17 de Octubre, 2005
Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 21:35
por analialardone
la cómplice oscuridad
invitaba a embalsamar la noche
necia
a detener nuestros cuerpos
esquivando
fortuitamente
los focos de luz
de la transitada avenida,
hasta que no encontramos hueco
alguno
donde lograr esconder el deseo
y las caricias surgieron
sin recelos
nacieron por debajo de las ropas
como recorriendo
una nueva avenida
más transitada todavía
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Publicado en Cuentos el 17 de Octubre, 2005, 21:29
por analialardone
Salíamos del cole. Ese día tomamos un atajo. Una hebilla rosa tomando el pelo en media cola desprolija. Tu pelo negro, caía por la estrecha espalda. La pared se convirtió en tu apoyo. Busqué mirarte con el alma, fija y profunda, adolescente. Mi mano rozó tu mejilla rosada. Mis dedos, como dibujándola, tocaron tu boca que se movía a causa del reciente Bobaloo con dulce de frutilla. Tu boca, una pequeña frutilla. Cerraste los ojos, sintiendo mis dedos dentro de tu boca, paseando por las recientes muelas de juicio. Tu chicle se prendió a mi índice, la frutilla empalagó el momento. Frutilla rosa. La boca que deseo se entreabre. Boca rosa, que me sedujo. Busqué indicarte el ritmo que debe llevar tu respiración, mientras nuestros labios luchaban contra su inocencia o contra sí mismos. Dos jóvenes cíclopes del amor. Las carpetas entremedio de los cuerpos, separaban lo indebido, lo deseable, lo rosa. Mis manos en tu pelo, desarman el peinado. Un solo sabor a fruta, se expande hasta por fuera de los labios. y los tiñe de color intenso. No había tiempo, había que volver a casa, o sospecharían que nos habíamos tocado los cuerpos, aún rosas. Aún adolescentes. Escapamos del rincón. Tomados de la mano te acompañé a casa. Aún siento temblar tu mano como una luna en el agua.
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Publicado en ¡¿Blog?! el 17 de Octubre, 2005, 18:57
por maripau
No los voy a enloquecer!! al menos no hoy!! Pero ya que vi una fe de erratas por ahi ....
Todos los posteos que escribimos, quedan guardados en la administración, para verlos vayan a la opción "Articulos" que esta debajo de la de "Publicar".
Ahi aparece una lista de todos los artículos publicados y también los que están en borrador (todavia sin publicar) hacen un click en el que quieran modificar, cambian lo que tengan ganas! Guardan los cambios y ya está!!
facilito!!!!
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Publicado en ¡¿Blog?! el 17 de Octubre, 2005, 18:46
por maripau
Yo no queria enloquecerlos, pero tomando el pie de Bagnato, (que por cierto también podria explicarlo) aprovecho y les cuento...
En la columna del costado, a la derecha abajo del calendario, el subtítulo dice "Apuntate" y dá la opción para suscribirse al blog.
Cualquiera se puede suscribir y la ventaja es que cada vez que se publique un articulo en el blog, un aviso llega a los que estén suscriptos. Los que esten intersados prueben!!!
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Publicado en ¡¿Blog?! el 17 de Octubre, 2005, 14:41
por cbagnato
Yo soy uno de los dos suscriptos al Blog. ¿Quién es el otro?
