Este miércoles comienza la quinta edición de "Salida al Mar", el festival que reúne a poetas de toda la región y que resiste sin apoyo oficial para convertirse en una de las citas más relevantes de la industria editorial independiente.
Ficha
MIÉRCOLES 16 JULIO CC ROJAS (Corrientes 2038 )
18:00 - Charla con Ernesto González Barnert (Chile), Carlito Azevedo y Marília García. Presentación de las revistas Inimigo Rumor y Modo de Usar & Co.
19:00 – Ernesto González Barnert (Chile), Alfredo Jaramillo, José Abram Luján, Noelia Vera
20:00 – Liliana García Carril, Silvana Franzetti, Fernando Callero, Laura Crespi
21:00 – Fernando Noy, Montserrat Álvrez (Paraguay), Palbo Paredes (Chile), Andrea Cote (Colombia)
Ahora que se vino el viento los pezones erizados después de un golpe de calor son parte del mismo placer que uno imagina.
Hay que jugar a que el mundo es un punzón.
Y será que los pezones, como cualquier parte que tie centro, son de lo más sensibles.
Si existiera el libro con las instrucciones acerca de cómo tocarlos, no serían tantas las mujeres con nudos en el estómago.
La disolución de un nódulo es la boca, sáquenme las glándulas mamarias. Quiero ser imán por mi cuerpo y llegarme a los extremos. Yo sola quiero ser el plato de esta noche para mí, que me sé de punta a punta.
Tendríamos que jugar más con la boca, mucho más. Que deje escapar un pedazo de viento y nos toque la piel levantándonos todo el cuerpo. Y la saliva. Dejar que nos roce con todas las glándulas capaces de producir. Porque si algo está bueno y es húmedo, es infinitas veces bueno.
Un fluir de frutillas que se pasan de boca en boca. Que como burbujas y como peces se mueven en nuestras lenguas. Intercambiar sabores, dar placer, compartir algún que otro sentir.
Es un llevar y un traer de goce. De la punta de los pies a la punta de la cabeza. El roce invita a la fricción, que se eternice y no se desgaste. Como drogada me entrego a lo más hondo de estos cuerpos que no paran de encontrarse y juntos mutan en intenso movimiento. Prolongarlo, disfrutarlo, y más.
Y me unto evaporada por las sombras. Un rocío interno de fondos otoñales, la sequía de las agujas cuando dan la vuelta y marcan cosas, esa soy yo, cuando vos con tus dedos lo único que dejas es tiempo.
No me alcanzan las maneras, pido deslizamiento corporal sobre la cama. Sábanas de seda no. ¿Para qué? Tengo sangre para que muerdas.
La saliva, la mejor de las cicatrizantes, cuando no es de otro si no cuando es de ese otro.
Peguemos la creación del hombre sobre nuestro peso, hay mucho y poco es el orden. Deberíamos jugar a los almohadonazosy desplumarlos todos.
Para que enredados en este mar de pies, de flujos que se cruzan…estrellarse en la más espectacular de las hogueras. Porque no supimos buscar mejores excusas que este clima extraño para estar tan piel contra piel, en un invierno primaveral que nos tiñe los labios de verde y nos destapa, y nos desnuda, desvergonzada apología del desvestirse, de un ponerse y sacarse trapos.
Sé que vienen tiempos de silencio y me he propuesto no llorar como lo hice una vez. Eso, lo de llorar tanto, digo, dejó un rastro indeleble, de aquellos que no se pueden sacar ni con quitamanchas porque siempre les queda esa aureola blanquecina que odio. Y encima, ese maldito olor. Después, al final, hay que lavar igual la ropa y entonces, es lo mismo que nada.
Nada… eso es lo que tengo de vos.
“No sos mi amante, sos mi mujer”, dijiste.
Patético me suena. Un cliché. Y de los peores. Tan trillado, tan paradójicamente esperado. Por eso es que me suena patético, porque yo estaba esperando que lo dijeras. Para sentirme mejor. Para no pensar que lo nuestro era algo que se terminaba.
Y se me viene a la mente el título “Crónica de una muerte anunciada”. Y sí. Se sabía. Lo decían todos. Menos yo, todo el mundo. Yo, ni sé dónde estaba. Creo que estaba creyendo en que tal vez un día podríamos estar juntos. Como aquella vez.
Pero tuviste que hablar, o mejor dicho, tuve que llamarte. Y apenas escuché tu voz, supe que algo andaba mal.
“Perdonáme, no quise abrir tus mails”. “Sé que fui egoísta, perdonáme.” Dos veces. Como si la sumatoria pudiera impedir que se instalara entre nosotros esa sensación de finitud.
Por primera vez noté que estabas lejos. Tan lejos que ni podía imaginar tu cara. Suerte la tuya que no tuviste que enfrentarme. Porque te hubiese costado, te juro. Calculo que por lo menos tendrías que haber fingido tristeza. Pero no. Te la hice fácil y te llamé.
Y no fue necesario que explicaras nada.
“Entiendo, no tenés que pedirme perdón”, dije, justo antes de sentir que colgabas el teléfono.