Elena Poniatowska
Publicado en De Otros. el 28 de Octubre, 2006, 18:13 por MScalona
Hasta no verte Jesús mío No sé si la causa era la pobreza o porque así se usaba, pero el entierro de mi madre fue muy pobre. La envolvieron en un petate y vi que la tiraban así nomás y que le echaban tierra encima. Yo me arrimé junto a mi papá pero estaba platicando y tomando sus copas con todos los que lo acompañaron y no se dio cuenta cuando me aventé dentro del pozo y con mi vestido le tapé la cabeza a mi mamá para que no le cayera tierra en la cara. Nadie se fijó que yo estaba allá dentro. De pronto él se acordó y yo le contesté desde abajo, entonces pidió que ya no echaran más tierra. Yo no me quería salir. Quería que me taparan allí con mi mamá. Cuando me sacaron yo estaba llorando, toda entierrada. Entiendo que por haber agarrado aire del camposanto se me ponen los ojos colorados y cada que hace viento me lastima porque desde esa época tengo el aire del camposanto en los ojos. Los vecinos hicieron una cruz de maíz y la sembraron en un cajón en el atrio de la iglesia de * * * * Mi mamá todavía estaba viva cuando mi papá me hizo una muñeca de ardilla. Después nunca me volvió a hacer nada. Nunca más. Se hizo el sordo o todas las cosas le pasaron como chiflonazos. A la ardilla le quitó la carne. En —¿Por qué está dura, papá? —Por el relleno. —Pero ¿con qué la rellenaste, con tierra? —No, con aserrín. —¿Y qué cosa es aserrín? —¡Ay, Jesusa, confórmate, juega con ella! Y ya jugaba con el animal ése; me tapaba mi rebozo y me cargaba mi muñeca aunque mis manos rebotaban de lo dura que la sentía. Como mi papá no tenía medio de comprarme nada, mis juguetes eran unas piedras, una flechas, una honda para aventar pedradas y canicas que él mismo pulía. Buscaba mi papá una piedra que fuera gruesa, dura, una piedra azul, y con ella redondeaba y limaba otras piedritas porosas y salían las bolitas a puro talle y talle. Los trompos de palo me los sacaba de un árbol que se llama pochote y ese pochote tiene muchas chichitas. Escogía las más grandes para hacerme las pirinolas y nomás les daba yo una vuelta y ya bailaban. Y mientras giraban yo fantaseaba, pensaba no sé qué cosas que ya se me olvidaron o me ponía a cantar. Bueno, cantar cantar, no, pero sí me salían unas como tonaditas para acompañar a las pirinolas. Como no tenía pensamientos jugaba con la tierra, me gustaba harto tentarla, porque a los cinco años todavía vemos la tierra blanca. Nuestro Señor hizo toda su creación blanca a su imagen y semejanza, y se ha ido ennegreciendo con los años por el uso y la maldad. Por eso los niños chiquitos juegan con la tierra porque la ven muy bonita, blanca, y a medida que crecen el demonio se va apoderando de ellos, de sus pensamientos y les va transformando las cosas, ensuciándolas, cambiándoles el color, encharcándoselas. Yo era muy hombrada y siempre me gustó jugar a la guerra, a las pedradas, a la rayuela, al trompo, a las canicas, a la lucha, a las patadas, a puras cosas de hombre, puro matar lagartijas a piedrazos, puro reventar iguanas contra las rocas. Agujerábamos un carrizo largo y con esa cerbatana cazábamos: no me dolía matar a esos animalitos, ¿por qué? Todos nos hemos de morir tarde o temprano. No entiendo cómo era yo de chica. Tampoco dejaba que los pajaritos empollaran sus huevos; iba y les bajaba los nidos y luego vendía huevitos, por fichas de plato, tepalcates de barro rotos, pedacitos de colores que eran los reales y los medios, las cuartillas, las pesetas y los tlacos, porque esas monedas se usaban entonces. Luego hacía una lumbrada y tatemaba las iguanas chiquitas y ya que tronaban, con un cuchillo les raspaba la cáscara, las abría, les sacaba las tripas, les ponía dizque sal y llamaba yo a los muchachos: "¡A comer! ¡A comer! ¡Éjele! Pues ¿cómo se me van a quedar con hambre? ¡No faltaba más! Pa´luego es tarde...! Ellos ¿pues cómo se iban a comer esa cochinada? —¡Eso no se vale! —¡Éjele! ¡Éjele! —¡Tramposa! ¡Cochina! —Lero, lero, tendelero... Y me echaba a correr. Y ellos tras de mí. A nadie le gusta que lo engañen. Luego que ya me cansaba de jugar con los muchachos me subía a los árboles y los agarraba a piedrazos. Me trepaba a las ramas a hacer averías, nomás a buscar la manera de pelear con todos. Los descalabraba, iba y le avisaban a mi mamá que yo les había quebrado la cabeza, ella me aconsejaba pero yo no estaba sosiega. Era incapaz desde chiquilla. Ahora ya todo acabó, ya no sirvo, ya no tengo el diablo. Mi mamá no me regañó ni me pegó nunca. Era morena igual a mí, chaparrita, gorda y cuando se murió nunca volví a jugar. * * * * *
Mi papá era peón de ferrocarril en el terraplén de la vía. Trabajó dinamitando los cerros para abrir la brecha por donde iba a pasar el tren al Istmo de Tehuantepec. Todos los días, mi papá se levantaba con la misma canción; volver a cocinar para darnos de comer. Claro que él sufría porque necesitaba a una mujer que lo atendiera con sus hijos. Me avisó un día muy apurado: —Mira, hija, es forzoso traer una mujer que te cuide, que te espulgue y que te bañe porque tengo que ir a trabajar. Mi papá batalló mucho conmigo por ese lado, porque yo decía: "Mi papá tiene la obligación de peinarme, de bañarme, de darme de comer... Tiene la obligación de estarse aquí atendiéndome...", porque así son los niños, muy exigentes. Cuando me avisó que una mujer vería por nosotros, le dije: —Yo no sé, pero a mí no me vengas a engañar que la tienes de criada y luego me sales con que no es tu criada. Así es que dímelo por lo claro, y allí averíguatelas tú. La primera que trajo fue la de las uñas con tierra, la que tenía un niño, y tampoco era buena con nosotros. Nos agarró inquina. Yo la oía que siempre tenía discusiones con mi papá. Él le decía a ella: —Cuídala, péinala como si fuera tu hija, pues tú serás la que tendrás mejores ganancias de ella que yo. —Ta bueno. Pero ni mi nombre supo. Y fue canción de muchos días hasta que me aburrí y me agarré con ella, porque ya estaba más grandecita y salí muy perra, muy maldita. Ninguno de mi casa fue como yo de peleonero. El caso es que ella duró unos siete u ocho meses, cuando mucho un año. Después mi papá dejó la cantera, porque él solo no se podía establecer en un trabajo y a las doce del día salirles con que: "Al rato regreso...", para venirnos a dar de comer... Quería un trabajo donde lo consecuentaran y como no lo encontró, jalamos todos para Salina Cruz. Ediciones Era, México 1969, pp. 17 a 23.
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