"Es necesario que se pregunte para que yo siga vivo, por que yo soy tan sólo su memoria". HAROLDO CONTI. Los caminos, homenaje.




Diciembre del 2007


C A R V E R

Publicado en De Otros. el 31 de Diciembre, 2007, 13:21 por MScalona
Carver, USA, 1939-1988, junto a Tess Gallagher

Intimidad

Tengo unas gestiones que hacer al oeste del estado, así que aprovecho para pararme en la pequeña población donde vive mi ex mujer. No nos hemos visto en cuatro años. Pero de cuando en cuando, siempre que se publica algo mío o escriben sobre mí en revistas y periódicos -una semblanza, una entrevista-, le envío los recortes. No sé por qué lo hago; tal vez porque pienso que puede interesarle. Pero ella nunca me contesta.

Son las nueve de la mañana. No la he llamado por teléfono, y la verdad es que no sé cómo va a recibirme. Pero me deja pasar. No parece sorprendida. No nos damos la mano. Ni que decir tiene que no nos besamos. Me hace pasar a la sala. Llevo apenas unos segundos sentado cuando me trae café. Luego empieza a decirme lo que piensa. Dice que soy el culpable de su angustia, que he hecho que se sienta desnuda y humillada.

Que quede claro: me suena tan familiar que no me siento en absoluto incómodo.

Dice: Y entonces te metiste de lleno en el engaño. Tan pronto. Siempre te has sentido bien en el engaño. No, no es cierto. Al principio al menos no era así. Entonces eras diferente. Pero también yo era distinta, imagino. Todo era distinto entonces. No, fue después de que cumplieras los treinta y cinco, o treinta y seis, por esa época, no sé cuándo exactamente, mediada la treintena. Entonces empezaste. Vaya si empezaste. Te volviste contra mí. Te despachaste a gusto. Debes de sentirte muy orgulloso de ti mismo.

Dice: A veces tengo ganas de gritar.

Deberías olvidar los días duros, los malos tiempos al hablar de aquella época, me dice. Párate a pensar también en los buenos, me dice. ¿O es que no los hubo? Le gustaría que dejase a un lado los otros, los malos. Está harta del dichoso tema. Hastiada de oír hablar de ello. Tu cantinela preferida, dice. Lo hecho, hecho está, y el pasado nadie puede cambiarlo. Una tragedia, sí. Bien sabe Dios que fue una tragedia, más que una tragedia. Pero ¿a qué viene volver sobre ello? ¿Es que no te cansas nunca de desenterrar la vieja historia?

Dice: Deja a un lado el pasado, por el amor de Dios. Todas esas viejas heridas. Seguro que en tu carcaj han de quedarte otras flechas.

Dice: ¿Sabes una cosa? Creo que estás enfermo. Creo que estás como una cabra. Oye, ¿no te creerás todas esas cosas que dicen de ti? No te las creas ni en broma. Mira, yo podría contarles un par de cosas. Déjame hablar con ellos; yo sí que podría contarles algo bueno.

Dice: ¿Me estás escuchando?

Te estoy escuchando, digo. Soy todo oídos, digo.

Dice: ¡Lo que he tenido que aguantar, señor mío! Y además, ¿quién te ha pedido que vengas a verme? Yo no, desde luego. Apareces y entras. ¿Qué diablos quieres de mí? ¿Sangre? ¿Más sangre? Pensaba que tenías ya la panza llena.

Dice: Piensa que estoy muerta. Quiero que me dejes en paz. Lo que quiero es que me dejes en paz, que me olvides. Mira, tengo cuarenta y cinco años. Cuarenta y cinco, y tengo la impresión de tener cincuenta y cinco, o sesenta y cinco. Así que déjame en paz, ¿quieres?

Dice: ¿Por qué no borras toda la pizarra y miras luego lo que queda? ¿Por qué no empiezas de nuevo otra pizarra? Hazlo, a lo mejor llegas lejos. Esto último le hace reír. Yo río también, pero en mi caso son los nervios.

Dice: ¿Sabes una cosa? También yo tuve mi oportunidad, pero la dejé pasar. Sí, la dejé pasar. No creo habértelo contado nunca. Pero ahora mírame. ¡Mírame! Échame un buen vistazo, ahora que puedes. Me dejaste tirada como un trapo, grandísimo hijo de puta…

Dice: En aquel tiempo yo era más joven, y mejor persona. Quizá tú también lo eras. Mejor persona, me refiero. Lo eras, sin duda. Tenías que ser mejor persona, porque si no, nunca habría tenido nada que ver contigo.

Dice: Te quise tanto. Te quise con locura. Sí, así te quise. Más que a nada en el mundo. ¿Te das cuenta? Es para morirse de risa. ¿Te imaginas? Estábamos tan íntimamente unidos en aquella época que apenas puedo creerlo. Creo que eso es, precisamente, lo que más extraño se me hace ahora. El recuerdo de haber tenido tal intimidad con alguien. Una intimidad tan grande que me dan ganas de vomitar. No me cabe en la cabeza una intimidad así con otra persona. Nunca he vuelto a tenerla.

Dice: Sinceramente, quiero que me dejes al margen de todo de ahora en adelante. Lo digo en serio. Además, ¿quién te has creído que eres? ¿Te crees Dios o algo parecido? Tú no eres digno ni de lamerle las botas. Ni las botas de Dios ni las de nadie, si vamos al caso. Señor mío, ha estado usted frecuentando gente que no le conviene. Pero ¿qué puedo saber yo? Ya ni siquiera sé qué es lo que sé. Pero sé que no me gusta lo que has ido repartiendo a manos llenas. Al menos sé eso. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? ¿Me equivoco?

No, digo. En absoluto.

Dice: Vas a darme la razón en todo, ¿no? Te das por vencido muy fácilmente. Siempre has sido igual. No tienes principios, ni uno solo. Eres capaz de cualquier cosa con tal de escurrir el bulto al menor conflicto. Aunque eso no viene a cuento.

Dice: ¿Te acuerdas de aquella vez que te amenacé con un cuchillo? Lo dice como de pasada, como si se tratara de algo sin importancia. Vagamente, digo. Seguramente me lo merecía, pero no lo recuerdo bien. Vamos, cuéntamelo, adelante.

Dice: Creo que ahora empiezo a entender... Creo que sé a qué has venido. Sí. Sé por qué estás aquí, aunque quizá tú no lo sepas. Pero eres un viejo zorro. Sabes por qué estás aquí. Has salido de pesca. En busca de material. ¿Me acerco? ¿He dado en el clavo? Cuéntame lo del cuchillo, digo.

Dice: Si te interesa saberlo, lamento no haber llegado a utilizarlo. De veras. Lo digo con el corazón en la mano. Lo he pensado una y mil veces, y siento mucho no haberlo utilizado. Tuve ocasión de hacerlo. Pero vacilé. Dudé y la oportunidad se perdió, como dijo alguien. Pero debería haberlo utilizado, y al diablo con todo. Debería haberte dado un tajo en el brazo, al menos. Al menos eso.

Pero no lo hiciste, digo. Creí que ibas a darme una cuchillada, pero no lo hiciste. Luego te quité el cuchillo.