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Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 14:36
por cbagnato
He decidido
Poner mi vida de cabeza
Exorcizar
El olvido
El hambre
El desasosiego
Poner en orden las ideas
Decir sentir vivir
Lo que pienso
Lo que siento
Lo que vivo
Escribir los signos
En la arena
De aquella playa
Y borrarlos Inmediatamente
Como hizo el Hijo del Hombre
Como un viento frío y circular
Sólido y sutil
Oscuramente luminoso
Cruzar el mar
El cielo, Hades
Llegar inesperadamente
Bajel negro y velas rasgadas
Circe, Penélope,
Nausicaa, Helena
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Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 14:24
por cbagnato
Te conozco
Desde siempre
Puedo cerrar
Los ojos
Y ver claramente
El dibujo que hacen
Todos tus pasos
Mi alma tiene
Aun
Las marcas de tu voz
He visto
Mil veces
Tu pelo
Rubio y castaño
De un intenso azabache
Lacio y ondulado
Dibujo de memoria
Tus ojos
Azules verdes
Negros cenicientos
Sé que tomar
Tu mano
Es tocar el paraíso
Sé que rodear
Tu talle
Es conocer
El Universo
Suspendido
En ese momento
Entre respiración
Y respiración
Espero
Romper el equilibrio
Tocar el Paraíso
Conocer el Universo
Carlos Bagnato
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Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 14:04
por lilian
Intensidad escondida en reuniones formales
Disimulo y pudor aprendidos.
Que en el encuentro fugaz de miradas
Nadie sospeche la contundencia del goce.
Nada de detenerme en sus manos
Que acariciarían hasta dejarme
En un puente colgante
Entre precipicio y vuelo.
Tierra agrietada clamando por lluvia.
Apenas oler su tersura íntima
Es adivinar que sabe mejor.
Está claro que tampoco puedo
Detenerme tanto tiempo en su boca
Imaginando como me recorrería.
Pero si dejarme penetrar por su voz,
Savia densa.
Ebullición apenas contenida
Que espera una señal.
Todo tan correcto
Y civilizado.
¡Enjaula la hembra!
Guarda los ángulos
Las tibiezas húmedas
Con total compostura.
Borra la imagen
De la cima de sus muslos.
¡Aquieta el temblor!
Que nadie sospeche que ya
La risa viene colándose
Entre mis piernas.
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Publicado en De Otros. el 17 de Octubre, 2005, 13:46
por Lilian
El obrero Arturo Massolari hacía el turno de noche, el que termina a las seis. Para volver a su casa tenía un largo trayecto que recorría en bicicleta si hacía buen tiempo, en tranvía los meses lluviosos e invernales. Llegaba entre las seis menos cuarto y las siete, a veces un poco antes, otras un poco después de que sonara el despertador de Elida, su mujer. A menudo los dos ruidos, el sonido del despertador y los pasos de él al entrar, se superponían en la mente de Elida alcanzándola en el fondo del sueño, ese sueño compacto de la mañana temprano que ella trataba de seguir exprimiendo unos segundos con la cara hundida en la almohada. Después se levantaba repentinamente de la cama y ya estaba metiendo a ciegas los brazos en la bata, el pelo sobre los ojos. Elida se le aparecía así, en la cocina, donde Arturo sacaba los recipientes vacíos del bolso que llevaba al trabajo: la caja para los fiambre y el termo, y los depositaba en la pileta. Ya había encendido el calentador y puesto el café. Apenas la miraba, Elida se pasaba una mano por el pelo, se esforzaba por abrir bien los ojos, como si cada vez se avergonzase un poco de esa primera imagen que el marido tenía de ella al regresar a casa, siempre tan en desorden, con la cara medio dormida. Cuando dos han dormido juntos es otra cosa, por la mañana los dos emergen del mismo sueño, los dos son iguales. En cambio otras veces entraba él en la habitación para despertarla con la taza de café, un minuto antes de que sonara el despertador, entonces todo era mas natural, la mueca al salir del sueño adquiría una dulzura indolente, los brazos que se levantaban para estirarse, desnudos, terminaban por ceñir el cuello de él. Se