con cara de cristal líquido, triunfal. Había conseguido cambio. Estoy pensando en pedirle una moneda, pero dada nuestra conversación sobre las fotos de desnudos, prefiero quedarme callado. De todas maneras, algo tengo que hacer. Miro por la ventana y veo que faltan dos para Pellegrini, o sea, cuatro para que yo me baje. Entonces, decido dejar que el rubio pague su pasaje, le cedo el lugar y me siento. Él, con aire de negro que camina por el Harlem, empieza a introducir con violencia sus monedas por la ranura y cada vez que arroja una moneda, acompaña la acción con un grito de guerra: YEAH. FIRE. GO. FINISH HIM. FIRE. Pero hay una moneda que se resiste a ser registrada, lo cual provoca que el rubio comience a golpear la máquina y repita el procedimiento. Lo que también hace que el colectivero se impaciente y comience a emitir unos quejidos inentendibles. El rubio no entiende que la máquina le volvió a escupir las monedas, para cuando el colectivero le explica ya pasamos Pellegrini. Así que mientras el rubio vuelve a la carga contra la máquina diabólica, a la que pretende estremecer con sus gritos de juego electrónico, yo me paro, me ubico al lado del chofer y le digo: en la esquina, por favor.
Me espera una gran noche. francisco
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Publicado en De Otros. el 26 de Septiembre, 2008, 12:10
por MScalona
Yourcenar, BELG, 1903-1987
El anciano pintor Wang-Fó y su discípulo Ling erraban por los caminos del reino de Han.
Avanzaban lentamente, pues Wang-Fó se detenía durante la noche a contemplar los astros y durante el día a mirar las libélulas. No iban muy cargados, ya que Wang-Fó amaba las imágenes de las cosas y no las cosas en sí mismas, y ningún objeto del mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de seda o de papel de arroz. Eran pobres, pues Wang-Fó trocaba sus pinturas por una ración de mijo y despreciaba las monedas de plata. Su discípulo Ling, doblándose bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Ling, estaba lleno de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.
Ling no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo. Su padre era cambista de oro; su madre era la hija única de un comerciante de jade, que le había legado sus bienes maldiciéndola por no ser un hijo. Ling había crecido en una casa donde la riqueza abolía las inseguridades. Aquella existencia, cuidadosamente resguardada, lo había vuelto tímido: tenía miedo de los insectos, de la tormenta y del rostro del los muertos. Cuando cumplió quince años, su padre le escogió una esposa, y la eligió muy bella, pues la idea de la felicidad que proporcionaba a su hijo lo consolaba de haber llegado a la edad en que la noche sólo sirve para dormir. La esposa de Ling era frágil como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas. Después de la boda, los padres de Ling llevaron su discreción hasta el punto de morirse, y su hijo se quedó solo en su casa pintada de cinabrio, en compañía de su joven esposa, que sonreía sin cesar, y de un ciruelo que daba flores rosas cada primavera. Ling amó aquella mujer de corazón límpido igual que se amaba a un espejo que no se empaña nunca, o a un talismán que siempre nos protege. Acudía a las casas de té para seguir la moda, y favorecía moderadamente a bailarinas y acróbatas.
Una noche, en una taberna, tuvo por compañero de mesa a Wang-Fó. El anciano había bebido, para ponerse en un estado que le permitiera pintar con realismo a un borracho; su cabeza se inclinaba hacia un lado, como si se esforzara por medir la distancia que separaba su mano de la taza. El alcohol de arroz desataba la lengua de aquel artesano taciturno, y aquella noche, Wang hablaba como si el silencio fuera una pared y las palabras unos colores destinados a embadurnarla. Gracias a él, Ling conoció la belleza que reflejaban las caras de los bebedores, difuminadas por el humo de las bebidas calientes, el esplendor tostado de las carnes lamidas de una forma desigual por los lengüetazos del fuego, y el exquisito color de rosas de las manchas de vino esparcidas por los manteles como pétalos marchitos. Una ráfaga de viento abrió la ventana; el aguacero penetró en la habitación. Wang- Fó se agacho para que Ling admirase la lívida veta del rayo y Ling, maravillado, dejó de tener miedo a las tormentas.
Ling pagó la cuenta del viejo pintor; como Wang-Fó no tenía ni dinero ni morada, le ofreció humildemente un refugio. Hicieron juntos el camino; Ling llevaba un farol; su luz proyectaba en los charcos inesperados destellos. Aquella noche, Ling se enteró con sorpresa de que los muros de su casa no eran rojos, como él creía si no que tenían el color de una naranja que se empieza a pudrir. En el patio, Wang-Fó advirtió la forma delicada de un arbusto, en el que nadie se había fijado hasta entonces, y lo compró a una mujer joven que dejara secar sus cabellos. En el pasillo, siguió con arrobo el andar vacilante de una hormiga a lo largo de las grietas de la pared, y el horror que Ling sentía por aquellos bichitos se desvaneció.
Entonces, comprendiendo que Wang-Fó acababa de regalarle un alma y una percepción nuevas, Ling acostó respetuosamente al anciano en la habitación donde habían muerto sus padres.