Dice: Siempre has tenido suerte. Me lo quitaste y me diste una bofetada. Siento mucho no haber utilizado aquel cuchillo. Un pequeño corte, al menos. Hasta un pequeño corte habría bastado para dejarte un buen recuerdo mío. Tengo montones de recuerdos, digo. Y al punto me arrepiento de haberlo dicho.

Dice: Amén, hermano. Por si no te has dado cuenta, ahí está la manzana de la discordia. Ahí reside todo el problema. Pero en mi opinión, como ya te he dicho, recuerdas lo que no deberías recordar. Recuerdas las cosas bajas, vergonzosas. Por eso te has interesado tanto cuando he sacado a relucir lo del cuchillo.

Dice: Me pregunto si alguna vez te arrepientes de algo. Si es que ese sentimiento vale algo hoy día. No mucho, me temo. Aunque tú deberías ser ya un especialista en el tema. Arrepentimiento, digo. No me interesa gran cosa, la verdad. No es un vocablo que utilice muy a menudo. Arrepentimiento. No, supongo que en general no siento nada parecido. Admito que tengo tendencia a recrearme en el lado oscuro de las cosas. Bueno, a veces. Pero ¿arrepentimiento? No, creo que no.

Dice: Eres un grandísimo hijo de puta, ¿lo sabías? Un despiadado e insensible hijo de puta. ¿ Te lo han dicho alguna vez?    - Sí, tú, digo. Miles de veces.

Dice: Yo siempre digo la verdad. Aunque duela. Nunca podrás agarrarme una mentira.  Se me cayó la venda de los ojos hace mucho tiempo, pero ya era tarde. Tuve mi oportunidad, pero la dejé escapar entre los dedos. Durante un tiempo llegué incluso a pensar que volverías. ¿Cómo pude imaginar algo semejante? Debía de estar muy desquiciada. Tengo ganas de llorar a mares, pero no voy a darte ese placer.

Dice: ¿Sabes? Si te estuvieras quemando vivo ahora mismo, si de pronto tu cuerpo se pusiera a arder en este mismo instante, no correría a echarte encima un balde de agua.

Ríe ante lo que acaba de decir. Pero su semblante vuelve a ponerse grave en seguida.

Dice: ¿Qué diablos haces aquí? ¿Quieres seguir oyendo cosas? Podría seguir así días y días. Creo que sé por qué has venido, pero quiero que seas tú quien me lo diga.

Al ver que no respondo, que sigo allí sentado y quieto, continúa.

Dice: A partir de entonces, a partir del día en que te fuiste, ya nada me importaba. Ni los niños, ni Dios, ni nada. Era como si no supiera qué cataclismo me había fulminado. Era como si de pronto hubiera dejado de vivir. Había ido viviendo año tras año, y de pronto la vida cesaba. No se detenía sin más, sino con un chirrido horrible. Pensé: si para él no valgo nada, tampoco valgo nada para mí misma, para nadie. Eso fue lo peor. Sentía que se me iba a romper el corazón. ¿Qué, digo? Se me había roto. Claro que se me rompió. Así, sin más. Y sigue roto, si te interesa saberlo. Esa es la verdad, en pocas palabras. Lo puse todo en ti: todos los huevos en la misma canasta. Eso es lo que hice. Todos los huevos podridos en la misma canasta.

Dice: Encontraste a otra, ¿no es eso? No te llevó mucho tiempo. Y ahora eres feliz. Eso es lo que dicen de ti, al menos. «Ahora es feliz.» ¿Sabes? ¡Leí todo lo que me mandaste! ¿Pensabas que no iba a hacerlo? Escuche, señor, le conozco muy bien. Siempre te he conocido bien. Entonces y ahora. Conozco el fondo de tu corazón. Todos sus recovecos. No lo olvides nunca. Tu corazón es una jungla, una selva oscura. Un cubo de la basura, por si quieres saberlo. Si quieren preguntar a alguien, diles que vengan a hablar conmigo. Yo sé muy bien cómo funcionas. Tú deja que vengan por aquí: se enterarán de un buen puñado de cosas. Yo estaba allí. En primera línea, camarada. Luego me exhibiste y ridiculizaste en tu... «literatura». Para que todo el mundo me compadeciera o se permitiera juzgarme. Pregúntame si me importaba. Pregúntame si pasé vergüenza. Vamos, pregúntamelo.

No, digo. No voy a preguntártelo. No quiero entrar en eso, digo.

¡Pues claro que no quieres! ¡Y también sabes por qué!

Dice: Querido, no quiero ofenderte, pero a veces creo que sería capaz de pegarte un tiro y quedarme mirando cómo estiras la pata.

Dice: No puedes mirarme a los ojos, ¿eh? (y son palabras literales): Ni siquiera eres capaz de mirarme a los ojos cuando te hablo.

Muy bien, de acuerdo, la miro a los ojos.

Dice: Así. Perfecto. Puede que así podamos llegar a alguna parte. Así está mucho mejor. Si la miras a los ojos, puedes saber mucho de la persona con quien hablas. Lo sabe todo el mundo. Pero ¿sabes otra cosa? Nadie en todo el planeta se atrevería a decírtela. Nadie más que yo. Yo tengo derecho. Me gané ese derecho, querido. Bien, escucha, te crees alguien que no eres. Esa es la pura verdad. Pero ¿qué puedo saber yo? Eso es lo que dirán en los cien próximos años. Dirán: «¿Quién era ella, al fin y al cabo?»

Dice: En cualquier caso, de lo que no hay duda es de que tú sí me has tomado a mí por otra persona. ¡Ya ni siquiera tengo el mismo nombre! Ni el que me pusieron cuando nací, ni el que llevé cuando vivía contigo, ni el que tenía hace un par de años. ¿Cómo se explica eso? ¿A qué vienen todos estos cambios? Pues bien, escucha: quiero que me dejes vivir en paz. Por favor. No creo que sea un crimen.

Dice: ¿No deberías estar en otra parte? ¿No tienes que tomar ningún avión? ¿No tendrías que estar en algún sitio a doscientos kilómetros de aquí en este preciso instante?

No, digo. Y lo repito: No. No tengo que estar en ninguna parte. Y entonces hago algo. Alargo la mano y le tomo la manga de la blusa entre el pulgar y el índice. Y eso es todo. No hago más que tocarla así, y después retiro la mano. Ella no se aparta. No se mueve. Y he aquí lo que hago luego: me pongo de rodillas, un tipo grande como yo, y tomo el dobladillo de su vestido. ¿Qué estoy haciendo en el suelo? Me gustaría saberlo. Pero sé que estoy donde debo estar, y sigo de rodillas aferrado al bajo de su vestido.

Se queda inmóvil un instante, pero al momento siguiente dice: Está bien, bobo. Eres tan tonto a veces... Levántate. Te digo que te levantes. Venga, hazme caso. Ya lo he superado. Me llevó bastante tiempo, pero logré superarlo. ¿Qué creías? ¿Que me iba a ser fácil? Luego apareces en mi puerta y toda la vieja historia se me viene de nuevo encima. Necesitaba airearla. Pero sabes y sé que todo aquello es agua pasada.

