DIEGO ANGELINO
Publicado en De Otros. el 10 de Marzo, 2007, 14:54 por MScalona
ANTES QUE AMANEZCA
Diego Angelino El menor de los Alvarez nació porque los padres se obstinaron, y como después diría todo el mundo y ellos mismos lo reconocerían, fue un capricho y una forma de desafiar a Díos y de tener al Diablo. Seis hijos varones habían tenido los Alvarez y debieron quedarse conformes. Sobre todo el padre, el padre debió admitir que hay yeguas y vacas que paren siempre machos, y hay hembras que paren siempre hembras pero éste no era el caso de su mujer y él debió resignarse a no tener una hija, porque todos y él más que nadie sabían que si era varón el séptimo estaba condenado por el destino. No porque antes hubiese nacido un lobizón en Campo del Banco, sino porque esto se sabía desde siempre. Cuando nació el séptimo hijo de los Alvarez todo Campo del Banco supo que había un lobizón. Algunos ni esperaron que el muchacho creciera. No había cumplido un año cuando en el Almacén Iglesias se dijo que andaba una forma negra rondando la laguna. Esto se dijo una madrugada de domingo, cuando todos habían tomado bastante, lo suficiente al menos como para que cada uno comenzara a recordar algún miedo olvidado. Y a partir de entonces todos los vieron y lo volvieron a ver, algún viernes con luna, volviendo de algún lado. Unos decían que era un chancho y otros decían que era un zorro guará, pero más grande todavía. Las discusiones terminaban cuando llegaba el viejo Alvarez y la ginebra se volvía silenciosa, sórdida, tan silenciosa y sórdida que ni el viejo Alvarez la podía aguantar, y sin siquiera despedirse montaba su caballo y volvía de un galope. El nunca lo vio. Vio sí muchas veces, demasiadas veces a su hijo arrinconado aparte, callado cuando todos hablaban, hundido en un mundo al cual ni él ni la madre ni los demás hijos querían aludir. Porque el séptimo hijo de los Alvarez, al lobizón de los Alvarez como todos decían, nadie le dijo nunca nada. Pero no hizo falta que nadie se lo dijera para que él pudiera percibir que la gente había tendido algo en torno que lo separaba definitivamente. Desde chico se acostumbró a que nadie le hablara, y cuando creció encontró necesario que nadie le hablara, se acostumbró y necesitó que lo relegaran al silencio. Primero fue un poco difícil porque había dentro suyo una voz que quería hablar, quería comunicarse con los hermanos y con los padres y con la gente que cada vez menos llegaba hasta la casa. Pero después la voz fue acallándose, cada vez más hasta el momento en que parecía que iba a morir y fue entonces cuando encontró la noche. Había luna esa vez y el menor de los Alvarez se había demorado como siempre silenciosos en un rincón de la cocina. No sólo los padres y los hermanos dormían, era uno de esos momentos de la noche en que todos los ruidos se repliegan y los mismos animales nocturnos perecen suspenderse. Entonces, sin saber bien por qué, él salió a la noche. Se aventuró despacio, parándose primero en la puerta de la cocina, mirando hacia abajo adonde la luz lunar dibujaba su propia sombra. Y después caminó, sin rumbo. Caminaba y se detenía y empezaba a descubrir que la noche también tiene su voz, el mismo silencio de la noche resuena y él podía oírlo y no era necesario hablar porque ya estaban hablando. No era hablar pero era mirar la luna y ver cómo encendía la silueta de los paraísos y después ver la sombra de los paraísos sobre la tierra iluminada. Y no sólo la luz, eran también los ruidos que se filtraban al silencio, eran las voces que lo llamaban y le respondían, y por fin no estaba solo. Desde esa vez, desde esa noche, él esperó otras noches. Era suficiente que la luna creciera un poco y avanzara crecida desde las copas de los algarrobos. Esperaba, silencioso, hasta que los demás se iban a dormir, hasta que el padre se fuera a dormir, porque el padre había empezado a quedarse, a demorarse junto a él en las noches de luna. El padre había dejado de ir al Almacén Iglesias, y en las noches de luna se quedaba un largo rato junto al hijo, y después se iba a dormir pero se quedaba junto a la cama y más tarde salía, calzaba antes el Colt a la cintura y salía a la noche pero no sentía más ruidos que los pasos de su hijo por entre las sombras. Hasta que una noche se dijo tiene que ser antes de que amanezca. Porque él no quería saber si era chancho o guará, no hubiera soportado saberlo. Levantó el revólver y dijo antes de que amanezca. Para que no sufra.
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Este relato pertenece al libro CON OTRO SOL, que en la década del 60, ganó el concurso de cuentos del diario con jurado compuesto por J.L.BORGES, A. BIOY CASARES y EDUARDO MALLEA. Angelino, luego de ese batacazo, no llegó a hacer una carrera ilustre en las letras. Desde hace tiempo vive en El Bolsón, Río Negro. Pablo Javkin lo conoció hace poco y trajo una copia del libro, que, aunque sea redundante, es EXCELENTE. Recuerda mucho, de la mejor forma, al Borges cuyo camino también siguió BRIANTE. Me hace acordar mucho la maestría de Briante en HAMACAS VOLADORAS, KINCÓN, etc.. La anécdota vale en este momento en cuanto al valor, objetivo, claro, pero relativo, también, que tiene ganar concursos. Fíjense este caso. Concurso de lujolujo, mérito objetivo de Angelino, y sin embargo… O sea… NO ES FÁCIL…
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