MUERTES SÚBITAS
Publicado en Cuentos el 15 de Octubre, 2005, 21:22 por aguadolore
Lo puse en esta categoría, pero no sé si es cuento o qué es. Perdón...empecé tarde el taller y me falta aprenderme las categorias...
¿Cuántas veces muere uno en la vida? Recuerdo que morí, o por lo menos agonicé, en una mañana de enero cuando llegaron los Reyes Magos, en realidad, cuando ya se habían ido. Yo había pedido un muñeco, pero no cualquiera, andaba necesitando uno de una marca específica. Y no era un capricho, los bebotes de Yoly Bell eran más lindos, venían con mamadera y si una le ponía un poco de imaginación, parecía que estaban vivos. A esa edad sabía escribir perfectamente, por lo que no me fue difícil señalar la importancia de la marca del muñeco en cuestión. Las dos eles de Bell se sostenían una a la otra, ovaladas y remarcadas con tinta azul. Pero ese día sentí frío en pleno verano cuando en su lugar encontré otro bebé de juguete, berreta, con cuerpo de gomapluma, lo que me hizo sospechar de la magia de los reyes. También morí cuando tenía 15 años, o por lo menos, cuando los sostenía como podía entre sueños imposibles y besos con ortodoncia. Esa noche, me había dado cuenta de que el amor no era para siempre. Yo, que soñaba con uno solo y eterno, lloré el deceso del romance adolescente, horrible, patético, ridículo. Me morí muchas otras veces: cuando me peleé con mi "mejor" amiga, cuando perdí la final de un partido de voley, o mejor dicho, cuando la perdieron mis compañeras; cuando lo vi con otra, cuando me vio con otro, cuando el otro, indiferente, no me vio. Y entonces caí en la cuenta de que se trataba de diferentes muertes, que yo había expirado unas mil veces en medio de funerales solitarios, todos ellos alojados en mi garganta que despedía voces de llanto hacia la almohada. Hace un tiempo, cuando la luna había concluido una vez más la rotación sobre su eje, morí de nuevo. Otro fue quien me dio Y ahí nomás, luego de verificada mi defunción, experimenté el insomnio, la gélida impotencia y la trompada de lo irreversible. Uno cree entonces que allí se murió para siempre, y por esas cosas de la muerte recordé cómo un escritor chileno, apellidado Bolaño, había presentado a su personaje Liz Norton, decía que para ella era más fácil dejar de fumar que ir a la guerra. Hasta ese momento, yo, que jamás fumé, asumí que Liz era cobarde, que prefería salvarse en los malos tiempos. Pero inmediatamente pensé otra cosa distinta, que a veces resulta más fácil batirse a duelo por otros que por uno mismo y sin más preludios decidí convertir el defecto de Liz en virtud. Y en un instante preciso, a las 10.50 pm de un día viernes, mientras recordaba cómo miré a mi vieja con los ojos entrecerrados, culpándola porque no les había entregado debidamente la carta a los Reyes Magos, decidí dejar de fumar el cigarrillo de Liz y nacer de nuevo… Como tantas veces.
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