Dice: Durante mucho tiempo mi desconsuelo fue total. Inconsolable... Así estaba yo, cariño. Anota esa palabra en tu pequeña libreta. Puedo decir por experiencia que es la palabra más triste de todo el diccionario. Bien, pero al final pude superarlo. El tiempo es un caballero, dijo un sabio. O alguna mujer vieja y cansada, quién sabe.

Dice: Ahora tengo una vida. Una vida diferente de la tuya, pero supongo que no debemos compararlas. Es mi vida, y eso es lo importante; es de eso de lo que tengo que ser más y más consciente a medida que envejezco. Pero no te sientas demasiado mal. Bueno, quizá tampoco pase nada porque te sientas un poco mal. No te morirás, y es lo menos que puede esperarse de alguien que no es capaz de arrepentirse.

Dice: Vamos, levántate. Tienes que irte. Mi marido está a punto de llegar para el almuerzo. ¿Cómo podría explicarle todo esto?

Es absurdo, pero sigo de rodillas aferrado al bajo de su vestido. No quiero soltarlo. Soy como un terrier, y es como si estuviera pegado al suelo. Como si no pudiera moverme.

Dice: Levántate ahora mismo. ¿Qué pasa? ¿Quieres algo más de mí? ¿Qué es lo que quieres? ¿Que te perdone? ¿Por eso haces todo esto? Es por eso, ¿no es cierto? Por eso te desviaste para venir a verme. Lo del cuchillo parece que te ha reanimado un poco. Creí que lo habías olvidado. Pero ahí estaba yo para recordártelo. Bien, si te vas ahora mismo te diré algo.

Dice: Te perdono. ¿Satisfecho? ¿Mejor así? ¿Te sientes feliz? Sí, ahora se siente feliz. Pero yo sigo allí, arrodillado.

Dice: ¿Has oído lo que he dicho? Tienes que irte. ¿Eh, bobo? Querido, te he dicho que te perdono. Hasta te he recordado lo del cuchillo. ¿Qué más puedo hacer? Has salido bien parado, pequeño. Vamos, date prisa, tienes que irte. Levántate. Así, muy bien. Sigues siendo un hombre grande, ¿eh? Aquí tienes tu sombrero. No te olvides el sombrero. Antes nunca llevabas sombrero. Nunca en la vida te había visto con sombrero.

Dice: Escucha. Mírame. Escucha atentamente lo que voy a decirte.

Se acerca. Su cara está apenas a un palmo de la mía. No habíamos estado tan cerca en mucho tiempo. Aspiro el aire entrecortado y quedamente para que no me oiga, y espero. Tengo la impresión de que el corazón me late más despacio.

Dice: Cuéntalo como crees que debes, y olvida lo demás. Como siempre has hecho. Llevas tanto tiempo haciéndolo que no te será muy difícil.

Dice: Bien. Ya está hecho. Eres libre, ¿no es cierto? Al menos piensas que lo eres. Libre al fin. Era una broma, pero no te rías. De todas formas te sientes mejor, ¿no crees?

Me acompaña por el pasillo.

Dice: No sé cómo podría explicarle esto a mi marido si apareciera en este momento. Pero qué importa. Si nos ponemos a pensarlo, hoy día a nadie le importa un comino nada. Además, creo que todo lo que podía pasar ya ha pasado. A propósito, mi marido se llama Fred. Es un buen hombre. Trabaja duro para ganarse la vida. Y se preocupa por mí.

Me acompaña hasta la puerta, que ha estado abierta todo el rato. Durante toda la mañana han estado entrando la luz y el aire fresco y los ruidos de la calle, pero no nos hemos dado cuenta. Miro hacia el exterior y veo, oh, Dios, una luna blanca suspendida en el cielo de la mañana. No creo haber visto jamás nada tan extraordinario. Pero me da miedo comentarlo. Sí, me da miedo. No sé lo que podría pasar. Hasta podría echarme a llorar. O no entender en absoluto mis propias palabras.

Dice: Puede que algún día vuelvas a verme o puede que no. Lo de hoy no tardará en borrarse, lo sabes. Pronto volverás a sentirte mal. A lo mejor consigues una buena historia de todo esto. Pero si es así, no quiero saberlo.

Le digo adiós. Ella no dice nada. Se mira las manos, luego se las mete en los bolsillos del vestido. Sacude la cabeza. Vuelve a entrar en casa, y esta vez cierra la puerta.

Me alejo por la acera. Unos niños se pasan un balón de fútbol al otro extremo de la calle. Pero no son hijos míos. Ni hijos de ella. Hay hojas secas por todas partes, incluso en las cunetas. Mire donde mire, las veo a montones. Caen de los árboles a mi paso. No puedo avanzar sin que mis pies tropiecen con ellas. Deberían hacer algo al respecto. Deberían tomarse la molestia de agarrar un rastrillo y dejar esto como es debido.

Raymond Carver
Tres rosas amarillas
(traducción de Jesús Zulaika, Editorial Anagrama. Narrativa 175)

Formas de discriminación

Publicado en Aguafuerte el 31 de Diciembre, 2007, 9:51 por MScalona

   ZOMBIES

                                                        

                                                       

Acostumbran a entrar en todas partes como si fueran de puntillas abrigando un respeto enigmático a los sanos, a sus reacciones imprevistas, temor a perturbarlos una vez desvelada la mala suerte de tocarles a ellos esa macabra china en el sorteo de aquel maldito VIH de los demonios. Alerta a la actitud de los demás, a sus cubiertos incontaminados, al olfato del jefe, al hospital, a la enfermera que pone el rotulito de "precaución especial" para los despistados que se equivoquen de pasillos en horas de visita; temor el farmacéutico que pudiera sentirse invadido, contagiable, por quienes fueron definidos inicialmente como promiscuos reincidentes, víctimas de un error hospitalatario o drogadictos sin precaución. Temor, acaso, al compañero, al pensar explicarle el resultado positivo de un análisis con la certeza de pertenecer a un grupo que lleva entregados a una muerte temprana millones de años de vida generalmente joven.

Acostumbran a entrar en todas partes como si fueran de puntillas abrigando un respeto enigmático a los sanos, a sus reacciones imprevistas, temor a perturbarlos una vez desvelada la mala suerte de tocarles a ellos esa macabra china en el sorteo de aquel maldito VIH de los demonios. Alerta a la actitud de los demás, a sus cubiertos incontaminados, al olfato del jefe, al hospital, a la enfermera que pone el rotulito de "precaución especial" para los despistados que se equivoquen de pasillos en horas de visita; temor el farmacéutico que pudiera sentirse invadido, contagiable, por quienes fueron definidos inicialmente como promiscuos reincidentes, víctimas de un error hospitalatario o drogadictos sin precaución. Temor, acaso, al compañero, al pensar explicarle el resultado positivo de un análisis con la certeza de pertenecer a un grupo que lleva entregados a una muerte temprana millones de años de vida generalmente joven.

