LA DEFECCION DE CEPEDA
Publicado en Parodias el 7 de Agosto, 2007, 21:19 por Saulo de Metatarso
Figura Barthiana – Ejercicio
Cenar al fin con ella merecía un premio al no darse por vencido. La había halagado con frases tipo “sos la mina más linda que conozco en la vida real”, y con un arsenal de boludeces para seducirla. Al fin estábamos los dos, en ese restaurante íntimo, bien atendidos y ya eligiendo los vinos. Cuando la pasé a buscar lamenté haber comido tantas frutas y no haberle mandado un mensaje –¡me demoro quince minutos!- para quedarme sentado en el baño, con un libro en las manos, esperando vaciarme al fin. Me estaba cagando. Consciente que hacerme el boludo no sería eficaz para ganarme a Gabriela, opté por contarle que estaba de novio, que estaba todo bien; y que hacía un tiempo había decidido que la vida era hoy, por lo que me importaba mucho conocer gente tan copada como ella. La experiencia me indicaba lo importante de escuchar, así que antes le pregunté si estaba en pareja. La explicación y rodeos que me dio para decirme que estaba enamorada de un ingeniero que vivía ahora en Australia, que no se veían nunca, que no sabía lo que el tipo quería, no hizo más que confirmar mis sospechas que las minas independientes y liberales me gustan pero son un conflicto constante. La excusa que le había metido a Laura para salir sólo era estúpida, pero eficaz. Un encuentro de ex alumnos, que mi novia no conocía y que yo detestaba. Y ahí estaba, frente a una mina con unos ojos de cielo y con ganas de irme al baño, tratando de que el ruido de mis tripas no supere a la música instrumental y los sonidos del restaurante. Elegir la comida no me fue más difícil que hacer de cuenta que me interesaba. Hubiese preferido tomarme un té de manzanilla y sentarme en el baño con la bata y las pantuflas y tratar de que todo pase. Pero ahí estaba, colgados de la pared los retratos de Cortázar, Bioy y Borges, en blanco y negro y con miradas perdidas en el horizonte, tipo el Che; y esperando que nos sirvan la comida que no quería comer. Peor hubiese sido que desde las paredes me mirara Carver, o Chéjov. Se burlarían desde sus cuadritos. Desbaratarían mis estúpidas poses. Cuando se levantó para ir al baño, su perfume me llegó de nuevo, y cuando se iba, no pude dejar de mirarle las caderas de potranca. ¡Que buena estaba! Y bueno, el sacrificio de escuchar cómo ella pensaba que yo era un chanta por tener novia y estar con ella esa noche, tal vez valdría la pena. Solo tenía que ir al baño yo también y seguir convenciéndola con mis ocurrencias, que se meta el orgullo donde le entre, y que se entregue de una buena vez. Fui yo también al baño, pero los nervios y el inodoro desconocido, retuvieron lo que antes pugnaba por salir. Llegó la comida, la charla fue dentro de todo interesante, y las horas pasaron bastante rápido. Yo ni recuerdo todo lo que le dije, seguro fui amoldando mi discurso a lo que creía ella quería escuchar. Pagamos y nos fuimos. En el auto prendí fuerte la radio, mis tripas estaban más revoltijadas que antes, pero ella quería que baje el volumen para seguir charlando. En un momento no aguanté más, y le dije que escuchaba un ruidito raro, en el escape aparentemente. Me bajé y le pedí que a mi orden acelere. Cuando lo hizo, me tiré un buen pedo, que el ruido del motor por suerte tapó. Podía continuar un rato más la charla y seguir paseando. Tarde ya en la noche, me invitó a subir a su departamento. ¿Si Marco Antonio hubiese tenido diarrea el día que conoció a Cleopatra, la historia sería distinta? Le di un piquito, ella cerraba los ojos; y le dije que no, que no quería cagar a mi novia, que ella tenía razón. Después de todo se merecía un poco de mi cinismo ¿O no era ella quien un par de horas antes me había enrostrado su moralismo barato? Ella pensó que mi transpiración era por nervios, no tenía ni idea de mi necesidad de evacuar.
************************************ Estoy en mi baño, al que llegué rajando, pensando que quedé como un cagón. Y lo soy. Me pongo a leer un cuento de Alfredo Bryce Echenique: “Muerte de Sevilla en Madrid”. No me queda más que reírme de algunas casualidades. ¡Que bien se siente el cuerpo vacío! Otra vez será, Gabriela.- |