Hacía años que Wang-Fó soñaba con hacer el retrato de una princesa de antaño tocando el laúd bajo un sauce. Ninguna mujer le parecía lo bastante irreal para servirle de modelo, pero Ling podía serlo, puesto que no era una mujer. Más tarde, Wang-Fó habló de pintar a un joven príncipe tensando el arco al pie de un alto cedro. Ningún joven de la época actual era lo bastante irreal para servirle de modelo, pero Ling mandó posar a su mujer bajo el ciruelo del jardín. Después, Wang-Fó la pinto vestida de hada entre las nubes de poniente, y la joven lloró, pues aquello era un presagio de muerte. Desde que Ling prefería los retratos que le hacía Wang-Fó a ella misma, su rostro se marchitaba como la flor que lucha con el viento o con las lluvias de verano. Una mañana la encontraron colgada de las ramas del ciruelo rosa: las puntas de la bufanda de seda que la estrangulaban flotaban al viento mezcladas con sus cabellos; parecía aún más esbelta que de costumbre, y tan pura como las beldades que cantan los poetas de tiempos pasados. Wang-Fó la pintó por última vez, pues le gustaba ese color verdoso que adquiere el rostro de los muertos. Su discípulo Ling desleía los colores y este trabajo exigía tanta aplicación que se olvidó de verter unas lágrimas.
Ling vendió sucesivamente sus esclavos, sus jades y los peces de su estanque para proporcionar al maestro tarros de tinta púrpura que venían de Occidente. Cuando la casa estuvo vacía, se marcharon y Ling cerró tras él la puerta de su pasado.
Wang-Fó estaba cansado de una ciudad en donde ya las caras no podían enseñarle ningún secreto de belleza o de fealdad, y juntos ambos, maestro y discípulo, vagaron por los caminos del reino de Han.
Su reputación los procedía por los pueblos, en el umbral de los castillos fortificados y bajo el pórtico de los templos donde se refugian los peregrinos inquietos al llegar el crepúsculo. Se decía que Wang-Fó tenía el poder de dar vida a sus pinturas gracias a un último toque de color que añadía a los ojos. Los granjeros acudían a suplicarle que les pintase un perro guardián, y los señores querían que les hiciera imágenes de soldados. Los sacerdotes honraban a Wang-Fó como un sabio; el pueblo lo temía como a un brujo. Wang se alegraba de estas diferencias de opiniones que le permitían estudiar a su alrededor las expresiones de gratitud, de miedo o de veneración.
Ling mendigaba la comida, velaba el sueño de su maestro y aprovechaba sus éxtasis para darle masaje en los pies. Al apuntar el día, mientras el anciano seguía durmiendo, salía en busca de paisajes tímidos, escondidos detrás de los bosquecillos de junco. Por la noche, cuando el maestro, desanimado, tiraba sus pinceles al suelo, él los recogía. Cuando Wang-Fó estaba triste y hablaba de su avanzada edad, Ling le mostraba sonriente el tronco sólido de un viejo roble; cuando Wang-Fó estaba alegre y soltaba sus chanzas, Ling fingía escucharlo humildemente.
Un día, al atardecer, llegaron a los arrabales de la ciudad imperial, y Ling buscó para Wang-Fó un albergue donde pasar la noche. El anciano se envolvió en sus harapos y Ling se acostó juntó a él para darle calor, pues la primavera acababa de llegar y el suelo de barro estaba helado aún. Al llegar el alba, unos pesados pasos resonaron por los pasillos de la posada; oyeron los susurros amedrentados del posadero y unos gritos de mando proferidos en lengua bárbara. Ling se estremeció, recordando que él día anterior había robado un pastel de arroz para la comida del maestro. No puso en duda que venían a arrestarlo y se preguntó quien ayudaría mañana a Wang-Fó a vadear el próximo río.
Entraron los soldados provistos de faroles. La llama, que se filtraba a través del papel de colores, ponía luces rojas y azules en sus cascos de cuero. La cuerda de un arco vibraba en su hombro, y, de repente, los más feroces rugían sin razón alguna. Pusieron su pesada mano en la nuca de Wang-Fó quien no pudo evitar fijarse en que sus mangas no hacían juego con el color de sus abrigos.
Ayudado por su discípulo, Wang-Fó siguió a los soldados, tropezando por unos caminos desiguales. Los transeúntes, agrupados, se mofaban de aquellos dos criminales a quienes probablemente iban a decapitar. A todas las preguntas que hacía Wang, los soldados contestaban con una mueca salvaje. Sus manos atadas le dolían y Ling, desesperado, miraba a su maestro sonriendo, lo que era para él una manera más tierna de llorar.
Llegaron a la puerta del palacio imperial, cuyos muros color violeta se erguían en pleno día como un trozo de crepúsculo. Los soldados obligaron a Wango-Fó a franquear innumerables salas cuadradas o circulares, cuya forma simbolizaba las estaciones, los puntos cardinales, lo masculino y lo femenino, la longevidad, las prerrogativas del poder. Las puertas giraban sobre sí mismas mientras emitían una nota de música, y su disposición era tal que podía recorrerse toda la gama al atravesar el palacio de Levante a Poniente. Todo se concertaba para dar idea de un poder y de unas sutilezas sobrehumanas y se percibía que las más ínfimas órdenes que allí se pronunciaban debían de ser definitivas y terribles, como la sabiduría de los antepasados. Finalmente, el aire se enrareció; el silencio se hizo tan profundo que ni un torturado se hubiera atrevido a gritar. Un eunuco levantó una cortina; los soldados temblaron como mujeres, y el grupito entró en la sala en donde se hallaba el hijo del cielo sentado en su trono.