Unidos por un virus que la casualidad o la obcecación ha metido en sus cuerpos, muchos de estos enfermos suben las escaleras de sus casas con las defensas que contados amigos, botellas de agua mineral y chaquetas de flores les proporcionan frente a la deshidratación y el pesimismo. Tararean-como en la infancia la tabla de multiplicar- las situaciones que crean los TH1, los TH2, la "cikotina" y los CD4 dentro de su organismo una vez que han fallado las defensas y, sin conciencia de posteridad, entran en el misterio del mecanismo profundo de ese virus que se agazapa o se adormece y se reactiva caprichosamente; que lo exilia de los sanos, de sus escuelas, de las cuestas del barrio, del ajetreo de la ciudad, del puesto de trabajo.

Hubo una época, cuando no eran tan numerosos, durante el cual se atormentaban con una especie de culpa gratuita: por qué estuvieron aquel día concreto, en aquel sitio, con aquella persona (la memoria está habituada a repartirse entre el "después" y el "antes" del contagio, un "antes" imposible de delimitar y un "después" que no pasa de la década); pero en seguida se dijeron: tampoco es que los íntegros, vividores de la seguridad, los precavidos de guantes de goma y capucha como norma (incluso cuando no hay- y aun cuando no hubiera- causa que reclamara encubrimiento o protección), los promiscuos del bostezo y el tipo de interés, los reyes de la apestada indiferencia, se lo han montado tan perfecto. Morir de adulteración de poder, de sobredosis de yo "tengo, tengo, tengo y tu no tienes nada" de la copia infantil, no es, precisamente, una pasión que los merezca, ni los años difíciles que nos vienen con brotes de racismo, de negación del otro, del débil, del distinto, anuncian otra aurora. Por eso quedaron convencidos de que no actuaron mal aquel día; nadie izo mal porque estuviera en el lugar de un hecho en el que algo no fue bien. Es que, efecto, algo no fue como se había previsto, algo no resultó, algo llegó torcido, lo cual no lleva a invalidar el impulso que produjo imprevisiblemente el accidente.

La ciudad, ya se sabe, está tomada por los fuertes. Hace unos pocos años, cuando cayeron los primeros jóvenes de esta cadena, nuestra generación comenzó a decidirse por el "tengo, tengo, tengo" de la vieja canción o por, frente al alarde de poseer, el respeto al reducto intimo, la experiencia del cuerpo y la aventura del vivir y del soñar que parecían abiertamente incompatibles con el vértigo del tener.

Hoy, bajo el orden de la mediocridad que el presente insolidario, gran cobrador de víctimas, proclama, de los libros aquellos, de los sueños de aquellos, de sus músicas, emergen estos "zombies", negación de un mundo autodenominado sano, en verdadera náusea terminal él ante todo y ante todos cuando niega a los otros, al extranjero y al débil, su perfil verdadero, es decir, las razones de una diferencia que por ningún motivo ha de ser allanada. Ese perfil escuálido del enfermo de SIDA es uno de los que hoy por hoy tiene la libertad del mundo,  un mundo encapuchado- con artilugios de la desconfianza y el encubrimiento con los que mata, con los que ama- tan indeseable como posible que tenemos encima y que va a resultarnos (sin lo que nuestros "zombies" representan y sienten, sin lo que el sueño de aquellos "zombies" disidentes sigue representando) verdaderamente insoportable. 

FANNY  RUBIO,  Revista AJOBLANCO, Madrid, dic. 93

oportunidades

Publicado en Humor el 31 de Diciembre, 2007, 9:28 por MScalona

www.lanacion.com

 

Eduardo D' Anna

Publicado en De Otros. el 30 de Diciembre, 2007, 15:07 por MScalona
 Eduardo D'Anna nació en Rosario en 1948

Rogativa

Cubrí la niebla de la ciudad,

viento de la noche.

Cubrí de niebla, de espesa

niebla la ciudad, estrella

de la madrugada.

Que envuelva amorosa a los tristes

que tienen que despertarse

y dejar de soñar

para caminar por el mundo.

Que no haya brillantes colores,

que no haya esplendor en los árboles,

que sus sueños no tengan que competir,

en condiciones ruinosas,

con el mundo. Que el mundo

les parezca a los tristes una suave

continuación de sus sueños.

Cubrí de niebla la ciudad,

viento del sereno, rocío

del comienzo.

Sylvia Plath

Publicado en De Otros. el 30 de Diciembre, 2007, 11:19 por MScalona

  USA,  1932-1963


LÍMITE

                                 

                                   

La mujer alcanzó la perfección. 
Su cuerpo muerto
muestra la sonrisa de realización, 
la apariencia de una necesidad griega 
fluye por los pergaminos de su bata, 
sus pies desnudos parecen decir, 
hasta aquí hemos llegado, se acabó. 


Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes, 
uno a uno, cada pequeña jarra de leche ahora vacía. 
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo; 
así los pétalos de una rosa cerrada, 
cuando el jardín se ordena 
y los olores sangran de las dulces gargantas 
profundas de la flor de la noche. 


La luna no tiene por qué entristecerse, 
mirando con fijeza desde su capucha de hueso. 
Está acostumbrada a este tipo de cosas.

Sus negros arden y se arrastran.

T U Ñ Ó N

Publicado en De Otros. el 30 de Diciembre, 2007, 9:12 por MScalona
Raúl González Tuñón, Bs.As. ARG, 1905-1974

Solitaria mascarita

                     

                     

                                                

                                                

                                                      

                                                      

No hay nada más triste que una máscara suelta

y ahora, cuando el carnaval es triste.

Pero esa lleva un gorro de cascabeles, eh…

y el cascabel es una flor con música.

(En los remotos comienzos del hombre

sin duda un niño intentó la metáfora,

la imagen, el cimiento sutil de los poemas.)

En el fondo del martes se dibuja

la fugaz mascarita solitaria.

Pero hay algo más triste y es cuando se va el circo

que en los anchos terrenos hizo vibrar su carpa.

Porque el circo, ése sí que es una flor con música

derramada y sonora. Clara como un domingo.

Una vez yo me fui detrás de un circo pobre.

Detrás de un sueño; de un sueño con música.

G A L E A N O

Publicado en De Otros. el 30 de Diciembre, 2007, 9:04 por MScalona
Eduardo Galeano, 1940, Montevideo (URUG)

Por qué todavía no me compré un DVD

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras   hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!

¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y
Hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?

¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!!
¡Y tengo menos de........... años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon.

La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.

De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor.

Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me
Prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)

Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no.
Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar(porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.

¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.

Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!

¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares.
Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.

Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.

Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.

Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables.

Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera
sin su llave.

¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su
vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín

Las cosas no eran desechables. Eran guardables.
¡¡Los diarios!!

Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver!!.
¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa (broches) y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el
estante de los vasos y de las copas.

Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos.

Las primeras botellas de plástico se tansformaron en adornos de dudosa belleza Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los
corchos esperaron encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.

Ah¡ No lo voy a hacer!

Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.

No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.

No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.

De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.

Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.


Hasta aquí.

Eduardo Galeano

la infancia

Publicado en General el 29 de Diciembre, 2007, 18:10 por negrointenso
Compañeros: en el blog "la infancia del procedimiento" publicaron unos poemas míos y una especie de "cocina de la escritura", los invito a entrar aunque no sé cómo enviarlos desde aquí. gracias, vero.

Esquina Traverso y Lepratti...

