"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




Agosto del 2008


Vomitar Conejitos

Publicado en General el 31 de Agosto, 2008, 12:13 por MCCerutti
A PROPÓSITO del cuento
CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS
de Cortázar, que análizabamos el jueves...
                                         
Hector Libertella: ¿La enfermedad es bella?, 
                                                                           
página  14 a 16. de PROYECTOR SUR ONG

Para relacionar el malestar con el fulgor voy a una vieja anécdota. Cuando era chico y vivía en Bahía Blanca, me impresionaba el mendigo de la plaza. Era un personaje muy flaco y sucio. Yo me compadecí de él durante ocho años, hasta que un día mi padre me dijo: "Es Fulano de Tal, el hombre más rico de la ciudad. Y el avaro más grande. Acercate un poco y vas a ver cómo le brillan los ojos de codicia." Después agregó: "No te engañe su apariencia. No es oro todo lo que reluce".

Yo era entonces muy chico para enfrentar tantas paradojas, pero ese pobre hombre rico no sé por qué me fascinó y me iluminó como un modelo alquímico. Como si las penurias de su cuerpo se transmutaran todas en el brillo de oro de sus ojos. Es la primera forma que me permite relacionar malestar con fulgor.

Edgar Poe murió hecho un desastre, dicen de alcoholismo y demencia senil precoz a los 41 años. "¡Ah, pero dejó la luz de El cuervo, las Aventuras de Arturo Gordon Pym y todos sus relatos!", agregará la crítica. Paradigmático o como sea, me parece que este caso no nos sirve para la reunión de hoy, porque estar mal como Poe es estar enfermo y tener malestar es, en cambio, sentir simplemente angustia, ansiedad, congoja, desasosiego, desazón, inquietud, intranquilidad, nerviosidad. Es decir, las cosas vulgares (no sé si llamarlas neuróticas) que de a ratos puede tener cualquiera todos los días o incluso todo el día durante un tiempo prudente.

Si pensamos las relaciones entre arte y enfermedad la historia es larga y depende de los dictados de la moda. Y tiene que ver con qué se considera salud y qué enfermedad en distintas épocas. Ustedes saben que contra los clásicos sanos, influyentes y canónicos del siglo XIX, el romanticismo tomó una diagonal: "La enfermedad es bella". La tuberculosis, la anemia, la discreta tos y el suicidio se hicieron símbolos de prestigio. La proximidad de la muerte, un pasaporte a la gloria.

En 1828, Lord Byron se miraba al espejo y decía esto (créase o no): "Estoy pálido. Me gustaría morir consumido, porque entonces las damas dirían ¡pobre Byron, qué interesante parece al morir!"

En el siglo XX la moda cambió, pasó de la tuberculosis a la locura. Basta con citar a Breton, el surrealismo, las reuniones con Lacan en el Santa Ana de París, las primeras exposiciones y publicaciones de los internos del hospital. Y el nuevo tablero de los ilustres, el Hall of the Fame de quienes murieron en el extravío o la niebla mental, desde Van Gogh, Nietzsche y Artaud a Hölderlin, Gérard de Nerval y Raymond Roussel. Y después acá, en Argentina, a Jacobo Fijman, que deambuló durante años por los pabellones del Borda.

No era malestar sino estar mal lo que Virginia Woolf le escribía en 1941 a su marido, como testamento, porque según ella no soportaba esa alternancia de euforia creativa y depresión cotidiana: "No quiero enloquecer otra vez", y se tiraba al río con una enorme piedra en el bolsillo. Pero en el siglo XX el suicidio ya no era bello. Byron creía que había un extraño fulgor en su cara pálida que encantaba a las damas. En cambio el miedo a la locura en Virginia Woolf se encontró no con el resplandor o el brillo intenso, sino con esa variante etimológica de la palabra fulgor que es fulminar, como cuando un rayo aniquila a alguien, lo mata. Es la diferencia entre dos siglos.

Hace poco le pregunté a un pintor cuáles podrían ser los artistas de mucho destello pero de mucho malestar. Él me dijo: Bonnard y Soutine, obras de padecer una interminable ejecución, muy reescritas. Y me agregó esta anécdota: uno de ellos —no sé si Bonnard o Soutine— en algún museo de París —no se si el Louvre u otro— entró un día con pinceles y témperas y empezó a corregir, a retocar uno de sus cuadros que ya estaba colgado en plena exposición. (No hablemos del revuelo que ese hecho produjo.) La excesiva reescritura en busca de un nuevo y nuevo destello, ese excesivo malestar en busca del fulgor podría evocar también el malestar de nuestra cultura, que no puede asumir la vieja receta de la paciencia cuando se trata de producir fuego. Esa receta dice más o menos esto: introducir un palo deslizándolo por una ranura en la madera seca, todo el tiempo que sea necesario hasta que aparezca la chispa. Y si no se logra la chispa, habrá que hablar entonces del malestar sexual en nuestra cultura.

Días atrás, un crítico me decía: "Leer literatura ya me duele un poco". ¿Será acaso que leer literatura ya duele un poco porque se cumple como un castigo o una dura disciplina física en los patios cerrados de la Academia o de algún Salón, como decir, si no, en los verdes campos de Treblinka? Allí el resplandor de la lectura literaria parece más intenso porque queda recortado como un ghetto en medio de la Aldea Global, la comunicativa. No sé si ese resplandor ocurre porque tiene como aval el padecer típico del ghetto, el incipiente dolor de aquel amigo mío.

Una breve leyenda, no recuerdo de quién, podría haber sido el epígrafe pero termina siendo el colofón de todo esto: "No hay fuego arriba de uno, en el ethos que dice ética, sino abajo, en el pathos que dice patología".

Desde el campo, meteorológicas.

Publicado en Poemitas. el 29 de Agosto, 2008, 20:26 por Descarga

Bajo en invierno

 

 

 

Coronado por el rastrojo de maíz

el médano

y detrás

la laguna

con el agua retirada de las barrancas

esqueletos de peces sobre la sal

sin aves

quieta

como una inversión de silencio.

.

 

 

 

 

Brasil

 

Caminamos en la playa

sin despojo

con una disciplina transferida enfrentamos al exceso

el juego de obstáculos de los morros, azul en azul, la insinuación de los barcos,   

y nos reducimos

en una pérdida horizontal cuando el mediodía pugna, irresuelto,

hasta que el azar nos sube al escenario

llueve

del tragaluz que se hace en el agua

nos aleja

la aceleración de las gotas sobre los cuerpos, la piel  tomada en bienvenida,

el espacio de desconocernos

 

comemos camarones en un refugio a metros del mar.

 

more Teillier

Publicado en De Otros. el 29 de Agosto, 2008, 19:09 por MScalona

CON EL SOL DE LOS AVELLANOS

 

 

         No creí nunca

         Que vería brillar de nuevo a Venus

         Sobre los techos lejanos del Regimiento

         Ni que en la mañana

         Reverdecieran los pasos de la infancia

         Bajo esos pinos donde las ovejas lamen tiernamente

                   El sol,

         Ni que una voz adolescente

         Me preguntara cómo se llaman las estrellas

         A las que nunca me he preocupado de dar nombre.