abrazaban. Arturo llevaba el chaquetón impermeable; al sentirlo cerca ella sabía el tiempo que hacía: si llovía, o había niebla, o nieve, según lo húmedo y frío que estuviera. Pero igual le decía: “¿Qué tiempo hace?” y él empezaba como de costumbre a refunfuñar, pasando revista a los inconvenientes que había tenido, empezando por el final: el recorrido en bicicleta, el tiempo que hacía al salir de la fábrica, distinto del que hacía la noche anterior al entrar, y los problemas en el trabajo, los rumores que corrían en la sección, y así sucesivamente. A esa hora la casa estaba siempre helada, pero Elida se había desnudado casi completamente, temblaba un poco, y se lavaba en el cuartito de baño. Detrás llegaba él, con mas calma, se desvestía y se lavaba también, lentamente, se quitaba de encima el polvo y la grasa del taller. Al estar así los dos juntos en el mismo baño, medio desnudos, un poco ateridos, rozándose sin querer, pasándose el jabón, hablando las cosas que tenían que decirse, llegaba a veces un punto en que se insinuaba una caricia y terminaban abrazados. Pero de pronto Elida reaccionaba: -¡Dios mío! ¿Qué hora es ya?- y corría a ponerse la falda a toda prisa, de pie, y con el cepillo yendo y viniendo por el pelo, y adelantaba la cara hacia el espejo de la cómoda, con las horquillas apretadas entre los labios. Arturo la seguía, encendía un cigarrillo, y la miraba de pie, fumando, y siempre parecía un poco incomodo por verse allí sin poder hacer nada. Elida estaba lista, se ponía el abrigo en el pasillo, se daban un beso, abría la puerta y ya se la oía bajar corriendo las escaleras. Arturo se quedaba solo. Seguía el ruido de los tacones de Elida peldaños abajo, y cuando dejaba de oírla, la seguía con el pensamiento, los pasos veloces en el patio, el portal, la acera, hasta la parada del tranvía. El tranvía, lo escuchaba bien: chirriar, pararse, y el golpe del estribo cada vez que subía alguien. “Lo agarró”, pensaba, y veía a su mujer apretada entre la multitud de obreros y obreras en el tranvía, que la llevaba a la fábrica como todos los días. Apagaba la colilla, cerraba los postigos de la ventana, la habitación quedaba a oscuras, se metía en la cama. La cama estaba como la había dejado Elida al levantarse, pero de su lado, el de Arturo, estaba casi intacta, como si acabaran de tenderla. Él se acostaba de su lado, como corresponde, pero después estiraba una pierna hacia el otro, donde había quedado el calor de su mujer, estiraba la otra pierna y así poco a poco se desplazaba hacia el lado de Elida, a aquel nicho de tibieza que conservaba todavía la forma del cuerpo de ella y hundía la cara en su almohada, en su perfume, y se dormía. Cuando volvía Elida por la tarde, Arturo hacía rato que daba vueltas por las habitaciones: había encendido la estufa, puesto algo a cocinar. Ciertos trabajos los hacía él, en esas horas anteriores a la cena, como hacer la cama, barrer un poco, y hasta poner en remojo la ropa para lavar. Elida encontraba todo mal hecho, lo que hacía era una especie de ritual para esperarla, una manera de salirle al encuentro aunque quedándose entre las paredes de la casa, mientras afuera se encendían las luces y ella pasaba por las tiendas en medio de esa animación fuera del tiempo de los barrios donde hay tantas mujeres que hacen la compra por la noche. Por fin oía los pasos por la escalera, muy distintos de los de la mañana, ahora pesados, porque Elida subía cansada de la jornada de trabajo y cargada con la compra. Arturo salía al rellano, le tomaba de la mano la cesta, entraban hablando. Elida se dejaba caer en una silla de la cocina, sin quitarse el abrigo, mientras él sacaba las cosas de la cesta. Después: -Vamos, un poco de ánimo- decía ella, y se levantaba, se quitaba el abrigo, se ponía ropa de entrecasa. Empezaban a preparar la comida: cena para los dos, después la merienda que él se llevaba a la fábrica para el intervalo de la una de la