Publicado en homenaje el 28 de Diciembre, 2007, 16:54 por MScalona


la semana pasada, el artista plástico FERNANDO TRAVERSO, pintor de las 350 bicicletas (350) intervenciones en "nuestras" paredes de Rosario, en homenaje a los (aproximados) 350 desaparecidos políticos de Rosario durante la última dictadura, se hallaba pintando el nombre POCHO LEPRATTI en algunas esquinas de calle Pte Roca (Roca es nuestro primer genocida popular) y lo estaba haciendo el 19 de diciembre por la noche, en que se conmemoraban los 6 años de los muertos por la represión del 2001, donde entregara su vida, el maestro y asistente social, POCHO LEPRATTI, en una escuelita de barrio Las Flores, donde fue absurda y salvajemente asesinado por la policía del ex gobernador corredor de Fórmula Uno... ahora bien... en ese momento, 19-12-2007, FERNANDO FUE DETENIDO POR LA POLICÍA y prontuariado por "alteración del orden" (leer EL PROCESO de Kafka...), como respuesta, los grupos sociales y militantes, levantaron "otra" pared nuestra frente a la sede de gobernación, el viernes 21, para pintarla a piacere, con la otra parte de la verdad (recordar aquí el concepto de ficción de Juan José Saer... edit. Ariel) ...

o sea, como dice el graffitti... 

LA DICTADURA TERMINÓ,

PERO EL PROCESO CONTINÚA.

C O E T Z E E

Publicado en De Otros. el 28 de Diciembre, 2007, 16:02 por MScalona

 John Maxwell Coetzee, 1940, Sudáfrica, Premio Nóbel Liter. 2003


                                                                                                               

La vi por primera vez en la lavandería. Era a media mañana de un tranquilo día de primavera y yo estaba sentado, mirando cómo la colada daba vueltas, cuando entró aquella asombrosa joven. Asombrosa porque lo último que esperaba era semejante aparición; también porque el vestido rojo tomate que llevaba era asombroso en su brevedad.

El espectáculo que yo daba también debió de sobresaltarla: un viejo encogido en un rincón que a primera vista podría ser un vagabundo de la calle. Hola, me dijo fríamente, y entonces fue a lo suyo, que consistía en vaciar dos bolsas de lona blanca en una lavadora de carga superior, unas bolsas en las que parecían predominar las prendas interiores masculinas.

Bonito día, le dije. Sí, replicó, de espaldas a mí. ¿Es usted nueva?, le pregunté, refiriéndome a si era nueva en las torres Sydenham, aunque también eran posibles otros significados, ¿eres nueva en este planeta?, por ejemplo. No, dijo ella. Cómo chirría el intento de mantener una conversación. Vivo en la planta baja, le dije. Esta clase de tácticas me están permitidas, se achacarán a la locuacidad. Qué hombre tan charlatán, le dirá ella al propietario de la camisa rosa con el cuello blanco, me ha costado librarme de él, una no quiere ser descortés. Vivo en la planta baja desde 1995 y aún no conozco a todos mis vecinos, le dije. Sí, replicó ella, y nada más, una sola palabra que significaba

Sí, oigo lo que dice y estoy de acuerdo, es trágico no saber quiénes son tus vecinos, pero es lo que ocurre en la gran ciudad y ahora he de ocuparme de otras cosas, así que ¿podríamos dejar que este intercambio de cortesía de rigor fallezca de muerte natural?

Tiene el cabello negro, muy negro, una hermosura osamenta. Cierto brillo dorado en la piel, <<suavemente radiante>> podría ser el término preciso. En cuanto al vestido rojo brillante, tal vez no sea la prenda que habría elegido si hubiera esperado la compañía de un desconocido en la lavandería a las once de la mañana de un día laboral. Vestido rojo y chanclas. Esa clase de chanclas que son una continuación de los pies.

Mientras la miraba me invadió un dolor, un dolor metafísico, que no traté de reprimir. Y de una manera intuitiva ella lo supo, supo que al viejo sentado en una silla de plástico en el rincón le ocurría algo personal, algo relacionado con la edad, al pesar y la tristeza de las cosas. Algo que a ella no le gustaba en particular, que no quería recordar, aunque era un atributo a ella, a su belleza y frescura, así como a la brevedad de su vestido. De haber procedido de otro hombre, de haber tenido un significado más sencillo y directo, podría haber estado más dispuesta a aceptarlo de buen grado; pero viniendo de un viejo su significado era demasiado difuso y melancólico para un  bonito día en el que tienes prisa por terminar las tareas.

Transcurrió una semana antes de que volviera a verla (en un bloque de pisos bien diseñado como este, no es fácil seguir la pista de tus vecinos), y solo fugazmente, cuando cruzó la puerta principal enfundada en unos pantalones blancos que resaltaban un trasero casi perfecto que podría ser angelical. Dios, concédeme un solo deseo antes de morir, susurré; pero me embargó la vergüenza por la concreción del deseo, y lo retiré.

                                                                                                                   

                                                                                                                   

                                                                                                                   

                                                                                                                   

                                                                                                                               

                                                                                                                               

                                                                                                                               

                                                                                                                               

DIARIO DE UN MAL AÑO,  p. 1-10, Edit Mondadori

DIARIO DE UN MAL AÑO,  p. 1-10, Edit Mondadori

25 años de LUNA... anoche...

Publicado en homenaje el 28 de Diciembre, 2007, 2:42 por MScalona

Lunita rosarina

Los que la caminan hace años o décadas (el automóvil no vale) saben que la noche es un mar. Quienes navegan en sus aguas conocen bien el valor de los puertos. Los puertos son pocos. Son cada vez menos.
   El tiempo es implacable. Barre con las personas y también con los lugares. Y entonces, quienes vivieron otra época pierden las referencias físicas, se quedan sin paisaje. A veces, no saben ni siquiera dónde están: su ciudad, la que ellos anduvieron, ya no existe. Excepto en la memoria.
   Por eso tienen tanto valor los sitios que sobreviven, los viejos puertos que siguen abiertos a las naves de altura y también a los botecitos, a las balsas, a los náufragos. Por calle Tucumán entre San Martín y avenida Belgrano se abre, invicto, uno de esos puertos del pasado, que continúa siendo refugio de los veteranos y también es irresistible imán para los jóvenes. Se llamó, allá a principios de los ochenta, San Telmo. Después pasó a ser Luna.
   El jueves pasado Luna cumplió un cuarto de siglo. Veinticinco años de copas y de música y de encuentros y de noches largas que trepaban sigilosas a buscar su madrugada. Varias generaciones de rosarinos conocen bien su patio con el árbol (un ficus benjamina) abierto en el centro con sus ramas tentaculares apuntando al cielo oscuro. Y caminan de memoria por su estructura en ele, bajan también de memoria su escalera aunque el alcohol ingerido no ayude a la estabilidad del cuerpo ni a la fortaleza del alma.
   Tantas cosas han pasado en Luna. Seguirán pasando en Luna si tenemos suerte.
   Muchos amores han nacido bajo su techo. De los eternos, de los breves, de los imposibles.
   Y miles de amistades se han forjado entre sus muros viejos, entre guiño y guiño, entre copa y copa.
   El jueves, los fieles volvimos al templo.
   Una vez más.