Era una sala desprovista de paredes, sostenida por unas macizas columnas de piedra azul. Florecía un jardín al otro lado de los fustes de mármol y cada una de las flores que encerraban sus bosquecillos pertenecía a una exótica especie traída de allende los mares. Pero ninguna de ellas tenía perfume, por temor a que la meditación del Dragón Celeste se viera turbada por los buenos olores. Por respeto al silencio que bañaban sus pensamientos, ningún pájaro había sido admitido en el interior del recinto y hasta se había expulsado de allí a las abejas. Un alto muro separaba el jardín del resto del mundo, con el fin de que el viento, que pasa sobre los perros reventados y los cadáveres de los campos de batalla, no pudiera permitirse no rozar siquiera la manga del Emperador.
El Maestro Celeste se hallaba sentado en un trono de jade y sus manos estaban arrugadas como las de un viejo, aunque apenas tuviera veinte años. Su traje era azul, para simular el invierno, y verde, para recordar la primavera. Su rostro era hermoso, pero impasible como un espejo colocado a demasiada altura y que no reflejara más que los astros y el implacable cielo. A su derecha tenía al Ministro de los Placeres Perfectos y a su izquierda al Consejero de los Tormentos Justos. Como sus cortesanos, alineados al pie de las columnas, aguzaban el oído para recoger la menor palabra que de sus labios se escapara, había adquirido la costumbre de hablar siempre en voz baja.
-Dragón Celeste -dijo Wang-Fó, prosternándose-, soy viejo, soy pobre y soy débil. Tú eres como el verano; yo soy como el invierno. Tú tienes diez mil vidas; yo no tengo más que una y pronto acabará. ¿Qué te he hecho yo? Han atado mis manos que jamás te hicieron daño alguno.
-¿Y tú me preguntas qué es lo que me has hecho, viejo Wang Fó?-dijo el Emperador.
Su voz era tan melodiosa que daban ganas de llorar. Levantó su mano derecha, que los reflejos del suelo de jade transformaban en glauca como una planta submarina, y Wang-Fó, maravillado por aquellos dedos tan largos y delgados, trató de hallar en sus recuerdos si alguna vez había hecho del Emperador o de sus ascendientes un retrato tan mediocre que mereciese la muerte. Más era poco probable, pues Wang-Fó, hasta aquel momento, apenas había pisado la corte de los emperadores, prefiriendo siempre las chozas de los granjeros o, en las ciudades, los arrabales de las cortesanas y las tabernas del muelle en las que disputan los estibadores.
-¿Me preguntas lo que me has hecho, viejo Wang-Fó? -prosiguió el Emperador, inclinando su cuello delgado hacia el anciano que lo escuchaba-. Voy a decírtelo. Pero como el verano ajeno no puede entrar en nosotros, sino por nuestras nueve aberturas, para ponerte en presencia de tus culpas deberé recorrer los pasillos de mi memoria y contarte toda mi vida. Mi padre había reunido una colección de tus pinturas en la estancia más escondida de palacio, pues sustentada la opinión de que los personajes de los cuadros deben ser sustraídos a las miradas de los profanos, en cuya presencia no pueden bajar los ojos. En aquellas salas me educaron a mí, viejo Wang-Fó, ya que habían dispuesto una gran soledad a mí alrededor para permitirme crecer. Con objeto de evitarle a mi candor las salpicaduras humanas, habían alejado de mí las agitadas olas de mis futuros súbditos, y a nadie se les permitía pasar ante mi puerta, por miedo a que la sombra de aquel hombre o mujer se extendiera hasta mí. Los pocos y viejos servidores que se me habían concedido se mostraban lo menos posible; las horas deban vueltas en círculo; los colores de tus cuadros se reavivan con el alba y palidecían con el crepúsculo. Por las noches, yo los contemplaba cuando no podía dormir, y durante diez años consecutivos estuve mirándolos todas las noches. Durante el día, sentado en una alfombra cuyo dibujo me sabía de memoria, reposando las palmas de mis manos vacías en mis rodillas de amarilla seda, soñaba con los goces que me proporcionaría el porvenir. Me imaginaba al mundo con el país de Han en medio, semejante al llano monótono hueco de la mano surcada por las líneas fatales de los Cinco Ríos. A su alrededor, el mar donde nacen los monstruos y, más lejos aún, las montañas que sostienen el cielo. Y para ayudarme a imaginar todas esas cosas, yo me valía de tus pinturas. Me hiciste creer que el mar se parecía a las vasta capa de agua extendida en sus telas, tan azul que una piedra al caer no puede por menos de convertirse en zafiro; que las mujeres se abrían y se cerraban como las flores, semejantes a las criaturas que avanzan, empujadas por el viento, por los senderos de tus jardines, y que los jóvenes guerreros de delgada cintura que velan en las fortalezas de las fronteras eran