madrugada, la colación que ella se llevaría a la fábrica al día siguiente, y la que quedaría lista para cuando él se despertara por la tarde. Elida a ratos se movía, a ratos se sentaba en la silla de paja, le daba indicaciones. Él, en cambio, no paraba, quería hacerlo todo, pero siempre un poco distraído, con la cabeza ya en otra parte. En esos momentos a veces estaban a punto de chocar, de decirse unas palabras, porque Elida hubiera querido que él estuviera mas atento a lo que ella hacía, que pusiera mas empeño, o que fuera mas afectuoso, que estuviera mas cerca de ella, que le diera mas consuelo. En cambio Arturo, después del primer entusiasmo porque ella había vuelto, ya estaba con la cabeza fuera de casa, pensando en darse prisa. La mesa puesta, con todo listo y al alcance de la mano, para no tener que levantarse, llegaba el momento en que los dos sentían la zozobra de tener tan poco tiempo para estar juntos, y casi no conseguían llevarse la cuchara a la boca de las ganas que tenían de estarse allí tomados de las manos. Pero todavía no había terminado de filtrarse el café y él ya estaba junto a la bicicleta para ver si no faltaba nada. Se abrazaban. Parecía que solo entonces Arturo se daba cuenta de lo suave y tibia que era su mujer. Pero cargaba al hombro la bici y bajaba con cuidado las escaleras. Elida lavaba los platos, miraba la casa de arriba abajo, las cosas que había hecho su marido, meneando la cabeza. Ahora él corría por las calles oscuras, entre los escasos faroles, quizás ya había dejado atrás el gasómetro. Elida se acostaba, apagaba la luz. Desde su lado, acostada, corría una pierna hacia el lugar de su marido buscando su calor, pero advertía cada vez que donde ella dormía estaba mas caliente, señal que también Arturo había dormido allí, y eso la llenaba de una gran ternura.
Italo Calvino
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Publicado en De Otros. el 17 de Octubre, 2005, 13:26
por paularamburu
Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.
Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos...
Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.
Idea Vilariño
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Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 13:12
por paularamburu
Voy a guardar tu cara en el hemisferio sur de mi
memoria
ese lugar reservado al mar y a las promesas tibias de verano.
Voy a recordar tu cara, cada gesto de tu cara
cada hueco, cada curvatura de tu cara
y mantenerla bien alejada del
olvido y sus trampas
por un rato
por unos días
hasta que vuelvas.
Paula Aramburu
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Publicado en Poemitas. el 17 de Octubre, 2005, 11:09
por lilian
ENTONCES
Entonces traje algo
un pedazo de mi
Una gota, un gesto, un son
Un matiz y un olor.
La fugacidad del instante
Nieve, arena y pétalo.
Entonces trajo mucho
Tormentas, palabras
Proyectos, pasión.
Y caminamos juntos
La lluvia
El fuego
La risa
Aquella canción.
¡Y bebimos tanto!
Colores
Perfumes
La eternidad del amor.
Tan palpable
Tan de dos.
Entonces, ¿cuándo empezó
A endurecer el gesto, la gota
Y el son?
A doler el matiz, el aroma
Y la fugacidad del hoy?
Ahora nieve arena y pétalo
Ya no son.
Cada cual con sus pedazos
De ilusión
Vaga ciego
De cara al sol.
Cada cual con sus razones
Y esta desazón.
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Publicado en Cuentos el 17 de Octubre, 2005, 10:55
por cbagnato
La epístola de San Pablo
Estimado Hermano Teófilo:
Vos sabés que un pelo de ahí tira más que un par de bestias de carga.
Así que apelo a estas líneas para que me dés tu siempre oportuna y lúcida opinión. Y tu ayuda.
Por cartas anteriores sabrás que, desde que estoy acá, me ha dedicado íntegramente a mi trabajo.
El asunto es que un beso, un simple beso fue mi perdición.
Una noche me dejé tentar y, para descansar de las penas del yugo diario, fui con unos compañeros de la empresa a tomar unos trago a un bar de moda.