SEBASTIÁN RIESTRA     www.lacapital.com.ar  28-12-2007

70 año de librería ROSS

Publicado en homenaje el 27 de Diciembre, 2007, 15:04 por MScalona

  Mañana viernes 28 diciembre,  19,30 hs. en LIBRERÍA ROSS se realiza un festejo por los 70 años de la librería, todo un bastión cultural de la ciudad. Para la ocasión se presentará el libro 70 años de Ross-Historias de Rosario, donde hay relatos de Fontanarrosa, Gorodischer, Sietecasse, Maritano, Novaresio, Simeoni, Bazán, un servidor y otros autores de la ciudad... el acto de mañana es con invitación, estricta, y el libro recién saldrá a la venta en febrero-marzo del 2008.-  Si abarajo dos, y estoy en vena -como diría Salinger- sortearé uno entre ustedes... pero depende de muchas cosas...  jajajajaja...

abarajar dos,

estar en vena

y que no se cruce alguna otra posibilidad mientras tanto...

F I T O ooooo... anoche...

Publicado en Fotitos. el 27 de Diciembre, 2007, 0:39 por MScalona


Fito- (6)   Fito-

 Fito- (4)

                                                                                                                                                      

Te vi
juntabas margaritas del mantel
ya sé que te traté bastante mal
no sé si eras un ángel o un rubí
o simplemente te vi
te vi
saliste entre la gente a saludar
los astros se rieron otra vez
la llave de Mandala se quebró
o simplemente te vi
todo lo que diga está de más
las luces siempre encienden en el alma
y cuando me pierdo en la ciudad
vos ya sabes comprender
es solo un rato no más
tendría que llorar o salir a matar
te vi, te vi, te vi
yo no buscaba a nadie y te vi
te vi
fumabas unos chinos en Madrid
hay cosas que te ayudan a vivir
no hacías otra cosa que escribir
y yo simplemente te vi
me fui
me voy de vez en cuando a algún lugar
ya sé, no te hace gracia este país
tenías un vestido y un amor
y yo simplemente te vi

Fito- (5)

SENCILLAMENTE... MARAVILLOSO... lo de Fito, anoche en el Monumento a la

Bandera... ¡Confirmado,  el loco cobró 80.000,00 (ochenta mil pesos) pesos

por el show...!  Dos horas y cuarto... yo no sé calcular, pero la única vez

que vi tanta gente en el Monumento faltaban dos días para que Alfonsín fuera

Presidente, octubre del '83... y ahora que me enteré que cobró 80 LUCAS, me siento igual que el

día que ALFONSÍN salió al balcón y dijo  FELICES PASCUAS...

fue un hermoso show el de Fito, repasó grandes éxitos, todos...

G R A C I A S        R O D O L F O     !!!!!!!!!!!!!!! pero 80 lucas es mucho...

...

Publicado en Nuestra Letra. el 26 de Diciembre, 2007, 14:44 por Gonza!

Porque es Navidad

 

 

 

Él es de los que aseguran lo triste es bueno o simple o necesario o nada más que entretenido. Así que elije películas atestadas de muertes atroces y marcadas por horrendos accidentes; las alquila en video, las mira en el cine. Cuando el día amerita un drama (por dar un ejemplo nomás, es que quiero dar un ejemplo), busca algún personaje con quien comparta algo (mínimo, ínfimo, no importa) y se imagina entonces también él parte de la historia. Se lo ve ausente, perdido en la profundidad de la pantalla del televisor mientras persigue la trama cual sabueso en horas de trabajo. Al terminar los créditos llora un largo rato y se esconde gentilmente detrás de uno que otro pañuelo. Las razones cambian (una esposa muerta, un amor frustrado, una locura de Vietnam), las lágrimas se mantienen; caen con la misma eterna verticalidad, la misma perpetua fiereza con la que lo hacen desde el impertérrito día de su descubrimiento.

Suele llamar estúpida a la Navidad: estúpida, molesta e innecesaria. Esquiva las guirnaldas y aborrece las promociones que dispersan voraces las compañías de celulares. Repite que las fiestas serán y fueron solo marketing, y que los shopping, y que el capitalismo, y… y eso. De modo que cada veinticinco me descubro desorientado. No entiendo muchas cosas y mi refugio es el fastidio; aún cuando me han reiterado que más ha nacido el hombre para no comprender que para hacerlo, no puedo impedir caer con estrepitoso acento en el fastidio. Después de todo no es sencillo dilucidar razones. Todavía menos la cual por la que cada año, pasados sólo algunos minutos del fervor que acompañan las doce, puedo oír indefectiblemente el timbre de casa sonar dos veces; llenarme luego del living y el griterío, la puerta y el adorno de Papá Noel, con la blanda imagen de su sonrisa proyectándose cándida desde el umbral o la alfombra, sus ojos irritados pero vivos, su mano derecha (pero esto casi nunca) amarrada a una sidra, a algún exótico tipo de champagne.

Sólo él conoce las minucias de la batalla, cuyos vestigios de derrota reposan impregnados en su orgullo, en su rostro; cada madrugada de Navidad.

 

PEZ

Publicado en General el 25 de Diciembre, 2007, 12:42 por amanda poliester

Florencia es un pez que llegó a mi casa unos días antes de navidad. Mi hermana y mi hija la trajeron porque no tenemos mascota y entonces con el dinero que dejó el ratón Pérez compraron a Florencia.

Los primeros días mi hija se ocupó de alimentarla. Después se olvidó de ella y me hice cargo. Explicarle a mi hija que el concepto de mascota es acuñado por la sociedad de consumo porque etc etc ya me aburre y supongo que a ella más, así que mejor me ocupo de Florencia.

Florencia y yo ya tenemos un vínculo. Ella es silenciosa y educada. Puse al lado de la pecera un pequeño muñeco fucsia con pelos sintéticos para que se sienta acompañada. Le hablo. Hola Flor todo bien?

Los días pasados fueron fértiles y de fidelidad. Con lo cual efes. Alianzas. Tés de dos. Compañeros de trabajo. El río de noche. No entiendo todavía de qué se trata todo. Darle de comer una vez por día. No más que eso, si come demasiado se muere, dice mi hija que dijo la vendedora.

Le doy la ración del domingo a la mañana mientras pienso en miles de peces apiñados en los centros comerciales comprando regalos navideños. Transpirados, de mal humor, agobiados, con paquetes llenos de objetos de poliéster que serán olvidados en unos días. No hay lugar para estacionar. No hay lugar.

Si come demasiado se muere Florencia. Una opresión en la garganta y caput.

Como ayer entre paquetes y agendas de festejos.

Cae una nieve de plancton disecado y me concedo es mejor no entender.

Florencia nada y es su vida y no sabe. Consistiría en eso supongo y acomodo el muñeco de los pelos mientras pienso que todavía no tiene ningún nombre.

Formas de La Navidad

Publicado en relatos el 24 de Diciembre, 2007, 9:44 por MScalona
AGUIRRE (1927-1983) junto a María E. Walsh.