 

 

         Tú eres el mediodía misterioso

         Del silencio de parque

         Donde vemos luchar a un niño hace años con un ganso,

         Allí el sol al abandonar los avellanos

         Nos deja los relatos

         De los muertos que amamos

         Y se me reveló tu presencia

         Con el mismo resplandor

         Del hacha con que el amigo corta leña.

 

 

         Alguien pasa silbando

         Una canción que habla de nosotros.

         Nunca me has preguntado qué será de nosotros:

         Sólo me has preguntado el nombre de una estrella.

 

        

         Junto a ti he sido quien debiera haber sido.

 

                                                                                     (pág. 126)

 

 

         A JACK KEROUAC

 

 

         Jack,

         a pesar de todo

         pienso que temías

         “la andrajosa melancolía de envejecer”.

         Me cuesta creer en los dioses

         en los elegidos de los dioses

         y en los vagabundos del Drama

         y por eso me hubiera gustado estar en tu funeral

         y que Sinatra hubiese cantado:

         “No hay nada más que un corazón solitario”.

 

                                                                                     (pág. 128)

 

 

 

 

 

         LEWIS CARROLL

 

 

         Un profesor de matemáticas de Oxford

         El reverendo Dodgson

         Ligeramente tartamudo y zurdo

         Nos deja en la primera casilla de otro mundo

         Allí para el unicornio somos monstruos fabulosos

         Y se oye el ruido de armaduras

         De caballeros que piensan mejor cuando están

                   cabeza abajo

 

 

        

         El señor Dodgson pasea con tres niñitas

         Tal vez sueña fotografiarlas desnudas

         Pero estamos en el siglo XIX

         En plena Era Victoriana

         Y se contenta con escribirles cartas festivas

         Con narrales historias

         Sobre el otro lado del espejo

         y ver fluir sus tiernos rostros en el atardecer

                   de una barca

 

 

         El nombre Alicia significa ahora Aventura

         Y cuando lleguemos a la octava casilla

         Empezaremos a ser reyes

         En un juego que ya no vamos a olvidar.

 

                                                                           (Pág. 130)

 

 

 

 

         HERMANA

 

                                                                  a Martín Sorescu

 

 

         Vivo en la apariencia de un mundo

         Tú no sabes ni puedes saberlo

         Tú no puedes conocer a mi hermana.

         Yo mismo apenas la conozco

         Porque murió antes de que yo naciera

         Y esa llaga adelantó mi llegada.

 

 

         Por eso crecí antes de lo debido

         Y la primavera es una rápida hojarasca

         Y el verano un congelado reloj de arena.

 

 

         Ya sólo puedo yacer en el lecho de mi hermana muerta.

         El vacío de mi hermana me sigue cada día.

         Cuando yo muera habré muerto antes de su muerte. 

 

                                                                                              (pág. 160)

 

 

 

                                                                         

 

 JORGE  TEILLIER

 CRÓNICAS del FORASTERO, Ed. Colihue

LUNES ... BIELSA-Fantino-Scalona

Publicado en Sugerencias. el 29 de Agosto, 2008, 17:07 por MScalona

RAFAEL BIELSA - FUGA Y MISTERIO

FUGAyMISTERIO

ed.Norma

librería  ROSS,  lunes 1º septiembre 19hs.presentación

RAFAELBIELSA

ALEJANDROFANTINO

MARCELOSCALONA

Eneros que ya no son

Publicado en Poemitas. el 28 de Agosto, 2008, 18:42 por Nano

En los eneros modernos está prohibido

Que los estíos se tornen fríos y

Despunten flores al son de los calefactores

                                  

El río marrón no ríe

Olas gastadas descubren y revelan

Una memoria morbosa y gruesa

Complicidad de arenas resistentes

Pomposamente transfiguradas.

                                         

Modorra protegida

Camalotes afiebrados

Sauces torturados

Especies adulteradas.

                                              

Cardúmenes de frituritas dulces

Retozan cansadas

Escapando de la oscuridad

Del agujero de la nada.

                                           

Aparecen y desaparecen

Para teñir las neuronas de soledad

Aparecen y aparecen

Demostrando que siempre están.

                                               

Nubes desganadas sudan vagas palabras

Contrariando a las cigarras que ya se van

Lenguas crispadas arrullan el más allá

Ondas melindrosas, embusteras

Esconden la señal…

     

JORGE TEILLIER

Publicado en De Otros. el 28 de Agosto, 2008, 17:11 por MScalona

Teillier, CHI, 1935-1997

TRISTE, SOLITARIO Y FINAL

                          

              

            así me contaron fue el final

           

            de los mejores cómicos del mundo

            -en mi modesta opinión-:

            Laurel y Hardy.

            El Flaco hinchado de cirrosis

            el Gordo tísico en un hospicio

            tras perder toda la plata

            en impuestos y divorcios.

           

            ¿Qué será de nosotros, qué será?

            En el Hotel Terraz está la respuesta

            en los golpes del cacho y dominó.

            A mí sólo me queda viajar

            en un coche salón (este será

mí último lujo)

            y a ustedes dedicarse al dibujo

            de finas muchachas que crecen junto al Otoño.

            (Otoño rima con retoños

            y yo creo demasiado en los míos.)

            Bien, no sé

            si la moneda cara o sello saldrá

            pile ou face, águila o sol

            pero la mañana, amigos míos, nuestra será.

            

           

SIEMPRE VUELVE UN ROSTRO

                          
Siempre vuelve un rostro, siempre
en el chubasco que cae repentino, en las
islas de las nubes.

Silencioso se asoma un obscuro sol
en las ventanas. Tu hermana lo retiene
un momento entre los dedos
y luego las manos vacías recorren muros
blancos con sus sombras.

Siempre por el patio asomas
a buscar el rostro de alguien.
Un chasquido se oye: es un chubasco
o un fantasma de un niño que vivió aquí hace tiempo
y vuelve a escuchar como la madre lee a su hijo.

Un rayo de sol ha quedado encerrado
en el rellano de la escalera
el sueño hace señas con su linterna
el sueño nos despierta

y la voz de la hermana cruza entre las nubes
la hermana que no conocimos.

Fragmento de ENRARECIDO

Publicado en Nuestra Letra. el 27 de Agosto, 2008, 11:32 por MScalona

Miércoles

 

 

 

El miércoles empezó con flores y terminó con niebla para Esteban. Amaneció con el regalo de un ramo naranja, unas chinitas desvaídas por la época y el sitio. Una especie de peonías silvestres como margaritas o crisantemos, pero con una corola grande como rueda de plato con flecos triangulares. Y todo naranja. Pulpa del sol, un girasol anaranjado, de la China, de origen, como todo. Hay una variante ocre, pero en cualquier caso son colores saturados, furiosos, incendiarios. Parecen el mayor contraste del invierno o por eso mismo, el mejor salvoconducto de una temporada fría, pálida, melancólica. Desde ya es un milagro que alguien salga a comprar flores de madrugada y que alguien las venda a las tres de la noche, en invierno, en el año 2002, en un país disuelto donde nadie parece esperar que pase, ni la lluvia, ni un barco, ni el alba.