En esa noche fatal mi vida cambió
Apenas entré, una chica joven me clavó unos ojazos azabaches que eran para enamorarse.
Y eso pasó.
Desde esa noche, todo fue intentar conquistarla, robarle un beso, conocer sus mañanas.
Emprendí una campaña para enamorarla.
Intenté, por supuesto, con las flores y los piropos. Sabés que casi siempre me fue bien con estas cosas.
Pero me gasté todo el sueldo en averiguar cómo se llamaba y dónde vivía; y en bombones que ella no rechazaba. Todos los días le mandaba una caja de los mejores y un ramo de rosas
Y a pesar de mi esfuerzo, no había caso.
Por supuesto que era demasiado joven para caer en mis brazos con flores y dulces. Eso está bien para las mujeres de nuestra edad, no para las chicas de menos de veinte.
Sé que a mis cuarenta y tantos no estoy para achicarme, así que cambié de táctica y empecé a entrar en sintonía con sus gustos, me dediqué a entrar en el mundo de los jóvenes.
Cambié el ambo por una remera negra con firuletes de colores y una frase en inglés.
Dejé el Armani por unos pantalones de jean de tiro bajo.
Me cambié el peinado con raya al costado por unas rastas. ¡Si me vieras ahora!
La cosa que ni así la mina me registraba.
Aprendí a andar en patineta.
Y me arrimé a un grupo de chicos que se pasan el día haciendo piruetas en una plaza, y que sabía que eran amigos de ella.
Para lograr que me acepten, hasta me hice unos tatuajes y me puse aritos.
Me teñí las canas de rojo y azul.
Y ahí fue cuando mi jefe me echó. Me echó como un perro, como un perro sarnoso, ¿podés creer?
Pero, aunque te parezca mentira, esta desgracia me permitió acercarme a ella, ya que podía contar con más tiempo para hacer piruetas en la plaza. Y un día, un buen día, "ese" día, ella estaba como siempre, indiferente a mi amor, charlando con otras amigas, y yo, de puro despecho, competía con los pibes para ver quien era hacía el recorrido más largo con la patineta en el aire.
En eso estaba, cuando un grupo de matones se acerca a las chicas y las empiezan a acosar.
Un grito de ella me saca de la concentrada preparación para mi salto.
Rápido como nunca, y usando la patineta como garrote, puse a los malevos en polvorosa.
Esa fue la segunda vez que ella me puso esos ojos negrísimos y profundamente hermosos encima.
Con el oficio que dan los años, supe que ese era el momento indicado para darle el esperado beso.
A partir de ahí, todo fueron rosas.
Fuimos a la casa de ella, aprovechando que sus padres estaban trabajando.
Te imaginás a esta altura de la narración, qué ocurrió en esa casa. Alertado por los gritos, quejidos, alaridos y demás asuntos, algún diligente vecino llamó a la ley.
Cuando la policía llegó, estaba desnudo, dormido, abrazado a la chica. Ella se había dormido también.
Te preguntarás, supongo, que porqué no fuimos a mi departamento. Te aclaro que, para esa fecha, ya mi falta de trabajo había hecho mella en mi economía y tuve que ir a para a la calle. Decí que acá no hace frío como allá, que si no, me las iba a ver bien oscuras. Casi tan oscuras como la piel de ella. ¡Que piel, hermano!
En fin, te resumo el asunto.
Resulta que ella es menor.
Estoy acusado de estupro y desde ayer estoy preso.
Vos sos abogado y conocés cómo son las cosas acá, y sabés que no se jode con esto.
¿Vos podrías mandarme unos mangos para pagar la fianza y el abogado?
¿Conocés algún buen cagatinta de por acá?
Por favor, ayudame de alguna forma.
Te mando un abrazo desesperado.
Tu hermano del alma
Tulio (desde la cárcel de San Pablo, Brasil)
Carlos Bagnato
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