La  Navidad  de  Feijóo

                                       a  Marta de Aguirre

                 Cuando los vecinos de la calle Los Tilos al 1100  vieron esa mañana de diciembre una veintena de móviles  (entre policías, periodistas y curiosos) en la puerta de casa de Tesalio Feijóo,  tuvieron la certeza de que el viejo, al fin se había quitado la vida.   Si a un hombre tan extraño y acabado  como ése, venían a verlo tantos periodistas, era porque se había metido el tiro de tal manera o se había colgado de tal forma, que la foto de tapa bien valdría la venta de miles de diarios,  con perdón del mal gusto por las navidades.

           Pero no había sangre  ni dolor siquiera.  Al fin y al cabo era Navidad y no Pascua,  y Tesalio  era  agnóstico pero no nihilista.  Como Péguy,  podía faltar a misa o burlarse  de alguna sotana,  pero  siempre  daría  la vida en lugar de quitarla.  El bullicio de la multitud  era  feliz,  se veía que  el viejo Tesalio le había pegado a otra cosa que no era ni su cabeza ni su pescuezo.   Y  por fin se supo:    le había pegado  en la frente  al Gordo de Navidad, cuatro millones con el  20147. 

               Lo que no se sabía  es qué haría  aquel  viejo asilador de gatos con la fortuna. Para saberlo, estaban todos esperando que saliera  al balconcito con glicinas.  El rumor era aclamativo: los periodistas aguardaban  eufóricos con los flashes listos,  el instante  en que  ese mortal convertido en semidiós  por la lotería dijese:  qué casa, qué auto o qué viaje  iba a comprar primero.

---¿  Qué  va a hacer con tanto dinero, Sr. Feijóo…  ?

         Se lo iban a preguntar tantas veces que el viejo ladino mientras se afeitaba, hizo una larga lista de respuestas posibles. Pensaba ir alternando unas y otras para cada medio.

 ---¿ Qué va a hacer con tanto dinero, Sr. Feijóo… ?

 -- Voy  a comprar  una enema nueva,  la vi en oferta en la ferretería de Aldasoro. Yo tengo una vieja que está  pinchada  y no da más... Después me voy a ir a Suiza,  a una clínica de descanso donde  rectifican estiramientos  de esfínteres.  Y cuando vuelva, quiero ser Presidente, para acabar con la corrupción...

 

        Pero no,  aunque podían esperarse estas maldades del viejo, no dijo ninguna de esas cosas. Fue peor.  Salió al balcón  con la barbilla enjabonada  y  la  navaja en la mano.  No esperó la pregunta y señalando con  el arma a las cámaras,  como  si fuese una batuta  le dijo a todos los  argentinos, que usaría el dinero del  premio para editar las obras completas del poeta Raúl Gustavo Aguirre.

                                                                                       

-- ¿ Qué cosa...? --murmullos. 

-- ¿ Y el resto ? -preguntó  un cronista-.  Una edición de lujo,  digamos… hasta diez mil ejemplares, costará. máximo cincuenta lucas... ¿ Y el resto...?

-- Nada señores... No habrá resto.  La edición de Aguirre será  infinita,  en diez idiomas,  en rústica, en lujo, en miniprints, en película.  Cuatro millones de dólares en Raúl Gustavo Aguirre.  Le haré prensa,  reportajes,  afiches,  biografías,  talleres.  Pagaré la creación de las cátedras "Raúl Gustavo Aguirre".  Financiaré dos  concursos de poesía,  uno que se llame  "estado de alarma"  y otro, "estado de gracia".  Crearé una fundación para  rescatar hombres de lenta obsesión  y que los rescatados sean los encargados de  ver en la noche la estrella fugaz.  Y concluyó:  -- Ya  ven, no va a quedar nada de los cuatro palos. Ni siquiera van a alcanzar  -- y se metió para adentro sin molestarse  en cerrar las  persianas.  Se oyó levantar el volumen  de un Stabat Mater de Dvórak y nada más.

         Empezaron toda clase de comentarios. Los vecinos confirmaban  con anécdotas  las irreverencias de Feijóo, que solía ir a las ferreterías del barrio a comprar enemas nuevas, picanas eléctricas  o bisturíes para cirugías de esfínteres.

        Uno porfiaba que en lugar de Aguirre,  había dicho Ferrari...Que había querido decir que invertiría toda la guita en autos Ferrari.  Otro  preguntaba  si había dicho  algo de viajar a Saint Thomas.  Una mujer quiso saber si iría a vivir a un country o a un petit hotel de Recoleta.

       Los periodistas quisieron saber si el viejo tenía mujer o hijos.  Nada, ni  herederos, ni beneficencia.  Entonces, lo único que quedaba, era  saber quién era Aguirre.  Para esa tarde,  los pocos libros del poeta se habían agotado en todas las librerías.   La gente  buscando,  había  destripado  los anaqueles de viejo de la calle Corrientes.  No quedaron ni fotocopias de los poemas de Aguirre. Se vendió todo: conferencias, estudios, poesías. Hasta aquellas hojas sueltas de Poesía Buenos Aires o unas de Leda que editara en los 70 la municipalidad de Rosario.  Pero había tan poco de él, que esa misma tarde,  las editoriales más grandes salieron a la caza de  originales y de Marta, la mujer del poeta que aún vivía en Olivos.  Para la noche de ese mismo día, ya hubo un contrato de edición de las obras completas de Aguirre.   A la mañana siguiente,  llovieron pedidos  de Aguirre de  todas las librerías argentinas. 

          Y para entonces, ya se sabía que Feijóo había mentido. Que no había ganado  la lotería,  que ni siquiera había sacado un ambo  en  la quiniela.  Entonces,  los periodistas,  los vecinos  y la policía  volvieron al balcón del viejo, pero él  no salió a recibirlos.   Estaba en el fondo  de  la casa,  a la sombra, tomando mates y  afilando  la  navaja,  aunque  no pensaba  afeitarse. 

           Satisfecho,  hizo  cuentas  de sus ahorros  y supo que le alcanzarían para comprar  las obras completas de Aguirre.   Al día  siguiente era  Navidad  y  él  estaba, por fin,   en estado de  gracia.

 

                                                                  Marcelo   E.  Scalona      

Tesalio Feijóo es el protagonista de mi novela El Camino del Otoño  (Ed. Corregidor 1995),

pero este cuento está en El Altillo de mis Oficios (Ed. Corregidor, 1998)                                               

2 de CLARICE...

Publicado en De Otros. el 23 de Diciembre, 2007, 19:12 por Lauisaia

TANTA MANSEDUMBRE

Pues en la hora oscura, tal vez la más oscura, en pleno día, ocurrió esa cosa que no quiero siquiera intentar definir. En pleno día era noche, y esa cosa que no quiero todavía definir es una luz tranquila dentro de mí, y la llamaría alegría, alegría mansa. Estoy un poco desorientada como si me hubieran arrancado el corazón, y en lugar de él estuviera ahora la súbita ausencia, una ausencia casi palpable de lo que antes era un órgano bañado de oscuridad, de dolor. No estoy sintiendo nada. Pero es lo contrario del sopor. Es un modo más leve y más silencioso de existir.