Pero allí vive esta chica, Emma, su mujer, medio loca de amor, ¿qué otra cosa?, cargando el estigma de ese nombre y que después de trabajar doce horas y merced al ahorro estricto de las propinas del bar donde atiende las mesas, junta los dos pesos (más el uno cincuenta de la tarjeta magnética del bus) y arriesga su vida hasta la Peatonal Córdoba, a las tres de la madrugada y golpea el vidrio del florista somnoliento y lo sorprende, pidiéndole bajo la lluvia y la sensación térmica: el ramito naranja... las chinitas anaranjadas, el paquete Van Gogh ella les dice. Y no es sólo intuición, se puso a estudiarlas en una época que se le antojó conocer a la niña adentro del cuadro de Los Jardines de Argenteuil, de Monet. Y ahora tiene un vivero en los ojos: amapolas, lirios, siemprevivas, peonías, crisantemos. Emma juraba que la niña del cuadro era ella misma en el óleo o una hija suya en el futuro. Y decirle esas cosas a un vendedor de flores, tiritando insomne a las tres de la mañana y en invierno, del año 2002, con la Argentina disuelta, con cinco Presidentes en una semana y treinta muertos en la protesta. Treinta o treinta mil, un país geométrico con la muerte.

Esa época y Emma diciendo que vivía adentro de una pintura del siglo diecinueve, diciéndoselo a un florista: - Aunque ahora, le aclaro señor… usté va a pensar que estoy loca, está colgada en la Galería Nacional de Washington.

– Ahhh… entonces me quedo más tranquilo –contestaba resignado el tipo que alguna vez llegó a convidarle mate de bombilla.  Fue una época de muchos remates de casas,  la calle se llenó de locos, derivas, mendigos y la gente dormía en cualquier parte y abundaban estas escenas de Van Gogh: dos comedores de papas ateridos de madrugada, insomnes en medio del engranaje mercantil disputándose la brizna de ternura de unas flores furiosas, incendiarias y a la vez blandas, muelles, con un corazón tan carnoso y puro como el de ella.

                  Como Emma, capaz de sostener a Ulises con propinas en un país que entonces no tenía ni pies ni cabeza, ni Estado, ni monedas, ni gobierno ni jueces.  Apenas unos billetitos infantiles hechos con papel de estraza, pintados de un solo lado, sin próceres y con aquellas raras equivalencias de Leibniz: que 2 y 2 son 5 o que un día de trabajo es igual a dos manojos de chinitas; o un baño de rocío de madrugada de invierno es igual a una frazada de saliva; o una mujer con cola de pez vale la mitad que la mujer con cola de dos almohadas, aunque ésta última está fuera de mercado, como las pinturas de Monet, como vivir en las nubes o el único cielo conocido. Entonces coincidió el  default del país y el de Esteban: no hay dinero que alcance, ni billetitos de la infancia para recomprar la mujer con cola de dos almohadas capaz de vivir dentro de un cuadro de Monet. ¿Y cómo seguir viviendo sin eso? ¡Y para qué!  ¿Qué prisa lleva lo inalcanzable…?

 

 

*  *  *

 

           El violetero se las da con un bostezo y vuelve al sueño cabeceando en la certeza de que en el psiquiátrico han dejado la puerta abierta. ¿Cómo podrá saber un ignoto vendedor de flores que repite un personaje incidental de un cuento de Calvino, de Los Amores Difíciles? Aquel donde dos esposos trabajan en la misma fábrica, por turnos de diez horas, pero nunca el mismo y están condenados a verse todos los días unos pocos minutos en los intervalos. La mujer que ha comprado las flores se acuesta casi a punto de la partida de su amado y las más de las veces apenas comparten el calor que el otro alcanza a dejar en las sábanas.

En nuestra historia, Emma trabaja de moza desde la seis de la tarde hasta las dos o tres del día siguiente. Ella vuelve de madrugada y Esteban empieza su guardia en la terapia del Hospital Vilela a las seis de la mañana. Entre que uno se levanta y el otro se acuesta, se ven en los lindes irreales del entresueño y la duermevela. Esta noche, ella aprovechó a comprarle las flores y él, a plancharle el uniforme suplente que incluye una cofia de cocinera.

El que cierra un bar (ella) recoge las copas y las mesas, pero también los desengaños, las conquistas, los juegos. Justo cuando se cierra el bar comienza la deriva. Siempre hay que llevar a alguien hasta la puerta, la casa o la cama, que a esa hora, son casi lo mismo. Especialmente si es invierno o  llueve o vive lejos o está solo y triste o con ganas. Hay sobras de amor en los bares y algo hay que hacer cuando se cumple el límite del whisky o el humo. Se hace tarde, el regreso siempre demora o desvía, pero el ramo de flores naranjas que trajo en mitad de la noche es como un faro. Señala el camino, rompe la niebla y conduce a la cama. Aunque no sea la de ella. A veces ni siquiera importa. Es refugio, es invierno y a veces llueve y el último borracho vive lejos o ni siquiera puede embocar las puertas del taxi.

Cuando ella saca el ramo del jarrón, una chica en la mesa cuatro larga un hipo de llanto histérico: está viendo por Crónica TV los pedazos de Rodrigo en la autopista Buenos Aires-La Plata. El cantante se ha matado en la carretera, el mismo día de junio pero dos años antes y ahora lo repiten, justo cuando su amiga vuelve del baño con sólo la bombacha y la minifalda en la mano. No sirve de nada que diga que ha tomado una sola copa. No puede embocar las puertas ni las sillas y menos las piernas del can-can. Rodrigo ha tomado mucha cerveza, dice el cronista y en ese estado, no debe conducirse un automóvil... Emma ya sabe que tendrá que llevarlas, hasta su casa, porque este par de chicas no podrían embocar ni la entrada del arco iris. Si las abandona, quizá las obliguen a embocar el portón de la Comisaría o peor, que las emboquen los policías. Una de ellas ni siquiera puede abrir el váter desde adentro. Se ha quedado encerrada. No coordina ni siquiera para dar vuelta la perilla de la traba. Quince minutos de terapia (de ella, la moza), tranquilizarla y pasarle debajo de la puerta un dibujito de cómo girar el picaporte. Rescatista del 911, ángel guardiana, Laura Ingalls, le diría Esteban, en son de burla. Ojalá estuviera aquí. Ojalá siempre estuviera aquí…

 

 

 

                                                                          Marcelo   Scalona

                                                                      Frag. Novela  ENRARECIDO

 

TALLER CUARTO - Martes 2....