como flechas que podían traspasarnos el corazón. A los dieciséis años, vi abrirse las puertas que me separaban del mundo: subí a la terraza del palacio a mirar las nubes, pero eran menos hermosas que las de tus crepúsculos. Pedí mi letra: sacudido por los caminos, cuyo barro y piedras yo no había previsto, recorrí las provincias del Imperio sin hallar tus jardines llenos de mujeres parecidas a luciérnagas, aquellas mujeres que tú pintabas y cuyo cuerpo es como un jardín. Los guijarros de las orillas me asquearon de los océanos; la sangre de los ajusticiados es meno roja que la granada que se ve en tus cuadros; los parásitos que hay en los pueblos me impiden ver la belleza de los arrozales; las carnes de las mujeres vivas me repugna tanto como la carne muerta que cuelga de los ganchos en las carnicerías, y la risa soez de mis soldados me da nauseas. Me has mentido, Wang-Fó, viejo impostor: el mundo no es más que un amasijo de manchas confusas, lanzadas al vacío por un pintor insensato, borradas sin cesar por nuestras lágrimas. El reino de Han no es el más hermoso de los reinos y yo no soy el Emperador. El único imperio sobre el que vale la pena reinar es aquel donde tú penetras, viejo Wang-Fó, por el camino de las Mil Curvas y de los Diez mil Colores. Sólo tú reinas en paz sobre unas montañas cubiertas por una nieve que no puede derretirse y sobre unos campos de narcisos que nunca se marchitan. Y por eso, Wang-Fó, he buscado el suplicio que iba a reservarte, a ti cuyos sortilegios han hecho que me asquee de cuanto poseo y me han hecho desear lo que nunca jamás podré poseer. Y para encerrarte en el único calabozo de donde no vas a poder salir, he decidido que te quemen los ojos, ya que tus ojos, Wang-Fó, son las dos puertas mágicas que abren tu reino. Y puesto que tus manos son los dos caminos, divididos en diez bifurcaciones, que te llevan al corazón de tu imperio, he dispuesto que te corten las manos. ¿Me has entendido, viejo Wang-Fó?
Al escuchar esta sentencia, el discípulo Ling se arrancó del cinturón un cuchillo mellado y se precipitó sobre el Emperador. Dos guardias lo apresaron. El Hijo del Cielo sonrió y añadió con un suspiro:
-Y te odio también, viejo Wang-Fó, porque has sabido hacerte amar. Matad a ese perro.
Ling dio un salto para evitar que su sangre manchase el traje de su maestro. Uno de los soldados levantó el sable, y la cabeza de Ling se desprendió de su nuca, semejante a una flor tronchada. Los servidores se llevaron los restos y Wang-Fó, desesperado, admiró la hermosa mancha escarlata que la sangre de su discípulo dejaba en el pavimento de piedra verde.
El Emperador hizo una seña y dos eunucos limpiaron los ojos de Wang-Fó.
-Óyeme, viejo Wang-Fó –dijo el Emperador-, y seca tus lágrimas, pues no es el momento de llorar. Tus ojos deben permanecer claros, con el fin de que la poca luz que aún les queda no se empañe con tu llanto. Ya que no deseo tu muerte sólo por rencor, ni sólo por crueldad quiero verte sufrir. Tengo otros proyectos, viejo Wang-Fó. Poseo, entre la colección de tus obras, una pintura admirable en donde se reflejan las montañas, el estuario de los ríos y el mar, infinitamente reducidos, es verdad, pero con una evidencia que sobrepasa a la de los objetos mismos, como las figuras que se miran a través de una esfera. Pero esta pintura se halla inacabada, Wang-Fó, y tu obra maestra no es más que un esbozo. Probablemente, en el momento en que la estabas pintando, sentado en un valle solitario, te fijaste en un pájaro que pasaba, o en un niño que perseguía al pájaro. Y el pico del pájaro o las mejillas del niño te hicieron olvidar los párpados azules de las olas. No has terminado las franjas del manto del mar, ni los cabellos de algas de las rocas. Wang-Fó, quiero que dediques las horas de luz que aún te quedan a terminar esta pintura, que encerrará de esta suerte los últimos secretos acumulados durante tu larga vida. No me cabe duda de que tus manos, tan próximas a caer, temblarán sobre la seda y el infinito penetrará en tu obra por esos cortes de la desgracia. Ni me cabe duda de que tus ojos, tan cerca de ser aniquilados, descubrirán unas relaciones al límite de los sentidos humanos. Tal es mi proyecto, viejo Wang-Fó, y puedo obligarte a realizarlo. Si te niegas, antes de cegarte quemaré todas tus obras y entonces serás como un padre cuyos hijos han sido todos asesinados y destruidas sus esperanzas de posteridad. Piensa más bien, si quieres, que esta última orden es una consecuencia de mi bondad, pues sé que la tela es la única amante a quien tú has acariciado. Y ofrecerte unos pinceles, unos colores y tinta para ocupar tus últimas horas es lo mismo que darle una remera como limosna a un hombre que va a morir.