Pero también estoy inquieta. Yo estaba organizada para consolarme de la angustia y del dolor. Pero cómo es que me las arreglo con esa simple y tranquila alegría. Es que no estoy acostumbrada a no necesitar de mi propio consuelo. La palabra consuelo me llegó sin sentir, y no lo noté, y cuando fui a buscarla , ésta se había transformado ya en carne y espíritu, ya no existía más como pensamiento.

Voy entonces a la ventana, está lloviendo mucho. Por costumbre estoy buscando en la lluvia lo que en otro momento me serviría de consuelo. Pero no tengo dolor que consolar. Ahora estoy buscando en la lluvia una alegría tan grande que se torne aguda, y que me ponga en contacto con la agudeza que se parezca a la agudeza del dolor. Pero es una búsqueda inútil. Estoy frente a la ventana y sólo ocurre eso: veo con ojos benéficos la lluvia, y la lluvia me ve de acuerdo conmigo. Ambas estamos ocupadas en fluir. ¿Cuánto durará mi estado? Percibo que, con esta pregunta, estoy palpando mi pulso para sentir dónde está el latir dolorido de antes. Y veo que no está el latido de dolor.

Sólo eso: llueve y estoy mirando la lluvia. Nunca creí que el mundo y yo llegáramos a ese punto de acuerdo. La lluvia cae no porque me necesite y yo la miro no porque necesite de ella. Y no estoy agradeciendo nada. No hay nada que agradecer por haberse transformado en otra. Soy una mujer, soy una persona, soy un atención, soy un cuerpo mirando por la ventana. Del mismo modo, la lluvia no está agradecida por no ser una piedra. Tal vez sea eso lo que se podría llamar estar vivo. No es más que esto, sino esto: vivo. Y sólo vivo de una alegría mansa.

VIDA AL NATURAL

Pues en el Río había algo como el fuego de un hogar. Y cuando ella advirtió que, además del frío, llovía en los árboles, no podía creer que tanto le fuese dado. Y el acuerdo del mundo con eso que ella ni siquiera sabía que necesitaba como el pan. Llovía, llovía. El fuego encendido guiñaba hacia ella y hacia él. Él, el hombre, se ocupaba de eso que ella ni siquiera agradecía; él atizaba el fuego en el hogar, lo cual era su deber de nacimiento. Y ella, que siempre estaba inquieta, curiosa, lo más que hacía era instigarlo, a veces. No le daba órdenes porque era la mujer de un hombre que perdería su estado si ella le daba órdenes. Él atizaba el leño y su otra mano, libre, al alcance de ella. Ella lo sabe, y no la toma. Quiere la mano de él, sabe que la quiere, y no la toma. Tiene exactamente lo que quiere: poder tener.

Ah, y decir que esto va a acabar, que por sí mismo no puede durar. No, ella no se está refiriendo al fuego, se refiere a lo que siente. Lo que siente nunca dura, lo que siente siempre acaba, y puede no volver nunca más. Se encarniza entonces sobre el momento, se traga el fuego, y el fuego dulce arde, arde, flamea. Entonces ella que sabe que todo va a acabar, agarra la mano libre del hombre, y la enlaza con las suyas, ella dulce arde, arde, flamea.

Clarice Lispector, del libro ¿Dónde estuviste de noche?

y uno de Alejandra, porque llueve...

Publicado en De Otros. el 23 de Diciembre, 2007, 13:02 por MScalona
Pizarnik, ARG. 1936-1972

La jaula

Afuera hay sol.

No es más que un sol

pero los hombres lo miran

y después cantan.

Yo no sé del sol.

Yo sé de la melodía del ángel

y el sermón caliente

del último viento.

Sé gritar hasta el alba

cuando la muerte se posa desnuda

en mi sombra.

Yo lloro debajo de mi nombre.

Yo agito pañuelos en la noche

y barcos sedientos de realidad

bailan conmigo.

Yo oculto clavos

para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.

Yo me visto de cenizas.

URONDO

Publicado en De Otros. el 23 de Diciembre, 2007, 12:57 por MScalona

                                                                                                                  

Fin y principios

 

Estoy en los ruidos de la tristeza,

en las tablas de la perdición,

en el aire de este tiempo maldito infortunado;

llovizna criminal y sucia.

 

En aventuras, en la queja

del muerto y el terror de los vivos y el soplo

de los convalecientes.

 

Estoy en el clamor encontrado, fuera

de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar

la clausura y la ausencia,

sin tolerar la conmiseración, o desconocer

la alegría o la bondad o el dolor del caído.

 

Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia

la esperanza, viviendo a mi manera.

 

                                                                   de "Del otro lado" (1960-1965)

                                                                                                                                         

Urondo, nació en ARG, y vivió entre 1930-1976. Es desaparecido de la dictadura militar. Integra la generación poética

de POESÍA BUENOS AIRES, como Aguiire, Giannuzzi, Bailey y Gelman. Aunque, como este último tiene mayor

énfasis surrealista y social.

 

 

TEILLIER

Publicado en General el 23 de Diciembre, 2007, 12:55 por MScalona

                                                                                                                       

3

 

Kilómetro 662 a las cuatro de la tarde.

En la calle Comercio los turcos y los españoles

bostezan tras los mostradores.

No hay un alma en la calle a la hora de la siesta

horadada sólo por el cuerno primitivo del vendedor de helados.

En las afueras los campesinos esperan las micros rurales.

Tal vez me vaya a otro pueblo

cuyo destino voy a leer en la palma de sus calles.

 

                         Jorge Teillier, Chile, 1935-1996

 

Artículos anteriores en Diciembre del 2007

  
Autores
María Paula Cerdán, Francisco Kuba, Verónica Laurino, Marcelo Scalona, Caro Musa, Claudia Malkovic, Silvina Potenza, Marcela González García, Soledad Plasenzotti, Natalia Massei, Mónica M. González, Ariel Zappa, Cintia Sartorio, Cecilia Mohni, Silvia Estévez, Julia M. Sánchez, Matías Settimo, Marisol Baltare, Maximiliano Rendo, Matías Magliano, Andrea Parnisari, Roberto Sánchez, Alina Taborda, Nicolás Foppiani, Mayra Medina, Alfredo Cherara, María B. Irusta, Ale Rodenas, Laura Rossi, Germán Caporalini, Rosana Guardala Durán, Rosario Spina, Sergio Goldberg, Luisina Bourband, Alejandra Mazitelli, Tomás Doblas, Laura Berizzo, Florencia Manasseri, Beti Toni, Nahuel Conforti, Gabriela Ovando, Diana Sanguineti, Joaquín Yañez, Joaquín Pérez, Alvaro Botta, Verónica Huck, Florencia Portella, Valeria Gianfelici, Sofía Baravalle, Rubén Leva, Marcelo Castaños, Luis Astorga, Juan Pedro Rodenas, Esteban Landucci, Dora Suárez, Laura Cossovich, Alida Konekamp, Diego Magdalena, Franco Trivisonno, Gerardo Ortega, Roberto Elías, Facundo Martínez, Ariel Navetta, Graciela Gandini, Jimena Cardozo, Soledad Cerqueira, Juan Gentiletti, Sebastián Avaca, Emi Pérez, Adriana Bruniar, Mariano Boni, Flor Said, Elina Carnevali, Roxana Chacra, Lorena Udler, Nora Zacarías.-