Publicado en General el 27 de Agosto, 2008, 8:54 por MScalona

  seguimos con el posgrado en R O S S

Próximo  MARTES  2 de septiembre, 20 hs.

Coordina Lic. RICARDO GUIAMET   

Tema     

"Guión de Cine-

Adaptación de la Novela al Cine"

Los que quieran quedarse a cenar después,

el menú (plato ppal, bebida y postre o café,

   $  20.-)  CONFIRMARME hasta el Lunes...

La actividad es optativa para los talleres

de miércoles, jueves y viernes.-

ABELARDO CASTILLO .... escribir...

Publicado en Sugerencias. el 26 de Agosto, 2008, 17:05 por MScalona
[castillo.jpg] Abelardo Castillo-ARG-1935

Podrás beber, fumar o drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco, epiléptico. Lo único que se precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor ni con la mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.

Hecha esta salvedad, seguirás al pie de la letra los consejos de Stephen Vizinczey, excepto el último: ningún escritor puede ser lector de su propio libro. Un albañil puede habitar la casa que construye, un zapatero usar los zapatos que ha hecho; un escritor no. Un libro es lo que los lectores ponen en él. Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribir el libro otra vez.

            El decálogo de Horacio Quiroga está muy bien, siempre y cuando seas cuentista. Pero, por favor, no tomes en serio eso de querer a tu arte como a tu novia. Quiroga lo escribió para enamorar a una alumna suya del secundario.

            Lo mejor que se ha dicho sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió, hace más de un siglo y medio, en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.

            Lo que dice Borges sobre los sinónimos es verdad. Can no es lo mismo que perro ni la palabra ramera tiene la dignidad de la palabra puta. Pero yo te recomiendo un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: "habló en voz baja". Como eso no le gusta, lo reemplaza por "voz queda", que es espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte encuentra la palabra "pálida". Entonces escribe: "habló con voz pálida", lo que está muy bien.

            Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: "Era una montaña titánica, enorme, alta". Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos.

            No describas sino lo esencial. La posición de un pie, en casi todos los casos, es más importante que el color de los zapatos.

Concepción Bertone

Publicado en De Otros. el 25 de Agosto, 2008, 15:59 por MScalona

 A r s      P o è t i c a

                  

     a Graciela Cariello y Roberto Retamoso

                                               

                                               

                 

                 

Escribo de cigarrillo en cigarrillo.

Toda mi vida pasa

por el retardo en vilo de esa brasa

ínfima. Mortal,

dulce, pequeño vicio

que acaricia los humos

del recuerdo ( el mundo indivisible

al que me aferro): mi padre, mis abuelos, mis tíos,

envueltos en el velo del humo, vivos,

más vivos que los vivos

en los gestos familiares del habito,

como la veta en la madera,

lo que queda grabado en ella.

Las huellas del placer o del tajo.

El amor, el dolor,

el trabajo de las muertes y nacimientos más

el humo del cigarrillo. Mi yo

descentrado más el humo del cigarrillo. Humo

sumado a toda emoción. No en presente. En pasado.

Los vahos ascienden

hacia el techo de este cuarto

donde fumo y escribo ( entramo

las palabras y el humo). Aguzo

el delicado filo, la hoja

de tabaco molido, blanca arma letal

envainada en el humo. Afuera

la violencia es ligera,

menos sutil. Tersa, bien cuidada

la piel

de los asesinos.

                                                                                      

                        

           Poemas de "Aria da capo" Selección,1983-2003

RAFAEL BIELSA

Publicado en De Otros. el 25 de Agosto, 2008, 11:44 por MScalona

 

 

Árbol del paraíso

 

 

 

            Después “de almuerzo”, como decía ella, la nonna Marina nos sacaba las zapatillas y las escondía.

            En verano se comía a las doce y media, siempre primer plato, principal y postre. Los tomates enormes, traídos de la huerta del tío Juancito, el milagro de los huevos con dos yemas de las gallinas de cinco meses que la nonna alimentaba en el corral que estaba detrás del patio y principalmente la mortadela, con pistachos o mirtos o pimienta negra, de cerdo y asno joven, tan suave y sabrosa como nunca más he vuelto a comerla. Es curiosa la coincidencia, pero la mortadela es llamada así porque los frailes boloñeses pisaban la carne en morteros, y de ese modo se llamaba el pueblo donde mi abuela vivía y nos escondía las zapatillas “después de almuerzo”. Morteros, provincia de Córdoba, donde yo pasaba mis vacaciones.

            El plato principal solía ser pollo a la cacerola, que permitía mil variantes. Para mí, por entonces el mundo se dividía entre los que preferían el muslo y los que preferían la pechuga, entre los que tomaban helado de chocolate y crema americana o los que elegían limón y frutilla, entre los que les gustaban las películas de guerra o las de cowboys. Lo mío era la guerra, limón y frutilla y pechuga.

            También fideos, al huevo o verdes, y el inolvidable “ropa vieja”, al día siguiente del puchero, una mezcla de las sobras con ajo, limón y aceite de oliva, que no se parecía en nada a sus ancestros sino así misma. “ropa vieja”, una deflagración de sabores en los que ninguno aspiraba al papel estelar y todos juntos nos hacían festejar ruidosamente y alabar a mi abuela. “Zalamero”, me decía. Esa armonía perfecta entre los alimentos evoca otra, la de los equipos cuando funcionan como tales. Un funcionamiento que no necesita de estrellas como bien lo dijo Alfredo di Stéfano dijo en 1996: “…ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Fraternidad de dos artes.

            El postre habitualmente eran frutas, y excepcionalmente sangría, trozos de durazno tierno con su jugo, soda, vino tinto y azúcar molida a granel. La nonna, a veces, le agregaba cáscara de naranja y canela, pero yo le pedía que a mi vaso lo dejara sin esos ingredientes.

            A las cinco de la tarde la casa recuperaba poco a poco su movimiento habitual. Los chicos nos bañábamos, aunque no todos los días; pero sí nos obligaban a frotarnos enérgicamente con agua el cuello, los sobacos, detrás de las orejas y peinarnos el pelo mojado, a la mañana y después de la siesta.

            Mis dos tíos, el mayor, el moro, el negro, caminaba unos pasaos hasta la escribanía, y el menor, el dorado, el piamontés, los mismos pasos hasta el estudio de abogado de pueblo. Las mujeres hablaban entre sí, articulando esas manos que parecían seres vivientes y autónomos, y nosotros nos íbamos hasta el Club Tiro Federal a encontrarnos con amigos, nadar en la pileta, o a enamorarnos por algunas horas. La dicha del amor niño: un aguacero rabioso que nos mantenía insomnes y que clareaba con el ascenso del alba. En el agua matinal los manotazos nocturnos del enamorado eran ya los de un nadador hecho y derecho.

            Al anochecer, las campanas de la iglesia con los muros sin revocar tañían el ángelus (todavía lo recuerdo: “Angelus Domini nuntiavit Maria, /Et concepit de Spiritu Sancto / Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum. Benedicto tu in mulieribus, et bendictus fructus ventris tui, Iesus. Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc et in hora mortis nostrae. Amen”).