A una seña del dedo meñique del Emperador, dos eunucos trajeron respetuosamente la pintura inacabada donde Wang-Fó se secó las lágrimas y sonrió, pues aquel apunte le recordaba su juventud. Todo en él atestiguaba una frescura de alma a la que ya Wang-Fó no podía aspirar, pero le faltaba, no obstante, algo, pues en la época en que la había pintado Wang, todavía no había contemplado lo bastante las montañas, ni las rocas que bañan en el mar sus flancos desnudos, ni tampoco se había empapado lo suficiente de la tristeza del crepúsculo. Wang-Fó eligió uno de los pinceles que le presentaba un esclavo y se puso a extender, sobre el mar inacabado, amplias pinceladas de azul. Un eunuco, en cuclillas a sus pies, desleía los colores; hacía esta tarea bastante mal, y más que nunca Wang-Fó echó de menos a su discípulo Ling.
Wang empezó por teñir de rosa la punta del ala de una nube posada en una montaña. Luego añadió a la superficie del mar unas pequeñas arrugas que no hacían sino acentuar la impresión de su serenidad. El pavimento de jade se iba poniendo singularmente húmedo, pero Wang-Fó, absorto en su pintura, no advertía que estaba trabajando sentado en el agua.
La frágil embarcación, agrandada por las pinceladas del pintor, ocupaba ahora todo el primer plano del rollo de seda. El ruido acompasado de los remos se elevó de repente en la distancia, rápido y ágil como un batir de alas. El ruido se fue acercando, llenó suavemente toda la sala y luego cesó; unas gotas temblaban, inmóviles, suspendidas de los remos del barquero. Hacía mucho tiempo que el hierro al rojo vivo destinado a quemar los ojos de Wang se había apagado en el brasero del verdugo. Con el agua hasta los hombros, los cortesanos, inmovilizados por la etiqueta, se alzaban sobre la punta de los pies. El agua llegó por fin a nivel del corazón imperial. El silencio era tan profundo que hubiera podido oírse caer las lágrimas.
Era Ling, en efecto. Llevaba puesto su traje viejo de diario, y su manga derecha aún llevaba la huella de un enganchón que no había tenido tiempo de coser aquella mañana, antes de la llegada de los soldados. Pero lucía alrededor del cuello una extraña bufanda roja.
Wang-Fó le dijo dulcemente, mientras continuaba pintando:
-Te creía muerto.
-Estando vos vivo-dijo respetuosamente Ling-, ¿cómo podría yo morir?
Y ayudó al maestro a subir a la barca. El techo de jade se reflejaba en el agua, de suerte que Ling parecía navegar por el interior de una gruta. Las trenzas de los cortesanos sumergidos ondulaban en la superficie como serpientes, y la cabeza pálida del Emperador flotaba como un loto.
-Mira, discípulo mío-dijo melancólicamente Wang-Fó-. Esos desventurados van a perecer, si no lo han hecho ya. Yo no sabía que había bastante agua en el mar para ahogar a un Emperador. ¿Qué podemos hacer?
-No temas nada, Maestro-murmuró el discípulo-. Pronto se hallarán a pie enjuto, y ni siquiera recordarán haberse mojado las mangas. Tan sólo el Emperador conservará en su corazón un poco de amargor marino. Estas gentes no están hechas para perderse por el interior de una pintura.
Y añadió:
-La mar está tranquila y el viento es favorable. Los pájaros marinos están haciendo sus nidos. Partamos, maestro, al país de más allá de las olas.
-Partamos-dijo el viejo pintor.
Wang-Fó cogió el timón y Ling se inclinó sobre los remos. La cadencia de los mismos llenó de nuevo toda la estancia, firme y regular como el latido de un corazón. El nivel del agua iba disminuyendo insensiblemente en torno a las grandes rocas verticales que volvían a ser columnas. Muy pronto, tan sólo unos cuantos charcos brillaron en las depresiones del pavimento de jade. Los trajes de los cortesanos estaban secos, pero el Emperador conserva algunos copos de espuma en la orla de su manto.
El rollo de seda pintado por Wang-Fó permanecía sobre una mesita baja. Una barca ocupaba todo el primer término, Se alejaba poco a poco, dejando tras ella un delgado surco que volvía a cerrarse sobre el mar inmóvil. Ya no se distinguía el rostro de los dos hombres sentados en la barca, pero aún podía verse la bufanda roja de Ling y la barba de Wang-Fó, que flotaba al viento.
La pulsación de los remos fue debilitándose y luego cesó, borrada por la distancia. El Emperador, inclinado hacia delante, con la mano a modo de visera delante de los ojos, contemplaba alejarse la barca de Wang-Fó, que ya no era más que una mancha imperceptible en la palidez del crepúsculo. Un vaho de oro se elevó, desplegándose sobre el mar. Finalmente, la barca viró en derredor a una roca que cerraba la entrada a la alta mar; cayó sobre ella la sombra del acantilado; borróse el surco de la desierta superficie y el pintor Wang-Fó y su discípulo Ling desaparecieron para siempre en aquel mar de jade azul que Wang-Fó acababa de inventar.