A esa hora, de vez en cuando, nos dejábamos caer por el Belgrano, el bar donde se reunían los tíos con sus amigos: el Chuni Mazzuca, el fotografo; el Petiso Galina, al que la nonna nunca logró querer porque era lasciva y provocativamente mujeriego, y Amado Fenoglio, cuyas hijas pasaban por ser las más hermosas del pueblo. A veces jugaban a las cartas y tomaban un vermú que, según mi tío más joven, Hipócrates recetaba como un eficaz  remedio para la enfermedad de la melancolía; otras veces cambiaban de tema al vernos llegar- en esos momentos, el Petiso siempre reprimía una carcajada-y a mí me gustaba cuando discutían sobre tango.

               Mi tío mayor era el más sabía, y el único que defendía a Piazzola, apellido que los demás censuraban. A pesar de su aspecto severo y pausado, era el que tenía la mente más fresca, libre de todo tipo de perjuicios, una naturaleza de artista con un fuerte deseo de independencia, que siempre encontraba algo de valor real donde nadie lo había advertido hasta que él lo hacía notar. Floreal Ruiz, Héctor Mauré, Jorge Durán, Chola Luna, Osmar Maderna, Julián Plaza eran los nombres que yo me grababa a fuego para luego escucharlos en el radio tocadiscos Kolster Oklahoma que estaba en la habitación principal de la casa.

También me gustaba que contaran cosas que según ellos nadie sabía, que habían averiguado por parientes directos o amigos íntimos de las estrellas, como por ejemplo que las mejores composiciones de Julián Plaza eran inéditas porque su esposa, una mujer muy celosa- pero evidentemente con un exquisito gusto musical- no se las dejaba ejecutar, o que Rodolfo Biagi se daba la biaba con tintura para el cabello perfumada al agua colonia La Carmela, que se vendía en el pueblo en unos frascos de vidrio blanco con tapón de goma y una admonición impresa sobre la etiqueta roja: “Úsese con cuidado”.

Por las noches era frecuente cenar torrejas, porque la nonna no despreciaba nada, y un postre exquisito que consistía en remojar el pan que se iba endureciendo con leche y ponerlo al sartén cubierto con miel; un recurso que mi abuela llamaba “niños pobres”. Después sacábamos unas sillas a la vereda, para tomar “el fresco”, hasta que el sueño nos vencía.

Al día siguiente solíamos despertarnos con el sonido de la bomba de agua, que extraía del pozo blandos chorros  refulgentes bajo el enrejado de vides, y la rutina recomenzaba, aunque para un niño lo mismo nunca es igual.

Hasta que llegaba el mediodía, el almuerzo, y el inexorable secuestro de las zapatillas. Yo solía usar unas sandalias de plástico flexible, blancas y eternas. Me acuerdo de la propaganda: “Tenía un problema y hallé la solución/con un calzado Skippy de larga duración. / Es fantástico, es elástico, es de plástico, / es calzado Skiiiippy”.

La siesta era sagrada. Cuando la nonna se despertaba por la mañana, todavía no había aclarado. Y para nosotros,  la hora de la siesta, encerrados en una casa con las persianas veladas, era una verdadera tortura.

Después de haber intentado convencernos, de castigarnos, de prometernos los peores males del infierno, sin lograr que no nos escapáramos, las mujeres del barrio entero se pusieron de acuerdo en esconder nuestras zapatillas hasta las cinco, confiadas en la casi incandescencia del suelo durante esas horas cortantes. Todas se parecían, jóvenes y mayores, a mi nonna y dormían esas horas con la entrega y la profundidad simple y gozosa que provoca el cansancio físico.

De modo que se trataba de tirarme en el piso fresco de baldosas del cuarto donde estaba el Kolster Oklahoma, hacerme el dormido y esperar a que los primeros ronquidos me dieran alguna valentía.

Salía entonces al resplandor de la vereda, que me mostraba los colores más tersos o intensos, porque eran los colores de la libertad condicional, miraba a los costados, a la plaza vacía con sus rosales sus tilos, sus morenas y el templete en el centro donde a veces tocaban unos músicos municipales, y corría cincuenta metros hasta el depósito del padre del Dante.

Allí ya me estaban esperando, todos “en patas”: el Dante, Carlitos Audacia, como le decíamos, y el Enzo, a quien mi abuela había sentenciado: “Poveraccio, ¡comm´e babbacio!” (“…pobrecito, ¡qué pavo que es!”). Cuando mi hermana no venía de vacaciones conmigo, éramos cinco.

La bodega tenía dos puertas enormes de madera, e íbamos pasando a través de una hendija para que no chirriaran. El enorme patio de tierra apisonada y arena, donde los carros se estacionaban, era la cancha. Atrás estaba el galpón con las dos tinas donde se almacenaba el vino a granel que vendía al padre del Dante; era un lugar fresco, con un sistema para conservar la temperatura que requería de unos enormes bloques de hielo que traían envueltos en lonas de arpillera. Un olor agrio y dulzón, el olor del vino suelto reposando, anegaba el depósito.

El patio, compartía su copa plateada con el interior y el exterior un paraíso, cuyo frutos, duros y redondos, usábamos de proyectiles para nuestras gomeras, antes que maduraran y se ablandaran. Ver la mitad de esa melena estremecida y agradecida por la luz de enero arrojando sombra sobre la vereda, cuando estaba a metros de llegar a la puerta, me llenaba de una alegría provocativa que jamás he vuelto a sentir. En el otro extremo del patio se acumulaba unos armazones de alambre para colgar las botellas, y el resto era algún lejano alboroto fugaz en algún gallinero, una locomotora errando sobre el terraplén, una avioneta que devanada su cantinela por el azul impávido, y el techo a dos aguas del galpón, como una llegada de luz de cinc.

Jugábamos en mitad de un silencio ardiente como un juramento inconfesable, con una pelota de cuero número tres. Todavía siento bajo la planta del pie el roce áspero y gastado de los gajos rodando sobre la arena, en los tobillos las caricias infantiles de un quite del rival. Jugábamos con la intransigencia de los niños, con una alegría briosa, en una complicidad claustral que nos hacía pecadores sobre una balsa que nos conduciría a todos al castigo o a la redención.

Movernos procurando el sigilo, participar de ese pacto nos hacía mejores a todos, y esa fiesta sólo nos era arrebatada como por un viento taurino y fatal que arrojaba la felicidad a nuestras espaldas cuando calculábamos que ya había pasado demasiado tiempo, y que cada uno tenía que volver a su casa a afrontar el resultado de la huida.

A pesar de algunas preguntas capciosas, y de alguno que otro raspón que atribuíamos a diversas causas, aquello duró dos veranos. Era una aventura minúscula, pero capaz de un extraordinario consuelo. El final llegó, lo supimos cuando el Dante, incapaz de soportar un minucioso interrogatorio, le confesó a su padre el juego en que andábamos, y después de propinarle una paliza, su padre informo todos nuestros parientes. No sé cuál fue mi castigo puntual, pero sí cuál fue el peor.