Del libro LOS CUENTOS ORIENTALES.... Ed. Alfaguara
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Publicado en Humor el 25 de Septiembre, 2008, 19:49
por MScalona
Liliana y Marisa son dos hermanas gemelas
que se encargan de hacer feliz -al mismo tiempo- a Juan Carlos López, un remisero de
30 años de la localidad misionera de San Vicente, con quien conviven hace dos años
(Gentileza: diario "El Territorio", de Posadas).
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Publicado en De Otros. el 25 de Septiembre, 2008, 9:00
por MScalona
1924-2004 Argentina
Susurro Personal
Por alguna razón, al anochecer,
mi corazón late como una ametralladora.
El cardiólogo me ha dicho:
controle su vida emocional. Me pregunto
si no habrá allá adentro una verdad
que intenta abrirse paso. Vuelvo
buscando una fe en la oscuridad
de mí mismo. La pulsación interna del yo
parece apresurarse
hacia una descomposición indescifrable.
El ritmo cardíaco es un tiempo
en estado impersonal. Esta es la única
certeza que encuentro. Los golpes sanguíneos
de un temblor cerrado sobre el vacío.
No hay noticias profundas de mí mismo
sino este susurro fisiológico, el zumbido
que hoy fui dejando a mi paso
a través de calles, edificios y cuerpos cerrados.
Un rastro de baba que recorrió el mundo
y ya está de regreso en esta habitación.
Salvación frente al espejo
Cuando el espejo me devuelve
ojos acorralados por la finitud personal,
oscilante conciencia que mide en el dormitorio
su propia vacilación,
tú vienes a peinarte y hacia el campo
aún no resuelto de tu pelo
me inclino sin condenarte, organizado
y bien distribuido entre las cosas
que por tu causa nunca cesarán.
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Publicado en De Otros. el 25 de Septiembre, 2008, 8:54
por MScalona
v e r s o y p r o s a
¿Cómo distinguir, entonces, prosa y poema? De este modo: el ritmo se da espontáneamente en toda forma verbal, pero sólo en el poema se manifiesta plenamente. Sin ritmo, no hay poema; sólo con él, no hay prosa. El ritmo es condición del poema, en tanto que es inesencial para la prosa. Por la violencia de la razón las palabras se desprenden del ritmo; esa violencia racional sostiene en vilo la prosa, impidiéndole caer en la corriente del habla en donde no rigen las leyes del discurso sino las de atracción y repulsión. Mas este desarraigo nunca es total, porque entonces el lenguaje se extinguiría. Y con él, el pensamiento mismo. El lenguaje, por propia inclinación, tiende a ser ritmo. Como si obedeciesen a una misteriosa ley de gravedad, las palabras vuelven a la poesía espontáneamente. En el fondo de toda prosa circula, más o menos adelgazada por las exigencias del discurso, la invisible corriente rítmica. Y el pensamiento, en la medida en que es lenguaje, sufre la misma fascinación. Dejar al pensamiento en libertad, divagar, es regresar al ritmo; las razones se transforman en correspondencias, los silogismos en analogías y la marcha intelectual en fluir de imágenes. Pero el prosista busca la coherencia y la claridad conceptual. Por eso se resiste a la corriente rítmica que, fatalmente, tiende a manifestarse en imágenes y no en conceptos.
La prosa es un género tardío, hijo de la desconfianza del pensamiento ante las tendencias naturales del idioma. La poesía pertenece a todas las épocas: es la forma natural de expresión de los hombres. No hay pueblos sin poesía; los hay sin prosa. Por tanto, puede decirse que la prosa no es una forma de expresión inherente a la sociedad, mientras que es inconcebible la existencia de una sociedad sin canciones, mitos u otras expresiones poéticas. La poesía ignora el progreso o la evolución, y sus orígenes y su fin se confunden con los del lenguaje. La prosa, que es primordialmente un instrumento de crítica y análisis, exige una lenta maduración y sólo se produce tras una larga serie de esfuerzos tendientes a domar al habla. Su avance se mide por el grado de dominio del pensamiento sobra las palabras. La prosa crece en batalla permanente contra las inclinaciones naturales del idioma y sus géneros más perfectos son el discurso y la demostración, en los que el ritmo y su incesante ir y venir ceden el sitio a la marcha del pensamiento.
Mientras el poema se presenta como un orden cerrado, la prosa tiende a manifestarse como una construcción abierta y lineal. Valéry ha comparado la prosa con la marcha y la poesía con la danza. Relato o discurso, historia o demostración, la prosa es un desfile, una verdadera teoría de ideas o hechos. La figura geométrica que simboliza la prosa es la línea: recta, sinuosa, espiral, zigzagueante, mas siempre hacia delante y con una meta precisa. De ahí que los arquetipos de la prosa sean el discurso y el relato, la especulación y la historia. El poema, por el contrario, se ofrece como un círculo o una esfera: algo que se cierra sobre sí mismo, universo autosuficiente y en el cual el fin es también un principio que vuelve, se repite y se recrea. Y esta constante repetición y recreación no es sino ritmo, marea que va y viene, cae y se levanta.
EL ARCO Y LA LIRA, Ed. FCE, p. 33
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Publicado en Poemitas. el 24 de Septiembre, 2008, 12:22
por Beto Frangi
Olor a Quemado
Yacen renegridas en el fondo de la cacerola,
las hilachas de aquel sueño,
fibras de algún desamor
Hay olor de chamusque
en los vestigios de un camino incendiado,
en los techos de un rancho viejo,
en el arrugado rostro de algún pastor
¿Rodará quizás algún humo vago
en el tránsito desleído de un colibrí
o será el despertar
de una nueva pasión que destierre otra
que como rata, huyó del corazón?
Viste ya, en Internet,
en ese primer plano,
cómo se venden caros los trapos del loquero?
las mañanas tempranas con aliento a ajo?
Qué ganas de que llueva!
Oh mi Dios!
de acariciar campos de olivos,
de caminar atardeceres sin cicatrices,
de aspirar hondo el perfume
de la tierra húmeda
que hoy huele tan a quemado!
Beto Frangi
Beto Frangi
Beto Frangi
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Publicado en Sugerencias. el 23 de Septiembre, 2008, 20:36
por .:. pipu .:.
ANTICIPANDO EL ESTRENO DE LA OBRA
JUEVES 02 DE OCTUBRE 23 HS.
"CASA URUGUAYA" ALVEAR 1125
TE ESPERAMOS
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Publicado en Poemitas. el 23 de Septiembre, 2008, 9:05
por MScalona
Orfeo en Victoria
Hablo de cuando no existía el puente.
Tomaba la balsa o iba por Santa Fe,
el túnel subfluvial y Paraná,
Diamante, Crespo, Aranguren.
Un turismo existencial
mucho antes del progreso.
Por el fantasma de Onetti,
el paisaje de lomadas,
el Padre Martín en la Abadía
pero las más de las veces
los carnavales.
El único lugar del mundo
donde quedaban murgas de niños
pintados al corcho carbón
comparsas de vecinos,
pomos de agua perfumada
y el corso en la vereda.
El paisaje produce el monstruo
otorga la misión de rabdomante,
inquisidor, Sherlock, Columbo, Belano.
Gustar de ir viendo todo y anotarlo.
Esa fisura donde empiezan a aparecer las musas,
heroínas, ángeles tiznados,
el linde real y el sueño.
Los postes en la ruta, los capítulos,
una niña muerta, una niña en trance,
el arrullo de la banquina,
el rumor de la escritura
y la luz amarilla de una posada
convertida en baliza cuando me acerco;
Un espejismo,
la demora, la deriva,
ahora sí
todavía no.
Actúo un poco la pose
de winner takes nothing,
vencedor vencido,
la pose tilinga de loser:
poeta torturado
con un impermeable Cristian Dior
estudiadamente raído en días de sol
sin mostrar jamás una cuarteta decente
A menudo pienso en la locura así:
como una falta de compañía.
Compañía
en el fondo de un socavón maldito.
Y también pienso que quizá sea tarde
y que ya esté…
con todos esos paisajes alrededor de la derrota
de una época que escribía
la posibilidad de un rescate,
de que por fin Eurídice se uniera a mi sombra
y me ayudara a cruzar el último puente.
Incluso por ella, pobre mujer,
tener que lidiar siempre
con un Orfeo inconcluso
de querer y no querer
y andar siempre insatisfecho.
De esa época
me quedó el berretín
de hacer un juego semántico
con los nombres de las canciones de Bill Evans:
urdía el poema con las resonancias
mientras tarareaba las melodías
al galope del sonido del estéreo:
Hola Bollinas,
no es cierto que seas Minha,
pero Esta tarde vi llover y pensé,
Nos volveremos a encontrar.
¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?
Debes creer en la primavera.
Yo te amo, Porgy.
Y a menudo me dormía
con esos garabatos verticales
de metáforas robadas.
Solía estacionar el auto
junto a los arroyos,
el Ceibas, el Döll, el Clé,
cualquier pausa de la tierra sobre la ruta 34
esperando que acabasen
los temblores y la intermitencia.
Mi arcén preferido terminó siendo el vado de Spatzen,
un camino real del siglo XVIII
solitario y olvidado de los mapas.
Desde los 33 Orientales no cruzaba nadie por allí.
Un camino baldío, ideal para perderse
un anticipo de la primavera,
esa clase de expectativa.
Como una fragancia de mar de fugitivos.
Un agua para perderse,
como un feto,
un anfibio que respira dentro de una mujer,
o alrededor de ella.
Y es de no creer, pero cada noche,
cuando el concierto llegaba a esos acordes de Quiet now
aparecía en el abrevadero un alazán arisco y sudado
buscando su jinete.
Un caudillo del siglo XIX
o el mismísimo Martín Fierro,
porque Hernández vivió por allí…
¡Quién sabe esos vericuetos de la neurolingüística!
Ni bien veía el animal agitarse
me venía la voz de Eurídice adentro de la cabina del auto;
esa frase repetida en la noche
cada vez que ella entraba en la cama
y me daba su abrazo y me decía:
Nada podrá vencer esta ternura.
Nada.