Como un actor de teatro, que ya conoce su propio futuro, supe instantáneamente que nada nunca volvería a ser igual.  Igual, sólo el paraíso. Ni las casas, ni las veredas, ni la dicha, ni nosotros. Nada ni nadie volvió a ser igual.   

 

 

 

            RAFAEL    BIELSA

el cuento pertenece a su último libro

FUGA Y MISTERIO, que presentaré con el autor

y con Alejandro Fantino, en ROSS

el próximo lunes 1º de septiembre, 19 hs.

Los cuerpos de la calle...(poema 3)

Publicado en De Otros. el 23 de Agosto, 2008, 21:07 por Sandra

Veo a un hombre que ocupa las manos

llevando sus múltiples ropas.

Veo a un hombre de carnosos tiradores

que temiendo caer en lo más bajo

se agarra de su cintura de tela.

Un hombre escaso de primera piel

vestido hasta el hartazgo

que sólo camina sin rumbo

y nada puede hacer con las manos

sin que se parta su envoltura de hojaldre.

Veo un hombre vago de cuerpo

sostenerse desesperadamente

y en mi firme cintura

tras la hebilla de acero que protege al ombligo

hay derrumbes silenciosos;

una cáscara antigua se desprende

cosquillea y lastima

buscando leve recuperar su olvido.

Daniel Calmels es Psicomotricista, Escritor y Psicólogo Social.

Vive en Buenos Aires. Ha publicado varios libros.

Eduardo Llanos Melussa

Publicado en De Otros. el 22 de Agosto, 2008, 19:01 por MScalona

 ACLARACION   PRELIMINAR

         Si ser poeta significa poner cara de ensueño,

         perpetrar recitales a vista y paciencia del público indefenso,

         infligirle poemas al crepúsculo y a los ojos de una amiga

         de quien deseamos no precisamente sus ojos;

si ser poeta significa allegarse a mecenas de conducta sexual dudosa, tomar té con galletas junto a señoras relativamente deseables todavía y pontificar ante ellas sobre el amor y la paz sin sentir ni el amor ni la paz en la caverna del pecho;

si ser poeta significa arrogarse una misión superior,

mendigar elogios a críticos que en el fondo se aborrece,

coludirse con los jurados en cada concurso,

suplicar la inclusión en revistas y antologías del momento,

Entonces, entonces, no quisiera ser poeta.

Pero si ser poeta significa sudar y defecar como todos los mortales,

contradecirse y remorderse, debatirse entre el cielo y la tierra,

escuchar no tanto a los demás poetas como a los transeúntes anónimos, no tanto a los lingüistas cuanto a los analfabetos de precioso corazón; si ser poeta obliga a enterarse de que un Juan violó a su madre y a su propio hijo y que luego lloró terriblemente sobre el Evangelio de San Juan, su remoto tocayo,

entonces, bueno, podría ser poeta

y agregar algún suspiro a esta neblina.

                              

Eduardo Llanos Melussa nació en Chile en 1956

Adrián Paenza y Rafael Bielsa

Publicado en relatos el 22 de Agosto, 2008, 17:54 por MScalona

                                                                              

                                                         

                                                

Diálogo entre Adrián Paenza y Rafael Bielsa en el prólogo del libro FUGA Y MISTERIO  (Ed Norma) que presentaré con el autor y ALEJANDRO FANTINO, el lunes 1º de septiembre a las 19 hs. en ROSS.-

                                                    

                                                                      

                                                                                        

                                                     

"Mirá, Adrián: la idea es esta. En Morteros era prescriptivo durante mi niñez dormir la siesta. Para conseguirlo, mi abuela Marina a esa  hora nos sacaba las zapatillas, para que no nos escapáramos. Creo que era una consigna generalizada. Entonces Dante, Carlitos, Mumo y yo, nos íbamos descalzos al patio de la casa de Dante Cigliutti, cuyo padre tenía una bodega de vino barato (un barracón con un inmenso tonel, con un olor a uva rancia y a alcohol que recuerdo hasta hoy). Yo tendría siete, ocho años. Entonces, en patas, jugábamos a la pelota en el patio anterior al barracón, sobre piso de tierra, con una número tres, que era de cuero. Tengo en la memoria la sensualidad de acariciar esa pelota, áspera y matrera, con la palma del pie. También, la sensualidad de los cruces con los compañeros; no es lo mismo que te hagan foul con zapatos que te lo hagan en patas, como un tango mediterráneo. A fin de cuentas, el tango al principio se bailaba / jugaba entre hombres. Pensá en la escena: no podíamos hablar ni gritar, para no delatarnos. Era como una película muda, sudor, sentidos, caricias bruscas. No recuerdo haber sido nunca tan feliz como en aquella época. Passolini pintó algo con ese espíritu en Amado mío.  La luz implacable de enero, dos contra dos, nos cortábamos las uñas, no para no hacer daño sino para que no se nos salieran de un golpe. Duró un par de veranos. Una vez nos descubrieron, y esa estratagema se terminó. Pero vinieron otras, como suele suceder, peores que la original. Ese es el cuento que me gustaría escribir. ¿Cómo lo ves?"

            Lo veo bien Rafa. Lo veo bien. Metele para adelante. "Habemos liber",

…tenemos libro", como dirías vos.

                                                                                  Junio de 2008 

                                       (Pág. 16 y 17)

Un Poema

Publicado en Poemitas. el 21 de Agosto, 2008, 13:22 por Roberto Vince

FERIADO

Como una sentencia interdicta

las campanas convocan al clisé

de lo imperecedero y del pescado fresco.

Entre las ramas del olivo

alguien pende en cruz

bajo la égida

de una muerte en vano.

La plegaria finge la impronta

y difumina lo vacuo

en el paraíso pagano

donde se enciende el ritual del vermú

y los efluvios de flashes perdidos.

Algo cae más de la cuenta.

En la mesa,

las noticias del mantel

se diluyen bajo las grasas

del banquete.

La familia se dispone

para el retrato de

la escena feroz de una estampita.

No hay corona en este reino.

El Heno De Pravia en la piel del pescuezo.

La lengua como bife entre las perlas del rosario.

El Apocalipsis se consuma

en la carcajada del hereje.

No hubo veda

para el sábalo gurí

que hedía en la bombilla

a la hora del mate

y las bolillas del bingo.

Algo se anticipa, como toda novedad,

un momento antes de envejecer.

El velo cae, como todo secreto,

en la delectación del infortunio.

Ya todo fue engullido

en la dialéctica del folletín.

Llovizna.

En la vereda se fraterniza

y se imponen las promesas de rigor

entre la indigencia de la tarde

y las primeras luces de la calle.

Uno de nosotros salpicó la escena

entre el desmadre de rostros desleídos.

...éstas son noticias...