Marcelo Scalona
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Publicado en Sugerencias. el 22 de Septiembre, 2008, 13:40
por MScalona
III Certamen Internacional de relatos breves
«La cerilla mágica»
Se convoca el III Certamen Internacional de relatos breves «La cerilla mágica», dotado con un premio de 1.000 euros y una edición de los relatos finalistas en formato libro digital
El editor literario digital Publicatuslibros.com en su tarea de buscar el descubrimiento de nuevos autores que apuesten por la universalización del acceso a la Literatura, convoca el III Certamen internacional de relatos breves «La cerilla mágica», con el patrocinio de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía que se regirá por las siguientes bases:
1- Podrán participar autores, de cualquier nacionalidad, sexo, edad y país de residencia, con obras inéditas y no premiadas en otros certámenes.
2- Las obras deberán estar escritas en español. La temática será: la magia. El relato no tendrá una extensión mayor de cuatro páginas (formato A4), con letra arial en tamaño número 12 y a doble espacio.
3.- Serán rechazadas aquellas que por su contenido no atiendan los requisitos formales o técnicos del certamen, así como aquellas que atenten contra los derechos fundamentales de las personas.
4- Cada concursante participará sólo con una obra.
5- Forma de envío:
La obra, se enviará por correo electrónico a: cerillamagica(arroba)publicatuslibros.com
En este correo se adjuntará, en un archivo, la obra con su título o lema. En el mismo correo electrónico se adjuntará la plica (otro archivo) en el que dentro se indicará el título de la obra y el seudónimo, incluyéndose:
- Título de la obra
- Concursante y seudónimo
- Nombre completo del autor
- Edad y fecha de nacimiento
- Nacionalidad
- Teléfono
- Correo electrónico y postal
A falta de alguno de los anteriores puntos se descalificará al concursante. Se recomienda usar una cuenta genérica (yahoo, gmail, hotmail, etc.) A falta de alguno de los anteriores puntos se descalificará al concursante. Asímismo se descartarán las obras que contengan faltas de ortografía.
Las obras se recibirán por correo electrónico a partir del lunes 22 de septiembre hasta el miércoles dia 22 de octubre de 2008, ambos inclusive. No se admitirán obras enviadas antes o después de las fechas indicadas. No se mantendrá comunicación con los participantes y las obras no seleccionadas serán destruidas.
6- El premio que será único para el/la ganador/a, tendrá una dotación de 1.000 euros en metálico y diploma acreditativo. El premio llevará las retenciones fiscales vigentes. Los diez relatos finalistas, serán compilados y editados en el libro digital que Publicatuslibros.com presentará a lo largo del mes de diciembre de 2008. Además, el/la ganador/a podrá editar un libro digital con sus obras por cortesía de Publicatuslibros.com.
7- El Jurado estará compuesto por figuras literarias relacionadas con Publicatuslibros.com y la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
8- El veredicto del Jurado será inapelable, dándose a conocer el/la ganador/a y el listado de finalistas, en la celebración de la entrega de premios que se organizará en diciembre de 2008 en Jaén.
9- Cualquier situación no prevista en las bases será resuelta según el criterio del Jurado.
10- La participación en el Concurso implica la aceptación plena de estas bases.
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Publicado en General el 21 de Septiembre, 2008, 15:25
por lilian
feliz primavera!
sólo eso
algo en el aire
tibio
viaja en un soplo desde casasiesta
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Publicado en Aguafuerte el 21 de Septiembre, 2008, 11:30
por MScalona
Y pensar que JP MORGAN (no el Pirata, sino Stanley)
que en este momento está buscando que el Estado norteamericano
la compre y la salve, es la que mide "el riesgo país" de los países
"muy Estatistas" como (for example) los latinoamericanos...
Yo sé que es difícil llamarle "alegría" o compararla con cierto regocijo
como cuando volaron las Torres Gemelas, pero lo que siento es eso...
supongo que está bien decir que esta semana (aún no terminó) ha caído
el OTRO MURO (Berlín Sic), el muro de Wall Street...
¿Se podrá medir en términos históricos el daño que ha hecho a la
humanidad George W Bush en apenas 8 años...? La novela que estoy leyendo
(ACCIÓN DE GRACIAS) de Richard Ford (muy profética), plantea
todos los temores y aprensiones que ya generaba en el 2000 la llegada de
Bush hijo a la cima del poder, incluso con el fraude electoral en el Juzgado
de Miami donde hoy se ventila el Valijagate (no lo digo en apoyo de los
Kirchner, sino en sospecha de todos)... Por si algún distraído no lo sabe,
BUSH hijo ganó la elección del 2000 con un fallo sobre impugnaciones
de votos, en el mismo Juzgado donde hoy se hace el juicio de ANTONINI
and CO. No sé si saben que el Gobernador de La Florida, entonces, era un
hermanito de George W... Como verán, NO somos los únicos "bananeros"
del planeta, lamentablemente... porque de eso no me enorgullezco...
Y con el terrible atentado de ayer en Islamabad está claro que el mundo
se parecerá cada vez más a la alegoría de BRAZIL, la peli de Terry Gilliam,
que no casualmente al estrenarse, hace casi 20 años, NO fue distribuida
comercialmente en EE UU..-
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