Publicado en Aguafuerte el 21 de Agosto, 2008, 11:22 por MScalona


http://www.clarin.com/diario/2008/08/21/um/m-01742742.htm

UNA PERRA ENCONTRÓ UN BEBÉ ABANDONADO

Y LO LLEVÓ A LA CUCHA CON SUS CACHORROS

more Olimpíadas

Publicado en Aguafuerte el 21 de Agosto, 2008, 8:40 por MGuelman

Jueves, 21 de Agosto de 2008

www.rosario12.com.ar

Olimpíadas

Las olimpíadas las ganan, en el mejor de los casos, seres sobre?entrenados en un movimiento determinado. Sus vidas se encojen y reducen a un único propósito: vencer al otro. Cuando distintas circunstancias o simplemente, las cuchillas del tiempo, alteran sus capacidades, muchos pierden el sentido de la vida. No es pasión, sino violenta competición lo que muestran sus rostros y gritos cuando ganan, mimetizados con las fieras. Si algo nos diferencia de los animales, son justamente las infinitas y variadas capacidades para "aprehender" (Bateson), hacer y ser, cosas distintas, mejores o peores, según las etapas del ciclo vital.

Los que diseñaron los primeros Juegos Olímpicos tenían otras ideas, otro contexto, otra ideología y fundamentalmente otro proyectos para esos tiempos de nuestra especie. El "paisaje de acontecimientos" (Paul Virilio), de estos Juegos Olímpicos 2008, de Beijing, se inauguraron con el emblemático episodio de exclusión de la imagen de Yang Peiyi, a quien sólo le permitieron exponer su voz sublime, porque era "fea". Más allá de la agonía de la filosofía oriental y de las ideas de Kant, es simbólico lo que le enseñamos a Lin Miaos: a silenciar su voz, mentir, fingir, gesticular, simular y hasta robar la identidad de Yang. Virilio propone crear un "frente de resistencia inteligente", para esta sociedad en decadencia y creo que los padres deberán tomar la posta.

Confieso que el episodio rescató de mi memoria una experiencia vivida a los 11 años. En los altos de la calle San Lorenzo al 1000, funcionaba la Academia de Danzas y Teatro Infantil: Alcira Olivé Garcés, cuya directora era Susana Olivé de Aletta da Silva. En esos años el concepto de pobreza (material), justificaba ciertas jerarquías y las actuaciones de fin de año. Para bailar como solista, los padres debían agregar un extra a la mensualidad. Susana era democrática y decidió que no era justo. Convocó a Eva Carlés del teatro Colón, no sólo a montar una coreografía, sino a juzgar quien actuaría en cada rol. El enojo y las peleas de algunas madres adelantaron el resultado de lo que hoy llaman "casting". Quedó en mi memoria acústica, una de las protestas:- si es pobre y fea ¿cómo va a tener el rol protagónico de la "La niña y las flores"? Me esmeré tanto en entrenar mi cuerpo que no pude asistir al ensayo general, por los 40 grados de fiebre "emocional", según el diagnóstico de José Francisco Celoria, adelantado para su época y con palabras y antitérmicos logró que bailara. No sólo fue mi pediatra, sino brújula de lo que todavía navego hoy.

Mirta Guelman de Javkin

mirtaguelman@hotmail.com

SANDRA RUSSO

Publicado en De Otros. el 20 de Agosto, 2008, 19:39 por MScalona

                                          

A)      ME   VUELVE LOCA      

Mi marido es psicólogo y psicópata. No es un chiste. Es una pesadilla. Tardé mucho en darme cuenta de que me quería volver loca. Con él la vida me resulta imposible, porque se encarga de hacérmela imposible. Como se decía antes en el barrio, me amarga la existencia. Cuando mis amigas me cuentan sus discusiones de pareja las envidio profundamente. Envidio sus motivos de pelea, sus estilos de pelea, envidio sus gritos, sus portazos, envidio los platos rotos o insulsos que se escupen. ¡Miren las cosas que envidio! ¿Estaré loca? ¿No ven que hasta yo dudo?

Es muy difícil explicar mi relación con Marcelo. Para empezar, jamás hemos tenido una pelea. El no pelea. Calla. Calla obstinadamente. Evita cualquier tipo de roce verbal entre los dos. No quiere confrontarse conmigo. Al principio creí que era un hombre pacífico y extremadamente racional que sentía cierto desprecio por la gente que se deja mecer por sus pasiones, que es incontinente con sus exabruptos, que se rebaja a ese estado alterado en el que dos personas que conviven se convierten en insectos que muestran sus aguijones. Acaté esa costumbre de replegarse ante la ira, porque la ira sobrevino igual, en él en mí, aun sin insultos y sin gritos.

Al poco tiempo de vivir juntos, Marcelo empezó a decirme que yo había dicho cosas que yo no había dicho. Pavadas. Por ejemplo, llego una noche y se sorprendió porque yo había hecho carne al horno con papas. "¿Carne al horno con papas?", me preguntó. Yo no se hacer locro tengo una vaga idea de que es algo guisado que lleva choclo. Le dije que no, que no habíamos hablado de la cena esa mañana. Me miró paternal, sonrió, y me dijo: "No importa, Norita, la carne al horno está muy bien."

Otro día, muy pronto, apareció con los folletos de un barrio privado en Maschwitz. Los hojeé, le dije que era interesante, pero que en ese momento teníamos otras prioridades, que no me parecía conveniente meternos en un crédito. Se sacó los anteojos, me miró fijamente, y dijo: "Ay, Nora, no te entiendo. Hace apenas unas semanas dijiste que una casa en Maschwitz era el sueño de tu vida." Yo tengo varios sueños de mi vida, pero una casa en Maschwitz seguro que no es uno de ellos. Odios los barrios privados. Esa noche Marcelo se quedo un rato acariciándome la cabeza, como si yo fuera una desquiciada con Alzheimer.

Los equívocos siguieron, mientras él y yo nos íbamos tensando: él representaba el papel de estar casado con una demente, y yo sospechaba que él estaba rematadamente loco. "¿Y? ¿No ibas a ir a la peluquería a platinarte el pelo?", me preguntaba, por ejemplo. Yo por supuesto jamás había dicho y pensado hacer una cosa semejante. "¿Cómo te esta yendo en el gimnasio?", se interesaba. "¿Qué gimnasio?" "¿Cómo? ¿No me dijiste que empezaste a hacer cinta fija en el de acá a la vuelta?", se sorprendía, para colmo enseguida, intentaba arreglarla, como cuando efectivamente se trata con un loco: "Por ahí escuché mal, sí, seguro que escuché mal. Últimamente estoy me dio sordo".

Un día me rayé. "¿Y si nos vamos un fin de semana a la casa de tu familia en Mina Clavero?" me propuso para calmarme. "¿Qué casa? Mi familia no tiene ninguna casa en Mina Clavero", le contesté, todavía con la guardia baja. "Ay, Noria si hasta me mostraste las fotos, ¿no te acordás?" Ahí me bajó la ficha y decidí seguirle el juego. "Qué boba, Marce, hace tanto que no voy a esa casa que la tenía borrada. Sí, deja que hable con mis viejos y arreglo todo", le dije. De esto hace dos meses. Por una cosa o otra nunca podemos ir, y es una suerte porque la casa no existe, pero en las sobremesas me pide que le describa el jardín, que le cuente cómo era mis vacaciones infantiles en Mina Clavero, que le hable de los vecinos, que trate de contactar a alguien para que limpie la casa antes de que lleguemos. Estamos en plena guerra psicológica para ver cual de los dos esta más chapa, y por momentos, cuando por ejemplo me pasé tres horas relatándole un verano en esa casa, incluyendo en el relato un intento de violación del hijo del jardinero y la sospecha familiar acerca de un hijo ilegítimo que mi papá tuvo con una cocinera cordobesa lo veo flaquear ya a punto de entrar por el tubo de mis fantasías. No sé qué saldrá de todo esto. A lo mejor me vuelvo loca en serio, o a lo mejor me hago novelista.

B)   ME   VUELE   LOCA    2º

Yo estudiaba arquitectura y él era arquitecto. Era el padre de un amigo mío. Uno de esos padres ambiguos, más hombres que padres. Lo conocía desde hacía un par de años, cuando yo era una nena todavía. Un día nos encontramos en Malas Artes como los últimos cuatro o cinco sábados. Yo sabía que él iba por ahí los sábados al mediodía a comer con un amigo, porque una vez me lo había encontrado por casualidad. Desde entonces, casi sin darme cuenta, fingía otras casualidades y aparecía a eso de las dos de la tarde, con la total impunidad que dan ese tipo de bares a los que la gente puede ir sola sin llamar la atención. En esos lugares los solos siempre parecen a punto de estar acompañados, e incluso sin nunca llegan a estarlo, siempre hay algún conocido con el que intercambian un saludo breve, y uno ya no se siente solo del todo, sino apenas solo en su propia mesa. Al principio fue todo muy natural, muy cómodo, porque él conmigo era muy paternal y al mismo tiempo muy seductor. Y yo me alegraba cuando lo veía.

Quería verlo, solamente eso. Juro que sí. Me interesaba lo que me contaba, me divertía lo que me decía, me entretenía.

Pensé lo más honestamente posible que me calentaba intelectualmente. Hasta que uno de esos sábados, el cuarto o quinto, él vino a mi mesa con un amigo y se sentó a mi lado (hasta entonces, sólo habíamos estado frente a frente). No sé de qué nos estábamos riendo, cuando él, creo ciegamente que sin querer, casi por acto reflejo, apoyó su mano en mi pierna derecha. La envolvió una presión perfectamente descuidada. No fue un toqueteo por que si lo hubiera sido estoy segura de que mi pierna se habría defendido. Fue una presión ligera, masculina en un sentido puro: no leí en ese gesto que él quisiera imponerse y hacerse oír ni demostrarme una relación jerárquica entre géneros. Lo que leí fue que él estaba ahí. Sentí toda la palma de su mano encajarse en mi muslo. Terminamos de reírnos y él retiró su mano, pero mi pierna quedo latiendo y recordando por su propia cuenta, autónoma y febril, esa mano de hombre. El resto de esa sobre mesa transcurrió en un marco en el que no retuve nada. Fue como si el contacto entre la palma de su mano y mi pierna derecha hubiese abierto un picaporte secreto que yo desconocía, y a través de esa puerta se hubiesen despertado otros miles de radares internos que de golpe absorbieron con una sed inagotable su voz, su olor, su pulso, el repiqueteo de sus dedos sobre la mesa, el juego de sus uñas en el llavero, el roce de su codo con la manga arremangada de su camisa amarilla. De pronto el se volvió una presencia adorable, en el sentido más inentendible: comencé  a adóralo sin reservas. Me recosté en la silla, agobioada por tantos sucesos interiores, y de pronto la perspectiva me permitió ver debajo de la mesa sus pies. Era verano. Se había sacado los zapatos. La visión de las uñas de los dedos de los pies me provocó una oleada de calor intenso. El latido de mi pierna derecha siguió su cauce más arriba, y tuve cruzar las piernas y volver a recostarme en la silla y mirarle los pies y perder la conciencia  de todo lo que él, su amigo o yo decíamos, quedarme casi a solas con esa idea de él que empezaba a germinar en mí. Después del café, me propuso ir a ver una obra que estaba haciendo y que quedaba a unas cuadras. En la puerta de esa obra vi sus dedos buscando en su llavero la llave del candado. Entramos. El adelante y yo de atrás. Una obra en construcción es obscena. Es pornográfica. Esta a la vista todo lo que debe ser tapado. Una obra en construcción exhibe de sí aquello de lo que nadie debería ser testigo, eso que las terminaciones ocultaran. El trepo a un primer piso por una escalera precaria, yo me quedé abajo, fisgoneando entre los intestinos de lo que sería muy pronto el nido de alguien. Quedaba algo de olor a sudor en el aire agobiante del mediodía. Una obra en construcción supone fuerza bruta, pero también una delicadeza indescriptible. El estaba en alguna parte del primer piso, yo abajo, abriendo al máximo posible mis orificios para dejar pasar no sólo el vaho extraño que venía del cemento, los ladrillos y la pintura, sino además del rayo que provenía de él. Que un rayo me parta, pensé. En dos, en tres, en las que sea. Que un rayo me ilumine o me oscurezca, Que me deshaga o que me aplaste. Que se lo que  Dios quiera, volví a pensar ya sentada en una viga de madera, abandonada a eso que pasaba, asustada por la potencia imprevista de la vida. No sé si él llegó a darse cuenta de que ya entonces la obra en construcción era yo.     

SANDRA   RUSSO

No sabés lo que me hizo,  p.  66-69

      

el mejor teatro rosarino...

Publicado en Sugerencias. el 20 de Agosto, 2008, 15:17 por MScalona
Carambafiche by you.

.-:-.

Publicado en Poemitas. el 19 de Agosto, 2008, 23:28 por tomasboasso

 

ciruja en luna llena

tratame como down

ciruja en luna llena

tratame como down

palabras de alivio susurro en la oreja

tengo un hueco de viento

tratame como luna llena

ciruja down

el tetrabrik se volcó vacío en el cemento

te dormiste con la boca abierta

luna llena como la cabeza

de un down

el hueco está que rebalsa

no hay riesgo de comer vidrio

los perros no son tontos

/ papá puso con la plata que le sobra una escuela para downs

mamá los educa /

y cuando hay luna llena las clases se dan a la noche

en la puerta de casa vive un ciruja

si te asomás a la cornisa lo ves

como palmera arrasada por tsunami

los perros no son tontos

no como los niños que cuelgan de la luna llena

no como las cornisas que tienen cuerpo de down

no como el cemento que se derrumba

   

Artículos anteriores en Agosto del 2008

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-